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Salmo 139 (138)

Homenaje a aquel que los sabe todo*


1. Del maestro de coro. De David. Salmo. Yahveh, tú me escrutas y conoces;

Jr 12, 3 En cambio a mí ya me conoces, Yahveh; me has visto y has comprobado que mi


corazón está contigo. Llévatelos como ovejas al matadero, y conságralos para el día de la
matanza.

2 R 19 ,27 Si te alzas o te sientas, si sales o entras, estoy presente y lo sé.

Jb 31, 4 ¿No ve él mis caminos, no cuenta todos mis pasos?

Sal 44, 22 ¿no se habría dado cuenta Dios, él, que del corazón conoce los secretos?

Hb 4, 13 No hay para ella criatura invisible: todo está desnudo y patente a los ojos de
Aquel a quien hemos de dar cuenta.

2. sabes cuándo me siento y cuándo me levanto, mi pensamiento calas desde lejos;


3. esté yo en camino o acostado, tú lo adviertes, familiares te son todas mis sendas.
4. Que no está aún en mi lengua la palabra, y ya tú, Yahveh, la conoces entera;
5. me aprietas por detrás y por delante, y tienes puesta sobre mí tu mano.
6. Ciencia es misteriosa para mí, harto alta, no puedo alcanzarla.

Am 9, 2-3 Si fuerzan la entrada del seol, mi mano de allí los agarrará; ni suben hasta el
cielo, yo los haré bajar de allí; si se esconden en la cumbre del Carmelo, allí los buscaré y
los agarraré; si se ocultan a mis ojos en el fondo del mar, allí mismo ordenaré a la
Serpiente que los muerda;

Jb 11, 8-9 Más alta es que los cielos: ¿qué harás tú? más honda que el seol: ¿qué puedes tú
saber? Más larga que la tierra su amplitud, y más ancha que el mar.

Jb 23, 8-9 Si voy hacia el oriente, no está allí; si al occidente, no le advierto. Cuando le
busco al norte, no aparece, y tampoco le veo si vuelvo al mediodía.

Jr 23, 23-24 ¿Soy yo un Dios sólo de cerca - oráculo de Yahveh - y no soy Dios de lejos? ¿O
se esconderá alguno en escondite donde yo no le vea? - oráculo de Yahveh -. ¿Los cielos y
la tierra no los lleno yo? - oráculo de Yahveh -.

Pr 15,11 Seol y Perdición están ante Yahveh: ¡cuánto más los corazones de los hombres!

7. ¿A dónde iré yo lejos de tu espíritu, a dónde de tu rostro podré huir?


8. Si hasta los cielos subo, allí estás tú, si en el seol me acuesto, allí te encuentras.
9. Si tomo las alas de la aurora, si voy a parar a lo último del mar,
10. también allí tu mano me conduce, tu diestra me aprehende.
11. Aunque diga: "¡Me cubra al menos la tiniebla, y la noche sea en torno a mí un ceñidor,
12. ni la misma tiniebla es tenebrosa para ti, y la noche es luminosa como el día.

Jb 12, 22 Revela la profundidad de las tinieblas, y saca a la luz la sombra.

Jb 34, 22 No hay tinieblas ni sombra donde ocultarse los agentes del mal.

Dn 2, 22 Él revela honduras y secretos, conoce lo que ocultan las tinieblas, y la luz mora
junto a él.

Jb 10, 8-11 Tus manos me formaron, me plasmaron, ¡y luego, en arrebato, quieres


destruirme! Recuerda que me hiciste como se amasa el barro, y que al polvo has de
devolverme. ¿No me vertiste como leche y me cuajaste como queso? De piel y de carne me
vestiste y me tejiste de huesos y de nervios.

13. Porque tú mis riñones has formado, me has tejido en el vientre de mi madre;
14. yo te doy gracias por tantas maravillas: prodigio soy, prodigios son tus obras. Mi alma
conocías cabalmente,
15. y mis huesos no se te ocultaban, cuando era yo formado en lo secreto, tejido en las
honduras de la tierra.
16. Mi embrión tus ojos lo veían; en tu libro están inscritos todos los días que han sido
señalados, sin que aún exista uno solo de ellos.

Ml 3, 16 Entonces los que temen a Yahveh se hablaron unos a otros. Y puso atención
Yahveh y oyó; y se escribió ante él un libro memorial en favor de los que temen a Yahveh y
piensan en su Nombre.

Dn 7,10 Un río de fuego corría y manaba delante de él. Miles de millares le servían,
miríadas de miríadas estaban en pie delante de él. El tribunal se sentó, y se abrieron los
libros.

Sal 69, 29 del libro de la vida sean borrados, no sean inscritos con los justos.

17. Más para mí ¡qué arduos son tus pensamientos, oh, Dios, qué incontable su suma!
18. ¡Son más, si los recuento, que la arena, y al terminar, todavía estoy contigo!

Sal 31,16 Está en tus manos mi destino, líbrame de las manos de mis enemigos y
perseguidores;

Jb 15, 5 Ya que tu culpa inspira tus palabras, y eliges el hablar de los astutos,

Jb 11, 7 ¿Pretendes alcanzar las honduras de Dios, llegar hasta la perfección de Sadday?

Si 18, 5-7 El poder de su majestad, ¿quién lo calculará? ¿Quién pretenderá contar sus
misericordias? Nada hay que quitar, nada que añadir, y no se pueden rastrear las
maravillas del Señor. Cuando el hombre cree acabar, comienza entonces, cuando se
para, se queda perplejo.

Rm 11, 33 ¡Oh abismo de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán


insondables son sus designios e inescrutables sus caminos!

Sal 40, 6 ¡Cuántas maravillas has hecho, Yahveh, Dios mío, qué de designios con nosotros:
no hay comparable a ti! Yo quisiera publicarlos, pregonarlos, más su número excede toda
cuenta.

19. ¡Ah, si al impío, oh Dios, mataras, si los hombres sanguinarios se apartaran de mí!

Sal 119, 115 ¡Apartaos de mí, malvados, quiero guardar los mandamientos de mi Dios!

20. Ellos que hablan de ti dolosamente, tus adversarios que se alzan en vano.

Jb 21, 14 Y con todo, a Dios decían: "¡Lejos de nosotros, no queremos conocer tus caminos!

21. ¿No odio, Yahveh, a quienes te odian? ¿No me asquean los que se alzan contra ti?

Sal 119, 158 He visto a los traidores, me disgusta que no guarden tu promesa.

22. Con odio colmado los odios, son para mí enemigos.

Sal 5, 11+ Trátalos, oh Dios, como culpables, haz que fracasen sus intrigas; arrójalos por el
exceso de sus crímenes, por rebelarse contra ti. Y se alegren los que a ti se acogen, se
alborocen por siempre; tú los proteges, en ti exultan los que aman tu nombre. Pues tú
bendices al justo, Yahveh, como un gran escudo tu favor le cubre.

23. Sóndame, oh Dios, mi corazón conoce, pruébame, conoce mis desvelos;

Sal 17, 3 Mi corazón tú sondas, de noche me visitas; me pruebas al crisol sin hallar nada
malo en mí; mi boca no claudica

Sal 26, 2 Escrútame, Yahveh, ponme a prueba, pasa al crisol mi conciencia y mi corazón;

24. mira no haya en mí camino de dolor, y llévame por el camino eterno.

Sal 5, 9 Guíame, Yahveh, en tu justicia, por causa de los que me acechan, allana tu camino
ante mí.

Sal 143, 10 enséñame a cumplir tu voluntad, porque tú eres mi Dios; tu espíritu que es
bueno me guíe por una tierra llana.

Notas (de Biblia de Jerusalén (2ª)):


=>139 Con esta meditación sobre la omnisciencia divina podemos comparar la meditación de Job
en la que se expresa el temor del hombre bajo la mirada de Dios, Jb 7,17-20+. ¿Qué es el hombre
para que tanto de él te ocupes, para que pongas en él tu corazón, para que le escrutes todas las
mañanas y a cada instante le escudriñes? ¿Cuándo retirarás tu mirada de mí? ¿no me dejarás ni
el tiempo de tragar saliva? Si he pecado, ¿qué te he hecho a ti, oh guardián de los hombres?
¿Por qué me has hecho blanco tuyo? ¿Por qué te sirvo de cuidado? ¿Y por qué no toleras mi
delito y dejas pasar mi falta? Pues ahora me acostaré en el polvo, me buscarás y ya no existiré.

=>139:11 «ceñidor» 11QPa; «luz» TM.

=>139:12 El texto añade una glosa aramea: «como la tiniebla, así la luz».

=>139:14 «conocías» conj.; «conociendo» hebr.

=>139:16 Texto difícil. El salmista medita sobre la omnisciencia divina: Dios conoce al hombre y su
destino, incluso antes de su nacimiento, ver Sal 22,11 a ti fui entregado cuando salí del seno,

desde el vientre de mi madre eres tú mi Dios. ; Sal 71,16 Y vendré a las proezas de Yahveh,

recordaré tu justicia, tuya sólo. Para el hombre, en cambio, el misterio es impenetrable.

=>139:18 «al terminar» 3 mss; «me despierto» TM.

=>139:20 Todo este estico es dudoso.

en la liturgia: Salmo 138

se utiliza en:

- miércoles de la cuarta semana: Vísperas

Señor, tú me sondeas y me conoces;

me conoces cuando me siento o me levanto,

de lejos penetras mis pensamientos;

distingues mi camino y mi descanso,

todas mis sendas te son familiares.

No ha llegado la palabra a mi lengua,

y ya, Señor, te la sabes toda.


Me estrechas detrás y delante,

me cubres con tu palma.

Tanto saber me sobrepasa,

es sublime, y no lo abarco.

¿Adónde iré lejos de tu aliento,

adónde escaparé de tu mirada?

Si escalo el cielo, allí estás tú;

si me acuesto en el abismo, allí te encuentro;

si vuelo hasta el margen de la aurora,

si emigro hasta el confín del mar,

allí me alcanzará tu izquierda,

me agarrará tu derecha.

Si digo: "que al menos la tiniebla me encubra,

que la luz se haga noche en torno a mí",

ni la tiniebla es oscura para ti,

la noche es clara como el día.

Tú has creado mis entrañas,

me has tejido en el seno materno.

Te doy gracias,

porque me has escogido portentosamente,

porque son admirables tus obras;

conocías hasta el fondo de mi alma,


no desconocías mis huesos.

Cuando, en lo oculto, me iba formando,

y entretejiendo en lo profundo de la tierra,

tus ojos veían mis acciones,

se escribían todas en tu libro;

calculados estaban mis días

antes que llegase el primero.

¡Qué incomparables encuentro tus designios,

Dios mío, qué inmenso es su conjunto!

Si me pongo a contarlos, son más que arena;

si los doy por terminados, aún me quedas tú.

Señor, sondéame y conoce mi corazón,

ponme a prueba y conoce mis sentimientos,

mira si mi camino se desvía,

guíame por el camino eterno.

COMENTARIOS AL SALMO 139


1.

PRIMERA LECTURA: CON ISRAEL

* Israel es un pueblo concreto, realista. No se trata de una


meditación filosófica y abstracta, es un diálogo íntimo con
Dios. El tema tratado por el salmista se relaciona con los
puntos más álgidos de la investigación teológica de todos los
hombres: ¡Dios lo sabe todo! ¡Dios está presente en todo
lugar! ¡Dios ha hecho todo! Sin embargo, estos atributos
divinos no son meditados aquí, en sí mismos sino en una
perspectiva "personalizada": "Tú me conoces... sabes cuando
me siento y cuando me levanto...". Lenguaje
maravillosamente poético, íntimo. No se encuentra a Dios
cuando se lo considera como "problema"... El es "Alguien".
No sirve mayor cosa "discutir" sobre Dios... Se trata de
experimentarlo.

Se habla mal de Dios, cuando se debate sobre El en tercera


persona: "El es esto, El es aquello...". Hay que tratarlo en
segunda persona y decirle: "Tú" o "Usted". Llama la
atención, una vez más, el canto vehemente "contra los
impíos". ¿Sin embargo no es esto natural? Cuando se ama a
alguien, no quisiera uno que existieran enemigos. Cuando se
toma conciencia de la Omnipotencia de Dios, resulta
inevitable el interrogante: "Todo lo demás" ¡es tan bello!...
¿por qué existe este misterio incomprensible? Esta es la gran
objeción contra Dios. Y la pregunta sigue abierta... Mientras
el mundo continúa inacabado, mientras no vemos la
"solución"... Por parte de Dios. ¡Debe existir alguna!
Entonces, Señor, no dejes que siga el camino del mal, el
camino de la nada de los siglos. ¡Llévame por tu camino, el
camino de la eternidad!

SEGUNDA LECTURA: CON JESÚS

** ¿Quién mejor que Jesús vivió este sentimiento de "total


pertenencia", de presencia constante "con el Padre"...?

Esto es aún más cierto de la gran "noche" de tinieblas que


anonadaron a Jesús aparentemente y que sin embargo
fueron la gran "luz" de la presencia divina. Aun en medio de
su Pasión y muerte, Jesús estuvo "con" Dios. Se escucha
aquí su primer murmullo de Resurrección: "Me despierto:
estoy aún contigo...". Palabras maravillosas, cantadas en el
Introito de Pascua: "Resurrexi, et adhuc tecum sum...".
Llama la atención que la Resurrección no tiene ningún
carácter triunfalista en los Evangelios. Es más bien un
misterio de intimidad, como el del salmo... Expresión de
amor extasiado... "Estoy aún, y siempre contigo". Ojalá
repitamos estas palabras, fuente de felicidad indestructible
con Jesús, desde lo profundo de nuestras tinieblas e
interrogantes. "Estoy contigo, oh Padre".

TERCERA LECTURA: CON NUESTRO


TIEMPO LBT/DEPENDENCIA/A

*** Total dependencia + total libertad=total amor. Siento ya


el fastidio del hombre "moderno" al escuchar este salmo:
¿por qué?

-Me presentan un Dios minucioso, un Dios que ve todo, que


lo sabe todo, que ha previsto todo ("¡En tu Libro, estaban
mis días determinados, cuando aún no existía ninguno de
ellos!"). Digamos sinceramente que no nos gusta esta
imagen de un Dios fantasma, de un Dios que nos hubiera
"programado" anticipadamente y que vigila nuestra menor
infracción. Esto es justamente no comprender a Dios.
Cuando oponemos "dependencia" y "libertad", no
entendemos lo que es el verdadero "amor". Nadie es más
dependiente que el que ama. Piensa en el otro. Está
polarizado por el otro. Vive tan sólo para el que ama. Se
"somete" al otro. Sin embargo, se siente totalmente libre.
Desde dentro, movido por un impulso espontáneo y
personal, se da al otro. De igual manera en este salmo hay
una especie de combate: el salmista, hombre moderno en el
fondo, ensayó en un primer momento "huir" de Dios,
ocultarse en el extremo del mundo, para estar "tranquilo".

Igual combate el de Jacob contra Dios, en el Pozo de Jabok,


durante toda una noche, el hombre "vencido" quedó
señalado, cojeó el resto de sus días (Génesis 32, 23-33). Es
la huida de Jonás ante una misión difícil y a quien Dios lleva
por la fuerza a Nínive para que predique en ella (Jonás 1,1-
3). Son nuestras propias reticencias, impregnados como
estamos del ateísmo, las que nos hacen ver a Dios como un
"rival" de nuestra propia libertad: ni Dios, ni "Señor". Pues
bien, hay que mirarlo en la línea del amor: sí, no puedo
escaparme de Ti, Señor, confieso que me has vencido... Tú
me amas, y yo te amo.

Transparencia, secreto de amor. "Ninguna creatura escapa a


la mirada (de amor) de Dios, todo está al descubierto y al
desnudo ante sus ojos" (Hebreos 4,13). En lugar de ver en
ello una insoportable tiranía, el autor del salmo la considera
como una fuente de serenidad total, "Tú me conoces, mi
amor. Sabes todo sobre mí. No puedo ocultarte nada, ni la
madeja enredada de mis idas y venidas, ni mis
pensamientos, ni mis proyectos, ni mis desesperaciones". En
nuestros amores humanos, hay siempre una imperfección
radical: hay siempre un rincón oculto que resiste a la
transparencia... La terrible opacidad del cuerpo. Vamos,
corazón mío, déjate amar hasta la más perfecta
transparencia.

Predestinación. "No ha llegado la palabra a mi lengua y ya


Tú, Señor, la sabes... Tú te anticipas... Cuando en lo oculto
me iba formando... En tu libro se inscribían todas mis
acciones, calculados estaban mis días, antes que llegara el
primero...". Este lenguaje repugna al pensamiento moderno,
pues parece quitar toda libertad al hombre... Como si
fuéramos marionetas sin responsabilidad, manipulados,
programados, carentes de toda iniciativa. San Pablo,
retomando esta misma idea dirá que "Dios nos ha
predestinado para que nos asemejemos a la imagen de su
Hijo" (Efesios 1,4). El pensamiento antiguo, como el
pensamiento semítico, deja en segundo plano las causas
segundas en provecho de la Causa primera. Se atribuye a
Dios todo lo que sucede, sin decir que Dios no obra
habitualmente en "directo", sino a través de las "causas
segundas", que están, de hecho, en el fondo de los
acontecimientos. Se dirá que Dios envía la lluvia, la
enfermedad, o cualquier otra cosa... Esto mismo ocurre con
la "predestinación", forma de hablar que, mirando el
desarrollo de la historia bajo el ángulo humano, trata de
describir el actuar de Dios..., que siendo eterno, "domina el
tiempo". Cuando se realiza el designio de Dios, se dice, y
esto es cierto filosóficamente, que desde el principio Dios
había previsto todo eso. Ahora bien, en Dios no hay "ni antes
ni después". Dios está fuera del tiempo, está en la eternidad,
es decir en una especie de "presente" que acumula y
condensa todos los instantes del transcurrir del tiempo. Dios
puede, a la vez, "predestinar y respetar nuestra libertad".
Pero desde nuestro punto de vista "temporal", podemos
decir que "Dios nos amó El primero". Nos agrada pensar que
Dios tuvo la iniciativa.

NOEL QUESSON
50 SALMOS PARA TODOS LOS DIAS. Tomo II
PAULINAS, 2ª Edición
BOGOTA-COLOMBIA-1988.Págs. 234-237

2.

Viaje al interior

En el salmo 139, al contrario de lo que sucede en los salmos


de la creación, el salmista se sumerge en el mar del misterio
interior, y, en ningún momento, emerge de allí, hasta el
final; y, entonces, para disparar dardos envenenados contra
los enemigos, no suyos, sino los de Dios.

En cuanto a belleza, este salmo es una obra de arte: por un


lado, llama la atención su carga de introspección que llega a
honduras definitivas; y, por otro, la altísima inspiración
poética que recorre toda su estructura, del primero al último
versículo, con metáforas brillantes, y con audacias que nos
dejan admirados.

Perdido ya el salmista en sus aguas profundas, el centro de


atención, paradójicamente, no es él mismo, sino Dios.

A pesar de que el salmista hace, imaginariamente, un


recorrido espectacular, desde el abismo hasta el firmamento
(v. 8), y hasta el «margen de la aurora», hasta el «confín del
mar» (v. 9); a pesar de que, sin detenerse nunca, se
mueven en el escenario las dos personas, jamás el salmista
centra la atención en sí mismo. El punto focal es siempre el
Tú. Es algo sorprendente. El salmista, diríamos, coloca su
observatorio, no en la cumbre de un cerro, sino en su
interioridad más remota; focaliza en Dios su telescopio
contemplativo, y obtiene una visión, la más profunda y
original que se pueda imaginar, sobre el misterio esencial de
Dios y del hombre.

Salmo de contemplación

Específicamente hablando, es un salmo contemplativo; es


decir, es tal su naturaleza que encaja perfectamente en la
oración de contemplación propiamente dicha. La observación
de la vida me ha enseñado lo siguiente: hay personas que
cuando oran, tienen como interlocutores (no necesariamente
a través de un diálogo de palabras, sino de interioridades), a
Jesucristo; con otras palabras, cuando oran, hablan con el
Señor Jesús. Otras personas, cuando oran, se «sienten bien»
tratando con el Padre, experimentando su amor.

Pero hay otras personas para quienes el interlocutor, en su


oración, no es Jesucristo, ni el Padre, sino El, simplemente
El, precisamente El, sin denominación, sin concretez, sin
figura; es la totalidad, la inmensidad, la eternidad; pero no
una realidad vaga o inconcreto, sino Alguien concretísimo,
personalísimo, cariñoso, que no está -y está- cerca, lejos,
adentro, afuera, mejor dicho no está en ninguna parte; es:
abarca, comprende y desborda todo espacio, todo tiempo,
más allá y más acá de todo.

Toda forma o figura desaparece. Dios es despojado, mejor


dicho, silenciado, de cuanto indique localidad. Y no queda
más que la presencia (para usar el término más
aproximativo; lo que la Biblia llama «rostro»), la presencia
pura y esencial, que me envuelve, me compenetra, me
sostiene, me ama, me recrea, me libera; simplemente, EL
ES. Por hablar de alguna manera, diríamos que se podrían
incinerar todos los libros escritos sobre Dios, ya que todas
las palabras referentes a Dios son ambiguas, inexactas,
analógicas, equívocas. Lo único exacto, seguro, lo único que
queda es esto: EL ES. No hay nombre, sino pronombre; y el
único verbo adecuado es el verbo ser. Todo lo demás no son
sino aproximaciones deslavadas.

Pues bien, podríamos decir, siempre hablando


imperfectamente, que éste es el Dios del salmo 139, y que
aquellas personas que se relacionan simplemente con EL
tienen tendencia, al menos tendencia, a la oración de
contemplación propiamente dicha; y que, para estas
personas -pero no sólo para ellas-, el salmo 139 es un
manjar apropiado.

*****

Por todo lo dicho, el lugar ideal para rezar este salmo, en


cierto sentido, no sería la capilla, porque allí la presencia
divina es sacramental, está localizada; ni tampoco,
exactamente, un entorno natural, deslumbrante de
hermosura, porque las criaturas podrían desviar la atención,
sino una habitación donde nada nos pueda distraer.

Para penetrar en el núcleo del salmo y rezarlo con fruto es


conveniente empezar por tranquilizarse, sosegar los nervios,
descargar las tensiones, abstraerse de clamores exteriores e
interiores, soltar recuerdos y preocupaciones; y así, ir
alcanzando un silencio interior, de tal manera que el
contemplador perciba que no hay nada fuera de sí, y no hay
nada dentro de sí. Y que lo único que queda es una presencia
de sí mismo a sí mismo, esto es, una atención purificada por
el silencio.

Este es el momento de abrirse al mundo de la fe, a la


presencia viva y concreta del Señor, y es en este momento
cuando el texto del salmo 139 puede ser un apoyo precioso
para entrar en una oración de contemplación.

Nuestras fuentes están en Ti


Los vestigios de la creación, las reflexiones comunitarias, las
oraciones vocales pueden hacernos presente al Señor; pero
son, si se me permite la expresión, «partículas» de Dios. Las
criaturas pueden evocamos al Señor: una noche estrellada,
una montaña cubierta de nieve, un amanecer ardiente, el
horizonte recortado sobre un fondo azul nos pueden «dar» a
Dios, pueden despertárnoslo, pero no son Dios mismo, sino
evocadores, despertadores de Dios.

Y el alma verdaderamente sedienta no se conforma con los


«mensajeros», como dice San Juan de la Cruz: «No quieras
enviarme -de hoy ya más mensajero- que no saben decirme
lo que quiero». Y comenta el místico castellano: «Como se
ve que no hay cosa que pueda curar su dolencia, sino la
presencia.... pídele le entregue la posesión de su presencia.»
Más allá de los vestigios de la creación, y de las aguas que
bajan cantando, el alma busca el manantial mismo, Dios
mismo, que está siempre más allá de las evocaciones, de los
conceptos y las palabras.

Para penetrar en el santuario del salmo 139, el hombre debe


tener presente que Dios no sólo es su creador, no sólo está
objetivamente presente en su ser entero, al que comunica la
existencia y la consistencia; es preciso también tener
presente que El lo sostiene, pero no a la manera de la madre
que lleva a su criatura en sus entrañas, sino que, en una
dimensión mucho más profunda, y distinta, verdaderamente
Dios lo penetra y lo mantiene en su ser.

A pesar de esta estrecha vinculación entre Dios y el hombre,


no hay, sin embargo, simbiosis ni identidad alguna, sino que,
más bien, la presencia divina es una realidad creante y
vivificante, realidad que el salmista verbaliza con una
expresión de alto vuelo poético: «Todas nuestras fuentes
están en Ti» (Salmo 87).

A solas

Podríamos afirmar que, en la estructura del salmo 139, el


encuentro con Dios se consuma a solas. En el fondo,
cualquier encuentro, tanto a nivel divino como humano, se
realiza a solas, en su sentido original y profundo. En
realidad, la expresión castellana a solas significa una
convergencia de dos soledades, ya que la esencia radical de
la persona, sea divina o humana, es ser soledad o mismidad.

Y estas dos soledades, en nuestro caso, son las siguientes:


por un lado, es necesario acallar todo nerviosismo y toda
la turbulencia interior, hasta percibir, en silencio pleno,
mi identidad personal, mi soledad. Y, por parte de Dios,
es necesario sobrepasar el bosque de imágenes y
conceptos, con que revestimos a Dios, y quedarnos, en la
pureza total de la fe, con el mismísimo Dios, El Mismo, su
«soledad». Y, para este proceso de purificación, el salmo
139 es un instrumento inapreciable.

El ser humano, entre sus diferentes niveles de interioridad,


percibe, en sí mismo, algo así como una última morada
donde, según el Concilio, nadie puede hacerse presente,
salvo Aquél que no «ocupa» espacio, justamente porque esa
última morada no es, exactamente, un lugar. Dice el
Concilio: «A estas profundidades de sí mismo retorna (el
hombre) cuando entra dentro de su corazón, donde Dios lo
espera» (GS 14).

Se trata, pues, del «núcleo más secreto, sagrario del


hombre, donde éste se siente a solas con Dios, cuya voz
resuena en el recinto más íntimo de él» (GS 14). Es a esta
zona interior a donde deberá «bajar» el hombre para una
vivencia auténtica y fuerte del salmo 139.

Paso a paso

En los primeros seis versículos, en un despliegue de luz y


fantasía, y mediante un racimo de metáforas, el salmista
percibe la omnipotencia y omnisciencia divinas, que
envuelven y abrigan al hombre, como una luz, por dentro y
por fuera, desde lejos y desde cerca, en el. movimiento y en
la quietud, en el silencio y en la oscuridad. En el versículo 6,
el salmista queda pasmado, casi abrumado, por tanta ciencia
y presencia, que lo desbordan y trascienden definitivamente.

En los versículos 7-12, la inspiración alcanza cumbres mucho


más altas: el salmista acopla alas a su fantasía, e imagina
situaciones inverosímiles, de lejanía y fuga, volando,
inclusive, en alas de la luz, o cubriéndose con un manto
negro, pedido a la noche en préstamo, para ocultarse de este
porfiado perseguidor, y rehuir su aliento, pero... ¡todo es
inútil! ¡Es imposible!

Vencido ante tan tenaz asedio, y convencido de la inutilidad


de todo intento de fuga, el salmista desciende hasta el
abismo final de su misterio (vv. 13-16), y allí descubre que
Dios está presente con su acción hasta el misterio del mismo
óvulo materno, y que, El mismo, con manos delicadas, fue
tejiéndolo, desde las células más primitivas hasta la
complejidad de su cerebro. No sólo es su creador, es su
padre, y, mucho más, es su madre. ¡Cómo no va a conocer
sus pasos y sus días si lo acompaña desde el seno materno!

En el versículo 17, no pudiendo ya contenerse, conmovido


por tanto prodigio, el salmista prorrumpe, extasiado, en una
serie de exclamaciones: «¡Qué incomparables me parecen
tus designios, Dios mío, qué inmenso su conjunto!» Si,
arrastrado por la admiración o la curiosidad, se pusiera el
hombre a enumerar, una por una, las maravillas de sus
dedos, ¡vana ilusión!, no es posible: son más que las arenas
de las playas. Pero, si en una hipótesis imposible, llegara el
hombre a transformar un imposible en posible, y acabara por
enumerar los prodigios de la creación, entonces,
precisamente entonces, se encontraría con el misterio
supremo de Dios, inabarcable, inconmensurable, infinito.

El celo

ODIO/SALMOS: IRA/SALMOS: IMPRECACIONES/BI: En este


momento, abruptamente, como si, saliendo de un paraíso de
paz, entrara en un campo de batalla, el salmista saca su
arcabuz, abre fuego y comienza a disparar fieramente en
todas direcciones.

Dios mío, si matases al malvado...


¿No aborreceré a los que te aborrecen?
¿No me repugnarán los que se te rebelan?
Los odio con odio implacable,
los tengo por enemigos.

¿Cómo se entiende este cambio brutal? ¿Qué sentido puede


tener esta tempestad de violencia, desatada tan
intempestivamente? ¿Cómo es posible este lenguaje de odio
después de tanta sublimidad?

Necesitamos hacer algunas precisiones y aclarar varios


puntos. En primer lugar, no se trata de una turbación,
provocada por la presencia de viejos rivales. No es el odio
del hombre contra el hombre, ni una conspiración de
venganza para saldar cuentas antiguas. Se trata de los
enemigos, no del hombre, sino de Dios. Se trata de los
eternos «asesinos» que sólo abren la boca para proferir
«pérfidamente» blasfemias y necedades contra el Santo de
Israel. Son los insensatos de siempre que no cesan de lanzar
desafíos al cielo, y «se rebelan en vano» contra el Señor.
Así, pues, la repentina furia de¡ salmista va dirigida contra
esta turbamulta de necios. En suma, se trata, exactamente,
de aquel sentimiento del que tanto habla la Biblia: el celo por
la honra de Dios.

El salmista, todavía con los ojos llenos de la gloria de Dios, al


contrastar la sublimidad del Altísimo con la abyección de los
blasfemos, siente una repugnancia e indignación tales que no
las puede controlar ante la presencia de estos «asesinos», al
comparar lo injusto y monstruoso de su actitud con la
justicia y santidad de Dios. Por eso utiliza expresiones del
más grueso calibre para descalificarlos. Recordemos las
palabras del salmo 69: «El celo de tu casa me devora.»

*****
Bajó Moisés del monte con las Tablas de la Ley en sus
manos. El pueblo, durante la larga ausencia de Moisés, había
fundido un becerro de oro; y, en ese momento, el pueblo
estaba cantando y danzando en torno de la estatua. Cuando
Moisés llegó al campamento, y vio el becerro y al pueblo
danzando en torno a él, «ardió en ira, arrojó de sus manos
las Tablas y las hizo añicos al pie del monte. Luego tomó en
sus manos el becerro que habían fundido, lo quemó y lo
molió hasta reducirlo a polvo, que esparció en el agua, y se
la dio a beber a los hijos de Israel» (Ex. 32,15-21).

Elías, en la cumbre del Carmelo, dijo al pueblo: he quedado


yo solo como profeta de Dios, mientras que los profetas de
Baal son cuatrocientos cincuenta. Y los desafió a todos ellos,
delante del pueblo, a una competición original para dirimir
cuál de los dioses es el verdadero Dios. Y, habiendo ganado
la contienda, hizo Elías que el pueblo echara mano a los
profetas de Baal, «sin que se escape ninguno de ellos»; e
hizo que los bajaran, como borregos, hasta el fondo del
torrente Quison. Y, ardiendo en santa ira, hizo que los
degollaran a todos, uno por uno (/1R/18/30-40).

Matatías, el padre de los Macabeos, se vistió de saco y se


entregó a un profundo dolor al ver la ciudad santa en manos
de los extranjeros, y el santuario en poder de los extraños.
Un buen día, convocado el pueblo de Modín por los
encargados de imponer la apostasía, cuando un israelita se
adelantó, a la vista de todos, a sacrificar ante un altar
pagano, Matatías «se inflamó en celo, y se le estremecieron
las entrañas». Y, «encendido en justa cólera, corrió hasta el
israelita y lo degolló sobre el altar. Mató también al enviado
del rey que obligaba a sacrificar, y destruyó el altar» (1 Mac
2,19-26). Y fue este celo por la gloria de Dios el que
encendió las heroicas y gloriosas guerras macabeas.

Fue este mismo celo el que le hizo a Jesús, en tiempo de


pascua, armar un escándalo de proporciones, en la
plataforma primera del templo salomónico, reconstruido por
Herodes. Efectivamente, este lugar sagrado había sido
literalmente copado por los tratantes de bueyes y ovejas; y
estaban también los cambistas bien instalados en sus mesas.
Al ver aquello, Jesús, encendido en una sagrada indignación,
a causa de la santidad del recinto, empuñó un látigo de
cuerdas, y barrió con todo, hombres y animales, sacándolos
violentamente del perímetro sagrado; volcó las mesas de los
cambistas, y su dinero rodó por los suelos, mientras les
decía, lleno de ira: «están haciendo de la Casa de mi Padre
un sórdido mercado» (Jn 2,13-17). Fue la reacción típica de
un profeta que, por cierto, precipitó su desenlace final.

En este contexto, resultan más comprensibles las diatribas


de los salmistas. He querido exponer con cierta amplitud
este aspecto, que escandaliza a tantas personas, e, incluso,
les dificulta saborear los salmos, para que el lector acierte a
comprender y situarse en el verdadero contexto, cuando, en
los salmos, hacen su aparición los anatemas, que,
generalmente, no siempre, van dirigidos contra los enemigos
de Dios.

Estás conmigo

Según entiendo, la mejor manera de comentar ciertos


fragmentos de los salmos consiste en ponerse en la misma
tesitura que el salmista, en su forma dialogal, y desentrañar
su pensamiento expresándole con otras palabras. Y es así,
según creo, como mejor se puede ayudar al lector, no sólo
para entender el salmo, sino también para poder rezarlo con
provecho.

V. 1-6. Tú me sondeas y me conoces. Tú me penetras, me


envuelves y me amas. Tú me circundas, inundas y
transfiguras. Estás conmigo. Si salgo a la calle, te vienes
conmigo. Si me siento en mi oficina, te quedas a mi lado.
Mientras duermo, velas mi sueño, como la madre más
solícita. Cuando recorro los senderos de la vida, caminas a
mi lado. Al levantarme, sentarme o acostarme, tus ojos ven
mis acciones.

No hay distancias que puedan separarme de Ti. No hay


oscuridad que te oculte. No eres, sin embargo, ningún
detective que vigile mis pasos, sino el Padre tierno que cuida
las andanzas de sus hijos. Y, cuando tengo la sensación de
ser un niño perdido en el páramo, Tú me gritas con el
profeta: aquí estoy, contigo estoy, no tengas miedo. Me
envuelves con tus brazos, porque eres poder y cariño,
porque eres mi Dios y mi Padre, y en la palma de tu mano
derecha llevas escrito mi nombre, en señal de predilección. A
donde quiera que yo vaya, estás conmigo.

Estás sustancialmente presente en mi ser entero. Tú me


comunicas la existencia y la consistencia. Eres la esencia de
mi existencia. En Ti existo, me muevo y soy. Eres el
fundamento fundante de mi realidad, mi consistencia única y
mi fortaleza. Todavía no ha llegado la palabra a mi boca,
todavía mi cerebro no elaboró un solo pensamiento, todavía
mi corazón no concibió un proyecto, y ya todo es familiar y
conocido para Ti: pensamientos, palabras, intenciones,
proyectos. Sabes perfectamente el término de mis días y las
fronteras de mis sueños. Donde quiera que esté yo, estás
Tú; donde quiera que estés Tú, estoy yo; yo soy, pues, hijo
de la inmensidad.

Me estrechas por detrás, me estrechas por delante, me


cubres con la palma de tu mano derecha. Estás en torno de
mí; estoy en torno de Ti. Estás dentro de mí, estoy dentro de
Ti. Con tu presencia activa y vivificante alcanzas las zonas
más remotas de mi intimidad. Eres, casi, más «yo» que yo
mismo; eres, en suma, aquella realidad total y totalizante
dentro de la cual estoy completamente sumergido.

¡Dios mío, me desbordas, me sobrepasas, me trasciendes


definitivamente! ¡Qué razón tenía aquel que dijo que lo
esencial siempre es invisible a los ojos! Eres verdaderamente
sublime, por encima de toda ponderación; Dios mío, ¿quién
como Tú? ¡Oh presencia, siempre oscura y siempre clara!
Eres aquel misterio fascinante que, como un abismo,
arrastras mis aspiraciones en un vértigo sagrado, aquietas
mis quimeras, y sosiegas las tormentas de mi espíritu.
¡Quién como Tú!
*****

V. 7-11. ¿Cómo podría evadirme de tu presencia? ¿A dónde


podría emigrar para alejarme de tu aliento? ¿Cómo evitar tu
mirada? Si yo fuera un águila invencible, y escalara las
crestas altísimas, coronadas de nieve, para huir de tu
presencia; si, en alas de un sueño mágico, alcanzara la
estrella más distante de la galaxia más lejana para escapar
de tu mirada, ¡todo sería inútil!, donde quiera que esté yo,
estás Tú. Soy, de nuevo, hijo de la inmensidad.

Si yo fuera un delfín de aguas profundas, y en una


zambullida vertical, me sumergiera hasta los abismos
completamente oscuros, o consiguiera adentrarme en la
caverna más profunda de la tierra, también allí me tomarías
de la mano, para decirme: eres hijo de mi amor, sombra
bendita de mi sustancia eterna. No hay piedra en el fondo
del río, ni pez en el mar que estén tan rodeados de agua
como yo de Ti. No hay ave en el cielo que esté tan rodeada
de aire como yo lo estoy de Ti.

No puedo escapar de tu mirada. Estás conmigo. Si, en un


arranque de locura, pidiera prestadas las alas a la luz, que
recorren trescientos mil kilómetros por segundo, y alcanzado
el vuelo, llegara hasta el confín donde termina el mundo,
también allí me tomarías con tu mano derecha, para
decirme: aquí estoy, contigo soy. Si, en un arrebato de
insania total, pidiera prestadas a las tinieblas sus alas
oscuras, o un manto negro a la noche para cubrirme con
ellos, y así desorientarte a Ti, cazador divino, todo sería,
nuevamente, inútil; tu presencia es fulgor que taladra y
transfigura las sombras, transformando la noche en
mediodía. A donde quiera que yo vaya, estás conmigo.

V. 13-16. Tú has creado mis entrañas; estabas presente en


el seno de mi madre desde la primera división celular. No
solamente estabas, sino que, misteriosamente, Tú pusiste en
movimiento mi existencia desde el punto de partida, y fuiste
acompañando su evolución con mirada atenta y cariñosa. Los
padres de la tierra fueron simples instrumentos pasivos;
verdaderamente Tú eres mi padre y mi madre.

«Admirable sobremanera y digna de glorioso recuerdo fue


aquella madre que, al ver morir a sus siete hijos en el
espacio de un día ... », «animaba a cada uno de ellos,
diciéndoles: "Yo no sé cómo aparecisteis en mis entrañas, ni
fui yo quien os regaló el espíritu y la vida, ni tampoco
organicé yo los elementos de cada uno"» (2 Mac 7, 20-23).
Como si dijera: yo no soy su madre; un artífice conoce la
naturaleza de la obra de sus manos, pero yo no sé cómo
funciona su hígado o cuál es la estructura de su cerebro. Yo
no los fabriqué, alguien los fabricó dentro de mí. Dios es,
pues, su madre, y ahora vamos a morir por El.

Te doy gracias y te glorifico por haberme hecho de esta


manera, por haberme creado tan portentosamente, por
haber hecho de mí un prodigio de sabiduría y arte. A pesar
de todo, a pesar de mis muchos defectos, limitaciones y
fragilidades, soy una maravilla de tus dedos. Y si todas tus
obras son maravillosas, la maravilla más grande entre todas
tus maravillas, soy yo mismo. Te alabo y te ensalzo por esta
obra de tus dedos, que soy yo.

Por eso me conocías desde siempre, hasta el fondo de mi


alma; y conocías, uno por uno mis huesos. Cuando me iba
formando en el seno de mi madre, tus ojos veían mis
acciones, todos mis actos estaban anotados en tu libro;
antes que uno solo de mis días existiera, ya estaban
apuntados, todos ellos, en el libro de mi vida.

V. 17-18. ¡Qué fantástico me parece todo esto, Dios mío!


¡Qué incomparables encuentro tus designios y tus obras!
¡Señor, Señor, qué inmenso el conjunto de tus maravillas!
¡Quién como Tú! Si, dejándome llevar por una idea
descabellada, me pusiera a enumerar las obras de tus dedos,
¡son innumerables!; si se juntaran las estrellas del
firmamento con los granos de arena de los desiertos y de las
playas, serían un pálido cúmulo en comparación de la altura
de tus obras. Y si, en un supuesto imposible, acabara yo de
medir, pesar y enumerar tus portentos, entonces, ¡ah!,
entonces estaríamos como al comienzo, porque entonces aún
me quedarías Tú, que eres el Misterio Total.

V. 23-24. Señor, Señor, humillo mi cabeza, y me someto a


tu juicio; te abro mis libros y mis cuentas, mis riñones y mis
huesos. Entra en mi recinto, planta el tribunal, averigua,
escudriña, juzga.

No permitas que mis pies den un paso en falso. Y, ya que Tú


eres mi padre y mi madre, no me sueltes de tu mano;
tómame, y condúceme firmemente todos los días de mi vida
por el camino de la sabiduría y de la eternidad.

LARRAÑAGA
SALMOS PARA LA VIDA
Publicaciones Claretianas
Madrid-1986. Págs. 83-96

3.

El salmo 139 nos transporta de golpe, como en el interior de


un teatro, al volumen pleno del espacio, con sus dimensiones
cósmicas, especie de campo cerrado y vacío en que no se
ofrece más que una alternativa: huir de Dios en vano, puesto
que Dios sujeta al hombre, o dejarse asir por Dios sin huir de
él:

Me estrechas detrás y delante,


me cubres con tu palma.
Tanto saber me sobrepasa,
es sublime y no lo abarco.

¿A dónde iré lejos de tu aliento,


a dónde escaparé de tu mirada?
Si escalo el cielo, allí estás tú,
si me acuesto en el abismo,
allí te encuentro.
Este cuadro aporta ya correctivos importantes a muchos
automatismos del pensamiento.

Ante todo, el contraste entre el salmo 104, en que el espacio


aparece lleno y organizado, y éste, en que sólo existen el
arriba y el abajo, lo profundo y lo lejano, en un espacio sin
objetos. Este contraste demuestra que la visión cósmica no
es constantemente positiva en la Biblia. Cuando los cielos
narraban la gloria de Dios, lo hacían ya con su silencio.
Ahora aparece el espacio no sólo vacío, sino como algo
negativo. Está ahí y no se deja echar en olvido, pero al
mismo tiempo parece estar hecho de una distancia distinta
de la pura distancia a atravesar, de la separación a superar
para que Dios y el hombre se encuentren. Las distancias
aumentan o se acortan conforme a numerosas líneas que
surcan el espacio. El hombre se siente perseguido y huye;
evita y encuentra. En este espacio atravesado en todas
direcciones cambia de significado la afirmación clásica «Dios
está en todas partes»: el espacio nada contiene, sólo es la
posibilidad de un encuentro con o una fuga de Dios. Esta
imagen es muy capaz de inspirar angustia, pero no esa
angustia que carece sin más de objeto. Se trata más bien de
un mensaje de alarma emitido por la realidad hacia quien se
aleja excesivamente de ella. No hay, por consiguiente, ni
visión positiva del espacio ni simple temor. No tenemos por
qué elegir entre la religión de la simplicidad y la religión de la
angustia.

Si vuelo hasta el margen de la aurora,


si emigro hasta el confín del mar,
allí me alcanzará tu izquierda,
me agarrará tu derecha (vv. 9-10).

Después, mejoramos nuestra idea de la presencia de Dios.


Esta se representa frecuentemente por la imagen de Dios
como un Ojo. La ubicuidad del ojo divino es un signo
adecuado de la angustia humana ante la divinidad. El ojo es
la función del espacio, pero es al mismo tiempo la función de
la ausencia. Se ve únicamente la parte del espacio en que no
está uno, y esta marca negativa matiza fuertemente la
visión, si se mantiene aislada de los demás sentidos, por una
especie de antagonismo entre el ojo y lo que ve. Hay como
una agresión del ojo divino, y eso quiere decir que debe de
haber algo intolerable y radicalmente falso en la imagen de
Dios como Ojo (una vez sabido que Dios no soporta ser
visualizado como imagen), puesto que se le convierte
entonces en la imagen de la visualización. Sé muy bien que
Dios no es visto, pero ve: así se expresa la Biblia misma.
Pero eso no me hace cambiar de parecer, puesto que quien
ve no es Ojo. Dispone de dos ojos, condición necesaria para
percibir el relieve y guiar de este modo el movimiento para
llegar y tocar su término: tu mano que guía». La visión
binocular es la que establece ya alianza con el resto del
cuerpo y con el tacto, sentido hacia el que todo este salmo
nos orienta. La iconografía más antigua, en efecto,
representa a Dios por una mano.

(Y a la inversa, el hombre que tapa uno de sus ojos con una


mano para dilatar desmesuradamente el otro, es el
condenado del juicio final, según Miguel Ángel, fijo su único
ojo en la visión de la ausencia).

En este salmo, Dios conoce, cosa muy distinta de ver. «Me


sondeas», primera expresión de este poema, designa ese
tipo de visión que supera la pura visión al rasgar las
superficies. Dios sondea y penetra, estrecha, alcanza y
agarra. Digámoslo una vez más, es preciso que el rostro de
Dios llegue a tocar su imagen, pues la imagen expresa lo
universal y sólo el tacto capta lo concreto. Tal es el
movimiento del salmo, hasta llegar a un punto central.

Precisamente a partir de este punto, que llamamos «punto


de creación», del mismo modo que se dice «punto de fuga»
o «punto de vista», se construye el salmo, en una bella
oposición entre lo extenso, espacio diseminado que es lo
exterior al encuentro o el lugar de la acción negativa de Dios,
y la bola cálida del embrión en la noche del seno materno,
en que Dios actúa positivamente:
Tú has creado mis entrañas,
me has tejido en el seno materno.
Te doy gracias, porque eres sublime
y te distingues por tus hechos tremendos...
Cuando en lo oculto me iba formando
y entretejiendo en lo profundo de la tierra,
tus ojos veían mi embrión,
mis días estaban modelados (vv. 13-16).

Si hay un texto en que el movimiento natural del hombre se


incurva sobre sí mismo hasta llegar a un punto central que
es el único a partir del cual se puede narrar la creación, es
precisamente éste. El espacio aparece como el elemento a
partir del cual empuja Dios al hombre fuera del vacío. Pero
Dios no echa al hombre fuera del vacío para llevarlo hasta
una forma cualquiera de super-espacio. A través del cosmos
vaciado por la noche, Dios conduce al hombre hacia lo pleno,
hacia el embrión ciego tal como Dios lo ha querido.

Si digo: «Que al menos la tiniebla me encubra,


que la luz se haga noche en torno a mí»,
ni la tiniebla es oscura para ti,
la noche es clara como el día (vv. 11-12).

La visión que ha sido capaz de rasgar toda la oscuridad no es


ya la visión de que hablábamos hace un momento, sino que
se ha unido con las tinieblas. La luz es otra luz, no es ya lo
contrario de la noche, puesto que Dios está allí. Ha
recuperado la presencia. Dios no está en el espacio, tal como
el comienzo del salmo lo representa. El ojo del hombre, para
el que Dios es simplemente invisible, capta precisamente, en
el espacio, la ausencia de Dios. Pero la visión se invierte en
la noche. Se repliega desde el espacio hasta el centro
nocturno, hasta el «punto de creación». En ese «punto de
creación» encontramos además, después de nuestra lectura,
como un punto de condensación para muchos de nuestros
salmos. El salmo 8 contemplaba las estrellas, pero nos
conducía hacia la imagen de los recién nacidos. El salmo 19
iba desde la bóveda celeste hasta el punto más recóndito
que caliente el sol y hasta lo más oculto del hombre
sometido a la Ley. El salmo 104 escrutaba la precariedad del
ser vivo y su secreto. Ahora, el salmo 139 completa el
periplo espacial tomando como punto de partida el elemento
prenatal, en que el ser a punto de nacer ocupa el centro más
escondido del mundo, en la germinación de la vida. Allí lo ve
Dios con una visión distinta que la del hombre.

Esta visión de Dios fijando sus ojos en el embrión merece


que detengamos en ella nuestras meditaciones. Nuestro
cuerpo está situado en el mundo, como ya sabíamos, pero
¡qué camino tan largo el que va de las superficies contra las
que se estrella el ojo hasta ese cuerpo que es de por sí un
interior, lo contrario por consiguiente de una superficie, pero
que permanecía aun extraño a toda mirada hasta tanto no
saliera a la luz! También sabíamos que ya Dios ve en
nosotros más profundamente que nosotros mismos, pero la
manera bíblica de decirlo es más completa y más simple: por
delante de mi conciencia va mi cuerpo; por delante de mi
cuerpo, mi ser embrionario en el seno de mi madre, y allí es
precisamente donde Dios me ve. Para el «yo», que habla en
este poema redactado en primera persona, el centro del
cuerpo prenatal es a la vez el centro de la tierra y el de la
presencia divina:

Cuando en lo oculto me iba formando


y entretejiendo en lo profundo de la tierra (v. 15).

De ahí que resulte llamativo el hecho de que el antiquísimo


comentario judío a los salmos llamado Midrash Tehillim
aplique todo este poema a Adán, nacido de la tierra, aunque
para ello aduce motivos distintos, no tomados de este
versículo.

El mismo comentario nos introduce en el espacio de silencio


elocuente que liga los textos con los textos, del mismo modo
que refiere las constelaciones a las constelaciones, cuando
habla del embrión y de la visión de Dios. Para ello, sin
embargo, elige un salmo distinto, el salmo 8, en su v. 3, a
propósito de «los niños de pecho». Cuando Israel —leemos—
estaba en el Sinaí para establecer la alianza con Dios, «el
vientre de las mujeres embarazadas se hizo transparente
como el cristal, de manera que los embriones pudieron ver a
Dios y conversar con él». De un modo más indirecto, Jesús
enseña, a propósito de los «pequeños», que «sus ángeles
contemplan sin cesar el rostro de mi Padre» (Mt 10,10).

Cuando circula por el espacio cósmico, el salmista da la


impresión de tomar conciencia de la muerte, y cuando se
encuentra con el lugar prenatal, es que ha dado con el punto
de partida de la vida. En esta escena asistimos a un combate
entre la muerte y la vida. Primero el vuelo aturdido del
insecto nocturno atrapado en el círculo de luz: se destruye.
Luego, su reposo cuando se extingue, pues la noche es su
luz:

Que la luz se haga noche en torno a mí (v. 11b).

El mismo drama se desprende de otros textos. No sólo en el


salmo 139 que estamos leyendo, sino muchas veces a lo
largo de la Escritura, encontramos el mapa de lo que
podríamos llamar el itinerario absoluto: la cumbre más alta,
el abismo más hondo, el horizonte más lejano. Cuando el
escenario se organiza de este modo, es que todo está
dispuesto para que en él aparezca la muerte o para que sea
posible adivinarla tan sólo: forma de aparición aún más
expresiva cuando de ella se trata. El capítulo 28 de Job, por
ejemplo, describe el curso de la Sabiduría sobre todas las
dimensiones de los ejes cósmicos, y hasta el final. Pero como
ese final es el tema que preocupa a todos los personajes del
Libro de Job en todas sus conversaciones, lo abordan desde
muy cerca. En el Nuevo Testamento, Pablo (Rm 10; Ef 4,8-
10) nos hace leer ese mismo itinerario (ayudándose de Dt
30,11-14) como si fuera el recorrido por Cristo, elevado
hasta la cumbre, abatido hasta el fondo del abismo, hallado
por el Padre en el seno de la muerte. En cuanto al Libro de
Jonás, le debemos la edición en colores de un esquema
análogo, pero más especialmente semejante al del salmo
139.

¿A donde iré lejos de tu aliento? (v. 7).


Así hubiera podido hablar este profeta. Huye más allá de los
mares, luego desciende a lo más profundo, hasta las
tinieblas del vientre desde donde implora. Devuelto a la vida,
ya es capaz de hablar de Dios. Pero todavía sin
comprenderle, pues Jonás desea la muerte a los hombres de
Nínive. También él hallará su «punto de creación». Jonás ha
atravesado el espacio y el abismo, pero Dios se hace sentir a
través de un gusano y de las hojas de un árbol, que secan
repentinamente cuando el gusano roe sus raíces y Jonás se
ve privado de sombra. Dios le dice entonces: «Estás triste
porque esas hojas ya no verdean. ¿No habría yo de
entristecerme al ver morir a los niños de Nínive, a todos los
que no saben distinguir su mano izquierda de su derecha? Yo
soy el creador de esos niños, mientras que tú, Jonás, no has
hecho brotar esas hojas». Ahí tenemos una nueva
meditación de la creación que remata en lo más frágil que
hay en el ser vivo.

La visión de Dios, por lo que tiene de presencia, es también


una suerte de tacto. Dios actúa sobre eso que aún no ha
nacido. Lanza su palabra y su camino. Su camino; no a
golpes contra las paredes mortíferas del mundo, sino
centrado de nuevo a partir del «punto de creación»:

Mira si mi camino se desvía,


guíame por el camino recto (v. 24).

También lanza su palabra, y es el salmista el que lo dice:

No ha llegado la palabra a mi lengua


y ya, Señor, te la sabes toda (v. 4).

De buena gana recojo el comentario del midrash, que


interpreta así las palabras del salmista: «Ningún salmo,
ningún canto, ninguna meditación que yo deba componerte
son ahora desconocidos». Así, pues, en el acto de decir un
salmo se revela al salmista el origen de su palabra en la
divina palabra creadora, o también el ámbito de la divina
palabra creadora que sería su propia palabra de salmista.
Para el comentario judío está claro que el salmista hablaba
de sí mismo, puesto que dice «yo». También está claro,
puesto que a sus ojos representa a Adán, que el salmista
habla en nombre de todos los hombres. Por otra parte, el
midrash ha señalado que, con ese retorno a la noche, el
salmista unía en su mirada la muerte v el nacimiento. De ahí
que el comentario judío vuelva una y otra vez sobre el tema
de la resurrección. Para terminar, se pregunta acerca del
versículo siguiente:

Tus ojos veían mi embrión,


mis días estaban modelados,
escritos todos en tu libro, sin faltar uno (v. 16).

Este es su comentario: «Esto quiere decir que el día en que


Dios modeló a Adán, escribió en su libro el nombre de todos
aquellos a los que quería dar el ser, desde los tiempos de
Adán hasta los tiempos de la resurrección de los muertos.
También leyó Dios a Adán los nombres de cada generación y
de sus predicadores, de cada generación y de sus dirigentes,
de cada generación y de sus sabios, de cada generación y de
sus profetas, de cada generación y de sus escribas y de sus
hombres de talento hasta los tiempos de la resurrección de
los muertos».

Los cristianos deben sentirse cerca de este antiguo


comentarista judío cuando encuentran en su «misal
romano», como segunda antífona propuesta para el día de
Pascua:

He resucitado y estoy contigo.

traducción ligeramente refundida del surrexi et adhuc tecum


sum, que pretendía sugerir la idea de resurrección en el
Salterio de la Vulgata. Pero también se puede traducir,
palabra por palabra, pensando en los días del hombre:

Si los desmenuzo, aún me quedas tú.


¿Quién podría limitar la gracia de este versículo a una sola
evocación? Nacimiento que nos arranca de la muerte cada
mañana. Salir de las tinieblas de la plegaria con una
respuesta de Dios. Pero a la vez fórmula perfecta de
exultación nupcial que nos hace enlazar (otro símbolo de
resurrección) con el himno del sol según el salmo 19:

El sale como un esposo de su alcoba,


contento como un héroe, a recorrer su camino (Sal 19,ó).

Del mismo modo que el curso del sol nos conduce hasta los
ámbitos más secretos, también nuestra fe en la resurrección,
que quizá habrá sufrido por verse demasiado expuesta al sol,
encuentra provechoso seguir los caminos del salmista, más
sombríos.

PAUL BEAUCHANO
LOS SALMOS NOCHE Y DÍA
Ediciones CRISTIANDAD
MADRID-1981. Págs: 179-185

4. DIOS ME CONOCE

Para muchas personas familiarizadas con la oración de los


salmos, éste es el salmo preferido, porque les suscita un
hondo sentimiento de la presencia de Dios. La interpretación
que aquí proponemos tal vez hiera esta actitud espiritual,
porque nos parece claro, interpretando el salmo en su
sentido más literal, que esta presencia de Dios en la vida del
salmista, este sentirse conocido de Dios, no se evoca y
describe como una gozosa experiencia espiritual, sino como
una intromisión divina tremendamente incómoda. La prueba
es que cuenta también el salmista sus esfuerzos reiterados
(e inútiles) por escapar de Dios. Hasta que se rinde.

¿Qué le pasaba al salmista, que, como a Adán y Eva después


de su desobediencia, no podía soportar la mirada de Dios? Es
evidente que, si se esconde de Dios, algo hay en su vida que
no anda bien. Pero como el autor no nos lo cuenta, cada uno
de nosotros puede aplicar el salmo a sus propios problemas
de conciencia, cualesquiera que sean. A todos se aplica la
urgente necesidad de ser sincero con Dios y consigo mismo.

Sentido histórico

Salmo didáctico sobre la omnisciencia de Dios. En otros


salmos, el autor descubre y adora a Dios contemplándolo en
la creación exterior: el cielo estrellado, una tempestad, la
vida que hormiguea sobre la faz de la tierra, etc. Este
salmista contempla a Dios no mirando hacia afuera, sino
dentro de sí mismo, en el sacrarium o lugar recóndito que
todo hombre lleva en su conciencia, donde Dios le habla
(Gaudium et spes, 16). Entra dentro de sí mismo y se
encuentra con Dios, se siente conocido por él, y esto le da
confianza y fuerza para hacer frente a la hostilidad y el
desprecio de que le hacen objeto unos descreídos.

Empieza constatando el hecho de que toda su vida está


presente a Dios. De acuerdo con las leyes de la poesía
hebrea, la totalidad se expresa por medio de los contrarios:
orar «día y noche» es como decir «orar sin cesar». Aquí,
«cuando me siento o me levanto» (v.2a) equivale a «haga lo
que haga»; lo mismo, «mi camino y mi descanso» (v.3a). En
el lenguaje bíblico, la vida es un itinerario, que hay que
recorrer según la voluntad de Dios; por eso, a «distingues mi
camino y mi descanso», añade: «todas mis sendas te son
familiares» (v.3b). Pero hay más: Dios no sólo conoce mis
obras cuando las hago, sino que las «ve» cuando las planeo:
«de lejos penetras mis pensamientos» (v.2b). Lo mismo
ocurre con las palabras. Sabemos lo que piensan los demás
cuando nos lo dicen. Para la mentalidad primitiva, hasta
Dios, si no se le dice lo que queremos, y en voz alta, no se
entera. Cuando Ana, la futura madre de Samuel, pedía a
Dios en el santuario de Silo angustiadamente que le
concediera un hijo, era tan humilde y discreta que «se
movían sus labios, pero no se oía su voz» (1 Sam 1,13); por
eso el sacerdote Elí la tomó por ebria. Como los niños, que si
no leen en voz alta no se entienden ellos mismos. También
san Agustín cuenta, en sus Confesiones, que cuando iba a la
casa de san Ambrosio, que le catequizaba, lo encontraba a
veces estudiando; y era Ambrosio tan sabio e intelectual
que, como Ana, no necesitaba pronunciar las palabras, sólo
movía los labios. Pues bien: cuando al salmista no le ha
salido aún la palabra de la lengua, el Señor ya se la sabe
(v.4).

El salmista se siente «estrechado detrás y delante» por Dios,


que le cubre con la palma de su mano (v.5). Pero no es que
se imagine que Dios le impone la mano cariñosamente, como
cuando Jesús acariciaba a los niños, sino que siente muy
pesada e incómoda la mano divina, como cuando Ezequiel
sentía que la mano de Dios pesaba sobre él. La imagen es
como la de alguien que tiene atrapada con la mano una
mosca o una lagartija, que se revuelven tratando inútilmente
de escapar. Tener conciencia de que nada de lo que haga,
diga o piense escapa a la mirada de Dios, no tiene para él
nada de agradable. Pero por muy incómodo que le resulte, la
verdad es que es como para maravillarse de la ciencia de
Dios: «Tanto saber me sobrepasa; es sublime y no lo
abarco» (v.6). Atención, que por ese camino de la
admiración es por donde el salmista dará el vuelco.

A continuación describe los esfuerzos que ha hecho para huir


de la mirada de Dios (vv.7-12). En el lenguaje poético del
salmo, se describe como desplazamientos en el espacio lo
que en realidad son sólo movimientos del corazón. Se
pregunta a dónde podría ir que quedara lejos del aliento (o
espíritu) de Dios, de su mirada (v. 7). Lo ha intentado en
todas las direcciones posibles, pero por muy arriba que haya
subido, hasta lo alto del cielo, o muy abajo que haya
descendido, hasta el abismo, «allí estás tú... allí te
encuentro» (v.8). Ha ido «hasta el margen de la aurora», o
sea más al este de donde sale el sol, y ha emigrado «hasta
el confín del mar», es decir, en la dirección opuesta, hacia el
oeste (v.9), como Jonás cuando, huyendo de Dios y de su
orden de ir a Nínive, se embarcó en una nave de Tarsis
(Cádiz), en el extremo occidental del mundo entonces
conocido. Pero por lejos que vaya en una dirección o en la
opuesta, «allí me alcanzará tu izquierda, me agarrará tu
derecha» (v. 10). Antes, Dios lo tenía atrapado con una
mano; ¡ahora es con las dos! ¿Qué más puede intentar? Los
niños, para que no les vean, se tapan la cara, o apagan la
luz. Pero ni así: «ni la tiniebla es oscura para ti, la noche es
tan clara como el día» (en el Exsultet de la vigilia pascual se
canta: «Esta es la noche de la que dice el salmista: la noche
es tan clara como el día»).

Tras contar sus inútiles intentos de evitar la mirada de Dios,


ahonda de nuevo en el tema del conocimiento que Dios tiene
de su vida. No sólo Dios sabe todo cuanto hace, dice o
simplemente piensa, sino que ya lo sabía antes de que
naciera. Para ello describe el proceso de su gestación (vv.13-
16), como si Dios le hubiera dicho, al igual que a Jeremías:
«Antes de haberte formado yo en el seno materno, te
conocía, y antes de que nacieses, te tenía consagrado» (Jr
1,5). ¿Qué sabían los israelitas de aquellos lejanos siglos del
proceso del origen de la vida y del desarrollo del embrión
humano? Lo suficiente para inclinarse ante este misterio
maravilloso y adorar al Creador, a quien de modo inmediato
se atribuye todo lo que va sucediendo en el vientre de la
madre que ha concebido: «Tú has creado mis entrañas, me
has tejido en el seno materno» (v.13); luego hablará de que
lo ha ido «entretejiendo» (o «bordando») (v. 15), bella
metáfora para describir el delicado primor con que van
apareciendo, a partir de un primer coágulo (los antiguos
entendían la concepción como una mezcla de sangre paterna
y materna, y todavía nosotros hablamos de «ser de la misma
sangre»), órganos y miembros minúsculos, hasta
desplegarse en la compleja maravilla del cuerpo humano.
Con una metáfora común a todas las culturas, el seno
materno se compara a una tierra fecunda, tal como
inversamente se suele hablar de la «madre-tierra». Pero
apenas iniciada esta poética descripción (éste podría ser el
salmo anti-aborto), el salmista estalla en un segundo y más
ferviente grito de admiración, por el modo admirable como lo
ha creado: «Te doy gracias porque me has escogido
portentosamente, porque son admirables tus obras» (v.14),
y porque ya entonces Dios sabía todo lo que un día él sería y
haría: «conocías hasta el fondo de mi alma» (v. 14), «tus
ojos veían mis acciones, se escribían todas en tu libro,
calculados estaban mis días, antes que llegase el primero»
(v. 16).

Es en este punto, a partir de la contemplación del misterio


de la vida y de la sabiduría providente de Dios, que el
salmista profiere el tercero, supremo y definitivo de sus
cantos de admiración (vv.17-18). No es que Dios
simplemente esté enterado de antemano de lo que va a ser
la vida de cada hombre, de cada uno de los millones de
hombres que han existido o existirán, sino que lo dispone
todo admirablemente: «¡Qué incomparables encuentro tus
designios, Dios mío, qué incomparable es su conjunto!»
(v.17). Estos infinitos designios son los planes que Dios tiene
para cada uno de los hombres que crea. ¿Quién será capaz,
no ya de conocerlos, sino siquiera de contarlos? Como los
descendientes prometidos a Abrahán, «son más que arena»
(18a). Pero si, por un imposible, alguien fuera capaz de
conocer tantos designios divinos, le quedaría todavía el
mayor de los misterios, el misterio de Dios en sí mismo: «si
los doy por terminados, aún me quedas tú» (v. 18b)

Ahora vienen los vv. 19-22, suprimidos del libro de la


Liturgia de las Horas por su tono imprecatorio, pero que son
precisamente los que dan la clave para entender la situación
de vida del salmista, y por tanto el sentido principal del
salmo. Si los suprimimos, no se ve por qué el salmista, que
al comienzo protestaba de la intromisión de Dios en su vida,
acaba pidiendo: «sondéame y conóceme». Estos versículos,
ciertamente duros, no han de entenderse como imprecación
o maldición, sino como conversión. Paralelamente a la
expresión de incomodidad ante la mirada de Dios y a las
vanas tentativas de escapar a ella, han brotado tres
expresiones de admiración. La tercera desemboca ya en una
adoración del misterio de Dios y se insinúa el acatamiento de
sus designios o planes; en definitiva: de su Ley, camino de
vida. Decide no huir más de Dios y sometérsele. Algo tendrá
que cambiar en su vida. Esto es lo que expresan estos
versículos, sólo que, en el estilo concreto de la mentalidad
hebrea, en el que las ideas abstractas se ejemplifican y se
personifican, su propósito de cambio de vida y de
apartamiento del mal se expresa como rechazo «al
malvado», «a los que hablan de ti pérfidamente», «los que
te aborrecen», «los que se te rebelan» (que es precisamente
lo que él estaba haciendo hasta aquel momento); a éstos,
que Dios los mate, que se aparten de él, pues los aborrece y
los odia con odio implacable. Esto mismo, pero expresado de
modo positivo, se dice en la conclusión (vv.23-24): que yo
no viva más según aquel modelo contrario a la voluntad de
Dios, antes bien «sondéame y conoce mi corazón... mira si
mi camino se desvía, guíame por el camino recto».

Contenido doctrinal

La palabra clave del salmo es el verbo yadah, que


traducimos genéricamente por «conocer», pero que en la
Biblia es mucho más que saber, tener noticia o estar
informado; es una actitud que compromete a toda la
persona. Si tiene por objeto a Dios, equivale a lo que
nosotros llamaríamos «hacer experiencia de Dios» (p. ej., se
dice que el pequeño Samuel «no conocía a Yahvé», cuando
se había criado en el santuario de Silo; quiere decir que no
tenía aún experiencia de la revelación profética (1 Sam 3,7).
Y ante el culto superficial de los israelitas clama Oseas que
Dios quiere «amor, no sacrificios; conocimiento de Dios, más
que holocaustos» (Os 6,6); aquí amor y conocimiento
aparecen en paralelismo sinónimo. Y cuando el sujeto es
Dios, entraña la elección divina, como cuando conoce a
Abrahán (Gn 18,19), dice que «entre todas las familias de la
tierra, sólo os he conocido a vosotros» (Am 3,2), conoce a
Jeremías antes de nacer(Jr 1,5) o predestinaalos que han de
hacerse conformes a la imagen de su Hijo (Rm 8,29). El
conocimiento que Dios tiene de las cosas no es causado por
éstas, sino que es la causa de que existan.
El verbo conocer aparece en este salmo marcando una
inclusión: al principio en indicativo, "tú me sondeas y me
conoces (v. l ); al final, en imperativo de súplica, «sondéame
y conoce mi corazón» (v.23). Al principio el salmista
constataba como grave incomodidad la intromisión de Dios
en su vida (tal como Adán y Eva después del pecado no
soportaban la mirada de Dios) y trató por todos los medios
imaginables de escapar de ella, pero al final, pronto a
rectificar lo que haya que cambiar, acaba pidiendo a Dios
que entre de lleno en su vida y la dirija. Los vv. 19-22 han
de entenderse no como deseo de odio o venganza contra los
malvados, sino como rechazo al estilo de vida que llevan al
margen de Dios y de su Ley, como propósito de conversión.
Estos versículos, que rechazamos porque nos parecen
imprecatorios, dicen en realidad lo mismo que los versículos
finales, aunque con otro lenguaje. Primero (vv. 19-22) dice
que ya no quiere vivir más según el modelo de los que
rechazan a Dios y a su Ley; luego pide a Dios que le ayude a
cumplir este propósito: sondéame, mira si me desvío y
rectifica mi camino.

Aplicaciones prácticas y perspectivas

Meditamos la Palabra de Dios para conocerle más a él y para


conocernos más a nosotros mismos, sacando luego las
consecuencias pertinentes.

La liturgia aplica tradicionalmente este salmo al día de


Pascua (el antiguo introito combina los vv. 18 y 5-6:
Resurrexi et adhuc tecum sum... posuisti super me manum
tuam... mirabilis facta est scientia tua) y a las fiestas de
apóstoles (por los vv. 1-2 y 17, según la antigua versión
latina: Mihi autem nimis honorificati sunt amici tui, Deus).
Los apóstoles son los amigos del Señor, y nosotros los
honramos en gran manera.

El pensamiento de que Dios nos conoce nos proporcionará,


en medio de tantas dudas y altibajos circunstanciales o
temperamentales, la única firme seguridad. Dios nos conoce
mejor que lo que nosotros mismos nos conocemos. Sólo él
sacia el afán que tenemos de ser comprendidos y sana el
dolor de las incomprensiones. Mi "yo" más auténtico es el
conocimiento que él tiene de mi y de mi futuro, pues además
de un plan universal de salvación tiene un plan particular
para cada uno de nosotros: es nuestra vocación. Descubrir
este plan y aceptarlo generosamente: he aquí el secreto de
nuestra verdadera realización.

Puntos de revisión

¿Hay algún sector de mi vida que trato de esconder a Dios, o


que trato de esconderme a mí mismo? ¿Doy más importancia
a mis propios planes que a los de Dios? ¿Respeto el plan de
Dios sobre mis hermanos en cuanto puedo conocerlo, y soy
prudente en cuanto no lo conozco? ¿Podría decir, como
Newmann "No moriré, porque no he pecado contra la luz"?

Oración

«La Palabra de Dios escruta los sentimientos y pensamientos


del corazón. No hay para ella criatura invisible: todo está
desnudo y patente a los ojos de Aquél a quien hemos de
darcuenta» (Heb 4,1 2-13). El Señor no sólo conoce lo que
hago, sino también por qué lo hago. Ve claramente incluso
aquellas motivaciones oscuras de las que yo mismo no tengo
clara conciencia. Me sondea y me conoce tan a fondo que, si
tengo la humildad de preguntárselo, me podrá decir quién
soy yo. Me explicitará lo que yo no me atrevo a confesarle ni
a confesarme. Conoce perfectamente mis obras cuando no
son más que proyectos; mis palabras cuando no pasan de
pensamientos; mis deseos cuando son aún tendencias vagas
y ambiguas, capaces de concretarse en tal o cual sentido.
Muchas veces he pensado que volviéndome de espaldas a él
ya no me vería. He tratado inútilmente de huir de su mirada.
Pero por lejos que vaya con mis divagaciones, o con mi
activismo, los chispazos de la conciencia, voz de Dios, me
persiguen. Me volveré, pues, a mi Señor y Creador y le diré:
¡Qué incomparables encuentro tus designios! Te doy gracias
porque me has creado, y porque cuando me he apartado de
ti, tú no me has abandonado. Quiero que sigas
persiguiéndome con tu solicitud de Buen Pastor y que
penetres en aquella intimidad secreta que en vano he
tratado de ocultarte. Haz que me conozca tal como tú me
conoces, y que el conocimiento eficaz que de mí tienes, que
es tu plan de salvación y mi vocación, manifestado en las
múltiples formas por las que tu Palabra me llega, sea en
adelante la brújula de mi existencia. Si mi camino se desvía,
rectifícalo. Guíame hacia la vida eterna.

HILARI RAGUER
DOSSIERS-CPL/82

5. ME CONOCES A FONDO

«Señor, tú me sondeas y me conoces: me conoces cuando


me siento o me levanto; de lejos penetras mis
pensamientos; distingues mi camino y mi descanso; todas
mis sendas te son familiares; no ha llegado la palabra a mi
lengua, y ya, Señor, te la sabes toda. Tanto saber me
sobrepasa; es sublime, y no lo abarco».

Conoces mis pensamientos, mis palabras, mis idas y


venidas, mis motivos y pasiones, mi lealtad y mis fallos, mi
carácter, mi personalidad. Me conoces mejor que yo mismo.
Me entiendes aun en lo que yo no me entiendo a mí mismo.
Me descansa saber que al menos hay alguien que me
entiende.

Sé que el conocimiento propio es el camino de la salud


mental y de la perfección espiritual. He trabajado por
conseguirlo sin éxito, y ahora caigo en la cuenta de que en ti
es donde me encuentro a mí mismo, en tu rostro veo el
reflejo del mío, en el conocimiento que tú tienes de mí es
donde he de encontrar el propio conocimiento que
afanosamente busco. Tratar contigo en la oración es la mejor
manera de llegar a conocerme a mí mismo. Esta iluminación
marca una nueva etapa en mi carrera espiritual.
Tú conoces hasta mi cuerpo, que, según empiezo a ver
ahora, juega un papel mucho más importante en mi vida de
lo que yo había creído hasta ahora, unido como está a mi
alma en vinculo íntimo de influencia mutua en existencia
fundida.

«Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el seno


materno. Conoces hasta el fondo de mi alma, no desconoces
mis huesos. Cuando en lo oculto me iba formando, y
entretejiendo en lo profundo de la tierra, tus ojos veían
todos mis miembros, y se inscribían en tu libro; los formaste
día a día, y ninguno se retrasó en su crecimiento. ¡Qué
incomparables encuentro tus designios, Dios mío, qué
inmenso su conjunto!»

Llévame a entender mi cuerpo día a día como lo entiendes


tú. Hazme apreciar esta maravilla de tu creación y amar el
don de la materia en mi cuerpo. Reconcíliame con lo que hay
de físico y material en mí y haz que me sienta orgulloso de
mi contacto con la tierra a través de la arcilla de mi cuerpo.

Hazme amar mis sentidos corporales, fiarme de su sabiduría,


seguir sus instintos. Haz que me sienta uno con la naturaleza
a través de su contacto, hasta llegar a establecer una
fraternidad de ver, oír y gustar con todo el mundo material
que tú has creado para que me haga compañía en mi camino
hacia ti.

Y luego llévame a que me entienda a mí mismo como un


todo, alma y cuerpo, sentidos y mente, sabiduría y locura,
tal como soy en la unicidad de mi carácter y en la santidad
de mi naturaleza, que lleva tu sello. Dame, Señor, la gracia
suprema del conocimiento propio frente a ti en el contexto
de tu creación entera. En esa gracia están todas las gracias.

Me conoces a fondo, Señor. Enséñame a conocerme a mí


mismo.

CARLOS G. VALLÉS
BUSCO TU ROSTRO
ORAR LOS SALMOS
Paulinas Sal Terrae, pág. 255s.
Santander-1989.

6. Benedicto XVI: «Dios lo ve todo»


Meditación en el Salmo 139

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 14 diciembre 2005


(ZENIT.org).- Publicamos la intervención de Benedicto XVI
durante la audiencia general de este miércoles dedicada a
comentar el Salmo 139, «Dios está en todas partes y lo ve
todo».

Señor, tú me sondeas y me conoces;


me conoces cuando me siento o me levanto,
de lejos penetras mis pensamientos;
distingues mi camino y mi descanso,
todas mis sendas te son familiares.

No ha llegado la palabra a mi lengua,


y ya, Señor, te la sabes toda.
Me estrechas detrás y delante,
me cubres con tu palma.
Tanto saber me sobrepasa,
es sublime, y no lo abarco.

¿Adónde iré lejos de tu aliento,


adónde escaparé de tu mirada?
Si escalo el cielo, allí estás tú;
si me acuesto en el abismo, allí te encuentro;

si vuelo hasta el margen de la aurora,


si emigro hasta el confín del mar,
allí me alcanzará tu izquierda,
me agarrará tu derecha.
Si digo: «que al menos la tiniebla me encubra,
que la luz se haga noche en torno a mí»,
ni la tiniebla es oscura para ti,
la noche es clara como el día.

1. En dos distintos momentos, la Liturgia de las Vísperas --


cuyos salmos y cánticos estamos meditando-- nos propone la
lectura de un himno sapiencial de límpida belleza y de
intenso impacto emotivo, el Salmo 139. Ante nosotros
tenemos hoy la primera parte de la composición (Cf.
versículos 1-12), es decir, las dos primeras estrofas que
exaltan respectivamente la omnisciencia de Dios (Cf.
versículos 1-6) y su omnipresencia en el espacio y en el
tiempo (Cf. versículos 7-12).

El vigor de las imágenes y de las expresiones tiene como


objetivo la celebración del Creador: «¡Si las obras creadas
son tan grandes --afirma Teodoreto de Ciro, escritor cristiano
del siglo V-- qué grande tiene que ser su Creador!»
(«Discursos sobre la Providencia» --«Discorsi sulla
Provvidenza»--, 4: «Collana di Testi Patristici», LXXV, Roma
1988, p. 115). La meditación del salmista busca sobre todo
penetrar en el misterio del Dios trascendente, que al mismo
tiempo está cerca de nosotros.

2. La esencia del mensaje que nos presenta es clara: Dios


sabe todo y está presente junto a su criatura, que no se
puede sustraer de Él. Su presencia no es amenazadora ni
quiere controlar; aunque ciertamente su mirada también es
severa con el mal, ante el cual no es indiferente.

Sin embargo, su elemento fundamental es el de una


presencia salvífica, capaz de abarcar a todo el ser y a toda la
historia. En pocas palabras, es el escenario espiritual al que
alude san Pablo al hablar en el Aerópago de Atenas, cuando
cita a un poeta griego: «en Él vivimos, nos movemos y
existimos» (Hechos 17, 28).

3. El primera pasaje (Cf. Salmo 139, 1-6), como decía, es la


celebración de la omnisciencia divina: se repiten, de hecho,
los verbos del conocimiento como «sondear», «conocer»,
«penetrar», «distinguir», «saber». Como es sabido, el
conocimiento bíblico va más allá del mero aprender y
comprender intelectivo; es una especie de comunión entre el
que conoce y el conocido: el Señor está, por tanto, en
intimidad con nosotros, durante nuestro pensar y actuar.

A la omnipresencia divina se dedica el segundo pasaje de


nuestro Salmo (Cf. versículos 7-12). En él, se describe de
manera palpitante la ilusoria voluntad del hombre de
sustraerse a esa presencia. Todo el espacio queda abarcado:
ante todo, el eje vertical «cielo-abismo» (Cf. versículo 8), y
después la dimensión horizontal, la que va desde la aurora,
es decir, de oriente, hasta llegar al «confín del mar»
Mediterráneo, es decir, occidente (Cf. versículo 9). Cada uno
de los ámbitos del espacio, incluso el más secreto, contiene
una presencia activa de Dios.

El salmista introduce también la otra realidad en la que


estamos sumergidos, el tiempo, simbólicamente
representado por la noche y la luz, la tiniebla y el día (Cf.
versículos 11-12). Incluso la oscuridad, en la que es difícil
avanzar y ver, está penetrada por la mirada y por la
manifestación del Señor del ser y del tiempo. Siempre está
dispuesto a tomarnos de la mano para guiarnos en nuestro
camino terreno (Cf. versículo 10). Por tanto, no es una
cercanía de juicio que causa terror, sino de apoyo y
liberación.

De este modo, podemos comprender cuál es el contenido


último, esencial, de este salmo: es un canto de confianza:
Dios está siempre con nosotros. Incluso en las noches
oscuras de nuestra vida, no nos abandona. Incluso en los
momentos difíciles, está presente. E incluso en la última
noche, en la última soledad en la que nadie puede
acompañarnos, en la noche de la muerte, el Señor no nos
abandona. Nos acompaña también en esta última soledad de
la noche de la muerte. Y por este motivo, los cristianos
podemos tener confianza: nunca estamos solos. La bondad
de Dios siempre está con nosotros.

4. Hemos comenzado con una cita del escritor cristiano


Teodoreto de Ciro. Concluimos ahora encomendándonos a él
y a su «Cuarto Discurso sobre la Providencia» divina, pues
en definitiva éste es el tema del Salmo. Reflexiona en el
versículo 6, en el que el orante exclama: «Tanto saber me
sobrepasa, es sublime, y no lo abarco». Teodoreto comenta
este pasaje profundizando en la interioridad de la conciencia
y de la experiencia personal y afirma: «Recogido en mí
mismo y entrando en mi propia intimidad, alejándome de los
rumores externos, quise sumergirme en la contemplación de
mi naturaleza … Reflexionando en esto y pensando en la
armonía entre la naturaleza mortal y la inmortal, quedé
sobrecogido por tanto prodigio y, al no lograr contemplar
este misterio, reconozco mi fracaso; es más, mientras
proclamo la victoria de la sabiduría del Creador y le canto
himnos de alabanza, grito: «Tanto saber me sobrepasa, es
sublime, y no lo abarco» («Collana di Testi Patristici», LXXV,
Roma 1988, pp. 116.117).

[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Al final


de la audiencia, el Santo Padre saludó a los peregrinos en
varios idiomas. Estas fueron sus palabras en castellano:]

Queridos hermanos y hermanas:


El Salmo proclamado hoy es una meditación profunda sobre
la trascendencia de Dios, y también de su cercanía y
preocupación por todos nosotros. Él lo sabe todo, nada se le
oculta: cada instante, hasta en lo más íntimo de la vida
humana y de la historia, le resulta diáfano. Pero su forma de
conocer no es lejana o indiferente, sino que comporta una
especie de comunión e interés por cada ser humano. Por eso
nada puede esconderse a sus ojos ni oponerse a su
presencia salvífica, por más que a veces el hombre trate de
ocultarse o se crea ignorado de Dios. Por el contrario, su
mano está siempre dispuesta a tomar la nuestra para
guiarnos en nuestro itinerario terreno.

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española que


han participado en esta audiencia. En este tiempo de
Adviento, os invito a todos a prepararos con recogimiento
interior para la celebración gozosa de la Navidad.

Muchas gracias por vuestra visita.

7. 28-XII-2005

El Papa afirma que «Dios ve ya en el embrión todo el futuro


de cada ser humano»
ROMA. Con un lenguaje de inmensa ternura, Benedicto XVI
afirmó ayer que «Dios ve ya en el embrión informe todo el
futuro de cada ser humano», pues «la mirada amorosa y
benévola de Dios se fija ya en esa pequeña realidad
ovalada».

A pesar del frío, la audiencia general se celebró en la Plaza


de San Pedro debido al gran número de peregrinos, y el Papa
se protegió de las fuertes rachas de viento gélido con un
abrigo, una muceta y el vistoso «camauro» de terciopelo rojo
y armiño estrenado la semana pasada.

En su comentario al salmo 139, el Papa afirmó que «el ser


humano es la obra maestra de la creación, y Dios le presta
una particular atención ya desde sus primeros momentos».
Según el Santo Padre, el salmista «describe la acción divina
dentro del seno materno recurriendo a las clásicas imágenes
bíblicas», al tiempo que compara la tarea generatriz de la
madre con la fertilidad de la tierra, con el trabajo del
escultor, del alfarero o del tejedor, «que evoca la delicadeza
de la piel, de la carne y de los nervios «entretejidos» en el
esqueleto óseo».
Pero, sobre todo, el Papa considera «extraordinariamente
poderosa» la idea de que «Dios ve ya en ese embrión
informe todo el futuro de esa criatura: en el libro de la vida
están ya escritos todos los días que vivirá y colmará de obras
durante su existencia terrena. De cada uno conoce todo: su
pasado y su futuro, sin descuidar nada ni a nadie».

«Canto bíblico al ser humano»

En un comentario espontáneo, al margen del texto del


discurso, el Papa añadió que el interés divino «manifiesta la
grandeza de esta pequeña criatura no nacida, formada por
las manos de Dios y rodeada de su amor. Es un canto bíblico
al ser humano, desde el primer momento de su vida».

El Santo Padre evitó mencionar siquiera la palabra «aborto»


o cualquier otra agresión al pequeño ser maravilloso del que
hablaba. Igual que en su homilía de la misa del Gallo -
cuando dijo que el amor de Dios «brilla sobre cada niño,
incluso sobre los que todavía no han nacido»-, Benedicto XVI
abordó el problema por elevación, subrayando la gran
dignidad del ser humano y el inmenso amor con que Dios
presta atención a cada uno.

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