Sie sind auf Seite 1von 9

ADOLESCENCIA Y PUBERTAD *

Adolfo León Ruiz L. **

1.- La adolescencia.

Hoy en día se habla mucho de los adolescentes. Incluso -aunque ha sido una
temática que, quizás debido a que el concepto no es, estrictamente hablando, un
concepto psicoanalítico, había despertado en los psicoanalistas relativamente
poco interés-, hoy en día, no obstante, encontramos psicoanalistas de la AMP
trabajando en torno a ella e, incluso, a la problemática social de los adolescentes.
El sentido que actualmente se le da al término adolescencia, tiene un origen
relativamente reciente y el interés que despierta parece ser un fenómeno propio
de la cultura occidental. Podríamos decir que los adolescentes representan una
incógnita, un enigma, una pregunta, tanto para los adultos como para ellos
mismos y que todo esto provoca un malestar social que toma las peculiaridades
propias de cada época.

Pese a lo nuevo del concepto y a que no en todos los momentos de la historia ni


en todas las civilizaciones está reconocida una “etapa adolescente”, si es común
encontrar manifestaciones de la cultura que establecen un momento de quiebre,
una ruptura, una separación, entre la condición del niño y la condición del adulto.
En las llamadas sociedades tradicionales, estas manifestaciones aparecen como
rituales de paso, cuyo momento de realización está generalmente asociados a la
aparición de los signos de maduración física. Mediante ceremoniales de variada
duración, propios de cada grupo cultural y que usualmente involucran la
producción de alguna marca sobre el cuerpo, se signa esta ruptura, determinando
un nuevo tipo de inserción social para el sujeto que los ha sobrellevado.

En casi todos estos ritos aparecen formas simbólicas de tratar cuestiones


probablemente generalizables a todas las culturas: la separación de los padres, el
paso de la dependencia a la independencia, el acceso a las relaciones sexuales,
etc. Podríamos decir que ellos son la manifestación de un momento de corte entre
la familia y la sociedad, que lleva al joven a desprenderse de la familia y a los
padres a separarse y a entregar a los hijos a la colectividad.
2.- Pubertad y adolescencia: dos significantes en tensión.

Ninguno de los dos es, estrictamente, un término del psicoanálisis, si bien Freud lo
utilizó en referencia a un momento de modificación de la pulsión sexual, pubertad
es un término arraigado en la medicina. El Diccionario de la Real Academia
Española la define así: “Pubertad. (Del lat. pubertas, -ātis). f. Primera fase de la
adolescencia, en la cual se producen las modificaciones propias del paso de la
infancia a la edad adulta”.1

Etimológicamente, el Diccionario médico-biológico, histórico y etimológico anota:


Pubertad (del latín pūbēs [vello púbico] + tāt[em]) f. (Fisiol.) Período de la vida en
que se adquiere la madurez sexual, es decir, el comienzo de la función de los
órganos reproductores, indicada en el hombre por la erección y eyaculación y en
la mujer por la menstruación. El significado deriva de pūber “joven con vello
púbico”. Del latín antiguo, la palabra pasó al latín medieval, y se documenta en
español desde 1437.2

Usualmente la medicina cobija bajo el término pubertad, todo el proceso de


cambios somáticos y endocrinos que suelen caracterizar la segunda década de la
vida de los seres humanos. La activación de ciertos circuitos hormonales (el eje
hipotálamo, hipófisis, gónadas), determina -además de los cambios que se
observan en cuanto a ganancias de talla, peso y modificación de ciertas
características corporales-, para el hombre la capacidad de producción de
esperma y para la mujer la maduración de los óvulos, y para ambos sexos la
maduración de los órganos sexuales y la aparición de los llamados caracteres
sexuales secundarios. Con todo ello se establece la capacidad reproductiva.

En cuanto al término Adolescencia el DRA aporta la siguiente definición:


Adolescencia: (del latín adoleceré, crecer) Edad que sucede a la infancia. Por su
parte, la Página del idioma español nos informa que “La palabra adolescencia
proviene de la raíz indoeuropea al- (nutrir, crecer), de la cual se derivó la voz latina
alere (nutrir, alimentar), que a su vez dio lugar a alescere (crecer, aumentar). A
partir de alescere, unida al prefijo ad-, se formó el verbo adolescere (crecer,
desarrollarse); y, por último, del participio presente de este verbo, adolescens, -
entis (el que está creciendo), se formaron en el siglo XIII las palabras francesas
adolescent y adolescence, que muy pronto llegarían al español como adolescente
y adolescencia, respectivamente. Unos dos siglos más tarde se incorporaron al
inglés adolescence, al portugués adolescência y al italiano adolescenza”.3

Tanto Freud como Lacan utilizan en ocasiones, dentro de sus referencias clínicas,
el término adolescente o adolescencia, pero siempre parecen hacerlo para
referirse a un momento cronológico, en la segunda década de la vida. En ningún
momento hacen, bajo la designación de adolescencia, un desarrollo relativo a lo
que serían las características propias de esta etapa. Ello nos permite afirmar que
la adolescencia no es un tema propiamente psicoanalítico. De Freud sabemos que
se ocupó de algunos adolescentes. Publicó dos textos4 a partir del trabajo clínico
con 2 de ellas (Dora y la paciente conocida como la joven homosexual), ambas de
18 años y en quienes los problemas que –en ambos casos por solicitud de sus
padres-, las llevaron al consultorio de Freud, aparecieron durante esa etapa de la
vida. Por otra parte, hay un tercer joven que, aunque no fue su paciente, ocupo las
reflexiones de Freud. Se trata de Norbert Hanold, protagonista de la novela
Gradiva.5 No obstante, en ninguno de estos 3 casos Freud presenta las
cuestiones en términos de adolescencia.

No encontramos en Freud una teoría de la infancia, pero si de lo infantil, entendido


no como inmadurez, sino con referencia al tipo de satisfacción -esencialmente
autoerótico-, y de una relación al objeto en el cual este es accedido sin
consideración a sus necesidades y sus deseos. Cabe preguntarnos si, aunque no
sea posible encontrar en Freud y/o en Lacan una teoría de la adolescencia, sea
posible pesquisar en ellos una comprensión estructural de lo adolescente. ¿Hay
en Freud y Lacan una concepción de lo adolescente, que vaya más allá de las
referencias de la edad? ¿Qué valor tienen las nociones de adolescencia y
pubertad para el psicoanalista de orientación lacaniana?

En los vaivenes de lo que se mueve en relación con estas nociones, se han


establecido dos posiciones, sobre las que vale la pena preguntarse. Una de ellas,
que creo vale la pena destacar, es la de que adolescencia y pubertad son
nociones que no son pertinentes para los psicoanalistas. No serían pertinentes en
tanto se les suponga o reconozca sólo su referencia al desarrollo.

Alexandre Stevens6 señala que generalmente se habla de crisis de adolescencia


en el sentido global y psicológico del término y puntualiza que esta es una
designación que cubre algo extremadamente vago y que, en este sentido, es
incluso anticlínica. En relación con el problema de la estructura en la adolescencia,
señala este mismo autor que es cierto que suele haber ciertas dificultades
diagnósticas, porque en este momento de la vida la estructura está más cubierta
por cierto número de fenómenos, pero afirma que recubrir toda la clínica bajo la
expresión crisis de adolescencia, es un error. Pero igualmente sería erróneo,
disolver al niño o al púber en una clínica generalizada del sujeto, en un absoluto
fuera del tiempo cronológico y lo real de la vida del cuerpo.
Es claro que el psicoanálisis no pone el acento en la vertiente del desarrollo, pero
tampoco le niega su pertinencia. Jacques-Alain Miller7 señala que: “Lo nuevo
introducido por Lacan, o por lo menos destacado por él, ha sido demostrar que en
el campo del lenguaje, el desarrollo cede su lugar a la historia … Oponer
desarrollo e historia, no es decir que no hay nada de maduración del organismo,
pues la hay, no vamos a negarla. Pero oponer desarrollo e historia, es decir que el
proceso mismo incluye un Sujeto, en el sentido que [hay alguien que] subjetiva,
que cada dato objetivo o cada hecho incluye un Sujeto, en tanto [alguien que] da
sentido a lo ocurrido”.

En el texto Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis,8 Lacan


formula que “los estados instintuales son ya organizados en subjetividad cuando
se vive”. Por lo tanto, como señala Stevens, tomando la precaución de no hacer
de ello un referente exclusivamente del desarrollo, nada “nos impide utilizar el
término adolescencia, aunque el término pubertad es más pertinente en la
clínica”.9

3.- Pubertad, adolescencia y psicoanálisis

Desde Freud, el psicoanálisis se ocupó de lo infantil, y situó en la niñez el tiempo y


los procesos fundamentales de constitución del sujeto en tanto ser con capacidad
para reconocer su imagen por medio de otro. En la niñez se constituye una
imagen narcisista y se define la matriz de las identificaciones. Lacan la situó como
el tiempo de incidencia estructurante de lo simbólico y de fundación de lo
imaginario, constitución que abre la posibilidad de relación con el propio cuerpo y
con los otros.

Debora Nitzcaner afirma que: “Freud distinguió al niño del adulto en torno a la
pubertad biológica, definiendo estados del sujeto que se refieren a los
movimientos de la estructura, orientados por los desfiladeros del Edipo”.10

Cuando Freud toma como referente la pubertad, y en relación con ella hace el
desarrollo de ciertas características estructurales en su texto Tres ensayos de
teoría sexual, habla de Las metamorfosis de la pubertad.11

Si Freud nos sitúa en la vertiente de Las metamorfosis de la pubertad, ¿de qué


metamorfosis se trata? ¿Por qué incluye en su texto la referencia a la pubertad
como tercer capítulo? Ante todo hay que decir que no se trata de abordar la
pubertad como metamorfosis -que también lo es-, sino de ocuparse de algo que
hace metamorfosis en ese momento de la vida. Freud reconoce que si bien
durante la infancia se plantean cierto número de elecciones, hay algo que no se ha
establecido de manera definitiva, y que se re-actualiza en la adolescencia. Son las
elecciones de objeto, hetero u homosexuales, y las elecciones de posición,
principalmente en cuanto a la sexuación.
Las metamorfosis señaladas en el texto de Freud son entonces, exclusivamente
las que atañen al objeto y a las metas sexuales. Dice: “la pulsión sexual era hasta
entonces predominantemente autoerótica; ahora halla al objeto sexual. Hasta ese
momento actuaba partiendo de pulsiones y zonas erógenas singulares que,
independientemente unas de otras, buscaban un cierto placer en calidad de única
meta sexual. Ahora es dada una nueva meta sexual…” 12 Lo nuevo es, entonces:

a. el hallazgo del objeto sexual, hallazgo señalado por Freud como un re-
encuentro, y
b. la nueva meta.

Freud señala también como algo importante, la reunión de las dos corrientes
dirigidas al objeto: la sensual y la tierna; así como también la “separación tajante
entre lo masculino y lo femenino”.13

En relación con la importancia que tiene la adolescencia como momento de


reencuentro, Eduardo León señala que al finalizar la niñez están sin responder la
mayor parte de los acuciosos interrogantes que han determinado en el sujeto las
llamadas por Freud “neurosis infantiles”, que allí quedan planteadas.14 Estas no
son, en todo caso, más que una primera elaboración que hace el sujeto de su
encuentro con el deseo del Otro y con lo traumático de la pulsión. Posteriormente,
bajo Las metamorfosis de la pubertad, estas preguntas resurgen y buscan una
respuesta. Al entrar en la pubertad se reedita ese encuentro con la pulsión sexual
y ello, por una parte, pone a prueba la solución encontrada por el sujeto en la
infancia, y por otra, confronta con algo nuevo, lo cual tiene como consecuencia
que “las soluciones encontradas en la infancia siempre resultarán insuficientes”.15

Es cierto que el hecho de la maduración sexual que se alcanza con la pubertad,


posibilita al sujeto un nuevo tipo de goce. Sin embargo, esta posibilidad dada
desde lo orgánico sólo puede realizarse si es asumida subjetivamente, para lo cual
se requiere que el sujeto haya renunciado o sea capaz de renunciar a los objetos
incestuosos. Es decir, la pubertad trae aparejados reajustes importantes, debidos
a la muy neta repartición que debe llevarse a cabo entre los objetos sexuales y los
padres. Es en este periodo que, afirma Freud, el objeto parental se ve
definitivamente condenado como objeto sexual.16 Es interesante señalar que, con
frecuencia, esta entrada en la pubertad se ve marcada por la irrupción de la
angustia.

Las metamorfosis de la pubertad, colocan al sujeto en la necesidad de re-elaborar


sus elecciones de objeto, aun cuando esta elección ya está planteada; pero en
ese momento “decidirá” su elección para la existencia. Por eso se ha señalado, no
sin razón, que en el corazón del proceso adolescente se esboza la pregunta ¿Qué
soy?, y ser adolescente es, antes que nada, construir una respuesta a esa
pregunta. Estas respuestas pueden vacilar en la edad adulta, pero ello ocurrirá en
la medida en que se hayan planteado de manera extremadamente ambigua en la
adolescencia.
Si consideramos cierto decurso del desarrollo que algunos derivan de postulados
freudianos -especialmente de desarrollos hechos en sus Tres ensayos de teoría
sexual-, la etapa de latencia, entre la infancia y la pubertad, podría ser comparada
con una hibernación en la que el niño pareciera situarse en una peculiar especie
de limbo, en una singular forma de homeostasis que posibilita continuar el curso
de su crecimiento -en tanto que parece interrumpir la evolución del que más
adelante seguirá siendo el muy complejo e inquietante universo de su sexualidad-.
Frente a este “dormir”, la pubertad podría señalarse como un despertar. Se
establece, entonces, una tensión entre dos términos: latencia – despertar.

4.- El despertar

Es esta línea la que señala la reflexión de Lacan al comentar la obra de teatro El


despertar de la primavera, de Frank Wedekind. Dice Lacan: “De este modo aborda
un dramaturgo, en 1891, el asunto de qué es para los muchachos hacer el amor
con las muchachas, marcando que no pensarían en ello sin el despertar de sus
sueños”.17

En relación con ese despertar, es necesario preguntarse qué es lo que hace que
los sueños se interrumpan, ¿por qué el sujeto se despierta?; pero también, ¿a que
es a lo que despierta?

Es posible afirmar, sin el interés de tratar de situar un momento cronológico, que


sin duda hay algo que irrumpe en relación con las metamorfosis de la pubertad, y
que va mover en el sujeto un cierto reordenamiento, proceso que implica la idea
de trabajo psíquico, de la que Freud tanto se ocupó. Para el adolescente, trabajo
de anudamientos, trabajo de elaboraciones y tramitaciones subjetivas, que
implican, de manera inevitable, angustia, dolor y pena.

Parte de este trabajo es impuesto por el impacto de los cambios corporales que
enfrenta el adolescente. No obstante, sin desconocer la importancia y el impacto
que sobre el sujeto tiene la transformación de la imagen del cuerpo, lo esencial es
entender que dicha transformación logra introducir una vacilación, y en ocasiones
fracturar por la línea de clivaje esa imagen unificada que fue posible construir en el
estadio del espejo, tal como lo describe Lacan.18 Lo propio del mismo, según la
descripción de Lacan es que, en la anticipación que el Otro me ofrece, encontraré
la unificación a mi fragmentación; la pubertad logra romper ese espejo y logra
fragmentar la imagen lograda, o lograda al menos parcialmente. Anticipación y
prematuración vuelven, entonces, a instalarse.

Pero no es sólo la transformación de la imagen, sino la reubicación en lo real de


un cuerpo, que implica la asunción de consecuencias tales como una forma nueva
de placer genital y la capacidad reproductiva, ausente hasta ese momento. Dice
Guy Briole: “Del lado del adulto, ese cuerpo es vivido de una manera ambivalente.
Ingrato o de una belleza perfecta, la imagen que el cuerpo del adolescente le
presenta de su propia juventud perdida, no alcanza jamás al ideal de la perfección
imaginaria. A partir de ese mensaje que le llega del Otro en forma invertida, el
adolescente se amará o se detestará en esa imagen. Pero, tanto para el
enamorado de su imagen como para aquel que la ataca, el riesgo es perderse”.19

Pero más allá de eso, hay algo que surge, que emerge en ese despertar. Al
referirse a lo que es para los muchachos hacer el amor con las muchachas, Lacan
habla, según se citó anteriormente, de que los muchachos “no pensarían en ello
sin el despertar de sus sueños”. Eric Laurent, citado por Alexandre Stevens, dice:
“Intercambiando el relato de sus sueños se encaminan hacia la dialéctica de lo
que es ser amado por el otro (…) querer alcanzarlo al hacer el amor”.20 Subrayo
ese “ser amado por el otro…querer alcanzarlo”. Es un momento en el que, ante lo
nuevo, ante la fuerza de lo que surge, las palabras fallan para nombrarlo.
Constituiría, en cierto modo, un momento de urgencia. El adolescente, hombre o
mujer, puede ser advertido previamente en relación con lo que ocurre, pero una
vez más se constata que hay algo que se escapa a la intención pedagógica. No
que no convenga advertirlos acerca de los procesos que advendrán en ellos, pero
aceptar que “cuando surge la cosa, ya sean los sueños, las transformaciones del
cuerpo, una primera erección, este efecto de surgimiento que es real hace que
cualquier palabra que el otro le diga, las palabras de las que el niño transformado
en púber disponía hasta ese momento, no se correspondan con lo que le
ocurre”.21 Se trata, en este sentido, más que de una transformación, del
surgimiento de algo radicalmente nuevo, y que es allí donde, como se expresó
antes, el adolescente debe construir una respuesta al: entonces, ¿qué soy?

¿Qué es esto nuevo? No es sólo -ya se dijo-, la novedad de los fenómenos


orgánicos y la transformación radical de la morfología corporal, sino que, de
acuerdo con lo que se viene desarrollando, lo que confronta al adolescente, eso
que puede llegar incluso a causarle horror, es la realidad de su condición sexuada,
que reaparece para él como falta de saber en lo real. Lacan dice: Allí donde no
hay relación sexual, eso produce “troumatismo” (troumatsme).22 ¿Qué significa
que no hay relación sexual? Que en parlêtre afronta el hecho de no saber lo que
conviene hacerse en cuanto al sexo, que hay ausencia de un saber constituido a
priori sobre eso. Quiere decir que no existe una relación en el sentido matemático
del término, en el sentido de un saber instituido y constituido, ya presente, sobre
qué es la relación entre un hombre y una mujer. El animal no afronta esto, en la
medida en que ese “saber” lo suple el instinto, no exento de complejidad en su
escenificación, en su puesta en acto, pero sin la posibilidad de la singularidad. El
instinto es ese saber inscripto para cada uno en lo real, uniforme para todos los
individuos de la especie de acuerdo con su sexo. Cuando se encuentra con el otro
sexo, al animal no le falta saber. Sabe cómo funciona. Ese saber es lo que falta en
el ser humano. No existe en el ser hablante saber en lo real.

Ante eso nuevo que emerge y en la imposibilidad de saber, el sujeto está llamado
a construir una respuesta. Y esa construcción va a poner en juego la validez de los
títulos que, en la elaboración del Edipo en la infancia, fueron a parar al bolsillo del
niño.23 En ese momento, ante el encuentro con un imposible, en el lugar de esta
ausencia de la relación sexual, el sujeto elabora como respuesta un “posible”, un
síntoma, que expresa la manera en la cual se las arregla con su goce. La
pubertad, para el psicoanálisis, sería uno de esos “momentos de emergencia
histórica” de un pedazo de real “que asoma la punta de la nariz”.24 Y, en ese
sentido, un momento privilegiado de la construcción sintomática. Es en esa
dirección en la que, parafraseando y complementando el título que Alexandre
Stevens da al artículo que se ha citado a lo largo de este texto, podemos situar a
la adolescencia como síntoma de las metamorfosis de la pubertad.

* Clase del Curso de Introducción al Psicoanálisis “Clínica de la adolescencia”,


organizado por la NEL-Medellín. Octubre 17 de 2007.
** Psicoanalista. Miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP) y de la
Nueva Escuela Lacaniana, NEL-Medellín. Profesor de la Facultad de Medicina de
la Universidad de Antioquia.
1 Microsoft® Encarta® 2006. © 1993-2005 Microsoft Corporation. Reservados
todos los derechos.
2 Diccionario médico-biológico, histórico y etimológico. Puede consultarse en:
http://www.dicciomed.es/php/diccio.php
3 Disponible en: http://www.elcastellano.org/palabra.php?q=Adolescencia En el
contexto de la consideración de una fase de la vida del ser humano, es un término
que al parecer fue utilizado por primera vez por el psicólogo norteamericano
Stanley Hall, quien publicó en 1904 la obra Adolescente, en la que establece la
existencia de una edad con características diferenciadas en relación tanto con la
infancia como con la vida adulta. Esta idea, que es la que basa la concepción mas
generalizada que se tiene hoy en día de lo que es la adolescencia, tiene sus
antecedentes en Rousseau, quien en los libros 3 y 4 de su novela.

4 Cfr. Freud, Sigmund, Fragmento de análisis de un caso de histeria y Sobre la


psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina. En: Obras Completas,
Buenos Aires: Amorrortu Edrs. Volúmenes 7 y 18 respectivamente. 1981
5 Cfr. Freud, Sigmund, El delirio y los sueños en la “Gradiva”, de W. Jensen. En:
Obras Completas. Buenos Aires: Amorrortu Edrs., Volumen 9. 1981
6 Cfr. Stevens, Alexandre, La adolescencia, síntoma de la pubertad. En:
Actualidad de la clínica psicoanalítica. Buenos Aires: Centro Pequeño
Hans/Ediciones Labrado. 1998. Pág. 25.

7 Miller, Jacques-Alain, Desarrollo y estructura en la dirección de la cura. Apertura


de las II Jornadas Nacionales, Octubre de 1992
8 Lacan, Jacques, Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis.
En: Escritos, Siglo XXI Edrs., Mexico, 1984, Pág. 251
9 Stevens, Alexandre, La adolescencia, síntoma de la pubertad. En: Actualidad de
la clínica psicoanalítica. Buenos Aires: Centro Pequeño Hans/Ediciones Labrado.
1998. Pág. 25
10 Nitzcaner, Debora, Una lectura de tres ensayos. En: Despertares, clínica con
adolescentes. Buenos Aires: Ediciones del pilar. 2003.Pág. 19.
11 Cfr. Freud, Sigmund, Tres ensayos de teoría sexual. En: Obras completas,
Volumen VII. Buenos Aires: Amorrortu Edrs. 1979. Pág. 189.

12 Idem
13 Idem
14 Cfr. León Vivas, Eduardo, Los adolescentes ¿de qué tienen ganas? En:
Psicoanálisis, Viñetas clínicas y reflexiones teóricas. Caracas. 2003. Pág. 289
15 Cfr. Lafuente, Norma, El despertar al sexo en la adolescencia. Carretel, No. 5,
Buenos Aires. Ene. 2003. Pág.53-61

16 Cfr. Freud, S., Tres ensayos de teoría sexual. III. Las metamorfosis de la
pubertad. En: Obras. Completas., Vol. VII. Buenos Aires: Amorrortu Edrs. 1979.
Pág. 205-208
17 Lacan, Jacques, El despertar de la primavera. En: Intervenciones y textos 2,
Buenos Aires: Manantial, 1988, Pag. 109-113.

18 Cfr. Lacan, Jacques, El estadio del espejo como formador de la función del yo
[je] tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica. En: Escritos. México:
Siglo XXI Edrs. 1984.

19 Briole, Guy, ¿Por qué me miras…? SL. SF.

20 Naveau, Laure, L’adolescent au seuil du XXI’eme siècle. En: L,’envers du Paris,


14/1/98, p. VIII., Citada por Alexandre Stevens en La adolescencia, síntoma de la
pubertad.
21 Stevens, Alexandre, La adolescencia, síntoma de la pubertad. En: Actualidad
de la práctica psicoanalítica, Psicoanálisis con niños y púberes. Buenos Aires:
Centro Pequeño Hans-Ediciones Labrado. 1998. Pág. 32Emilio, señala la
necesidad de ciertos cuidados y consideraciones necesarios en la educación en
esta etapa de la vida.

22 Lacan, Jacques, El Seminario, Seminario21, Los no incautos yerran. Clase del


19 de Febrero de 1974. CD. Obras Completas de Freud y Lacan

23 Cfr. Lacan, Jacques, El Seminario, Libro 5, Las formaciones del Inconsciente.


Clase 10, del 22 de enero de 1958. Buenos Aires: Paidos. 1999. Pág. 185 y ss
24 Lacan, Jaques, El Seminario, Libro 23, El Sinthome. Clase VIII, (Marzo 16 de
1976). Buenos Aires: Paidós, 2006. Pág. 123

Das könnte Ihnen auch gefallen