Beruflich Dokumente
Kultur Dokumente
'
•
, •
'
•·
EL CRIMEN DE NUREMBERG
,
l t
• ,
• ' +
ANTES
AH·OI\A
El 111..,ri~c ;11 dc- c.,uH¡lo ;1ll•1t1.1n j(.cll .1h111t,1do por <1.11puc:il0$ dclil1fi
cJ¡· , 111H,·11t•\ th ~1kn.1,
..¡
• F. J. P. VEALE
. '
DE NUREMBERG
'
•
. '
INTRODUCC~óN
mán que visitó Londres en 1598, recuerda que entre los pasa·
tiempos que se ofrecían a los visitantes de la capital de la reina
Isabel, figuraba el espectáculo del oso al cual habían cegado,
y que, atado a un poste, era muerto a palos por los chicos jóve·
nes, Se limita a recordar, sin comentarios, esta manera de pa-
ur la tarde y, por lo tanto, es lógico, pensar que se podrían
ver espectáculos en su propia ciudad natal de -Renania y pro-
bablemente también por toda Europa. Tampoco le Ilarnó la
atención, como extranjero, que el mismo público qui: disfru-
taba con este espectáculo, constituyese el auditorio de las obras
de Shakespeare. El apaleamiento de osos y íoros, y las peleas
de gallos siguieron floreciendo en Inglaterra hasta el comienzo
del reinado di: la reina Victoria. '
Por razones que ,;10 son del caso exponer aquí, las maneras
IUfrieron un descenso general en Inglaterra durante los reina·
dGt de los dos primeros Jorges, como testimonian las pinturas
de Hogart, Pero, cosa curiosa, este descenso coincidió con una
l!Obble mejora de la conducta de los combatientes en la gue-
na, si se la compara con la que era habitual hasta finales del
aiglo anterior. En 1770 esta mejora habla llegado tan lejos
que el conde de Guihert se sintió movido a escribir lo si-
guiente:
11Hoy, toda Europa está civilizada. Las guerras se han he-
menos crueles. No se derrama sangre, salvo en combate ;
prisioneros son respetados; ya no se destruyen las ciudades;
dlmpos no son arrasados; a los pueblos conquistados sólo
b obliga a pagar cierta clase, de contribuciones que con
uencia son menores que los impuestos que tenían que pa·
á su propio soberano.»
l.ste cuadro parecerá fantástico e irreal a los lectores de
, mientras no estudien y contrasten los detalles de una
a del siglo xvru, tal corno la Guerra de los Siete Años
6-óg), primero con los acontecimientos de una guerra del
anterior. como la de los Treinta Años, y luego con lo ocu-
en la Segunda Guerra Mundial de 1939·45. En las gue-
F. J. P. VZALE
,
•
•
' •
-
•
•
•
/
CAPITuto .PRJMtto
.
SIMPLICIDAD PRIMAVERAL
•
• 18
--(;)· $u Anhu~ lldth The if•liq;.,ty of ...,. (,La _.,rlgOedad del hombreo).
tondr .. -wmi.... and Norp1c. 1gt5, vol. .. pllg. ~ 75- Se -. deodc luqo •
.- l•• facultades inldonuala del hombTc de Ntanderthal ata.lnn mffl<II duano-
llldb q .. tu dd bomlm moderno
ll
'
•
' •
-·..
• '
•
'
•
CAPÍTULO 11
LA GUERRA ORGANIZADA
•
Las guerras en los tiempos prehistóricos no .se regían por
ningún plan, no eran planeadas, y probablemente rara vez te-
JIJan lugar, Debían de ser lo que nosotros llamamos guerras de
a¡raión, pero desde luego no .eran guerras de agresión estu-
diadas y preparadas. •
Una comunidad que vivía en cualquier sitio de la Europa
teptentrional, pongamos por ejemplo, en las orillas del Báltico,
ae encontraba con que sus terrenos de caza eran cada vez más
hnu6cientes para sustentarlos a causa del avance gradual de los
Júelos de Eseandinavia. En medio de la desesperación, marcha-
.-fan hacia el sur en busca de condiciones menos rigurosas y las
\!itcxmtrarfan, por ejemplo, en algún valle del sur de Francia.
Loi habitantes de ese valle se quejarían de esta violación de sus
ferenos de caza. El resultado natural sería un choque casi sin
mlalción por una y otra parté. Uno de los bandos serla cxter-
~ido o dispersado y la vida de los vencedores continuaría
apacible como antes.
Todo esto cambió cuando la Humanidad empezó a dedicarse
agricultura y a formar comunidades sedentarias. En primer
.' este avance social permitió un gran incremento en la
dad de las poblaciones. E,n 'segundo lugar; condujo, po~
vez, a la acumulación e.n un solo lugar de depósitos de
,...-~,tos y artlculos deseables, tales como armas, herrarniemns,
'
F, J. P. V.l!ALf.
~iosos y dolorosos.
Cuando fueron descubiertas y descifradas por primera vez
tu historias de los reyes guerreros de Asiria a mediados del
tíi¡lo XIX, nuestros dignos antepasados victorianos quedaron in-
lídidos de un incomprensible horror al leer los espeluznantes
es de las atrocidades que orgullosamente se describían
A sus ojos, Asurbanipal y sus sucesores en el trono de Asi-
aparecían como monstruos sádicos, sujetos a una obsesión
6gica. Pero nosotros, situados en una posición más favora-
para comprender sus procesos mentales, creemos que' ha
n sido capaces de dar una explicación plausible de su con·
· Una de las razones por las cuales los asirios horrorizaban
tal modo a los lectores de sus gestas hace un siglo, era que
nces se sabía menos sobre los excesos militares y las ma-
de sus predecesores y sus contemporáneos.
Cuando fue arrojada la bomba atómica en Hiroshima, en
,.con la cual fue exterminada la totalidad de una población
de 70.000 almas, se explicó que este acto salvaba eh reali-
las vidas de muchos soldados que, dé otro modo, habrían
F. J. P. VltAL.E
-
último Estado, que en algunos aspectos tiene un crudo pare·
cido con Asiria, existió un magnifico cuerpo de vírgenes gue-
rreras, cuya virginidad, conviene advertirlo, estaba protegida
con la amenaza de una pena de muerte horrible para quien in-
currí- en deslices ir morales. Dahomey presentaba, además,
una nueva variante re.pecto al trato dado a los prisioneros de
guerra. Los asirios, como hemos visto, ejecutaban a los jefes
enemigos públicamente, aplicando diversos métodos ingeniosos.
y reducían a esclavitud a los demás prisioneros. Los reyes ne-
gros de Dahomey entrenaban a los niños de las escuelas, súbdi-
to. suyos, en el uso de las armas y los acoswmbraban a ver de
rramamientos de sangre, entregándoles a los prisioneros de
guerra para que se encargasen ellos de la ejecución.
La variapón original de la práctica aceptada no tenía atrac-
tivos para los asirio$. De aspecto eminentemente práctico y
conservador, creían que las actividades de las mujeres debfan
limitarse a la procreación de futuros guerreros, solazar a los
soldados que disfrutaban de permiso en su casa al regresar de
los distintos frentes, y participar con el debido entusiasmo en
los festejos anuales del ,:Dla v», el día de la victoria. Consi-
deraban que las ejecuciones de prisioneros de guerra debían
realizarse con la debida pompa y ceremonia, sin tener en cuenta
consideraciones utilitarias que no concordaban con la solemni-
dad de la ocasión. Otra cuestión que acredita a los asirios es que
las matanzas, después de sus victorias, sollan limitarse a los va-
rones. No solla haber las matanzas de mu jeres y niños in
cluí dos los recién nacidos- que eran tan corrientes entre mu-
chos antiguos pueblos orientales.
En todos los tiempos, la colección de trofeos ha ejercido
una singular fascinación sobre la mente militar. Después de la
guerra de 1870, en todas las plazas públicas de Alemania se ex-
bib!an las armas capturadas en Worth, Sedán o Meu; de ma-
nera similar, después de 1918, todas las ciudades y aldeas de
la Gran Bretaña mostraban piezas de artillería expuestas en lu-
gares destacados, COl!IO recuerdos de «la guerra para terminar
la guerra», y lo curioso del caso es que, por una ironía del
EL CRIMEN DE NUREMBERC 51
íno, fueron aprovechados para otra guerra que siguió poco
és, habiendo sido necesario fundir aquellos recuerdos pata
mair municiones.
Come;> era de esperar, los asirios tenían verdadera pasión por
trOfcos, pasión que indudablemente heredaron de sus an-
paados prehistóricos. Como. no tienen piezas grandes, como
ejemplo un cañón, los salvajes se ven obligados a elegir sólo
dos cosas. La mayor/a de los salvajes, entre ellos pueblos
separados como los maoríes de Nueva Zelanda, los indios
norte de Méjico y los negros de Dahomey, han elegido el
eo humano como trofeo o símbolo de la victoria. Las armas
• itlvas pueden ser reproducidas o robadas, pero el cráneo
enemigo es una prueba concluyente de su derroca. t.fien·
lá guerra se mantuvo en pequeña escala, los cráneos de los
igos muertos sólo servían pata ser exhibidos: los héroes
'viduales los ponían en las puntas de unos palos frente a las
s de sus casas. Pero cuando las matanzas alcanzaron ma-
proporciones, -se hizo posible reunir colecciones mejor
~radas. Según creencia popular se atribuye al conquista-
dnarO medieval Tamerlán, la idea original de levantar
ides formadas por Jos cráneos de los enemigos caldos. Pero
de dos mil años antes de la época de Tamerlán, nos encon-
con que los asirios las levantaban ya llenos de otgullo.
el rey Tiglath Pilser recuerdo que mientras se encontraba
pa.ña «por las costas del mar de Arriba» (probablemen-
mar Negro), capturé una ciudad e «hizo un montón con
bezas de sus habitantes, delante de las puertas de la mis-
• La única originalidad que se le puede reconocer a Ta·
n es la de que levantó pirámides de cráneos de un tamaño
cional, o por lo menos ése era el firme convencimiento
contemporáneos.
mo alternativa frente a la colección de cabezas, alguno,
han preferido coleccionar ciertas partes particulares de
migos. En los tiempos modernos, han dado muestras de
predilección los somalís y los gallas del norte de M:rica,
tribus de Arabia ySiria, y los karffirs del sur de África
r. J· P. VEIILi
t"
de gran maestría en la ejecución, debe ser considerado como
el primer ejemplo de cartel de propaganda de reclutamiento.
En relación con la guerra en sus diversos aspectos, los
EL CRIMEN DE NUREMBEllC
53
¡¡,ilriol mantenían un rígido sentido de la proporción; nunca
~111iúan que uno de los aspectos fuese exagerado hasta el pun·
de entorpecer todo el conjunto. En un pueblo religioso que
~ saquea~ una ~udad ni cjecuta~a a un criminal de gue·
1lll enenugo sm asociar píameme a Dios con sus deseos y, en
~Ido momeiito, actuaban de común acuerdo con la práctica re·
l"p tradicional ;. por otra parte, nunca permitían que sus
tldividades bélicas quedasen supeditadas a la religión, como
~a con los aztecas de Méjico, cuyas guerras eran libradas
· cipalmente con el fin de hacer prisioneros para usarlos para
eacrificios humanos en honor de su dios, Huitzilopochrli,
asirios sentían un justo orgullo en coleccionar trofeos mi·
)itam-y cuidaban con gran esmero la erección de cualquier pi-
11111n'de de cráneos de tamaño excepcional, pero nunca consin-
fderon que, como ocurría con los diaks de Borneo, la guerra
erase en una simple cacería de cabezas. Es evidente que
uirio& sentían una gran satisfacción con los ritos crueles de
«Olas V», pero, para ellos, seguían siendo una ceremonia
~"ti.ida que marcaba sencillamente el fin de una campaña.
es una actitud muy diferente, por ejemplo, de la de los
ceses de Norteamérica, para los cuales una campaña no era
que un preliminar enojoso, aunque necesario, de la acos-
brada orgía alrededor del poste de las torturas. Para l~ asi-
la religión, el afán coleccionista e incluso la s;itisfaccióo
los impulsos sádicos, seguían siendo emociones cotidianas
adornaban la snerra, pero q ue no eran, en modo alguno,
iales para realizarla. Para ellos, lo mismo que en opinión
Nietzsche, una buena guerra era su propia justificación.
Ninguna de las prácticas de los asirios resulta de mayor in-
• para la generación actual, que su método de deportado-
en masa. No se sabe con certeza, si los asir/os iniciaron esru
·ca pero, lo que si es seguro, es que la adoptaron como
imiento rutinario y que la llevaron a cabo en una escala
precedentes hasta nuestros días.
La honradez nos obliga a señalar en defensa de los asirios.
hay diferencias fundamentales entre las deportaciones. en
F. J. P. VEALE
.
masa realizada, por ellos y las efectuadas en tiempos recientes.
En primer lugar, la intención es totalmente diferente en ambos
casos. El propósito de los gobernantes asirios era crear una po-
blación homogénea y, ron este ñn, tenían la costumbre de trans·
ferir a la población superviviente de un pals conquistado a al·
guna parte alejada del Imperio, al mismo uempo que llenaban
las plazas vacantes con ha bitan Les de ocro distrito, también
conquistado, mezclados con colonos voluntarios de la misma
Asiria, con el fin de proporcionar a la nueva población un nú-
deo leal. Estos traslados de población podrían calificarse más
acertadamente de mudanzas en masa. Desde luego, en su tota-
lidad son diferentes de las recientes deportaciones en masa que
sirven al doble propósito de sausíacer la, venganza sobre los
miembros restantes de la raza vencida y al mismo úempo ro-
barles todo lo que poseen.
Una vez ws los métodos adoptados en ambos casos son
totalmente distintos. La prueba de los bajo relieves asirios in·
dica que las persona, trasladadas a la fuerza de un país a erro,'
podían llevarse a sus nuevos hogares los muebles y el ganado.
No debió escasear la brutalidad, pero ésta no debía contar con
la aprobación oficial, puesto que la intención era que los pue-
blos transferidos, C' sus descendientes, acabasen por convertirse
en súbditos leales y partidarios del rey de Asiria. No puede ha-
cerse una verdadera comparación entre este procedimiento, por
muy duro que haya podido ser, y 1a práctica contemporánea
de reunir gran cantidad de personas indefensas, hombres, mu-
jeres y niños, hasta sumar varios millones, contra los cuales no se
hace ninguna acusación de tipo personal (pues a los acusados
en este grado se los juzga mediante un juicio sumarísimo), ele·
gidos sólo porque su lengua nativa es la misma de los habitan-
' del otro lado de la frontera que ha dado la ca·
tes del Est.ado
sualidad que ha resultado derrotado en la guerra¡ se les roba
Lodo lo que poseen y [ucgo se los envía a un pa($ extraño, super·
poblado y escaso de alimeruos, para que vivan o mueran allí,
,egún disponga su destino. En nuestros dlas, el motivo no es otra
1:L CIUMEN DE N UIU:M8.ERC 55
que el robo. combinado con el deseo de venganza, aunque
.ea contra los parientes.
Cabe señalar otro punto en descargo de los asirios. tstos
caban generalmente con pueblos seminómadas o pueblos que
baban de afianzar la conquista de las tierras de las' cuales se
deportaba por la fuerza. La injusticia y el sufrimiento que
JelfO entrañaba, por lo tanto, debían ser mucho menores que
en las deportaciones en masa realizadas por checos y polacos
._. e] calO de los habitantes de Pomerania, Silesia y la región
los Sudetes, lps cuales eran expulsados de tierras que ha-
'lfan sido ocupadas por sus antepasados durante muchos siglos.
blemente, las deportaciones en masa de los asirios se re-
~wi. por lo general, a agricultores primitivos, pastores y pal·
ele escasa densidad de población, y el traslado ~ hada a una
lejana pero igualmente deseable. que habla quedado va-
para recibirlos. No puede haber comparación entre esta
lsión y. por ejemplo. la de la población de Silesia. la de
población cuyo derecho se basaba en la posesión indiscu-
, desde los días en que los reyes Plamagenet gobernaban
Inglaterra y la mayor parte de Francia, cuando Moscú era
tapital de un pequeño Principado que pagaba tribute a los
t,naros, y cuando sólo los pielesrojas andaban por Nue-
~ort. que todavía faltaba mucho para que fuese eonstruída.
tres millones de víctimas expulsadas de, la región de los
podían aducir un titulo posesorio aún más extenso. ya
lllS antepasados ocupaban este rincón de Bohemia antes
los primeros piratas anglosajones desembarcasen en In·
y mucho antes de que el resto de Bohemia fuese ocu-
por los checos.
nee tres siglos," 1a sombra de los asirios se ab.ó como
negra nube sobre todo el occidente de Asia. Primero se
en una dirección y luego en otra. Sus ejércitos, esplén-
te organizados y equipados, no encontraron nunca un
capaz ele resistirlos en campo abierto, ni siquiera en
• iones de igualdad. En cambio, arrollaron a los ramosos
de guerra de Siria. " la infamerln pesada de Babilonia
F. J. J'. VEALll
•
•
,
•
1
•
•
CAPITI/C.O 111
Unaa I.S-000 pcroonas fueron. uesinadu en esta matanz,. y Clllf alquiera un&
&di d~~ ha.blan tmldo arma,>); francls \\'auon, WaUm.rttin, Load.res,
1 W"mdus, t958, p~. ,..e;. Casi diei veces este nd1nero de .,kti.mas se cree-
~ a, Drtsden, tres siglc>J m.ú ta.rd~. tJ •S de Iebrer, de 1945. Cicrr.a.-
ao llrw•ba armas uno de c.1.da cincut1.1t.a, entre aw mujere1 y niAoi: rttu-
.-. fllffoo matadOI ee dkba ocasión.
F. J. P. VEAU
•
8.a •. . J. p. Vl?.ALJ¡
..,
-e
e:
e
"C
• CAPÍ'J"Ul.O IV
(1) Sir Cha.ti~ Napiu no !t. htda Íh1.sioncs res:pcc:to a nta guert.t. Anterior·
mm1e, habb Clil.Tito en su díarto; .. No t.entt10,. dctccho a apotltru:nos de Sdnd4v
fMTo tenemos que huerJo, )' krá un ejemplo vcn1~jp:so y 11til,..de lit béllaqutri& hu·
19~t1t. Vta~ }:. Th()ll)pson y E. T. Oarratt. Britis.Jt. .Rufe in lndio (t1EI régim~n
bro;lnko en ,la !ndfall). Londres. MatmiU<tn, 193,4. p:.i:g. !s&, i
•
106 F, J. P. VSALL
1
EL ClllMJ;N DE Nl!REMBJ;RC
t
1
•
t
' '
' •
1
•
PROCESO DE NURE~lBERC
Vis111 parcial de 10! condenados.
"
"O
o
:a
E
e"
• 1
CAPITULO V
LA GUERRA CIVILIZADA
(Segunda fa.re)
(1) Vlá.ic Frftl~ UtlC'f. The Uigh Cofl of Pengca.n.c~. {«El dev-uto precio de la
,ffl¡;11r,n•). Chk'2go R.qncry. '!M.9·
1'L CRIMEN DE NUREMBDG 119
trato similar tuvieron que aguantar en silencio, porque no
tenJan una pariente real a quién quejarse (1). No deja de tener
importancia para la cuestión ciue nos ocupa, el hecho de que
si el castillo de la duquesa hubiese estado situado solamente
unas millas más hacia el este, -en la costa, no sólo habría sido
robada, sino que, además, le habrían dado muerte.
En los tiempos napoleónicos, el parecido más próximo a
estos hechos le encontramos en las campañas de los ejércitos
franceses en España, Pero, aun en éstas, sin embargo, las de-
predaciones parece que se limitaron generalmente a las iglesias
y a los monasterios; las personas civiles, salvo en circunstancias
excepcionales, rara vez fueron molestadas. La teoría primitiva
de que, con la derrota, todas las propiedades del vencido pasan
automáticamente a los vencedores, aún no habla sido re-
afirmada. ·
El contraste entre el espíritu de aquellos tiempos y el de
Nuremberg ha sido recordado recientemente por un Investi-
gador y publicista americano, el difunto Dewiu C. Pole: t<Al
protestar en los Comunes el t5 de abril de 1793 contra la idea
de perse~ir a muerte a los regicidas de Francia, Richard Brins-
ley Sbendan observaba que el hacer esto sería embarcarse en
una venganza, Jo cual serla abrogarse un derecho que perte-
ne<:la a la Divinidad, a la cual hay que dejar en sus designios
la venganza»-
Lo más importante de todas las guerras es la paz que pTo- ,
ducen. Desde este punto de vista, las guerrasf!e 1'79~-1815
mantuvieron el más alto nivel. La moderación de los vence-
dores 011 1815 parece a los ojos de los modernos, sencillamente
sobrehumana. De acuerdo eón el argumento de Wattel de que
sc$lo la paz basada en la razón y la justicia podía ser duradera,
Francia no fué castigada ni humillada. 'No sólo no fué anexa-
do ningún territorio francés, sino que a Francia se la dejó
•
. (•) .En Vi«..., Jwtóc,, (•.La Jusdáa dr loo Vffioedor<,.) •. de Montg,,,nCI)' Bd-
g1on,Ch1tago-Rcgn~. t9j9, se hallar.i Una rcwpíJatlón de 10!! hech~ te1Jtion3<1ot
con este aiUOlO, revelados huta. Ja f«ha & ,u publicadón. \{~ne t.ambif.n Frcd.a
Utley. obra citada.
lRO ,. J. P. Vfu\Lt.
(t) Hay qltC conf~ar. Jln ctnbatgo, que se h, di<:bo mbd\o más. Vé!a.~. por
& cjcmpk.>. Nupol,ón .uut 11,;s Ma,sh•lb, (.. N,po~eón y •os ro-arlia1N•), de A. C. ~"1C·
· .J<mdl, U.nd~ •. Mabnillan, 1931, plgs. 3,¡-330.
(
\
EL CRIMEN DE; NURE)fBERO
gue~ra. Por otra parte, durante su curso, cada uno de los ban-
dos tuvo oportunidad de desplegar el mayor valor y esplrit1,1
de sacrificio"; de hecho, un· episodio, la Carga de la Brigada
Ligera, se .ha convertido en el símbolo del heroísmo irracional.
El alcance de las hostilidades era limitado, los daños a la vida
civil y a las propiedades no fueron considerables, y las bajas
entre los ccmbanentes ascendieron a un cuarto de millón de
vidas aproximadaments, quedando muy por debajo del tér-
mino medio. No se lograron resultados políticos notables ni
duraderos, y, por consiguiente, la civilización europea, en su
conjunto, no sufrió ningún grave revés. No quedó detrás nin-
gún legado de odio: las condiciones de paz. si se leen oon
cuidado, no hacen más que indicar· que Rusia había llevado
la peor parte en fo lucha. En la misma Crimea «prevalecía un
espíritu de amistad y una sensación de alivio, cuando el sa-
ludo de ciento un cañonazos señaló el fin de la guerra. Tu-
vieron lugar revistas y carreras en substitución de las batallas,
las tropas de los aliados y de los rusos se mezclaron en amis-
tosa camaradería, o por lo menos en la delicia común de la
alegre 'borrachera» (1).
Sin embargo, hay que subrayar una vez más que las reglas
que gobernaban 1a guerra civil en Europa tuvieron poca o
ninguna aplicación en la guerra entre europeos y no europeos
fuera de Europa. Así, Cantón fué salvajemente bombardeado
por una flota británica en 1859. El famoso palacio de verano
de Pekín fué saqueado por. un ejército franco-británico ea
1858 y, en 1863, la ciudad japonesa de Kagoshima fué bárba-
ramente destruida por una flota a las órdenes del almirante
Kuper como medio más expeditivo para obtener concesiones
comerci¡¡les de Ios japoneses. Durante el Motín Indio, se ol-
vidaron pronto todas las restricciones en medio de una oleada
de indjgnación moral y de odio étnico. El coronel Neill ahor-
có a sus prisioneros en masa; John Lawrerlce hacía saltar en
pedazos a sus cautivos, con toda ceremonia, atándolos a la boca
d# lh< e,.,.,,
de ,y dt;21tquiHbtadoestado mental en aqueU~ rnomtnt0$.• .Arlhor WdgaU, AleKdr'I ..
(•AlcJmdro Mag!>o»), Lorufr .. , llu11cn,·olth, •9"• pig. ,61.
•
EL ClllKtN DE NUllEMIIEJ.C.
•
(•) ~. 7'/1, R.<IIOlutl<>n in WÍrfl.,e (•La revolución,.,.. la gu<n.. ), pág. yo.
F. J. J'. V.EAL.E
•
EL ClUIU.N DE NUIU:MBERC
•
116 P. J, P. VLU.E
(1) Por el cont.r.uio, el mariscal del Ai.Je iníorm6 al pueblo alemán: ,tO, hll
blar~ Irancamente r~peuo ¡¡, Á boml>:udamos s6ló obje.t.i,;m milita.res o ciud.adcs
entcra,s. >e&.<le luego. prdtt'imos atinar en UJ\a (:lbr1ca. m U<íllt"rOl y fc:mkutrHél.
Pc.1'0, las pcnonu que trabajnn en o.u insu,.laáona; viven junto a dtM. f'or lo 1;i.t\to
O) bomb;inln m0& a Y059trm y , , uestrat was.•• (Se podia r.er nut.s ,in e.ero?
EL CR:iMEN DE NUREMBERG
•
(1) • La dJgna dncripción que hace Sa.li.ngt6 de es\e memorable lnddmtc me-
..ftee 1er reoorda.da con sus propias pai.abJa.$: •Napoleón U.1 renta un as.ptc;to rela·
thram.entc. buenb, y ,ó)o produda. ·un.a i~prai6n triuc y o:,isHÍ\O•«lora la 1ituaclón
en que se cnconttaba, y se me padona.ri que oonfi'nc que, en aqud momento, me
a.usaba. pena. En aquel momento seerr que no 1t debla hundir mb en el cieno I
un hOin.bre tan ..desgrada.do. por lo cual. respetuosamente
, levant6 mi $0t0bctro en el
momento ct1 que mt miraba y sentf c.icrta.uú.sfacd6n al, ve- que b.J.nfa C>btcrvado
mi aa1udo y me dlba las gracias.o (lm Gro.um H«wprAuort~r. p3g;. 68),
\
t'. J. P. VMLE
(1) E. C. WinlJfield·Swtford,
,e._ Tite
Piceoria" Stin.ut, (.iEI ocuo •ktorla.no1t),
t.o,,dm. Roo~. ,95,. ~-
•
EL CRlM'.EN DE NOREMBERG 189
a los cuales los reyes se complacían en colmar de honores. Ca·
bía pensar que las clases gobernantes de los principales Esta·
dos europeos, en los cuales los· reyes actuaban como dirigentes
o simplemente como figuras decorativas, se abstendrían, al me·
nos, de toda conducta que pusiese en peligro este estado de
cosas ideal para ellos. Si las clases gobernantes de Alemania,
Austria y Rusia se hubiesen mantenido unidas para 'su propia
protección, el orden establecido podría haber continuado inde-
finidamente. Los que tenían, nada hablan de temer del levan·
tamiento de los que no tenían: nada habrían podido lograr
una docena de Lenines, como no fuese provocar disturbios Io-
"cales, que hubiesen sido suprimidos con facilidad. Mientras
fuese preservada la paz, los que tenían algo estaban seguros.
As.l, los que tenían, en todos los Estados de Europa, estaban
ligados por un interés común por la preservación de la paz.
Como todo el poder político efectivo se encontraba en manos
de los que, tenían, resulta difícil imaginar cómo habría podido
descansar la paz en un fundamento más sólido.
• De hecho, sin embargo, la paz de Europa se basaba en la
vida política de un hombre anciano. Mientras Bismarck siguic-
se siendo canciller, el Imperio alemán servia de poderoso con·
trapeso para lograr un equilibrio estable. En cuanto se mar·
chó, sus sucesores quedaron libres para lanzarse al amiguo jue-
go de la diplomacia europea, que, en el pasado, siempre había
sido el preludio del estallido de la guerra civil europea. Las
otras grandes potencias se lanzaron a este juego con igual afán.
En las circunstancias que entonces existían, no era un juego
en el cual resultase muy difícil participar.
Europa se encontraba cubierta por una red de alianzas,
tratados, acuerdos secretos, garantías, ententes y convenios, y
estaba dispuesta a presentar una serie de reivindacaciones no
satisfechas, concesiones, esferas de influencias, agravios y su·
puestos derechos. Por lo tanto, era de lo más sencillo, por ejem
plo, encontrar una cláusula ambigua en un tratado y luego,
intentando previamente· en secreto alcanzar el apoyo de las
potencias vecinas por medio de promesas o de concesiones, pre-
1(0 P. J. P. VEAJS
.(•) \\·l~.ficld-Srnlfc>rd, ap. cic., pt{c'.. 268. Sobie la for-m1 en 9uc b. rrm-a
C111Ímuta IJ tcntJón d~lom:ili\'I, ,h'( O. J. H11lc, f'r,l)l,city t11ul D,¡,ltmr.Q(y ("f.,:
11uhJlcit\atJ ~ h. diplotuadi,•), l'\ucmi. Votk~Applt1on:t.:cn1ury ... 19,tn.
.EL CRIMEN DL NUR:EMIIERC
r.d-
O·- llq6 a .............. en d ..,_ dt •9•i· ,e llliac,& a, d bando de la pu.
:e--
por9 Uq6 d<maN•do wdc pua impala que "' ~ lu hott,lldodcL SU.
lanflnooadaa '1 bnwt.u i,c, era. wuo um amenazadt brdto pua ta pa. mmo una
de aatipada ~ ltado. VD y loa iop•- <n ,al,,_,
de la 'l1IC ~ .. b:h d IUi#I "' putiailar, lo ..- qoo ,- la+
inttlpa .... de r.duanlo loo -
:EL CRDaN DL NUllM:BERG 145
Otro síntoma que podía haber sido motivo de reflexión ve·
nía de allende el Atlántico, donde el presidente Teodoro Roo-
sevelt llevaba a cabo su «poHtica del bastón gordo», con ardor ,
caracrerístico de los americanos. Aunque para muchos, incluí-
do su conciudadano Henry James, el Presidente era menos-
preciado como trona monstruosa encamación de un ruido con
una resonancia sin precedentes», los pequeños Estados de la
América latina encontraban peligroso no tomarle en serio.
Cuando Colombia no logró ponerse de ccucrdo con él respecto
a la construcción de un canal a uavés del istmo de Panamá,
estalló inmediatamente una misteriosa revolución en la zona
del Canal, se prohibió perentoriamente al Gobierno colombía-
no que enviase tropas para restablecer el orden, y pronto fué
ultimado, con el Gobierno provisional de Panamá, recién esta·
hlccido, un tratado que preveía la construcción del Canal en
los términos l'llá9 favorables para los Estados Unidos.
Ni a Hitler ni a Stalin se les puede atribuir una política
semejsme, Es significativo que al rechazar bruscamente T codo
ro Roosevclt las demandas alemanas, en la época de la crisis
venezolana de 190J, se ganó el respeto duradero y la admira·
dón del Kaiser Guillermo. Aunque distintos en muchos as-
pectos, los dos hombres estaban ligados por un sentimiento de
compañerísmo procedente de la falta de comprensión y esei
mación que encontraban en sus couremporanecs.
Sin embargo, quiús el espíritu que se iniciaba en aquellos
días y que había de venir más adelante, se revela en el almi-
rante lord Fisher que, con la posible excepción de lord Halda·
ne, era probablemente el más hábil de todos los hombres que
rodeaban al rey Eduardo Vil. Al hablar con el periodista
W. P. Stead, en 1900, al almirante Fisha- declaró:
TINo r.oy partidario de la guerra, soy partidario de la paz.
Si se deja bien sentado, tanto en el interior como en el exeran-
jcro, que se está dispuesto, en cualquier momento, a la guerra
contra cualquier unidad de igÚal potencia y que se está dís-
pueato a ser-el primero en herir al enemigo en la tripa, a gol·
pearlc cuando esté caído, a cocer vivos a los prisioneros. ·u
JO
F. J. p, vi:.n,i;
(•J • .-e
Atthur Ott°" ful d defundantc tn ti cfkbrt: procao T,JQlbornc
IIIYO ugu en lng1atcrn e11 187:r. Prctmdla IU d deYp~do hu~ao de la b'·
tan1 Tkhbome qut te crda que ac había ahopdo t'll, el hundlrni<n10 de un barw
IIDQI aftot antes. P·r('lcncUa .qnt" ha'bfJ. sido 11:1\v~o J qut'. deKle mtontts. ar h:a];b
etado ganaodo la_ .-ida ,omo cam:itero,en Wagp.. (ft Au..raUa. AuM¡ue no .e- ~
da nada en 1btoh11.o al huodcro dep.pa.rocido. ml&el M pc:n,on.u crdan m Ja vcnt.-
~ de •u ptttcnalón 1 lub'on mudtóe h'5 que: aportaron ••• dloero a un.a
-pelón pon ay,,<larl<'. OU1tl(Jo "' demanda !uf llm•da. d«pob de ""
i.kio que du,O ara de UI\ at\c;> r que ice di~ que a,nó to0..000 libras attrli.lill.
lw pcneguldo por pcr-jurio y, dtlpufs de eue la..,, jukio, fu~ rondfttldo a 14
IIIDI de 5Cf"l'ldumbre pcn.al. Sln cmba'J°:, muchol, c.recn codavta en él, ~.
N&ml pucu. en que: en un obrno aJ auJ una familia rica y ari.stocrllica ataba tn·
- de pr!Ylt de .... dettt.hoo.
!J CUO Bruce. en ,907. se refi('t'e a una p~IC'O$ión muy timila.r. ,Sc.ba_cabJ. en ••
IOIDbtJa. fittMffl dC' q~ ~1 duque de Portla:nd ha.tú Unido una dohk- ...-ida. palali·
tlD áDI parre de su vida como dn<JIK de POrlla.fld y la .orra panc: romo mb:ttt 8,uqe,,
el acaudala propiccario <le una gnn tien.ch• de Londn:s, Se d«ia 'J.Ue un patadito
WIKHtO eoncct.llba Mn dos roidcndu. Cuando d duque .K an,6 de di& doble ·vida.
~ que te libró ck rntttcr Bnstt por medio de 1.ln c1utffl'O bien pnpuQ. con
• ltm.ro •adQ. Mooho dcspu&: dr 1:a reuene del duque y de ml1ta 8ru« (que lfl
-. ~a. de verdad q)1e 11e morí6 d.c wrd1d mn,o iodo el nrnodu) ful rrac,uad1
... Nd1m.adón sobr~ la hCf'Cl'.KU dU<'II, por un arpintcro de Mtiboumc-', dcsttn·
... IC de mbltt Bnx;c. El cato fu~ 6nalmen1~ 1!~1imado -d~pu,..., de ff't\Kho
plato y audio pc:rJutio- da.puó de abrhw tl ffrc.1ru. donde In(' ~rooir.u~ C'I
cutr~ deJ wcrdadno mbtcr Brua.
F, J. P. VEAI..E
'
•
•
CAPITULO VI
\
LA ESPLÉNDIDA DECISióN
eradas, las decisiones no son tomadas por él, sino por Jos finan-
cieros internacionales, los magnates de la Prensa, los latos fun-
cionarios permanentes, e incluso, ocasionalmente, por los mi-
nistros del Gabinete. No es de extrañar que el hombre de la
calle quedase perplejo.
Mr. Spaight, C. O.. C. B. E. resolvió esta perplejidad con
el siguiente párrafo:
«Como 'teníamos dudas respecto al efecto psicológico de la
desviación propagand1stica de la verdad de que hablamos sido
nosotros quienes habíamos empezado la ofensiva de bombar-
deos estratégicos, nos abstuvimos de dar la publicidad que me-
recía a nuestra gran decisión del 11 de mayo de 1940. Segu-
ramente, esto fué un error. Era una espléndida decisión. Fué
tan heroica y llena de sacrificios como lo fué la decisión de
Rusia de adoptar su política de «tierra calcinada». Conferla a
Convcntry y a Birmingham, Sheffield y Southampton, el dere-
cho de mirar cara a cara a Kiev y Charkov, Staling.ado y Se-
bastopol. Nuestros aliados soviéticos habrían criticado menos
nuestra inactividad en 1942 si hubiesen comprendido lo que
habíamos hecho ( 1 ).»
De paso hay que hacer el comentario de que Mr. Spaight,
en ese párrafo, no hace precisamente justicia a los servicios que
le prestaron a él y a sus colegas del Ministerio del Aire los
nombres especializados del Ministerio 'de Información. Sin su
ayuda, esta espléndida decisión podría haber acarreado conse-
cuencias no deseadas. Gracias exclusivamente a lo que él se
complace en llamar «desviación propagandística», los habitan·
tes de Coventry, por ejemplo, siguieron imaginando que sus
sufrimientos se debían a la villanía innata de Adolfo Hitler,
sin sospechar que el factor decisivo en este caso era una deci-
sión, espléndida o no, del Ministerio de] Aire. Si hubiese exis-
tido semejante sospecha, la reacción podría haber sido algo
diferente. ¿Es justo que el cirujano famoso menosprecie la
contribución del anestesista humilde merced al cual puede llevar
Como hcmot vi.tto. en ncwicmbre. de: 1945, 18 mese. dapub de haber aido rcvdad:J
.la vadad. m eee libro, d D&il1 Mlli1 te rdcrb. c.su.almcnte a tiOocrlng:r Co.• (omo
d. brindo rapocmbtede los auírimimiot de tu amu de a.a britJnio.t c:a la pena
F. J. P. V.EALE
•
\'
EL CllltaiN DE NUREllBERG
tiene que ser considerada corno el precio humano que hay que
pagar para OC?nseguir una ventaja militar» (1), y ee C?n.,uela
con la relkxión de que «el doctor Garbctt, el a,nobispo de
Yor~. ha dicho algunas cosas muy atinadas a este respecto»,
alia que «con frecuencia, en la vida, no se puede hacer
i,ater
una clara distinción entre lo absolútameme bueno y lo abso-
lu~ntemalo». (.t).
Se pregunta uno si Mr. Spaight dina con la misma oompla-
«ncia que «el piloto ha dicho algunas rosas muy atinadas», si,
encontrápdose en el mar, en un viaje por entre rocas peligro-.
as, el piloto encargado del barco le dijese que «en la v,ida,
muchas veces resulta difícil decidir si se ha de poner rumbo
a babor o a estribor»,
Ya en 1931, Mr. Churchill habla recomendado al Gobier·
no británíoo de entonces que la Conferencia del Desarme que
ee reunía en Ginebra debla redactar un código de reglas ior·
males para próteger a los no combatientes; limitando los bom-
bardeos a 136 zonas de combate. «Sin embargo- comenta (So
cuetamente el capitán Liddell Hart -, cuando Mr. Cburcltlll
llegó al poder, una de las primeras decisiones de su Gobierno
fué extender loe bombardeos a la zona de loe no combatien-
ta» (5). P.or lo ianto, M:r. Cburcbill no estaba anunciando un
cambio de política: sino únicamente revísando el pasado, cuan'
do dijo a una C.ámara de loe Comunes complaciente, el .21 de
.eptiembre de 1943 que, tq>ara conseguir esto (la extirpación
.
(l) J.M. Spaigbt, .Bofflbiflg l'in41,ott~, pi¡¡. 1.j8.
(1) Ms.tcr Spligbt no da la rderfflC'iade Cita cita, pero tn su Ubro roriensencn·
... publicado lo ., Ag, o/ Rtllól~lion (•til un. edad de reYOIU<ión,,), (Lc»dil<s,
Hoddet y S1oughton. 195,1), el,. Dr. Garben viene a duir )o mismo en OU'M pala-
.._: «En u.o a,unac, lmpcrfttlO no siempre ,,e pu~. elegir coo duidad entre lo
bua>o y Jo 111a1o .• (Pllg. '9i)· Po, o,ra parte, .. d«IU« de a(e libt.O '!~, o bien
'llmUr Spaigb, se tq_Uivodba ál p,retmdcr que d. Dt. Garbctt comp:arda sus op'inío-
aa. o baen que, durante b diez oftlmo. aAci tl Dr. Carba:t ha cambiado por a:xn·
plelo de opinión. ~&J. en la pAglna 5,03, "el .Dr. Ga.tbttt e.cribe:; 41.J..a lgks;a tiene
que <'(lOdc,.)u los m~lodos de guCrTa que Utva.- la den.Nockm en masa aiotn toicioe,
malquiera que tea tu orupación, tdO o edid. Tiene que rondcna-r el UtO de amw
qw pt9dutm un.a dacrucdón t1libjta, y el bombardeoaniquil~ que reduce gran·
.._ dudadet a un11 maA. 6e ruin.u.» '
CS) Tht Rnk>lullOft in WM(er,, pllg.•79.
18o F. J. P. Vl\ALE
(1) Marb(ia1 dcl Aire iir Arthur J:larriir. &,ni;,.,.- Df/e~~ t.ondres, Collint,
~,. p!g......
'
'
n. CIUM.EN 01!. NIJREMBE.RC
-
f.L CIUMEN DE NURPQIERG
•
explicación en una gula, tampoco la encontraremos. La moder-
na ciudad de Dresden se ha desanpllado en torno, a la ciudad
medieval, conocida con el nombre de «Altstadt» (Ciudad Vieja)
que se encuentra en el extremo sur del puente que cruza el
]!.Iba. En el siglo XVIII, Dresden se convirtió en una de las ·
grwdes ciudades más hermosas del mundo a causa de la oons-
rruccién de cierto número de magníficos edificios públicos, to-
dos los cuales fueron erigidos en el distrito urbano de la «Alt-,
stadt». En un radio de media milla desde el extremo sur del
puente Augustus, se construyó un grupo único de palacios,
galerías de arte, museos y templos, y el castillo, con la l:ámosa
Bóveda Verde que encerraba tesoros de arte inapreciables; .la
hermosa Terraza Brühl que se extendía a lo largo de la orilla
izquierda del Elba ; ·la bella catedral católica¡ la Frauen Kir-
che, con sus cúpulas; la ópera; el Museo Johann~um y. sobre
todo, e-1 famoso Museo Zwinger, que contenía una de las me-
jores colecciones de pinturas del mundo, y, entre otros muchos
tesoros, la Madona si.stina, de Rafael, adquirida por el elector
Augusto 11, en 1745, por 20.000 ducados. Dentro de esta pe·
queña zona, tan conocida de los turistas británicos y américa-
nos que visitaban e1 continente, ni había ni podía haber fábri-
cas de municiones ni.industrias de ninguna clase. La población
residente en este distrito era escasa. La estacién principal del
ferrocarril en Dresden se halla situada una milla más al sur, y
et puente del ferrocarril, por el cual Pas?- 'Ia linea principal
que ya a Beríín, está media milla más allá, río abajo,
Los breves detalles siguientes de esta incursión, que han
sido ahora bien comprobados, los añadimos para completar la
información que en su día dió el Times y que hemos ya citado
anteriormente.
s
En la mañana fatal del 1 de febrero de 1945 se vió volar
sobre la ciudad a' v.irios aviones enemigos rápldos de recono-
cimiento. Los habitantes de Drcsden no hablan tenido expe-
riencia de·1a moderna guerra aérea, y la aparición de eseoe
aviones suscitó más curiosidad que temor. Habiendo estado du-
rante tanto tiempo al margen de todos los teatros de la guerra,
\
F. J. P. VLU.E
de que era uno de esos temas que se debe procurar que olvide
el público pronto. .
La incursión aérea en masa contra Dresden, el 13 de Iebre-
ro de 1945, habrá de ocupar forzosamente un puesto entre los
grandes acontecimientos de la Historia. Ocurrirá esto, no a
causa de que el número de muertos batió todas las marcas co-
nocidas, ni. porque. est~ incursi~~ se distinguiese por el hecho
de que no podía justificarse diciendo que servia a algún fin
militar. La incursión aérea en masa contra Dresden es impor-
tante porque, en este breve incidente, podemos encontrar com-
binadas y concentradas todas las tendencias, impulsos, afanes
y desilusiones de los cincuenta años anteriores. Fué el produc-
to característico de una época que empezaba a florecer en 1914.
· El estallido de una guerra mundial en aquel afio les pareció
a todos uo crimen monstruoso y, como es natural, inmediata·
mente empezó la búsqueda del archicriminal en cuyo poderoso
y malvado cerebro había sido planeado. Parecía lógico creer
que, cuando se comete un crimen, es porque hay un criminal.
Al impulsivo y neurótico Guillermo Il se le atribuyeron dotes
supremos de astucia y maldad. Sólo de manera muy gradual
se comprendió que los responsables de la guerra de 1!)14 fue-
'ron . cierto número de estadistas ancianos, especialmente Ale-
xander 'Izvolskí y Ravmond Poincaré, que se enredaron en
una aventura en la cual cada uno de ellos se sentía obligado a
correr el riesgo de ver la ruina definitiva para su país, por
cuestiones relativamente triviales. Así floreció una época de
hechos monstruosos, que no fueron grandes, de crimen es en
los cuales no tomaba parte ningún criminal.
El bombardeo de Dresden es tlpico en todos sus aspectos.
Ciertamente, no fué obra de criminales o de demonios. Los
hombres jóvenes que llevaron a cabo la incursión no hicieron
más que mover unas cuantas palancas, de acuerdo con las ór-
denes recibidas. Sus sentimientos no fueron turbados por la
necesidad de presenciar los resultados obtenidos con el moví·
miento de esas palancas y sus mentes hablan sido científica-
mente preparadas para desechar cualquier cosa que pudiesen
EL CIUMEN O.E NUREMBERC
'
olr más tarde sobre este resultado, calificándolo de propagan·
da enemiga. Tampoco es necesario calificar de unos demonios
a esas personas tan importantes a las cuales el mariscal del
Aire Harris atribuye la responsabilidad. Si se descubriera/ su
identidad sería probable que nos enconerasemos con que, per·
sonalmente, son amables y bien intencionados. Pe.ro está claro
que, como l<,>s estadistas de 1914, carecían por completo de
todo sentido de las proporciones. Al cabo de cuatro años de
guerra, sus mentes estaban completamente ofuscadas por su
propia propaganda. Un justo complejo de indignación los
mantenía metidos en un puño de acero. Se encontraoan con
un par de· millares de aviones pesados de bombardeo a su dis-
posición, con los cuales, por el momento, no tenían ninguna
otra cosa particular. que hacer. Los informes indicaban que
expuesta al ataque, a una distancia a la cual sería fácil llegar,
habla una ciudad abarrotada con un millón de ciudadanos
enemigos. Si esas personas importantes se hubiesen dado cuen-
ta de que esta ciudad era famosa por sus inapreciables tesoros
de arte, su destrucción les habría atraído probablemente aún
más, porque resultaría especialmente doloroso para Hitler
que, como se sabe, estimaba en mucho. estas obras maestras,
Desde otro punto de vista distinto, la destrucción de Dres-
den tiene una destacada significación histórica. Por primera
vez, Europa experimentaba el · castigo correspondiente a esas
condiciones de desunión y de disensión en que ha persistido
durante tantos siglos. Duraron tanto estas condiciones que llegó
a afianzarse la creencia de que los pueblos cristianos de Europa
gozaban del privilegio, concedido por la Providencia, de po-
derse dedicar impunemente y de manera periódica a la µrea
de matarse los unos a los otros. Todo parecía marchar bien
mientras no existía ninguna potencia no europea suficiente-
mente fuerte y valiente como para aprovecharse de esas gue-
mu civiles europeas. Hasta la fecha no se habla producido
ninguna calamidad aplastante como consecuencia de esas gue-
rras civiles, que, como hemos visto, eran llevadas a cabo de
acuerdo con un código destinado a reducir al mlnimo las pér-
1go F. J· P. f.EALE
didaa y los daños. Todo siguió bien mientras estas guerras .civi·
les fueron realizadas con un estado de ánimo relativamente
bueno, Pero, en el siglo xx, por razones que ya hemos examí-
nado, para ganar la guerra· era necesario sentir odio contra sus
oponentes. Se había desarrollado, por consiguiente, una. técni-
ca por la cual se podía conseguir a voluntad esa emoción, como
quien abre una tapadera, pero, desgraciadamente, esa técnica
no proporcionaba Ics medios para dar marcha atrás una vez
servido su propósito. Inconscientes, según parece, de que las
condiciones hablan cambiado de manera fundamental, los pue-
blos de Europa siguieron jugando a la guerra como. antaño.
El desenlace final, tanto tiempo retrasado, fué alcanzado
al fin en, la Schrecken.macht · (noche de terror) de Drcsden, el
1 !I de febrero de 1945. Por primera vez era experimentado,
en todo su crudo horror, el castigo natural por haberse lan-
zado a lo que se había conocido como guerra civilizada, sin
ninguna garantía real de que esa forma completamente arti-
ficial de guerra no se transformaría en una cosa muy real y
cruel, en guerra de verdad tal como habla sido practicada por
Sennacherib, Geugis Khan y Tamerlán (1).
El bombardeo de personas civiles, ciudades enemigas y pro- •
piedades civiles trajo oonsigo una vuelta sin precedentes, por
lo destructiva, a la guerra primaria } total. Pero quedaban los
juicios por crímenes de guerra, a partir de 1945, para comple-
tar el proceso. Una fase de la gu~ primaria y total, como se
habla practicado en el pasado, era la liquidación de los jefes
enemigos. Estas prácticas se hablan hecho inconcebibles du-
rante la era de la guerra europea civilizada. El abandono del
código civilizado militar facilitaba inevitablemente la vuelta.
a este otro aspecto de la guerra primaria.
Aunque esto venía a sumarse a los horrores de la Segunda
Guerra Mundial y sus consecuencias, el resultado más alar·
ruante fué que eso signífica que, en las futuras guerras, no se
. '
.
C•l Para totognn .. d< Dreodffl dapu& dd bomb&rdco, - 1.. .,.-
anterior y p<lllcric,: de, ate libro.'
l!:L caIMJ:N DI: NUUMBEJ!,G
•
• • 1
•
I
•
' •
El fiscal su_preroo aliado de
los procesos de Nuremberg. juez Ro-
bert H. jaekson del Tribunal Supremo de los Estados Unidos.
z=
•
CÁPÍTULO Vil
LACMDA
(•) Vbte EUiou R0051r\·dt, A.1 Ht: SdW lt, (•Como ti lo v16•). Nueva Yort.
OUd.l, Sloan &lfKI Pclll'(c, 1~, pág,. tSS..191, publtcado anteriormente en 121 Re·
viMI IMlt (Vbst: d nlln,. dél , de oca.ubre de 194-G}. La ICftota Elc:anor R.oosevdt,
propordo"a d prólogo dd libro de •U hijo, de taJ modo que ate rdato de lo q.ue
oc:unió m ~Jchcdn licrn: qut: ser considerado <omo un.a vmión 1uto1bada de la
fam.Ui:a ll008tl'ch, cu::1Je,qukn. que .ea.o lu oll'u YCfliooet que posterícrmente aean
opóf'Iuno <fa.moa.
tan pronto como los capturemos, a todos ellos, y deben de ser,
poi'" lo menos, 50.000.»
Estas palabras parece que suscitaron protestas por parte de
Mr. Churchill. Quízá se acordase de que también él era euro-
peo, y, por cierto, el único europeo prominente que había allL
1,El pueblo británico - declaró sin rodeos -. nunca eonsen-
ti.tá semejante asesinato en masa. Considero que nadie, sea
nazi o no, debe ser Iiquidado en forma sumarísima ante un
piquete de ejecución sin un juicio legal en debida Iorma.»
Asf empezé el primer intercambio de opiniones sobre la
idea, entonces nueva, de que, después de la victoria, tendría
que haber una matanza general de 105 jefes vencidos. Hay que
subrayar que Elliott Roosevclt no sugiere ni apunta la idea
de que 'uno de los párpados de Mr. Churchill se guiñase bur-
lonamente al emplear la palabra «juicio». Por el contrario, dice
que la proposición de Stalin hito que Churchill se pusiera
de rnuy mal humor. La pasión puesta por el Premier británico
en este asunto, dice, divirtió a Stalin que parecía sentirse· «enor-
memente halagado», y sorprendió a todos los presentes. De he-
cho, su reacción ante la sugestión del asesinato en masa de
50.000 personas fué tan exar.:rad;¡ que Elliou se ve obligado a
apuntar en su libro la idea de que debía haber otra causa ex-
traña que explicase la «creciente cólera de Mr. Churchill», Le-
jos de sugerir que la indignación de Mr. Churchill era simu-
lada, todo este incidente es relatado con la intención expresa
de resaltar el contraste entre los prejuicios anticuados, espontá-
neos, sin razonar, del Premier británico ; la amplitud de miras
de hombre de mundo, de su padre, el presidente; la cruda sim-
plicidad de Stalin, y su propio tacto consumado en un mo-
mento embarazoso.
Según su hijo, el presidente americano ocultó una sonrisa
cuando· se hizo esta propuesta de asesinar en masa a 50.000
personas. «Quizá- observó genialmente-, en lugar de eje-
cutar- en forma sumartsima a :50.000, podríamos ponernos de
acuerdo sobre 'un número menor. ¿_Fonemas 49.500?»
Elliou Roosevelt tenía la esperanza de que con esta obser-
P. J. P. VL\U
F. J. P. VEAU:
duras que podía suponer que serian bien recibidas por varios
sectores muy poderosos del cuerpo electoral americano, romo
represalia por la política despiadada, antij.wlía. y amidemocrá-
.tica del Gobiemo ·nazi. También se preocupaba mucho de im-
pedir cualquier diferencia de opinión, entre sus aliados, que
pudiese entorpecer el camino de la victoria.
Por su parte, la única preocupación de. Mr. Churchill era
evitar todo Ío que pudiese debilitar el esfuerzo conjunto de gue-
na. Al conerario que el presidente, no se hacía ilwiones res·
pecto a los. gobernantes comunistas de Rusia. Durante veinte
años los había estado denunciando como «mandriles» sangríen-
tos, «cecodritos con aires de amos», y «los carniceros locos y
sucios de Moscú». Pero entre sus muchas dotes, no ocupaba el
último lugar precisamente una notable capacidad para borrar
.de su mente ta, opiniones expresadas en ocasiones anteriores,
si el momento y la conveniencia as[ lo requerían. Dos años an-
tes se habla convencido a si mismo de que ningún precio sería
demasiado alto- ni siquiera la disolución del Imperio britá-
nico - para pagar la consecución de la victoria. Este-compro-
miso tan poco satisfactorio con Stalin parecía, por compara-
ción, una concesión muy peq ueña, Su mente habla sido siem-
pre el polo opuesto de lo judicial : no sabia nada y le preocu-
paban muy poco las dificultades legales que surgirían en un
juicio en el cual los vencedores ocuparían los puestos de jue-
ces y resolverían sobre sus propias acusaciones contra los ven·
cidos. Indudablemente se habla convencido de verdad, en aquel
momento, de que Hitler y sw colegas eran culpables de críme-
nes abominables: ¿ Habrlan de escapar al castigo por falta de
un tribunal con jurisdicción para juzgarlos? ¿ No era natural
que con un gran montón de problemas urgentes que requerían
su atención inmediata Mr. Churchill se desentendiese del asun-
to pensando que, cuando llegase el momento, no estarla fuera
de la capacidad de sus consejeros jurídicos el elaborar un plan
para los proyectados juicios que estuviese libre de defectos téc-
nicos y que, al mismo tiempo que confirmaba las OFg!Jllosa.s
tradiciones de la justicia británica, sadsficiesc al señor Stalin
.104 B. J. P. VUU
(J) Mfs_ier Montgomcry &:lgion 5d'la1a en w J'iclo,, Justíc, («U. jUltida de los
\lfflcct~•}. p:tg. ¡6, que, en Nuremberg uel fisca.1 jefe ruso en UJ\ teniente gene...
nl. pero g«c el jua de m'1 tango dt lot dos rusm que babia. era 10lamente gene-
nt lle Oh•isión~• El primao era poNallol de.l Gobierno soYiftko; d U,ltim() lfflla
,que dc,;,cmptt'lu u.n papd. no mis aaf"o que el de' los jueo:t de Endque VUf en
C1u1on bu ry.
lt
.21 O F •. J. P. VE.o\l.11.
«<>nómica, que h>.n •ido d~"" r.!' t::nltine. Cardwell <? ,u libro
(,:l..a ruc~ dd t.a.ba<O•). MJm.T W1U.1un He.Rn Chamberhn en su libro .fmbtaalf
_T•- 11_-i,
S..:<>nd Cnuad< (•La "'l"n<la oµ...i,. de ,Améria•) (Chlago: Regncry, 1956, pi·
gina ,306) ealbe lo sigtliffll.C: «No, ti úna cxagc'i'ICión decir que el Plan Mongcnthau,
aceptado por núJttr Roose'i'eh y mitter CburdliU en Ja Con{erenda de Qutbec, en
teptitmbré de 1944, ,¡ hubiew. i.ido aplicado en toda su atnpfüud, h.abrla cqlil't'llMlo
a una sernendt de ou.ame o:,rura miHonet -de a~ane,. La iotLI en la· cua., se
proponfa la p1ohibidón de loda dne de ind~trlas pesad.as y de roinet,1,a, eJ una
ee las rn,b urb.1nlud~1 y dcntamene robladas de- .Ett"Op&,• Véa&t tambil:n. f"reda
uu~. obra ~toda. ,
(1) Vbte g<nénl ".lla"' CJUC¡ Colculoud Ri,A (•Rie,go pre,istc¡,,), t.ondm:
Ha.,.p. 1951.
EL CR!MIIJI< DE NUREMJIEllO
'
La actitud de míster Wiruton Churchill respecto a los «cri-
minales de guerra nazis» (con lo cual quiere signifiq,r los miem-
bros poluícos del Gobierno alemán y sus asesores militares, na·
vales, financieros e industriales) no estaba nublada por dudas
legales ni por ~corlas políticas. Sobre este tema, lanzó las opi-
niones más enérgicas en declaraciones públicas. A través de to-
dos los tiempos, los políticos siempre han tenido una opinión
muy dura de los actos y 'motivos de sus enemigos: Incluso el
rey Sapor no cabe duda de que creía· sinceramente que el em-
perador Vaterío se merecía que fuese usado como estribo, Mís-
ter Churchill parecía no tener la menor duda de la culpabilí-
d.a,<l nazi, por lo menos después de 1939. Parece que ha estado
convencido de que cualquier hombre ecuánime que investigase
los hechos tenla que compartir su opinión ( 1 ).
A esto se puede objetar que, en ese caso; míster Churchill
debería haber insistido para que la investigación fuese realizá-
• da por un tribunal compuesto por juristas neutrales. Semejan-
te tribunal se podría haber formado con facilidad: había emi-
nentes juristas suizos, suecos, portugueses, españoles y argentinos
de fama y consideración que habrían estado dispuestos a servir
en un tribunal semejante. si hubiesen sido il)vitados a ello. Si la
«culpabilidad nazi» realmente era tan evidente, el resultado
habría sido el mismo, y la sentencia tendría una máxima auto-
ridad por proceder de un tribunal compuesto por hombres de
leyes neutrales.
As! se afirma claramente en la siguiente carta que apare-
(1) , Rea.tment~ t'OUha uombrMO oomp1-11r la torra!cza otoka <:on qoe lo. de-
lentóra de !as tr~id~es de la Marlpa brit:lniN soporta.roola condena del almi·
nnw Jlaedtt I adm.a perpetua: 1 tlmbiin sus voc:ilmmet pl'OlfStu ~ se
•undó, ~ mano ee 195~, que una RodUa de baT(Of bri1,:tnicos iba a KS" roloa.da
t.jo el m-ando· de un alm.in.nte acoerieano.
F. J. P. VE.ALE
quedado con las partes más escogidas del planeta y desean con·
servarlas contra w «agresiones" de las naciones que nada rieñen.
Una autoridad tan eminente como Harold .Nicolson admitió
en cierta ocasión que ésta era la realidad. Un ladrón que se
hace rico oon sus fechorías puede, de pronto, sentir un exage-
rado respeto por la santidad de la propiedad que ha acumulado
ilegalmente. Los apologistas de la Sociedad de las Naciones
patrocinaron este mito del mal único de la- «guerra de agre-
sión»'durante los afios 19~0 y siguientes con el fin de impedir
que se turbase el status quo por parte de w naciones que su·
frían las consecuencias de los tratados de potsguerra.
Un historiador americano y publicista internacional, jame:s
Thomson Shotwell, que tenía mucha influencia en los cbculos
de la Sociedad de las Naciones, era probablemente el patrocí-
nador i;nás ardiente de este mito. Era defensor apasionado del
Imperio británico y del órgano internacional que trataba de
mantener las cosas tal como habían sido ordenadas en 1919.
Incluso un exponente' tan destacado de la- declaración de ilega·
lidad de la guerra como el distinguido abogado americano Sal-
mon O. Levloson, ridiculizó la idea de declarar ilegal
t0lamente la guerra de agresión, comparándola con. la estupida
idea de declarar ilegal el «participar en un duelo de manera
agresiva» y permitir en cambio el «duelo defensivo». Por
último se eliminó de la idea de guerra agresiva todo sentido y
toda lógica cuando el Tribunal de Nure.mberg la definió como
la guerra que hace el bando que pierde. A partir de abora,
el llevar a cabo una guerra agresiva sólo puede significar perder
la guerra, cualesquíera que sean los hechos y las razones en
relación con $U desencadenamiento. ·
El concepto ruso de un juicio que conduce a un resultado
previo acordado de antemano no es cosa totalmente nueva para
el público norteamericano. En los días de los pioneros de la
hiatqria americana, en 106 terrltorios avanzados, donde la.s fuer-
:iaa de la ley y del orden .eran débiles y estaban mal organi:aa-
daa, los llamados «vigilantes» tenían costumbre de capturar
periódicamente a personas que era notorio que vivían fuera
F. J. P. VUJ.!.
(a) Pin un examen ddaU¡,clo de ewe: juicio, "'·hsr A Tf'icl on Tri&I (ú.l juicio
• un juld .. ), por Mutmltian J. SL ~ge y 1.a""m« llmnls. (Chlnp; Coali·
lé Naoonai de D<ttcl,"' Ch'ilo, 190.)
F. J. P. VtALK
(1) .En -$U IJbrO reqffiu:mente pubUado. U.N. O~ amt W4.T Orimu (nl!..a
O. N. U. y l!',Jll trimcneJ de gucrn•), e) v1JQ)fldc Ma.ughan CQrisagra todQ un c;apt·
uUo al aWJcn de lQs rffl!Qínor d'el P~o Kellogg. h.f dtcuntt.mdü en que fue
6nmdo y l.a, divcr$t1 O()inJoncs apn~d1J, y 1as int01preudóna dada, en eq,udl.a
t¡«a, t. en pa.r0<;wu, las ugurid•d" dad,. por •u •uto<. M<. K<llogg; al S<nado
dt IQ\'I ,-:,ta<loe U.n.i~o,1 CCJ~ :a 1Ui ilau1« y ~Ct()S. At .hiblar COft J.a•autor,i:dld
q,qa t-<>l'rolJi'Onde• un, uitiguo lorJ-o.ntiUff de Jngla.Jcrn, el vb:tondc 1'-h.ugba.n
~aatlmit 1ou.lmcn1~ la _prct~ dd Tribunal de Nurcm"l:>ctg de basa.ne m •a.
autotidad dcl Pacto para in.tHgir ca$4.igQS por Ja tramgrf;S.ión de •u1 diSposidoo.ts.
a pre'1nl;tuk> del Pacte, sc,'i.a1.a, d«l.á.Ni. que su propósito es "''ª petpctuac16n de
.bt ~laci<:ines padfias y amktosu ahor:t eJ.:UttnttS,), y ~adc,acamm1e~ •U ejec.u·
e.ion o fflCa.rcela.trJ.icnto de cierto nUmcro de so1dadC11, m.arlntro!, ').' cstad1$tu de un
EJtado .Jgnatario despu.& de un, gyena:. difttil:rneott podri condudt a ta.ti 1-udabJe
tin. l.!$ ,u~ ptobable -~ue prodwa una cont..inulda hotti1idad.1t Vizconde Maugham,
· V . .N. o .. and War Cmnn ('111.a O. N.U. y los cdmtnt:$ de g\ltrraP), Londra. MW·
ray. ,g5,. ptg,. ~·7,.
.El. CIUMEN DE NUREM8f.RG
- EL CRIMEN DE NURDIBERC
(1) Ea """ fou,gnlla •• """'°od ólúmo cle lot juidol ele N....._bc:r¡
q1Me comdlJO el 5 de lebm'o de 19f8•1 publkada en el tll1Ulr•lccl Lon,dqn Nftll•,
del e de n,ano de 194-8. puede ver.te a lo, ~ ocupantes del b3.nq\ltllo, tra m.a.ria-
1».lea de tampo, nueve. gcncnla y w, 4hniran<~ que van YC:M.idm oon ropa dYila..
No ,e lTaia. de vu drcumtancia fortuit•, ü.oo de un rasgo ewndaJ de b proce..oe..
P"" i. l<Oria kgal """Pu.da en qoe- un ooldado dtja de ,., ooldado y pJ<ril• todc»
•u• der«hot como tolóado, al te le quit& ,u un.¡formt.. Por ara. m.bm& ~. dade
luceo. un rty dcberia ftflt' oblipdo a lbdJGU' cada Ytl. (llle le &(Uestl. a mmot
qq,: ,ame i. pr.aulCido de poncnc i. • como pro de dormir.
(•) - y Fog ldcron lo, •bop<Jo< qu• .,..,.,.., en re¡,raenMClóode •a
adora lardtll m ,u deia,4d1 por Npttffll de promCA. contra Mr. Pk*-wkt. Mt.-
tcr Pidtwkt. fotm6 una opintóo muy pobre de ,u, m&,dos. Vbte Ptdcwít:l ,..,,_,
(•Loo pap(let de Piawick,), por Culo< Oickcn,, en particular d ""l'hulo 111>, La
m*8: ptódm1 analogía americana probablanauesed• Ja tamou &tma dt H~e y
Rammd en 11 do<Md cle Nueva YOTk, al -pear d ,lglo octll.\l, V- Rldlard
ll-. Howe y Hvmmd. Thd. Tnu, ..,.¡ ~low HW..., (•SU l'Cf'lladcr9 y
ac:ancl&lola hhtori.a.). Nuaa Yort~ Farrar. Stnuu. •9*?'·
Alemania equivalente a Bath o ·a Cheltenbam, escribiendo
memoruu y soñando con los días en que hablan desempe-
lai:lo un primer papel en los asuntos mundiales.
El día 15 de octubre de 194:6, el mariscal de campo Kej.tel
fui ahorcado en Nuremberg. Con él mu.rió el general Jodl.
))e esta manera se tenninaba abruptamente una larga época
41e la Historia, Al mismo tiempo, el almirante Raeder, a pesar
4le su digna petición de que se le dejara compa.rtir la suerte
4le 1us camaradas, se vela condenado, a los 74 años de edad, a
uabajos forzados a perpetuidad, en una cárcel.
La suerte corrida por el mariscal Keitel carece en absoluto
4le precedentes, no sólo en los anales de Europa desde la Edad
()blcura, sino incluso en la historia de los tiempos civilizados,
ea cualquier parte del mundo. Tenemos que indicar que la
mene corrida por el general Gordon, en 1885, ofrece cierto
)llalelo, pero un detenido examen mostrará diferencias fun-
amentales. En primer lugar, difiere respecto a la manera ~
f1UC murió el general Gordon. Según el relato aceptado por
llr. Strachey, el general Gordon no llegó a ser hecho prisío-
llGO, sino que fué muerto a lanzadas mientras luchaba espada
ea IIWIO contra sus perseguidores sudaneses.. En segundo lugar,
• 11e acepta el relato de que su cabeza Iué cortada después de
liaber sido hecho prisionero, puede darse por cierto que sólo
banscurrió un breve espacio de tiempo entre su captura y su
maerte. Los sudaneses, en aquella época, eran unos bárbaros
y unos fanáticos religiosos, pero no hay prueba de que el
M.hdi (jefe) personalmente y a sangre fria, ordenase la ejecu-
ci4a del general Cordon. ~fásseguro aún·es que no lo entregó
a un tribunal de mullahs para que investigase sus crímenes de
perra. El general inglés o Eué muerto mientras luchaba o fué
lllesioado inmediatamente después de su captura ,por los der-
\'ichea vic.tbriosos, furiosos por el .frenesí de la batalla y ·aloca·
dos por las terribles pérdidas que· hablan sufrido, al asaltar
f.fanum. Los dos casos sólo serían algo parecidos Ji el mariscal
ile ampo Keitel hubiese sido golpeado en la cabeza inmedia-
1amente después de 5U captura, como consecuencia de la exci-
•
F. J. P. V.&ALE
,
da a ~odo aquel qu.e no fuese combatiente uniformado. Esta
innovación tuvo como consecuencia final una nueva clase de
e
que, por lo que se refiere a la clase gobername europea,
a constituir una especie de Tito social, de cuyos misterios
han excluidas las simples personas civiles. Sólo el uniforme
del ,oldado se consideraba traje digno p:\ra que la realeza se
~-~tase en público. La espada ~ue en 1901 hacía ya mu-
,clio tiempo que era un arma anticuada..- era llevada incluso por
b diplomáticos más pacíficos, como símbolo de dignidad.
En el transcurso de una generación, «todo el proceso ma-
f'J'Cl1Wico11 (como diría míster Spaight). que se había venido
lea11TC.Uando durante 500 años, fué cambiado de golpe, y en el
Ílalll<:uno de cincuenta años la guerra volvió a su prístina sím-,
• ·dad y audeza.
«Se fueron para siempre ~cribe el capitán Liddell Hatt-
JODJ.lnticas baladronadas sobre las virtudes heroicas de la
aerra, y con ellas la teoría, sostenida sin la menor discusión
1901, <le que el éxito en la guerra era una prueba segura
la idoneidad de un pueblo» (1). «El general J. F. C. Fuller,
au obra Armament and History (!<El armamento y la Bisto-
•
f•) TM R.,/olution i• Wor/ce (•Lo n.oludón m la guerNt•). p!g. ,s.
•
F, J. P. VEA1Z
•
EL C)l.11,(EN DE N UllEM"BEllG
'
.. •
'
'
..
l
t
•
...
8
.....e
1
e
=
~
,o= .
·o t"
·~2.x
.. "
¡¡
~
.!: =
";z
-e e
.!) "
= 13
-e~ ¡;
uº
= ..
-.e
s" >-
!: !
· -
-· "
:'1 ~
-¡ ¿
e-;
,::
i
s-
-e
"
~
"-
11'
;..•
• •
CAPÍTULO Vlll
•
DESPUts DE NUREMBERG
(.a) V6anac lOI anlatl_ot tltuladot Nidtt en.de Jcmd«rn Jttchl (uNo pada, 11ino
)ullld••). publladoo por lHr $Um. !1 ntlntffl> dd ~ de -o 6e 1951 ....,,1enc
aaa ~
de...,...
de la csrta cid mmnde A.la1nder, fcchod.a d 16 de jullo de 195.1,
ttpl'Oducicll en d n.1'7 &tpra, cid 9 de 1951.
EL CJUJa:N DE NURDlllEllC
(1) No abt- duda d~ que cxbda l& fnttodón dr K:abtt squJdo C")me1ic.,sc\o
ll'q!COl>I, puc, el obhpo •ngU~ de Monmoulh juniti<ó la dbuucdón
Monaecasioo basind.oee ee que • Jau.crillO vino a salYar las ahn.u. no a ere,
el templo de Jcro,aJtn,,. ;Qulti tea fflC el ejemplo mis períe«o de un
ICfU/lvr en la lmgua ing1$ 1 ,
F. J. P. Vl!,,\U
(•) "todo cuanto .,e reñere al lllarixal Keuclring durante M1.S <:a.mpaila! 1t
Alrica dd 1':onc- e ltalí.t. junto roo lu 6rdtñes dadas 1ai1to para aahar los ,éJo~
~licol <0m<> para <ombuii,. a 10f guerri.Ucros., etc-•• M!' ha.lla ee M"11orila1; del
llarucal 4k ca.mpo XcsstJring, Editorial A,Hk. 'Bartdooa. 19.:j.,.
E. J· P. VUU'.'
•
que habla de parecer ultrajante, en cualquier circunstancia,
que una persona inocente Iuese ejecutada por el delito come-
tido por otra. Pero el tribunal estaba compuesto por soldados
experimentados y la ejecución de rehenes se apoyaba unánime·
mente, por las autoridades militares de todos los países civiliza·
dos, como medida coercitiva. Los artículos 458 y 454 del Códi-
go de Justicia Militar británico, son explícitos en este sentido.
El articulo 454 explica que ida fuerza coercitiva de las repre-
-salias procede del hecho de que, en la mayoría de los casos,
inflige un sufrimiento a individuos inocentes», El articulo S58
del Manual Militar americano autoriza también la ejecución
<le rehenes como medida necesaria para proteger las vidas de Ja.s
fuerzas combatientes. Como cabe pensar que Kesselring era
condenado porque el tribunal consideraba que la proporción
de 10 a I era excesiva, es necesario declarar que, cuando los
franceses ocuparon Stuugart, en abril de 1945, se anunció que
1os rehenes serian fusilados en una proporción de 25 a 1 por
cada soldado francés asesinado y que, cuando los americanos en-
traron en el distrito del Han, se amenazó con la ejecución, en
una proporción de 200 a 1, por cada soldado americano asesi-
nado.
La razón por la cual se consideraba deseable mantener se-
creeos los hechos de este juicio de guerra, es bastante evidente.
El veredicto era totalmente indefendible. La razón por la cual
Iué posible mantener al público sin información sobre estos
hechos tiene también una explicación muy sencilla En su jui-
do de guerra en Manila, el año antes, el general Tomoyuki
Yama.shita tuvo a su disposición un equipo de abogados ame-
ricanos que no sólo le defendieron con competencia, sino que
apelaron al Tribunal Supremo de los Estados Unidos. Aunque
no lograron salvar su vida, uno de sus abogados, míster A. Frank
Reel, reivindicó su memoria escribiendo un clásico estudio del
caso, en el cual cuenta todos los hechos (1). De manera similar,
'
,
El. CIUMEN DE NUREMBERC
dos años más tarde, el mariscal de campo Fritz Erich von Maru-
iein, obtuvo abogados ingleses para defenderle en su juicio, en
Ramburgo, en 1949; gracias a sus esfueraos salvó la vida, y uno
de ellos, mfster R. T. Paget, ha escrito luego un r~lato del pro-
ceso que no deja lugar a la menor duda respecto a las razones
y los métodos por los cuales se conseguía la condena. ( 1)
AJ mariscal de campo Kesselring, por el contrario, le nega-
ron los servicios de los abogados ingleses para defenderle ante
c,I tribunal militar 1nglés que recibió la orden de juzgarle. Se
vi6 obligado a confiar en abogados alemanes que .no estaban fa-
miliarizados· con los conceptos legales 'ingleses ni con el proce-
dimiento legal en Inglaterra. Como ciudadanos de un Estado
derrotado, sus defensores no eran libres, como lo'eran míster
Reel y míster Pager, para llevar a cabo la lucha por. la justi-
'GÍa, una· vez terminados sus servicios profesionales. El verse per-
seguidos por lo que las autoridades podían considerar como un
celo excesivo, era una posibilidad siempre presente. Desde lue-
go, es una característica de todos los juicios de guerra que, ge·
neralmente, sólo los que se ocupan de la defensa parecen mos-
trar algún deseo de volver a insistir luego sobre los hechos. En
~I juicio de Kesselring, los que se ocuparon de la defensa care-
dan de los medios necesarios para dar a conocer los hechos,
por Jo menos al mundo situado fuera de Alemania; y Los que
se ocuparon de otras cosas en el procesó que no fuera la deíen-
,a, han guardado siempre, desde entonces, un prudente si-
lencio. · '
Desde cierto punto de vista, el juicio de guerra de Kessel-
ring es mucho más notable que el de Nuremberg. El tribunal
que pretendía emitir juicio en Nuremberg. estaba compuesto
por juristas que se reunían sólo seis meses después de terminar
1as hostilidades. Sus mentes estaban todavía bajo' la influencia
de las pasiones propias de tiempo de guerra y, si se equivocaron
de ma9era deplorable tn el caso del almirante Raeder, por lo ' •
111Cnos puede decirse que hicieron una especie de justicia en
(•) '
The Dairy Mllit, 6 de abril de •!MG.
F. J· P, Vf.ALE
•
EL CROi~ DE :-¡UJlE)l-8.EIIG
±
la época en que se celebró el juicio de Voo MaJUtein había
ucha gente que sabia que varios millones de prisioneros de
g erra. estaban detenidos por el Gobierno soviético para que
realizasen trabajos fori:ados en Rusia. Según los cálculos pre-
parados por la sección de iofonnación de h. O.T.A.N. estos
prisioneros incluían a dos millones de alemanes, s70.ooo japo
n~s. 180.000 rumanos, 200.000 húngaros y 6s.5ao italianos.
Según los cálculos de la O.T .A.N. el 40 .por ciento de estos
hombres pueden darse por muertos. El 6o por ciento supervi-
viente continúa todavía en condiciones de trabajadores for.
zados (2).
Si se comparan con la gravedad de las acusaciones crimi-
nales, tal como fueron esbozadas en el discurso de apertura de
Comyn Carr, los delitos de los cuales se consideró culpable al
mariscal de campo pueden ser tachados de triviales. Sin em-
bargo, «este soldado de 62 años de edad, de cabello blanco y
medio <lego», fu~ solemnemente informado de que tenla que
«cumplir dieciocho años -de cárcel a partir del día de la fecha.
El periodo de cuatro años que ya ha pasado bajo custodia, ha
sido tenido en cuentan.
Teniendo en cuenta el tributo rendido .por la defensa a la
cortesía y humanidad del tribunal, es lamentable que la re-
dacción de las frases de la 5e0t~ncia dé una impresión tan la-
mentable. Evidentemente, poco pod!a importarle a un ancia-
no casi inválido que se hubiesen tenido en cuenta o no los cua-
tro años que habla pasado como prisionero de guerra. Supo-
niendo que se tenla' realmente la intención de que cumpliese
su sentencia, sus posibilidades de salir algún d!a libre eran
casi nulas, lo mismo si se le condenaba a dieciocho años que
si se le condenaba a ochenta. La subsiguiente reducción de
dteclecho a goce años causó una impresión igualmente desagra-
dable. Este ostentoso despliegue del deseo de que la duración
{1) Vhx Willam fflnty Clwub«fot1, Ammca's $«""4 C""°" (d.a ocguncla
cnuodl de Amfrka,,), pll¡pl.... y su¡.
(-t) Vá.ac Timu, 7 de julio de ·~1.
U. CJUNEN DE NU'I\ENBERG
•
•
•
e
':I
a.
..
.;
e
c
:g
.l.,..
'O ..,
~ )!
o;.
~
•
CAPÍTULO IX
•
F. J. P. VEALE
l:
una demostración aún más definitiva de la escasa influencia
tenían los principios establecidos pOI: el Acuerdo de Lon-
de 1945 sobre la manera de hacer la guerra. Según esos
prjncipios, interpretados y aplicados en -el juicio de guerra del
general Yamashita en Manila, en 1945, en el juicio de guerra
del mariscal de campo Kessclring en Venecia, en 1947, y en el
juicio de guerra del mariscal de campo Von Manstein en Ham-
burgo, en '1949, el comandante jefe de un ejército -es personal·
mente responsable si cualquiera de los hombres que se encuen-
ttan bajo su mando resulta. culpable. de transgresiones de las
~eglas de la guerra, comete atrocidades o tiene · un comporta,
miento delictivo grave o en cualquiera otra forma. Esta res-
ponsabilidad es absoluta. Siempre que los delitos sean eometi-
dos por hombres, aunque sólo sea nominalmente bajo su man·
do, carece de importancia que el comandante tenga o no cono·
cimiento de lo que está ocurriendo o que disponga o no de
medios para impedirlo. Como se describió anteriormente, el
scneral Yamashita fué ahorcado porque fueron cometidas atro-
cidades por unidades con las cuales había dejado de tener toda
clase de contacto y eobre las cuales, desde luego, había perdido
el control, como consecuencia precisamente del é:xito de las
operaciones americanas. Sin embargo, se juzgó que habla co-
~tido el crimen de guerra, acabado de crear, de «no haber.
sido capaz de conservar el controle.
E~tre las fuerzas que luchaban en el bando de las Nacio-
nc:,, Unidas bajo el mando supremo americano en Corea, ha-
bla numerosas unidades compuestas por soldados sudcoreanos,
Naturalmente, a los ojos de esta tropas; sus enemigos norreco-
reanos eran rebeldes armados contra el Gobierno del presiden·
te Syngman Rhee. Como consecuencia de este punto de vista,
fusilaban a sus prisioneros como la cosa más natural de] muo·
do, con excepción de aquellos que tenían la mala fortuna de
aer conservados para que la policía de seguridad los i nterroga-
IC sometiéndolos a tortura. Las personas civiles, en las zonas
IOSpechosas de ser procomnnistas, 'eran detenidas por la policía
F. J. P. VEAL!:
•
.EL ClllMEN DE NUllB)fBERG 3!P
En cierto sentido, lo que la gente esperaba ha resultado
justificado. En verdad, los prisioneros siguen viviendo en un
puro mundo de apariencias. Por otra parte, nunca se les ha
permitido, ni por jm momento, escapar al contacto de las llllás
duras realidades. Revelaciones recientes han confirmado que
en Spandau la bufonería y la brutalidad han seguido mezcla-
das aproximadamente en las mismas proporciones que en Nu-
remberg, Los pr,isioneros confinados en Spandau son : Walter
Funk, antiguo ministro de Hacienda; Albert Sp.eer, antiguo
ministro de Armamentos; Baldur von Schirab, jefe de la Ju-
ventud Nazi; Konstantin von Neurath, antiguo ministro de
Asuntos Exteriores; Rudolf Hess, el tercero en rango entre los
jefes natía; el almirante Karl Doenitz, antiguo- comandante de
la Marina alemana, y el almirante Erich Raeder,
Para impedir a estos siete ancianos caballeros - la mayoría
de ellos pasan de los 70 años; uno está loco, dos se encuentran
inválidos y otro l:stá prácticamente ciego-, que arrollen a su.,
guardianes numerosos y armados hasta los dientes, que agu-
jereen los macizos muros <le la prisién y que saquen ventaja
a sus perseguidores, se ha levantado alrededor de la prisión
una enorme barrera de alambradas de espinos, de tales propor-
ciones que más bien parece proyectada por un persona je de
leyenda. Esta barrera de alambre de espino está electrificada
por una corriente de alta tensión y, durante la noche, es ilu-
minada por poderosos reflectores. Como precaución adicional,
cada pulgada de esta barrera puede ser acribillada en cualquier
momento con una tempestad de proyectiles salidos de nidos
de ametralladoras cuidadosamente emplazados, servidos por .bi·
zarros guerreros. Cada quince minutos durante la noche se
enciende una luz en cada una de las celdas ocupadas por los
Clliete grandes», de tal modo, que los guardianes pueden ·estar
1eguros de que el cautivo a su cargo no se ha deslizado por el
agujero de la cerradura de la puerta de la celda llena de pesa-
dos cerrojos.
Como demostración de-la inconmovible unidad política que
nunc;a existió, las cuatro grandes potencias que llevaron a cabo
'
F. J. 1'. VliLE
( 1) J)t, 1.a, d.._. L1<I01u,:o dd uph,ln I ldddl llan (.UO 1<1\ ~cncrat-c, a~ntJ
d ·P4H, clt" b ,auc.-r-n. ~ ~¡ucndt rl.,111n1,c,n1c, que. ur-:pu~ del mbp•o tic f'nncii
, ,ir la ce1trad1 dd Lucrpt, f.,rpcdidona.riu ln1t;6nl1<~ de Puro¡,:a. la tonqul1:t1 )' ta
o,«•t•lu\,n d,· l:a Gran 81~Lli\a 1\fJ 1n,1,1a-mn r.ntt" d~ 1Q,i ¡1l1tnl'°' Je Uit.ltr. Vt»c-
1 ·c'tk-11 1 bn úrnn•t• t:,.,u-,al, Tclt-, (l'I H, M:t"'! l(t gmrnlt" a.1"11211~). N'ucva
\, k, l\fnrmw, 1tt1M. p~. •.:Vi l .a =-r:in i1mh1,it,1, tf~ ,u \ ~hp;ar:a Hhkr .tra d~~
1· ...,, LI J.).IL"-1 Je q1111xV>n eh- F.vto11, ~011Lra d , ft-nrn,,1,mo t•rob;il,kmcmc. lct ~ni-co
•i htal11,11 •'<'~·•h• •\. ln~b11rn , t>•=-11 ·:i .. ., •1Ho ,h. 1f)i•1 h:.hrí:a "ido que su
..,.. .. ,t'1"th.1 ~,,,.b.., .-...,1t•n1111111,ullr ,. :m·l·t.,d, nu1jh u,n11• l.i l'n1,,o Sb
El. CR!~U:~ DE ;,(UllOIBERC
ll57
una necesidad imperiosa, fué creciendo y adquiriendo vigor en
Europa y en los .Estados Unidos la opinión de que serla mejor
cuanto, antes se olvidase el desgraciado pasado. Pero los que
10$lÍenen esta opinión no son consecuentes, por las consecuen-
cías de los juicios de guerra que siguieron a la rendición incoo·
dicional, No sólo resulta inútil hablar de unidad europea cuan-
do la mitad de la europa occidental está montando guardia so-
bre la otra mitad, sino que es absurdo esperar que los alerna-
nes desplieguen un espíritu como el que hace tan poco tiempo
los llevó hasta el Volga, mientras algunos de sus jefes más res·
petados se encuentren detenidos en la cárcel, vestidos como pre-
sidiarios, porque se alega que no fueron capaces de atenerse a
un código con el cual ningún general británico, americano ni
.francés piensa cumplir. Las protestas de buena voluntad se ca·
Ilan por miedo a parecer hipócritas,
Subconscíememente, algunos pueden considerar que es la·
mentable que, en contra de la antigua costumbre, hombres tales
como el .almirante Raeder, el mariscal de campo Kesselring y
el mariscal de campo Von Manstein no fuesen incluidos en la
matanza general que propuso Stalin en Teherán. Cuando lady
Macbeth indicó a su marido que «un poco de agua nos lim-
piará de esta acción», no cabe duda de que no pensaba sólo en
el poder físico del agua para quitar las manchas de sangre, sino·
t.ambién en la potencia mística atribuida por la cristiandad al
agua, en forma de lágruxw, para lavar la culpa, incluso, de los
almenes más abominables. Con el rey Duncán durmiendo
tranquilo en su tumba después de la fiebre espasmódica de la
vida, podla sentir una razonable confianza en que todo se ol-
vidarla y se perdonarla rápidamente. No se le podía exigir que
devolviese la vida al muerto. Pero su -siruacién hubiera sido
mucho menos sencilla si hubiese cometido la torpeza de dejar
al pobre Duncán languideciendo en alguna mazmorra, junto
al foso del castillo de Dunsinane, Incluso el padre confesor más
benévolo se habría visto obligado a sugerir que su cambio de
inimo fuese puesto de manifiesto no sólo con lágrimas sino
con la libe.ración de la víctima ..
F. J. P. VEALE
•
De paso. hay que señalar de qué manera más notable el
drama de Mocbeth retrata un aspecto de la tendencia reciente
de los acontecimientos. De hecho, según nos aseguran alegre-
mente los hombres de ciencia, quedarán muy pocos tes'ti.monios
escritos después de la próxima guerra realizada con armas ató-
micas, y si, en esos díe s, se salvase entre algún montón de es-
combros algún ejemplar de esa obra teatral, entre sodas las de
Shakespeare, no seria improbable que los críticos dijesen que
era una sátira de la década de.1936 a 1946. La obra comienza
cuando- Macbeth llega, a lo que, al menos en, opinión de su
mujer, era una espléndida decisión, c1l.As cosas que empiaan
mal se tA'l1I hocümdo ~espor si mÍJTfW11, resume claramente
el proceso mediante el cual «los medios máa incivilizados <11'
guerra que ha conocido el mundo desde las devastaciones mo-
gélicas», (citan1~ otra vez al capitán Liddell Hart) culminaron
por esta vez en el holocausto de Dresdea, «¿Por qué hemos de
temer q,u: lo sepan si nadie tiene poder para demandámos(_o?,,,
es la réplica corriente de codos los tribunales por juicios de gue-
rra a la objeción de que carecen de jurisdiccién legal «Nada en
su vida le result6 tan beneficioso como el abandonarla,,, des·
cribe en una frase la muerte de Hermano Coering. «Una his-
toria contada por un idiota, llena de ruidos y furias, que nada
significa.,, nos pinta el futuro inmediato en el cual, según nos
aseguran los profetas, la humanidad se dividirá en dos grupos
que se cambiarán, con inconmovible espíritu de sacrificio y con
asombroso conocimiento científico y habilidad, oleadas de pro-
yectiles supersónicos dirigidos, con un radio de acción de miles
de !lll illas, cargados de explosivos atómicos y de mortCferas bac-
terias. .
El deseo de escapar de esta pesadilla, es universal. El pri-
mer obstáculo que hay que vencer es la pretensión de justicia de
ese puñado de individuos que escaparon con vida a las pruebas
constituidas por el juicio, ante un tribunal por crímenes de
guerra. Desde luego, la solución ideal serla una investigación
de estas sentencias realizadas por un tribunal de apelación com-
puesto por juristas de países neutrales en la última guerra,
EL CRIMEN D!l NUllENBERO !59
nombrado por las Naciones Uni das. &ta es la úa ica solución
que haría justicia no sólo a los que han sido condenados. sino
también a los que los condenaron. La suposición de que seme-
jante investigación habla de conducir, evidentemente, a la in-
validación de aquellas sentencias, no es muy halagüeña para
los tribunales que las dictaron. Pero por lo menos siemprere-
sultaría concebible que este tribunal internacional de juristas
neutrales pudiese, por ejemplo, confirmar la condena del almi-
rante Raeder. Incluso podría, teóricamente, considerar su su-
puesto delito, como aún más grave de lo que lo habla estimado
el tribunal de Nurcmbcrg. Desde luego, en ese caso: la senten-
cia a cadena perpetua difícilmente podría ser incrementada,
pero el tribunal podría. quizás,' hacer ostensible ese sentido de
mayor gravedad del delito disponiendo que el almirante Raedc:r
debe ser maltratado con más frecuencia y que se le den ropa,
de tercera mano aún más destrozadas que las que se le dieron.
Sin embargo, está claro que no hay la menor. esperanza de
que se adopte esta solución. No resulta di!ícil calcular la vio-
lencia de la oposición que suscitaría. Ya hemos visto cómo
consideraba el juez Lawrence un comentario, de palabras muy
comedidas, sobre la inconveniencia de que la Rusia soviética
estuviese representada en el estrado de los jueces en un juicio
por almenes contra la humanidad, «como un insulto personal,
conrra el juez míster Birkett y contra mis colegas soviéticos».
La liberación por parte de las autoridades americanas de varias
víctimas de los juicios de guerra cuyas condenas eran particular-
mente contrarias a la justicia y al sentido común, hiro caer a sir'
Hartley Sbawcross en un estado de depresión nerviosa ante el
temor de que ciertos grandes principios establecidos en los jui-
cios de guerra corrieran el peligro d'e verse aunados.
La única solución que se presenta <lomo alternativa es que
aquellos países en los cuales el deseo de volver a las prácticas
civilizadas resulte más fuerte, concedan una amoistla general
a aquellas víctimas de los.juicios de guerra que ~ encuentren
bajo su custodia. Los países menos civilizados podrán seguir
•
F. J. P. \'EAU:
•
•
•
CAPÍTULO X
LA GUERRA OR\VELLIANA
dical hace unos quince años. Para impedir q1,1.e caiga bajo la
influencia soviética, se ha concedido, de hecho, al Japón, una
paz en condiciones honorables. Los comunistas chinos entran
dentro del sistema opuesto porque han logrado hacerse con el
control de China. También _comparten la ideología soviética.
Desde que George Orwell escribió su memorable libro en
1949, ha estallado una guerra en Corea que, por lo menos
hasta la fecha, se ajusta en todos los aspectos al modelo de
guerra que él predijo. Cada uno de los bandos acusa al otro
a gritos, de ser culpable de agresión, o-sea, de haber cometido,
según la pomposa frase de Nuremberg, «el supremo crimen
internacionalu. Al mismo tiempo, cada uno de los bandos se
da cuenta, por el proceso mental que Orwell califica de «píen-
sadoble» que esta guerra se hizo finalmente inevitable por_ el
arreglo· absurdo a que se llegó en 1945, en virtud del cual,
Corea, que durante los cuarenta años anteriores había sido
una próspera provincia japonesa, se dividió en dos mitades:
una, adoctrinada por los comunistas, y la otra, por las ideas
anticomunistas. De los dos verdaderos combatientes que se en·
frentan, los Estados Unidos y la U. R. S. S., esta última no ha
mandado siquiera a sus tropas a las luchas de verdad, y los pri-
meros sólo han enviado una pequeña parte de las fuerzas que po·
seen. En mano de ambos bandos estaba el haber llevado a un
rápido fin la campaña; los Estados Unidós, empleando tóda su
fuerza, y la U. R. S. S., interviniendo con una fuerza temporal-
mente aplastante, aérea y submarina, desde Vladivostok. Pero
esta 'acción, poi: uno u otro bando, habría tenido como conse-
cuencia una gu,emi mundial que de momento nadie deseaba.
Ambas parces se dieron cuenta-de que, en esas circunstancias no
se podía conseguir una victoria militar: ambas naciones se die·
ron cuenta de que la campaña tenía que terminar finalmente en
tablas, en un compromiso, míentras la lucha se trasladaba a
alguna otra parte del mundo. Si una u otra parte hubiesen
logrado un triunfo militar de los de la guerra preorwelliaoa, un
Waterloo o un Sedán, es dudoso que Wáshington y Moscú
hubieran quedado -menos desconcertados. Ninguno de los, dos
EL CRIMEN DE NUllMllEllG
575
bandos deseaba un final rápido de la lucha que proporcionaba
prosperidad económica temporal y un material ilimitado para
la propaganda de odio. Mientras continuase; no habría por qué
buscar razones para mantener la economía de guerra.
El episodio más revelador de la campaña de Corea Iué la
destitución del general Douglas MacArthur por el presidente
;:rruman, en mayo de 1951, a causa de la insistencia del primero
en que se llevase adelante la campaña hasta alcanzar una vic-
toria decisiva en Corea y que después se extendiese a China,
en vista de la intervención en la lucha de los nvoluntarios»
chinos comunistas. Sobre este tema el doctor Harry Elmer
Barnes, observa lo siguiente:
«.El asunto MacArthur no puede ser comprendido de ma-
.nera fundamental más que dentro de los conceptos que se ex-
presan en el libro Mil novecientos ochenta y cuatro. Tanto
MacArthur como Truman tenían razón y lógica a la luz de
sus conceptos decididamente contrarios.
»El general MacArthur pensaba en los térm.inos de un
soldado tradicional que cree que al Juchar con medios milita·
res contra un enemigo, hay que derrotarlo o destruirlo lo más
pronto posible y por métodos estratégicos, Dentro de la estruc-
tura de su pensamiento, la única victoria es una victoria militar
y nada puede substituirla. A la luz de este concepto, las pro-
puestas de MacArthur tienen un perfecto sentido común y su
exasperación contra el presidente Trumao y el secretario de
Estado Acheson estaba plenamente justificada. Lo que no eom-
prendía era que la guerra se habla transformado y estaba regí·
da ahora por las consideraciones de Mil novecientos ochenta y
cuatro en lugar de estarlo por la estrategia militar tradicional.
»El presidente Truman y sus adversarios luchaban en una
guerra limitada (de mentirijillas) del modelo de /',fil noi,ecirn-
10$ oéhenta y cuatro. Una nación extranjera o un grupo de na·
cienes constituyen el enemigo únicamente como ficción formal.
El verdadero enemigo está constituido por unas fuerzas y unos
factores dentro de las fronteras de la nación: la,, competencia
partidista y la depresión económica. En esa guerra, el prcsi-
,
F. J. P. V.U.LE
{GJ
.
Rr-otuJ.,t' Ap,pr-~h to lht M.c drdiwr &lfrur. (.il.n. O.h1d.O rcahtta dd
atunio MarArthur•). 'Editado ¡n,rt.CU1a.rmmu"c. 19:;1.
EL CRIMEN DE l'jUREMBERG !77
direcciones, sino una tendencia muy marcada en la dirección
predicha por George OrweH. El intento de prever los aconte-
cimientes de la guerra futura puede llegar, pues, a la conclu-
sión muy razonable de que- poco más-o menos será lo que pre-
dijo Orwell. '
Es interesante contrastar el sistema social descrito en Mil
novecilentoJ ochenta y cuatro con el cual se describe en Braoe
New World («.El buen mundo nuevo»), uh libro escrito tan
sólo unos diecisiete años antes, En lugar de su, alarde de cinis-
mo, cuando escribió este libro, A!<lous Huxley estaba todavía
muy sometido a las ilusiones sentimentales de los confecciona-
dores futuros de la paz de Versalles. Suponía que, después de
UDa$ pocas décadas de desorden interno, se establecería un Es;
cado mundial supremo, un Estado mundial que, en la mayoría
de los aspectos. merecerla la aprobación sin reservas de
H. C. Wells. Aunque el sistema de sociedad que Huxley prc-
deda repele a muchos oomo inhumano en su eficacia cíentí-
fica, sin embargo habrá de producir contento a codas las clases
sociales de la población. Todos pueden ser felices a condición
de que -desempeñen el trabajo que se les asigne; todos son
una pieza en la máquina económica que funciona sin desper-
diciar materia! y sin sufrimiento humano. La conducta anti·
social es corregida mediante un curso de readaptación. La au-
toridad se ejerce con un mínimo de violencia. Nunca /ie recurre
a la crueldad, la crueldad innecesaria ha llegado a convertirse
en un concepto totalmente; olvidado.
El sistema social descrito por Orwell en Mil noveciet1tos
ochenta y cuatro es, en casi todos sus aspectos, exactamente
todo lo contrario. En lugar del Estado mundial supremo ima-
ginado por Huxley, sostiene que, dada la presente situación
internacional, emergerán tres superestados: Ooeania, que com-
prenderá las Américas, Australasia, Sudáfrica y Gran Bretaña :
Eurasia, que comprenderá la totalidad de la U. R. S. S. moderna,
junto con Europa, y Estasia, que comprenderá China, Japón
y el sudeste asiático. Cada uno de estos tres superestados scr:á
totalmente autónomo y autosuficiente. Con. una u otra combi-
f'. J. l'. V!:ALE:
prístina durante los días en que los reyes asirios Iibraban bata·
Ilas, pero con armas atómicas y cohetes, en lugar de arcos y
flechas, carros y jinetes.
Hoy por hoy, puede sostenerse razonablemente que el ma-
yor peligro radica en la perspectiva de que las predicciones de ,
Orwell no se traduzcan en realidades. Mientras que las ten-
dencias actuales parecen confirmar su pronóstico en lo rela-
tivo al futuro inmediato, hecho que aterroriza justamente a
muchos observadores realistas, es también muy probable que
en un futuro más remoto, la realidad sea mucho peor que la
pesadilla descrita en Mil novecientos ochenta y fUlltro. Según
hemos indicado antes, hay, en potencia, una posibilidad mu-
cho más calamitosa que la de una guerra &ía, reláuvamerue
incruenta, y es el temor de que se transforme en una guerra
caliente de proporciones globales Jf se. lleve a cabo con todos
los agentes de destrucción conocidos. Es evidente que-esto sig··
nificarla la terminación de la mayor parte de la civilización
que hemos podido salvar de la Segunda Guerra Mundial.
Se ha atribuído a Albert Einstein la declaración de que.si
bien no estamos seguros de cuáles van a ser las armas que se
van a emplear en la 'Tercera Guerra Mundial, en cambio. rene-
mos casi la seguridad de que, en la Cuarta, se van a usar ÍOS·
rrumentos muy parecidos a las hachas de sílex de los hombres
primitivos. Lo que esto implica para la cultura en general, es
más aterrador aún que la existencia del sistema orwelliano. La
verdadera lección que hay que sacar de todo esto es que, si
deseamos escapar de la tiranía, intimidación y austeridad de
un régimen Mil novecientos ochenta y cuatro, o de volver a
vivir como los hombres de las cavernas, tenemos que repudiar
Ia estratagema de la guerra fría y la impostura de la «guerra
perpetua para conseguir la, paz perpetua», y volver al sanea· .
miento nacional, la neutralidad diplomática y el internaciona-
lismo verdaderamente pacifico.
' .
•
ES CRl~flXAL PERDER Ell: L.\. CUt:.RR.~
•
FASHION NOTE
f,
• •
•
•
CAPÍTULO XI •
PERSPECTIVA
miento total por ambos bandos. Eran pocos los que considera-
ban el Tratado de W-estfalia como algo más que un armisticio.
El acuerdo alcanzado era una fórmula de compromiso que no
satisfada a nadie. En la bula Zelo domus Dei, el papa Inocen-
cio X había denunciado el cese de las hostilidades con un len-
guaje violento, teniendo en cuenta que se trataba de una bula
papal, y parecía seguro que se reanudaría la guerra en seguida
en cuanto uno u otro bando se encontrase suficientemente re-
cuperado. Durante los últimos años de la lucha, que babia des-
poblado a la Europa central casi en una tercera parte, hablan
desaparecido los últimos vestigios de restricciones en los méto-
dos de guerra que habían sobrevivido desde la Edad Media. Lo
mismo que hoy, las consecuencias habían recaído principal-
mente sobre la población civil. El saqueo de Magdeburgo por
el conde de Tilly, por puro bestialismo, si es que no por un
horrible afán de matar, merece figurar al lado del bombardeo
en masa de los refugiados de Dresden. La extensión del ham-
bre fué la consecuencia natural de los repetidos saqueos del
campo por los ejércitos rivales; la degradación moral de los
tiempos puede evaluarse por la existencia del canibalismo en
algunas de Ias zonas más devastadas. No fué sólo en Europa
central donde se vieron estos terribles síntomas de derrumba·
miento de la civilización. En Francia, la revuelta de la noble·
za, conocida con el nombre de la Fronda, acababa de comen·
zar en t651 ; parcela poco probable que el Gobierno, fuerte-
mente centralizado, que había creado el cardenal Richelieu
pudiese sobre~ivir mucho al fallecimiento de éste. Si en Fran-
cia estaba a punto de, empezar otro período de enconadas lu-
chas, aún persistían las mismas diferencias religiosas que ha·
bían causado tan terribles derramamientos de sangre en el
siglo anterior, y no había razón para que Francia no llegase
a verse en las mismas condiciones que Alemania. Incluso el
inglés, con su proverbial respeto por la ley, al cabo de seis
añes de guerra civil, había sucumbido también a la tendencia
general hacia la violencia hasta el punto de llegar a cortar la
cabeza a su rey, acto que, en aquella época, apenas si tenía
EL c.tlll,('EN DE NU~ERG 395
precedentes en la Historia. Los partidarios victoriosos del go·
bierno parlamentario acababan de iniciar una lucha evidente·
mente desesperada contra los generales de su propio ejército,
para impedir el establecimiento de una dictadura militar.
Para hacer aún más sombría la perspectiva de 165:1, .la
sombra del Imperio turco se extendía amenazadora sobre toda
Europa. Después de haber pasado el periodo de decadencia
que siguió a la muerte de Sulimán el M4g1lifico, el Imperio
turco estaba dando muestras de resurgimiento. Para una Euro·
pa desunida, devastada por la guerra civil y distraída por sus
. enconados odios, este gran imperio militar que cubría la tota-
lidad del Próximo Oriente, desde Orimea hasta el Sudán y
desde Argelia a las fronteras de Persía, constituía una conti-
nua amenaza que siempre se agudizaba con el advenimiento
de un sultán capacitado .y agresivo. Bárbaros por sur métodos
de guerra, los turcos \l°seían un sistema militar altamente or-
ganizado y los mejores equipos militares. Su artillería era igual
a cualquiera otra de Europa y, con sus famosos jenízaros po-
seía la mayor fuerza disciplinada de infantería que había en
aquella época en el mundo.
Por lo tanto, si hay que admitir que la perspectiva de 1952
es terrible, nos proporciona cierto consuelo recordar que la
perspectiva de 165~ no era. menos terrible. Los peligros que
tan amenazadores se presentaban en 165t, no llegaron a mate·
rializarse. En 168!J, desde luego, los turcos penetraron por se-
gunda vez hasta Viena, pero, aun¡:¡ue los franceses aprovecha-
ron la oportunidad para atacarle por la espalda, el emperador,
con la ayuda de Juan Sobieski, rey de Polonia, logró rechazar
la úJti~a gran invasión turca en Europa. No hubo reanudación
de la Guerra de los Treinta Años, qu,e, definitivamente, había
de ser la óltixn.a de las guerras de religión. La dictadura mili-
tar en Inglaterra no logró sobrevivir una década: en 16601 Car-
los 11 Iué invitado a regresar padficaniente al trono de sus an-
tepasados. La labor de Rlchelieu no se vino abajo durante la
minóría de edad de Luis XIV y Franela asumió la posición de
Estado europeo rector. excepto en cuestiones militares, sin la
F. J. P. V.l?.ALJ:
(1) Dos 15'.bl"Qlf, que apateeieroo nada men0& que' en 1952 ponen clan.m.crue de
-i&csto~ sin Qlbargo, que el e,pJrltu de lo& Liempo, de la gutlfl y de los ju.iclot
• Nr.ttanberg a difícil de--elh:o.in.u y ·(O(lavfa pen'iac en algunOf medio,. f'\Jcrca
~ and S~tfce («La. espada y la avúdca.o). (.Nu.ev1. Y~ _Si:tnon and Sc:butt«.
1961), por d. general Tdlord. Taylor. qU< sucedló al jua Jac:uon como fi>cal j<te
en .Nuena.bcrg, y In lh .. NOU Era, (•:En la: eran.,.¡,.), N'u«a York, SL Martin'• P'Ml,.
. ..,,._
;~ p« sir Lewls Nap,la. profesor de Uioto<ia de la Universidad de MancllestC',
'
\.
•• ,
F. •j, P. VE'AU
•
'
'
• •
',..
' '
' •
'
BIBL10GRKFÍA
•
F. J• J'. VEALE
•
•
ÍNDICES
'
•
•
•
• •
ÍNDICE
» Vll.-Lacaída 193
" VIII.- Después de -Nuremberg 275
» IX. - Reflexiones sobre los juicios de guerra
en' su perspectiva histórica , .. . 329
» X. - La guerra Orwelliana . . . . . . . . . . . .. .. . .. . :¡li 1
» X l. Perspectiva .. . . . . . . . .. . .. . . .. .. . .. . . .. 'j87
.
Bibliografía .... , : .... , . . . . . • . . .. . .. • .. . ,j <t~
•
•
•
• • •
INDICE DE LAMINAS
.
Anta. Ahora .. . . . . . .. . , . . . . .. . . . . Frontispicio
Ruinas de Dresde . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3·4·!5
llujnas de Dresde. La ciudad no era ningún obje-
. mil'itar
nvo ~·· ., .........•.........
Proceso de Nuremberg. Tribunal de jueces ínter-
nacíonales . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . ..
Vista general de la sala donde se celebró el proceso
de Nuremberg .. . .. . . .. .. . . . . .. . . .. ... . .. .. . 84-8.5
Proceso de Nuremberg. Vista parcial de los conde·
nados ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... 114-115
•
Ca!.llbio de guardia en la cárcel de Spandau ... .. . 114·115
•
I
•
•
•
•
• •
•
•
' -- •
•
•
•
•
' •
NDIIEMIEIIG
F. J. P. V eale
libro do F J. P. Ve.Je .. pro•
,. o1 ""' imponuto qu
ft t. eepnda Caerra
1. Lo. f.amOIOI ttiheoalea do
do pett•
de Narembt.rg
oláo, y ,u imiuieioMt mudi,o
••a.ero• 1 bú\.arN e.o la &,..
cucnl, Otitatal y del tar,
QM NlacióD COA Ja
\'il-al
.. .bubariPei'• de la pern.
por alpo.. pocot ciudod•·
mípeatM de loe .,-t.e. nooo.
eomo ua mitodo .eguro pan
fatatu agre,ioaet 1 eritat 1•
idad M 'ª•º"'·
Ut.01 tribo ..
.........
111• teoido HHttme:cue el re,.