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edificios. Caminaba a la misma velocidad que los pensamientos que atravesaban mi mente.
Multitud de ellos recorrían mi mente sin lograr detenerse por más de 5 segundos continuos.
Porque en realidad, ¿cuándo he tenido un pensamiento lo suficientemente valioso como para
reflexionar más de 30 minutos en él? Mientras caminaba, podía fijarme en la altura de los
edificios y en las demás personas que me rodeaban y caminaban sin asombro o expresión alguna
en sus rostros. ¿Qué han de pensar ellos mientras caminan? ¿Serán preocupaciones lo que invade
su mente? ¿O quizás sus pensamientos están tan vacíos como los míos?
Continué caminando y me di cuenta de que no sabía hacia dónde me dirigía. Tuve que parar un
momento y destinar mi atención exclusivamente hacia donde quería llegar, si era al final de
El Puente Dos Hermanos o si era a la Ave. Magdalena. En ese momento todos mis pensamientos
se detuvieron y en lo único que me dediqué a pensar fue en mi destino, fue ahí donde me percaté
que nunca me he detenido a pensar hacia donde quiero ir. Me di cuenta de que para saber a
dónde quería dirigirme en Condado, en ese preciso momento, tuve que detenerme y
concentrarme en el camino que debía tomar. ¿Cuándo me he detenido a pensar hacia dónde me
quiero dirigir? ¿Cuándo he tenido una atención indivisible para responder a una pregunta tan
básica como mi futuro? Supe que para plantearme metas y formular tácticas para llegar a ellas
tenía que pasar momentos a solas.