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La piedad

Luis Bonilla-Molina

La piedad es un sentimiento humano ante la adversidad del otro. En buena medida


genera la sensación de colocarse en los zapatos del otro o la otra. No se trata del deseo de
acompañar al ser ajeno en el infortunio como lo hacemos desde la solidaridad, sino de
comprender, ser benévolo y tratar de ayudar para que su pena le sea lo más leve posible.
Ser revolucionario siempre implica dejar que emerja la piedad en los actos
cotidianos, sin dejar por ello de entender y trabajar por un cambio radical, por una
revolución política, económica y social que cambien drásticamente todas las injusticias y
situaciones oprobiosas que causan la desgracia de los otros.
Como ser social vivo de manera respetuosa los actos de fe propios de la semana
mayor. Incluso muchas veces llego a sentir envidia positiva por esa ingenuidad que hace
que seres humanos se abandonen a la voluntad de una fuerza superior a ellos, a la cual
llaman Dios. Mi mente racional y científica trata de entender, comprender y respetar ese
sentimiento, que ocupa a no pocos.
Entonces trato de deducir su lógica y en consecuencia le hago seguimiento a las
lecturas de fe, a algunos sermones y a sus textos sagrados. Encuentro de manera repetitiva
una narrativa que enfrenta de manera irreductible a dos campos, los buenos versus los
malos, los pecadores versus lo salvos. Se habla de un salvador que entregó su sangre por
la salvación de la humanidad, asediada ésta por el maligno quien dudó del padre e intenta
confundir a los seres humanos.
Judas, Caín y Lucifer son algunos de los personajes a quienes corresponde el odioso
papel de encarnar la maldad y el pecado. Cuando describen los actos de estos oscuros
personajes no puedo evitar encontrar similitudes con mucha gente que conozco o que veo
en papeles de dirección de la sociedad. A pesar de sus semejanzas con estos personajes
oprobiosos, cuando mueren estos humanos de terrible comportamiento, tienen la
oportunidad de que se les ofrezcan oficios religiosos, oraciones, cadenas por la salvación de
sus almas. Se supone que, a la hora del juicio final ante el creador, cualquier testimonio u
oración a su favor puede ser una atenuante de la pena. No importa lo desalmado que sea
ese ser, siempre encontrará quien ruegue por su absolución.
Sin embargo, con Lucifer, Caín y Judas parece que la suerte ya está echada. Existe
una prohibición de hecho, a pedir la salvación de sus almas, cuando llegue la hora del juicio
final. El maligno, según cuenta la literatura religiosa, yace encadenado en el fondo de los
mares hasta la hora de su juicio final. Pero nadie se atreve a tener un poco de piedad con
él, nadie reza por su salvación, por el contario, yace en eterna soledad y abandono como
una muestra diaria de la auténtica falta de piedad de la humanidad.

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