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Entre el régimen político y el sistema político hay una íntima relación que en
muchos casos se presta a confusiones. Es el régimen el que asegura las
condiciones ambientales donde puedan desarrollar sus funciones los complejos
institucionales del sistema. Es que el primero tiene un mayor nivel de abstracción
teórica, toda vez que allí se debaten ideas, se plantean ideologías y se configuran
doctrinas políticas para configurar la forma del Estado. Mientras que en el
segundo, con un menor nivel de abstracción teórica, busca en todo momento
desplegarse en la práctica para aportar lo que conocemos como gobernancia y
gobernabilidad. Tres elementos unen a estos dos niveles: 1)La forma institucional
que del gobierno (parlamentaria o ejecutiva); 2)La forma que asume la
distribución del poder nacional (central o federal) y 3)Los mecanismos de
elección por los cuales se seleccionan a los funcionarios públicos (por
cooptación, por elección o por designación). El sistema electoral sirve como
vehículo de intermediación entre el régimen y el sistema, mientras que
Constitución nacional los normaliza y sincroniza.
El cambio por conmoción radical 2se impuso no sólo desde el momento que
se eligieron a los constituyentistas (90%) y se excluyeron a los antiguos miembros
de las clases dirigentes, con lo cual se profundizó con el control indirecto (al no
ser aprobado el directo vía referéndum) que el Presidente tuvo sobre la Asamblea
Constituyente. En la mañana se discutía en la plenaria, y en la tarde el Presidente
aprobada o reprobaba los cambios sugeridos o pedía celeridad en los
procedimientos.
Como bien señalaba la teoría neoinstitucionalista, los cambios propuestos
no son controlables en un cien por ciento y pueden traer consecuencias
inesperadas no sólo para el sistema sino también para aquellos que proponen el
cambio. Esto fue exactamente lo que ocurrió en los primeros tres años del nuevo
gobierno bolivariano. Las transformaciones a nivel de la nueva Carta Magna en
realidad no reflejaban la situación política y social vivida en el país. Durante esos
tres primeros años, tanto para el gobierno como para la oposición, prácticamente
las leyes no existían, y cada quien actuaba según su convicción y de acuerdo con
la magnitud de la coyuntura política del momento-. De allí que el enfrentamiento
entre un gobierno y una oposición política inexperta trajera consecuencias tan
nefastas tanto para el Estado como para la sociedad civil en Venezuela. En las
primeras de cambio salio perdiendo el gobierno, luego perdería aún mas la
oposición, en un juego a “suma menos cero” donde todos perdieron y el país
quedó arruinado.
Sostengo que Maquiavelo hace una profunda reflexión sobre el futuro poder
ejecutivo (gobierno) que se comenzará a desarrollar en el siglo XVI, y que no
podemos obligar irresponsablemente a su teoría a reflexionar sobre una
“sociedad civil moderna” que se comienza a formarse en el siglo XVII atadas a
otras coyunturas totalmente distintas a la de una Italia renacentista. Tal vez en
esta acción sea más loable apelar a autores liberales (Locke, Fergunson, Smith o
Hegel) que diseñaron un amplio estudio sobre la sociedad burguesa organizada
que hoy algunos autores siguen llamando “sociedad civil”. Si bien Maquiavelo no
desarrolló este trabajo, a pesar de su desprecio a la aristocracia y a su fuerte
republicanismo cívico, autores que siguieron la línea maquiaveliana (Weber,
Pareto o Gramsci) nos puedan aportar mayores ingredientes teóricos para el
análisis del caso venezolano.
En este caso nuestro estudio nos lleva a sostener que dos fuerzas
sociopolíticas –la sociedad civil y el gobierno- se han enfrentado y ambas han
demostrado falta de madurez política, lo cual ha agravado la crisis que vive
nuestro país. Nuestra sociedad civil -al igual que el Príncipe novato de
Maquiavelo- ha invocado fuerzas sociales que ella misma no ha sabido controlar,
ha marcado objetivos que no ha sabido cumplir y ha desconocido aquellas
instituciones que de una u otra forma son las defensoras naturales de sus
intereses sociales. La razón de esta tesis es que sostenemos que nuestra
“sociedad civil” en el plano de la actividad política ha pasado de una histórica
“apatía política” a una activa y reciente “oposición política”, sin haberse
preocupado realmente de ejercer, sobre todo en nuestro periodo de democracia
representativa-elitista, una función política activa que radicaba en la vigilancia del
funcionamiento eficiente de nuestras instituciones políticas democráticas. Fue
esta sociedad civil apática, dependiente en lo económico de la renta petrolera del
Estado y en lo político de partidos burocratizados, la que ha dejado que un
sistema político de corte decisionista-cesarista se instalara en el gobierno. Sólo
cuando constataron que sus intereses estaban siendo atacados directamente por
un gobierno concentracionista saltaron súbitamente a la oposición, pero con
escasa experiencia política previa como para hacerlo más eficientemente, de allí
su potencial fracaso. Lo único que ha evitado un mayor fracaso, y la posterior
pérdida de esperanzas de esta sociedad, es que la actuación del gobierno ha
sido aún peor. Apelando a la teoría de la elección racional (racional choice)
podríamos sostener que el gobierno y la sociedad civil en Venezuela han sido
encerradas en una especie de “dilema del prisionero democrático”; es decir,
ambos sectores de la sociedad no antepusieron sus intereses colectivos (en
nuestro caso nacionales) a los individuales, y adoptaron decisiones inconsultas
(cierre del diálogo) que si bien para ambas partes resultaban a todas luces
“racionales”, por el contrario y como consecuencia terminaron sufriendo las
mayores de las penas sociales: el enfrentamiento violento, la ineficiencia
institucional y el posterior repudio colectivo nacional e internacional.
Siguiendo con nuestra línea maquiaveliana, Wilfredo Pareto llegó a
sostener que buena parte de nuestras acciones humanas y sociales no
responden a parámetros exactamente racionales (relación eficiente medios-fines)
sino pasionales, y que sólo nosotros a posteriori nos encargamos de darles una
apariencia o explicación racional (derivaciones). Continuando con esta misma
línea, Max Weber fue más radical al sostener tajantemente que la política, y sobre
todo el liderazgo político, es una cuestión de pasiones (toma de decisiones
basadas en juicios de valores) y no de razones. Si Pareto y Weber tenían razón,
tanto buena parte de las acciones sociales (donde se involucra la sociedad civil)
como buena parte de las acciones del gobierno, no responden necesariamente a
patrones racionales, y esto ha sido evidenciado lamentablemente en el caso
venezolano. En este caso dos concepciones o ideas de democracias fueron
enfrentadas y ambas sufrieron las peores consecuencias. Pero poco de este
enfrentamiento estuvo sujeto a razones sino a pasiones. En cierta forma,
Tocqueville nos puede dar la clave.
1)Un nuevo Presidente sin experiencia política previa inaugura una nueva
República sin percatarse de que una serie de elementos no podrían ser
controlados racionalmente en un cien por ciento, con lo que aumenta la
capacidad de generar situaciones “no lógicas” (alógicas) en el plano político..
Ante estos avatares se vio obligado a incrementar la autonomía de poder del
Estado apelando para ello a un discurso agresivo y demagógico. En otras
palabras, en el caso Venezolano el poder despótico se incrementó por encima del
poder infraestructural. El Estado se hizo cada vez más despóticamente fuerte e
infraestructuralmente débil.
4)El incremento de las situaciones “alógicas” tanto por parte del gobierno
como de la sociedad civil (ruptura del diálogo, incremento del discurso violento
por ambas partes, acciones frecuentes de calles, desconocimiento de una
profunda crisis nacional incrementadas por huelgas generales multisectoriales y
una lucha massmediática por captar la acción del público) llevaron a un
incremento de la irracionalidad que culminó en un enfrentamiento violento
localizable en un 70 por ciento en la Ciudad de Caracas (una zona de alta
volatilidad social y con un alto nivel de concentración del poder nacional).
Con respecto a los grupos políticos y sociales, las acciones del gobierno se
han dirigido en tres direcciones importantes; 1) La eliminación por descalificación
de toda oposición política partidistas a través del descrédito de los partidos
tradicionales, lo cual ha contribuido peligrosamente con una tendencia hacia la
atomización (siguiendo a Sartori) de nuestro sistema de partidos. 2) Los ataques
descalificatorios contra la Iglesia (anticlericalismo) han vulnerado nuestro
sistema de creencias a la vez que han afectado algunos niveles financieros de la
educación católica en pro de una educación bolivariana. 3) El ataque público a
los Medios de Comunicación, como exigencia de una “información verás” que
contrasta abiertamente con la “crisis de veracidad” que manifiesta el gobierno
ante graves problemas como el de la corrupción nacional o en casos de política
exterior con los casos Montesinos, la guerrilla colombiana o el financiamiento
inconsulto de petróleo a Cuba, Paraguay y, posiblemente, a Bolivia. Por todo esto
hechos no sería tan aventurado opinar (doxa) que ha sido el gobierno el que ha
unificado a nuestra “sociedad civil” pero no como una clases social sino como una
asociación heterogénea opuesta al incremento del poder despótico del Estado.