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EL CRIMEN DE NUREMBERG

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ANTES

La «Rendición de Rreda•. de \'clMquez ( 159<J·1660). l'..stc cuadre rlrl


gran pintor esY.añolmuestra 1a actinid que se tenia, durante la lpoca
de caballeresfdad y de guerra ch•ili11tda. ame los jclcs c.nemigoi
capturados.

AH·OI\A

El 111..,ri~c ;11 dc- c.,uH¡lo ;1ll•1t1.1n j(.cll .1h111t,1do por <1.11puc:il0$ dclil1fi
cJ¡· , 111H,·11t•\ th ~1kn.1,
..¡

• F. J. P. VEALE

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' EL.C. RIMEN


.
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DE NUREMBERG
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. '

. Compoñfo Editorial Contineotol S. A.


SAN LUIS POTOSI' N• 10 MtxlCO. D, F.
TITULO ·os LA OBM OI\ICINALi
• ADVANCE TO BARBAfUSM •

TlADUOCIÓIO OIUCl'A OQ. INCLiS fOtl


PABLO URIARTE

INTRODUCC~óN

Con no poca frecuencia pasan inadvertidos acontecimien·


tos que, con el tiempo, resultan ser los más signi6cativ05 del
periodo en que se produjeron.
Esto es particularmente cierto en una época como la pre·
,ente, en la cual se suceden con vertiginosa rapidez cambios de
grao alcance y acontecimientos de los más espectaculares. No
a de extrañar que otros cambios y acontecimientos de igual
importancia, pero que no son lan espectaculares. sean proba·
blemente pasados por alto a primera vista.
La conquista del aire, la introducción de la transmisión
inalámbrica; la desintegración del átomo y la subsiguiente des-
trncción de. una gran ciudad con una bomba atómica, son
acontecimientos que· difícilmente poclrlan dejar de llamar la
atención del público. De manera similar, acontecimientos po-
llticos tales como el establecimiento de un gran Estado comu-
nista que encarna los sueños de reconstrucción social de Lenin.
que (citando al general Smnts) ha llegado a dominar Europa
y una gran parte de Asia; la transformación de la Europa Cen-
tral en una vasta zona de conflicto: la gradual disolución del
Imperio británico, y el hecho de que los Estados Unidos here-
den la supremacía financiera y naval de Inglaterra, no son aron·
tecimientos que puedan ocurrir sin llamar la atención del pú­
blico.
De hecho, en el transcurso de este siglo, han tenido lugar
~tos hechos. de los cuales, por una u otra razón, se podía de-
ar que marcaban una época, que el uso del término «hacer
qioca,i se ha convertido en tópico. As], cuando terminaron las
ho&tilidades en 1945, se le aseguraba al público que lo que ofi-
8 F. J. P. vuu¡ ·
cialmente se presentaba como un juicio de los dirigentes poli·
tioos y militares vencidos, serla un acontecimiento que «haría
epoca». Se anunciaba con orgullo que habían sido descubiertos
nuevos principios de justicia - por el simple procedimiento
de volver del revés todo lo que hasta entonces se babia acep-
tado como un principio elemental jurídico-, y se declaraba
que el equipo megafónico con que estaba dotado el Tribunal
era un triunfo sobresaliente de la moderna inge¡üerla electró-
nica. I.1 tedio y La prolijidad de las sesiones, que desde luego
no han tenido paralelo, ayudados quizá por cierto partidismo
subconsciente, agotaron prontc;> el interés del público, y ~ con-
cedió poca importancia al anuncio hecho el 16 de octubre de
1946 de que, como todo el mundo habla supuesto desde el
primer momento que iba a ocurrir, entre los distinguidos pri-
sioneros de guerra ahorcados en las primeras horas de aquel
dla se encontraba el mariscal de campo Wilbelm Keitel, jefe
del Mando Supremo alemán.
Aunque por otras razones muy distintas de las aceptadas
popularmente, el ahorcamiento de este eminente soldado por
a~tos profesionales al servicio de su país, bien podría ser cali-
ficado de acontecimiento que «hace época», Marcó la culmi-
nación de un movimiento que había empezado a hacerse per·
ceptible unos treinta años antes, un movimiento digno de ser
tenido en cuenta, porque representa un cambio total de la
política tradicionalista que, con fluctuaciones periódicas, se ha-
bla venido observando desde tiempos prehistóricos. Natural-
mente, al principio, esto se habla considerado como otea ñuc-
tuación transitoria, pero, aumentando con asombrosa veloci-
dad, este movimiento inverso culminó, el 16 de octubre de
194«¡, con la muerte en la horca del mariscal de campo Keitel,
en medio de las ruinas de lo que, poco antes, habla sido la
hermosa ciudad medieval de Nuremberg.
Del juicio en sí podrían decirse una serie de adjetivos ade-
cuados, pero no se puede decir precisamente que «hace época»,
Para los juristas no es ninguna sorpresa que, en un determinado
caso, los atusadores encuentren sus acusaciones justificadas.
EL CRIMEN DE NUREMllEllC 9
Aunque la aplicación de este descubrimiento aboliría indiscu-
ublememe la ,gloriosa incertidumbre de la ley, resulta muy
diCicil que tal innovación llegue a gozar del favor de los círcu-
los legales. Según concepciones establecidas desde hace mucho
tiempo, un juicio de los vencidos realizado por los vencedo-
res no resulta, per se, satisfactorio. Incluso la gratitud de los
historiadores por la enorme cantidad de información que ha
sacado a la luz el juicio, se verá aminorada ante la idea de la
irresistible tentación de cometer perjurio, y por las facilídades,
sin precedentes. concedidas a la falsificación. ,
Con excepción de aquellos que se dediquen a estudiar las
costumbres, los usos, creencias e ideas del hombre primitivo,
lo!t detalles de este juicio único no interesan a nadie que quiera
valorar esta época. Su verdadera importancia proviene del he-
cho de que constituye el síntoma más espectacular de un mo-
• vimiento evolutivo que había cmj)uado unos treinta años an-
tes y que, en este corto espacio de tiempo, ha transformado
ecmpleramente todo el carácter de Ju guerras y de las rela-
cienes internacionales en general.
LQ más notable de esta evolución es que se desarrolla en un
ICDtido totalmente opuesto a las tendencias establecidas en
acóntecimientos anteriores. A través de todas hu épocas hasta
1914, con ciertas fluctuaciones temporales, las maneras se han
ido haciendo cada vez más suaves y. en la guerra particular-
mente, los métodos del salvajismo primitivo se han ido roodi·
ficando mediante una serie de medidas restrictivas para con-
tener los desmanes propios de la misma. El sometimiento a
esas restricciones y contenciones es considerado, por lo gene-
ral, como una distinción humana que se levanta entre la gue-
rra salvaje y la guerra civilizada. En la pri¡nera no existían
reglas y el enemigo podía ser dañado físicamente de cualquier
manera. En la guerra moderna se .han reconocido, desde hace
mudto tiempo, ciertas consideraciones con relación a los he,
rid~ y prisioneros. mientras que las hostilidades son dirigidas
tuticamente conti:a.Jas fncrz,is cemhaiíentes enemigas, De este
modo se fué estableciendo, en forma gtadual, un código de .
10 F. J. P. VEALE

conducta que llegó a estar oficialmente reconocido por todos


los países civilizados.
Una historia sobre los métodos de guerra 'escrita en 191 S
habría sido un simple relato de progresos lentos y iluctuantes,
pero, en conjunto, continuos. Los reyes guerreros de Asiria
se lanzaban a la batalla contra sus vecinos, primero en una di·
rección y luego en otra, según les venía en gana: incendiaban
las ciudades, mataban en masa a sus habitantes, torturaban a
los prisioneros y deportaban y esclavizaban a poblaciones ente·
ras, incluyendo la deportación en rnasa; en escala menor, pero
cori la..misma brutalidad, fueron empleados recientemente es·
tos métodos por los Gobiernos roso, checo y polaco. En la Edad
.Media las guerras se iniciaban alegando sólo un pretendido
derecho, aunque fuese una mera sombra de tal; ocasionalmen-
te, habla incendios y matanzas, pero, por medio de un rescate,
podía comprarse la seguridad general; l51s prisioneros, si eran
de sangre noble, eran tratados con refinada cortesía, aun cuan·
do los simples soldados fuesen asesinados. Durante la mayor
pane del siglo xv111 y a lo largo del xix, fué generalmente
observado un rlgido código de conducta por parte de las fuer·
zas armadas de los países europeos, o al menos, cuando este
.código no fué respetado, se le rindió· el tributo de negarlo con
tndignación. Las personas civiles tenían pocos motivos para
temer por sus vidas o por sus propiedades, como no sucediese
que tuviesen la desgracia de vivir en un lugar elegido como
campo de batalla. La derrota en la guerra no entrañaba ni rui-
na ni esclavitud, sino principalmente un aumento en los im-
puestos para pagar las indemnizaciones de guei:ra.
¿Q.mo ha podido ocurrir que en poco más de tres décadas
se haya convertido en un término comúnmente aceptado que
el medio más adecuado dé ganar una guerra es hacer caso omi-
so de las fuerzas armadas del enemigo y, por el contrario, para·
Iizar la vida de la población civil enemiga mediante ataques
devastadores y sistemáticos desde el aire?, El destino del maris-
cal de campo Keitel establece un precedente que nadie duda
que será fielmente seguido, en adelante, con todos los futuros.
EL CRIMEN OE !':UREMBERG 1 1

,oldados profesionales de alto rango· que se. encuentren en el


bando de los vencidos. Se ha aceptado el principio de que las
propiedades de las personas civiles cuyo pafs ha sido derrotado
en una guerra, pertenecen automáticamente a los conquistado-
res. Los prisioneros de guerra, si no son lo bastante distinguí·
dos como para merecer un juicio y. una ejecución, se eníren-
tan con la perspectiva de trabajar como esclavos, durante un
período de tiempo indefinido, para sus conquistadores. .
Este repentino y completo cambio en el proceso de mejora
de los métodos de guerra que se ha venido desarrollando desde
hace más de dos. mil años, necesita, desde luego, cierta expli-
ación. ¿No se merece que se le aplique la gastada frase de
que «hace época»? En el proceso de N uremberg, que terminó
CXll'I la muerte del mariscal de campo Keitel y de los miembros
aupervivientes del Gobierno alemán, a cuyas, órdenes había ac-
tuado como soldado profesional, se subrayó repetidas veces que
el procedimiento seguido era totalmente nuevo: Pero, sean
justos o injustos los procedimientos y el veredicto en este caso
particular, la adopción del principio que entraña ha de ton-
clucir a un cambio completo de la antigua costumbre. En los
tiempos primitivos, los prisioneros de guerra eran extermina·
dos indefectiblemente, y con preferencia los jefes enemigos
capturados. Siempre se consideró como un gran paso en bien
de los derechos humanos el que se extendiese la costumbre de
no matar a los prisioneros de guerra, sino de detenerlos spla·
mente hasta el fin de las hostilidades. Por lo tanto, la muerte
del mariscal Keitcl no Iué una innovación, sino, en realidad,
la vuelta a las prácticas primitivas. Este juicio ·no revela des·
cubrimientos sensacionales en la jurisprudencia. No tiene gran
Ullj><>nancia el saber si, en realidad, el mariscal de campo era
culpable de las acusaciones que centra él se hicieron. Lo ,im·
portante es que Iué condenado mientras era un prisionero de
guerra y que el tribunal que le conden6 se componía de re·
praen~nr.e., de las potencias victoriosas contra las cuales ha·
bta estado luchando como soldado profesional,
Los llamados juicios de Nuremberg no son más que un
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JI F, j, P, VEALE

síntoma, aunque el más evidente de todos, del .retroceso súbito


y completo en el proceso que venía desarrollándose a lo largo
de las edades, y que consistía en ir mejorando las crudezas y
barbaridades de la guerra primitiva, Al principio 'de este siglo,
la mejora gradual de las condiciones de la guerra, que se venía
produciendo desde hacía varios miles de años, cesó de pronto
sin causa aparente, y los métodos de guerra volvieron, en el .
espacio de cincuenta años, a su original y prístina simplicidad,
y, con ella, a la barbarie. Esto se habrta puesto de manifiesto
de una manera notable si hubiese venido ligado a un endure·
cimiento de las maneras en general. En la Edad Obscura la
guerra en Europa se realizaba con la cruda brutalidad de miJ
años antes, pero esto no era un fenómeno aislado. Las mane-
ras, en general, estaban brutalizadas. ·
No hay ningún slntoma - por lo menos bafta el presente
- de que asistamos a una regresión de las costumbres al nivel
de Jos primeros tiempos. Por el contrario, en la vida civil, se
presta gran atención al trato dado a los criminales, los enfermos,
los pob\'es, los niños y los animales ; una atención mayor que
nunca hasta ahora en la Historia. La opinión pública se excita
rápidamente ante cualquier crueldad. Las condiciones de tra-
bajo de los niños en las minas y en las fábricas, que existían
en tiempos tan recientes como los victorianos, no serían tolera-
das ahora, o lo serían en todo caso que se trate de niños pene-
necientes a una nación que hubiese estado en el bando derro-
tado en una guerra y que, por lo tanto, no deben ser mimados.
Simultáneamente con la indiferencia que se siente durante las
hostilidades ante las matanzas en masa sin consideración de
edad o ·sexo, Horece un interés creciente por el respeto a la
vidf humana. La ejecución de los asesinos más notorios y en·
durecidos nunca deja de provocar ansiosas discusiones sobre la
justificación moral de la pena capital.
Quilás este extraño contraste puede verse aún mejor en re-
lación con la acútud adoptada coq respecto a los animales,
que, hasta hace muy poco tiempo, eran tratados en todos los
países con despiadada dureza. Aaí, Paul Hentzner, viajero -ale-

EL CRIMEN DE NUIU™BERG

mán que visitó Londres en 1598, recuerda que entre los pasa·
tiempos que se ofrecían a los visitantes de la capital de la reina
Isabel, figuraba el espectáculo del oso al cual habían cegado,
y que, atado a un poste, era muerto a palos por los chicos jóve·
nes, Se limita a recordar, sin comentarios, esta manera de pa-
ur la tarde y, por lo tanto, es lógico, pensar que se podrían
ver espectáculos en su propia ciudad natal de -Renania y pro-
bablemente también por toda Europa. Tampoco le Ilarnó la
atención, como extranjero, que el mismo público qui: disfru-
taba con este espectáculo, constituyese el auditorio de las obras
de Shakespeare. El apaleamiento de osos y íoros, y las peleas
de gallos siguieron floreciendo en Inglaterra hasta el comienzo
del reinado di: la reina Victoria. '
Por razones que ,;10 son del caso exponer aquí, las maneras
IUfrieron un descenso general en Inglaterra durante los reina·
dGt de los dos primeros Jorges, como testimonian las pinturas
de Hogart, Pero, cosa curiosa, este descenso coincidió con una
l!Obble mejora de la conducta de los combatientes en la gue-
na, si se la compara con la que era habitual hasta finales del
aiglo anterior. En 1770 esta mejora habla llegado tan lejos
que el conde de Guihert se sintió movido a escribir lo si-
guiente:
11Hoy, toda Europa está civilizada. Las guerras se han he-
menos crueles. No se derrama sangre, salvo en combate ;
prisioneros son respetados; ya no se destruyen las ciudades;
dlmpos no son arrasados; a los pueblos conquistados sólo
b obliga a pagar cierta clase, de contribuciones que con
uencia son menores que los impuestos que tenían que pa·
á su propio soberano.»
l.ste cuadro parecerá fantástico e irreal a los lectores de
, mientras no estudien y contrasten los detalles de una
a del siglo xvru, tal corno la Guerra de los Siete Años
6-óg), primero con los acontecimientos de una guerra del
anterior. como la de los Treinta Años, y luego con lo ocu-
en la Segunda Guerra Mundial de 1939·45. En las gue-
F. J. P. VZALE

rras del siglo XVJU nada puede encontrarse comparable, de un


lado, a las matanzas de Magdeburgo o ·Drogheda y, de otro,
al bombardeo de Dresden.
Sin embargo, difícilmente podrían calificarse de suaves las
maneras en general, en la época en que el conde de Guibert se
complace en describir los métodos de guerra de su tiempo,
según he= citado anteriormente. Todavía se aplicaban la
muerte y la tortura por muchos delitos, y, en particular, el que-
brantamiento en la rueda, en Francia y en muchas partes de
Europa. En .Ingtarerra había más de doscientos delitos capita-
les y, aunque la muerte por tortura no era aplicada por delitos
cometidos en la vida civil, la disciplina en el Ejército y la Ma-
rina era marucnida con sentencias que ordenaban azotes. que
equivallan a penas capitales, ejecutadas con gran severidad
hasta la muerte por agotamiento.
Respecto a la manera que tenlan de tratar el delito de alta
traición los contemporáneos del conde de Guibert, tenemos
que hacer referencia a los detalles completos de la ejecución
pública de Damieru en París, en 1757, y de Anckarstrérn en
·Estocolmo, en 1792. Conviene señalar que muchas personas
que seguían la moda, fueron dé Inglaterra a París, única y ex·
dusivamente para presenciar el terrible fin del joven idiota
que había tratado de apuñalar a Luis XV con un cortaplumas,
y probablemente disfrutaron con aquel espectáculo. E.s bastan-
te dudoso que muchos de los que lanzaron una lluvia de po-
tentes explosivos y bombas de fósforo sobre los refugiados api-
ñados en Dresden. en la noche del 15 de febrero de 1945,
hubiesen podido resistir m.u de cinco minutos, acomodados en
un asiento de primera fila en la Plaza de la Greve, durante la
ejecución de Damiens, en 1757. Si reconocemos que el cortar
y hacer trozos un cuerpo en público, las tenazas al rojo, él
aceite hirviendo y el despedazamiento de un hombre arado a
dos caballos salvajes eran más espectaculares y que, por lo
tanto, resultaban mucho m:u excitantes para los nervios, los
dos incidentes citados anteriormente no son comparables en
horror. Además, las víctimas, en uno de los casos - más de

,

EL CRIMEN DI! N UllEMllDlG

100.000 hombres, mujeres y niños indefensos - no eran culpa·


bles de delito personal de ninguna clase, mientras que en el
otro caso, Damiens habla hecho,· por Io menos, algo que no
se debía hacer, aunque fuese con un cortaplumas,
Sea como fuere, resulta indiscutible que ha tenido lugar
un súbito y profundo cambio en la manera de hacer la guerra
desde el comienzo de este siglo.
Un cambio tan súbito y tan profundo, y que se manifiesta
de manera tan clara y de tantos modos distintos, tiene segura-
mente que ser una lógica consecuencia de causas'que, mediante
la investigación, será posible descubrir y examinar,


' •

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/

CAPITuto .PRJMtto

.
SIMPLICIDAD PRIMAVERAL

La Historia, según se escribe generalmente, consiste, sobre


todo,. en la simple narración de una serie ininterrumpida .de
guerras, desde los días en que los reyes asirios libraban batallas.
El sociólogo de fa historia, Jacques Novicow, ha calculado que,
tlurante los tres mil años últimos, ha habido trece años de
perra por cilaa año de pai. «Entre el año r500 antes de Jesu·
uiato y el año 186o de nuestra Era-escribe-, fueron con·
du.fdos más de 8 ..000 tratados de paz, todos ellos con la inten-
ción de que permaneciesen en vigor para siempre. El t&mino
medio de su duración Ira sido de dos años.»
Indiscutiblemente, la guerra ha sido siempre uno de lot
ratgos más destacados de la vida civi:lizada: como dice el eco-
nomista inglés Walter Bagehot en su Physic.i and Politics («Fl·
IÍca y Política»), «la guerra· es el hecho más notorio de la his-
r(IOll'i.ia humana». Durante mucho tiempo se creyó sin discusión
algt,¡na que la guerra era precisamente tan antigua .como la
misma Humanidad. En su lntenuuional Law {«Derecho Inter-
lladonal»), el famoso jurista sir Henry Maine se refiere casual·
mente a la «beligerancia universal del hombre primitivo», y
declara, sin temor a que. le contradigan, que uen el hombre
primitivo lo natural era la guerra, no la paz¡>.
· Hasta la guerra de 1914-1918, a la cual se llamó «Guerra
para acabar con la guerra», no empezó a ser puesta en duda la
l'Cracidad de semejante suposición, especialmente por parte del
psicólogo Havelock Ellis. La vida del hombre primitivo en el


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remoto pasado, arguye Havelock Ellis, puede determinarse de


la mejor manera a base de la vida de 10$ hombres más primiti-
vos de las razas modernas. «Cuando Australia fué visitada por
primera vez por los europeos - señala -, la guerra, en el sen·
tido de toda una tribu puesta en campaña contra otra tribu, era
cosa desconocida de los abortgenes australianos ( 1 ). » El doctor
R. L. WorraU afirma en su obra Foouteps of Warfare C,,Pasos
en 10$ métodes de guerra»), que hasta que la humanidad ern-
pezé a asentarse 'cn comunidades que dependían de la agri-
cultura para su sustento, la guerra fué desconocida. «En aque-
llos días de salvajismo-escribe-. los hombres y las mujeres
careclan de todas las caracrerísticas de la vida moderna, inclui-
das todas las salvajadas de la civilización. Sólo cuando se acabó
la Edad de Piedra y el comunismo primitivo, se llegó al su·
premo salvajumo de la guerra ( t ).» Describe a la escasa pobla-
ci6n en sus correrías durante el período de caza. marchando
libremente por regiones en las cuales abundaban los animales
de todas clases, y considera absurda la idea de que deben de
haber ocurrido choques entre varios grupos de cazadores, pues-
to que no existían motivos de conflicto en aquellas condiciones.
Hay, señala, una Ialta total de pruebas de que se hiciera la
guerra en Jos tiempos primitivos, aunque admite que si se hu·
biese producido alguna serla difícil imaginar qué pruebas ha·
brían podido sobrevivir en época' tan distante de la nuestra.
Es indudable que de vez en cuando, en ciertas zonas, estas
condiciones idílicas persistieron durante largos periodos, y li-
bremente podemos imaginarnos que, durante esos largos perlo-
.dos, el hombre pudo haber estado a punto de parecerse al No-
ble Salvaje de Rousseau, Así, en el continente australiano,
durante decenas de miles de años, la Humanidad vivió sin ser
turbada por vecinos intrusos, ni, probablemente, por ningún
cambio cíimatológico. En estas condiciones estáticas, rara vez
EL CJIDlEN DE NUAEMBJ!!RO

le preeentarían ~siones de entrar en ~erra: los aborígenes


auatnlianos eran ciertamente unos salvajes pacíficos, aunque no
fuelCD nobles, y así han seguido hasta los tiempos ~ernos.
Por otra parte, en Europa, en Asia Central y en el norte de
}.frica, el clima sufrió grandes cambios durante el período del
Pleis«>oeno, con una inusitada frecuencia dentro de los regu-
lares períodos geológicos. Hubo un periodo en que Europa
gozó de un clima templado, incluso hasta en Laponia; la Euro-
pa meridional era tropical. M.ú tarde, empezó una serie de
q,oca, glaciales, separadas por períodos suaves que duraban
milet de años. Durante estas épocas glaciales, el clima de Euro·
pa. al norte de los Alpes, podía compararse con el que tiene ••
Groenlandia hoy día. ¿Cómo se comportarían las comunidades
de audores del norte de Europa, al producirse el. advenimien-
to de un período glacial, con las comunidades que ocupasen ya
laa tierras a las cuales se iban retirando gradualmente al hacer·
ee cada vez menos habitables sus cotos de caza propios? No
cabe duda de que estarían acostumbrados a actuar en forma
enérgica cuando., por ejemplo, se encontrasen con una -caverna
deseada ocupada ya por osos o lobos. No cabe duda de que,
eo circunstancias iguales, tratarían a los intrusos humanos de
-oera similar. ¿ Y puede dudarse de que los habitantes indí-
paa de esas tierras más .hab_itables adop~la~ la natural a~-
titud de defender sus territorios en la, convicción de que ellos
nada tenían que ver COljl el cambio de clima y sustentar la
opinión de que los intrusos debían resignarse a morir tran-
quilamente de hambre y de frlo en sus propias tierras natales,
lio causar molestias a.sus vecinos? Indudablemente. puntos de
Yieta tan diferentes y tan irreconciliables entre sí sólo podían
tener un desenlace. La Naturaleza habla 'condenado a morir
a uno de los bandos y, francamente, cada uno de ellos prefería
que semejante suerte la sufriesen sus semejantes.
Probablemente, todos los grandes cambios de clima, en la
Edad de Piedra, dieron como resultado uqa serie de guerras
lllleoóres; menores porque en .cada una de ellas sólo participa·
flan unos pocos centenares de hombres, o quizá menos, pero
'
JtO F, J. P. VE.ALE

que, por lo demás, presentarían todas las caracrerísticas de la
guerra moderna. Es un error muy popular creer que el hombre
de los tiempos prehistóricos era estúpido, una criatura medio
animal, totalmente dife rente del hombre moderno. Algunos
tipos de hombre de hasta so.ooo aílos de antigüedad- el hom-
bre de Cro-Magnon que habitaba en el sur de Francia en la
tpoca Auriñaciense -, tenlan un cerebro de Igual o mayor
capacidad aún que el de un europeo moderno de tipo medio.
(El término medio de la capacidad de un cráneo de un Cro-
Magnon 'era de 1.590 centímetros cúbicos; el de un europeo
moderno es de 1.48-0.) De esto podemos deducir que, asl como
los cerebros europeos han-demostrado ser capaces de compren·
der el hecho de que resulta mejor desmantelar :y trasladar al
propio pala una fábrica perteneciente a un pueblo conquís-
tado que construirse una por su cuenta, tampoco habrá estado
fuera del alcance del cerebro dél hombre de Cro-Magnon el
com~render el hecho de que costaba menos trabajo apropiarse
del li\lcha de piedra del enemigo vencido que construirse una
nueva. Por esta misma argumentación, la tan cacareada con·
quina del razonamiento moderno no ha debido estar fuera del
alcance de los ascendientes del hombre moderno en la Edad
de Piedra, los de la célebre especie humana de Neandcrthal
que, a pesar de su paso vacilante, de los gruesos y sobresalien-
tes arcos de las cejas, parecidos a los del mono, y de sus roan·
díbulas macizas y sin barbilla, poseían un cerebro de una capa·
cidad correspondiente a un tipo que no debla de ser, ni mu·
cho menos, idiota. De hecho, algunos típicos ejemplares del
hombre de Neanderthal poseían cerebros superiores al tamaño
normal actual, por término medio. El cráneo encontrado en La
Chapelle tenla una capacidad de más de 1.600 centímerros CÚ·
bicos; por lo menos 120 mú por encima del promedio actual,
según sir Arthur Keitb (1). Tenemos ~ivos para creer, por

--(;)· $u Anhu~ lldth The if•liq;.,ty of ...,. (,La _.,rlgOedad del hombreo).
tondr .. -wmi.... and Norp1c. 1gt5, vol. .. pllg. ~ 75- Se -. deodc luqo •
.- l•• facultades inldonuala del hombTc de Ntanderthal ata.lnn mffl<II duano-
llldb q .. tu dd bomlm moderno
ll

lo tanto, que el boin~re de ·La Chapelle, a pesar de su aspecto


de simio poco atrac.rvo, habría sido perfectamente capaz de
comprender todos los motivos de la guerra moderna, habría
sido capaz de llevar a cabo la guerra dentro de un espíritu
plenamente .contemporáneo, en la medida en qu~ lo permitie-
,en sus limitados recursos, y de tratar al enemigo derrotado
de acuerdo con los mismos principios y exactamente con los
mismo~ objetivos a la vista, que los que se aplicaron a un C11.e·
migo derrotado en ese año de gracia de 1945.
· Un hecho relativo al hombre de Neanderthal, comprobado
IUI dejar lugar a dudas, pero por lo demás inexplicable, nos
permite decir que la primera gran guerra europea tuvo lugar
durante la primera parte de la Edad de Piedra, en una fecha
que la; expertos calculan aproximadamente entre treinta rnil
y cincuenta mil años distanciada de la actual. Durante las dece-
nas de miles de años anteriores a esa fecha aproximada, el hom-
bre de Neanderthal ocupaba una vasta zona que se ex~ndía
dade Gibraltar, en Occidente, hasta Palestina, en el Este, y
que se extendía hacía el sur desde los grandes glaciares que
cubrían entonces la mitad septentrional de Europa. Después
de haber gozado sin perturbación alguna de la posesión de esta
mna durante un período de tiempo de extraordinaria dura·
ci6n, el hombre de Neanderthal desaparecíó, según parece, re-
pentinamente. En los esiratos de fecha posterior ya no se en-
CIICIIU'an sus restos; a continuación sólo se encuentran restos
de hombres del mismo tipo de los que hoy ocupan Europa.
Probablemente, nunca podrá saberse con certeza cuál fué la
ea111a de la extincip.n del hombre de Neanderthal, Lo único
\lle ae sabe con seguridad, C$ que, por encima de cierro nivel,
toda& las huellas de su cultura - conocida por el nombre de
Mwteriense-desaparecen -repentinamente y son sustituidas
R« rostros de una cultura distinta, conocida por el nombre
ele Auriñaciense. Es, desde luego, posible que el hombre de
~ealllferthal se exringuiese por causas naturales desconocidas,
­ tal modo que sus terrenos de can, una vez libre de sus natu-
rales habitantes, fuesen seiíoreados r9r sus sucesores, los hom-
.t.t F. J. P. VEALlt

bres de la epoca Auriñaciense, Descartando esta vaga posibili-


dad, sir Arthur K.eitb escribe: «Los que observen la suerte
que' corrieron los aborígenes de Australia y Tasmania no en-
contraráñ dificultad alguna para explicarse la desaparición del
Homo Neantúrlha.knsis (1).»
Sin embargo, resulta dificil creer que los hombres de Nean-
derthal permitieran pacíficamente que los desposeyeran de sus
medios de subsistencia. A lo largo de centenares de siglos, con·
siguieron, con pleno éxito, adaptarse a un clima extremada-
mente riguroso y consiguieron triunfar en la lucha por la su·
pervivencia en competencia con algunos de los carnívoros má&
formidables que han exis,tido jamás : el tigre de los dientes de
sable, los leones y el oso de las cavernas. Citamos nuevamente
a sir Arthur Keith : «La habilidad del hombre de Neandertbal,
como artista rupestre, muestra. que sus dotes no eran de bajo
orden. Tenla fuego a su disposición, enterraba a los muertos,
tenía una clara y definida forma de cultura.» Eta cazador va-
liente y hábil de los grandes animales. No se vié enfrentado a
una superioridad de armas COJ;ll() la que hizo imposible a los
aborfgenes de Australia resistir las armas de fuego de los inva-
sores europeos. La conclusión a que llega el profesor Henry
Fairfield Osborn e•1 su obra Me« o/ tñe Old Stone Age (ccl..m
hombres de la Edad de Piedra»), es que los invasores auriña-
cienses «eompitieron durante cierto tiempo con los hombres
de Neanderthal antes de desposeerlos de sus zonas principales
y arrojarlos del país, o darles muerte en batalla (x)».
Hay, pues, buenas razones para ercer que el período muste·
riense u:m1i116 debido al resultado de una lucha que, se ajusta
a la definición de guerra aceptada por Havelock Ellis : 11La
guerr.1 es un ataque organizado de una comunidad contra
otra». El desenlace de esta luchafué finalmente 1:1 exterminio
completo de esa especie determinarla de la raza humana que

(1) lhld .. pjg •'16 ,


(•~ H. t. (htl(.,,u M~n t>/ tlsc Old. ~fon< Ait', t.oudrC$, lk.'1.L 11.n<l ~n. 19~.
p.\gm~ a:¡8.
EL CRIMEN DE NUREMll!!.R!,

G2 el hombre de Neanderthal. Respecto a este sombrío des-


enlacr, el profesor Osborn, observa lo siguiente :
ccEn las evo1uciones étnicas de los pueblos, tanto ealvajes
como históx;icos, es frecuente que los hombres sean extermina·
dos y se salve la vida de las mu [eres, que son acogidas en el
seno de las familias de los guerreros vencedores, pero, hasta
ahora, pose ha encontrado ninguna prueba de que las muje-
TI:S de ~eanderthal se salvasen, o de que se les permitiese per·
manccer en el país, porque ninguno de los descubrimientos de
reStos Humanos de la época auriñaciense presenta muestras
de cruce o mezcla de Jos pueblos auriñaciense y de Neander-
thal (1)».
No necesitamos explicar la' suerte sufrida por los hombres
de Neanderthal para subrayar la superior inteligencia de sus
quistadores, ni atribuir a estos úl¡rmos la posesión de armas
eficaces. Parece probable que el hombre de Neaoderthal
'viese en pequeñas comunidades aisladas, sin' que ninguna de
tas se preocupase por la suerte, y quizá sin conocimiento si·
:auiera de su existencia, de las otras comutiidades de Neander-
pial. No cabe duda de que cada una de estas comunidades se
defendió desesperadamente - citamos al profesor Osborn -
ucon armas de madera y con dardos de punta de piedra y lan-
1111>1. Es probable que cada una. de estas luchas aisladas fuera
-decidid(\ en última instancia por el peso de la superioridad nu-
mérica.
Si aceptamos las conclusiones de las autoridades anterior-
mente citadas, es posible decir con seguridad que tuvo lugar
ea Europa, en la vieja Edad de Piedra, según los técnicos hace
'-. de 30.000 años, una lucha decisiva entre los representantes
cié dos ramas distintas de la raza humana, los de Neanderthal
'J los <le la tribu,' o las tribus, de hombres 'sem~jantes en r.ooo
.. aspecto físico al hombre moderno. Esta lucha merecerá, por
~to, el Líh.¡lo de Primera Gran Guerra Europea, puesto que
~­.,*­,,. resultados fueron infinitamente más decisivos que los de

(1) !bid, pág. ,;,.


•• Ji. J. p. VEAU;
.
cualquiera otra de las guerras civiles o entre tribus, que han
tenido lugar a partir desde entonces en Europa, con inclusión
de las' famosas guerras europeas de los tiempos modernos.
Es probable también que algunos de estos rasgos de la gue-
rra contemporánea, que son considerados popularmente como
innovaciones sin precedentes, ÍUC$Cn una característica normal
de la guerra de los tiempos más remotos. Lo que ahora sé con-
aickra como-la vieja distinción entre fuerzas combatientes uni-
formadas y población civil, es una innovación moderna si se
juzga con relación a la medida cronol'ógica que se aplica a la
historia del hombre en este planeta: cuestión de sélo un par de
siglos. En la guerra prehistórica, todos los miembros de la co-
munidad cazadora quedaban envueltos por igual, sin tener
ninguna consideración respecto a la edad o al sexo, tal como
ocurre en las guerras de hoy. En caso de derrota, todos sufrlan
la misma suene. Con frecuencia, durante las hostilidades, lu
mujeres y los niños, dejados atrás en algún asentamiento, se
enconcrarlan, sin duda alguna, en un peligro mayor que Jo,4
varones Hsícamente aptos de la comunidad, alejados en algu-
na expedición de caza para reunir víveres. Ciertamente no de-
bía de quedar fuera del alcance de unos cerebros con una capa·
cidad de 1to centímetros cúbicos mayor que la del término
medio moderno, el comprender los beneficios tácticos, mate·
riales y psicológicos derivados de una incursión repentina y de·
vastadora contra los «centros principales de población del ene-
migo».
Incluso alguna innovación retiente considerada completa·
mente carente de toda clase de precedentes, puede que no haya
faltado en la más primitiva guerra. En la Edad de Piedra, los
hombres vivían de la caza de rebaños de caballos, ciervos y
toros salvajes, que abundaban por las grandes llanuras euro-
asiáticas, y que eran presa también de varios animales carni-
ceros, tales corno el tigre de dierues de sable y el oso de las
cavernas. No cabe duda de que esios peligresos animales eran
profundamente odiados.como rivales en lo que hada referen-
cia a la caza menor, y temidos a causa de su predilección por
EL CRIMEN DE N\lllEMBERC

)a carne humana si se les presentaba ocasión propicia. De vez


en cuando, debían presentarse opoi'tunidades para las repre-
alias. Sólo podemos deducir la naturaleza de las mismas por
Jo que ocurre en nuestros días en los países primitivos. En al·
gunas zonas de Indochina, por ejemplo, el enemigo principal
es el tigre, cuyas depredaciones, por lo general, son sufridas
co.n resignación por los nativos. Ocasionalmente, sin embargo,
UJ1 tigre cae en una trampa o se le encuentra vencido por la
edad, un accidente o una enfermedad. Entonces se organiza
un acto formal de venganza en la cual toda la comunidad de
la aldea, mujeres y niños, toma parte con entusiasmo. La víc-
tima es primeramente reducida a la más completa impotencia,
privándola de alimentos, luego se burlan de ella y la apalean
furi~mente, la aterrorizan con fuegos artificiales y, por úlri-
JIIO, se acaba con ella de una manera lenta y dolorosa en me-
llio del regocijo- general. La misma costumbre prevalece en
el lejano Tíbet, donde el principal enemigo del hombre es el
lobo. El viajero sueco Sven Hed in nos dice que cuando los
...-iores consiguen capturar a uno de los lobos que aviven a
~ de su ganado, primero dejan ciega a la víctima y luego
la matan a palos éon sus garrotes.
Por analogía. podemos suponer que con seguridad los hom-
'tires de la Edad de Piedra acruaban del mismo modo cuando
,,¡;,';:la suerte ponla a su merced algún rival tan peligroso ~iado
.como el oso de las cavernas. Sobre cualquier animal que apre-
lisen cala una especie de castigo simbólico por todos los deli-
IOlr cometidos en conjunto por la especie a la cual pertenecía,
Y si los hombres de la Edad de Piedra estaban acostumbrados
a tratar así a loti animales, sus enemigos naturales; resulta pro-
llable que tratasen de la misma fonna, cuando se presentase
la ocasión, a enemigos humanos particularmente temidos y
'Odiados. De todo esto se deduce 'que, si el razonamiento que
bemo.s seguido está justificado, la práctica de las parodias de
juicio, recientemente introducida de manera solemne como una
innovación que hace época, no es más que un resurgimiento de
la práctica abandonada desde hace tanto tiempo por los pue-

.t6 11. J. P. VUL.1!:

blos civilizad~s. hasta el punto de que ha llegado a olvidarse


su origen en el remoto pasado.
Además, cómo se ha demostrado repetidas veces úlrimamen-
te, una parodia' de juicio puede adoptar poco más o menos la
forma de un juicio legal, pero el origen y el propósito de la
misma son rctalmeme distintos del origen y del propósito del
juicio legal. El primero es un acto simbólico de venganza, en
el cual la victima sufre las consecuencias de las fechorías de
sus comparriotas o de su nación, y data de la remota antigüe-
dad, del génesis de la Humanidad, cuando apenas se había pa·
aado la línea, llena de sombras, que separa lo inhumano de lo
humano. El juicio legal riene evidentemente un origen mucho I
más moderno. Se origina en la época en que las comunidades
humanas hablan empezado a adoptar costumbres y leyes; en·
ronces surgió la necesidad de decidir si éstas liabian sido infrin-
gidas. La persona condenada en un juicio legal, sufre, no como
símbolo global de la comunidad, sino por hechos individuales
de los cuales se le considera culpable personalmente.
Se supone que el lector conoce con toda minuciosidad los
detalles de los procesos de Nuremberg de 1945-1946. de ma-
nera que no es necesario señalar hasta qué punto se siguieron,
inconscientemente y de cerca, los precedentes primitivos. El
espíritu que reinó en estos juicios será examinado, más ade-
lante, en estas páginas. Sin embargo, ahora podemos anticipar
un avance de este espíritu. En la Prensa británica se hizo os-
tensible la declaración de que tres amas de casa inglesas iban
a ser seleccionadas y enviadas a Nuremberg, por cuenta del Es-
tado, para asistir a los procesos en representación de las amas
de casa británicas que sufrieron las consecuencias del Btita-
krieg. ·
Por increíble que parezca, la probabilidad de que se lle-
vase a cabo este plan fué ampliamente discutida en aq rella épo-
ca por los círculos responsables e influyentes. Una vas iación de
la idea, considerada concretamente no como una vagr. posibili-
dad objeto de estudio, sino como un plan serio puesto en prác-
tica, la encontramos en el D11íly llfai/ del ~9 ele noviembre de
EL CRIMEN DE NORDIBERG

l9fli bajo el titular de primera página que dice: «Ama de


osa que su,{rió el Blitzltrieg, se enfrentará con Goering' y com-
piañía-» Debajo seguía una información de «nuestro correspon-
al ~pedal en Nurember~ Rhona ~hurchill», que =e=
diciendo: «La señora Jones, una tJp1ca ama de casa inglesa,
que ha tenido que hacer cola para comprar pescado, que ha
90poru4o el Blitz y que vió toda su vida doméstica deshecha
F. la guerra, será invitada a venir a Nuremberg a ver ante el
lribunal a 106 hojnbres que ocasionaron sus sufrirnientos.»
Rhona Churchill cita como fuente de información al coman·
dante Peter Casson, al cual describe como «Oficial encargado
de las P.M.L (o sean, las personas muy importantes). Este caba-
Uero militar, dice, le aseguró que existían planes para llevar a
la práctica dicho propósito y que él mismo «estaba pidiendo
al juez Lawrence que tomase las medidas necesarias porque,
t6cnicamente, la señora jones vendrá aquí como huésped de
los jueces británicos». ·
Desgraciadamente no se sabe cuál fué la reacción del juez
Lawren.ce cuando fué informado de que el oficial encargado
de las P..M.I. le había designado a él para hacer el papel de
anfitrión de la señora Jones, la cual hada cola para comprar
el pescado. No podernos hacer otra cosa que aventurar la supo-
lición de que fué una reacción digna y vigorosa. 1 lasta que
dispongamos de una información definitiva sobre éste plnuo,
-d mensaje de Rhona Cburthill seguirá incompleto. Sin eni-
tiargo, tal como se encuentra, este mensaje tiene uu interés
/mico para los historiadores y para los antropólogos. aunque
~ta claro que ni Rhona Churchill ni Peter Casson compren·
:ilfan lo más mínimo su significado. A ninguno de los dos se
~ ocurrió pensar que podría existir alguna objeción razonable
e contra de la ejecución de esta propuesta, aunque. el sapicn-
~mo comandante expresó los temores de que el papeleo ofi-
cial podría causar algún retraso. Como que b. «señora .J enes»
~ndría aquí «como P.M.!., probablemente por avióri. vivirla
~ uno de los hoteles dcsrinados a las P.M.l. y usaría uno <le
los asientos de la tribuna reservada a las P.M.!.», el coman
.18 F. J. P. VEALll

dante Casson no tenía la menor duda de que habría una fuer-


ce competencia por conseguir el puesto, pero añadía: «Tene-
mos la esperanza de que no habrá favoritismo con la mu jcr
que venga aquí y que será realmente una típica ama de casa.»
Suponía que el Ministerio del interior británico haría la se-
lección y que el ama de casa elegida serla acompañada no por
dos compañeras de su sexo, sino por un guardia de la A.R.P.
y por un «soldado raso que hubiese ganado la Cruz de la Vic-
toria». Rhona ChurcbiU concluía diciendo que habla oído que
el juez Lawrence había enviado a Mr. Winston Churchill una
invitación cordial para ir a N urembcrg, no como miembro del
grupo de la «señora jones», sino como huésped personal suyo.
Sin embargo. un Intimo amigo había dicho que el Psemier no
sabía si aceptar «ante el temor de dar la falsa impresión de
que se recreaba en el sufrimiento de sus derrotados enemigos».
Se observará que, tanto Rhona ChurchiU como el coman·
dante Cassou, con sus ideas democráticas, consideran de CO·
mún acuerdo que «Ooering y Co.» eran, de hécho, los hom-
bres que hablan causado las molestias a la «señora Jones1>. Sin
embargo, sólo dieciocho meses antes, un antiguo secretario prin-
cipal del t.finisterio británico del Aire, Mr. J. M. Spaight,
C.B., C.B.E., habla publicado un autorizado libro con el pro-
pósito expreso de dejar sentado el hecho de que el origen del
Blitzkrieg se remonta a una idea formulada por los técnicos
militares británicos, nada menos que e11 19g6. Míster Spaight
ponla en claro que «la señora Jones» y todos los demás que vi-
vieron la experiencia del Blitz, sufrieron éste, no como vícrí­
mas pasivas y desesperadas, sino como resultado de la «esplén-
dida decisión» de hacérsela sufrir, qne habla sido tomada por
l~ técnicos británicos, Este notabilísimo libro. Bo,n.bi11g Yin·
dicatcd (, ), será examinado con más detenimiento en estas pá-
ginas.' Baste ahora con señalar que sus conclusiones fueron
aceptadas por todas las personas bien informadas, sin la me·
.
(t) J. M. Spalghl, de Jo, bom~rd~5•).
Lond,... ­ Ble,, 1944. IJOtlfhin& J'iPJdic4ltd (•'R.fhindin<ión
EL CRillEJ'I DE NURl:~IBERG .tg

aor discusión, en la época de su publicación, en abril de 1944.


De hecho, desde entonces, no se ha efectuado ningún intento
por parte de nadie para contradecir o refutar sus afirmaciones.
El público británico aceptó contento las declaraciones de n'!!s-
ter Spaight como un cumplido bien merecido, pero, al mismo
tiempo, siguió convencido, con igual firmeza que antes, de que
11CPering y Co.» eran los únicos responsables del Blitzksíeg.
'También es del mayor interés para los psicólogos el men-
,aje de Rhona Churchill al Daily .Mail, porque proporciona un
ejemplo clásico de esa manera de pensar que George Orwell
ha clasificado con la etiqueta de «piensadoble», en su celebra-
do libro Nii;¡eteen Eighty-fowr ( 1 ), el sistema que pone en prác-
tica la proposición filosófica de que la verdad es lo q ce mejor
sirve a los intereses de la comunidad. Es obvio que, en 1945,
el iilteréi de la comunidad consistía en que se mantuviese la
~ncia de que el Blit%krieg había sido sufrido como cense-
cuencia de la espléndida decisión de sufrirlo que había tomado
~ público británico. Era deseable que la «señora Janes» si-
:,uiese convencida de que habla elegido voluntariamente el pa-
ar por esta prueba, como consecuencia de su convencimiento
illtelect1lal de que, sólo pasando por este trance, podrían triun-
far el Derecho y la Justicia. Por lo tanto, los hechos que pre-
lelltaba Mr. Spaight eran ciertos y sus afirmaciones estaban.
jllltificadas. Pero, al mismo tiempo, para los propósitos del juí-
~ de Nuremberg, era deseable ­y por lo tanto cieno - el
qlle la «señora jones» fuese una víctima totalmente desampa-
rada. No sólo la «señora Janes» era un símbolo: ccGoering
1 Co.» también lo eran. Simbolizaban, desde luego, el vencido
lllal El juicio de Nuremberg no era lo que James Wltistler
Jiam-la llamado «un arreglo en gris», Era un arreglo en blanco
1!legro, negro muy negro y blanco deslumbrante. El Blitzkrieg
W innegablemente un mal. Para los fines del juicio, no. se ad-
~r·­lllithia"".ninguna limitación al mal simbolizado por «Ooering

~ G<.,r¡e Orwcll, Ninteen Eight,-four (•Mil n°'ecimto, och<nta y watro•),


Yorl;. - ffa.rroutt, Bracc, ,959.
Y. J· P. Vl!.ALE •

y Co.». Por lo tanto, era necesario .- y por ende cierto - sos- ,


tener que «Goering y Oo,» eran responsables del Blitzktieg,
o, como escribió Rhona Churchill, que «ellos causaron las mo-
lestias a ~ ,señora jones». · •
La aceptación de los planes revelados por el comandante
Casson a Rhona Churchill habrían impuesto al público britá-
nico la tarea de creer al mismo tiempo dos afirmaciones con-
tradictorias y absolutamente irreconciliables entre sí, Sin em-
bargo, esto no habría-aido obstáculo para su aceptación, puesto
que, durante los años, de la guerra, el público británico había
sido cuidadosamente entrenado en el «píensadoble» como par-
te esencial del esfuerzo de guerra. La única dificultad, que pre-
. vió el valeroso. comandante mismo, procedía de la lentitud
burocrática para arreglar los detalles. No obstante, después del
primer anuncio triunfal de estos planes en el D(lily Mail, nada
se volvió a oír de ellos. Nadie presentó otros planes.que pudie-
sen servir de sustitl.lti\tos. Por razones desconocidas, cesó toda
discusión sobre esta cuestión y todo fué pronto olvidado.
Este episodio, a pesar de haberse interrumpido de repente
y de haber sido dado al olvido, proporciona un valioso punto
de partida para la investigación. El mero hecho de que fuese
posible anunciar la existencia de planes paraponer en práctica
semejante propósito, sin que produjese general asombro, indi-
ca que el público británico, en 1945, se encontraba en, un estado
mental que no es posible calificar de judicial en ninguna de las
aceptaciones de la -palabra, Peto la idea reinante está tan com-
pletamente de acuerdo con la primitiva tradición, que se su-
giere inmediatamente la posibilidad de que haya sido inspirada
por lo que el doctor Jung llamaría «la obscura memoria émica».:
Entre los pueblos primitivos de nuestros días, y hay que
suponer, por tanto, que también entre los del pasado remoto,
uti rasgo esencial del acto simbólico de castigo era la burla so-
lemne de la víctima. Bien se trate de un tigre: moderno, de un
Oso de las cavernas prehisjóricas, o de un enemigo humano cau-
tivo, la earte preliminarf'de la ceremonia consiste en recordar
,
al cautivo su pasado pode lo y su fuerza, comparándolos con su
EL CRIMEN J>E NURE~fBJ!.llC

impotencia presente, y se sigue con la descripción <je los tor-


JPeDtOS que habrá de suft:ir dentr~ de poco. Parece q~e ha si~o
Clllllbil!n práctica generahZ3:da dejar esta parte de la fr~mon,a
a las mujeres de la_ comunidad, probablemente con l¡i. idea !de
aumentar así la humillación de la víctima. 1
Una ceremonia de esta clase, realizada de acuerdo con el
ritual prehistórico, la encontramos claramente reflejada en la
hhtoria de la caída del rey Agag, en el libro primero de Samuel.
En unas pocas seneencias, vívidas y claras, se nos dice como el
valiente Saúl derrotó y capturó a Agag, pero salvó su vida en
contra de la antigua tradición y con maui6esto asombro del
profeta Samuel, que desaprobaba enérgicamente lo que ahora
ha dado en llamarse «tratar con mimo». Ante las amenazas de
revolución, Sa(tl se ve obligado a reconocer que ha pecado, por
no actuar de acuerdo con la ferocidad tradicional, y, para impe-
dir toda posibilidad de que el cautivo escapase a la muerte por
Jo que pudiéramos llamar un truco, Samuel asume, por si mis-
mo, el papel de juez-ejecutor, y «cortó a Agag en pedazos delante
4el Señor, en Gilgal», o sea la forma de ejecución que los chinos
laman «muerte por mil y un eorrés», Sin embargo, antes de
r empezase este cruel trabajo. parece que el caldo rey de
:AmaJck indicó al profeta : «Seguramente la amargura de la
~te ya_ ha pasado.»
Tal como se encuentra en el texto, esta observación resulta
~!mente incomprensible. Habiendo pasado de súbito de un
~tiverio honorable, como prisionero de guerra, a verse arbi-
:tnriamente condenado a una muerte horrible y lenta por un
~-ejecutoi que se habla nombrado a sí mismo, éste es el oo-
tlentario que menos podíamos esperar del desgraciado menar-
• ante el.viejo profeta sediento de sangre que le esperaba cu-
. lo en mano. 1
Sin embargo, si suponemos ~ue se había seguido estricta·
te el antiguo ritual -que como cosa evidente y sabida no
••'t(e ser conrado=­, el signifitado de la frase de Agag se
• claro. Previamente, y durante varias horas, Agag habría
le•DJanecido atado a un poste, rodeado por las hijas de Sión,
F. J. R. VUl.a

que le gritarían insultos, exagerarían sus defectos, y le descri-


birlan, con la riqueza de la imaginación orienta 1, los detalles del
trato que iba a sufrir próximamente a manos del profeta. Aun
cuando esta prueba hubiese sido rolo cuestión de horas ­yno
doce meses · , es fácil comprender que Agag llegase a no estado
de espíritu tal como para decirle a Samuel: 1,~fe doy cuenta
de lo que vas a hacer conmigo, pero. por piedad empieza pron-
to, sin esperar ni un momento más,»
Salvando las diferencias de espacio y tiempo, de Gilgal, en
1079 antes de la Era cristiana, a Nuremberg, en 1945, después
de J esucristo, cf interesante averiguar por qué la antigua prác-
tica no fué seguida en este sentido en Nuremberg. ¿Se temía
qu~ que la presencia de tres amas de casa -para realizar el
acto simbólico de disfrutar viendo los sufrimientos del vencí-
do-- resultase embarazosa para algunos miembros eminentes del
Colegio de Abogados Ingleses, que habla aceptado la partid·
pación en los procesos porque se le aseguró que éstos tendrían
un carácter estrictamente judicial? ¿Quit.á resultó insoluble el
problema de decidir cuál debla ser exactamente el papel de
estas tres mujeres? ¿Se limitaría su participación a una mirada
de mujer dirigida a cada uno de los cautivos, o deberían pro·
hibirse ciertas palabras y gestos, en estricta concordancia con
la más antigua tradición, porque en la mente moderna se en·
cuentran asociados con el teatro de variedades? Tampoco ha·
br!a sido fácil de encontrar un atuendo adecuado para la cere-
monia. El atuendo tradicional sugerirla el empleo de un traje
fantásrico, o de un coro de hawayanas, mientras que los para·
guas y los bolsos de mano habrían sido un anacronismo evl-
dente entre los participantes a un ceremonial tan antiguo. Lo
más probable, sin embargo, es que la idea fuese: abandonada
porque los directores de escena desesperarían de encontrar tres
mujeres que, aunque estuviese'n bien seleccionadas y entrenadas,
fuesen dignas de confianza para peruar que ir!an a actuar desem-
peñando bien el papel asignado, en medio de un ambiente tan
extraño. Para cualquier clase de mujer resultaría dificil pensar
que tenía que amoldarse a las maneras de sus remotas antepa-

EL CRlMEN DE NllR.EMB:ERC

.a,., y, de todas formas, ~u comportamiento. seria un fracaso


• tanto si rcsultaba-0etnasiado teatral como s1 resultaba dema-
woo seco-, y el resultado sería introducir un aire de farsa o
gHDedia burlesca, lo cual se trataba lle evitar, en la medida de
lo p<>5iblc.
Resumiendo las conclusiones a que podemos llegar en re·
1aci6n con la guerra en 10'5 tiempos prehistóricos, podemos
decir que, en lo esencial, no presenta ninguna diferencia nota·
ble con la guerra de hoy. Nos encontramos con que no existen
cliferencias fundamentales ni en sus causas, .ni en la manera de
conducirla, ni en sus resultados.
Respecto a las causas, en los tiempos prehistóricos, la guerra
surgía probablemente como resultado de un cambio en las con·
diciohn climáticas que provocaba i:l traslado ele una población
dadc una zona que se había hecho inhabitable, a otra poblada
ya. En los tiempos modernos, una de las causas más comunes de
la guerra es que un país superpoblado trate, por la violencia,
• encontrar una salida para su excedente de población.
Respecto a la conducta, al espíritu con que se llevaba a
éibo lá guerra e11 los tiempos prehistóricos era, con toda pro-
lahilidad. exactamente, igual a.aquel que ba inspirado la con·
4acta en la guerra durante la última década. En ambos casos las •
~sticas principales son lo directo, la simplicidad y la
lii1la total de restricciones artificiosas. En ambos casos la única
- eJ hacer daño al enemigo por cualquier medio físicamen·
- t,oaiblc. Sobre todo, en ninguno de los dos casos puede ha-
IIIÍle en disrincién, quizás arbitraria, entre combatientes y no
l!lllllbaticntes, o sea, entre las fuerzas armadas del enemigo y
~ m~j~rcs y los niños del mismo. En ambos casos se siguen los
píllc:ipJOS democráticos: no se concede privilegío á nadie por
fll.ll1d~bU e Indefenso que sea.
~o a los resultados nos encontramos con ciertas .dis-
,-cioacs, pero.éstas no pueden ser calificadas corno íundamen-
:.• En los tiempos prehistóricos las' guerras eran de extermi-
: le mataba a todos los enemigos que se podía y se cogía o
• destruía toda propiedad enemiga a la cual se podía echar

F. J. P. Vl'.ALE

mano. En la guerra de hoy en día, sólo son exterminados los


jefes enemigos más distinguídos, aunque no hay que olvidar que,
en 1945, muchos dirigentes poHticos y oficiales alemanes de
menor importancia fueron ejecutados después de un juicio su-
marísimo. Subsiste, sin embargo, el hecho de que la gran masa
ije la población enemiga no fué exterminada de manera deli-
berada. Pero se consigue, en gran parte, el mismo resultado
cuando a una población industrial la desmantelan eliminando
las fábricas de las cuales depende' su subsistencia, se suprimen
s~s importaciones. se prohi_ben sus exportaciones y se deja mo-
rrr de hambre a la población. Podremos damos cuenta de las
consecuencias de este procedimiento sí nos imaginamos la suene
que correrían los habitantes de Lanéashire si fuesen desmante-
ladas todas las hilaturas de algodón de la región, y sus máquinas
más esenciales fueran Ilevadas a algún país extranjero. La gue-
Tra prehistórica creaba un desierto y a eso le llamaban paz -SI)·
litsuiinem fac~nt, pqc~m. ~j,ella.nt-, la guerra de hoy crea
un suburbio, y también se le llama pa2.
La principal distinción entre la guerra prehistórica y la con-
temporánea es que en Ia primera los prisioneros eran extermí-
nados y no condenados por sus captores a. trabajos forzados, y,
desde luego, las deportaciones en masa eran totahnente deseo-
nocidas. Estas dos características de la guerra de nuestros días
han sido tomadas de la guerra tal como se desarrolló después
de que la. Humanidad hubo formado comunidades sedentarias,
acontecimiemo que consideraremos en el próximo capítulo.

'

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-·­..
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CAPÍTULO 11

LA GUERRA ORGANIZADA

Las guerras en los tiempos prehistóricos no .se regían por
ningún plan, no eran planeadas, y probablemente rara vez te-
JIJan lugar, Debían de ser lo que nosotros llamamos guerras de
a¡raión, pero desde luego no .eran guerras de agresión estu-
diadas y preparadas. •
Una comunidad que vivía en cualquier sitio de la Europa
teptentrional, pongamos por ejemplo, en las orillas del Báltico,
ae encontraba con que sus terrenos de caza eran cada vez más
hnu6cientes para sustentarlos a causa del avance gradual de los
Júelos de Eseandinavia. En medio de la desesperación, marcha-
.-fan hacia el sur en busca de condiciones menos rigurosas y las
\!itcxmtrarfan, por ejemplo, en algún valle del sur de Francia.
Loi habitantes de ese valle se quejarían de esta violación de sus
ferenos de caza. El resultado natural sería un choque casi sin
mlalción por una y otra parté. Uno de los bandos serla cxter-
~ido o dispersado y la vida de los vencedores continuaría
apacible como antes.
Todo esto cambió cuando la Humanidad empezó a dedicarse
agricultura y a formar comunidades sedentarias. En primer
.' este avance social permitió un gran incremento en la
dad de las poblaciones. E,n 'segundo lugar; condujo, po~
vez, a la acumulación e.n un solo lugar de depósitos de
,...-~,tos y artlculos deseables, tales como armas, herrarniemns,
'
F, J. P. V.l!ALf.

cerámica y joyas, o sea, riqueza, y si usamos el lenguaje mili·


tar, botín.
De este lejano período, eó el amanecer de la Historia, deben
de datar las guerras de conquista. Los caeadores y, después de
la domesticación de los animales, los pastores del país circun-
dante se sentían inevitablemente llenos de envidia cuando vi-
sitaban aquellas primeras colonias agi !colas de los valles del
Nilo y del Éufrates. No es accidental que, al ser redactados los
diez mandamientos, se incluyese el codiciar los bienes ajenos en·
tre los pecados particularmente desagradables al Todopodero-
so. Quiús al escribirlos acabase de ver, en los ojos de algunos
de los visitantes medio salvajes de su ciudad natal, unos sentí·
mientos que no podían ser disimuladQs al comparar la riqueza
y comodidad que veían alrededor de ellos, con su propia pro-
beza y su modo de vivir precario.
Desde los primeros tiempos, las comunidades agrícolas se·
dentarias, a lo largo del Nilo y del tufrates, estuvieron sujetas
a incursiones periódicas e invasiones de las tribus sal"Ya'jes que
habitaban en el hinterland, en el desierto o en las montañas.
Estos combates se alternarían con guerras preventivas empren·
didas por las comunidades agrícolas para la propia protección.
Se recibirían noticias de que las tribus estaban planeando un
ataque y para contrarrestarle se enviaba una expedición de
castigo.
Asl, en tiempos tan antiguos como los anteriores a la primera
dinastla de Egipto y en los días de los rejes sumerianos del sur
de Mesopotamia, dos de las variedades más corrientes de guerra
hablan surgido ya: la guerra de conquista, emprendida para
adquirir la propiedad de otros, y la guerra preventiva, destinada
a frustrar un esperado ataque. Estas dos variedades de guerra
forman juntamente una de las dos divisiones principales en
que puede clasificarse la guerra, esto es, la.guerra primaria, que
es la que se lleva a cabo entre combatientes que se encuentran
en fases distintas de civilización. La mayor parte' de las guerras
realmente importantes de la Historia han sido guerras primarías.
~ segunda de las divisiones principales de la guerra puede

.EL CRIMEN DE l'IUIU!~fBERG
.
·-
:, I

como gu.trrli secundaria. &tas· S()D guerras entre


pbalien~ que sc..encuentran aproximadamente en 1.a misma
de civilización, En esta división se incluyen todas las gue-
tia, civiles, pues, de hecho, todas- las de este carácter no son,
en e,encia, más que guerras civiles. Aunque a veces sean ex-
epordinariamente encarnizadas y sangrientas, sus resultados son,
i,er lo general, menos importantes que los de las guerras pri-
tllari»-
M.ls adelante trataremos en este libro, con mayor detalle, la
a'leltión de las guerras primarias y las secundarias. Por ahora,
do es necesario aclarar la diferencia que existe entre ambas,
JIUl:I'º que con frecuencia se confunden. Desde el punto de vis-
III de la Historia mundial, los resultados políticos y culturales
4e una guerra entre Estados con diferentes grados de civiliza·
d6n ,on siempre importantes, aun cuando el derramamiento
de &aDgre no alcance grandes proporciones. En las guerras en·
iff Estados con civilizaciones similares o idénticas los cambios
hri1ucionales suelen carecer de importancia, aunque la pér-
- en vidas pueda ser muy grande.
E, un hecho curioso que, aunque los lrabitantes civilizados
',M nlle del Nilo vivían bajo la amenaza constante de la guerra
: "'8aria, en forma de invasiones devastadoras de las tribus sal-
• de Siria, Nubia y el desierto de Libia, parece que se en-:
ron con entusiasmo a la guerra secundaria, o sea, a guerras
DDr-es entre los diversos principados en que estaba dividido
en los tiempos predinásticos. Podemos darnos cuenta de
p significaba un ataque de las tribus nómadas salvajes con-
lllla comunidad agrícola civilizada, por la viva descripción
de estos ataques que se narra en el libro de Josué. Lec­
alll que los hebreos, cuando invadieron la tierra de Ca-
• acuchillaron «a hombres y a mujeres, jóvenes y viejos,
Y corderos, con sus espadas ... al hombre joven y a la
, al niño de pecho y también al hombre de cabellos

vista de este horrible comportamiento, del cual parecíon


muy orgullosos los hombres santos de Israel, es ciertamente
38 F. J. P. V.!ALE

notable que el profeta Samuel haya tenido la desfachatez de


increpar al rey Agag porque «su espada había dejado estériles
a las mujeres». No podemos por menos de preguntarnos por
qué no se le ocurrió al rey de Amalek la réplica conveniente.
Puede que, de hecho, replicase en esta forma, pero el. escriba
hebreo no pensarla que sus palabras mereciesen ser recordadas.
Por otra parte, hay que recordar también que; Samuel se habla
nombrado a sí mismo juez y ejecutor, y que, por lo tanto, es
probable que en su papel de juez suprimiese toda defensa u
objeción por parte del prisionero, por considerarle per se con·
traria a su autoridad. Debemos suponer que Samuel actuó por
inspiración divina, lo cual explica satisfactoriamente que
lograse concebir el má$ nuevo descubrimiento de la reciente
jurisprudencia internacional, o sea, el método infalible de ase·
gurarse una condena, que consiste en permitir que el acusador
desempeñe también el papel de juez.
Volviendo a los tiempos en que se iniciaba la civilización en
Egipto, nos encontramos con abundantes pruebas de guerras
primarias en forma de invasiones periódicas de diversos pueblos
bárbaros, alternando con guerras preventivas que hadan pe·
netrar las expediciones de castigo hasta Sinaí, Nubia e incluso
Siria. Al mismo tiempo, eran frecuentes las guerras secunda·
rías, ea forma 'de conflictos civiles entre los nativos egipcios.
Los habitantes del valle del bajo Éufrates estaban más ex·
puestos todavía que sus contemporáneos que vivían en el valle
del Nilo a los ataques de vecinos bárbaros. Sin embargo, all]
existían, precisamente, las mismas condiciones. Las invasiones
eran rechazadas muchas veces después de conseguir la victoria,
y otras conducían a grandes matanzas, devastaciones, y a la es-
clavización de los supervivientes. Invariablemente, sin embar-
go; los nómadas yictoriosos terminaban por adoptar la civiliza-
ción del vencido, de tal modo, que, al cabo de unas pocas ge·
neraciones, la vida continuaba igual que antes. Los gobernan-
tes enérgicos llevaban a cabo guerras preventivas y dirigieron
expediciones de castigo, adentrándose mucho por las montañas
de Elam y Armenia, e inclusoepor las llanuras de Siria. Los an-
EL CRIMEN ºDE NUllEMllERG 39
1(11('5 habitantes del valle del tufrates eran más guerrel'05 que
je habitantes del valle del Nilo, debido a Jo cual hubo fre-
cuenteS guerras civiles entre los principales Estados-ciudades
Ur, Kish, Akkad, Lagash, Umma y .Eridu. - '
Uno de los primeros relatos de estos 'lejanos tiemposi.. que
lla ,obrevivido, es la famosa Estela de los Buitres, que se en·
cuentra ahora en el .Moseo del Louvre y data de unos 1.700
dol antes de jesucriseo, En ella, el rey Eannatum, de Lagash,
eoomemora la denota intlida a los hombres de la dudad
.:.3.ftcina de Umma. Orgullosamente, pretende haber matado a
'1!fi~ de ellos, y 'la estela toma su nombre de uno de los paneles,
:!111" representa a- los buitres repartiéndose los cadáveres de la
~ El rey Eannatum se presenta a si mismo como un
aemigo civilizado. Los ciudadanos de Umma pudieron nego-
ciar y conseguir una paz honorable, por la cual cedieron a La·
plh cíertos campos que había entre las dos ciudades, marcán-
41,ee la nueva frontera con un nuevo foso, guardado induda-
Wan~nte durante todo.el tiempo, por la invocación a la ira de
lcJI dioses contra la cabeza de quien pretendiese modificar, este
:ílomdo por medro de una acción unilateral. Según los térmi-
l;IQI de la paz, está claro que no se hizo una petición de rendí-
~ Incondicional : el caballeroso Eannatum habría considera-
'""'"".¡¡, ato como de mala educación entre vecinos. Según parece,
tuvo lugar una parodia de juicio de los jefes de los cíudada-
de Umma: probablemente habría considerado esto como
(ar-sa embarazosa. Eannatum quedó satisfecho con la ane-
lilln de unos campos, y con el pago de una indentnízacién en
FIIOs, mediante plazos anuales, Dándose cuenta de que la
11>11¡:oeridad de su, si\ bditos dependía de la prosperidad de sus
·nos, DQ consintió que el valioso mercado de Uroma fuese
lleattruído o se convirtiese en un suburbio. Por lo tanto, la gue-
en aquellos tiempos remotos, en M esopotamia, parece haber
nzado el mismo grado de razón y contención que la guerra
las potencias civilizadas deEuropa durante el siglo xrx..
Esta moderación, desde luego, sólo se practicó en las gue-
secundarias, o sea, en las guerras, entre Estados de cultura
F. J, P. VEALE

similar, como los de Lagash y U mma. No se habría practicado


en la guerra primaria, ni siquiera por un rey tan ilustrado
como Eannatum, frente a. los hombres de las montañas de Elam
o a los nómadas de Arabia. Pero, respecto a la guerra primaria,
empezaba a hacer notar su influencia un nuevo y poderoso
factor, como consecuencia de la introducción de la agricultura
y el establecimiento de las comunidades sedentarias.
Para una comunidad de cazadores, el prisionero de guerra
no es más que OLTa boca más, a la cual hay que dar de comer.
Es un estorbo del cual hay que ocuparse, si no durante mucho
tiempo, por Jo menos el suficiente para proporcionar diversión,
torturándole hasta la muerte. Por lo general, los prisioneros
capturados, heridos en la batalla, eran muertos rápidamente,
con un palo armado de una piedra ( 1 ). ,
Pero en cuanto se alca.n,zó un grado de civilización en el cual·
había campos que arar, murallas, templos, palacios y tumbas
que construir, y minas donde trabajar, el prisionero de guerra
dejó de ser sólo una boca a la cual habla que· alimentar, para
pa$3r a tener un valor económico definido como esclavo.
El profesor /1>1. R. Davie expresa la opinión de que «la mi·
tigación de la guerra recibió su mayor únperu con la institu-
ción de la esclavitud, que puso fin a las matanzas y alív.ió las
torturas, con el fin de no perjudicar la eficacia del cautivo como
trabajador» (!.!).
4s consecuencias directas, y aún más las indirectas, de esta
innovación, tuvieron un extraordinario alcance. El botín
transportable dejó de ser el único premio atrayente, o, por Jo
menos, el principal de los atractivos ofrecidos por una gi,\erra
victoriosa. Las expedicíones de castigo emprendidas por las co-
munidades civilizadas contra los vecinos bárbaros, dejaron de

(1) La i.nljgua actitud respeao al p.rlsiOtictOéogido en la guerra se UJ>N»


pttl«(amffltoe en la definición dada recientemente pol mb.<er Wlnston Cb.urdiiU
Cf\ cJ <kb1te .obre la gut:rra de Corta, dd a de julio de 19.st: •(Qúé u un pri·
tioncro dC: gy.cna? Un priJ.io,)O'O ~e gue:rn. ts un bombtt .q~ ha truado ~ ma-
urk a tino y., ha.bit:ndo
fra~o. le pide a uoe que no le mue a B•?
(t} M. R. Oavtc, 7.111 Ewluti.&n o¡ Jfar (d..a cYoludón de la guerr~:11). ~ew
Ha.ven. Vale- Onh.-cr¡lLy Prcn. J9t9, pfg. 194.
EL CRIMEN DE NUR.EMB'ERC 41
_, medidas difíciles y costosas que se llevaban a cabo únicamen-
I
• para hacer fracasar un esperado ataque y se convirtieron en
,,..IM~osas expediciones para capturar esclavos. Con frecuen-
ida. en las: guerras de conquista entre Estados civilizados, los
;.aullados de la venta de prisioneros de guerra constituían el
,... más satisfactorio de la victoria a los ojos de los vencedo-
ra. Ocurría siempre esto en las guerras preventivas realizadas
par los Estados civilizados para proteger süs fronteras, como,
1"'_ ~jemplo, las guerras de los romanos en las Galias y Ale-
asnia.
Una consecuencia igualmente importante de la introduc-
p de la esclavitud fué que reveló ,1 un sector de la comuni-
al de la necesidad de participar en ninguna clase de trabajo
111anual. Asl surgió, por primera vez en la historia de la Huma-
Jlidad, una clase privilegiada que no dependía de su propio es-
-6Nno para mantenerse, y que tenía poco que hacer, como no
fuae participar en la guerra, Como que los esclavos llevaban
•l(abo rodo el trabajo manual, fué afianzándose 'gradualmente
lila f!'lta clase la· idea de que había algo degradante en la partici-
1'1P6n en cualquier clase de trabajo. En resumen, el trabajar
til!l.llii9alía a rebajarse al nivel de un esclavo. La única forma de
jo que podía llevar a cabo un miembro de la clase privi-
' sin perder su dignidad, era el trabajo relacionado con
¡ua-ra, puesto que, naturalmente, los esclavos estaban ex-
ddc»de estas tareas. Una vez implantada, esta idea ha seguido
lfeeiendo, sin que nadie la combata, en todos los círculos in,
tes de la mayoría de los países, hasta 191 8.
establecimiento de una clase privilegiada, cuyos miem-
1610 podían justificar su existencia, incluso ante ellos mis·
panicipando en la preparación de la ~erra, fué introdu-
en forma gradual una clase de guerra totalmente nue-
'Hasta entonces, las guerras se habían hecho como medio
• alanzar un fin : por ejemplo, para lograr un territorio
para el excedente de población, para recoger botín,
~esen propiedades transportables o esclavos, para recau-
bibutos de un vecino más débil, o para contrarrestar un
.
F. J, r. VEAU:

esperado ataque. Pero desde que surgió una clase privilegiada


encontramos numerosos ejemplos de guerras en las cuales estos
objeúvos desempeñan un papel bastante secundario. Estas con-
sideraciones sirvieron de meras excusas para hacer la guerra_
Esw guerras, a falla de término mejor, las llamaremos «gue·
rras por el afán de gloria».
Las guerras por el afán de gloria son la expresión natural
de la necesidad de una casta militar gobernante acuciada por
el opresivo sentido de su propia dignidad, que le impide parti-
cipar en las actividades de Ias personas civiles, y que quiere
encontrar una salida para sus energías. Inducidos a considerar
los éxitos militares como lo único digno de admiración, los
miembros de esta casta sólo en la guerra pueden demostrar que
son dignos de sus antepasados y de las tradiciones de servicio
que constituyen su único orgullo Sólo en el campo de batalla
se libran del tedio y hallan en él su justificación. En los días-
en que la guerra se llevaba a cabo con arreglo a normas que la
controlaban y que mantenían dentro de ciertos limites la des-
trucción y el sufrimiento inherente a la misma, esta actitud de
la menee disfrutaba de un respeto considerable. El entender la
guerra como medio de autoexprestén se consideraba anterior-
mente como pintoresco y romántico, mientras que ahora sólo
resulta grotesco e irritante. Esto dependía, desde luego, de la.
indiscutida creencia de que el éxito en una guerra demostraba
Ia superioridad del valor y la general virilidad de los vence-
dores, mientras que ahora, como ha señalado con gran acierto
el capitán Liddell Hart, demuestra únicamente que los vence-
dores poseen mayores recursos o un equipo técnico superior ( 1 ).
Durante la última década, la idea de hacer la guerra por el
honor y gloria de los militares .resultaba anticuada y pronto
parecerá incomprensible. Quizá fu~ siempre mú fácil relacio-
narla con Don Quijote que con San Jorge. Todavía habrá que
decir algo respecto a la aruicuada opinión que estima la lucha

(•) capitán lJ.dddJ Jlm. TI,~Rn.iotutlon. in Worf•r• (d.a lle,'Oludón m la


Cuerru), Londr~. F•lKr, 194ti, ~· 81.
F. J. P. Vt\L!l

representar el más destacado ejemplo de un Estado existente


sobre todo por y para la guerra. Otras naciones que han desta-
cado en las aventuras bélicas, destacaron también en diversas
actividades distintas. Los romanos no sólo eran soldados, sino
también estadistas, legisladores y constructores. Los normandos
produjeron grandes gobernantes, constructores y eclesiásticos.
Los alemanes de los tiempos modernos han destacado en cien-
cia, música y literatura. Pero, en la vida pública, los jefes asi-
rios se interesaban sólo por la guerra. Muchos de sus gobernan-
tes fueron, ciertamente, infatigables constructores de grandes
palacios, pero utilizaban los vanos espacios de los maros, prin-
cipalmente, para mostrar los ba¡o relieves que describlan sus
glorioeoe éxitos militares. Los antStas asirios alcanzaron un alto
grado de _perfección, pero su trabajo solfa limitarse a retratar
escenas de batallas y de cacerías, Aparte del arte de la guerra
y la ciencia de la administración imperial. los asirios adoptaron
casi totalmente la civilización de sus vecinos y parientes, en es-
pecial los babilonios, a través de los cuales hicieron importan·
tes contribuciones a la legislación, la religión y la literatura,
particularmente en la compilación de anales reales (1).
Como en Prusia en el siglo xvu, la grandeza de Asiria se
debe a su debilidad natural original. De todos los Estados ale-
manes, era el más expuesto, y en una mayor longitud, por sus
fronteras: para poner fin a las repetidas invasiones de los veci-
nos que se entregaban a depredaciones, el Gran Elector creó­
un fuerte ejército, cuyas victorias echaran los cimientos de una
gran tradición militar. Del mismo modo, Asiria, que era en
parte una amplia llanura situada entre el alto tufrates y el alto
Tígris, se encontraba expuesta al ataque; de las tribus de las
montañas del Kurdistán y de Armenia_por el'-Este y el Norte,
a ),1.5 invasiones de los poderosos príncipes de Siria en el Oeste
· y a las expediciones para cobrar tributos de los reyes de Babi·
lonia, en el Sur. Durante siglos, las invasiones y las incursio-
(t) Pa"' ~"lar la aruertOf opiuKJl't de' que bi uirios no 1cn.l=-.n inter~ ni
Jog:nironnada al margm dd ~ampo Wli<o, vb"C Jfhtory o( AU)lri'o (•.Historia de Atl·
riO), A, T1 ólmut;,d, Stribner, 11}'3, caphuln XLIX.
EL C&IIIEN DE NUIUllllEllG 45
- (ueroo 1ufridas con paciencia; pero, a la larga. surgieron
~ta menos pacientes que empezaron a dirigir con ma-
,or &ecuencia u_n número mayor de expedid?~es de castigo
Cllllltn. loe enemtgvs mis perturbadora de Asina, las fen:&s
tribus de ~ montalla& de Armenia. En estas guerras, en un pals
dificil, se fué formando gradualmente un ejército aguerrido
que estaba dispuesto a concentrarse en cuanto surgiese un jefe
opa• de comprender las posibilidades que ofrecía la posesión
4el milmo. Quiz:1 resultase inevitable que este ejército, creado
~nalmence para la defensa. acabase más promo o m:is tarde
liendo empleado para el engra.ndecimiento del país.
Como consecuencia de esto, se ha pasado por alto durante
•ucho úempo el hecho de que Asiria prenó un verdadero ser-
~ a las naciones civilizadas del Oriente Medio, constituyendo
aaa barrera entre ellas y las tribus nómadas salvajes del Asia
ontral. Como reconocimiento de este servicio, el profesor A. T.
Olm,rnd ha preferido llamar a los asirios los «perros pastores
panlianes de la civilización mesopotamíca» en vez de 1elobos»,
~ es como los habían llamado los historiadores anteriores. Sin
-bugo. to. asirios no recibieron C3lC reconocimieoto por parte
91111 contemporáneos. Se los miraba con franco terror y odio.
a-a que transcurrieron tres 1iglos de seguridad frente a los
~1111••ig,oe exteriores, cuando las hordas simias rompieron la ba-
asiria llevando el fuego y la espada por todo el Oriente
fclllio, no se comprendió el hecho de que podla existir un mal
mayor que el de estar sujeto al yugo asirio.
Quizás el paralelo nw próximo al papel de Asiria en los
!1111111()11 del antiguo Oriente Medio, sea el papel de Prusia en
auntoe de la Europa moderna. Ba.wldosc en la posesién de
apléndido ejército creado originalmente como protcccióo
• tupqvivencia, 105 gobernantes de PrUJ1a ganaron para su
tanta impopularidad general y tan mala voluntad, no sólo
los extranjeros, sino también entre sus conciudadanos
lllelaanes, por sus manejos agresivos. Como consecuencia son
111U• los que se preocupan hoy en Alemania de recordar que
llllidad alemana ful lograda, por primera vez, merced a la
F. J. P. VEAU

eficacia prusiana, su autosacrificio y su disciplina; son pocos en


la ,Europa occidental, los que se dan cuenta ahora del hecho de
que sólo mientras aistió el ejército creado por .los reyes pru-
sianos pudo estarse tranquilo frente a la posibilidad de un
ataque y una subyugación por parte de los enemigos del Este.
Durante muchos siglos, la historia de Asiria parece haber
sido la misma que la de este pequeño .Estado europeo. A veces
aumentó su poder bajo el mando de gobernantes capaces, tales
como Tiglalh Pileser l (1120-1100 antes de J. C.), y a veces.
volvió a hundirse en la obscuridad, bajo la dirección de gober-
nantes débiles.
El valor potencial militar de los combatientes asirios fué
plenamente comprendido por Asurbanipal, que ascendió al
trono de Nínive el año 883 antes de J. C. Empezó por castigar,
en ocho campañas consecutivas, a los habitantes de las. monta·
ñas del None, con una severidad sin precedentes. Lu~, vol·
vió su atención hacia el oeste y alcanzó el Mediterráneo, donde
las ricas ciudades fenicias de Tiro y Sidén compraron su segu­
ridad mediante el pago de «o-o, plata, estaño y cobre, telas de
lana y de hilo, y gran cantidad de madera fuerte de conseruc-
ción del Líbano». Su sucesor, Salmanés, extendió sus dominios
desde Siria hasta el golfo Pérsico y, durante cerca de tres siglos,
nos. encontramos con una serie ininterrumpida de conquistas
que llevaron las armas de Asiria por todo el Oriente Medio,
basta las orillas del Nilo.
Probablemente, ningún otro Estado en la historia del'mun-
do puede compararse con Asiria, como encarnación del mili·
tarismo implacable, infatigable y eficaz. En una época poste-
rior, en el Estado griego de Esparta, todas las comodidades y
distracciones de la vida eran sacrificadas en beneficio de la efi.
cacia militar, pero los espartanos no hicieron contribuciones
dignas de mención al arte de la guerra. Un ejército espartano
no era más que una gran fuerza de comandos compuesta de
atletas con un excelente entrenamiento físico, que luchaban a
pie y que iban equipados como los orros soldados gri~ de su
tiempo. Por otra parte, ningún otro pueblo, hasta el siglo xx,
EL Cll!MEN DE NURDIBERG 47
[éVl,lucionó la técnica y los métodos de guerra en la forma en
los
¡0 hicieron asirios. Un ejército asirio se componía de
weci•listas en todas las ramas de la lucha. Había regimientos
¡nfanterfa pesada, armados con escudos y lanzas; regímjen-
de arqueros y honderos, un cuerpo de carros, y caballería
. Habla un cuerpo de zapadores, hábiles en las tareas de
·J¡~ímll' las murallas de una ciudad y en las de poner en funcio-
1~ento diversos tipos de baterías de arietes y torres de asedio,
~ilunas de ellas dotadas de seis ruedas y otras de cuatro. Había
• ,ecdón de pontoneros capaz de tender un puente a través
ile un río, o de suministrar vejigas que, una vez hinchadas,
'ia'Vfjn como Botadores para que la infantería cruzase con se·
pi.dad un río a nado. Había una sección de transportes con
amellos para llevar la impedimenta, e incluso cocinas de cam-
,-ffa, que eran usadas en las expediciones. Por último, había,
iidern,s, piquetes de ejecución, experimentados en la liquida-
,, r­,>.·d6n de prisioneros de guerra, lo cual ejercían por mil medios

~iosos y dolorosos.
Cuando fueron descubiertas y descifradas por primera vez
tu historias de los reyes guerreros de Asiria a mediados del
tíi¡lo XIX, nuestros dignos antepasados victorianos quedaron in-
lídidos de un incomprensible horror al leer los espeluznantes
es de las atrocidades que orgullosamente se describían
A sus ojos, Asurbanipal y sus sucesores en el trono de Asi-
aparecían como monstruos sádicos, sujetos a una obsesión
6gica. Pero nosotros, situados en una posición más favora-
para comprender sus procesos mentales, creemos que' ha­
n sido capaces de dar una explicación plausible de su con·
· Una de las razones por las cuales los asirios horrorizaban
tal modo a los lectores de sus gestas hace un siglo, era que
nces se sabía menos sobre los excesos militares y las ma-
de sus predecesores y sus contemporáneos.
Cuando fue arrojada la bomba atómica en Hiroshima, en
,.con la cual fue exterminada la totalidad de una población
de 70.000 almas, se explicó que este acto salvaba eh reali-
las vidas de muchos soldados que, dé otro modo, habrían
F. J. P. VltAL.E

sido sacrificadas en costososdesembarcos en tierra japonesa. Una


justificación similar podría aplicarse respecto a todos los actos
de bombardeo estratégico que empezaron en 19s9, eon la única
excepción del bombardeo de Dresden, en febrero de 1945, que
tuvo lugar después de que la guerra había dejado ya de ser una
operación militar. El rey Asurbanipal podría haber replicado
a quienes le criricaban : «Cuando empalé, saqué los ojos, desollé I
vivos, quemé y torturé de otras formas hasta matar a mis pri-
sioneros, el terror de mi glorioso nombre se difundió por todas
las tierras circundantes. Como consecuencia de esto, salvé mu-
chas vidas valiosas. Luego, cuando deseaba capturar una ciudad,
mis valientes tropas ya no necesitaban asaltarla, sufriendo pér-
didas crueles. pues los habitantes sallan a mi encuentro para
besar el polvo a mis pies, De esta manera ahorré muchas vidas
preciosas de mis valientes soldados.»
No puede negarse que en este argumento hay algo de ver-
dad. Sin embargo, falla si tenemos en cuenta el hecho de que
Asurbanipal y los otros monarcas asirios gustaban de reflejar
estos horrores eh los bajo relieves y en todas las demás decora·
cíones de Ias paredes de.sus palacios. Es evidente, por lo tanto,
que debía ser de su gusto el recordarlos. Sobre esta predilección
puede basarse la acusación de sadismo, pero no sobre su méto-
do de tratar a los prisioneros de guerra, que no era más que el
método tradicional heredado de los antepasados prehistóricos,
ejecutado por los asirlos en una esca la ·mayor y de una forma
más espectacular. Es cierto' que muchos pueblos hao tratado a
sus enemigos cautivos de acuerdo con esta antigua tradición,
tanto en los tiempos antiguos como en los modernos. La reputa·
ción de los indios de piel roja de Norteamérica es particular·
mente mala a este respecto, aunque algunos han replicado que
no hicieron más que adoptar estas prácticas, juntamente con
los antiguos hábitos belicosos, de los colonos europeos. Esta
opinión caritativa difiere sin embargo, del testimonio d~ Sa-
muel de Champlain, uno de los primeros pioneros franceses en
Canadá, que asegura haber quedado horrorizado por el trato
que daban a los prisioneros iroqueses los aliados hurones de
EL l:R!MJ:::-1 DE NUROIBERC !9
&anceae,, después de una escaramuza en la cual. gracias a las
de fuego de Cbamplain y sus hombres, los hurones sa-
triunfantes. Es por demás revelador de la habilidad e
tiaigenuidad_ d_e los salv~jes, el que lograsen escandalizar a un
.-,opeo cnsttano del SI~lo XVI. . _ •••
Hasta que se han visto contenidos por vecinos más civili-
•f.ios o más poderosos que profesaban un código de conducta
c)¡fereote, o quizá más artificial, la mayoría de los pueblos sal·
~ han observado la práctica antigua y tradicional al tratar
sus enemigos capturados en la guerra. En algunos pue-
noe encontramos con una interesante variación de esta
jirictica. La tarea de liquidar a los prisioneros es confiada a las
.Jlllljeres, mientras los hombres sólo actúan de espectadores.
J)illeren Ias autoridades respecto a si esta costumbre se debe
• primer lugar a la indolencia masculina, al mayor gtado de
• ,·t1kio en la mente femenina, o al reconocimiento de la su·
~ destreza de la mano de la mujer para conseguir resulta·
,1111 JÚS refinados ( 1 }. De todas formas, Jo cierto es que Joflpri·
:iil..­lll'OS, en manos de los apaches de Arizona, de las tribus
~das de Arabia y del Sabara, o de los rusos de Siria, nunca
1aD tenido ocasión de agradecer a sus captores e). haber adop-
:.., tan extraña como inhumana resolución.
No hay ningún indicio de que existiese .semejante costum-
entre los asirios. No tenemos pruebas de que las mujeres
• íesen nunca ser admitidas en los piquetes. militares de
IIC;u,cii"ón. Parece ser que en el ejército asirio no han existido
regimientos de mujeres guerreras, que, el! cambio, fue-
un rasgo terriblemente característico del ejércíto de la vieja
y, en un pals de indígenas del oeste africano. En este
.
aam.p1am. que ac::r:ibf, a1 1Gl!, acepta la ühbna explicación de esta
­en d ?JO de lC]S b~Ol\cs y tos algonquin0t, de San 1.(Jr«l10, E.stribc: til.l
IOI prisionero, (ueron CWfCT\l•dos pan que los matasen las n:tujuu y lu
que,. oon$ti sutileza, inventaban \ouuns •c'.ln m,s tl'Uclcs que In de lot
J duñut.aban wn dio,» l..a opinión. de. este testigo pt'ctenci•t. ~derad&
con ~ wopuqta b«:hi. por d DoHy i!oil dd >25 de noviemQr.e de 19,1,~.
.. ~bl11dad de que te p.rodwa.n acontoc1mlC1"1~ tcmadon.4la en las paro-
~ que habrl.n de seguir ine,Uablemnnc a la proxima gucr:ra.

50 F. J. P. VM.LE

-
último Estado, que en algunos aspectos tiene un crudo pare·
cido con Asiria, existió un magnifico cuerpo de vírgenes gue-
rreras, cuya virginidad, conviene advertirlo, estaba protegida
con la amenaza de una pena de muerte horrible para quien in-
currí- en deslices ir morales. Dahomey presentaba, además,
una nueva variante re.pecto al trato dado a los prisioneros de
guerra. Los asirios, como hemos visto, ejecutaban a los jefes
enemigos públicamente, aplicando diversos métodos ingeniosos.
y reducían a esclavitud a los demás prisioneros. Los reyes ne-
gros de Dahomey entrenaban a los niños de las escuelas, súbdi-
to. suyos, en el uso de las armas y los acoswmbraban a ver de­
rramamientos de sangre, entregándoles a los prisioneros de
guerra para que se encargasen ellos de la ejecución.
La variapón original de la práctica aceptada no tenía atrac-
tivos para los asirio$. De aspecto eminentemente práctico y
conservador, creían que las actividades de las mujeres debfan
limitarse a la procreación de futuros guerreros, solazar a los
soldados que disfrutaban de permiso en su casa al regresar de
los distintos frentes, y participar con el debido entusiasmo en
los festejos anuales del ,:Dla v», el día de la victoria. Consi-
deraban que las ejecuciones de prisioneros de guerra debían
realizarse con la debida pompa y ceremonia, sin tener en cuenta
consideraciones utilitarias que no concordaban con la solemni-
dad de la ocasión. Otra cuestión que acredita a los asirios es que
las matanzas, después de sus victorias, sollan limitarse a los va-
rones. No solla haber las matanzas de mu jeres y niños ­in­
cluí dos los recién nacidos- que eran tan corrientes entre mu-
chos antiguos pueblos orientales.
En todos los tiempos, la colección de trofeos ha ejercido
una singular fascinación sobre la mente militar. Después de la
guerra de 1870, en todas las plazas públicas de Alemania se ex-
bib!an las armas capturadas en Worth, Sedán o Meu; de ma-
nera similar, después de 1918, todas las ciudades y aldeas de
la Gran Bretaña mostraban piezas de artillería expuestas en lu-
gares destacados, COl!IO recuerdos de «la guerra para terminar
la guerra», y lo curioso del caso es que, por una ironía del
EL CRIMEN DE NUREMBERC 51
íno, fueron aprovechados para otra guerra que siguió poco
és, habiendo sido necesario fundir aquellos recuerdos pata
mair municiones.
Come;> era de esperar, los asirios tenían verdadera pasión por
trOfcos, pasión que indudablemente heredaron de sus an-
paados prehistóricos. Como. no tienen piezas grandes, como
ejemplo un cañón, los salvajes se ven obligados a elegir sólo
dos cosas. La mayor/a de los salvajes, entre ellos pueblos
separados como los maoríes de Nueva Zelanda, los indios
norte de Méjico y los negros de Dahomey, han elegido el
eo humano como trofeo o símbolo de la victoria. Las armas
• itlvas pueden ser reproducidas o robadas, pero el cráneo
enemigo es una prueba concluyente de su derroca. t.fien·
lá guerra se mantuvo en pequeña escala, los cráneos de los
igos muertos sólo servían pata ser exhibidos: los héroes
'viduales los ponían en las puntas de unos palos frente a las
s de sus casas. Pero cuando las matanzas alcanzaron ma-
proporciones, -se hizo posible reunir colecciones mejor
~radas. Según creencia popular se atribuye al conquista-
dnarO medieval Tamerlán, la idea original de levantar
ides formadas por Jos cráneos de los enemigos caldos. Pero
de dos mil años antes de la época de Tamerlán, nos encon-
con que los asirios las levantaban ya llenos de otgullo.
el rey Tiglath Pilser recuerdo que mientras se encontraba
pa.ña «por las costas del mar de Arriba» (probablemen-
mar Negro), capturé una ciudad e «hizo un montón con
bezas de sus habitantes, delante de las puertas de la mis-
• La única originalidad que se le puede reconocer a Ta·
n es la de que levantó pirámides de cráneos de un tamaño
cional, o por lo menos ése era el firme convencimiento
contemporáneos.
mo alternativa frente a la colección de cabezas, alguno,
han preferido coleccionar ciertas partes particulares de
migos. En los tiempos modernos, han dado muestras de
predilección los somalís y los gallas del norte de M:rica,
tribus de Arabia ySiria, y los karffirs del sur de África
r. J· P. VEIILi

sin olvidar, desde luego, a nuestros valientes aliados de, la últi-


ma guerra, los abisinios. El inmoderado desenfreno con que
se entregaron a esta afición suya, después de su gran victoria
de Adowa sobre los italianos en 1896, suscitó un horror tan in-
tenso en toda Italia que, unos cuarenta años más tarde. facilitó
grandemente los esfuer .os de Benao Mussolini para lanzar a sus
conciudadanos a la empresa -de reconquistar AbiBinia. Los gus-
tos difieren mucho tanto en ésta como en otras muchas cues-
tiones, y por razones que nos son desconocidas parece que los
asirios se han limitado a coleccionar cráneos.
Los asirios nada tendrían que aprender de la técnica más
moderna en relación con la expoliación de un pals vencido, para
asegurarse de que no quedara abierto el camino a un nuevo
ataque en el futuro. Como departamentos permanentes del E$-
tado, debieron de funcionar una comisión de reparaciones y '
una comisión de desarme, ambas militares. Uno de los bajo re-
lieves más interesantes, que se encuentra ahora en el Museo
Británico, muestra, en el fondo, las murallas de una ciudad
capturada que esrán siendo demolidas con pico y pala por los
zapadores asirios. para que no vuelvan a ser una amenaza para
la. seguridad de Asiria. ,Erl primer término, una fila de soldados
marcha en formación militar a lo largo de un camino, al borde
de un do, y cada hombre lleva algún artículo conquistado en el
saqueo. En contraste con esta unidad, que se ve claramente .que
actúa a las órdenes de la comisión de reparaciones, hay ·una
extraña linea formada también Por soldados cargados de botín,
pero, en este caso, se van escondiendo por un bosque. El pe-
queño faroaño de sus figuras y su marcha precipitada por entre
el bosque, simbolizan evidentemente la apropiación de objetos
de los vencidos por parte de saqueadores individuales, que es
dudoso que contasen con la plena aprobación de las autorida-
des, aunque se basase en las repetidas exbortacjones oficiales de
no tratar con miramientos a los vencidos. Todo d conjunto,

t"
de gran maestría en la ejecución, debe ser considerado como
el primer ejemplo de cartel de propaganda de reclutamiento.
En relación con la guerra en sus diversos aspectos, los
EL CRIMEN DE NUREMBEllC
53
¡¡,ilriol mantenían un rígido sentido de la proporción; nunca
~111iúan que uno de los aspectos fuese exagerado hasta el pun·
de entorpecer todo el conjunto. En un pueblo religioso que
~ saquea~ una ~udad ni cjecuta~a a un criminal de gue·
1lll enenugo sm asociar píameme a Dios con sus deseos y, en
~Ido momeiito, actuaban de común acuerdo con la práctica re·
l"p tradicional ;. por otra parte, nunca permitían que sus
tldividades bélicas quedasen supeditadas a la religión, como
~a con los aztecas de Méjico, cuyas guerras eran libradas
· cipalmente con el fin de hacer prisioneros para usarlos para
eacrificios humanos en honor de su dios, Huitzilopochrli,
asirios sentían un justo orgullo en coleccionar trofeos mi·
)itam-y cuidaban con gran esmero la erección de cualquier pi-
11111n'de de cráneos de tamaño excepcional, pero nunca consin-
fderon que, como ocurría con los diaks de Borneo, la guerra
erase en una simple cacería de cabezas. Es evidente que
uirio& sentían una gran satisfacción con los ritos crueles de
«Olas V», pero, para ellos, seguían siendo una ceremonia
~"ti.ida que marcaba sencillamente el fin de una campaña.
es una actitud muy diferente, por ejemplo, de la de los
ceses de Norteamérica, para los cuales una campaña no era
que un preliminar enojoso, aunque necesario, de la acos-
brada orgía alrededor del poste de las torturas. Para l~ asi-
la religión, el afán coleccionista e incluso la s;itisfaccióo
los impulsos sádicos, seguían siendo emociones cotidianas
adornaban la snerra, pero q ue no eran, en modo alguno,
iales para realizarla. Para ellos, lo mismo que en opinión
Nietzsche, una buena guerra era su propia justificación.
Ninguna de las prácticas de los asirios resulta de mayor in-
• para la generación actual, que su método de deportado-
en masa. No se sabe con certeza, si los asir/os iniciaron esru
·ca pero, lo que si es seguro, es que la adoptaron como
imiento rutinario y que la llevaron a cabo en una escala
precedentes hasta nuestros días.
La honradez nos obliga a señalar en defensa de los asirios.
hay diferencias fundamentales entre las deportaciones. en
F. J. P. VEALE
.
masa realizada, por ellos y las efectuadas en tiempos recientes.
En primer lugar, la intención es totalmente diferente en ambos
casos. El propósito de los gobernantes asirios era crear una po-
blación homogénea y, ron este ñn, tenían la costumbre de trans·
ferir a la población superviviente de un pals conquistado a al·
guna parte alejada del Imperio, al mismo uempo que llenaban
las plazas vacantes con ha bitan Les de ocro distrito, también
conquistado, mezclados con colonos voluntarios de la misma
Asiria, con el fin de proporcionar a la nueva población un nú-
deo leal. Estos traslados de población podrían calificarse más
acertadamente de mudanzas en masa. Desde luego, en su tota-
lidad son diferentes de las recientes deportaciones en masa que
sirven al doble propósito de sausíacer la, venganza sobre los
miembros restantes de la raza vencida y al mismo úempo ro-
barles todo lo que poseen.
Una vez ws los métodos adoptados en ambos casos son
totalmente distintos. La prueba de los bajo relieves asirios in·
dica que las persona, trasladadas a la fuerza de un país a erro,'
podían llevarse a sus nuevos hogares los muebles y el ganado.
No debió escasear la brutalidad, pero ésta no debía contar con
la aprobación oficial, puesto que la intención era que los pue-
blos transferidos, C' sus descendientes, acabasen por convertirse
en súbditos leales y partidarios del rey de Asiria. No puede ha-
cerse una verdadera comparación entre este procedimiento, por
muy duro que haya podido ser, y 1a práctica contemporánea
de reunir gran cantidad de personas indefensas, hombres, mu-
jeres y niños, hasta sumar varios millones, contra los cuales no se
hace ninguna acusación de tipo personal (pues a los acusados
en este grado se los juzga mediante un juicio sumarísimo), ele·
gidos sólo porque su lengua nativa es la misma de los habitan-
' del otro lado de la frontera que ha dado la ca·
tes del Est.ado
sualidad que ha resultado derrotado en la guerra¡ se les roba
Lodo lo que poseen y [ucgo se los envía a un pa($ extraño, super·
poblado y escaso de alimeruos, para que vivan o mueran allí,
,egún disponga su destino. En nuestros dlas, el motivo no es otra
­1:L CIUMEN DE N UIU:M8.ERC 55
que el robo. combinado con el deseo de venganza, aunque
.ea contra los parientes.
Cabe señalar otro punto en descargo de los asirios. tstos
caban generalmente con pueblos seminómadas o pueblos que
baban de afianzar la conquista de las tierras de las' cuales se
deportaba por la fuerza. La injusticia y el sufrimiento que
JelfO entrañaba, por lo tanto, debían ser mucho menores que
en las deportaciones en masa realizadas por checos y polacos
._. e] calO de los habitantes de Pomerania, Silesia y la región
los Sudetes, lps cuales eran expulsados de tierras que ha-
'lfan sido ocupadas por sus antepasados durante muchos siglos.
blemente, las deportaciones en masa de los asirios se re-
~wi. por lo general, a agricultores primitivos, pastores y pal·
ele escasa densidad de población, y el traslado ~ hada a una
lejana pero igualmente deseable. que habla quedado va-
para recibirlos. No puede haber comparación entre esta
lsión y. por ejemplo. la de la población de Silesia. la de
población cuyo derecho se basaba en la posesión indiscu-
, desde los días en que los reyes Plamagenet gobernaban
Inglaterra y la mayor parte de Francia, cuando Moscú era
tapital de un pequeño Principado que pagaba tribute a los
t,naros, y cuando sólo los pielesrojas andaban por Nue-
~ort. que todavía faltaba mucho para que fuese eonstruída.
tres millones de víctimas expulsadas de, la región de los
podían aducir un titulo posesorio aún más extenso. ya
lllS antepasados ocupaban este rincón de Bohemia antes
los primeros piratas anglosajones desembarcasen en In·
y mucho antes de que el resto de Bohemia fuese ocu-
por los checos.
nee tres siglos," 1a sombra de los asirios se ab.ó como
negra nube sobre todo el occidente de Asia. Primero se
en una dirección y luego en otra. Sus ejércitos, esplén-
te organizados y equipados, no encontraron nunca un
capaz ele resistirlos en campo abierto, ni siquiera en
• iones de igualdad. En cambio, arrollaron a los ramosos
de guerra de Siria. " la infamerln pesada de Babilonia
F. J. J'. VEALll

y a los arqueros de Egipto. Fueron aplanadas muchas revuel-


tas y deshechas poderosa, alianzas. En el año 645 antes de Je·
sucristc, el rey Asurbanipal, después de una victoriosa campa-
ña en la cual fue aplastado y devastado sistemáticamente el Es-
tado de Eiam, celebró el. triunfo con particular esplendor. Tres
reyes cautivos marchaban encadenados detrás de su carro. En
aquel orgulloso t<D!a V» podría haberse pensado-que el Impe-
rio asirio sería eterno.
Habían pasado menos de 40 años a partir de aquel día y
el Imperio asirio quedó tan deshecho que pronto se redujo
sólo a un leve recuerdo que se ha mantenido vivo únicamente
merced a la mención en las escrituras judías y a las referencias
dispersas de los escritos de los autores griegos. Hasta media-
dos del siglo XIX, cuando se descubrió y descifró la historia
de los reyes asirios, todas estas conquistas se habían hecho, poco
mú o menos, legendarias.
Con frecuencia se ha hecho la comparación entre el Impe-
rio asirio y el U Reich alemán, fundado por Bismarck. Esta
comparación puede no ser odiosa, pero es muy difkil de esta-
blecer. Cualquier comparación de este tipo es difícilmente re-
conciliable con el hecho de que el Reich, después de su fun-
dación, en 1871, mantuvo la paz ininterrumpidamente con sus
vecinos hasta 1914, durante un periodo de 4S años, periodo
en el cual todos sus vecinos emprendieron guerras agresivas:
Gran Bretaña en Egipto y África del Sur, Francia en Túnez
e Indochina, Rusia en los Balcanes contra Turquía y en Man-
churia contra el Japón, los Estados Unidos contra España, e
incluso Italia contra Turquía en Trlpoli. Por otra parte, en
su rápida y dramática ca(da final, el Imperio asirio ofrece 1:,.
posibilidad de una cierta comparación con el 11( Reich, CS1a·
blecido por Adolfo Hitler .

Cuando, en el año 645 antes de J. C., el rey Asurbanipal
celebró el úhimo gran 1,Dla V11 de las armas asirias, la fuena
militar del Imperio, que parecía inconmovible, estaba exten-
dida por una vasta zona que iba desde el Nilo hasta las monta-
ñas de la moderna Persia, De pronto, sin la menor adverten-
!:l­ CIUIUN .DE NUJ\DIBERC 57
bilO su aparición, desde el lejano y desconocido Norte, una
nas grandes hordas de nómadas que en 10$ tiempos histó-
han enviado periódicamente las llanuras de Eurasia. Esta
11111a de nómadas, conocida por sus victima, con el nombre
alos simias», no era menos formidable que la& hordas simi-
¡¡¡.,l!I de los hunos, los magiares, los mogoles, los tártaros y los
lll'Cll)I. que habían de venir detrás. Se lanzaron como un alud
;,n,esis·,tibie sobre todo el Oriente Medio, hwa llegar a las fron-
riel• ele Egipto. La resistencia en el campo fué aplastada por
1Uperiorídad numérica de Ios invasores; sólo las ciudades
-, foni6cadas escaparon a, la devastación y al pillaje. Luego,
-u& de una década de sangre y rapiña, los sintias se retira-
- tan súbita y misteriosamente como hablan venido.
Tocfos·IO$ Estados del occidente asiático sufrieron esta visi-
o el Imperio asirio, la mayor y más compleja estructura
tica de aquellos tiempos, se conmovió hasta sus cimientos.
era eosurmbre del Alto Mando asirio recordar los desastres,
1IO tenemos detalles sobre la suerte corrida por los ejércitos
• que trataron de ofrecer resistencia en la batalla ante el
de los salvajes jinetes de las estepas. Sólo las grandes ciu-
quedaron a salvo tras sus murallas; en cambio, el cam-
:quedó devastado. En cuanto se retiró la oleada de los bár-
hacia sus hogares del Norte, cargados con el botín, los
CII del Oriente Medio se unieron para acabar de una vez
IÍeulpte con la amenaza asiria.
l.aa naciones aliadas del siglo vn antes de J. C. sólo estaban
en su odio hacia los asirios. Podemos estar seguros de
loa restos dispersos del ejército asirio resistirían hasta el
hombre cuando la suerte se puso en contra de ellos y no
demasiado fantástico imaginar que siguieron ganando
idas pero inútiles victorias. Finalmente, sin embargo.
quedaba ·la capital. Nínive, protegida tras las vastas Ionl-
~ planeadas y levantadas con gran esmero por el rey
~1b. Después de un largo asedio, los medos irrumpieron
ciudad condenada, en el mes de agosto del año 612 antes
· C., y el último rey asirio, desesperado, reunió sus tesoros
F. J. P. VEALE

en una gran pip. funeraria y. lo mismo que Hitler, pereció


en la hoguera con sus esposas, los altos funcionarios de su Es.
do y los generales supervivientes de su ejército.
No puede sorprendernos, quizá, que habiendo triunfado
así, las naciones hasta entonces unidas se volviesen inmediata-
mente unas contra otras. Los medos atacaron a los lidios, y
los egipcios entraron en conflicto con los babilonios. Estos úl-
timos, bajo la 9irección de Nabucodonosor, derrotaron a los
egipcios y establecieron un efímero imperio que reprodujo
fielmente todos los rasgos característicos del gobierno asirio:
guerras de conquista, deportaciones en masa, matant.!S y mu-
tilaciones, según testimonia elocuentemente el libro segundo
de El libro de los reyes. Al cabo de unas pocas décadas. los
babilonios habían sido absorbidos por los 'medos, que, a su
vez, fueron arrollados por los penas. dirigidos por Giro, que
estableció un Imperio de una extensión sin precedentes, y que
realizó, en lo esencial, los objetivos perseguidos por los últimos
reyes asiríos.
Asl quedó totalmente desarticulado el gran Imperio asirio,
que dejó en nuestros antepasados victorianos un recuerdo que
les parecía simbolizar la fuerza bruta, la ferocidad a sangre fria,
y el desenfreno sisternarízado. Sin embargo, nosotros, con nues-
tra mayor experiencia sobre estas cuestiones, debemos estar dis-
puestos a reconocer a los asirios el mérito de haber expresado
la guerra en términos de simplicidad y pureza tales, que nun-
ca han sido sobrepasados, En sus guerras, podemos encontrar
todo lo esencial de la guerra si n mezcla alguna ele escrúpulos
o restricciones. Las reglas y restricciones con que más adelante
quedó mezclada y entorpecida la guerra, les habrían parecido,
a los generales del rey Asurbanipal, tan artificiosas y vejatorias,
como le parecen a un mariscal del Aire de hoy.
Para todo el que estudie la guerra, casi le es suficiente para
ello el estudio de los asirios, no sólo porque eran un gran pue-
• blo interesado en la guerra, sino porque. además, eran rígida-
mente ortodoxos y convencionales en su actitud para con ella.
en sus tratos y en todo lo que se refiriese a lo guerra. Hasta lle·
I
EL CRl)(EN DI! NUltEMBERC 59
a la actual generación, el curso de las guerras, en los
1111",. modernos, ha estado influído por muchos factores ex-
morales, éticos y religipsos. Los asirios reconocían la
cia de pocas casas que no fuesen consideraciones mili-
Si eran exagerados en sus acciones, es porque llevaban
IUS Iímites extremos la práctica militar convencional,
comidera que si se conociera todo Jo que habla que cer
respecto a los asirios, nada esencial quedaría por conocer
naturaleza de la guerra.


,

1

CAPITI/C.O 111

LAS GUERRAS CJVILES DE EUROPA

Seglin señalamos en el anterior capitulo, el primer gran


hacia la mejora de las crueldades y crudezas de la guerra
tiva surgió con la institución de la esclavitud, que con·
a los prisioneros capturados en la guerra un valor eco·
como esclavos para sus captores.
ué produjo el siguiente paso importante en esta direc-

respuesta parece evidente. Supongamos una persona que


de este planeta y que se la requiriese para que medí·
ca del Sermón de la t.fontaña, y que luego st: la iníor-
que en el transcurso· de tres siglos, una religión basada
111111 enseñanzas había sido aceptada como religión oficial
la mayor parte de los pueblos civilizados del mundo. ¿No
-.ira este ser extraño que la consecuencia tenía que haber
ana completa transformación en la manera de hacer la
1i es que ésta no se abolía del todo, por lo menos entre
aútianos?
iA ,nori, esto es ciertamente lo que habría cabido esperar.
como sabemos todos, todavía al cabo de cerca de .ooo
t
el cristianismo no ha abolido la guerra, ni tan siquiera
tnm'formado de manera visible, aun cuando se desarrolle
Qistianm.
&: 'cuestión que se discute todavía es en qué medida, y
f'qué fecha, empezó a ejercer una influencia moderadora.
· se discute en qué medida se encuentra la relación
F, J. P. VEAI.E

entre causa y efecto, en su aceptación por los gobernantes y
pueblos del Imperio romano, y el ocaso y la caída del mismo.
Sea como fuere, la disolución del Imperio romano fué seguida
por la llamada Edad Obscura, periodo durante el cual la gue-
rra se llevó a cabo con el salvajismo más primitivo, aunque el
cristianismo era profesado por los diversos reinos bárbaros en
que quedó dividida la Europa occidental.
Si admitimos que los hechos sangrientos de los reyes fran-
cos y godos no pueden ser justamente considerados como re-
presentativos de la conducta cristiana en general o de la gue-
rra en particular, podemos dirigir nuestra atenciórr-al Imperio
bizantino, en el cual sobrevivió una vaciedad de la civilización
romana, basta casi el final de la Edad Media, Tememos que el
resultado sea desalentador. Los emperadores bizantinos condu-
jeron sus guerras estrictamente de acuerdo con la antigua rra-
dición oriental, y, a pesar del hecho de que la mayoría de ellos
eran cristianos· devotos, pocas diferencias podían observarse
como no fuese a los ojos de la fe, entre sus métodos y los de los
reyes guerreros de Asiria de mil años antes. El principal mo-
tivo de fama de uno de los gobernantes de más éxito del Im-
perio bizantino, Basilio lI el Mata,.búlgaros, es que, en sus
campañas contra los búlgaros, estableció la costumbre de sacar
los ojos a los prisioneros, que en una ocasión alcanzaron la cifra
de 15.000.
También es un hecho desgraciado, imposible de negar, que
las guerras europeas realizadas con. una ferocidad más impla·
cable han sido las que se hicieron en nombre de la religión.
Como primer ejemplo, tenemos la famosa Cruzada Albigense
de 1 209, inspirada y dirigida por uno de los papas más' gran·
des, Inocencio lll, para extirpar la herejía del sur de Francia.
Un cálculo de aquella época cifra el número total de los que
perecieron en 500.000. Sin embargo, no existen estadísticas
exactas, pues los cruzados, metidos de lleno en sus piadosas la­
bores, no debían de tener una idea muy clara del número de
pet$()n~s a las cuales hablan dado muerte, lo mismo que les
ocurre ahora a los tripulantes de una moderna unidad de bom-
.EL CRIMEN QE NUREMBl!.RG

al regresar a sus bases después de haber volado sobre


zona residencial densamente poblada. En Béziers, toda la
)ación, que debía ser de unos so.ooo hombres, mujeres y
fué asesinada «como consecuencia de la cólera de Dibs,

villosamente desencadenada contra ella». Después de la
ura de Minerve, en lugar de la acostumbrada matanza,
ilel~quemados en una gran pira 140 dirigentes herejes.
La Guerra de los Treinta Años (1618-1648) nos proporcio-
otro ejemplo de guerra entre cristianos. Estadísticas dignas
confianza, aunque no completas en este caso, pero que se
'ten gJ:neralmente, nos indican, como resultado de tan en-
111111da lucha, que pereció una tercera parte de la población
.la Europa central. Se calcula que la población de Bohemia
redujo de t~es millones ª. 800.000 personas. Al principio de
¡uem, la ,mport~nte ciudad de Augsburgo tenia 70:000
· ntes, y al termmar sólo quedaban 18.000. Durante más
:ana generación después de la guerra, una tercera parte de
tiaras de cultivo del norte de Alemania, quedaron sin c;ulti-
Matanzas can terribles como la de Magdeburgo en 16,1 (1 ),
n compararse con cualquier otro suceso similar de los
IDPOS antiguos o modernos. En resumen, el hecho de que
perador Fernando prefiriese gobernar sobre un desierto ,a
en un país lleno de herejes casi produjo ese resultado.
La evidencia de dieciséis siglos nos demuestra claramente
, cualesquiera que fuesen las consecuencias que se.hubie-
podido esperar en teoría, la aceptación del cristianismo no
una influencia práctica perceptible en la bárbara con-
de la guerra.
Por otra parte, C$ un hecho qui! lo que a falta de término-
• se llama «guerra civilizada» es un genuino producto de

Unaa I.S-000 pcroonas fueron. uesinadu en esta matanz,. y Clllf alquiera un&
&di d~~ ha.blan tmldo arma,>); francls \\'auon, WaUm.rttin, Load.res,
1 W"mdus, t958, p~. ,..e;. Casi diei veces este nd1nero de .,kti.mas se cree-
~ a, Drtsden, tres siglc>J m.ú ta.rd~. tJ •S de Iebrer, de 1945. Cicrr.a.-
ao llrw•ba armas uno de c.1.da cincut1.1t.a, entre aw mujere1 y niAoi: rttu-
.-. fllffoo matadOI ee dkba ocasión.
F. J. P. VEAU

Europa, y que el cristianismo es y ha sido durante muchos


siglos la religión de los europeos.
Nunca subrayaremos demasiado el hecho de que, lo que
se llama uguerra civilizada», es un producto europeo y nunca
se ha practicado fuera de Europa o en países que no estuvie-
sen bajo la inftucncia europea. En el Este, la guerra continuó
llevándose a cabo exactamente igual que lo hadan los asirios.
Cuando Nadir Sbah invadió la India, en 17g9, actuó exacta-
mente igual que Asurbanipal cuando invadió Elam. Cuando
los turcos se dedicaron a reprimir la revuelta de los griegos en
1 8a 1 o la revuelta de los búlgaros en 1876, aplicaron exacta-
mente los mismos métodos que habrlan aplicado en esas cir-
curutancias los persas de la época de Darlo.
Por lo tanto, la _guerra civilizada puede definirse como una
acción lley.ada a cabo de acuerdo con ciertas reglas y restric-
ciong.. bajo cuya sujeción se acostumbraron a luchar entre s1
las naciones de Europa, Cuando consiguieron el predominio
militar insistieron en que estas reglas y restricciones fuesen
observadas también por los Estados no europeos en ·sus guerras
contra Europa.
Ciertamente, requiere una explicación el por qué sólo Ios
pueblos de Europa, entre todos los de la tierra, llegaron a ela-
borar gradualmente un código de conducta que regía la for-
ma de hacer.Ia guerra, código que según reconoce la mayoría
de las autoridades antiguas y también muchas de las moder-
nas, es totalmente contrario al espíritu mismo de la guerra.
¿Por qué no se contentaron con hacer la guerra en la forma
sencilla en que la hablan hecho sus antepasados, con la cual
se mostraban contentos tantos otros grandes pueblos militares
de otros continentes?
Para contestar a esta pregunta hay que tener en cuenta el
singular desenvolvimiento político de Europa. Lo siguiente no
es mis que un simple relato de hechos, muchos de los cuales
no han aido nunca ni total ni parcialmente explicados.
En la época del nacimiento de Cria!'.9, en la superficie de
tierra mayor del globo (dividida por los gcógrafot en los con·
EL CRIM.EN ­O.E NUREMBERG

1111w de Europa, Asia y Africa) existían tres centros princi-


de población sedentaria, que vivían independientes unos
GUOI y cada uno de los cuales había. cristalizado reciente-
ieotll: en un imperio. El primero, conocido como Imperio ro-
' IC centraba en tomo a esa entidad geográfica única lla-
11121' Mediterráneo y comprendía un centenar de millones
habitantes aproximadamente. El segundo gran centro de
~iaci"ón estaba situado en los valles del Indo y del Ganges,
el norte de la India. No nos han llegado estadísticas del
11111:ro de sus habitantes, pero se trata de una zona ml.ty am-
y que siempre ha sido extraordinariamente fértil, por lo
no hay inconveniente en suponer que ,su población era
IIIJ)arable a la del Imperio romano, y después el tercer gran
de población, situado muy lejos, en el este, en el valle
rfo Amarillo, en el norte de China que, según muestran
~dlsticas, incluso en tan temprana fecha, no tenla menos
millones de hombres.
detcnvolvimiento político de estos tres centros princí-
de población mostró curiosas diferencias. En la India, el
• conocido con el nombre de Imperio mauraya, estable-
en el siglo m antes de J. C., alcanzó su cenit bajo el fa.
emperador budista Aso]l.a (del 264 antes de J. C. al 228).
se disolvió, formando cierto número de divisiones que
IO entraron en conflicto. entre si. No tuvo sucesor du-
unos t.Boo años, hasta que fué fundado el Imperio me>
,or el conquistador Barbar. Este imperio se disolvió taro·
en el transcurso de un siglo, dejando a la India a merced
invasores de Europa, de los cuales, los ingleses fueron
e lograron la supremada después de una dura lucha
los franceses.
China, por otra parte, la dinastía ~an (:10:1 antes de J. C.
de nuestra era), después de florecer durante 400 años.
"ó aproximadamente por la misma época en que se
el Imperio romano. Después de un periodo de guerra
1 anarquía, fué sucedida por la dinastía 'I'ang, que flore·
annte soo años. Desde los primeros tiempos hasta el día
66 ' F. J. P. VEALll

de hoy, la historia china ha consi.stido en una sucesión de lar-


p periodos de gobierno central fuerte, separados por perío-
dos relativamente conos de desunión y desorden interno. En
1958, la COIJ.'ligna de Hitler Ein Vo!Jt., ein Reich, ein Fürher
(Un pueblo, un imperio, un caudillo), constituyó un llama-
miento nuevo y atractivo para los pueblos de Europa central.
Para los chinos. desde el comienzo de su dilatada historia, la
proposición, «un pueblo, un imperio, un emperador» resul-
taba algo vital para ellos, aunque reconocían francamente que
las incursiones de los bárbaros o los defectos paruculares de
algún emperador podían ocasionar alguna perturbación tem-
poral y desagradable del orden. Como consecuencia de esto,
en China, la unidad ha sido considerada como una condición
.oonna.l y natural, sujeta únicamente a fallos temporales y pe·
riódicos de anarquía, mientras que en la India, una experien-
cia. más larga y mi, amarga ha acostumbrado al pueblo a con-
siderar la anarquía como 006a normal. Así, cuando fué resta·
blecida la unidad india por los emperadores mogoles, se con-
sideró esto como un roto único, ya que la unidad india bajo
los emperadores budistas habla desaparecido hada tanto tiempo
que aólo era un vago recuerdo entre las pcrsonu ilustradas.
Las poblaciones sedentarias de la India y de China, cuan-
do se encontraban en germen, cristalizaron rápidamente en im-
perios centralizados y fuerces. Pero micmras en el caso de Chi-
na sobrevivió el Estado formado -de esta manera, con ligeros
eclipses temporales, hasta el día de hoy. en la India, esta cris-
talizacíón tuvo una existencia efímera y han prevalecido allí
unas condiciones poHticas amorfas. con excepción de periodos
relativamente cortos.
En Europa, el desenvolvimiento pol!tico siguió un curso
totalmente distinto. Lo mismo que en la India y en China, y
casi en la misma época, Europa (o al menos la parte que bor-
dea el Mediterráneo) cristalizó en un fuerte Estado centraliza·
do. Como el Imperio mauraya en la India y el Imperio Han en
la China, el imperio romano decayó y se hundió. Pero, al con·
trario de lo que ocurrió con el Imperio Han, el Imperio ro-
no fué nunca restablecido. Su calda fué de6.nitiva. Y, al
jlatirari"o de lo que ocurrió en la India, tampoco continuó por
Po indefinido un Estado político amono. Los pueblos de
luJl)pll empezaron a cristalizar en pequeños Estados indepen-
tes, basados generalmente, cada uno de ellos (aunque no
pre), en una zona geográfica má! o menos bien definida.
cristalización local es la característíca distintiva del des-
eilW!vimiento político de Europa.
Los europeos se han acostumbrado durante tamo tiempo a
aistalización local, que les resulta dificil comprender la
inaria evolución de la India. En la India, hasta el esta-
. íemo de la supremacía británica, se sucedieron sin Inte-
pción las guerras civiles, pero eran siempre acontecimientoa
itas y sin continuídad. Un gobernante local o forastero,
capacitado o nw ambicioso que S\IS vecinos, establecía su
· sobre una zona de IIl2)'0r o menor extensión y sus
ao,ra mantenían el Estado formado así durante varias gene­
es. Si!! embargo, cuando finalmente eran arrollados, loe
ildU01 de ese Estado no hablan llegado a considerar dicha
como su «patria». Era dividida en medio de la indife-
general, o fusionada con otra zona formada por un sis-
igualmente arbitrario, y pronto quedaban olvidadas las
ltier1"íores fronteras. Los hombres luchaban por el placer de
, por ambición personal, por botín, por lealtad a cienos
de familia o clan, pero nunca por la gloria y el engran-
:aa·icnto de una zona geográfica representada en una enti-
distinta, tal como Inglaterra, Francia, Alemania. Ni si-
una zona geográficamente tan bien delimitada como el
• b, ,,la Tierra de los Cinco Ríos», llegó a desarrollar ja-
una «conciencia nacional», De manera similar, en China,
ando no se ha visco nunca turbado por las ambiciones te-
~·ales contrapuestas de Sze-chwan y Kweichow, la razón o
1Úlnzón del pequeño y valiente Honan, o la integridad de
fronkt'as de Chan-Tung. Ningún primer ministro extran-
lC ha sentido nunca movido a aclamar a Honan como
111blime en las fauces del peligro» y ningún eclesíáseico

68 F. J. P. VEALE'

extranjero. se ha interesado nunca 1por rezar, ni siquiera· du-


rante el más breve momento, por Hu-Peh como «defensor de
la libertad religiosa».
En Europa, por otra parte, Estados con tan poca justifica-
ción geográfica como Portugal y Holanda han surgido y han
sobrevivido, con fronteras prácticemenre inmutables, durante
siglos. En Suiza, tres razas distintas que hablan tres lenguas
distintas hace tiempo que han llegado a considerarse como
Ja
«una nación», mientras, de manera aún 111.l.s notable, unión
artificial realizada tardíamente, en 1850, de los ftamencos que
hablan un dialecto holandés, y de los valones de habla france-
sa, ha florecido en forma de conciencia nacional de Bélgica.
Todos están de acuerdo en que el conglomerado valón·
flamenco, bajo el nombre de belgas, «se unió a la familia euro-
pea de naciones» eh 1830. Sin embargo, no hay acuerdo sobre
Jo que es exactamente una nación, en el sentido especial que
tiene este término en Europa. «El nacionalismo - admite sir
John Marriott -, es un término singularmente escurrídíso.»
Lo define como «el sentimiento que liga a un número indeter-
minado de personas que tienen ciertas cosas en común y que
con frecuencia produce antagonismo entre un grupo de perso­
nas así formado y otro de ideas opuestas». Este antagonismo,
con frecuencia violento y siempre casi irracional, es, por lo
general, su característica más destacada. El profesor Alfred
E. Z.imn1ern insiste en que «siempre está relacionado con un
país propio bien definido». Pero este «país propio», según ad·
mite, no necesita tener fronteras naturales y puede estar, desde
luego. habitado por extranjeros.
Aunque en lo esencial gozan de la misma civilización y
profesan la misma religión, los pueblos de Europa han perdido
gradualmente el sentido de la unidad heredado de los días del
Imperio romano. Este sentido de la unidad, tan fuerte en Chi-
na, ha sido subsritutde por la «conciencia nacional». ligada a
zonas geográficas. Una vez desarrolladas las conciencias nacio-
nales en Inglaterra, Francia y en los demás sitios, las guerras
ci viles dejaron de ser acontecimientos fortuitos y discontinuos.
EL CRIMEN OE 1'!UREMBERG

La.a derrotas tenían que ser vengadas y las victorias inspiraban ·
atnbiciones para lograr victorias aún mayores. De esta forma,
cualquiera que fuese el resultado, cada guerra allanaba el ca-
mino de la siguiente. •
Al contrario de sus contemporáneos de la 1 ndia y de China,
loa habitantes de Europa fueron capaces de lanzarse a guerras
civiles entre sí sin otras consecuencias que las naturales en C$-
tas luchas. En China, cualquier debilitamiento del gobiereo
central a causa de desórdenes .internos, era seguido inevitable-
111ente de una invasión por parte de los pueblos nómadas que
esperaban siempre tras la Gran Muralla la oportunidad de un
ataque. En la lndia, el peligro que entrañaba la continua1 gue-
rra civ:il era una sucesión de invasiones, a través de los paSQ5
montañosos del Hi·malaya, por los pueblos guerreros de} Asia
Central, y. cada una de estas invasiones, provocaba or.g1as ,de
muerte y rapiña. Sin embargo, hasta 1945, los .habitantes de
Europa no pagaron el precio natural de la guerra, civil. Sólo
tres veces, después de la caída del Imperio romano, Europa .se
....•. ,:. \lió amenazada por la guerra primaria, en gran escala. En todas
eataa ocasiones el peligro fué conjurado, no tanto por los es-
fuerzos de.Ios mismos europeos, como por su buena suerte.
La primera ocasión fué al final de la Edad Obscura, cuan-
do Europa se vió amenazada por la invasión y conquista por
los sarracenos. España fué conquísiada y Francia invadida.
Peto los sarracenos fueron rechazados en Poitiers por Carlos
'MaMel y pasó el peligro, más bien como consecuencia <le las
disensiones entre los mismos sarracenos que a causa de este
RVes.• •
La segunda. ocasión tuvo lugar a mediados del siglo x111,
en el momento en que la civilización medieval europea alean·
zaba su punto culminante. Esta vez el peli.gto procedía de la
formidable máquina militar recientemente creada por el gran
conquistador mogol Gengis-Khan, apoyado por los jinetes sal,
ftjes de las estepas, con. los cuales habla arrollado, por etapas,
a los grandes imperlos de China y de Í'ersia. Después <le su
muerte, su nieto Batú, continuó la campaña en ·, :1.¡17 con un

F. J. P. \fEAU

gran ejército, formado principalmente por arqueros montades,


apoyadoe por un cuerpo de ingenieros chinos equipados con
catapultas portátiles que, no sólo lanzaban grandes piedras,
sino también objetos esféricos inflamados, con lo cual creaban
cortinas de humo artif cial, y, probablemente, pólvora de ca-
ñón, empleada en foruia de minas en los asedios. Contra esta
bárbara muestra, perfectamente organizada, los pueblos de
Europa aólo podían oponer ejércitos feudales, individualmente
valientes, pero carentes de la mú indispensable disciplina ..
Ademú, obmo de costumbre, estaban divididos en una docena
de pequeña.. guerras civiles y. en panicular, por el largo con·
flictc entre el Sacro Imperio Romano y el Papa, que acababa
de llegar a un punto culminante.
·La gran ·campaña de 1141·1141 es de panicular interés en
cuestros tiempos, puesto que se luchó precisamente en la mis-
ma zona en qire se de~lló la reciente campaña de 1944·
\945 entre la Wehrmachl y el Ejército rojo, Perseguía los
mismos objetives y terminó aproximacwnente en una linea
igual al actual trazado del llamado Telón de Acero, que mar·
ca la frontera actual entre Europa y A$ia. También proporcio-
aa un clá&ioo ejemplo de guerra primaria, en la cual estaba en
juego saber si la civilización medieval cristiana, extraordina-
riamente OOOlplcja, iba a ser .1ubuituída o no por una cultura
asiática, simple y nómada. De un lado, estaban los hombres
de lu tribus del interior de Asia, maravillosos jinetes y esplén-
didos arqueros, pero, por lo demás, analfabetos y bárbaros; del
otro, una civilización que habla producido ya hombres tales
como Hildebrando e Inocente lU, Federico II y San Luis,
Dante y Sao Francisco de Asís, y de la cual estaba destinada a
salir la civilízacién del mundo entero.
El plan de campa.f\a de los mogoles era parecido al napoleó-
nico por su concepción, designio y ejecución. En primer lugar
fueron aplastados los poderosos principados rusos en una gran
batalla, siendo Kiev totalmente arrasada. Luego, la caballería
de Alemania y Polonia mandada por el duque de Silesia, con
inclusión de un fuerte grupo de loe fama,os Caballeros Teu-
JIL CJUMJIN D.E NURDIBJIRG

~icos bajo el mando del mismo -gran maestre, fué aniquilada


Liegnitz. principalmente mediante el uso científico de una
ClOl'Úna de humo artificial que sembró la confusión entre las
ilas de la caballería cristiana. Breslau, que habla de resistir
heroicamente, setecientos años más tarde, al Ejército Rojo, fué
CiOllquistada y saqueada. Después, otra ala de la horda mogó-
lica arrolló a un gran ejército cruzado 01ya espina dorsal es-
taba formada por veteranos caballeros templarios a las órdenes
del rey de Hungría, cerca de Tokay, en el río Sayo. Como los
Caballeros Teutónicos, los Caballeros Templarios, en su ma-
yoria franceses, murieron en el campo hasta el último hombre.
pero todo fué en vano. La ciudad de Buda fué asaltada y sa-
queada. Ciudad tras ciudad todas iban siendo capturadas y sus
habitantes metódicamente asesinados en masa. Unidades avan-
ada• de los invasores hablan alcanzado Neustadt, en el Danu-
bio, y habían penetrado hasta el Adriitico, a un día de ma.~
ele Venecia, cuando la muerte del Gran Khan, en la remota
localidad de K.arakoram, en el confín del desierto de Gobi, hizc
4ue fuesen retirados los ejércitos mogoles. Así se salvó la civih-
ación europea de la destrucción, antes de que la gravedad del
peligro hubiese llegado a conocimiento general «No cabe duda
- escribe Harold Lamb-, que los mogoles habrían podido
datruii, al emperador Federico y a sus ejércitos, y que la ca·
llallerl~ francesa, dirigida por el que después fué San Luis,
DO habría salido mejor librada. Los monarcas europeos se mos-
lraban incapaces de actuar unidos. Los europeos demostraron
III impotencia ante las maniobras de la caballería mogola y de
111 divisiones dirigidas por un estratego como Subotai (1).»
Ciertamente fué un afortunado milagro para los puebles
de Europa que la muerte del Gran Khan ocasionase la retirada
del ejército conquistador mogol que, en el espado de dos añoe,
no sólo habla derrotado, sino aniquilado a tres grandes ejércitos
europeos y que había arrollado casi toda Europa. al este de la
Unea que ahora señala el Telón de Acero.
(•) Ratold Lamb, T/1• Much of lh• -bericn,, (d.a ll1U'dla ele 1.. -·
-). Lon<lz,,o, Kt.Je. ~941. plg. 161.
71 F. J· P. VEAU.

Conviene señalar, y quizás esto .ea significativo, que la po-


l!tica exterior de los mogoles medievales perseguía el objetivo
Je rodear sus dominios de una zona de territorio devastado y
despoblado, dividida en Estados sat8ites indefensos, objetivo
que ha connituídc el rasgo mis destacado de la polltica exte-
rior de sus sucesores, la Unión de Repúblicas Socialistas Sovié-
ticas. Con este fin siempre a la vista, los mogoles trataron a las
poblaciones conquistadas de acuerdo con un procedimiento in-
llexíblc. Cuando una ciudad era tomada, bien estuviese situa-
da en las orillas del mar Amarillo O CD las riberas del Oder,
los habitantes eran sacados, atados con cuerdas y divididos en
grupos. los hombres a un lado, las mujeres a Otro y los niños
en otro. Los artesanos especializados y las mujeres atractivas
eran objeto de una cuidadosa selección para enviarlos al Asia
Central donde, si lograban resistir el terrible viaje, trabajaban
como esclavos 10& primeros y servían de concubinas la.• segun-
das. Finalmente, los restantes eran obligados a arrodillarse con
la cabeza inclinada hacia adelante y en filas, a lo largo de las
cuales los soldados mogoles procedían de manera expeditiva
a decapitados con sus largos sables, acumulando luego las ca-
bezas en grandes pirámides, no por esplritu de vanagloria, sino
para facilitar la labor de los escribas, cuya tarea consistía en
sumjn istrar al Gran Khan estad/sticas exactas de la carnicerla.
Este procedimiento metódico, deliberado, como el de quien
realiza un negocio, fué el que, aún más que la medida en que
se llevaban a cabo las matanzas mogólicas, llenó a los cristianos
de aquella época de indecible horror. En la Europa medieval
cristiana, el homicidio en masa y en escala limitada, se consi-
deraba justificable, incluso meritorio si se ventilaban cuestio-
nes de religión, según testimonia la Cruzada Albigense a que
antes nos referíamos. El homicidio en gran escala se conside-
raba también excusable si se comeda con gentes inferiores _por
un· príncipe muy espiritual, en un momemo transircrío de
exaliacién, según testimonia el saco de Limoges por el Prínci-
pe Negro, que mencionaremos más adelante. En otras palabras,
el celo piadoso parecía jusuficarlo todo, incluso cualquier va-
EL OIUKEN DE NU.Dl111'.JlG 75
riedad de crueldad gratuita, cosa que, para ser justos, hemos
de decir que parece que los mogoles no hadan. Acciones bru-
uJes, crímenes prima [ac« también eran considerados como ei!!UI·
-2ciones perdonables en la Europa cristiana, si eran cometí-
claa por personas de origen noble en un estado de ofuscación
C'llll)Cional, o sea, como dina el mariscal de campo Montgome-
ry, cuando «se ve rojo» . Pero las carnicerías a sangre fria de es-
lOI terribles paganos del interior de Asia, iban más aUá de la
aimpreruión del cristiano medieval. No comprendía esta cruel·
dad desapasionada, lo mismo que no era capaz de soportar la
ditciplíoa de esos jinetes orientales de ojos oblicuos, con su
111'1113dura de cuero bruñido, que disparaban sus arcos mortííe-
JCt. La buena suerte y no sus esfuerzos, le salvó, pero no sin
que la Europa comprendida entre el Valga y el Oder hubiese
quedado devastada con terrible eficacia. .
Hasta que transcurrieron siete siglos, su. pasión faca! por
la guerra civil no iba a situar a los pueblos europeos tan al
llorde de un desastre irreparable, En los siglos- xvi y xvu, Euro-
pa 1e vió amenazada por los turcos otomanos, puesto que su
conquista del imperio bizantino, en 1453, les permitió estable·
ciene con firmeza en Constantinopla. Los turcos lograron COJ:1·
flUUtar todos los Balcanes, Grecia y Hungría, y por dos veces
.üedw-on Viena. Los pueblos de Europa estaban tan desespe-
ftdamentc divididos entre sl como siempre; en momento de
particular peligro, los sultanes sollan encontrarse, por lo ge·
naal, con que a los rey~ de Francia les agradaba ayudarlos y
prestarles apoyo, de tal modo que se distrajese al emperador
para que no agrediese a los franceses en el Rin. Los turcos
JIO'Clan un ejército formidable - gracias a la ayuda de rene·
pelos cristianos - y su artillería era la mejor del mundo en
aqueUa época. Pero los recursos del Imperio turco nunca fue·
ron adecuados para la tarea de conquistar Europa, aunque
CIOll un poquito que hubiese cambiado la suene la zona arro-
Dada y devastada por sus ejércitos habría podido ser mucho
lllayor. De hecho, probablemente Jo habrla sido si hubiese fa).
tldu la habilidad estratégica y el valor de Juan Sobieski, el rey
74 F'. J. P. VEALB

de Polonia, que rechazó al ejército turco a las puertas de Vie-


na, en 1683.
Desde cierto punto de vista, quizá fuese una pena que los
ejércitos del sultán no lograsen pcnet:rar más profundamente
en Europa. La aparición de un cuerpo de jenízaros en Mag-
deburgo, en 1631, habría servido, mejor que ninguna otra cosa,
para hacer recuperar el sentido común a los ex-citados y fra-
tricidas católicos y protestantes.
A parte de estos ejemplos, aislados y no relacionados entre
sí, de guerra primaria, la mayor parte de las guerras que han
tenido lugar en Europa desde la Edad Obscura tienen que da·
sificarse como guerras secundarias. Bajo este titule general.
hay que agrupar las innumerables pequeñas guerras focales, ta·
les como las del siglo xv en el oeste de Inglaterra entre Bon-
ville y el conde de Devon, o la del norte de la isla británica en-
tre los Percies y los Nevilles, y grandes guerras civiles como la
de las Rosas ; las luchas de güelfos y gibelinos en Italia, y las
diversas guerras civiles de religión, desde la Cruzada Albigense
hasta la Guerra de los Treinta Años. En este mismo grupo hay
que incluir las guerras llamadas nacionalistas, tales como la
Guerra de los Cien Años (según el profesor Trevelyen «la pri-
mera guerra europea que puede llamarse nacional»), que surgió
como consecuencia de la decisión de los reyes medio franceses
de Inglaterra, de hacer valer su pretensión al trono de Francia.
Aparte del número de los participantes en la lucha, la canti-
dad de sangre derramada y la extensión de las devastaciones y
sufrimientos ocasionados, no hay verdadera distínción entre
esta contienda de larga duración de Eduardo 111 y sus suceso-
res. con sus primos los reyes de Francia, y Jai peleas de los Ne-
villes y los Percies. Ambos, por ejemplo, son conñictos totalmen-
te distintos de las guerras de los reyes de C~tilla, emprendidas
paTa expulsar a los moros de España, o de las campañas ince-
santes de los Caballeros Teutónicos para defender las fronte-
ra. orientales de la cristiandad contra las amcnaxas de los es-
lavos.
Después de terminar la Guerra de los, Treinta Años, eµ
EL CRIJ,Cf';N DF. NUl!.OlllF.RC

,6'8, la religión dejó de ser en Europa motivo - se siente uno
ROtado de escribir pretexto - de guerras civiles. En muchos
•pectos esta gran lucha es notable, aparte de la barbarie espe-
dal con que fué realizada poi ambos bandos. Mucho antes de
que estallase, 1618, se consideraba generalmente que era inmi-
nente una gran conmoción política. Empezó de manera poro
•paratosa de Bohemia, tan callada y poco aparatosa que al
principio nadie se dió cuenta de que habla empezado al fin la
esperada conmoción.. Una vez iniciada la guerra se olvidan rá­
p~ente los motivos inicial~s. .En~los libros de histo~i~ se
a.hfica a la Guerra de los Treinta Años. de guerra de religión,
guerra entre los católicos romanos y los protestantes. Pero ·la
Hamada causa protestante obtenía su principal. inspiración 'I
apoyo .de una de las principales potencias católicas, Francia, re·
¡pda entonces por un príncipe de la Iglesia católica, el carde·
mi Richelieu ;· los'dos principales potentados católicos de Euro-
pa, el Papa y el emperador, senrían en aquella época una cnco-
.-1.a enemistad entre si,· y la mayor parte de la lucha fue rea,
a por mercenarios sin religión, sacados de todos los países
iuropa. El resultado conseguido al cabo de treinta años
lucha, durante los cuales perecieron violentamente unos
5 millones de personas por hambre o por enfermedad, fué
acuerdo según el cual las creencias de cada individuo res-
1«1:0 a las verdades eternas de las cuales depende su salvación
'41ebéo ser decididas por las predilecciones o deseos del príncl-
)le del cual sean súbditos, o sea, una solución práctica de seo,
&ido común, muy difícil de justificar por ningún sistema de teo-
Jegia. Lo mejor <lue puede decirse de la Guerra de los Treinta
Ailos, es que terminó en un arreglo aceptando el status quo;
c1e este modo se libró a Europa de la orgla de venganzas que
habrían seguido inevjtablemente al triunfo completo de uno
ele los dos bandos.
Mucho má., importante que los términos concretos del arre-
p,, Iué el hecho dé que esta inútil y mortífera lucha hizo lle-
pr tácitamente a la conclusión de que, a partir de entonces, las,
diferencia.s de religión nunca .deblan llegar a ser causa de una
F . .J· P. VEALE

guerra civil. Desde luego, esta conclusión no impidió que si-


guiesen estallando guerras civiles, pero alteró profundamente
su carácter. Con la Guerra de los Treinta Años murió ese sen·
tido de la unidad europea heredado de los días del Imperio
romano que persistió a lo largo de la Edad Media. Europa
habla quedado, a partir de entonces, dividida de manera per-
manente en un número más o menos definido de entidades
territoriales nacionales, soberanas e irresponsables. La vieja
práctica de elegir un gobernante entre los miembros que se
creían más capacitados de una familia reinante habla rermi-
nado: incluso la corona imperial del Sacro Imperio Romano
quedó de hecho, si es que no en teoría, sujeta a la casa de Habs-
burgo. Las diversas coronas de Europa se transmitían por he-
rencia y csin ellas el derecho de gobernar varios territorios,
quedando muchos de estos títulos de derecho sujetos a disputa.
Como no existía tribunal ni medio alguno de arbitraje para
arreglar estas disputas, la única forma de solucionarlas era la
guerra. Por un riguroso proceso de razonamiento, se recono-
cía universalmente que el príncipe que iba a la guerra y la
ganaba habla consolidado su derecho, mientras que el prín-
cipe que no era lo suficiente fuerte para conservar el territorio
en cuestión perdía su derecho a heredarle. Así, cuando el ejér-
cito prusiano demostró ser más fuerte que el ejército austríaco,
se consideró que Federico el Grande habla consolidado su de·
recho sobre Silesia ; cuando la flota británica demostró ser más
fuerce que la Aoi.a francesa, la reivindicación inglesa de cabo
Bretón o de San Vicente, se consideró legal y justificada.
Aunque la «conciencia nacional» se iba desarrollando gra·
dualmente por toda Europa, en general, los habitantes de los
territorios disputados no se tomaban más que un muy pequeño
interés por el prtncipe que habla heredado o adquirido por
conquista el derecho a gobernarlo. J\Sf, la población alemana
de Alsacia pronto.se quedó contenta y tranquila bajo Luis XIV,
y los h¡bitantes de Silesia no parecieron poner objeciones a la
transferencia de su lealtad de la-Casa de Habsburgo a la Casa
de Hohenzollem.
,,
EL CRIMf.N Df. NURE.M.BEllO 77
Un gobernante qu'e turbaba la paz de Europa al afirmar por
la fuern de las armas alguna reivindicación real o imaginaria.
'DO incurría por ello en el ódio general. Shakespeare expresa la
actitud pública muy claramente en el soliloquio de Ham~t
sapecw a la guerra iniciada por el príncipe noruego «para
pnar un pedacito de tierra» de Polonia, que no valía cinco
ducados al año. Lej05 de condenar a Fortinbrás como enemigo
p4blico, instigador de guerras, Kriegshet;c.er, Hamlet medita,
CJCJII complacencia, pensando que es:

Un principe tierno y delicado


cuyo espíritu, lleno de ambición divina,
tilza la vot del invisible acontecimiento, '
l""'iendo en peligro lo que es mo-r rol e inseguro
'Y sujeto a la fortuna, arriesgando muerte y peligro
por un cascarón de huevo.

Hasta hace mu.y poco, sólo se concedía importancia a las


llerras chiles de Europa. Todo el mundo estaba de acuerdo en
, incluso aquellas guerras civiles europeas cuyas causas eran
inadecuadas de lo acostumbrado y que fallaron de la ma­
más ruidosa en su deseo de lograr resultados duraderos
cualquier clase, eran sin embargo notables y gloriosas, mu·
más que las que se hacían entre pueblos asiáticos ó entre
os americanos. Al final de cada una de ellas, todo el mun­
lo estaba seguro de que su gloriosa memoria perduraría a tra-
'!'& de las edades y no se pararla hasta la eternidad. De hecho,
la. gloriosa memoria de cada una de ellas, sólo seguía viva hasta
que estallaba la siguiente. 1\1 irando hacia atrás, nos es posible,
~ apreciar que estas guerras civiles de Europa sólo fueron
llllportantes por dos razones. En primer lugar, condujeron, na-
tunl e inevitablemente, a la situación actual de Europa. En
~ndo lugar, durante los dos últimos siglos de sudesarrollo,
on~n un método de guerra totalmente nuevo que se ha
a>noc1do con el nombre de «guerra civilizada».
Ahora que el desastre, en mayor o menor grado, ha afecta·
78 P. J, p, vv..t.Jl

do a rodos aquellos pueblos de Europa, ya no interesan para


nada los detalles-de aquellas guerras civiles, Se sucedieron unas
a otras de una manera tan natural, que apenas merecen ser
objeto de estudio individual. Probablemente se adoptará, por
fin, una nueva nomenclatura para indicar su uuidad esencial.
, Desde la Edad Obscura hasta el final de la Guerra de los Trein-
ta Años, en 1548, la guerra civil en Europa fué continua; las
guerr.u locales y las contiendas privadas nunca cesaron y las ex-
plosiones políricas en _gran escala, como la Guerra de los Cien
Años, tuvieron lugar de vez en cuando. Después de 164c8, las
guerras menores fueron cesando gradualmente, pero al mismo
uempo empezaron una serie de levantamientos generales, se-
parados entre si por varias décadas de incómoda tranquilidad.
Primero vino la serie de guerras para frustrar la ambición
de Luis XIV de dominar Europa. Podemos agruparlas, en con-
junto, como Guerra Civil Europea núm. 1. Siguió la Guerra
de Sucesión austríaca, o sea la Guerra Civil núm. R. La Gue-
rra de los Siete Años puede ser calificada de Guerra Civil Euro·
pea núm. 3, y la guerra de 1775·1783, en la cual Gran Breta-
ña sobrevivió a un ataque de una coalición europea, pero que,
en cambio. perdió sus colonias americanas, la Guerra Civil
Europea núm. 4. Las guerras de la Revolución y las napoleó-
nicas, fueron las Guerras Civiles Europeas núms. 5 a y 5 b, res-
pecuvamente. La Guerra de Crimea, aunque no envolvió a
toda Europa, puede considerarse tomo la Guerra Civil Euro-
pea núm. 6, porque tuvo el importante resultado de poner fin,
en 1815, a la supremacía militar lograda por los zares. El grupo
de guerras comprendidas entre 1864 y 1871, que estableció el
Imperio alemán como principal potencia militar de Europa.
puede considerarse como la Guerra Civil Europea núm. 7. Si
desestimamos las guerras balcánicas de 1877 y 1912, como con-
o ictos menores entre europeos y asiáticos, representada por el
decadente Imperio turco, puede decirse que Europa disfrutó
de paz por un período sin precedentes de 4S años, después del
establecimienro del Imperio alemán, en 1871.
La adopción por los historiadores de una nomenclatura pa·

EL CRnct:i,i DE N UllDIBE.llO 79
recicla a la expuesta no sería ninguna innovación asombrosa.
Expresarla lo que en tiempos pasados fué distinción üniversal-
mente reconocida entre guerra primaria, osea la guerra entre
civilizaciones rivales, y guerra entre pueblos que comparten
una civilización común, o sea, en esencia, guerra civil. A Jo lar-
go de la Edad Media, la unidad esencial de la cristiandad era
seconocida sin discusión. Los conflictos de los Hohenstaufen,
Valois, Plantagener y otras casas principescas, nunca fueron vis-
lXII fuera de su verdadera proporción: suscitaban un iruerés
y un apasionamiento que, sin embargo, rara vez impedía al
ejá-cito feudal dispersarse cuando expiraba el período de ser-
Yicio militar debido por cada vasallo a su señor. Estos conllic-
tol eran asuntos internos que nunca debían confundirse, por
IU importancia, con el deber primario de defender las fronte-
na de Europa de los ataques de los enemigos de la cristiandad,
Actualmente, a muchos les parece una consecuencia de me-
nor importancia de la guerra de 1939-1945, el que la vieja
dudad universitaria de'Konig:sberg, la antigua capital de Pru-
riL Oriental ·y ciudad natal de un pensador europeo tan gran-
como Manuel Kant, se haya convertido en la base de sub-
inos y arsenal de Kaliningrado. Pero, para sus contempo-
' el episodio más Carnoso de la vida de Enrique de Bo­
broke, que después había deser Enrique IV de Inglaterra,
,W el período en que sirvió, en 11190, como voluntario, con
1os Caballeros Teutónicos, defendiendo Prusia Oriental con-
tra las hordas lituanas y polacas ( 1 ). En el mejor de los casos,
la guerra entre cristianos era considerada como un aconteci-
miento lamentable, atribuído por los teólogos a la naturaleza
retrógrada del hombre. Los papas y los concilios de la Iglesia
laickron todo lo que pudieron por acabar con esta guerra, o bien

(1) Et Interesante scfta.J.ar que Enrique part~pó. en t,!90, en el primer ucdio


"'?eCuerda dt \11J:na, ta accna de t-arnu luchas poetertcres entre to, puebio, de
los babi1antcs dtl hfoter-lond eurasU1tMX>. Enaban tn juego fu mismu
cuando Cark>e xn de Suecia a.pturó la dudad en 1.70t, wando Na~
ll'6la luehó en aus pToxtmidad.u, en 181t. C'llando Hindmburg pnó su gran yktorla
.. Vilaa, ffl 1915, y cuando Mamtcin hb.o ,u fa.n)osa iff\lpcióo con loa ~quea •
..... de la dudad. "' ~··
8o F. J. P. VEAL!:

para restringirla y humanizarla. E.s cierto que las regulaciones


rara vez'fueron observadas, pero fueron publicadas de vez en
cuando para regular la conducta en las guerras civiles de la
cristiandad. Asl, en 1159, el' Concilio de Leerán denunció la
ballesta, recién inventada, como arma «odiosa a Dios y que no.
debe emplearse entre cristianos». Pero esta prohibición sólo
se extendía a la matanza de hermanos cristianos, El Concilio
permitía expresamerue el uso de la ballesta para matar infie-
les, labor meritoria en .la cual se permitían incluso las armas
«odiosas a Dios».
Algunos rasgos de esta manera de pensar son perceptibles,
incluso hoy, y explican el hecho de que el cumplimiento de
la sentencia en la persona del mariscal de campo Keitel parez-
ca mucho más lamentable que el hecho de ahorcar al general
Yamashita : y el bombardeo de los refugiados de Dresden, más
repugnante que el haber arrojado la bomba atómica sob~e Hi-
roshima.
De manera popular, e incluso ofilial, la guerra .de 1914·
1918, es conocida por el nombre de Primera Guerra ·Mundial.
Se trata de un nombre enteramente equivocado. Empezó como
una guerra civil .europea que no se diferenciaba en lo más
esencial de ninguna de las precedentes. De un lado, estaban
los pueblos de Europa Central, y del otro las principales po-
tencias atlánticas, Gran Bretaña y Francia, aliadas al Imperio
ruso. Siguió siendo una guerra civil, aunque entraron ea ella
dos potencias no europeas: el Imperio japonés, al principio,
con el fin de aprovechar la oportunidad de adquirir sin resis-
tencia las posesiones alemanas del Pacífico, y los Estados Uni-
dos, al final, con el decidido propósito de proteger los enormes
empréstitos que habían hecho a Gran Bretaña y Francia para
que se armasen. La participación del Japón estuvo en todo
momento estrictamente limitada, mientras que, tan pronto como
quedaron asegurados por la victoria los intereses financieros
de \Va,11 Street, el público americano se opuso violentamente
eorxra roda intervención en los asuntos europeos, desautorizó
al presidente Wllson y toda su obra, e insistió en que se apro·
EL ClllMEN D'E: NOREMBERC

J,ase la legislación de neutralidad destinada a impedir que los


~dos Unidos volviesen a ser arrastrados a otra guerra civi\,
europea.
La llamada Primera Guerra Mundial, debe ser, pues, clasi-
ficada como Guerra Civil Europea núm. 8; y la guerra que
oulló en 19119, después de un precario intervalo de veintiún
aflos, realmente no era. más que una continuación de la lucha
que se creía que habla terminado el 11 de noviembre de 1918.
Por lo tanto, la guerra de 1914-1918, deberla llamarse Guerra
Civil Europea núm. 8 a, y la guerra de 1959 a 1940, Guerra
Civil Europea núm. 8 b ( 1 ).
La guerra de 1940 a 1945 merece realmente el titulo de
Primera Guerra Mundial, pues, durante ella y por primera vez
en la historia, entraron en conflicto continentes enteros en vez ,
ele sólo países, De un lado estaban agrupados el Imperio bri- '
tinico, Norteamérica y la gran potencia eurasiática establecida
p primera vez en la Edad Media por el conquistador mogol
.... ­Scn,gisKhan, y recientemente restablecida por Lenin bajo el
~mbre de Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Del otro
lid<> se agrupaban la mayor parte de las naciones de Europa
~gidas por el 111 Reich alemán, al cual se unió, en 1941, el
Imperio japonés.
Lá guerra de 1940 a 1945 no se realizó con arreglo al cédí­
to de guerra con sujeción al cual los europeos 'hablan estado
IIClOltUmbrados a luchar entre .sí en los dos siglos precedentes.
Ni los americanos ni los eurasiáticos de la Unión Soviética te-
nfan para nada en cuenta lo que a los europeos de las genera-
ciones pasadas les habla gustado considerar permisible en la
guerra. En todo momento lucharon de acuerdo con sus propias
opiniones sobre este tema. Además, cuando por último llegó el
fin, no hubo una selecta reunión de estadistas europeos como
la que se 1'CUnió al final de cada una de las guerras civiles de
Europa, para decidir coh dignidad y decoro la forma que ha-
bla de adoptar el último acuerdo de paz, de conformidad con
(1) El ctkbre auld 4e propa¡mci, de rcduumlOl)l(I, deba'la hab<r dld>o "'"
.Jlia uacchud: ,i¿Qué hlio tu padre .ea la Guerra Civil Europea n6m. 8a?• •


8.a •. . J. p. Vl?.ALJ¡

los principios reconocidos desde ba:da mucho tiempo en Euro-


pa. Por primera vez en la historia, los pueblos de Europa se
encontraron con que no tenían que tomarse la molestia de
adoptar decisiones respecto a sus propios asuntos, ya que todas
las cuestiones de importancia habían sido decididas en Wáshing-
ton y en Moscú.
Este libro no se ocupa de las calamidades sufridas por la ac-
tual generación de europeos. La situación existente no es más
que una consecuencia natural de Saberse permitido el lujo de
la guerra civil. La pena que esto entraña estuvo a punto de
llegar cuando los sarracenos arrollaron España e invadieron
Francia en el siglo v111. El peligro fué aún más agudo en el
siglo xnr, cuando los mogoles conquistaron toda Europa hasta
la linea que hoy marca el Telón de Acero. Finalmente, duran-
te los siglos xvi y xvu los sultanes turcos fueron una seria ame-
naza para la civilización europea; por dos veces, sus ejércitos
penetraron hasta Viena y sus Dotas dominaban el Mediterrá-
neo. Todos estos peligros pas3Ton, pero en 1939 se había hecho
ya burla con demasiada frecuencia de Némesis.
Las guerras civiles de Europa interesan aqul porque en
fonna gradual, durante su fase final, se fué estableciendo un
código con sujeciót. al cual se acordó tácitamente que de bían
hacerse la guerra los vecinos cristianos. Este código logró acep-
tación general.en Europa a principios del siglo XVIII, o sea, algo
más de 200 años antes de 1939, fecha en que estalló la última
guerra civil de Europa, que quizá no lo sea sólo en fecha, sino
que también tal vez sea la última.
El principio fundamental die este c6digo era que las hosti·
lidades entre los putblos civilizados d-eben limitarse 4 las fuer·
uu armados empleadas e11 la lucha. En otras palabras, trazaba
u.na distinción entre combatientes y no combatientes, estipu-
lando que lo único que tienen que hacer los combatientes es
combatirse unos a otros, y. por consiguiente, que los no com·
batientes deben quedar excluidos de las operaciones militares.
El mérito de formular un código basado en este principio
fundamental no puede sereatribuído a ningún estadista o pen-

.EL CltlMEN PE NUREAIBERG

,ador político ni, de hecho, a ninguna nación en panicular.


Con sorprendente rapidez nos encontramos con que había sido
tácitamente aceptado por las naciones de la Europa occidental
y central, y observada en sus guerras entre sJ, aproximadamen-
te a principios del siglo xv111. La guerra rea litada con arreglo
a este código ha sido conocida como «guerra civilizada». Su
aceptación nunca se extendió más allá de Europa o de los pal·
.,. que estuviesen bajo 1a inHuencia europea, peto fué recono-
cida durante soo años por todos los Estados europeos, En rér-
minos generales se observaron sus reglas, y cuando éstas eran
in&ingidas se les rendía el tributo de indignadas protestas.
Después de ir afianzándose durante dos siglos fué repudiada
mú fácil y misteriosamente aún que cuando fué aceptada.
He aquí, pues, dos hechos que requieren explicación.
lCómo fué posible que las naciones europeas llegasen final-
mente, con tanta rapidez y facilidad, a I~ decisión de aceptar
111 código? ¿Y cómo fué posible que las naciones europeas,
~!Spués de haber practicado la guerra de acuerdo con este cé-
.., durante zoo años y de haber tachado de bárbaros a todos
Ji¡ii pueblos que se negaban a reconocerlo cambiaron su pos-
Olra en el espacio de unas décadas, sin la menor vacilación
Jlparentc, volviendo a lo que, en opinión del capitán Líddell
'Han, es «el método más incivilizado de guerra que ha conocido
d mundo desde las devastaciones de los mogoles» (1)?.
-
(a) Han, T.ht Rn,olution ín ff.'ot/nrt, (111..a .rc\•ofucl6n ee la guara•}, p41· ?!r
.11 leaor "aciJ.art mfflos en a<'q:uar
ata dc:,.agradable opinión de los milOdc» de-
s-na adoptado, en 19.fiº• cuando se k recuerde qh" mtster lJoyd Goorgc, en ,pu.
Wodaró 9uc COl'ltxlcnba al capit1u LlddcU Han como 11la m» dta y aana 1u1otidad
• ~lona. de guan modcm-a». En opinión del marfr,éal de campo \\'ncll, -el
~ c;IIJrilM UddcU Mut u el eKthor m::b rmeresame dé 11 acmalidad. Mfucr \\'íru1on
~ lJJ declara qu~ "'el ,:apüin 1.iddcll H.ut ha CM.imulado en gran m.a.ncra d
Jr •lento t"6iioo y profa.ionaLt, ~ el mariscal de campo 1Mon1gomcry rtconoce
~ en mucha.a de •ut pwpiat idta< 1,ktica.s. ndc' necno. ffl ml.K'h05 <MOi, la in..,
Jlhación ba procedido dt. su, n<Tic<Ait. La opinión aproada por t.l caph,n Han
llP f'Hlldt: te!'t1 por Jo r.an10, r«ha1ada " la Hgcra.
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• CAPÍ'J"Ul.O IV

LA. GUERRA CIVILIZADA



(Primero fase) ..

1
Como observábamos anteriormente, la introducción del
cristianismo y su aceptación por los pueblos de Europa no 'tuvo
lp influencia que habría cabido esperar teóricamente sobre la
tba.DCra de hacer la guerra. La mejora de la conducta en la
perra no se hizo perceptible hasta que comenzó a incremen-
&ane la caballería, muchos siglos después de que los pueblos
de Europa se hubiesen hecho cristianos.
Los orígenes de la caballería se remontan a aquellos obs-
curos tiempos en que Europa estaba siendo devastada por va·
1ios invasores bárbaros después del colapso del sistema. militar
romano. Originalmente, la actitud ortodoxa del cristiano de-
•o ante los horrores que tenían lugar en torno a él 'consistía
aparrarse del mundo y rezar, puesto que se creía que el
" icio final estaba próximo y el mismo Cristo había prohibido
ofrecer resistencia a los malos. Sin embargo, cuando pareció
e el juicio final se retrasaba indefinidamente y que al mis·
. tiempo las oraciones resultaban poco eficaces para influir
re las fechorías de los hunos, los magiares, los sarracenos y
vikingos, que estaban devastando Europa, surgió, en fotma
pontánea, la idea de oponerse a las carnícerías' de .esos inva-
s, inspiradas únicamente por el deseo de lucha y de obre-
botín, mediante una resistencia inspirada en la determina·
• n altruista de defender a los fieles cristianos que sufrían.
86 F. J. P. vt:ALi!

Asl, gradualmente, surgió el ideal del guerrero cristianó. Como


consecuencia natural y lógica, el deber de defender a los cris-
tianos débiles e indefensos de los opresores infieles se Iué ex·
tendiendo basca, incluir el deber de defender, en general, al
débil y al indefenso de la opresión. «La caballería tuvo dos
car.i.ctcrística5 destaradas - dice el profesor R. ti. Mowat -
dos· cualidades que constituían su esencia: era cristiana y era
militar,»
La caballerla, tal como se desarrolló finalmente, se convir-
tió en un término colectivo que practicaba un código de con-
ducta y de buenas maneras, una etiqueta, un sistema de ética
y una Weltan.schauu,1g (filosofía de La vida, según la llaman
los alemanes), distinta. Para nuestro propósiro su importancia
principal consiste en que, cuando n,é
adoptado el código de
caballería como código de la casta militar de todos los Estados
europeos, creó un Jaro común entre todos ellos. Cualquiera
que fuese su naclonalidad. el caballero europeo profesaba el
código del guerrero crisriano. Para mantener su reputación
como tal, un caballero cristiane no se podía permitir el apro-
vechar La captura de un prisionero de la misma clase que él
como oportunidad para desahogar su resentimiento contra un
enemigo indefenso. como habría hecho un rey asirio, empalan-
dole, o, como se hace en nuestros días, mediante un juicio infa-
mante seguido de La muerte en la horca. El sadismo ya no po-
día enmascararse libremente como si fuese indignación moral,
como en los heroicos tiempos del profeta Samuel ; un prisio-
nero, cualquiera que fuese su nacionalidad, siempre que fuese
miembro de la clase rectora de Europa, tenla que ser tratado,
mientras estuviese prisionero, con honores y cortesía.
Desde la infancia, a todos nos resulta fan1iliar el relato de
la captura del rey Juan de Francia por el Prl»cip,: Negro, en
Poitiers, en I s56. Hoy la historia resulta tan increíble que más
parece un cuento de hadas para niños que un acontecimiento
histórico. Después de describir la lucha, con su característico
gusto por los detalles, Froissart nos dice que el Principe Ntgro
hiJo indagaciones entre los suyos para averiguar si alguien sabia
EL CRIMVI DE NUllEMJIERC

la suerte que había corrido el rey de Francia, y le dijeron que


habría muerto o estarla prisionero, ~·que «se había mantenido
en su puesto en la primera línea de la batalla». En vista de
ello, el principe envió al conde de Wan.-iclc. y a lord Cobham
a que comprobasen lo ocurrido; éstos encontraron al rey de
Francia rodeado de una gran cantidad de guerreros que dis-
cutlan acaloradamente cuál de ellos le había capturado. «Los
dos barones, desmontando, avanzaron hacia el real pri!ionero,
al cual saludaron con reverencia y le condujeron amablemen-
te a presencia del príncipe de Gales.» Al llegar ante el prínci-
pe, ~te «le hizo una profunda reverencia y mandó que le tra-
pen vino y especias, que presentó al rey personalmente como
signo de su gran afecto». Después de haber sido tratado con
IOClo honor y cortesía, el rey fué llevado a su debido tiempo a
lnJlaterra, donde, «montado 'en 1111 caballo blanco ricamente
CDJaczado, cabalgó por las calles de Londres con el príncipe
de Gales, que montaba su cabalgadura negra, a su lado. Al
principio se habilitó para su uso el palacio de Savoy; pero,
,reo después de su llegada, fué trasladado al castillo de \Vind·
'.á&llr, donde fué tratado con las mayores atenciones posibles, or-
pniúnd0$C para entretenerle cacerías, vuelos de halcones y
Clb'as diversiones».
Podemos imaginamos cómo habría invocado piadosamente
iél rey Asurbanipal a «Asshur, Belit e Ishtar, los grandes dio-
- ante .tan pecaminosa debilidad .. Un jefe guerrero iroqués
habría lamentado. con lenguaje pintoresco, la locura de dejar
acapar semejante oportunidad de un merecido enrretenimien-
to ante- el poste del tormento, mientras que un dirigente mo-
derno protestaría enérgicamente en un editorial en inglés:
di Principe Negro se ablanda: El criminal de guerra escapa
del juício.»
Estas criticas, sin embargo, constituyen una grave injusri-
cia contra el Príncipe Negro, al cual se puede considerar en
todos los sentidos como un buen representante del ideal caba-
llcrcsco. Incluso era un modelo de inconmovible generosidad
Y cortesía para cualquier otro miembro de fa casta militar
88 F. J, P­ VEA.LE

europea. Pero nunca fué blando: los que no eran oe sangre


noble podían esperar poca indulgencia de roanos suyas. Cuan·
do perdía los estribos, lo cual ocurría con frecuencia, las con-
secuencias eran terribles, En 1370, por ejemplo, después de
haber hecho lo que le dió la gana en un arrebato de ira en
Limoges, la desgraciada ciudad debió quedar como si acabase
de ser visitada por u.na gran formación de nuestras escuadrillas
da bombardeo.
En resumen, puede decirse que la influencia de los ideales
de caballería fué considerable en la conducta de la guerra du-
rante la Edad Media, aunque esta influencia se limitó general-
mente, en la práctica, al trato de las clases gobernantes entre
si. Pero, al menos, hizo imposibles demostraciones tales de cru-
deza primitiva como, por ejemplo, las de Sapor J. rey de Per-
sia que, habiendo cogido prisionero al valeroso pero intransi-
gerne emperador romano Valerio, utilizó a s~ desgraciado cau-
tivo como taburete portátil para que le ayudase. a subir a ca-
ballo. La caballería, como código de conducta y cortesía, so-
brevivió a la Edad Media e incluso persistió durante las guerras
de- religión, según testimonia el famoso cuadro de Velázquez
LA Rendición de Breda ( 1 ) ••
Quizás algunos no hayan podido contener una cínica duda
respecto a la posibilidad de que, en alguna ocasión, haya ha·
.pido alguien capaz de aparecer tan gracioso y cortés como Ve-
lázqucz ha representado al comandante jefe español, Ambrosio
Espinela, tal como apareció en aquella célebre ocasión, en 1625.
Espínola era un ferviente patriota y un católico devoto, y, a
sus ojos, el gobernador holandés de Breda y. sus oficiales eran
unos herejes empedernidos. y enemigos nacionales. En ese mo-
mento de triunfo, que había de ser el episodio final de una
guerra feroz que había -durado toda una generación y qué
había sido llevada a cabo con una brutalidad casi sin preceden-
res por ambas partes, quizás Espínola no pudiese haber salu-
(1) Véa5t el rorucot:Uio de J. U. Ntí. War o,ul. Hrmt.an Progre,s, ("La guerra
v tí prog:roo hum~no.o), Cambr·idgt:, Kar\1'3.J'd Unive"'ÍIY Pccss. 19,;o. p~~ 1,9·140.
(Vii-c rocua;rarla.)
EL CIUNEN DE NUREMBERG . 89
dado realmente a sus enemigos derrotados con tanta amabili-
dad y gracia conél
Esto carece de importancia. Desde luego, Velázquez no fué
un testigo presencial: pintó la escena veinte años más tarde,
siguiendo instrucciones recibidas. Es muy posible que idea·
lizase el comportamiento de Espínolá, Lo realmente significa·
tivo de este cuadro es que demuestra cómo prefería el Gobier-
no español que fuese recordado por la posteridad este triunfo
de las armas españolas. Es evidente que ni Espínola ni el Go-
bierno español sentían el menor temor a. que su memoria que·
dase empañada con la acusación de que hablan tratado con
debilidad· a un enemigo derrotado. La pintura de Velázquez
prueba de manera concluyente cómo le gustaba a Espínola ,
que se imaginasen que había actuado en aquella ocasión. Qui·
zá no retratase de una manera exacta Jo 0C1.1Trido, pero lo cier-
to es que retrataba lo que la opinión de aquella época consi-
deraba que debería haber ocurrido. Del mismo modo, algunos
hechos orgullosamente relatados en la Prensa y la Radio, cuan·
do la cafda del 111 Reich en 1945, puede que no hayan ocu-
rrido exactamente tal como fueron descritos o quizás hayan
sido mitigados po.r actos individuales de cortesía caballerosa,
cosa que deliberadamente no se ha querido contar. Por una
vez, en esta ocasión, esas descripciones tienen una significación
independiente de su veracidad o exactitud : demuestran que
lo& dirigentes americanos y británicos de la opinión, y su pú-
blico, deseaban que se creyese que las cosas ocurrían asl.
La caballería puede describirse como un producto del idea·
llamo cristiano. Lo que se conoce por el nombre de ,<guerra
civilizada» surgió casi independientemente. Puede describirse
como un producto tardío del sentido común. A la larga, la
comprensión h~ma~a llegó al convencimiento de qu«:, redun-
daría en beneficio de todos el que la guerra fuese llevada a cabo
oon arreglo a unas normas tácitas, dCl tal modo que los sufrí-
mientos, las pérdidas y los daños inevitables en la guerra pu·
diesen reducirse y restringirse en la medida de lo posible.' No
cabe duda. de que, a veces, el bando más fuerte en una guerra
F. J. P. VEALE

podría sentirse agraviado por haber tenido que vencer al ban-


do más débil por métodos ,lentos y costosos, porque si hubiese
recurrido al método más fácil habría sido evidentemente tacha-
do de incivilizado; a veces un vencedor podría sentirse decep-
cionado en el pleno disfrute de la victoria, al no poder tratar
a su antojo al enemigo postrado. Pero se comprendía que estos
actos de autoconteneiéu contribuían al establecimiento de una
seguridad general compartida por todos, ya que ningún Es-
tado europeo tenia una fuerza tan superior que su pueblo pu·
diese mirar con indiferencia las posibilidades de un cambio de
fortuna o de un desplazamiento de la forma de gobierno.
La guerra civilizada, tal como se llevó a cabo en Europa
durante doscientos años hasta llegar a la generación actual, no
se remonta más allá de comienzos del siglo xvrn, pero, en el
siglo xv había surgido ya una forma similar de guerra en Ita·
lía que floreció durante un breve espacio de tiempo. En uno
de sus ensayos, Macaulay describe con detalle cómo se produjo
esto. En resumen, los ricos burgueses y comerciantes de la
Italia medieval estaban demasiado ocupados ganando dine-
to y d isfrutando de la vida para lanzarse a las molestias y peli-
gros de la agitada vida de soldado. Así, adoptaron la costum-
bre de contratar mercenarios para que luchasen por ellos y.
como eran una gente inteligente y apta para los negocios Iicen-
ciaban a estos mercenarios en cuanto podían pasarse sin sus
servicios. Por lo tanto, las guerras se llevaron a cabo con ejér-
citos contratados para cada campaña. Escribiendo desde la se·
guridad de la Inglaterra victoriosa, Macaulay se burla de los
resaltados. «La guerra-dice-cambió por completo de ca·
rácter. Quedó en.manos de hombres que ni amaban a quienes
defendían ni odiaban a quienes se les oponían. Los hombres
participaban en la campaña convencidos de que, al cabo de
unos días, podían .encomrarse a sueldo de la potencia contra
la cual en esos momentos estaban luchando. Los intereses y los
sentimientos más fuertes concurrían pata mingar la hostilidad
de' los que, a fin de cuentas, hablan sido hermanos de armas
y que pronto podían volver a serlo otra vez. Su profesión común
EL CRfMEN DE NU¡tl.MQ~RO 91
era un lazo de unión. Así ocurría que las operaciones se hacían
uµs lentas e indecisas, como nunca Jo habían sido en la His-
toria, con marchas y contramarchas, capitulaciones sin sangre
y combates igualmente incruentos que llegaron a constituir el
principal galardón de la historia militar de Italia durante cerca
de dos siglos.»
Al lector <le hoy este resultado le parece excelente. Por pri-
mera vez, el ser soldado se convirtió en una profesión razona-
ble y por demás inofensiva. Los generales de aquella época ma-
niobraban uno Erente a otro, a veces con habilidad consuma-
da, pero cuando uno habla logrado cierta ventaja, su contra-
rio se retiraba o se rendía. Era una regla reconocida que una
ciudad sólo podía ser saqueada si ofrecía resistencia: la líber-
rad siempre podía comprarse mediante el pago de un rescate
fijado de acuerdo, SCiNn su importancia. Como consecuencia
natural no había ninguna ciudad que intentase nunca resistir,
pues resultaba evidente que un Gobierno demasiado débil
para defender a sus ciudadanos no merecía la lealtad de éstos.
Las persorias civiles tenían poco que temer de los peligros de
la guerra, que sólo era motivo de preocupacién para los sol-
dados profesionales. Estos últimos, sin embargo, seguían co-
rriendo riesgos considerables, aunque afortunadamente las ar-
mas de guerra mortales escaseaban. Lo peor era que la com-
pleta ignorancia de los más rudimentarios métodos de sanea-
miento en los campamentos 'provocaban desastres. Un ejército
que se vela obligado a permanecer estacionado durante cierto
tiempo corría el riesgo de ser diezmado por las epidemias. Este
estado, relativamente satisfactorio de los asuntos militares, ter-
minó en forma brusca con la invasión de Italia, en r 494, por
Carlos VIII de Francia. A partir de entonces, Italia fué presa
de- los ejércitos invasores extranjeros: franceses, alemanes, sui-
zos y españoles, que no reCOJ\OCÍan ninguna clase de reglas de
guerra. A partir de entonces, innumerables guerras devastaron
toda le península, las cuales se llevaron a cabo con la feroci-
dad más primitiva, resultando como consecuencia de las mis-
mas enormes pérdidas humanas y daños irreparables.
F. J. P. V.EALE

Durante cerca de doscientos años (1500 a 1700) continua·


ron sin interrupción las guerras civifes por toda Europa, al·
canzando en algunas ocasiones nuevos grados de ferocidad, tal
como sucedió durante la revuelta de los Países Bajos contra Fe·
lipe de Espafia y también durante la Guerra de los Treinta
Años en Alemania. La evolución de la guerra civilizada ooin-
cidió, poco más o menos, con el largo reinado de Luis XIV en
Francia ; por lo menos no pueden encontrarse huellas de ella
al comienzo de .su reinado en 1643, "! esta afirmación la encon-
tramos plenamente confirmada a su muerte, en 171-5. Sin em-
bargo, no se puede atribuir personalmente a Luis XIV el mé-
rito de esta evolución. Por el contrario, una de las barbarida-
des más deliberadas y menos excusables de la historia europea
fué perpetrada ,por sus ejércitos en -Iecha m_uy avanzada, en
1689, cuando el Palatinado fué sistemáticamente devastado,
con el fin de crear un üdlandsgürtel (cinturón de tierra calci-
nada) a lo largo de la frontera francesa. ,,Brille~ bie11 le Palati-
nilt,1 («Quemad totalmente el Palatinado»), ordenó su ministro
de Guerra, Louvois, y, como consecuencia de esto, desde la an-
rigua ciudad imperial de Speyer, en el alto Rin, hasta el Mo-
seta, muy hacia el norte, una zona densamente poblada, de
cien millas de longitud y cincuenta de anchura, fué, primero
saqueada y después arrasada por .el fuego y la espada.
Pero ya se habla producido un cambio misterioso en la opi-
nión públicas se formaba un nuevo espíritu. Cuarenta años an-
tes, cualquiera de los generales de la Guerra de los Treinta
Años habría llevado a cabo la labor de devastación ordenada
con la misma tranquilidad que un moderno mariscal del Aire;
pero, en 1689, el general francés al cual se ordenó que se sa-
quease y destruyese Heidelberg, informó a Louvcis : « Haré
saber a S. M. el mal efecto que esta desolación puede producir
en el mundo con respecto a su gloria y repuracién.»
Clertamente, fué ~oeral la condena por la devastación del
Palatinado y la indignación que suscitó contribuyó, en no poca
medida, a que se frustrase la ambición final de Luis XIV de
dominar Europa eón sus ejércitos- Pero, por. extraño que resul-
EL CRJ,1,rEN DE NlJREMBERC

te, se debió en gran medida al predominio logrado por Fran-


cía sobre la civilización europea - en Arte y Literatura, en el
vestir, en las maneras y en el pensamieneo que indirecta·
c=

mente entrañó la .aceptación de nuevas normas en la mar/era


de hacer la guerra.
Fundamentalmente, esta evolución es muy probable que
tuviese su origen como reacción a la Guerra de los Treinta
Años, que, según creencia popular, era· considerada como una
gue,rra de religión. Era como si to, hombres dijesen: «Ya he-
mos visto las consecuencias del entusiasmo religioso: al celo
fanático debemos agradecer ,1.u matanzas de Magdeburgo y
Drogheda, y el que la Europa central se haya quedado con un
tercio de su población. Por tratar de ser .santos hemos llegado
a todos estos horrores. Permítasenos ahora, como alternativa,
tratar de ser caballeros.»
Habiendo experimentado en el siglo XVII las consecuencias
del ardor religioso y de la credulidad irreflexiva, la humani-
dad, en el siglo xvm, se inclinaba naturalmente hacia la pasi-
vidad, la moderación y la duda. En el siglo xvm se adoptó un
estilo propio, el de la Edad de la Razón. Compostura, equíli-
brío y urbanidad eran las cualidades más admiradas. El nuevo
código de maneras educadas prohibía "a un caballero excitarse
indebidamente por nada. Incluso en religión se condenaba el
fervor extremado: «entusiasmo», se convirtió en un reproche,
aegún había de descubrir niá$ tarde John Wesley (1). El pen·
amiento confuso fué desestimado : se prefería la claridad a la
profundidad. La capacidad . ilimitada para creer sin razón y ­
· para odiar sin causa no se consideraba, como ahora, cualidad
esencial de urr'buen ciudadano. Por encima de todo, a un ca·
ballero se le exigía que mantuviese su sentido de la proporción.
De esto se dedujo que las guerras dejaran de llevarse a cabo
por ~bjet~os va~ e i~definidos en un esta~o ~e ª!J:c;batada
emoción, sin consideracién alguna a los sufrlnlientos y a las

(1) En un templo de l¡dgwue. ~Uddl<tex, hay una· !:lplda ronmm,orui .. de


Diia clama que talleció e, 1'105 .
.Entre lu muchas v.irtudn que~ la url&Üyen fig\lta
... e .i.Era te:Ugi~ siA ouusi:umOS•. '
'
94 F. J, P. VEAJ.E

pérdidas que podían quedar en exagerada desproporción con


los beneficios que fuese posible alcanzar. Las guerras del si-
glo xvm se hicieron con objetivos limitados - por ejemplo,
una provincia fronteriza o una posesión colonial-, y se lleva-
ron a cabo con medios también limitados, o sea que los me-
dios empleados para Juchar se limitaban con arreglo a un có-
digo no escrito, pero generalmente reconocido. La guerra rea-
lizada de acuerdo con este código es la que conocemos como
guerra civilizada.
Como se dijo en el anterior capítulo, éste código se basaba
en un simple princípio : concretamente, en que la guerra de-
bía de ser asunto exclusivo de los combatientes armados que en
ella participaban. De aquí se deduce, como conclusión, que los
no combatientes deben quedar totalmente al margen de las
operaciones militares.
De la aceptación de este principio se deducen, natural y IQ-
gicamente, todos ;os demás de esta evolución. Si hay que tratar
a los no combatientes dejándolos al margen de las operaciones
militares, se comprende, en buena lógica, que una persona ci­
vil enemiga no pierde sus derechos como ser humano por la
sencilla razón de que las fuerzas armadas de su país no fuesen
capaces de defenderla. Mientras no participe en las hostilida-
des tiene derecho a exigir de las fuerzas combatientes enemigas
Ia protección de su vida y de sus propiedades. Si a consecuencia
de las hostilidades sufre, sólo habrá de ser indirectamente, a
causa de una lamentable e inevitable; mala suerte: por ejem-
plo, cuando los habitantes de una ciudad resultan muertos por
lo,s disparos hechos contra la guarnición para obligarla a ren-·
dirse. L-Os sufrimientos de las personas civiles nunca deben cons-
tituir un medio para influir en el curso de las hostilidades:
por ejemplo, cuando, de acuerdo con la práctica común de la
guérra bárbara, un país es devastado deliberadamente para in-
ducir a sus gobernantes a la rendición.
Otros acontecimientos importantes que se derivan de la
aceptación del principio anteriormente dicho, son: en primer
lugar, que. un combatiente que se rinde, al hacerlo, deja de
EL CRIMEN OE NUREMBERC
95
'
eer un combatiente y vuelve a adquirir el calificativo de no
combatiente, sujeto únicamente a la molestia de verse deteni-
do pór sus captores mientras continúen las hostilidades . .En
segundo lugar, que un combatiente que haya quedado inca·
pacitado a consecuencia de heridas o de enfermedad, deja de
ser un combatie~te y adquiere ciertos pr_i~ilegios; privilegios
que eran concedidos por los Estados civilizados mucho antes
de que fuesen formulados y reconocidos oficialmente en la Con·
vencíón de Ginebra.
Respecto a los prisioneros de guerra, en 1785, en un tra-
tado entre los Estados Unidos de Norteamérica y Prusia, se
expresó por primera vez. el principio, oficialmente confirmado,
de que al prtsionero de guerra se le debía tratar como a una
persona bajo disciplina militar, transferido, por su captura, del
mando de sus propios conciudadanos al mando de sus captores.
Este tratado establecía expresamente que el aprehensor debe
tratar a los prisioneros de guena como soldados transEeridós
a su mando. De la aceptación de este principio se deduce que
(según el art. ~7 de la Declaración de Bruselas de 1865, que
confirmó oficialmente lo que desde hada tiempo era práctica
establecida): «Un prisionero de guerra debe quedar sujeto a
las reglas y disposiciones que están en vigor en el ejército apre·
hensor.» El articulo 45 de la Convención de Ginebra reafirma
el principio prácticamente con las mismas palabras: «En las
normas, y regulaciones», se incluyen desde luego, todas las dis-
f>O$ÍCÍOl)es que estén en vigor en el ejército aprehensor rela-
clonadas con los juicios ante tribunales marciales. En resumen,
el que captura está obligado, en todo caso, a garantizar'. al pri-
sícnero un juicio equitativo, y la definición de «juicio equira-
tivo» deberá ser la que corresponda a su idea de «juicio equi-
utivo» para su propio personal.
Hay que señalar, de paso, que este principio es el que fué
violado de manera más flagrante que todos los demás en los
juicios por crímenes de guerra que empezaron en 1945.
Evidentemente, el principio de que a los no combatientes
se les debe dejar al margen de las operaciones, es susceptible
96 F. J. P. VMLZ

de interpretaciones distintas. Se reconoce que un comandante


tiene razón para negarse a permitir que la presencia. de perso­
nas civiles impida sus operaciones contra las fuerzas armadas
enemigas; por consiguiente, una ciudad puede ser bombardea-
da, sin atender a la seguridad de sus habitantes, con el fin de
preparar un ataque contra su guarnición. Por otra parte, se
reconocía como una costumbre bárbara el bombardear una
ciudad alejada del teatro- de operaciones oon la esperanza de
que el sufrimiento de los habitantes había de afectar a la moral
de las fuerzas combatientes de sus compatriotas. 11.a prueba,
en cada caso, era la intención real tras cada acto en cuestión.
Inevitablemente surgían' ocasiones en laa cuales podían existir
diferencias d~ opinión. Pero el código cwba protegido por el
convencimiento de que la violación, ~uoque fuese· provechosa
de momento, entrañaría aJ final un castigo y el debilitamiento
de la ~idad general de que gozaban todos.
Mientras las guerras cil'iles de Europa síguíeron siendo
asunto privado de !05 europeos, fueron raras las transgresiones
del código basadas en pretextos irrelevantes. Repetidamente
surgió la pregunta de si debla sacrificarse la seguridad futura
por una ventaja inmediata. Lo que triunfaba en cada ocasión
no era el humanitarismo sentimental, como afirmaría un anti·
guo estratega as.irio o un actual mariscal del Aire, sino no rea-
lismo de amplia visión. Hasta 1940 no se contestó a esta pre-
gunta con una afirmación enfática.
Los habitantes de Grao Bretaña han estado convencidos
desde mucho tiempo de que una de las varias cualidades que
los ponen por encima de sus vecinos del continente europeo,
ea una devoción innata por t<rcspetar las reglas del juego». Ha-
cer la guerra aterrorizando a la población civil enemiga equi-
vale a dar un golpe bajo en un combate de boxeo. Por lo tanto,
es notable que la única negativa persistente a atenerse al nue-
vo código de guerra civilizada haya procedido-del Almirantaz·
go británico. Mucho después de haber sido aceptados los mé-
todos civiliaados, en la guerra terrestre, los británicos, en la
guerra naval, inaist.lan en utilizar su superioridad para ejercer
EL CRl)dl:N DK NUllEM8ERG 97
presión sobre el enemigo. bombardeando las ciudades costeras,
Empezando por Dieppe, virtualmente destrufdo en 1649 por
un desenfrenado bombardeo, pocos puenos franceses han esca-
pado a los ataques de la flota británica en los cien años sigu,en-
teS, aunque no se produjo, en ninguno de estos casos, una inva-
sión en gran escala. En la guerra de 1812-1814, las costas de
América fueron devastadas de manera similar, y varias ciuda-
des importantes, especialmente Washington y Baltimore, fue-
ron incendiadas por grupos de desembarco, con la, intención
&ancamente manifestada de imbuir al pueblo americana una
ervol11ntad de paz». Una vez más, en la Guerra de Crimea, la
Bota británica prosiguió esta misma política. bombardeando
los puerros rusos, no sólo del mar Negro, como complemento
ele las operaciones militares que se desarrollaban en torno a
Sebastopol, sino incluso los del mar Báltico y del mar Blanco.
La justificación oficial de estos actos, que en'la guerra te·
,fl'eStre habrían sido indiscutiblemente considerados como bár-
baro$, era que Gran Bretaña carecía de recursos militares para
luchar en tierra contra grandes Estados continentales como
Ftancia y Rusia, y que sólo podía llevar a cabo la guerra pOI:
mcdio de incursiones costeras. Los objetivos de guerra de la
Gran Bretaña eran estrictamente limitados y una vez que se
bla molestado basranre al enemigo, se. creaba un estado de
opini6r,i. que daba por resultado la negociación de una paz en
<ondiciones razonables. ·
Sin embargo, la principal razón de la negativa de Gran Bre-
tafia a conformarse con el código de la guerra civilizada adop-
tado en. .el continente, era que, mientras la marina británica
dominase el mar, el pueblo británico n<? tenla p.or qué temer
la vuelta de la guerra a los métodos primitivos, Si era derrota-
do en una guerra, un pueblo continental se enfrentaba con la
perspectiva de ser tratado de acuerdo con la tónica reinante.
P~ lo tanto, para un pueblo continental, era una cuestión de
'llltal importancia que esta tónica fuese civilizada o bárbara.
Por otra parte, el pueblo de la· Gran Bretaña gozaba del recen-
fon.ante convencimiento de que, mientras su marina dominase
.
,
F. J. P. VUU:

en el mar, en el peor de los casos. la derrota podría significar


una retirada momentánea del continente. De hecho, hasta la
conquista del aire, la Gran Bretaña difícilmente podla ser con·
siderada como parte de Europa por lo que a política se refiere;
como consecuencia de su suprcmada naval gmaba de la po­
sición de un sexto continente. Esta feliz suuacíón bacía que
no sintiese ninguna razón urgente para sacrificar su conve-
niencia del momento, con el 6n de garantizar la seguridad
futura.
Hay pocos episodios en la vida de la reina Victoria mejor
conocidos que la historia de cómo interrumpió a Mr. Balfour
cuando le estaba describiendo la decepción causada por los re·
veses iniciales sufridos por las armas británicas al comienzo de
la guerra sudafricana. «Comprenda, por favor-dijo la reí·
na-, que en esta Casa no hay nadie deprimido. No nos inte-
resan las posibilidades de derrota: no exísten.»
Esta historia suele ser citada como ejemplo del indomable
espíritu de la anciana señora, como ejemplo de la t.cnacidad
británica en la adversidad, o como ejemplo de la arrogancia
británica. Pero la reína, ni se mostraba valiente, ni tenaz, ni
arrogante. Se limitaba a reoordar al ministro del Gabínete un
hecho político evidente que habla existido desde la época en
que la Gran Bretaña logró la supremada naval. Hasta época
reciente, en que la humanidad obtuvo el dominio definitivo
del aire, las posibilidades de derrota para Gran Bretaña no exis­
tlan en el sentido que para todos los demás Estadoc europeos.
Otras naciones europeas, con una situación menos afortu-
.nada, resistieron resueltamente a la tentación de volver a los
métodos primitivos de la guerra, tentación que a veces era casi
irresistible. Por ejemplo, en la larga y dudosa lucha conocida
con el nombre de Guerra de los Siete Años se ofreció un cam-
,bio y un fácil triunfo por medio de una vuelta a las antiguas
prácticas. De una parte en esta guerra 5C encontraba Prusia,
¡un Estado pequeño expuesto a ataq ues desde lodas 1» dia:c,
cienes a trav~ de sus artificiosas fronteras. Al otro lado se, ali·._ .
neaban trc, grandes potencias militares: Francia, A\i,tria y \..
1'L CRIMEN DE NUR.EWBERC
99
Rusia. De acuerdo con el principio aceptado de la guerra cívi-
lizada de que los hosúlidades deben dirigirse única y exclusi-
vamente contra las fuerzas combatientes del enemigo, los ejér-
dtos aliados cruzaron la frontera prusiana y, apoyándose en su
1Upcrioridad numérica, fueron presentando batalla, uno por
uno, al ejército prusiano, que se movía de un punto amena-
ado a erro, Sirviéndose de la ventaja de las lineas interiores y
del hecho de q ue sus enemigos no se preocuparon de actuar
unidos, Federico el Grande consiguié una &erie de brillantes
Yjctorias militares y de maravillosas recuperaciones hasta que,
al cabo de siete años, el cansancio de la guerra puso fin a esta
lucha desigual, •
Sin embargo, desde el comienzo, a los jefes bien capacita·
4oa de los ejércitos aliados, a los generales austríacos Daun y
Loudon y al general ruso Soltikov, tenla que parecerles eviden-
le que Federico el Cra,1de podía ser vencido fácilmente sin
llmlel' que sostener una sola batalla importante contra el ejér-
dto prusiano. Los aliados ¡>08(!Ían numerosas fuerzas de caba-
Jlerfa magnlticamente entrenadas. Lo único que hada falta
pua acelerar la calda de Federico era atravesar las extensas y
abiertas fronl:eras de Prusia con pequeñas unidades de húsares
bmigaros y de cosacos rusos, con órdenes de destruir todo lo
:que pudiera ser destruido con teas o mediante cargas de pél-
..-a. El ejército prusiano habría estado indefenso frente a se-
-jantes tácticas destinadas a convertir Prusia en -un desierto.
Sin suministros de comida ni materiales para la fabricación de
tllUniciones y con todo el país invadido, con excepción del te-
mmo que pisase el mismo ejército prusiano, Federico no ha·
liria tenido más remedio que someterse, no ya en el espacio de
aieie años, sino en el de siete meses .

La ventaja de semejante táctica era tan sólo aparente en
l'/56, como lo fué después en 1940. Los inconvenientes eran
igualmente aparentes. .En ambas ocasiones la cuestión que se
planteaba era la de saber si un triunfo fácil no resultaría ad·
,quirido a un precio demasiado caro al sentarse un precedente
que, una vez creado, seria inevitablemente seguido en oirav
100 F. J. r. VEALE

guerras, con el resultado de que la humanidad volvería de nue-


vo a vivir bajo la pesadilla de una posible regresión a la guerra
primitiva, con lodos los horrores que la misma entraña.
En 1756, cuando todavía se mantenía vivo el recuerdo de
la Guerra de los Treinta Años y la devastación del Palatinado,
se consideró que este precio ern excesivo. En 1940, después de
que la guerra civil en Europa se habla llevado a cabo por mé-
todos civilizados durante más de seo años, se llegó a la con·
clusién contraria. Con el transcurso del tiempo, cuando el
casugo de C$la última decisión pueda ser evaluado por la ex·
periencia, posiblemerue se podrá expresar una opinión respec-
lO a quiénes dieron muestras de mayor sabiduría y previsión,
si los de 1940 o 1~$ de 1756.
En la Edad Media, el código de caballería habla sido acep-
tado de buen grado por toda Europa, porqut; las clases gober-
nantes de lodos Jos países aceptaban las enseñanzas de la Igle-
sia católica y reconodan la supremacía espiritual del Papa. Ex-
cepto polüicamente, Europa era una sola unidad Sil jeta a los
mismos movimientos y a b. misma evolución. Del mismo modo,
en el siglo xvur, el nuevo código que gobernaba la conduela
en la guerra fué aceptado de buco grado porque las clases go-
bernantes de los principales países europeos habían' quedado
ligadas por una perspectiva similar.- por gustos, maneras y
formas de vida similares - originada en, la corte de Luis XTV.
Edward Gibbon, el historiador, habla de la «buena educación
universal» que se mani(estaba en Francia. Ninguna nación,
europea se atrevía a desafiar la jefatura de los franceses. Los
alemanes de aquella época estaban atrasados, desunidos y em-
pobrecidos, como consecuencia de la Guerra de los Treinta
Años. Los ingleses tenían una visi611 insular y estaban dividí,
dos entre sí por diferencias políticas y religiosas. Los españcles
eran rígidos y se mostraban decadentes; los italianos, degenera-
dos, y los rusos, bárbaros, Aunque la dominación política Iran-
cesa sobre Europa Eué breve- la flota francesa fué virrualmen-
te destruida en cabo La Hogue y el ejército francés sufrió
una serie de desastres aplastantes, siendo expulsado de Alema-
-
EL CRIMEN DE NUREMBERC 101
.
nía, en Bleuheim; de Italia, en Turín, y de los Países Bajos, en
Ramilles-, las clases gobernantes de Europa continuaron to-
mando como modelo, excluyendo las cuestiones militares, a
los franceses; adoptaron sus gustos y su conducta. Un miembro
de la clase gobernante europea, cualquiera que fuese su nacio-
nalidad, se enorgullecía, ante todo y sobre todo, de poseer el
aspecto y las maneras de un caballero,europeo, lo cual, en la
práctica, significaba el aspecto y las maneras de un caballero
francés. Como, cal, reconocía la obligación de tratar con consi-
deración a los que eran sus iguales socialmente, cualquiera que
fuese su nacionalidad, o sea, tratarlos como caballeros, y espe-
raba ser tratado a su vez del mismo modo por ellos. En Ale-
matlia, y aún más en Rusia, los miembros de Ja clase gober-
nan~ se consideraban más ligados a las clases gobernantes de
los países europeos que a sus propios conciudadanos, que eran
90Cialmente inferiores a ellos. Federico el Gr(lnde, por ejem-
plo, se envanecía más de su capacidad para escribir versos en
&ancés y del hecho de ser recibido en un plan de igualdad por
los círculos intelectuales de París, que de ~us éxitos militares.
El hecho de que uno de los más brillantes éxitos- su victoria
de Rossbach - fuese ganada contra un ejército francés, no en·
torpecia para nada, por ambas partes, la amistad que existía
entre él y cierto número de poetas franceses importantes, filó-
sofos, matemáticos y hombres de. ciencia. Macaulay habla des-
deñosamente del contemporáneo de Federico, Horace Walpo-
le, como «el inglés más afrancesado del siglo xviu», y se queja
de que incluso su estilo literario «estuviese lleno de. galicis,,
mos,1. El interés que se tomaba Walpole por ulas modas y es-
c:ándalos de Versalles», suscita, de modo particular, la indigna-
ción de Macau lay. Sin embargo, en. todo esto, Walpole no ha·
da más· que seguir lo que era caracterfsrico de su tiempo. Sus
iguales en Alemania, hablaban habitualmente el francés y sólo
empleaban el alemán para dar órdenes a sus inferiores, En Ru-
tia, el hecho de 'haber aceptado la superior cultura francesa
separaba por completo a la masa gobernante de la masa de la
población.
10! r. J• P. VEALE
• •
De esto se deduce que los oficiales de los diversos ejércitos
europeos, cuando entraban en contacto, se trataban unos a otros
con refinadas cortesías, de acuerdo con la educación de la épo-
!?1· En especial toda capitulación presentaba una buena ocasión
para el intercambio de cortesías. Así, ya en 1708, cuando se
rindió la ciudadela d< Lille al mando· del mariscal Bouíflers,
después de un asedio terrible y costoso, no sólo se permitió la
retirada del ejército francés con honores de guerra, sino que
el valiente mariscal, antes de que se Je permitiese retirarse a
Francia, fué agasajado con una cena ofrecida en su honor por
sus vencedores, el duque de Marlborough y el príncipe Euge-
nio. Ya entonces se había alcanzado una fase de moderación
en la conducta de la guerra civil en Europa, muy diferente
lle la que presenta la estampa del rey Sapor montando en su
caballo apoyándose en la espalda de un emperador cautivo,
de una parte, y de aquella otra estampa del mariscal de campo·
Keitel entregado al verdugo y luego enterrado, sin considera·
cién, en una tumba sin nombre. El sentido de unidad, cual·
quiera que fuese la nacionalidad, creado por un orgullo común
por la profesión de las armas, hacia que resultasen inconcebi-
bles las exhibiciones de bárbara emoción primitiva. Lejos de
aprovechar la oportunidad para infligir una venganza por
medio de una derrota, constituía un punto de honor el reco-
nocer generosamente el valor y la habilidad de un enemigo en
siruacién adversa. :E.1 plan de campaña de Federico el Grande
en 1762 fué totalmente destruido por la inesperada y tenaz re·
sistencia de la pequeña fortaleza de Schweidniu, a causa de la
habilidad de un ingeniero francés llamado Gribeauval que
servía en el ejército austríaco, y que, según nos dicen, «sabía
hacer contraminas mejor que nadie». El asedio costó a los
prusianos la vida de 3.000 hombres y al mismo Federico le
proporcionó las mayores dificultades personales. Pero cuando
por último se rindió la fortaleza, lo prime-ro que hizo Federico
fué invitar a Gribeauval a cenar con él, a fin de felicitarle por
la superioridad que habla demostrado sobre los ingenieros pru·
sianos,
EL CIUM.EN DE NUR.EMBl!.RG 10$

«¡Nunca habrá condiciones demasiado buenas para us-


red I », fué la respuesta del almirante Keith, en 1800, cuando
el mariscal Massena indicó finalmente que estaba dispuesto a
rendir Génova, después de haber resistido en la ciudad CQ,_ntra
fuerzas aplastantes, hasta que el completo agotamiento de los
suministros hizo imposible toda ulterior resistencia.. Parece
que a nadie se le ocurrió que esta defensa, que contribuyó
grandemente al desenlace final de la campaña, mereciese un
castigo personal. Es cierto que el mariscal Dabout, en 1814,
fué amenazado con un juicio, 'después de haber rendido Ham-
burgo, por haber «hecho odioso el nombre de los franceses»
por su trato brutal a los habitantes durante el asedio. Sin em­
bargo, esta amenaza-q'Úe nunca fué hecha muy en serio-,
procedía de sus propios conciudadanos y de sus enemigos polí-
ricos, los realistas franceses. Si hubiese tenido lugar este jui-
cio, el tribunal, desde luego, habría sido francés. Cualesqniera
que hubiesen sido sus fechorías, y a pesar de la indudable opi-
nión que de él debían tener los habitantes de Hamburgo, Da·
bout no recibió más que cortesías de sus enemigos extranjeros.
f.s muy conocida la historia de cómo al principio de la
balall.a de Fontenoi, en 1745, los oficiales franceses saludaron
a los enemigos que avanzaban con la cortés invitación : «Ca·
balleros de la guardia inglesa, tiren ustedes primero.» Del
mismo tenor es la historia de cómo Savage, el capitán del Hér-
cules, en la batalla de las islas de los Santos, permaneció de pie
en la cubierta de .po¡ia, levantando solemnemente su sombrero
de plumas cada vez-que un barco francés se colocaba frente al
suyo para disparar los cañones de una banda. Estas historias
y otras similares pueden ser fantásticas, pero, por lo menos,
muestran ser lo que la opinión pública de los países interesa·
dos deseaba creer que ocurría en el campo de batalla. Aun
cuando en la guerra de hoy tengan lugar-actos de cortesía, la
información de los mismos serta suprimida por temor a ultra·
jar a la opinión pública.
Quizá la más significativa de estas historias es la de James
\Vo!fe, conquistador del Canadá. En 1746, mientras servía
,104- F. J. 1'. VEALE

como comandante en e_l ejército del duque de Cumberland, le


ordenó su superior, en la batalla de Culloden, que no era otro
que el propio comandante jefe, que matase con ~u pistola a un
higlande-r que yacía herido en el suelo. Sólo podía negarse po­
miendo en peligro su carrera militar, por la cual sentía profun-
do cariño. Sin embargo, indignado Wolfe, se negó, advirtiendo
que él era un soldado y no un verdugo.
Algunos pueden sospechar que esta historia fué inventada
como pieza de propaganda jacobina, pero en aquella época fué
repetida y aceptada en general, no como tributo a la invenci-
ble repugnancia justamente sentida por Su Alteia Real, el du-
que de Cumberland, a tratar con mano blanda al enemigo, sino
como demostración de la firmeza con que James \Volfe mante-
nía el alto grado de su honor profesional. Resulta difícil creer
que los sentimientos que animaron a James Wolfe y a la ma-
yoría de sus contemporáneos europeos en 1746, pudieran haber
desaparecido totalmente en 1940. En esta última fecha, desde
Juego, los descendientes. espirituales del duque de Curnberland
han abundado en todos los ejércitos beligerantes, y en particu-
lar en las fuerzas aéreas. Sería interesante sabe, si se sintieron
alguna vez presa de los escrúpulos de los descendientes espió·
tuales de James \\'olfe. En caso afirmativo, también sería inte-
resante saber cómo fueron vencidos esos escrúpulos tan perjudi·
ciales para el buen orden y la disciplina. En la invasión mogó-
)ica de· 1241, se perpetraron toda clase de crímenes por parte de
.
los bárbaros nómadas del interior de. Asia; en la Guerra de los
Treinta Años, lo fue1'01'1 por parte de los mercenarios ateos; en
la guerra de 1 g40·1945, los excesos fueron cometidos frecuente-
mente por caballeros jóvenes de cuna selecta y de conducta in·
tachable. El hecho de que incidentes como el de james \Volfe,
tan perjudiciales para el buen' orden y la disciplina, se hayan
hecho ahora extraordinariamente raros, resulta por -demás sig-
níñcauvo si los relacionamos con los esfuerzos de los que tra-
bajan entre bastidores para crear un ambiente emotivo. La ac-
titud con respecto a la conducta de James ,volfe, adoptada ~r
sus contemporáneos, contrasta con la opinión de hoy día, que
EL CIUMEN DE NUREMBERC

sólo indica que sus reacciones no hablan sido condicionadas por


una propaganda eficaz, antes de haber sido enviado a la campaña.
La obediencia pedida a un soldado profesional en los si·
glos xvm y XJX no estaba en modo alguno exenta de coodicio-
nes, por lo que a los oficiales se refería. Los papeles respectivos
del soldado y del político estaban entonces claramente definí·
dos. La definición de la guerra como «una extensión de la po-
lltica hacia la fuerzan, formulada más adelante por Olausewuz,
no habla conseguido aún la aceptación general, y se reconocía
la polítíta como preocupación exclusiva de los políticos. Un
caballero que había aceptado un puesto en el ejército o en la
marina, por consiguiente, se consideraba ligado por su honor a
participar en cualquier guerra en la cual el Gobierno decidle-
ra embarcarse. No podía elegir: la razón o la sinrazón de la
guerra no eran de su incumbencia. Como dice Macaulay, «un
hombre que pertenece al ejército sólo en tiempo de paz, que
aparece en las revistas de Hydé'Park, que escolta a su soberano
con .el mayor valor y fidelidad hasta la Cámara de los Lores y
que se retira tan pro,nto como cree probable que se le ordene
participar en una expedición, es un hombre del cual cabe peo·
$af con ratón que es un desgraciado». James Wolfe, desde lue-
go, no se preocupaba pPr la ética de las diversas campañas en
Ias cuales participaba, la mismo que le ocurrió a lord Roberts,'
cuando planeó y dirigió las operaciones para lograr el acaba-
miento de la República de los boers en t900, o al almirante
Raeder, cuando planeó y dirigió la ocupación de Noruega en
1940. Sin el menor sentido de culpabilidad propia, sir Charles
Napier (1) informó alegremente a su Gobierno, en 1843, la
conclusión victoriosa de una guerra de cruda y desvergonzada
agresión contra los amirs de Scinde con las siguientes palabras:
,,Peccavi, he tomado Scinde»,

(1) Sir Cha.ti~ Napiu no !t. htda Íh1.sioncs res:pcc:to a nta guert.t. Anterior·
mm1e, habb Clil.Tito en su díarto; .. No t.entt10,. dctccho a apotltru:nos de Sdnd4v
fMTo tenemos que huerJo, )' krá un ejemplo vcn1~jp:so y 11til,..de lit béllaqutri& hu·
19~t1t. Vta~ }:. Th()ll)pson y E. T. Oarratt. Britis.Jt. .Rufe in lndio (t1EI régim~n
bro;lnko en ,la !ndfall). Londres. MatmiU<tn, 193,4. p:.i:g. !s&, i


106 F, J. P. VSALL

Por otra parte, la manera de llevar a cabo una guerra, justa


o injusta, se reconocía que era incumbencia exclusiva de los
soldados profesionales que la dirigían. Un soldado no se con·
síderaba obligado a cometer un vulgar homicidio aunque se lo
ordenasen, como si fuese un pistolero del hampa moderna.
Mientras la guerra en Europa siguió siendo guerra entre euro-
peos, ­SC llevó a cabo de acuerdo con el código reconocido, en
cuya interpretación no se toleraba ninguna intervención civil.
Un episodio de la carrera del general Charles Gcorgc Gor­
don, pone de manifiesto con qué celo se guardaba este derecho
exclusivo de interpretar este código. En 186! Iué prestado al
Gobierno imperial chino para dirigir la represión de la rebe-
lión de Tai Ting, y habiendo capturado Su-Chou, aceptó la
rendición de cierto número de dirigentes rebeldes. Con 6ran
horror por su parte, éstos fueron rápidamente decapitados ppt
las autoridades civiles chinas. Se recuerda que el genera) Gor-
don, lleno de rabia, buscó al maudarfn que consideraba respon-
sable, revólver en mano, declarando que su propio honor pro-
feslonal y su reputación hablan quedado indeleblemente man·
chados _por la ejecución de sus prisioneros de guerra.
Es innecesario señalar que esta amplitud para el ejercicio
del discemimiento individual, sólo se les concedía a 195 oficia·
Ies, Entre los simples soldados preva leda lo que, a nuestra con·
veníencía, podemos llamar el espíritu de la Brigada Ligera. La
actitud de los seiscientos valientes que suscitó tanto la admira·
ción de lord Tennysom, procedía del hecho de que la disposi-
ción final de preguntar el por qué, fué desatendida atando al
presunto indagador y vapuleándole hasta dejarle inconsciente.
El mismo espíritu prevalecía en las filas de todos los ejércitos
europeos y era la consecuencia del mismo carácter sencillo, pero
eficaz.
De mucha más importancia que el código de buenas maneras
que se imponía a los combatientes, era la seguridad dada a las
vidas y a las propiedades civiles con la introducción de lo, mé-
todos civilizados de hacer la guerra. No sólo no se dejaba ya
a juicio de los comandantes individuales la matanza de los ci-
EL CRIMJ!N DE NIJIU'YBERG

viles, sino que el pillaje, práctíca reconocida en el siglo xvn,


foé substituido gradualmente por requisa, por las cuales se
efectuaban pagos. « Los ejércitos austríacos =-escribe el capitán
LiddeU Harr=-, se contenían particularmente hasta el punto de
entorpecer sus propias operaciones por los extremados escrúpu-
loi que sentían de hacer cualquier petición a la población
civil (1)i>. En el ejército prusiano, las disposiciones contra el
eaq ueo eran tan estrictas que, después del desastre de Jena, en I

18o6, se recuerda que los prusianos que se retiraban sufrieron


el crudo frlo de las noches de octubre en la Europa central sin
encender fuego, por no 0\13.T coger la leña, que abundaba, pero
que no podían pagar.
La guerra civilizada alc:anz.ó su máxima extensión durante
la segunda mitad del aiglo xvru. Los principios y la práctica de
Ja guerra civilizada fueron elaborados por cierto número de
escritores durante este periodo y, en particular, por el jurista
suizo I:;meric de Vatte), en 1758, en su famosa obra La ley de
ills naciones, o los principios de la ley nalum/ a,plicados a la
odministración de los asuntos nacionales y de los soberanosw. En
la época en que lo escribió, muchas de las cosas que decía de-
bieron parecer hipotéticas, pero, para nosotros, son terrible-
mente proféticas. No sólo señala Vattel que si son adoptados los
m«odos bárbaros de guerra, el enemigo hará lo mismo. o 8Ca,
que el resultado final será aumentar los horrores de la guerra;
no sólo arguye que «las condiciones de paz duras, desgraciadas e
ÍIUoportablcs" sólo serán cumplidas mientras el enemigo derro-
tado carezca de medios para rechazarlas, sino que. además, VaL-
tel condena de hecho, en tiempos de guerra, el empleo, por parte
de los gobernantes, de «expresiones ofensivas que indiquen sen-
timientos de odio, animosidad o encono», ya que estas expresio-
nes se ínterponen finalmente en el camino de un arreglo a base
de unas condiciones. razonables.
A primera vista, esto puede parecer una completa condena-
ción de todo el sistema moderno de propaganda de guerra. Pero,

(1) Th• R.....iw1i .. in W"'1•'<., (•üt re,,olucl6o en la IIUffl'II>),


108 P. J. r. VEALE

desde luego, Vattel no tenla medios de concebir siquiera vaga·


mente una de esas imponentes e ininterrumpidas series de em-
bustes y calumnias que ahora las naciones en guerra han
convertido en una obligación el lanzarse unas a otras. Proba-
blemente pensaba, tan sólo, en una de aquellas burlas ingeniosas
pero inoportunas que Federico de Prusia tenla la costumbre
de lanzar contra sus hermanos, los otros monareas, y que, más
tarde, lamentó tantas veces, pues se levantaban como obsiáculos
en el camino de l<!! negociaciones para lograr un nuevo en-
• rendimiento.
A Vattel le habría asombrado el enterarse de lo exasperante
que iban a encontrar su libro los europeos una generación más
tarde. Para hacerle justicia, hay que decir que, por su estilo,
no se hada ilusiones de que estaba creando nada origiip.l o
profundo. Cuando su ccntemporánec Hogarth escribió la serie
de Los apr~dicts holgoIAnes y los industriosos, no se imagina·
baque ilustraba un ñuevo descubrimiento: que la aplicación y
la diligencia (ayudadas pPT el matrimonio con la. hija del pro-
pio patrón), es más probable que· conduzcan a la prosperidad
que la indolencia y l'as imprevisión. Del mismo modo, Vatrel se
<lió cuenta de que no hada má,s que decir lo que sabía ya por si
mismo todo aquel que se tomase la molestia de pensar sobre
este tema. Su modesta ambición, cuando cogió la pluma, (ué
dejar reseñados una serie de pensamientos conocidos de mane-
ra más clara y concisa de como lo había hecho nadie hasta
entO[\CCS.
Sólo cuando se ve a la luz de los acontecimientos que él
futuro tenía guardados en su almacén, parece terriblemente pro-
fético el libro de Vanel. Pero en ninguno de sus párrafos pare·
ce indicar el menor temor de que llegasen a ocurrir semejantes
cosas. Por el contrario, los grandes progreso.s hechos hacia el
establecimiento -de un código de guerra civilizada no sólo le
llenaban de complacencia, sino que le infundían claramente la
CSJ>!!ranza de que este progreso conduciría, por último, a la abo·
lición de la guerra civil en Europa. Como que la guerra civil
era la orgullosa prerrogativa de .los reyes europeos, habría re-
\
zr, Clll~EN DE NUIU:~l6ERC

sultado peligroso para la mayoría de los oonremporáneos de


Vattel el expresar la opinión de que la guerra, en cualquier
forma, era bárbara. Pero, como súbdito suizo, Vattel era capa?
de tratar esta cuestión con franqueza .• Está dispuesto a admitir
que la guerra puede servir a veces al útil propósito de arreglar
las disputas entre las naciones. Sin embargo, señala que la
guerra sólo puede servir a esd: propósito si, en primer lugar. es
llevada a cabo con métodos que no dejen paso al odio y al en·
cono, y, en segundo lugar, si los vencedores no se dejan arras-
erar por. su éxito hasta el punto de imponer por la violencia
unas condiciones duras y poco razonables, ya que esto prepara,
inevitablemente, el camino de una nueva guerra.
La complacencia de Vartel puede considerarse exasperante
por muchos lectores de hoy, pero no puede decirse que no
haya estado justificada por las circunstancias de la época en
que escribió su obra. Los progresos hechos por la civilización
europea durante los cíen años anteriores habían sido realmente
-,ombrosos. Ya estaban, lejanos los tiempos de la Guerra de lós
Treinta Años, en los cuales soldado y bandido eran sinónimos ,
idóne0$, ,¡ en · que toda persona 'civil sabia que sólo la buena
suerte le proregía de verse envuelto en horrores de una mag-
nitud tan grande como se pudiera imaginar. ta suerte de Mág·
deburgo P?Ciía haber sido la de. cualquier ciudad europea 'eu
1631. Ciertamente, l~ guerra civil todavía ~egu!á produciéndose
a intér~alos en Europa; pero, lo ruisíno que la costumbre de los
duelos, estaba quedando tan circitns&ita por reglas, que eran
elinünadas sus peores consecuencias o, reducidas al mínimo. La
~bilidad,de'.que la guerra ci~il acarrease el C3.1tig? .dela ínva-
116n y conquista por parte de una potencia P-º europ~. parecía
~ber pasado para siempre. Sólo el Imperio turco era ahora
IIIOlivo de alarma ante la posibilidad de que su disolucióa pu·
diese turbar el equilibrio de las potencias europeas; el antiguo
Estado semiaslático de Moscovia parecía que habla logrado
adoptar con éxito la clvllización 'europea, la corte-de Catalína
la Grande era, en toda su apariencia externa, una reproducción
.
de Versalles: los recientes éxitos. de los ingleses y los franceses
J 10 F. J. J>. VJ;ALE

en la India parecían indicar que una providencia sabia había


ordenado una ley especial de la. naturaleza por la cual los más
reducidos números de tropas europeas eran superiores a los
ejércitos orientales, aunque éstos fuesen numerosos; y al otro
lado del Atlántico parecía que no había ninguna razón para
dudar de que los colonos europeos de América seguirían siem-
pre sumisamente los preceptos y el ejemplo de Europa en todas
las cosas. ¿ No se ajustaban hombres tales como George Wás-
hington y Benjamín Franklin, ep todo, al más alto modelo
europeo tanto por su aspecto como por su conducta?
A un representante tan razonable de la Edad de la Razón
como Emeric de Vattel, difícilmente se le podría haber ocu-
rrido, como posibilidad concebible, que los habitantes de Euro-
pa, después de haber adoptado las normas de la guerra civiliza·
da, volverían alguna vez al nivel de la Guerra de los Treinta
Añ()S, que permitió toda clase de atrocidades contra la! vidas
y las propiedades civiles, pero que todavía mantenía una espe-
cie de rudo código de etiqueta profesional entre los dirigentes
que se combaúan: La vuelta a un grado aún más bárbaro, a
un tiempo aún más remoto en que el objetivo primario de la
guerra era atacar a la población civil enemiga y en que los gene-
rales enemigos capturados eran asesinados por sus captores, le
habría parecido totalmente inconcebible. Cuando Vattel escri-
bió, las naciones de Europa hablan logrado una supremacía
militar tan preeminente que las naciones no europeas sólo pa·
redan contar en los· asuntos mundiales como objetos de explo-
tación para los europeos. Las· ocasiones en que la civilización
europea se vió amenazada de destrucción por invasores del Asia
central, que penetraron sin que nada se les pudiese oponer
hasta el Oder y el Adriático, hablan quedado tan lejanas en el
pasado que parecían irreales y míticas, Rusia, europeizada por
Pedro el Grande, había sido aceptada como miembro de la fa.
milia europea de naciones y había extendido su ámbito a través
de Asia hasta el océano Pacífico. En la segunda mitad del si·
glo xv111, el más 'redomado pesimista no habría podido prever
que la Rusia europeizada de Pedro estaba condenada a desapa-
'
EL CRIMEN DE NUREIIOlERC 111

ffceT totalmente y a ser substituida por el Imperio eurasiático


que fundara Gengis Khan y disuelto hada mucho tiempo, para
11er resucitado en una forma nueva y aún 'tQás formidable, no
1610 no europeo en su origen, aspecto y organización, sinozde-
claradamentc hostil a la civilización tradicional europea. Nin-
guno de estos quebraderos de cabeza turbaba a los hombres ra-
zonables de la Edad de la Razón. La marea creciente de
complacencia en este feliz período alcanzó su mayor expresión
en el párrafo escrito en 1 770 por el conde de Guibert, citado
en la introducción de este libro.
«Salvo en' combate -declara orgullosamente el conde-, no
,e derrama sangre: los prisioneros: son respetados». En resu-
men, se había llegado a una posición temporal a mitad de ca-
mino entre Gilgal y su profeta afilando el cuchillo, de un lado,
y Nurembcrg con su colección. de verdugos extranjeros, del
otro.
»Las ciudades ya no son destruidas -continúa el conde-s-,
los campos ya no son devastados» Una vez más resulta chocante
el ron traste entre Magdeburgo de una parte, en 16¡p ,. oón los
10ldados de Tilly andando por las calles, matando a hombres,
mujeres y niños en el frenesí de la carnicería, y, por otra parte,
con Dresden, en1aquella noche de 1945 en que una flota aérea
enemiga voló sobre la ciudad «en el, momento oportuno» en
que se encontraba abarrotada de mujeres y niños refugiados.
»Los pueblos conquistados -conclúye el conde-, sólo son
obligados a pagar una especie de contribuciones que con fre-
cuencia son menores que los impuestos que pagan a sus propios '
IOberanos.»
Durante incontables generaciones, la población civil de Eu-
ropa había soportado con paciencia las consecuencias cuando
t<algú.n príncipe blando y delicado, cuyo espíritu estaba lleno
de- ambidón divina» decidía librar la batalla a través de la
frontera, con algún otro príncipe igualmente tierno y delicado,
algunas veces.con riesgo de su propio pellejo, pero invariable-
Dlente arriesgando el de la población. Por primera vez, el re-
1ull:lldo de~ias.g'uerr.u
-,
podía'ser esperado con indiferencia. La
' s
112 F. J. P. VllALE

lucha propiamente dicha serla realizada por soldados profesío·


nales con mucho tiempo de servicio, reelutados'enrre la hei de
la población -la escoria de la tierra, según los describía fran-
camente el.duque de '\-Vcllington-, con la garantía de que sólo
actuartan como máquinas, merced a una feroz disciplina puesta
en vigor mediante reperídos castigos de llagelación, dirigidos
por oficiales que en modo alguno olvidarían que eran, en pri-
mer lugar, caballeros, y oficiales, después. Si un príncipe lograba
ga,nar, se podla aplaudir SI! glorioso tr-íunfo lealmente, aun
cuando no se sacase ningún beneficio de ello. Si perdía no habla
por qué desesperarse. Incluso el cambio de gobernantes tenla
pocas consecuencias prácticas para el ciudadano corriente que,
por lo general, transfería su lealtad en estas circunstancias sin
ninguna perturbación emocional perceptible.
Si la Edad de la Razón­no duró lo suficiente para loSfll! la
abolición de la guerra civil en Europa, por lo menos, confiríó
durante unas pocas décadas a la población civil de EurOP'- un
substitutivo bastante pasable de la ,p;tz.
Hemos descrito la manera en que la guerri perdió su bar-
barismo y adoptó rasgos civilizados. A ·continuadón veremos

los pasos a que han conducido

las brutalidades de la Segunda
Guerra Mundial en la cual las atrocidades imaginadas en la
Primen, Guerra Mundial se duplicaron con horribles hechos
.nídianos y en una escala mucho mayor, Pueden señalarse' tres
pas.os r tir ~lpales en este proceso: '
1. Las llaniadas gue~as popuíares llevadas a cabo p~r
grandes ejércitos de reclutas co~ arreglo al servicio militar obli-
gatorio. Esto dtó origen a la propaganda o política psicológica
necesaria para producir los profundos temores emocionales· y
tos odios esenciales para tmbutr a 13$ masas un ~a\ot y 1:1na bru-
talidad groseros.
s. La guerra total o ataques en gran escala conu a las per-
sonas y las propiedades civiles. El primer gran ejemplo de este
-apartarniento del código europeo de la guerra civilizada fué la
estrategia de Liñcoln y de Grant en la guerra civil americana,
ejecutada de la manera más dramática por el general ,villia1n

1
EL ClllMJ;N DE Nl!REMBJ;RC

T. Sherman, en· su campaña de Georgia. Pero esto 1¡0 afectó


pnde91ente a Ia guerra europea hasta la Primera 'Guerra
Mundial, y no se convirtió en práctica general europea hasta
después de la «espléndida decisión» británica de 1940 y ~u
pue#a en marcha por la aviación inglesa, a partir 'del día 11 de
JDa}'O de 1940.
S· Los juicios por crímenes de guerra, desde 1 945. que ase-
praron que en. las futuras guerras 1<?5 ~~fes y gen~rales derro-
aidos serán- fusilados, ahorcados o Iíqáidados de una u otra
lorma. Estos juicios .hicieron inevitablemente que, a partir de
ab(ira, las guerras se lleven a cabo con ,1,1n salvajismo sin pre-
«dentes. Si los dirigemes van a ser exterminad9s.•por los ven-
~dores después de la derrota, no Se abstendrán de ninguna
catrocidad en una guerra, aunque sólo sea para retrasar la de-
a.
En el próximo capitulo consideraremos el caráctei: de las
erras populares, su contribución a hacer nuevamente barba-
i.. guerra, y la negativa de los europeos a seguir el precedente
Lincoln, Grant y Sherrnan, hasta 1914.

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PROCESO DE NURE~lBERC
Vis111 parcial de 10! condenados.
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• 1
CAPITULO V

LA GUERRA CIVILIZADA

(Segunda fa.re)

Al estallar la Revolución francesa, la guerra civil en Eure>


pa entró en una nueva fase.
Con la época de las guaras de los monarcas terminó aquel
feliz intermedio en que laa guerras eran emprendidas por reya
contra reyes con pequeños ejércitos profesionales para perse­
guir objetivos que no esperaban que sus súbditos aprobasen ni
comprendiesen. Entonces empezó la época de J.» guerra., popu·
lares, o sea, guerras que, aunque rara vez eran emprendidas
teniendo en cuenta el bien del pueblo, eran llevadas a cabo
por una proporción cada vez mayor de la población uwculina
adulta.
La introducción de las guerras populares produjo dos cam-
bios notables en el carácter de 1a.t guerras; la aparición de gran·
de,s ejércitos de masas formados mediante el teTVicio militar
obligatorio, con lo cual la guerra se hacía mucho mú salvaje
y mortal; y la aparición de la cíencia de la propaganda o poli·
tica r,sicológica, necesaria para inducir a estos ejércitos fon<>
IOS a luchar con entusiasmo con el apoyo cordial de Ja pobla-
ción de la rctaguard4.
El .mejor estudio de la primera fase o del resultado de este
cambio, nos lo presenta el eminente técnico americano en cues-
tioncs de guerra, mútcr Hoffman Nickerson, en su libro The
116 F. J, P, VEAL!l

Armed Horde (1,La horda armada») (1). «Las pérdidas huma·


nas, en las guerras de la Revolución francesa y de Napoleón,
excedían grandemente de las registradas en las guerras anterío-
Tes, por lo menos en lo que se refiere a los que resultaban muer·
tos en el campo de batalla. Durante todo el año de 1704, en
el cual se libró la deciriva batalla de Blenheim, sólo resultaron
muertos 5.000 ingleses. En la época de Dumouriez y Napoleón,
las guerras se hablan convertido en un asesinato en masa en el
campo de batalla. Napoleón era especialmente pródigo en hom-
bres en las batallas. Perdió unos 40.000 sólo en la batalla de
Borodino. Además, las enfermedades en estos ejércitos de ma-
sas, con pocas disposiciones de saneamiento y escaso tratamien-
to médico, causaban aún todavía más bajas que las bocas de
fuego. Mientras que, al principio, continuaron en vigor las· re-
glas de la guerra civilizada durante las guerras populares, no
cabe duda de que este nuevo tipo de guerra contribuyó gran-
demente al incremento del salvajismo, la ferocidad y la mor-
tandad en la guerra. Una razón del incremento de dicha fero-
cidad fué el desarrollo que :¡.lcanióla propaganda o psicológica.
Las guerras de tos reves eran llevadas a cabo por 1ptqueños
ejércitos de soldados profesionales que obedecían órdenes; las
guerras populares eran realizadas por grandes ejércitos de per-
sonas civiles movilizadas que, para que luchasen con entusias-
mo, debían ser inducidas a imaginar que sabían por qué esta·
bao luchando. La producción rápida y eficaz de una psicosis de
guerra se t9n".iTtió en una necesidad iroeeratíva. Para s~s~·
eer esta necesidad, se fué formando gradualmente la ciencia
moderna de la ingtnim'a emociomll, según la ha calificado
Aldous .Huxley. ·
En las guerras de los reyes del siglo xviu, el hombre de la
calle no tenla que luchar y se la ahorraba el sufrir a un mínimo
de pérdidas e inconvenientes. Por lo tanto, no habla -por• qué
molestarse con explicaciones sobre las i;zone3 de esas ,guerru.
En las guerras populares, que empezaron en t'792 y que han
'
(•) Nueva 1Y.ibrk. P\lunan, 1940. ..
;
EL OlUMDI DE N UIU!MISERG 117

durado hasta hoy día, el hombre de la calle era obligado a par-


<icipar en la lucha y, por lo tanto, ya no era una presunción
osada por su parte el preguntar la razón. Como consecuencia
de esto, se hizo necesario elaborar una técnica para hallar ra-
zones plausibles, expresadas en breves noticias, con el fin de
hacer frente a cualquier contingencia o, como alternativa, una
técnica por medio de la cual pudiera crearse una situación de
histeria pública y en la que cualquier razón se aceptase como
verdadera. Ad se desarrolló la ciencia de la «Ingeuierta emo-
cional». Para hacer la guerra, se habla hecho necesario fomentar
el odio. El miedo engendra el odio. Si la facultad de raciocinio
del hombre de la calle puede ser paralizada presemándole un
peligro real o imaginario con suficiente viveza, no sólo se diJ.
traerá su natural pero ínconveniente curiosidad gracias a los
manejos de los gobernantes, sino que luchará mejor en un
estado de odio ciego. Pronto se reconoció que ni el orgullo del
militar profesional, ni el convencimiente inteligente de la jus-
ticia de una causa, constituían inspiración suficiente. Todos
los hombres deben «ver rojo" como dijo francamente a s11S tro-
pas el mariscal ~lontgomt!ry antes de que desembarcasen en las
playas de Normandla, el «Día D11. La /evJe en n1asse de Car·
monten 17911, y el holocausto de Dresden en 1945, están liga-
dos por una serie de acontecimientos que se deducen lógica y
naturalmente unos de otros. '
Durante las guerras revolucionarias ( 179~·1815) el i'livel
alcanzado por la guerra civil europea sufrió un 'claro descenso.
Los soldados-ciudadanos de la nueva República francesa, que
invadieron Renania, Bélgica e Italia, estaban inspirados por
las proclamas oficiales sobre perspectivas de riqueza y de glo-
ria; a cambio de las bendiciones ele fa libenad. los ejércitos
de Francia saquearon desvergonzadamente los países que arro-
llaban. Por una parte, hay que reconocer que existe un abismo
entre el saqueo de iglesias y galerías de arre realizado durante
la campaña ele Napoleón en Italia en • 7\Jti. y el desmantela-
miento sistemñtico de fábricas que condena a la población in-
dustrial especializada, que depende de ellas. a morir de ham

118 F. J. P. VUU:

bre, de oonfonnldad con el acuerdo de P06Ldam realizado siglo


y medio más tarde. El robo de cuadros y estatuas para ador-
nar Ias galerw de arte de los vencedores es una cosa, y otra
el robar l" maquinaria esencial con el fin de empobrecer al
vencido ( 1 ).
Después de la restauración del orden y la disciplina bajo
lel Imperio napoleónico, se observó una clara vuelta hacia el
elevado nivel alcanzado en el siglo xvrn, Sin embargo. fueron
muy frecuentes 1;,s fallos. ~t. en 1806, después de la victoria
de Jena. la ciudad de Lübeck fué saqueada por las tropas fran­
cesas vencedoras; en 18o8, Córdoba fué saqueada de manera
desenfrenada por el ejército de Dupont. Por otra parte, el fallo
más notable fué el famoso saqueo de Badajoz en 1811, descrito
con tanta vergüenza por un testigo presencial, sir William Na-
pier. Pero, desde la perspectiva de casi 50 años, puede decirse
algo para disculpar la orgía de robo, rapiña y asesinato con
que las tropas de '1Vellington mancillaron los laureles que ha·
bían ganado en uno de lO$ asaltes má3 heroioos y cosoosos de
los anales del ejército británico. Los uh.rajes se limitaron a la
soldadesca, fueron cometidos en un momento de arrebato por
tropas que acababan de sufrir pérdidas terribles y fueron cas-
tigados con una severa represión. Es absurdo comparar este in-
,cidente, relativamente aislado, con el pillaje habitual y el ho-
micidio a que se entregaron los ejércitos europeos durante la
Guerra de los Treinta Años, o con la expoliación sistemática
y en gran escala de Alemania, en 1945. En este último caso,
el saqueo del castillo de la duquesa de Mecklemburgo por las
tropas, que, según se dice, se llevaron muchos camiones para
cargar con los objetos robados, puedé considerarse como un
simple episodio que fué sacado a la luz pública al cabo ele dos
años, porque el propietario de efectos robados resultó ser un
pariente próximo de S. M. el rey Jorge VI. Actualmente, no
tenemos medios de saber cuántas personas que sufrieron un

(1) Vlá.ic Frftl~ UtlC'f. The Uigh Cofl of Pengca.n.c~. {«El dev-uto precio de la
,ffl¡;11r,n•). Chk'2go R.qncry. '!M.9·
1'L CRIMEN DE NUREMBDG 119
trato similar tuvieron que aguantar en silencio, porque no
tenJan una pariente real a quién quejarse (1). No deja de tener
importancia para la cuestión ciue nos ocupa, el hecho de que
si el castillo de la duquesa hubiese estado situado solamente
unas millas más hacia el este, -en la costa, no sólo habría sido
robada, sino que, además, le habrían dado muerte.
En los tiempos napoleónicos, el parecido más próximo a
estos hechos le encontramos en las campañas de los ejércitos
franceses en España, Pero, aun en éstas, sin embargo, las de-
predaciones parece que se limitaron generalmente a las iglesias
y a los monasterios; las personas civiles, salvo en circunstancias
excepcionales, rara vez fueron molestadas. La teoría primitiva
de que, con la derrota, todas las propiedades del vencido pasan
automáticamente a los vencedores, aún no habla sido re-
afirmada. ·
El contraste entre el espíritu de aquellos tiempos y el de
Nuremberg ha sido recordado recientemente por un Investi-
gador y publicista americano, el difunto Dewiu C. Pole: t<Al
protestar en los Comunes el t5 de abril de 1793 contra la idea
de perse~ir a muerte a los regicidas de Francia, Richard Brins-
ley Sbendan observaba que el hacer esto sería embarcarse en
una venganza, Jo cual serla abrogarse un derecho que perte-
ne<:la a la Divinidad, a la cual hay que dejar en sus designios
la venganza»-
Lo más importante de todas las guerras es la paz que pTo- ,
ducen. Desde este punto de vista, las guerrasf!e 1'79~-1815
mantuvieron el más alto nivel. La moderación de los vence-
dores 011 1815 parece a los ojos de los modernos, sencillamente
sobrehumana. De acuerdo eón el argumento de Wattel de que
sc$lo la paz basada en la razón y la justicia podía ser duradera,
Francia no fué castigada ni humillada. 'No sólo no fué anexa-
do ningún territorio francés, sino que a Francia se la dejó

. (•) .En Vi«..., Jwtóc,, (•.La Jusdáa dr loo Vffioedor<,.) •. de Montg,,,nCI)' Bd-
g1on,Ch1tago-Rcgn~. t9j9, se hallar.i Una rcwpíJatlón de 10!! hech~ te1Jtion3<1ot
con este aiUOlO, revelados huta. Ja f«ha & ,u publicadón. \{~ne t.ambif.n Frcd.a
Utley. obra citada.
lRO ,. J. P. Vfu\Lt.

en posesión del territorio alemán de la orilla izquierda del


Rin que había sido conquistado por Luis XIV. No se impu-
sieron restricciones a la marina ni al 'ejército franceses, y la
indemnización pedida Iué pagada sin dificultad, en el trans-
.:urso de una década. ,
El fusilamiento del mariscal Ney, después de Waterloo, es
considerado por muchos como una mancha en la memoria del '
duque de Wellington, y nunca se ha sugerido que pueda com-
pararse ni en lo más mínimo con la ejecución del mariscal
Keitel en 1946. E;sta sugestión es, desde luego, demasiado ab-
surda para ser tenida en consideración, y pa}a hacer justi<:ia
al duque de \Vellington hay que recordar que el mariscal Ney
fué fusilado por el Gobierno borbónico después de haber sido
condenado por un Tribunal francés, bajo la acusación de trai·
ción a Luis XVIII, de lo cual, indudablemente, era culpable.
Lo único que puede decirse en justicia contra el duque de
Wellington es que no hizo todo Jo que· pudo- como sus ad-
miradores habrían deseado - para salvar a un valerotb ene-
migo de las garras de sus enemigos políticos, interponiéndose
en el camino de la justicia francesa (, ).
A J9 largo del siglo xrx, las guerras civiles en Europa $Í·
guieron realizándose de acuerdo con las reglas de la guerra
civilizada, sin ningún fallo notable. La guerra civil europea nú-
mero seis, conocida generalmente con el nombre de Guerra
de Crimea, puede considerarse como representativa de la gue-
rra europea durante este período.cen su aspecto menos dañino.
De manera característica, a su comienzo, hubo revuelo general.
en torno a los objetivos por los cuales se luchaba: una vez
Iniciada, sin embargo, 'esta dificultad fué remediada rápida-
mente declarando que «la continuación de la guerra es esencial
para la vindicación del honor nacional». En el tratado de paz
que la concluyó, no se hase la menor referencia a la cuestión
de los santos lugares de Palestina, la causa ostensible de la

(t) Hay qltC conf~ar. Jln ctnbatgo, que se h, di<:bo mbd\o más. Vé!a.~. por
& cjcmpk.>. Nupol,ón .uut 11,;s Ma,sh•lb, (.. N,po~eón y •os ro-arlia1N•), de A. C. ~"1C·
· .J<mdl, U.nd~ •. Mabnillan, 1931, plgs. 3,¡-330.
(
\
EL CRIMEN DE; NURE)fBERO

gue~ra. Por otra parte, durante su curso, cada uno de los ban-
dos tuvo oportunidad de desplegar el mayor valor y esplrit1,1
de sacrificio"; de hecho, un· episodio, la Carga de la Brigada
Ligera, se .ha convertido en el símbolo del heroísmo irracional.
El alcance de las hostilidades era limitado, los daños a la vida
civil y a las propiedades no fueron considerables, y las bajas
entre los ccmbanentes ascendieron a un cuarto de millón de
vidas aproximadaments, quedando muy por debajo del tér-
mino medio. No se lograron resultados políticos notables ni
duraderos, y, por consiguiente, la civilización europea, en su
conjunto, no sufrió ningún grave revés. No quedó detrás nin-
gún legado de odio: las condiciones de paz. si se leen oon
cuidado, no hacen más que indicar· que Rusia había llevado
la peor parte en fo lucha. En la misma Crimea «prevalecía un
espíritu de amistad y una sensación de alivio, cuando el sa-
ludo de ciento un cañonazos señaló el fin de la guerra. Tu-
vieron lugar revistas y carreras en substitución de las batallas,
las tropas de los aliados y de los rusos se mezclaron en amis-
tosa camaradería, o por lo menos en la delicia común de la
alegre 'borrachera» (1).
Sin embargo, hay que subrayar una vez más que las reglas
que gobernaban 1a guerra civil en Europa tuvieron poca o
ninguna aplicación en la guerra entre europeos y no europeos
fuera de Europa. Así, Cantón fué salvajemente bombardeado
por una flota británica en 1859. El famoso palacio de verano
de Pekín fué saqueado por. un ejército franco-británico ea
1858 y, en 1863, la ciudad japonesa de Kagoshima fué bárba-
ramente destruida por una flota a las órdenes del almirante
Kuper como medio más expeditivo para obtener concesiones
comerci¡¡les de Ios japoneses. Durante el Motín Indio, se ol-
vidaron pronto todas las restricciones en medio de una oleada
de indjgnación moral y de odio étnico. El coronel Neill ahor-
có a sus prisioneros en masa; John Lawrerlce hacía saltar en
pedazos a sus cautivos, con toda ceremonia, atándolos a la boca

(1) C. E;. WuUíarmy. Cril11c&, lot1drC$, ca~ 19$9, pág, 349.


IJJ • F, J. P. VJ!IALI.

de los cafiones; y John N icholson, a la vez que practicaba


métodos de ejecución en gran escala, quedó tan deprimido por
su falta de eficacia que pidió que se «desollase vivos, se ernpa-
lase o quemase» a los amotinados, y citó copiosamente el An-
tiguo Testamento en apoyo de «las más terribles torturas» ( 1 ).
O sea, que había abundantes precedentes para condenar a
muerte a cierto número de distinguidos prisioneros de guerra
japoneses después de haber derribado al Imperio japonés con
ayuda de la bomba atómica, en 1945. La parodia de juicio,
en el afio 329 antes de J. C., contra Bessos, el gobernador
persa que trató de mantener la resistencia frente a los invaso-
res macedonios, quizá n~ proporcione el precedente más an-
tiguo. Después de haber súfrido varias torturas como castigo
previo a $U condena, Bessos fué condenado a un juicio formal,
en el cual el mismo Alejandro Magno asumió el papel de fis-
cal. Después de pronunciar un elocuente discurso para pedir
su condena, Alejandro asumi6 el papel de juez, consideró
culpable al desgraciado oriental y le sentenció a muerte por
tortura (1). A lo largo de años transcurridos desde los días de
Bessos hasta hoy, los europeos se han negado siempre, en la
práctica, a admitir que cualquier regla que pudiese existir
para gobernar las guerras civiles europeas fuese aplicable a los
asiáticos. Por lo tanto, el ejecutar en la horca a cierto número
de generales y almirantes japoneses en 1946, no fué un apar·
tarnienro tan revolucionario de la práctica admitida como la
ejecución, durante aquel mismo año, de soldados profesiona-
les europeos en Nuremberg.
En Asia, los métodos de guerra hablan seguido sin expe-
rimentar ningún cambio a través de los tiempos. l!.n África,

(•) V~ .R..t.all Pnnoa, TM H<ro of ,C,.U,I, (•El bérce do Dollll>), Loa·


drcs.. Collír\1, 19!19· pAg, •• i.
(1) Quid convenga ~aln que en Jugarde rendir uibuto u ~rjandco pcw
demos:Lrar un a.vanee d~ ,.ooo aAOI\ tobr~ su época. su reeíene bi6gra.fo Arthut
a.«t6n
ti, COIUJdcr-.a.r 1o que pt'f'l~rfan de su '°'
Wt:/ga11 comen.u. as, el juicio de ~: •tl hecho de que Alejandro no se p~raae
(:Ulto; atenierues. es prueba e'flidtntt

d# lh< e,.,.,,
de ,y dt;21tquiHbtadoestado mental en aqueU~ rnomtnt0$.• .Arlhor WdgaU, AleKdr'I ..
(•AlcJmdro Mag!>o»), Lorufr .. , llu11cn,·olth, •9"• pig. ,61.

EL ClllKtN DE NUllEMIIEJ.C.

las razas nativas habían permanecido apartadas en 'todo de la


influencia de las reglas y convenciones europeas, como pueden
atestiguar elocuentemente, PQr su propia experiencia, los fran-
C5C& en Argelia, los británicos en el Sudán y los italianos en
Abisinia. Sólo en Africa del Sur, en las guerras entre los colo-
nos holandeses y .el Imperio británico, se siguieron, en lo fun-
damental, las tradiciones europeas, aunque el capitán Liddell
Hart considera que el plan adoptado por lord Kitcherier en
agoo, «de dejar devastada una zona, incendiando las granjas
de los boers y llevando a las mujeres y a los niños a campos
de concentracién, en los cuales murieron unas veinticinco mil
personas, puede considerarse como la inauguración de- la ~e-
na total» ( 1 ). Concediendo de mala gana esto y admitiendo que
se podrían hacer acusaciones si-mílares contra lord Robert y
lord K.itchener por su manera de tratar a los guerrilleros boers,
iguales a las que se hicieron cuarenta y cinco años más tarde
contra el mariscal de campo Kesselring por su manera de tra-
tar a l~ soldados regulares italianos y a los guerrilleros, hay
que admitir que las condiciones de paz impuestas a los QOCI'S
en Wereenigugn, se atenían, en la mayoría de sus aspectos. a
las exigencias establecidas por Emeric de Vattel en 1758, como
paz justa y, por lo tanto, como arreglo duradero. Las carreras'
subsiguientes del general Botha y del general Smuts pueden
citarse como prueba concluyente de la verdad de las afirma-
ciones del gran jurista suizo.
Sin embargo, a pesar de la violenta propaganda de odio,
casi de estile moderno, que inundé.la Prensa británica en con-
tra de los boers y la Prensa del resto del mundo en contra de
Gran Bretaña, la lucha misma se realizó, en conjunto, de
acuerdo con las tradiciones europeas. De hecho, algunos de los
episodios de esta guerra pueden parecer incluso increíbles. Así,
el 6 de marzo de 1902, cuando lord Methuen fué derrotado
'Y capturado en Tweedosch, su aprehensor, De la Rey, lo envió
inmediatamente, al cuidado del oficial jefe médico suyo, al


(•) ~. 7'/1, R.<IIOlutl<>n in WÍrfl.,e (•La revolución,.,.. la gu<n.. ), pág. yo.
F. J. J'. V.EAL.E

puesto de servrcio brüaníco más próximo, pues, por carecer


de suministros médicos, no podía procurar los cuidados que
la herida del general bruánico parecía exigir. Por muy útil
que lord Meihueo hubiese podido-resultar a los boers como re-
hén. la salud del prisionero de guerra era demasiado sagrada
para ponerla en peligro reteniéndolo cautivo. La idea de apro-
vechar esta captura como oportunidad para vengar Ias muertes
de Scheepers. Louer y los otros jefes boers recientemente eje-
cutados por los británicos, parece •que pasó por la mente in-
geniosa de De la Rey.
En América, los métodos de guerra han variado poco 1nás
o menos de acuerdo con la magnitud de la influencia europea.
En Sudamérica, con su gran población india y mestiza, esta
influencia ha sido más débil, y, como consecuencia, la guerra
ha estado poco influida por restricciones. Así, en la gran gue-
rra realizada por Argentina, Uruguay y Brasil en 1865 contra
Paraguay, no se intentó siquiera hacer la menor distinción en-
tre los combatientes y la población civil - la característica
esencial ele la guerra civilizada, tal como había evolucionado
en Europa- con el resultado de que, al cabo de cinco años
de hostilidades, habían perecido dos terceras ,partes de J05 ha-
bitantes del Paraguay.
En Norteamérica, la influencia europea siempre ha sido
predominanr, y, por lo tanto, cabía esperar encontrar allí
una guerra más o menos de acuerdo coa el estilo europeo. Los
hechos, sin embargo. no confirman esta razonable esperanza.
Así, el episodio con el que culminó la guerra de 1812-1814,
entre Gran Bretaña los Estados Unidos, Iué cuando una co-
lumna británica, compuesta de unos cuatro mil hombres, Iué
desembarcada en la bahía de Chesapeake y marchó hacia el in-
terior, a Wáshiogton, y allí incendió el' Capitolio, la Casa
Blanca y otros edificios públicos (1 ). Es difícil reconciliar este

f1) La QPlnión pliblia tontrmp<>dnn de b Gran Brt't:ul:i dh•idi~ +.u, ept-


monCj J.lllc t,u, ~.1:ai\;1. t'lir 4..,,~,,ual RrgiJllr, k:, <0t1deo.a~ «suo •\'m.·h~ a los.
,,mtpO> de b~rl>arit:11. '1'111! ·r;;u(',. p<ff q11 a J'\rlC. comtn12h.:I <<h1 t'cunplatcnda:
•l::~1 1t(MJrRa011:ida a...-uc í:u.ióu (!.> .c,m Jo,,; t::su1do;1 Uni'1os) ot:1 ;i pmuo de deslute-


EL ClUIU.N DE NUIU:MBERC

éxito - u otras muchas incursiones similares contra la costa


americana o bien las incursiones americanas a través de la
fl'on~ra· canadiense, en, las cuales el único objetivo era la des-
trucción de propiedades del enemigo-. con el código eu¡o-
peo. Comparemos esto, poi' ejemplo, con la incursión del ge-
neral Haddick contra Berlín en la Guerra de los Siete Años.
cuando los austríacos se abstuvieron tan cuidadosamente de
toda violencia contra personas y propiedades .y se retiraron des-
pués de obtener un rescate del Municipio, tan moderado, que
el rey Federico fué capaz de reembolsarle inmediatamente con
sus fondos particulares.
Como las personas que vivían en las colonias inglesas de
América, y más tarde los ciudadanos de los Estados Unidos,
habían experimentado pocos contactos con la guerra civiliza-
da europea. tal como se había desarrollado hacia 1750, pero
en cambio habían sufrido la larga y dura experiencia de la
guerra primaria contra los indios americanos, no es extraño
que el primer desafío serio al código europro procediese de
tos Estados U nidos.
La mayor parte de las gu~r.ras realizadas por 10$ pueblos
blancos en América antes de 1871, fueron contra los indios,
y se trataba casi siempre de una guérra primaria rudimentaría
y dura: Incluso cuando los colonos y Los ciudadanos américa-
nos lucharon contra los franceses o contra los británicos en
181.1-18.14, estos países europeos alistaban, para ayudarse, gran
cantidad de indios, y la guerra era primaria, incluso allí, en
un grado considerable. La guerra. mejicana fué una escara-
muza breve y relativamente crivial, conducida contra un pue-
blo que se encontraba en un nivel industrial y militar inferior.
Por lo tanto, las personas que vivían en los Estados Unidos a
mediados del siglo XIX nunca habían experimentado una gue-
rra grande, conducida de acuerdo con el código europeo, que
exigía que Las operaciones se limitasen a las. fuerzas militares y

patac, ' eedve ejemplo de la cx:iticncia


y hlf que libru 1',pidamcn.te •.l mundo del
clr un Gobierno íu.nda.do en la rc:bcU6n dcm.ocrtt~." Pocts prcdicdona, ni Mquicra
III de 'Tht Titnff han quedado tan f.naamplidu CCM»o &a.


116 P. J, P. VLU.E

que se respetase a los no combatientes y a la propiedad priva-


da. Pero, en cambio, tenían un largo historial de experiencias
desesperadas con la guerra primaria.
Por lo tanto, no es sorprendente que esta primera gran
ruptura histórica con las prácticas europeas tuviese lugar en
la sangrienta guerra civil americana (o «la guerra entre .Ea-
tados», como prefieren los del Sur que se la llame). Los prece-
dentes militares en los Estados Unidos eran casi todos del mo-
delo de la guerra británica. El mismo presidente Lincoln ha-
bla luchado algún tiempo contra los indios, y era él quien
ejercía la influencia dominante en la polltica militar y en la
estrategia del Norte.
Fueron los ejércitos del Norte, o federales, los que produ-
jeron esta regresión histórica a la guerra primaria o total. El
Norte había sufrido muchos más contacto bélicos con los in-
dios y estaba mucho menos inftulcfo por Europa que el Sur.
Eate último era culturalmente una colonia europea hasta des-
pués de la guerra civil; los hijos del Sur se educaban en Euro-
pa, y sus aristócratas viajaban mucho por Europa. Los solda-
dos profesionales del Sur estaban familiaritados con los idea·
les militares europeos. El general Robert E. Lee, el jefe mili-
tar del Sur, era un perfecto ejemplo de caballero militar, com­
pletamente identíficado con los ideales europeos de guérra ci­
vilizada. Por está razón, el profesor T. Harry Williams llama
con gran acierto a Lee «el último-de los grandes generales a
la moda antigua». Este carácter «anticuado» provenía de su
fidelidad al código europeo de la guerra civilizada. Mientras
que el general john H. Morgan y los otros contrincantes del
Sur volvían a la guerra primaria en a~s ataques contra los
campos, Lee fué siempre capaz de mantener la estrategia del
Sur en completa armonía con el código europeo.
Se ha hecho tradicional la costumbre de cargar con la res-
ponsabilidad de los actos del Norte, al apartarse de la guerra
civilizada, al general Williams Tecumseh Sherman, que dirí-
gid la famosa marcha por Georgia, desde Atlanta hasta el mar,
y continuó a lo largo de la costa atlántica. Eato no es cierto.
EL CRIMEN DE NUR.EMBE.R.O

Sherman no hizo más que ejecutar el ,ejemplo más dramático y


devastador de la estrategia establecida por el mismo presidente
Lincoln y apoyada fielmente por el general Ulyses S. Grant,
como comandante jefe de los ejércitos del Norte. El hecbo/de
que Lincoln determinaba las líneas básicas de la estrategia mi·
litar del Norte, ha quedado bien demostrado en libros tales
como The Military Genius of Abl'IJham Lincoln (t<El genio
militar de Abraham Lincoln»), de Collin R. Ballard, y Lincoln
ond His Gerniral.s («Lincoln y sus generales»), de T. Harry
Williams. Grant no hizo más qur aplicar con eficacia en la
campaña la política militar de Lincolñ.: El profesor Williams
llama a Grant «el primero de los grandes modernos». Llega a
decir que «el modernismo de la mente de Grant se mostró
principalmente en su concepto de que la guerra se estaba ha·
ciendo total y que la destrucción de los recursos económicos
del enemigo era una forma de guerra tan efectiva y legítima
como la destrucción de sus ejércitos», Sin embargo, es eviden-
te que Sherman no hacia más que cumplir con gran eficacia la
polftica militar adoptada por Lincoln y Grant. Pasemos ahora
revista. brevemente a lo realizado en este sentido por Sherman.
En la primavera de 1864, el general Sherman se encon-
traba al mando del sector de Tennessee, lejos del teatro sep-
tentrional de la guerra, en Virginia. Tomando inesperadamen-
te la ofensiva, avanzó y capturó ºAtlanta, uno de los centros in-
dustriales más importantes del Sur, del cual dependían, en
gran medida, los confederados para conseguir suministros de
todas clases. Según las reglas aceptadas de la guerta civilizada,
de esta posición tan avanzada se abrían, ante él, sólo dos alter·
narivas, o retirarse a su base antes de que Je cortaran el ..ami·
no, o prepararse a resistir un asedio en Atlanta. Sin embargo,
Shennan no vió razón para considerarse ligado por unas 1 eglas
que las naciones europeas hablan tenido a bien adoptar en SU$
guerras mutuas. Su primer acto fué expulsar de sus hogares a
loe habitantes de Atlanta. El segundo fué la destrucción sute-
mática de todas las .filbricas y molinos de la ciudad para que
no volviesen a servir nunca al enemigo. Lo tercero que hiz.o
128 F. J. P. VE,\LJ)

fué abandonar la ciudad devastada y marchar hada la costa


del Atlántico, a través de Georgia, destruyendo toda la zona
por donde pasaba. «Mientras no podamos repoblar Georgia,
es inúiil ocuparla - escribió al Cuartel General-. Puedo
emprender esta marcha y hacer temblar a Georgia.»
Algunas de las tierras más ricas del Sur fueron deva¡tada5.
Después de haber capturado y saqueado Savannah, Sherman se
volvió hacia el norte, a lo largo de la costa atlántica, hacia
Charleston. No hizo ningún secreto de sus intenciones: «Creo
sinceramente - escribió al general Halleck, en Wáshington -,
que todos los, Estados Unidos se alegrarán de que mi ejército
haya marchado por Carolina del Sur para devastar este Estado,
lo mismo que hemos hecho con Georgia.» A esto replicaba
Halleck con una aprobación admirativa y expresando la espe·
ranza de que «si captura usted Charleston, quizás ocurra algún
accidente para que la ciudad sea destruida». A esto respondía
Sherman, con encantadora sencillez, diciendo que la división
destinada a ocupar Charleston tenla fama de «hacer su tra-
bajo perfectamente». 1<La verdad es - añadía-, que todo" el
ejército arde en deseos de venganza contra Carolina del Sur.»
Para hacerle justicia hay que decir que Shennan no era
un simple bárbaro que se dejase arrastrar por el ardor del mo-
mento;· tampoco se mostraba vengativo contra un pueblo
que practicaba la esclavitud de los negros. Antes de la guerra
civil habla criticado a los extremistas de ambos bandos en la
cuestión de la esclavitud. En vísperas de la guerra, escribió a
su hermano que : «Me asusta una guerra en la cual el negro
es la única cuesrién.» Shennan era capaz de formular sus prin-
cipios y de defenderlos con razones lógicas. Respecto a la des-
trucción de Atlanta escribió al-general Halleck : 1<Si la gente
alza el grito contra mi' barbarie y crueldad, contestaré que la
güerra es la guerra. Si el enemigo quiere la paz,, él y sus pa·
rientes tienen que dejar de hacer la guerra» En respuesta a la
protesta del alcalde de Atlanta, Sherman dijo: «Usted no pue-
de-calificar 111 guerra con términos más duros que los que uso
yo. La guerra es crueldad, y no se la puede reñnar.»
El argumento decisivo de que «la guerra es la guerra», adu-
cido por Sherman con el orgullo de un descubrimiento, como
justificación de la destrucción de Atlaota, es antiquísimo. En
loa bajo relieves asirios, aparece coo frecuencia la queja, he-
cha más con pena que con rabia, de que los habitantes de tal
o cual ciudad hablan «endurecido su., corazones al ser amena­
zados por un ejército asirio». ¡ La paz. podría haber sido com-
prada tan fácilmente mediante una rendición rápida seguida
del pago de un tributo consistente en todo lo que poseían I
En su Jvgar, se recuerda con pena. decidieron resistir y, natu-
ralmente, sufrieron las consecuencias. El pasaje siguiente, de
los anales del rey Asurbanipal nos dice en qué consistlan nor-
malmente esas consecuencias. «Las fuentes de agua potable
fueron secadas por mí; durante un recorrido de un mes y
veinticinco días, los disrritos de Elam fueron devastados por
m(; la destrucción, la servidumbre y la sequía se extendieron
por todas partes. El paso de los hombres, el comercio de bue-
yes y corderos y la tala de árboles, fueron paralizados cuando
yo quemé los campos.»
En resumen, es probable que, de una manera tan justifi-
cable como el general Sherman, el rey Asurbanipal pudiese
afirmar que sus guerreros tenían fama de hacer su trabajo a la
perfección.
Pero el descubrimiento que Sllcrman puede haber oonside-
rado como original en 1864, era de antigüedad inmemorial, in-
dnso en los dlas del rey Asurbanipal. El procedimiento que
preconizaba, csú. claramente establecido en el Deuteronomio.
A los antiguos hebreos que invadieron Canaán se les dieron
instrucciones para que «al llegar a una ciudad para luchar
contra la misma, proclama.sen la paz en ella». (C. to, v. 1 o). Si
la oíerta de paz. era aceptada, los habitantes tenían que ser he-
chos esclavos, pero no se los podla maltratar de ninguna otra
fotma; pero si eran tan valientes como para rechazar la paz
y «hacer la guerra contra ellos» (o sea defenderse), «debéis
destruir a los varones con la punta de la espada, y también
a las mujeres y a los niños, al ganado, y a todo lo que hay en
150 F. J· P. VEAI..L

la ciudad, incluso el botln que teníais que llevaros vosotros


mismos».
Aqul se especifica, de manera concisa, el sentido exacto
del largo discurso radiado por sir Arthur Harris al pueblo
alemán el 28 de julio de 19f2, desde luego, con la excepción
de que el valiente mariscal del Aire, naturalmente, se abstu-
vo de informar a sus oyentes ~e que la esclavitud sería el pre·
cío de la aceptación de su oferta de paz, mientras que, como
heraldo de Tos bombardeos sin restricciones, no podía, como
los hebreos del siglo xn anees de J. C., profesar la menor in·
tencién de hacer una discriminación entre la población adulta
masculina y «las mujeres y los pequeños» (1) .
Aunque la politica militar nordista de Lincoln, Grane y
Sherman marcó el primer gran ejemplo de vuelta a la guerra
primaria' o total, y estableció un precedente para la «esplén-
dida decisión» de los ingleses del 11 de mayo de 1940, no pro-
porcionaba un precedente, por ejemplo, para la liquidación
de los jefes enemigos conquístados mediante la matanza en
masa, las parodias de juicios o los juicios por crímenes de
guerra, que siguieren a la Segunda Guerra ?.i undial, En este
sentido, Lincoln y Grant siguieron fielmente las actitudes ca·
ballerescas de Europa, procedimiento del cual tenemos el me·
jor ejemplo en el trato dado por Grant a Lee después de que
las fuerzas sudistas se rindieron en Appomanox
La historia de la famosa entrevista de Grant con Lee, para
discutir las condiciones bajo las cuales se rendiría el ejército
sudista, parece hoy un cuento de hadas, apeo para colocarlo al
lado de la historia de Froissarr sobre la captura del rey francés
por el Príncipe Negro, en Poitiers, Las condiciones fueron ex·
presamente establecidas para lograr el 6n de las hostilidades
con la menor humillación posible para el vencido. En resu-

(1) Por el cont.r.uio, el mariscal del Ai.Je iníorm6 al pueblo alemán: ,tO, hll
blar~ Irancamente r~peuo ¡¡, Á boml>:udamos s6ló obje.t.i,;m milita.res o ciud.adcs
entcra,s. >e&.<le luego. prdtt'imos atinar en UJ\a (:lbr1ca. m U<íllt"rOl y fc:mkutrHél.
Pc.1'0, las pcnonu que trabajnn en o.u insu,.laáona; viven junto a dtM. f'or lo 1;i.t\to
O) bomb;inln m0& a Y059trm y , , uestrat was.•• (Se podia r.er nut.s ,in e.ero?
EL CR:iMEN DE NUREMBERG

1J1en, estipulaban que el ejército sudista se disolvería pacifica·


mente y que cada hombre regresaría a su casa, empeñando los
oficiales su palabra por ellos y por sus hombres, y conservando
sus armas de costado y sus caballos. De distinción especial, Lee
sólo pidió que a los hombresde toda graduación se les permí-
riese conservar sus caballos, y como premio al valor de los
vencidos, Grant hizo esta concesión sin la menor vacilación.
Más tarde, cuando los políticos de Wáshington empezaron a
alzar el grito contra esta manera de «mimar» al enemigo de·
notado, y a pedir que Lee fuese juzgado por traición, C,ant
señaló que el ejército sudista se había rendido en virtud de
unas condiciones definidas y que mientras esas condiciones
fuesen respetadas, Lee no podría ser juzgado por traición. «La
buena fe, así como una verdadera política, imponen que oh
servemos las condiciones de lo aceptado por nosotros», escribía
Gran; de manera rajante a los que pedían un linchamiento
legal de los jefes militares sudistas.
Los métodos federales de guerra total y los argumentos que
,e usaron para justificarlos, suscitaron en Europa, de manera
curiosa, poco interés en aquella época. Naturalmente se al1a·
ron las cejas con asombro en los círculos profesionales de Al·
dershot, Potsdam• y Longchamps. Pero, después
.
de todo. razo-
naban, ¿qué otra cosa puede esperarse Je unos coloniales dir i-
gidos por oficiales de la milicia, cuya única instrucción procede
de las guerras con los indios? Von Moltke qunó in'lptinan~i~
a la guerra civil americana, calificándola como «,111 conflicto
colosal entre dos muchedumbres armadas que se dan caza una
a otra, de manera salvaje». Los soldados profesionales euro
peos nada tenían que aprender de tan de,ordenados procedí-
mientos, ni siquiera la verdad evidente de que uno de lo, me
dios de ganar ¡ina guerra era aterrorizar a la población civil
enemiga. Con el transcurso del tiempo, esta verdad ea, ideuu
había de impresionar a. los europeos, no por la observación ile
una campaña lejana entre muchedumbres armadas, en el nt ro
lado del ALlántico, sino poi' experieucfa. personal
Afortunadamente para 13- paz de SLI mente, ninguna it11.,~,11
F. J· P. VPAJ,&

del futuro fué entrevista por lnll a.ltoS dirigentes aulitares de


Europa. Para ellos habría &ido grotetea la posibilidad de que.
en UIW pocas déq¡das, los descendientes de 1aa «muchcdum·
bres armadasl• que luchaban a las órdenes de Grant y de Lec
en Virginia, tuviesen la presunción de intervenir de una ma-
nera decisiva en una guerra europea. Aun oia:ndo los hom-
bres de Eiscnhower dillólmente podrían ser tachados, como
sus antepasados, de muchedumbre armada, para el nivel profe-
sional alcam.ado por J.os- europeos de l86o habrlan aido clasi-
fic:adOI no como soldados, sino mú bien como cspccia1.isW en
el wo de varios insaumcntos producidos en masa para supri-
mir la vida. 'humana. La idea general de la guerra - precisa-
mente la del general Sherman - habría sido considerado, en
186o, CDDJO el polo opuesto a todo lo que significaba la pala­
bra castrense.
Las opiniones del general Shcrman sobre la guerra fueron
aplicadas y compartidas por su arrojado colega el general Phi-
lip H. Sheridan, uno de CU)o.1 tirulos para la fama fué su des-
piadada devastación del valle del Sbenandoah, en la campaña
de 1864. En 1870, el general Sheridan visitó Europa y. como
huésped de los Cuarteles Gcncrales alemanes, wvo la ventaja
de ser testigo de la memorable campaña que tuvo efecto en
:francia aquel año. La noche siguiente a b. batalla de Grave-
toue, compartió las desnudas paredes de una casa abandonada
con el conde Bismarck y el gran duque de Mecklemburgo, J
fué uno de los miembros de la distinguida reunión de la co-
lina de Cbcveuse que fué tcStigo de la entrega, por el general
Reille, al rey Guillmno, de la carta de Napoleón lU que
anunciaba la rendición del ejército francés sitiado en Sed~n.
La capacidad combativa de las tropas alemanas. y la habilidad
de ,us jefes, llenó al gcncra1 Sbmdah de ilimitada admiración.
pero su falta de decisión ¡ll VCT5C cst0rbados y entorpecidos
por las reglas de la guerra civilizada, que entonces prevaleda
en Europa, suscitó en é1 un burlón desprecio. Después de ha­
ber destruido o capturado a la gran masa de las Euenas rcgu·
lares francesas, mediante una serie rápida e ininterrumpida
de victorias, los alemanes encontraban graves dificultades para
defender las CXlmunicaciooes de los ejércit.OS que bloqueaban
l'a.rú contra las incnrsiones de los guerrilleros que lu.cbaban
a­as ha ltneas alemanas, y de los auq= de nuevos ejá-citm
francesas ~dos en las provin,:iu para auxiliar a la capi-
tal. «Sabéis CÓP10 herir al enemigo mejor que nadie ­dijo
Shcridan a Bismard -, peo no ha,béis aprendido cómo hay
que aniquilarle. Htry qut ver más humo de pueblos ardiendo-,
pues, de lo c?nnario, no terminarán wiledi:s con los fr,m,cesa_,,
Bismad, desde luego, no necesitaba que le indicaran que
Francia! podía ser oblig¡ida ripidamcnte a hincar las rodillaa
enviando expediciones de castigo para dcv:utar lot c:ampot,.
Para 10& jefes alemanes no lCnfa d lllUfor atractivo enturbiar
la gloria de SU$ victorias sobre .lo6 ejérci!QI francesa con una
Cl.lllpaiia búban contra 1a población civil A los europece de
aquella geuaacióo, el h»m0 de las ,aldeas ptt&U de las llamas
la parecía mú propiv de la lucha de los pielcsrojas. CD d
oeste- aalvaje, ,que una guerra con ocden entre naciooa euro­
peas civiliudas A pesar de lu dudas de Shcridan, sigweron
con,fiando · en que h guerra podla ganarse por !llitodos ciVJ")j.
Ddos, de acuerdo ron las tradiciooes emopcas. &a ronfiama
demostró estar plenamente justificada Por último. la guerra
fui coronada por una paz victori06a pero negociada, y Europa
diafrutó de UD respiro, después' de la guen•a civil; que duró
mar.rota y na años. •
Una ílwttaci6n interesante del pensamieato y las mane:u
de aquellos días, en la. guerra franco-prusía na, que desde el
punto de vista ético parecen incoocebib~ntc remotos, nos
la da UD libro editado y olvidado hace mucho tiempo, titula·.
do 1,n O­ H11t1,ptltuartier, r87c,.,¡t ( «En el Gran Cuartel
Gaif ol» ), que recíearemente cayó por casualidad en manee
dd a'utor deJ presente trabajo, Publicado en 1910, como tribu-
to filial de la hija del autor, este libro aú formado por la ce-
lrccilin de artículos publicados por un periódico berlinés, ~
extinguido, y enviados por su correspomal especial de guerra.
Hermann Saling,é. '
1
F. J. P. VEALE

Desde el punto de vista literario, estos artículos, ~oco mé-


rito tienen. Salingré demuestra en ellos que fué un hombre
sencillo, sin agudeza y casi prosaico. Nada se puede imaginar
más apartado de aquel retumbante militarismo que caracteri-
zaba de manera tan e onspicua ~ la generación siguiente de
alemanes y franceses. A. la vez que se regocijaba candorosarpentc
por la sucesión de las victorias alemanas, no glorificaba ni idea·
!izaba la vida del soldado. Por el contrario, se duele a menudo
de las privaciones de los hombres, oblígados por la llamada al
cumplimiento del deber a dejar sus hogares en Alemania y a
emprender una campaña de unos pocos meses en Francia. D~
hecho, sus lamentaciones por el destino cruel de las tropas, que
con la resistencia inesperadamente prolongada de París no po­
dían reunirse con sus seres queridos en las fiestas de Navidad,
chocan a un lector moderno, al cual le resultan algo cómicas
y extravagantes. Acepta sin discusión que su país tenla per-
fecta razón, pero no manifiesta el menor odio contra los Eran·
ceses, que, probablemente, en opinión suya, caredan por com-
pleto de razón. La visión de los daños causados en las propie-
dades, sólo le inspira gratitud a Dios por el hecho de haber
ahorrado a su país los horrores de la guerra. Repite todos los
hechos comunes de la información o corresponsalía de guerra,
y que, desde luego, hicieron las delicias del público británico
en 1945, por ejemplo, en la de que el enemigo se muestra te·
naz en la lucha a larga distancia, peto que no puede resistir
el ataque cuerpo a cuerpo con la bayoneea. Sin embargo, no da
a sus lectores ningún relato de atrocidades enemigas.
El momento supremo de las experiencias de Salingré fué
después de la rendición de Sedán, cuando tuvo el privilegio de
ser testigo, a una distancia de veinte pasos, de la entrevista de
Napoleón 111 con el conde Bismarck, en Donchery. Sus reñe-
xiones sobre esta ocasión, que hada época, fueron como siem-
pre cándidas, pero describe con bastante viveza la visión de
«este hombre que antes era tan poderoso» esperando con pa-
ciencia, sentado en la silla de un campesino a la puerta de la
casa de l!n labrador belga llamado Fournaise, la llegada de su

EL CRDIEN DE NUJU:MBE.1t6
.
conquistador, Comenta candorosamente que encontró que el
aspecto del emperador era muy diferente del que le hablan
hecho suponer los periódicos humorísticos alemanes. Su alegría
natural, nos dice, fué substituida por una «impresión triste y
conmovedora» ante su calda total. Como el emperador- mirara
en dirección suya, consideró que no debía «arrojar más lodo
a un hombre tan desgraciado: «respetuosamente levanté "llli
sombrero y experimenté un· sentimiento de satisfacción cuando
vi que el emperador había observado mi saludo y me daba las
gracias» ( 1 ).
Salingré era un tipo corriente, un individuo como muchos.
No sólo era un alemán típico, sino también un típico perio-
dista de su generación. Aquí radica todo el significado de e~te
incidente. En ningún caso su humildad natural le habría per-
mitido alzarse xnuy por encima ni bajarse muy por debajo de
las normas aceptadas en s1,1 tiempo. Aun cuando imaginásemos
a un corresponi,.a1 de guerra de hoy día, movido a llevar a cabo
un acto semejante, no nos sería posible imaginarlo dando cuen-
ta por escrito de él, ni menos todavía _pensar que el director
autorizase la publicación. Se tiembla pensando en la suerte
que correría el que hubiese cometido un acto semejante de
cortesía con el mariscal Keitel durante los procesos de Nurem-
berg,' Si inmediatamente se le hubiese demandado por desaca-
to a un tribunal, se habría suscitado, desde luego, la enreve-
sada cuestión legal de saber si es posible cometer desacato con·
tra un tribunal que no tiene jurisdicción. Con toda seguridad,
uno de los guardias no europeos colocados amenazadorarnente
a la espalda de cada uno de 105 prisioneros habría arreglado la
cuestión con un golpe de su matraca, El resultado habría sido,


(1) • La dJgna dncripción que hace Sa.li.ngt6 de es\e memorable lnddmtc me-
..ftee 1er reoorda.da con sus propias pai.abJa.$: •Napoleón U.1 renta un as.ptc;to rela·
thram.entc. buenb, y ,ó)o produda. ·un.a i~prai6n triuc y o:,isHÍ\O•«lora la 1ituaclón
en que se cnconttaba, y se me padona.ri que oonfi'nc que, en aqud momento, me
a.usaba. pena. En aquel momento seerr que no 1t debla hundir mb en el cieno I
un hOin.bre tan ..desgrada.do. por lo cual. respetuosamente
, levant6 mi $0t0bctro en el
momento ct1 que mt miraba y sentf c.icrta.uú.sfacd6n al, ve- que b.J.nfa C>btcrvado
mi aa1udo y me dlba las gracias.o (lm Gro.um H«wprAuort~r. p3g;. 68),
\
t'. J. P. VMLE

por lo menos, la expulsión inmediata del territorio ocupado,


seguida del despido instantáneo, al regresar el culpable a Fleer
Street (el distrito de Londres donde se editan los periódicos).
A juzgar por la única prueba válida, la batalla de Sedán
debe considerarse como una acción única entre las batallas
europeas, La guerra no es un deporte en el cual la victoria sea
un fin por sí mismo: sólo puede considerarse como medio
para lograr una paz equitativa y duradera. Un siglo antes, el
jurista suizo Emeric de Vattel había argüido, de manera con-
vincente, que sólo una paz equitativa podría ser duradera y
'que una dicha paz debe/amoldarse a ciertos principios espe-
cíficos. Aunque contravenía varios de estos principÍ.0$ de im­
portancia vital, la paz que siguió al triunfo de Moltke en Se-
dán duró nada menos que 4"3 años. Alivia.ib del despilfarro y
la destrucción de la gverra durante un periodo cnayor que en
ninguna otra épeca de la Historia, la civilización hito enormes
avances en Europa entre 1871 y 1914. En el transcurso de unas
pocas décadas, desde que terminó, este periodo empezó a a.pa-
recer ante la memoria pública como una época remota y casi
mítica, de contento universal y seguridad, de tranquilidad y
prosperidad inimerrumpídos. De hecho, la prosperidad pare-
cía brotar naturalmente de la paz, Nunca anteriormente los
ricos fueron tan ricos, ni tampoco nunca tuvieron los ricos tan-
tas oportunidades para gozar. Como sólo había que pagar gue-
rras coloniales y unos pocos servicios sociales, los impuestos se
mantenían increíblemente bajos. Al incrementarse la riqueza,
se elevó el nivel de vida: nuevos descubrimientos y mejoras
prcporcionaron comodidades y lujos al alcance de círculos cada
vez cnayores de la población. En la ma-yorla de los países euro-
peos, las medidas de reforma social mejoraron en mayor o me-
nor grado la suerte de los que dependían de sus ingresos día­
rios. La creencia en el progreso inevitable e inacabable se hizo
universal. Exisúa un sentimiento general de seguridad. Parecía
increíble que la supremacía europea. fuese jamás desafiada. El
resto del mundo parcela creado por una providencia amable
para que fuese explotado por una u otra de.Ja.s potencias euro-
'
1
1!17
peas. Eiústian las mejores razones para pensar que este feliz
estado de los asuntos continuaría indefinidamente, puesto que
resultaba casi imposible concebir una cuestión que surgiese en·
~ los pueblos europeos de alguna importancia para que nin­
gún estadista sintiese la tentación de arriesgarse al desastre,
Ianzando a Europa a otra guerra civil.
Rara vez ocurre que ni siquiera los vencedores en una gue-
rra moderna obtengan ningún beoe6cio duradero de su victo-
ria, y, desde luego, son raros los ejemplos en los cuales la hu-
manidad en general se beneficia de una guerra. El beche de
que los pueblos de Europa se beneficiasen de la victoria ale-
mana sobre Francia en 1870, seguramente no se debió a un
rasgo de altruísmo del carácter alemán, ni era, menés todavla,
uno de los objetivos de la polltica de Bismarck el conferir be·
ne6cios a la humanidad. El altruúmo de Bismarck era un
producto secundario de su realismo y de su nacionalismo. Fun-
damentilmente, estos objetivos eran tan egoísrae como los de
cualquier otro estadísta posterior. Pero el ego!smo myo era
inteligente. No era un convencido amante de la pu: no tenla
más escrúpulos en recurrir a la guerra, si la política as! lo exi­
gía, que Franklin D. Roosevelt. Hasta 1870, sus objetivos po-
dlan ser logrados por medio de la guerra, Mientras que, a par­
tir de entonces, sus objetivos sólo podían ser logrados por me-
dio de la paz.. Habiendo salvado al pueblo alemán por mr1i<>
de tres guerras victoriosas de su estado de una desunión e impo-
tencia política, qué durante siglos hablan hecho de su paú el
campo de batalla de sus vecinos, Bismarck se dió cuenta de
que era esencial un largo periodo de paz para la recuperación
y el desarrollo nacional. Si 10$ vecinos de Alemania empeza-
ban a luchar' unos contra oiros, era seguro que .Alemania se
vería envuelta. Por lo tanto, desde la calda de Francia, en 1870,
basta su destitución por el joven Kaiser Guillermo, en í8!)o,
ae consagró a asegurar Europa, para la seguridad de Alemania.
Logró esto negociando una serie de alianzas defensivas y trata-
dos comerciales, destinados a asegurar la paz de Europa, Segun
dice Esme Cecil Wingfried.Stratford: «Bismard habla puesto
1~8 F. J. P. VEALE .

manos a la obra de establecer la unidad alemana con una habi-


lidad y una finura nunca superadas, y tal vez n1 siquiera ígua-
ladas, en la historia de la diplomacia, En la medida en que se
podía proteger en el mundo la paz para Alemania, así lo hizo.
No era ningún filántropo. No tenla escrúpulos ni tenía más
ideales q1,1e los de una simple Lealtad a su país. Nunca fué más
sincero que cuando describió a Alemania como una potencia
saturada. Puesto que todo era ya alemán, desde los Vosgos hasta
el Vístula, no tenía sueños semímentales de expansión, ni si·
quiera en el campo colonial» (1). . ·
Una de las consecuencias indirectas de la política de paz
de Bísmarck fué que Europa se convirtió, durante casi medio
siglo, en una especie de pequeña utopía para las clases gober-
nantes, y particularmente para las familias reales. Los reyes y
príncipes de Europa, cuyos abuelos hablan vivido bajo el te·
mor a la guillotina y cuyos nietos estaban, en su mayoría, des-
tinados a morir de muerte violenta o a convertirse en desterra-
dos olvidados, disfrutaban de una seguridad, un prestigio y
una estimación sin paralelo. En público, eran considerados
con admiración y reverencia cuando acudían a presenciar Las
boda y funerales de unos y otros, o a pasar revista a sus propias
tropas o a las de los demás, o a la marinas, o cuando se hacían
visitas de Estado entre sí. En privado, habla frecuentes roces
entre ellos y ocasionalmente antipatías, como por ejemplo, en·
tre el hijo mayor de la reina Victoria, Eduardo, príncipe de
Gales, y su nieto, el joven Kaiser alemán, pero públicamente
se expresaban siempre los sentimientos más cordiales. Las fami-
lias reales europeas estaban más o menos próximamente empa-
rentadas entre si por la sangre o el matrimonio y también
aquella serena y anciana señora que residía en el castillo de
Windsor y que ejercía sobre ellas una influencia patria.real que
muy pocos se atreverían a desafiar.
Felices eran los reyes en aquellos días y felices los súbditos,

(1) E. C. WinlJfield·Swtford,
,e._ Tite
Piceoria" Stin.ut, (.iEI ocuo •ktorla.no1t),
t.o,,dm. Roo~. ,95,. ~-

EL CRlM'.EN DE NOREMBERG 189
a los cuales los reyes se complacían en colmar de honores. Ca·
bía pensar que las clases gobernantes de los principales Esta·
dos europeos, en los cuales los· reyes actuaban como dirigentes
o simplemente como figuras decorativas, se abstendrían, al me·
nos, de toda conducta que pusiese en peligro este estado de
cosas ideal para ellos. Si las clases gobernantes de Alemania,
Austria y Rusia se hubiesen mantenido unidas para 'su propia
protección, el orden establecido podría haber continuado inde-
finidamente. Los que tenían, nada hablan de temer del levan·
tamiento de los que no tenían: nada habrían podido lograr
una docena de Lenines, como no fuese provocar disturbios Io-
"cales, que hubiesen sido suprimidos con facilidad. Mientras
fuese preservada la paz, los que tenían algo estaban seguros.
As.l, los que tenían, en todos los Estados de Europa, estaban
ligados por un interés común por la preservación de la paz.
Como todo el poder político efectivo se encontraba en manos
de los que, tenían, resulta difícil imaginar cómo habría podido
descansar la paz en un fundamento más sólido.
• De hecho, sin embargo, la paz de Europa se basaba en la
vida política de un hombre anciano. Mientras Bismarck siguic-
se siendo canciller, el Imperio alemán servia de poderoso con·
trapeso para lograr un equilibrio estable. En cuanto se mar·
chó, sus sucesores quedaron libres para lanzarse al amiguo jue-
go de la diplomacia europea, que, en el pasado, siempre había
sido el preludio del estallido de la guerra civil europea. Las
otras grandes potencias se lanzaron a este juego con igual afán.
En las circunstancias que entonces existían, no era un juego
en el cual resultase muy difícil participar.
Europa se encontraba cubierta por una red de alianzas,
tratados, acuerdos secretos, garantías, ententes y convenios, y
estaba dispuesta a presentar una serie de reivindacaciones no
satisfechas, concesiones, esferas de influencias, agravios y su·
puestos derechos. Por lo tanto, era de lo más sencillo, por ejem­
plo, encontrar una cláusula ambigua en un tratado y luego,
intentando previamente· en secreto alcanzar el apoyo de las
potencias vecinas por medio de promesas o de concesiones, pre-
1(0 P. J. P. VEAJS

sentar una reivindicación basada en una nueva interpretación


de esa cUwub., contn cualquiera otn. potencia, bien fuera
una potencia más débil, o una potencia dUtn:lda en aquel m<>-
mcnto por alguna otra activicbd similar. Si el diplomúico de
tumo jugaba bien SUJ cartas y la otra potencia se vela obligada
a ceder, te babia obtenido un éxito diploimtic.o y el soberano,
agradecido, recompensaba ar autor de la tnma con útuloe y
honores. Por otra parte, ri jugaba aw can» tan m.,J, que la
ocra potencia te se,núa lo auJicientemente lueru: como para re-
cba;a,r la reivindicación, te deda que el país babia sufrido un
n:v~ cliploimtico, En ate c:alO, probablemente, el autor de
la trama era datirofdo y ~ au<Z:IOI' se encargaba de la tarea
de ddmder la dignidad nacional, pues era regla infknble que
~ parte que ulla perdiendo IDIDaX inrnediatameru.e medidas
para ~ngat: d revQ diplomitico, con lo cual quedaba gann-
titado que el juego conúnuaba tul iafinitum.
Vittaa de nueruoa tiecnpos, laa cuestiones en juego en l»
crisis periódicaa que diatn.la.n a Europa dapUtS de la dimisión
de Biana,rd, TUUltan indescripn"blemente rriviales. Por ejem­
plo, el triunfo diploimric.o ima destacado de la época com-
prendida entre 18'¡0 y 191( fué cuando Aumia, en 1go8, con·
aiguió, mediante una obn IDUIU2 de aguda dctica, burlar a
R11sia, anexánda.e oficialmente la antigua provincia turca. de
Boenia. provincia que babia administrado con el comentí·
DüffllO de todas las potencias, a au lal>re arbitrio, durante rrein­
ta aiiol. Eae triunfo, del cual Awtria DO aac6 ningún. bene-
ficio y por el cual nadie sufrió mngún dallo material, pu,o en
peligro toda la estructura de la civilización capiraliaa de Euro-
pa y demosbó aer un imponante paso hacia la catástrofe 6nal
de aeia añ<l6 más tarde.
El componamiento de la casta goba:mnte de Europa du-
rante loe primeros a6os del aiglo :xx, aó1o puede ser comparado
al de los habitantes de una asa bella y c6moda que insiswi
en ir al aócano, en el cual hay un almacén de pólvora, con d
6n de prende,- UJ101 fuep aní6cíales. No puede ennwcarane
el becbo de que babna un grave peligro de que, en cualquier
141

momento, se produjese una cawtrofc. Era ciertamente una de


las reglas inllexibles del juego diplomático que, si los bandos
interesados en una aisis se enredaban en una posición en la
cual ninguno de IQS dos podía retirarse tesin menoscabo de su
honor», no quedaba otra alternativa que la guerra. Parece que
se tenla confianza en la suposición de que cuando llegue otra •
guerra, serla una guerra estrictamente limitada, similar a las
del siglo xvnr: en cuanto los gc»erales hubiesen librado unas
cuantas batallas, los diplomitiCO:! volverían a hacerse dueños
d~ la situación y negociarían un arreglo por el cual sedan va,-
riados ligeramente los tratados existentes en favor del bando
que, en conjunto, hubiese salido mejor parado de la lucha:
Nadie parecía darse cuenta de que las condiciones habían cam-
biado notablemente desde el siglo xvm, ni nadie parecía sos-
pechar que se desencadenarían nuevas y poderosas fueraas, si '
estallaba una guerra.
Por lo menos el poder de una de estas nuevas fuel'Z:1$, el
poder de la Prensa, deberla haber sido previsto, }'2 que en
tiempo de paz babia ejercido una influencia desastrosa sobre
las relaciones internacionales. Según las reglas del juego diplo-
má.ti1», se permitía el doble juego y las agudezas, dentro de
ciertos límites no muy bien definidos. Cuando se rebasaban. o-
tos límites, se enviaba una «seria nota de .procesw, a la parte
ofensora. Esus notas, redactadas en un lenguaje estereotipado,
no ofendían, Eran 'una medida aceptada dentro del juego para
aparentar in.dignación 'coa motivo de lo que había hecho la
otra parte. Pero, para la Prensa, poseían un nuevo valor: ser-
vían como medio para suscitar el interés de) público y, si se
las manejaba bien, hadan aumentar las ventas. La potencia
ofendida, era denunciada por falsedad y perfidia y, no es pte-
císo decirlo, su Prensa replicaba en el· mismo tono. El ·ltnguaje
empleado, aunque moderado si se le compara con el lengua-.
je empleado ahora habitualmente por la· Prensa en tales oca·
siones, sirvió e.ara acost'Umbfar al público de varios paí5C$ euro-
peos a mirar a ciertos grupos de extranjeros como valientes
aliados y a otros grupos de extran [eros, como enemigos trai­
)~ _f.J. P. Vl?AU:

cioueros, Wingfried.Sttaúord resume esta cuestión cuando a-


cribe:
«Una enfermedad estaba infectando a toda la civilización,
haciendo que se elevase la temperatura internacional hasta al·
canzar una fiebre que amenazaba con el colapso final. Todo el
sistema por el cual se gobernaba el mundo estaba desesperada
y fatalmente anticuado. Con una civilización que de año en
año se iba haciendo más internacional, con el mundo marchan-
do hacia la formación de una sola unidad económica, el último
recurso de la sabiduría humana consisua en montar una anar-
quía incontrolada de naciones y nacionalismos, y emplear todos
los recursos de la ciencia para hacer más mortífera esa anarquía.
El odio era engendrado mediante las sugestiones en masa cien-
tüiauncnte preparadas, el comercio se 'veía interrumpido por
aranceles científicos, los «pueblos atrasados» eran esquilmados
por medio de la explotación científica, y el suicidio final inevita-
ble acabarla por completarse científicamente. Lo mejor que el
mismo Bisrnarck podía hacer, con la fineza diplomática en la
cual era maestro, era mantener un inestable equilibrio, y lo
peor que podla hacer Guillermo Il, en medio de una serie de
errores diplomáticos increíbles, era acelarar la catástrofe que
tenla que llegar más pronto o más tarde, y que sería peor cuan-
to más tarde llegase» ( 1 ).
Aparentemente, en 1914, no habla ocurrido ningún cambio
ostensible en la estructura de la civilización, durante el respi-
ro de 43 años que siguió a Sedán. 'tsia es la mejor defensa que
puede hacerse de los hombres que se embarcaron con ligereza
en la guerra de aquel año memorable. Al principio de la Pri­
mera Guerra Mundial, todos los beligerantes se movían con
objetivos estrictamente limitados y todos, probablemente,
creían con honradez que podrían conseguirlos con medios limi-
tados. Los aliados estaban haciendo un cumplido bastante in-
merecido a su inteligencia cuando atribuyeron al Kaiser Gui·

.(•) \\·l~.ficld-Srnlfc>rd, ap. cic., pt{c'.. 268. Sobie la for-m1 en 9uc b. rrm-a
C111Ímuta IJ tcntJón d~lom:ili\'I, ,h'( O. J. H11lc, f'r,l)l,city t11ul D,¡,ltmr.Q(y ("f.,:
11uhJlcit\atJ ~ h. diplotuadi,•), l'\ucmi. Votk~Applt1on:t.:cn1ury ... 19,tn.
.EL CRIMEN DL NUR:EMIIERC

Jkrmo vastos planes maquiavélicos para la epnquista del mun-


do; era comparable el complicado complot para rodear a Ale-
mania que los alemanes. atribuían a sus enemigos. Todos los
bandos se 1anzaron a la lucha con ardor, pero con sus meares
singularmente vacías de ideas, buenas o malas. Todos, en gra-
do mayor o menor, hablan estado ensayando actitudes con bri-
llantes armaduras, hasta que .surgié una situación en la cual la
sagrada tradición y el honor nacional sólo podían .ser protegi-
dos por medio de la guerra. ,
No hay ninguna otra explicación válida de los hechos, a me·
nos que se admita que se apoderó de todos los gobiernos de
Europa una ola de locura. En 1914, la vida en este planeta se
había hecho excesivamente agradable para las clases gobeman·
tes. A los que ya tenían 'mucho, se les estaba dando más, in·
eluso en abundancia; las amenidades de ia vida se incremen·
taban constantemente, estaba garantizada la más absoluta segu-
ridad, siempre que las clases gobernantes se abstuviesen de la
suicida guerra civil. La conquista desde fuera era totalmente
imposible. Incluso el emperador Guillermo sabia, en el fondo
de su corazón, que no decía más que tonterías teatrales cuando
hizo que se estremeciesen sus contemporáneos al advertirlos
el peligro amarillo. La revolución desde dentro hubiera ,podi-
do ser reprimida, incluso en la Rusia zarista, sí una desastrosa
guerra exterior no hubiese amenazado seriamente la segun·
dad del orden establecido. Incluso las doscausas inmediatas de
la Primera Guerra Mundial- el deseo de les rusos de los Es-
trechos que constituyen la salida del mar Negro y el deseo
francés de volver a conseguir Alsacia-Lorena -, habrían podi-
do ser tratadas por medio de la diplomacia. La Gran Bretaña
y sir Edward Grey eran los obstáculos principales para conce-
der a Rusia los Estrechos, y Alemania estaba dispuesta a dis-
cutir la concesión de una autonomía considerable a Alsacia-
Lorena,
Ciertamente, el orden establecido se encontraba a cubierto
de todos los peligros exteriores concebibles. El peligro proce-
día de dentro. Ya en 1900 pudieron· observarse ciertos síruo-
144 F. J. P. VEAL&

mas, por observadores agudos. que sugirieron que en la ptóx.i·


ma guerra ovil europea. los beligerantes quizá no dejaran de
acntirsc inclinados a atender el tentador consejo que el gene-
ral Shcrida.n babia dado a Biamarclt en 1870. Se notaba un
nuevo espíritu o, ~ vez. pan decirlo aw correctamente, un
viejo esplritu que databa de 106 tlcmpcl' del rey Scnachcrib,
el cual daba muestras de revivir. Uno de 106 primeros porta·
veces del tiempo nuevo que se aproximaba, fué el joven empe-
rador alemán Guillermo Il, cuyo verdadero .hogar espiritual,
xgún puede verse hoy, no era, según imaginaba él, la Tabla
Redonda del rey Arturo, en el pasado remoto, sino la Confe-
rencia de Yalta, medio siglo aw tarde. .
Guillermo era considerado por la mayotia de sus contem-
poráneos como un neurótico desequilibrado, obsesionado con
tus propias perfeccioncs y obseaionado con la presunta maldad
de cualquiera que ac enfrentase con & Como consecuencia de
esto, Jo único que producfan sus alirmacioncs aw ultrajantes
en una situación embarazosa. pan los suyos y una sil"uación
muy divertida en el extranjero. Su lbmamiento a lu tropa,
que embarcaban en Brem.crhafcn - con el fin de participar
en la campaña de los bocrs ­ pan que emulasen las hazañas
del rey Atila y de los hunos. .ni siquiera suscitaron temores ge-
nerales respecto a lo que el futuro depararía en adelante. Se
consideraba que tales sentilJlientos no podlan tener en modo
alguno aplicación p06ible en la guerra entre naciones europeas.
¿ No babia resistido el nivel actual de la civiluación europea
durante dos siglos, sobreviviendo a pruebas tan severas como
las guerras napoleónicu? Cuando llegue otra prueba, todos,
iodu,o el nieto de h reina Victoria. era de esperar que actua·
,en como caballeros ( 1 ).

(•) .De,dc l"'IO, d a>alportamlcnto altlYapnl<: y b m6tb rct'1mbam.e dd


IUwr no .,..,. d ­­ _,.,"°'
'*jo dt .... actitud .....,.... a la J'lffl& .,.

r.d-
O·- llq6 a .............. en d ..,_ dt •9•i· ,e llliac,& a, d bando de la pu.

:e--
por9 Uq6 d<maN•do wdc pua impala que "' ~ lu hott,lldodcL SU.
lanflnooadaa '1 bnwt.u i,c, era. wuo um amenazadt brdto pua ta pa. mmo una
de aatipada ~ ltado. VD y loa iop•- <n ,­al,,_,
de la 'l1IC ~ .. ­­ b:h d IUi#I "' putiailar, lo ..- qoo ,- la+
inttlpa ­ .... de r.duanlo ­ loo -
:EL CRDaN DL NUllM:BERG 145
Otro síntoma que podía haber sido motivo de reflexión ve·
nía de allende el Atlántico, donde el presidente Teodoro Roo-
sevelt llevaba a cabo su «poHtica del bastón gordo», con ardor ,
caracrerístico de los americanos. Aunque para muchos, incluí-
do su conciudadano Henry James, el Presidente era menos-
preciado como trona monstruosa encamación de un ruido con
una resonancia sin precedentes», los pequeños Estados de la
América latina encontraban peligroso no tomarle en serio.
Cuando Colombia no logró ponerse de ccucrdo con él respecto
a la construcción de un canal a uavés del istmo de Panamá,
estalló inmediatamente una misteriosa revolución en la zona
del Canal, se prohibió perentoriamente al Gobierno colombía-
no que enviase tropas para restablecer el orden, y pronto fué
ultimado, con el Gobierno provisional de Panamá, recién esta·
hlccido, un tratado que preveía la construcción del Canal en
los términos l'llá9 favorables para los Estados Unidos.
Ni a Hitler ni a Stalin se les puede atribuir una política
semejsme, Es significativo que al rechazar bruscamente T codo­
ro Roosevclt las demandas alemanas, en la época de la crisis
venezolana de 190J, se ganó el respeto duradero y la admira·
dón del Kaiser Guillermo. Aunque distintos en muchos as-
pectos, los dos hombres estaban ligados por un sentimiento de
compañerísmo procedente de la falta de comprensión y esei­
mación que encontraban en sus couremporanecs.
Sin embargo, quiús el espíritu que se iniciaba en aquellos
días y que había de venir más adelante, se revela en el almi-
rante lord Fisher que, con la posible excepción de lord Halda·
ne, era probablemente el más hábil de todos los hombres que
rodeaban al rey Eduardo Vil. Al hablar con el periodista
W. P. Stead, en 1900, al almirante Fisha- declaró:
TINo r.oy partidario de la guerra, soy partidario de la paz.
Si se deja bien sentado, tanto en el interior como en el exeran-
jcro, que se está dispuesto, en cualquier momento, a la guerra
contra cualquier unidad de igÚal potencia y que se está dís-
pueato a ser-el primero en herir al enemigo en la tripa, a gol·
pearlc cuando esté caído, a cocer vivos a los prisioneros. ·u
JO
F. J. p, vi:.n,i;

es que se coge alguno, y a torturar a las mujeres y a los niños,


entonces la gente sabrá a qué atenerse.»
Desde luego, en 1900, nadie estaba dispuesto a creer que
ningún hombre civilizado podía sostener realmente semejante
opinión, ni mucho menos que, al cabo de medio siglo¿ esta
opinión se convertiría en un hecho común. Sólo por esta razón,
la expresión de tales sentimientos no perjudicaba a su autor,
ni profesional, ni socialmente: se desestimaban como meros
ejemplos de bue .. humor de marino. La máxima favorita del
almirante, «da el primero, da fuerte y da en cualquier parre».
era considerada algo chocante, pero carente de toda significa-
ci6n 'particular. Al escribir en 1912 a lord Esher, lord Fisher
defendía sus puntos de vista insistiendo en que «es una ton-
tería no hacer que la guerra resulte dañina para toda la masa
de la población enemiga. Cuando llega una guerra. la fuerza
se conviene en 4erecho y el Almirantazgo sabrá lo que tiene
que hacen>. .
Desde luego, no se sabía en aquella época que las opiniones
que el almirante Fisher no vacilaba en preconizar, iban a set
puestas en práctica. Cuando se vió claramente que el progra·
roa de construcciones navales iniciados por el almirante T'irpitz
estaba convirtiéndose en una amenaza para la supremacía na·
val británica, el almirante Fisher pidió permiso para acabar
de manera sumaria con la carrera de armamentos, llevando sus
acorazados a Kiel y hundiendo la flota alemana de superficie
en el puerto. De manera pintoresca llamaba a esta proyectada
operación «Copenhagueamiento», haciendo referencia al ata·
que británico contra Dinamarca en 18o7, episodio que propor-
• donó a los que elaboraron el acuerdo de Londres de 1945, un
clásico ejemplo de la guerra agresiva. Sirve para poner de re-
lieve' hasta qué punto predominaba todavía el código del si·
glo XIX el hecho de que 'Eduardo Vil, ni se escandalizó, ni se
indignó por la propuesta del almirante, sino que se limitó a
rechazarla con' un breve: «Fisher, estás loco.»
Sólo en un sentido el almirante Fisher puede ser conside-
rado como de aspecio anticuado. Aunque previó los principios
\
EL C.RIMEN O.& NIJREMBERC 147
sobre los cuales se basaría la lucha en la guerra fu tura, no te·
nía un concepto del enorme poder que se desarrollaría me·
diante la propaganda científica. No se dié cuenta nunca de que,
para conseguir la victoria en las actuales condiciones, serla tan
indispensable como el uso habilidoso de la desenfrenada vio·
lencia una postura moral bien elegida y mantenida. Así, cuán·
do en 1917 Alemania adoptó la guerra submarina .sin restric-
ciones, lord Fisher perdió la paciencia ante la protesta frené·
tica que se levantó. Si, desde el punto de vista alemán, era un
paso necesario para ganar la guerra, a él no le parecía que ha-
da falta ninguna otra justificación y se negó rotundamenre
a unirse al coro que las den un ciaba. Como demuestra su pro·
posición de «Copenhagueamiento», lord Fisher no tenía el
menor escrúpulo por empezar una guerra qui: consideraba de-
seable. No hay razón para ·pensar que los escrúpulos morales o
humanitarios le hubiesen hecho abstenerse durante la guerra
de aplicar esta máxima : «Da primero, da duro y da en cual
quier parte». Por otra parte, después de haber ganado
guerra, resulta difícil creer que habría consentido , ••. al·
miran te hermano suyo fuese condenado a cadena per P"' ua por
haber hecho exactamente lo que él mismo no habría vacilado
en hacer.
El papel decisivo que estaba désrinado a desempeñar la pro·
paganda en la guerra.. era, sin embargo, un acontecimiento
que no se podía esperar razonablemente que previese nadie,
ni siquiera lord Fisher. Una vez iniciadas las hostilidades, hubo
dos factores que no fueron tenidos en cuenta, para ser mane-
jados con el fin de lograr un resultado bastante inesperado. En
primer lugar, después de un respiro.de 43 años, los europeos
habían dejado de estar acostumbrados a la guerra: por consi-
guiente, los sufrimientos y las pérdidas inseparables de la gue-
rra, aun cuando ésta se realizase de acuerdo con las reglas más
estrictas, suscitarían un verdadero horror. En segundo lugar,
durante mucho tiempo, había ido creciendo inadvertidamente
el poderlo de la Prensa popular, para la cual los detalles san· ,
grientos de cualquier guerra, aunque fuesen insignificantes.
P. J. P. VliU

constituían una variación grata de los relatos de crímenes, acci­


deates y terremotos. Una guerra grande era una oportunidad
para el embellecimiento sensacionalista que no debla ser des-
aprovechada, Estos fact,res, actuando uno sobre otro, crearon
un estado de llnimo q1 e rápidamente tuvo que acr tenido en
cuenta por los Gobiernos beligerantes - y en particular por el
Gobierno británico-, al principio seriamente embarazados
por el problema de suministrar al hombre de la calle una ex·
plicación plausible de por qué se iba a la guerra. La respuesta
a este problema se encontraba mu,y a mano: «El enemigo cstli
cometiendo atrocidades; cometa- atrocidades es incivilizado;
nosotros luchamos contra el enemigo, luego estamos luchando
PªIJI salvar la civilización ...
Evidentemente, la lucha por un objetivo tan grandioeo no
5C podía permitir que se desarrollase coUIO las otras guerras cí-
viles europeas, que se estropeaban en negociaciones que daban
por resultado que el bando que IIW !labia sufrido en la lucha
conseguía la paz cediendo una provi ocia o dos, o algunas pose­
sionea eoloníales. Habla que crear un nuevo orden para prote-
ger la civilización para siempre, una vci que se la hubiese sal-
vado, Por una vez, la demanda creó la necesidad y, a su debido
tiempo, los Catorce Puntos fueron presentados ante el asombro
del mundo.
El método de presentación fué una variación totalmente
nueva en la poHtica internacional, pero los principios sobre los
cuales .e basaba esta -presentación, ha.da tiempo que hablan
sido oomprendidos en parte. Durante muchos años, antes de
1914, se hablan ido acumulando gradualmente gran cantidad
de conocimientos empíricos relativos a las reacciones de la
mente humana ante ciertos esúmulos aplicad<» con astucia y,
con frecuencia, éstos hablan sido aprovechados con ganancia
personal por individuos inteligentes. Así, ya en tiempos de Car·
los 11, Titos Oatct habla conseguido resultados que, en su claJe,
no han sido nunca rebssados, Ningún especulador de la psico-
logía popular de los tiempos modernos puede compararse con
aquella ,mujer francesa genial, madame Tbé~,e Humbert, que,
t:L CPJMUI DE NUIUtMllERC

a finales del siglo XIX y durante cerca de veinte aflos, tuvo en


aus manos a los má& astutos banqueros y financieros de Parla,
con gran beneficio para ella y gran pérdida para ellos. El famer
IO caso Tichborne, en 187.t, y el caso Drute, igualmente en
1go7, los dos casos ingleses de fraude más c~ebres, realizados
ambos por medio de la publicidad, demostraban lo ilimitada
que es la credulidad del público en general y la estructura tan
imponente que puede levantarse, cegando o alterando cientí-
ficamente los hechos con mentiras hábiles ( 1 ). Sin embargo,
hasta 1914 no se dieron cuenta de que, lo que habla sido lo-
grado por Orton, el carnicero de Wagga Wagga, y por Bruce,
el carpintero de Melboome, en provecho propio, podla lograr·
se en una escala mucho mayor para bien de la nación, por parte
de personas de la máxima integridad, empleadas por el Estad.o
y con todos los recursos del mismo a su disposición. Como ocu-
ne con tanta frecuencia en la vida contemporánea, w duras
lecciones aprendidas en la vida privada fuerori adaptadas, si1-
1emati1.adaa y desarrolladas por la comunidad. En este caso, por

(•J • .-e
Atthur Ott°" ful d defundantc tn ti cfkbrt: procao T,JQlbornc
IIIYO ugu en lng1atcrn e11 187:r. Prctmdla IU d deYp~do hu~ao de la b'·
tan1 Tkhbome qut te crda que ac había ahopdo t'll, el hundlrni<n10 de un barw
IIDQI aftot antes. P·r('lcncUa .qnt" ha'bfJ. sido 11:1\v~o J qut'. deKle mtontts. ar h:a];b
etado ganaodo la_ .-ida ,omo cam:itero,en Wagp.. (ft Au..raUa. AuM¡ue no .e- ~
da nada en 1btoh11.o al huodcro dep.pa.rocido. ml&el M pc:n,on.u crdan m Ja vcnt.-
~ de •u ptttcnalón 1 lub'on mudtóe h'5 que: aportaron ••• dloero a un.a
-pelón pon ay,,<larl<'. OU1tl(Jo "' demanda !uf ­llm•da. d«pob de ""
i.kio que du,O ara de UI\ at\c;> r que ice di~ que a,nó to0..000 libras attrli.lill.
lw pcneguldo por pcr-jurio y, dtlpufs de eue la..,, jukio, fu~ rondfttldo a 14
IIIDI de 5Cf"l'ldumbre pcn.al. Sln cmba'J°:, muchol, c.recn codavta en él, ~.
N&ml pucu. en que: en un obrno aJ auJ una familia rica y ari.stocrllica ataba tn·
- de pr!Ylt de .... dettt.hoo.
!J CUO Bruce. en ,907. se refi('t'e a una p~IC'O$ión muy timila.r. ,Sc.ba_cabJ. en ••
IOIDbtJa. fittMffl dC' q~ ~1 duque de Portla:nd ha.tú Unido una dohk- ...-ida. palali·
tlD áDI parre de su vida como dn<JIK de POrlla.fld y la .orra panc: romo mb:ttt 8,uqe,,
el acaudala propiccario <le una gnn tien.ch• de Londn:s, Se d«ia 'J.Ue un patadito
WIKHtO eoncct.llba Mn dos roidcndu. Cuando d duque .K an,6 de di& doble ·vida.
~ que te libró ck rntttcr Bnstt por medio de 1.ln c1utffl'O bien pnpuQ. con
• ltm.ro •adQ. Mooho dcspu&: dr 1:a reuene del duque y de ml1ta 8ru« (que lfl
-. ~a. de verdad q)1e 11e morí6 d.c wrd1d mn,o iodo el nrnodu) ful rrac,uad1
... Nd1m.adón sobr~ la hCf'Cl'.KU dU<'II, por un arpintcro de Mtiboumc-', dcsttn·
... IC de mbltt Bnx;c. El cato fu~ 6nalmen1~ 1!~1imado -d~pu,..., de ff't\Kho
plato y audio pc:rJutio- da.puó de abrhw tl ffrc.1ru. donde In(' ~rooir.u~ C'I
cutr~ deJ wcrdadno mbtcr Brua.
F, J. P. VEAI..E

lo menos, la nacionalización fué justificada triunfalmente por


' los resultados decisivos logrados.
En opinión de dos observadores tan distintos como lord
Northcliffe y Adolfo Hitler. la guerra de 1914-1918 fué ganada
por la propaganda bélica de los aliados. De una parte, los pue-
blos de los aliados se inspiraron en sus esfuerzos de guerra en
ruidosas protestas. asegurando que profesaban ideales genui-
nos, aunque vagos. Por otra parte, al pueblo alemán nunca se
le hizo comprender en forma clara por qué estaba luchando.
Cuando las hostilidades progresaban favorablemente se le decía
que lá recompensa sería la anexión de algún territorio extran-
jero; cuando las hostilidades tomaban un cariz desfavorable, se
le deda que luchaba por su misma existencia, aunque sus ene-
migos se habían comprometido a conduir una paz a la cual no
se pudiese hacer ninguna objeción razonable.
El hecho de haber ganado la guerra, puede decirse que jus-
tificó plenamente la propaganda aliada, pero, sin ,embargo, en-
trañó varios inconvenientes cuyos efectos no se experimentaría
en toda su amplitud basta más adelante. Es evidente que esta
campaña de propaganda violó dos de los principios sobre los cua-
te, más había insistido Emeric de Vauel, En primer lugar,
como hemos visto, había afirmado que «todas las expresiones
ofensivas que indicasen senumientos de odio, animosidad y
encono». deben ser evitadas, para no cerrar el camino a --una
solución negociada . .En segundo lugar, había insistido en que
los objetivos de guerra debfan ser limitados y concretos. y no
debían de «ser mezclados con la justicia y el Derecho, ni con
ninguna de las grandes pasiones que mueven a un pueblo».
En apoyo de estas afirmaciones, Vartel, resumiendo, ar-
güía que la ú, lea justificación de la g1 erra es que conduzca
a una paz duradera. Ahora bien, una paz duradera sólo puede
surgir <le un acuerdo libremente negociado. Cualquier clase de
pasión es un estorbo a la negociación. Las expresiones ofensi-
va, y las alusiones a actos anteriores suscitan emoción. Por lo
tanto, las expresiones ofensivas y todas las demás alusiones sobre
1, , oncicnciu deben evitarse en la guerra. ·
EL CltlUEN DE Nl.lRE)lBEP.G

La guerra de 1914-1918 puede decirse que fué ganada por


el uso copioso y hábil de expresiones ofensivas. De acuerdo con
la argumentación de Vajtel, no podía conducir a una paz du-
radera. Además, Vauel afirmaba que una paz dictada con du-
reza cenia que suscitar, inevitablemente, la determinación, en
el bando derrotado, de cambiar la situación. Adolfo Hitler
puede ser perfectamente presentado corno la encarnación de
semejante determinación.
Durante el curso de la lucha, el destino ofreció a los pue-
blos de Europa una última oportunidad de escapar al castigo
natural de la desunión y el desorden. En la Guerra Civil En·
ropea núm. 8a, los beligerantes se mostraron tan igualados que,
al cabo de tres años de desesperados conflictos, no se habla ga·
nado ninguna ventaja decisiva. La autoconfianza_ excesiva había
descendido en todas partes; el Ejército alemán no había logra·
do un segundo Sedán en el Marne, y la Marina británica no
habla tampoco logrado un segundo Trafalgar en jutlandia :
lejos de reconquistar Alsacia, el Ejército francés no había sidq
capaz de proteger el norte de Francia de la ocupación enemi-
ga; -el Ejército ruso y el Ejército austríaco habían sufrido una
serie de derrotas humillantes; y el Ejército italiano acababa
de demostrar en Caporetto a qué enorme capacidad de resis-
tencia pueden llegar corriendo los seres humanos que están
poseídos por el oánico. En todos los países y entre todas las-da·
ses se había llegado al convencimlento de que la guerra ya no
era el deporte ordenado y educado de los reyes, como lo había
sido en el siglo xv111, sino que se había convenido en un asunto
tedioso, costoso y mortífero; en todos los países y entre todas
las clases predominaba el cansancio de la guerra y la desilusión.
Aquellos que objetaban que tres años de actividad frenética
y de terrible matanza no debían de pasar en vano, se les podla
responder que lo mejor, y, de hecho, la única justificación de
tanto sacrificio y derramamiento de sangre, no eran unas pe·
quenas anexiones territoriales o un reajuste de frerucras. sino
una paz duradera basada. con seguridad: en el con\'encimicn10
de todos los interesados de que la guerra de hoy tifa no bcnc-
F. J. P. V.EALlt

ficia a nadie. Si hubiese sido concluida la paz en 1917, por lo


menos durante varias generaciones, los militaristas y los Iabrí-
cantes de armamentos se habrían. afanado en vano para borrar
la memoria de semejante experiencia.
La oportunidad dorada para establecer un arreglo durade-
ro debió de ser evidente para muchos en aquella época. Pero
sólo el marqués de Lansdowne llamó la atención pública en
este sentido. En representación, no sólo de la sana opinión pú-
blica de la Gran Bretaña, o de la sana opinión de Europa en
aquella época, sino comó portavoz de la protesta contra la ma-
tanza inútil, que con. frecuencia había sido expresada por pen·
sadores europeos aislados desde el comienzo de la Edad Media,
el 17 de noviembre de 1917, lord Lansdowne escribió una carta
al Times en la cual pedía urgentemente que comenzaran las ne·
gociaciones de paz. «La prolongación de esta guerra significará
la ruina del mundo civilizado» «Si queremos que la guerra ter·
mine a tiempo de evitar una catástrofe mundial, los pueblos de
ambos bandos tendrán que darse cuenta que ya ha durado de·
masiado tiempo».
AJ ll'atar de influir a un público que estaba atravesando un
fuerte período de psicosu de guerra mediante un llamamiemo
a la razón, lord Lansdowne dió muestras del máximo valor mo-
ral. También DlOlltró una aguda visión polltica, aunque no
podemos pensar que viese con claridad todo lo que estaba en
juego. Si se hubiese concluido en 1917 una paz sin vencedores
ni vencidos, la paz habría sido, en primer lugar, obra de euro-
pc<l', y, por consiguiente, no habría habido ocasión de rendir
humilde homenaje al presidente Wilson y a su doctrina de la
«autodeterminación» que inevitablemente entrañaba una pron-
ta disolución del Imperio británico; el Soldado Desconocido
alemán habría seguido siendo meramente uno. cualquiera de
los obscuros millones de hombres que habían luchado en la
línea del frente por su patria ; la devolución de Alsacia a Fran-
cia habrta suprimido la causa principal de animosidad entre los
dos Estados europeos principales¡ las clases gobernantes de
Rusia habrían recuperado rápidamente el dominio de la situa-
E.L CRóCEN DE NUIU!llBERC

cién, Rusia habría seguido siendo miembro de la familia euró-


pea de naciones y el intento de Lenin de restaurar el imperio
eurasiático de Gengis Khan, en forma de una agrupación mi·
litante de naciones comunistas, habría fracasado en sus comien-
zos; habrían seguido ~iendo inconcebibles rasgos caracterísri-
cos de la vida contemporánea, como la matanza sin distinción
de sexo de personas civiles mediante los ataques terroristas desde
t'I aire, las deportaciones en masa de poblaciones en números
superiores al millón, el pillaje oficial de la propiedad privada,
el sabotaje sistemático de las industrias enemigas, .y el envio
de los prisioneros de guerra a los campos de concentración por
un periodo de duración indeterminada. Quizás aún de más
interés para muchos, en el futuro, serla el hecho de que Asia
habría seguido siendo una zona vasta pero remota, situada al
otro lado de los Urales, que no se tragada a media Europa, ex-
tendiéndose hasta las orillas del Oder, a cuatro horas de vuelo
de Londres. Ninguna otra fecha en la historia humana está tan
preñada de condicionales pai-a el futuro como la fecha de la
carta de lord Lan&downe.
Pero los h.Íbitos que han imperado durante mil años no se
1uperan fácilmente. El director del Times, antes de meterse en
un jaleo, tiró la carta, que después de todo era la carta de un
lord, de un ex ministro del Gabinete, al cesto de los papeles.
Sin embargo, el director del Daily Telegrap era hombre más
enérgico; con gran valentía publicó la carta. Antes de escribir·
la, lord Lansdowne babia revelado su intención a cierto nú-
mero de estadistas prominentes -entre ellos míster Balfour,
lord Hardinge y el coronel americano House-, que susurra-
ron que aprobaban sus puntos de vista. Pero, cuando estalló
la tormenta, estos caballeros guardaron un discreto silencio. El
Gobierno británico expresó su horror ante la mera sugestión
de que fuesen revelados Los objetivos de la guerra; se dieron ér-
denes a los departamentos de propaganda y, al cabo de pocos
días, lord Lansdowne era el hombre más impopular del país,
A partir de entonces, los que continuaron luchando para salvar
154 F. J. r-, \'EALE

a Europa <le la locura, luchaban en una batalla que estaba defi-


nitivamente perdida.
Vistos de manera rerrospecriva, los descensos observados en
la forma de hacer la guerra durante 1914-1918 parecen meno-
res de lo que podía esperarse en aquellas circunstancias. Hubo
un claro descenso, pero no una caída vertical. En esencia, este
conflicto siguió siendo una guerra civil, y las tradiciones de la
guerra civil europea, que habían existido durante dos siglos,
se mantuvieron en su conjunto. Vemos esto perfectamente,
comparando el comportamiento de las tropas qne entraron en
Alemania en 1918 y el de las que invadieron el pals en 1945.
Aislados. durante cuatro años de servicio en el frente, de la
población de la retaguardia, los soldados de Focb y de Haig
hablan adquirido, en alto grado, el aspecto de soldados profe-
sionales. En contacto con los hechos, se dejaban 'influir poco las
mentiras de la propaganda, y se había desarrollado una crecien-
te corriente de simpatía y respeto entre ellos y sus enemigos,
como hombres que se enfrentan con los mismos peligros, que
soportan las mismas penalidades y que cumplen con los mismos
deberes. Su disciplina, cuando entraron en territorio enemigo
en 1918, no se vié minada por las exhortaciones oficiales a que
se abstuviesen a toda costa de «tratar con mimo» al enemigo.
El saqueo de propiedades civiles por parte de los soldados se-
guía siendo, por entonces, un grave delito militar, como lo si-
guió siendo hasta que se anunció después dé las hosLilidades que
la propiedad civil enemiga seria oficialmente saqueada. No
tenían delante el ejemplo de las tropas de potencias no curo·
peas, indiferentes a las reglas de la gue.rra civil de Europa, ni
de los grupos de guerrilleros de los países que sufrieron poco
antes bajo la ocupación alemana, y que querían saldar viejas
cuentas. Sus jefes eran hombres de gran carácter S: recuerda
que, poco después del armisticio, el general Plumer informó
a Whitehall que no se haría responsable de la disciplina en
Colonia si sus {ropas rnntinuaban siendo seguidas por bandadas
de niños muertos <le hambre; para los cuales los polüicos nada
hablan previsto.
.
EL CIU~fEN DE NURE1,18ERC

Con un valiente desprecio por los sentimientos de la opi-


nión civil, envenenada de propaganda en· su país, el general
Plumer no ocultaba su simpatía por la actitud de sus hombres.
Hay que reconocer que no eran frecuentes los episodios de
esta clase. La recepción dispensada a los delegados de paz ale-
manes en Compiegne no tenía, por su Ería severidad, pre-ceden·
tes en los largos anales de la guerra civil europea El mariscal
Foch era una persona poco amable, fria, precisa y rígida. Su
actitud. fué continuamente dura e iriflexible. Pero no olvidó
nunca que era un soldado profesional, familiarizado desde la
juven~ud con las reglas y la etiqueta del juego europeo de la
guerra civil. Después de la guerra, se suscitó un ruidoso clamor
en los círculos civiles para que un cierto número de soldados
profesionales distinguidos, incluido el mariscal Von Hínden-
burg, fuesen castigados. Desde luego se consiguió preservar la
acostumbrada unanimidad completa entre el punto de vista
militar y civil, y ese clamor fué desapareciendo misteriosamen-
te y acabó .por extinguirse. Hay que sospechar que ese clamor
fué ahogado por un pie pesado, o por muchos pies pesados, de
una o varias personas desconocidas.
Hubo pocas invasiones deliberadas en el santuario de las
vidas de las personas no combatientes y de la propiedad civil
durante la guerra, Los alemanes aterrorizaron !l París tempo-
ralmente, disparando unas cuantas granadas sobre la ciudad.
mediante el uso de un cañón de largo alcance. Pero los daños
en vid:is y propiedades fueron ligeros. Desde luego, las ciudades
francesas ­y belgas sufrieron muchas destrucciones como resu l·
tado del bombardeo artillero de los ejércitos alemanes que mar-
chaba n hacia el oeste, pero esto sólo ocurrió en relación con
operaciones militares directas, tal como permitía el código euro·
peo de la guerra civilizada. La matanza principal de vidas civiles
Iué consecuencia del bloqueo británico de Alemania que con-
tinuó durante casi un año después del armisticio y que ocasio-
nó la muerte por hambre de cerca de un millón de alemanes
no combatientes. Sin embargo, en conjunto, el viejo código
F. J. P. VULE

europeo de la guerra civilizada dominó la estrategia militar y
las operaciones durante el conflicto.
Pocos se atreverían ahora a negar que el arreglo de paz. de
Versalles de 1 ~19 fué un fracaso total y rrágico. Fracasó por
completo por la razón tan claramente aducida y explicada por
Vattel ciento cincuenta anos antes. Su fracaso fué trágico por·
que los principios sobre los cuales decía basarse, justificaban las
más altas esperanzas. Desde luego es imposible reconciliar los
términos del Tratado con los Catorce Puntos, de acuerdo con
los cuales se hizo la promesa aliada en la época del armisticio.
Pero no por eso nos vemos obligados a aceptar la opinión tan
apasionadamente aducida por Adolfo Hitler, de que el Tratado
de Versalles no era más que la culminación de una gigantesca
esta.fa, iniciada desde el primer momento con deliberada inten-
ción. Los Catorce Puntos no eran una colección de palabrería
deshonesta, como la Carta del Atl.intico. Es verdad que más
tarde fueron utilizados como propaganda para embaucar al
pueblo alemán, pero no era ése el propósito de su autor, el
presidente Wilson.
, Es un hecho curioso que el Tratado de Versalles transgre-
día precisamente el punto en el cual se seguía la práctica más
estrictamente ortodoxa. Durante siglos habla sido un princi-
pio aceptado de la guerra civil europea que el vencido debla
pagar a los vencedores el costo de la guerra. Este mismo prin-
cipio es adoptado, en los sistemas legales de todos los páiscs, en
los litigios entre los individuos civiles. Los gastos siguen al
hecho. El hombre que recurre a la Ley y fracasa, tiene que pagar
las costas del proceso. Por la misma razón, el país que recurre
a la guerra y es derrotado es requerido para que pague el costo
de las hostilidades.
Mientras la guerra se desarrolló en pequefia escala, con
gastos comparativamente reducidos, este principio resultaba tan
evidente y tan razonable que el pago de las indemnizaciones
de guerra no suscitaba la menor dificultad ni animosidad. En
los litigios, un perito tasador se ocupa de. que la parte que sale
ganando no dé rienda suelta a su imaginación al pasar la cuenta
EL CIUMEN DE NUll.DlllERG 157
de los gastes. En la guerra, ciertamente, nunca ha habido un
perito tasador internacional. Sin embargo, Ias indemnizaciones
de guerra exigidas en los siglos xv111 y xix parece que no han
ocasionado, grandes trastornos. En el síglo pasado fué costam-
bre denunciar como- severas las indemnizaciones pedidas por
Bismarck después de la derrota de Francia en 1870. A nuestros
ojos parecen moderadas en extremo, lo cual es evidente, pues
lo demuestra el hecho de que Francia fué capaz de pagar la
suma total exigida en el transcurso de cinco años, y que diez
año.s después de Sedán volvía a ser un Estado próspero y rico,
y una de las tres grandes potencias militares de Europa.
Sin embargo, en 1919, la guerra se habla hecho tan fabulo-
samente costosa que, aun cuando los gastos de los aliados hubie-
sen sido evaluados por un tribunal equitativo, la suw. a pagar
habría quedado muy por encima de la capacidad de pago del
vencido, y; si por algún milagro hubiese sido pagada, se habría
conmovido toda la estructura económica del mundo. Aunque
todo el mundo admitía que esto era imposible, se siguió insis­
tiendo en que se paga.se la totalidad. Desde luego, el vulgar
saqueo de· la propiedad pública y privada, tal como le estable-
da el Acuerdo de Potsdam de 1945. habría resultado inconce-
bible para el presidente Wihon, que anteriormente habla sido
profesor de jurisprudencia.. Insistió muy amcnudo en que no
ee debla sacar ni un penique de Alemania: lo único que se
~íaexigir a Alemania era que se atuviese al principio de que
las costas -tienen que ser pagadas por el vencido. El cumplí-
miento de este principio significarla el pago de un total muy
superior a la riqueza completa de Alemania, si se exigía el cum-
plimiento con toda exactitud,
El resultado fué una serie de conferencias inútiles para la
solución del «Problema de las Reparaciones» que todo el mun-
do sabia que era it0P9Sible de solucionar. El único resultado
que se consiguió fué perpetuar y agravar repetidamente el en·
cono del tiempo de guerra. A la larga, los aliados se fueron
cansando de insístir en el cumplimiento de un imposible, y la
F. J. P. \tEALE

tácita cancelación de una parte del Tratado alentó naturalmen-


te a los alemanes para intentar repudiar el resto.
Hubo un momento, hacia 1915, en que pareció posible que.
una vez más,.Europa escapase a la penalidad normal de una
guerra civil. Los Estados Unidos liabfan rechazado de manera
ostentosa todo interés por los asuntos europeos, Eran niuy po­
cos los que creían que los sucesores de Lenin lograrían man-
tener unido el Estado soviético que había creadc aquél sobre
las ruinas del Imperio de los zares. En Locarno, míster Brian,
herr Stresemann y sir Austen Chamberlain se reunieron y acor-
daron colaborar cordialmente para el bien común. Las lámpa-
ras que en 1914 había visto extinguirse una por una sir Edward
Grey, iban a ser encendidas de nuevo, en contra de su lúgu-
bre predicción, con lo cual iban a volver la prosperidad y la
felicidad de la época -eduardina.
Pero no se suprimen tan fácilmente unos hábitos que se
remontan a doce siglos. En Europa, en el pasado, las diferen-
cias políticas habían conducido siempre, al final, de manera
forzosa, a la guerra civil. Nunca hablan existido anteriormente
en Europa tantas y tan agudas diferencias pollticas. Como había
señalado De Vattel, en la Edad de la Razón, un tratado im-
puesto por la fuerza, sólo puede ser mantenido por la fuerza.
El Tratado de Versalles había impuesto unas condiciones de
paz duras, dictadas al vencido, con Jo cual inevitablemente habla
de surgir en éste la determinación de cambiar sus disposiciones.
cualesquiera que fuesen los riesgos inherentes. Entre 1933 y
1938, Adolfo Hitler, la encarnación de esta determinación, fué.
destruyendo con amenazas de fuerza, una por una, las principa-
les disposiciones del Tratado de Versalles, Durante todo este
tiempo, la Unión Soviética continuó consolidándose como gran
potencia militar, con las grandes ambiciones de los zares com-
binadas ron las ambiciones políticas y económicas de Carlos
Marx. Entre la Europa occi_dentaly la, Unión Soviética se en-
contraba el Estado de Polenta, acabado de recrear, Para Alema-
nía, en -partícular, Polonía servia de inestimable Estado tapón.
La autodefensa ligaba a Polonia con Alemania, puesto que la~
n, ClWtEN DE NIJREl,IBERG

clases gobernantes polacas dependían, para su misma existen·


cía, de su capacidad para tener a raya al comunismo. Pero,
entre los grandes absurdos del Tratado de Versalles, se encon-
traba la creación del llamado Corredor polaco Para rectificar
este error, de importancia mucho más psicológ\ca que práctica,
Hitler estaba dispuesto a sacrificar la protección del Estado
tapón. Por su parte, las clases gobernantes polacas estaban dis-
puestas a defender el Corredor por la fuerza, aunque sabían que
el precio de la victoria entrañaría inevitablemente la absorción
final de Polonia por la Unión Soviética y su propia y despia-
ciada liquidación.
La preservación de la paz tenla una importancia suprema
tan evidente para el Gobierno alemán y para el Gobierno pola-
co que, naturalmente, ambos estaban convencidos de que el
Otr_O estaba quemando pólvora en salvas. De conformidad con
esto, en septiembre de 1939 se tomaron las primeras medidas-
que habrían de llevar finalmente a Hitler al suicidio en las
ru inas h umeantes de la Cancillería del Reich, y a la clase go-
bernante polaca a ese exterminio sistemático que hab!¡t de em-
pczar menos de un año más tarde en el bosque de Katyn.
Con el fin de preservar la .integridad de Polonia, al menos-
asl lo anunciaron, Gran Bretaña y Francia declararon en seguí·
da la guerra a Alemania. Se creía firmemente que Alemania ca·
recia de dinero y suministros de materias primas: se decía que
la Reichsuiehr no sólo no tenía equipos ni entrenamiento, sino
que carecía incluso de espíritu combativo. En resumen, parcela
que lo único que babia que hacer era dar marcha atrás a los
relojes y volverlos a colocar en la h.ora crucial del 11 de no-
viembre de 1918. Se suponía que la guerra iba a ser un asunto
exclusivamente europeo, del cual, desde luego; los no europeos
no habrían de sacar ninguna ventaja.
Pero estas, anticipaciones optimistas no se cumplieron. Se
nos dice de manera autorizada que, como resultado de una
«idea» del Ministerio del Aire británico en 1936, se decidió
que, en caso de una futura guerra, tenían que ser bombardea-
dos los. objetivos no militares. De esta manera, Europa sucum-
16o F. J. P. Vl!ALE

birla finabnente a la aoctrina Lincotn-Oraat-Shermm de que


la destrucción de la propiedad y de los recursos dél erremigo era
tan eficaz y legítima en la guerra como el derrotar a las fuerzas
militares enemigas. Ésta Iué la decisión. 'Fué puesta en práctica
por primera vez el 1 1 oe mayo de 1940, cuando los bombar-
deros ingleses atacaron las instalaciones ferroviarias alemanas.
'Los bombardeos alemanes, hasta entonces, se hablan limitado
a1 campo de operaciones, contra las avanzadas enemigas y los
centros fortificados. Por egoísmo más que por consideraciones
humanitarias, Hitler trató de limitar el bombardeo a los obje-
tiyos militares, pero los británicos rechazaron sus gestiones en
es~ sentido. Hitler, naturalmente, pagó en la misma 'moneda.
y el tradicional c6digo europeo de la guerra civilizada, quedó
hecho pedazos. Más 'tarde, la aviación americana, con poco co-
nocimiento o poco respeto para el código europeo de la guerra
civilizada, se unió a la británica en los bombardeos en masa. La
devastación de personas y propiedades civiles se produjo en
una escala superior a todo lo conocido por asirios y mogoles,,en
gran parte como consecuencia de las mayores facilidades mecá-
nicas de destrucción. La guerra total primaria volvía a resurgir
con un horror y en un grado desconocidos hasta entonces por
la experiencia humana. Las fases y los pasos por los cuales se
logró este terrible resultado BOD descritos en el capítulo si-
guiente.

'

CAPITULO VI
\

LA ESPLÉNDIDA DECISióN

La guerra que empezó en septiembre de 1939 y terminó en


junió de 1940, fué en todas las cosas fundamentales que pudie-
ron observarse, una típica guerra civil europea. Aunque sea de
absorbente interés para los que estudian estrategia y táctica,
no presenta rasgos de interés general, como no sea el hecho de
que la cuestión debatida era todavía más frívola que dé costum-
bre; su dutación tuvo una brevedad sin precedentes y ocasionó
pocas pérdidas de vidas y pocos daños. En la batalla de Francia.
las bajas totales alemanas fueron inferiores a una tercera parte
de las bajas británicas en la ofensiva del Somme en 1916. Como
que terminó tan rápidamente - de hecho la lucha sólo duró
cuatro semanas-, no tuvo tiempo de desarrollarse una _psicosis
de guerra. Antes de que los «ingenieros emocionales» pudiesen
llevar a sus respectivos públicos a un frenesí de odio, todo había
terminado. La decisión de 1918 había sido invertida, el Ejér-
cito francés se habla rendido y la fuerza expedicionaria britá-
nica se había retirado, abandonando su equi po, a través del
canal de la Mancha.
Embriagados por la rapidez y por lo completo de su triun-
fo, los vencedores no tenían el menor deseo de cobrarse viejas
cuentas. La deliberada humillación de Clemenceau a los dele-
gados alemanes en Versalles, la ocupación de ciudades alemá-
nas con guerreros negros-y la campaña de M. Tirard para ane-
xarse Renacía por la fuerza y la intriga. fueron olvidadas.
Con su sentido histórico. altamente desarrollado, Hitler insís-
11
F. J. P. VEAI.1

tió, desde luego, en que el famoso vagón de ferrocarril del


bosque de Compiegne, en el cual el mariscal Foch había dic-
tado las condiciones de paz tan duras sólo 1,
años antes, debla
ser el escenario de la rendición del Ejército que, en aquella
ocasión, condujera Foch a la victoria. Sin embargo, todas las
formas de la etiqueta militar fueron observadas puntualmente.
El mariscal Pétain fué tratado con el respeto que merecía su
historial militar. A pesar de que presumían del aspecto más
modernista, no se les ocurrió, ni siquiera a los nazis más extre-
mados, que la heroica defensa dirigida por Pétain en Verdón
en 1916, justificara su condena como criminal de guerra. Hasta
cinco años más tarde, y a manos de sus propios conciudadanos,
el valeroso y anciano mariscal no iba a experimentar lo que
Dante llamó «el arte horrible de la justicia».
Desde luego, es un derecho indiscutible de todo Estado so-
berano el tratar a sus propios ciudadanos de acuerdo con su
propia justicia. La administración de la justicia en Francia es
de la incumbencia exclusiva de los franceses. Sin embargo, es
de Interéj general el espectáculo del héroe de Verdón (cono-
cido también por el prisionero de Yeu), el hombre que salvó
a Francia y a la causa de los aliados· cuando el Ejército francés
se amotinó después del fracaso de la ofensiva del Cbemin des
Dames, muriendo a Ja edad de 95 años, después de haber su-
frido seis años de riguroso encarcelamiento en una pequeña
isla sombría de la costa atlántica. No cabe duda que el maris-
cal Pétain se hizo cargo del mando en Francia en 1940, movido
rolo de su sentido castrense del deber, y de una manera total-
mente constitucional. Es también indiscutible que hizo todo
lo que pudo por servir a Francia en tan desesperadas circuns-
tancias. Cuando llegó el desastre consideró su deber permane-
cer al frente del Estado. En 1919, el mariscal Von Hindenburg,
un soldado de la vieja escuela como el mariscal Pétain, llegó
a la misma decisión y se hizo con ello acreedor al respeto uni-
versal. Los dos aceptaron, de acuerdo con la vieja tradición, de
que el capitán debe ser el último que abandone un barco que
r;e está hundiendo. Este papel tradiciona! ha sido contrastado

EL Oltlla.N DE NUREM:SERG

frecuentemente con el comportamiento de las ratas que, según


una creencia popular, también antigua, abandonan el barco
que, por instinto, saben que va a, hundirse. Resulta curioso
que, anteriormente, nunca parecen· haberse combinado estas
dos tradiciones en una sola leyenda de un capitán que se hunde
con su barco, P'-ro que no muere y es juzgado .y condenado
por quienes consideraron más prudente, o menos desagrada-
ble, retirarse a tiempo (1).
El papel del mariscal Foch, en 1918, fué desempeñado por
el jefe del Oberkommando der w~Jrmuu:ht (Mando Supremo
del Ejército), general de División Wilhel von Keitel, ascendido
poco después a mariscal de campo. Keitel, un capitán de arti-
llería desconocido que mandaba una batería eri 1914 y que
poco después fué trasladado al Estado Mayor, ascendió con
rapidez de un cargo a otro, de modo casi inadvertido, hasta ~
que alcanzó la máxima categoría cuando todavía era práctica-
mente desconocido fuera de los círculos militares. En eL histó-
rico lugar del bosque de Cornpiegne, el 22 de junio de 1940,
Keitel vela coronada su carrera militar con la aceptación de la
rendición del Ejército francés derrotado, asegurándose, de esta
manera, un lugar importante en los anales de 1:\ guerra moder-
na, junto a Grant, Moltke y Focb. Pero, para él el destino
tenía reservado un desenlace cruel, único en la historia .de los
tiempos civilizados. Sin qu_e lo pudieran sospechar ni él 11i sus
contemporáneos: Némesis estaba a punto de arrollar la Euro-
pa que durante tantos siglos se habla lanzado con impunidad
· a la contienda,civi1.1ban a desaparecer los viejos cánones, las
viejas restricciones, las viejas decencias, con tantas otras cosas
más. El ser condenado a muerte y ejecutado después de haber
sido cogido prisionero, es algo que no 6guraba entre los riesgos
legttimos de la vida del soldado en la época en que Keuel in·
gresó en el Ejército, en 1901, a menos desde luego, que se
prestara servicio contra los derviches o 195 abisinios. Seis años
.
(1) Ybtlc Slslq Huddlcuon. Piuin: rf'Oito,. or Potriot (u.-Pl·u1in: traidor, o
patriour»), Londro. Andrew .oua,, LuJ. 1951.
F. J. P, V~Lg

mú tarde, al sufrir la pena de muerte como prisionero de


guerra, Keitel iba a lograr una significación histórica mucho
mayor de la q ue consiguió en vida. Si alguna vez llega el arte
de la guerra a hacerse cosa anticuada, sus éxitos militares sólo
resultarán interesantes para los anticuarios: su muerte violen-
ta siendo prisionero de guerra en N urem berg, en 1946, se recor-
dará siempre como un acontecimiento que marca una impor-
tante desviación en el curso de la civilización humana (J ).
Según se indicó antes, la guerra de 1939-1940 no tuvo, por
al misma, ninguna caraiierística destacada. Exteriormente, sin
embargo, su curso estuvo dominado por un factor que era
nuevo. A través de la frontera oriental de Polonia habla sur-
gido la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, una poten-
cia militar totalitaria y gigantesca, semiasiática, con recursos
naturales ilimitados y un sistema industrial que se desarrollaba
rápidamente, de «aspecto - son palabras del general J. F. C.
Fuller - profundamente anrioccidental» (1). Con este coloso
militar mirando y esperando tan de cerca, la guerra civil de-
jaba de ser un asunto particular que se desarrollaba por dis-
tracción, una mera cuestión de reajuste de algunas fronteras.
para sacarse alguna vieja espina. Incluso la más breve guerra
ovil entrañaba serias consecuencias. En cuanto empezaron las
hosrilidades. la U. R. S. S. se dispuso a realizar sus ambiciosos
planes de expansión a expensas de Europa. En primer lugar, una
tercera parte aproximada de Polonia fué anexada, sin hacer
-maldito el caso del hecho de que Gran Bretafia y Francia pre·
tendían estar luchando para garantizar la independencia de
(t) At ga,er&J Kcitcl no Jo hemot degklo aqul por au ~n carkter ni por su
btilltJ'ltCl como com~ndan1,e. tn -unl>OJ aspcxlOf era bastante:" inferior a gtneralt'i
alt'UlJ.RCI utlft como wcreer von Fril$Ch. Waltbcr \'00 hnuc.bilS<.b, Ludwig Beck.
ft:itnA }(a1de-, Ca von Ru.ti.ltcclt,. o Friu Erl(h t,(M'I Mtmtdn. ClCrtamc.ntt. Kcirct
en. m;b bien un hombre dcbil ~ no hada. nw que d~ir que ir I H.i(ler. a.wique:.
dt'lld~ lutgo. no era uno de esos gmer.iles <.r0dó:1 por HWcr, come Jodl. Hcmot
t:Stgldo a Kdtél, porque en un gtñ('J:aJ ilcan:in tradidon:al, pmidló la rmdklón del
Ejrcfto frál,. ffl 1·9.¡:o, fué- comandante jcle de IOl cjáo~ alQnan(:f cuando d
<Of:ap,o d( 1g.t5, y fu~ tjecut,ado Q:>mo criminal de guerra J>')r orden del íribunal
<I• Numnb<r¡t, '
(1} Gentrll J. f. t. l"uUcr. Armom('nt ond Hut°ry, (11éJ umammto y ta HJ..
tu 1 ..). Lood.m, Erre and S¡,óth~woodc, 19-10, pág. t8•.
,;L CRIMEN DJ;; NURl™llEllG

Polonia. Después vino Finlandia, «sublime en las fauces del


peligro», según frase de Churchill, que fué atacada y subyu-
jpda, Luego, Estonia, Letonia y Lituania fueron arrolladas y
los miembros principales de sus clases burguesas fueron liqui-
dados o deportados al interior de Rusia. Con el colapso de
y
Francia la retirada de los británicos a través del canal de la
Mancha, dos problemas urgentes se plantearon a la considera-
ción de todos los europeos. En primer lugar, si el dominio de
Europa por la Unión Soviética no serla un precio excesivo
que habría que pagar por la continuación de la guerra civil.
En segundo lugar, si no se consideraba excesivo este .precio,
een qué medios habría que continuar la guerra.
Alemania, con una marina insignificante en cuanto al nú-
mero se refiere, no podía enviar un ejército a través del mar
para invadir la Gran Bretaña, y, por sl sola, ésta nunca podría
tener la esperanza de invadir Europa con un ejército lo bas-
tante fuerte para evitar el ser inmediaramente atacado con una
superioridad de fuerzas aplastante.
En síntesis, el problema era el siguiente: la regla esencial
de la guerra civilizada establecía que las hostilidades debían
limitar-se a las fuerzas combatientes. Pero, desde el 2 2 de junio
de 1940, las fuerzas combatientes estaban separadas por él mar
¿Cóm.o, en tales circunstancias, podrían continuar las hosrili-
dades? .
La solución de Hitler a este problema fué una oferta de
paz negociada. No es necesario que consideremos si esta oferta
era sincera o no, ,pursto que otra actitud, desde su punto de
viata, habría sido una locura. Había conseguido todo y mucho
llliJ de lo qüe se habla propuesto conseguir, y sobre Alemania
ae cernía la sombra del Ejército rojo (~ ). Tampoco hemos <le

(1) En opinws'I dt míster JamCI F. Bymu: ,1..u dos confcrffl.('Íb de Molotov


CIOD. 'HitlC!r en kM, <.Ub u y ,, de noviembre. de 1940 marcaron cl pu.oto de ¡nüni(l1.1
• la 8'Uttru,. Cc:imo prcdo por la prol"l'.lim por parte -de la Unlóo So\·iltK• de
Qnaplir la p.r011Jm hc.'Cha el año anterior por t:lla n,it:roa d,e no uacai a .'\lt:man)Q.,
~ pedía el pn.)t«;ton.do aobtt los B,alatncs y ci) dO"echo a c:s,.Ult?lt"l:1:r ""' bate
lllilita.r. n:ival )' al:rca en tus D,mlanet~ que dominase (I Medittrrinto y tonvi,-.
tÍfte ti mu N~ en un lago ruso. •la dc:m:t.nd3. de ·Mololov de un~ rapueita Ua;. •
'
166 f. J. P. VEAL&

considerar qué condiciones habría estado dispuesto a ofrecer,


puesto que sus propuestas ni siquiera recibieron contestación.
Pero el obstinado silencio por parte de los enemigo! de
Hitler tampoco ofrecla una solución al problema de cómo ha-
bían de ser continuadas las hostilidades para impedir que la
guerra se estancase basta ,¡ue la opinión pública se sintiese can-
sada de ella. Medio siglo antes, los únicos recursos disponibles
habrían consistido en lanzar una serie de incursiones rápidas
por las costas de Europa. Ahora, sin embargo, la conquista del
aire había proporcionado un nuevo método, por el cual no
sólo se podía combatir el aburrimiento y el cansancio de la
guerra, sino incluso se podía crear una psicosis de guerra. El
arrojar bombas por la noche contra los centros enemigos de
población, forzosamente tiene que acarrear más pronto o más
tarde represalias de naturaleza similar y la matanza de perso-
nas civiles inocentes resultante no dejará. de inflamar las pa-
siones guerreras por ambos bandos.
Ciertamente, resulta <iifícil imaginar ningún otro tipo de
acción que hubiese producido el resultado deseado. El único
inconveniente de esta conducta era que la Luftwo.ffe, en aquel
momento, era numéricamente muy superior a la R. A. F. Hitler
amenazaba con que si continuaban los ataques aéreos británi-
cos contra la población civil alemana, arrojarla sobre Ingla-
terra diez bombas por cada una que se lanzase sobre Alemania.
Por consiguiente, las pruebas a que serla sometida la población
civil británica, al menos temporalmente, serian graves si se
persistía en semejante política.
Uno de 10& mayores triunfos de la moderna «ingenierla
emocional» es que, a pesar de la claridad del caso, que no
media.ta y ddinitin pan ~ 13 de ncrwJemb«~ rW: 1u. peor ~. ac:rlbe mbtcr
Byrna. (VbJc J...,.. F. Bym<s. $p«1«ír1g Froflllly• ("H•bl>.ndo d­) Nue.­.
York. Harpcr. '9"7· Convcnddo de que nada l'llfa. la promc,a que habfa oblctlido
de la Vnión SovJltia e:l ano anterior. y no queriendo pagar semejante preeic por
ou¡. promesa de tgu.1,I y_aJor, Hltlcr rttha.r.ó la dem.1nda de Molotov, A pan1r de
auonco, considero que un ataque sowitt.i<:o tobre Alemania era sólo cuestión de
timlpo. y nueve meso mil t•1<le, a«rl.Mhmmte o no, decidió concranestat este
acaquc anca de que los Estados Utl'klos muYiaen Ji.nos para partid.pu de llmo
en la gucm.
' EL CRINEN DE NUR.tMBERC

padfa enmascararse ni torcerse materialmente, el público bri-


tánico, a través de todo el periodo de la guerra relámpago
( 1940-1941 ), siguió convencido de que la responsabilidad par
los sufrimientos que estaba experimentando recaía sobre 109
jefes alemanes. Los teólogos consideran la fe como una de las
tres virtudes teologales y aceptan la definición de que «la fe
consiste en creer lo que uno nove así». Puede decirse ahora
que nunca esta virtud teologal había sido desplegada de rna-
nera tan firme por tanta gente y durante tanto tiempo. El valor
práctico de esta firme fe para el esfuerzo de guerra, dificil·
mente podrá ser exagerado. La guerra relámpago fué aceptada
de manera unánime como prueba positiva de la crueldad in·
nata del régimen nazi y, como tal, fué sufrida como algo i nevi-
table. El reconocimiento general del hecho de que habría po­
dido acabarse con ella en cualquier momento podría haber
tenido cierta influencia sobre la actitud pública. Por lo tanto,
nunca se ensalzará qeínasiado 'a los propagandistas emociona-
les británicos par la infinita habilidad con que fué condicio-
nada la mente del público antes, y durante un período de ten·
sión tan largo.
No se suprimió el tabú contra la mención de los hechos,
hasta abril de 1944, época en que la Luftwaffe habla empezado
a quedar paralizada por falta de gasolina y cuando no cabía
ya la menor duda sobre el desenlace de la lucha .. Se hizq esta
, supresión en favor de J. M. Spaight, C. B. C. D. E., antiguo
secretario principal del Ministerio del Aire, al cual se permi-
tió publicar un líbro titulado Bombing VindicaJed (<tVindica·
ción. de los bombardeos»), El titulo mismo constituyó una sor·
presa, pues, hasta entonces, muy pocos habían tenido la menor
idea de que hiciera falta justificar los bombardeos. En este
libro, el hombre de la calle leyó por primera vez que babia
tomado una decisión heroica el día 11 de mayo de 1940. Desde
luego, el hombre de la calle no recordaba haber tomado nin-
guna decisión, ni heroica rti de ninguna otra clase, en aquella'
fecha particular; de hecho, no recordaba haber tomado deci-
sión alguna desde hacia, mucho tiempo, ya· que, en las d~mo-

168· I', J. P. VEALE

eradas, las decisiones no son tomadas por él, sino por Jos finan-
cieros internacionales, los magnates de la Prensa, los latos fun-
cionarios permanentes, e incluso, ocasionalmente, por los mi-
nistros del Gabinete. No es de extrañar que el hombre de la
calle quedase perplejo.
Mr. Spaight, C. O.. C. B. E. resolvió esta perplejidad con
el siguiente párrafo:
«Como 'teníamos dudas respecto al efecto psicológico de la
desviación propagand1stica de la verdad de que hablamos sido
nosotros quienes habíamos empezado la ofensiva de bombar-
deos estratégicos, nos abstuvimos de dar la publicidad que me-
recía a nuestra gran decisión del 11 de mayo de 1940. Segu-
ramente, esto fué un error. Era una espléndida decisión. Fué
tan heroica y llena de sacrificios como lo fué la decisión de
Rusia de adoptar su política de «tierra calcinada». Conferla a
Convcntry y a Birmingham, Sheffield y Southampton, el dere-
cho de mirar cara a cara a Kiev y Charkov, Staling.ado y Se-
bastopol. Nuestros aliados soviéticos habrían criticado menos
nuestra inactividad en 1942 si hubiesen comprendido lo que
habíamos hecho ( 1 ).»
De paso hay que hacer el comentario de que Mr. Spaight,
en ese párrafo, no hace precisamente justicia a los servicios que
le prestaron a él y a sus colegas del Ministerio del Aire los
nombres especializados del Ministerio 'de Información. Sin su
ayuda, esta espléndida decisión podría haber acarreado conse-
cuencias no deseadas. Gracias exclusivamente a lo que él se
complace en llamar «desviación propagandística», los habitan·
tes de Coventry, por ejemplo, siguieron imaginando que sus
sufrimientos se debían a la villanía innata de Adolfo Hitler,
sin sospechar que el factor decisivo en este caso era una deci-
sión, espléndida o no, del Ministerio de] Aire. Si hubiese exis-
tido semejante sospecha, la reacción podría haber sido algo
diferente. ¿Es justo que el cirujano famoso menosprecie la
contribución del anestesista humilde merced al cual puede llevar

(1) J. M. Spaigln, Bombinf Yindicaltd, ~di(', Ble,, 1944, p4. 74.


EL CJUMEN DE NU~JIERG

a cabo sus delicadas operaciones? ¿SerJan toleradas por la opi-


nión pública las acrívidades de los «destructores de manzanas»
aio la previa preparación por parte de los «ingenieros emocio-
nales»?
En vano buscaremos entre las publicaciones de aquella época
de la guerra la clave de esa fecha, el 11 de mayo de 1940, para
saber por qué era tan memorable. Sin embargo, una investiga-
ción a fondo, sacará a luz el hecho, obscurecido entonces por
erras noticias más sensacionales, de que, en la noche del 11 de
mayo, «18 bombarderos Whitley atacaron las instalaciones fe-
rroviarias de Alemania occidental». Naturalmente, este anun-
cío, cuando fué hecho, suscitó poro interés, puesto que sólo
decía que habían sido atacadas esas instalaciones: no se suge-:
ría que se hubiese causado en esta operación el menor daño.
El pleno significado de este anuncio, revelado por primera
vez cuatro años más tarde por Mr. Spaight, sólo se alcanza a
comprender después de una ulterior investigación y reflexión.
En mayo de 1940, Alemania occidental se encontraba, desde
Juego, tan alejada, de la zona de operaciones militares como
la Patagonia. Hasta esa fecha, sólo habían sido atacadas las
plazas comprendidas dentro de la zona de operaciones mili·
tare, o bien, objetivos militares tan definidos como la base aérea
alemana de Sylt o la base aérea 'británica de 'las islas 6rcadas.
'Esta incursión en la noche del 11 de mayo de i940, áe por sí tri-
uial, era un acontecimiento que hacía época, puesto que era la
primera ruptura deliberada de la regla /un~ental de la guerra
civilizada de q~ sólo se deben llevar a cabo hostilidades contra
l4S fuerzas combatientes enemigas. .
A falta de otros detalles, tendremos que esperar a que la
imaginación nos dé una idea exacta de los 18 bombarderos mar·
chando en la noche del 11 de mayo desde su base, con órdenes
de arrojar las bombas cuando se encontrasen sobre Alemania
occidental, con la esperanza de que algunas de ellas fuesen a
parar a las instalaciones ferroviarias. Para conseguir tan mo-
desto propósito, tenían que cruzar el frente de batalla, que se
extendía desde el mar del Norte hasta Suiza, y que súbitamen-
F. J. P. VULE

te se habla puesto en actividad frenética, puesto que los ejércí-


tos alemanes se lanzaban al ataque, desde el Zuiderzee hasta
la linea Maginot, en Lorena, ,
Como nada se ha escrito en contrario, hay que suponer que
los 18 bombarderos regresaron indemnes y que algunas de sus
bombas causaron daños en alguna parte, Para los tripulante,
de aquellos bombarderos debió resultar cosa extraña volar so­
bre un campo de batalla donde se estaba desarrollando una
lucha a vida o muerte, y luego sobre una zona abarrotada de
columnas de tropas enemigas que avanzaban para sumarse al
ataque, con el fin de llegar a una zona pacífica de Wesúalia,
a ver si, por casualidad, algul)3S de las bombas que arrojasen
caían en las instalaciones ferroviarias. El valor de su contri-
bución a la gran batalla, en la cual se estaba decidiendo el
destino de Francia, debió parecerles muy obscuro. Pero, sin
saberlo, estaban dando la vuelta a una gran página de la His-
toria. Su vuelo ,narcó el fin ck una épbca qw: hab(a dumdo
dos sigl0$ y medio.
Cuantas VCCC$, durante ese largo período, debe haber reñe-
xionado Marte con tristeza en las palabras oel rey Draco el
Grande, el de La Isla de los Pingüinos, de Anatole Prance :
«La guerra sin fuego es como los callos sin mostaza : una cosa
msípida.» ¡De cuánto les habrían servido a los grandes con-
quistadores del pasado estas máquinas voladoras I Es cierto que
habían logrado muchas cosas, pero habían estado entorpecidos
por la Limitación del poder de destrucción de que disponían.
Podemos imaginar las fantasmagóricas figuras de los grandes
conquistadores de los días en que la guerra lo era de verdad,
interesados y envidiosos como espectadores de las hazañas de
aquellos 18 bombarderos en tan memorable noche del mes de
mayo: sobre un fondo de prosaicas instalaciones ferroviarias
del siglo xx, podemos imaginar las formas ceñudas de Asurba-
nipa! y Sennacherib acariciándose sus barbas cuadradas, riza·
das. y perfumadas, con digna aprobación; la rígida figura de
Atila, el ;rey de los Hunos; el aspecto arerrorizador del gran
conquistador mogol Geogis Khan, y las formas de sus suceso-
EL CRl)(EN OE NUUMBERG 171

res, H ulagu, cuya destrucción del sistema de riegos del valle


del :tufrates, fué tan definitiva que lo que durante mil años
habla sido una de las partes más prósperas de la tierra se con·
virtíé en un desierto; el poderoso Tamedán y un puñado
más. Para estos hombres, por 1? menos, las posibilidades ilimi-
tadas de este nuevo método de lograr un antiguo propósito,
habrían sido claras.
Sin embargo, estas posibilidades sólo fueron comprendidas
en aquella época por-unos pocos. Hasta mucho más tarde no
fué necesario buscar una j ustificacién a los horrores que tu-
vieron lugar la noche aquella en la cual las zonas 1nás densa-
mente pobladas de Hamburgo se convirtieron en un rugiente
horno, en que miles de hombres, mujeres y niños se arrojaban
a los canales para librarse del terrible calor. La disculpa nor-
mal aducida entonces Iué que no era más que una represalia
por el bombardeo alemán de Varsovia y Rouerdam. Míster
Spaight desecha este argumento con el desprecio que merece.
«Cuando Varsovia y Rotterdam fueron bombardeadas - seña-
la-, los ejércitos alemanes se encontraban a sus puertas. Su-
bombardeo aéreo fué una operación de la ofensiva tictica (1).»
El capitán LiddeJJ Hart acepta la misma opinión. t1EI bombar-
deo no tuvo lugar -escribe-, hasta que las fuerzas alemanas
se encontraban luchando para abrirse camino hacia estas ciu-
dades y, por lo tanto, se respetaron las viejas reglas del bom-
bardeo en los asedios (2).»
Bombi~ Vmdigye4, es un libro notable. De hecho. un
libñ> asom \oso, ten,eóClo en cuenta la fecha en que fué C$­
crito (S)· Míster Spaight no se contenta sólo con admitir que
recae sobre In lat rra la res nsabilidad de haber em ezad~
a táctica de m a lu hlaciones civiles sino que

(•) J. M. Spaiglu, obra altad&, pllg. 45.


(•) Ha.n.., Th, RftlOllllion in Worfor,, pjg. 'JI.
(s) Sin unbargo, este libro. de manen. uombrC1U. Uam6 ,:a:oy poco la. au:Mi6n.

­
Como hcmot vi.tto. en ncwicmbre. de: 1945, 18 mese. dapub de haber aido rcvdad:J
.la vadad. m eee libro, d D&il1 Mlli1 te rdcrb. c.su.almcnte a tiOocrlng:r Co.• (omo
d. brindo rapocmbtede los auírimimiot de tu amu de a.a britJnio.t c:a la pena
F. J. P. V.EALE

insiste en que se debe atribuir a In.,glaterra todo el mérito de


haber concebido y puesto en práctica semejante costumbre. Se
buda (en la página 149) de la sugestión aducida con no mu·
cho convencimiento en aquella época por el Ministerio de
Información de que «todo este gran proceso hab{a sido puesto
en prácrica» porque un avión no identificado había arrojado
algunas bombas sobre un bosque cerca 'c!e Canterbury. Tam-
poco admite que la espléndida decisión del 11 de mayo de 1940
fuese «impremeditada», Por el contrario, insiste con vehemen-
, cia (en la página 38) en que esta decisión tiene su origen en
«una idea que se les ocurrió a los técnicos británicos en 1936»
cuando se organizó el· Mando de Bombardeo : ida raz6n <k
ser del Mando de Bombardeo -J'los dice en la página 60 -,
era bombardear Alemania en caso de que llegase a ser nuestra
enemiga». Más adelante dice que era evidente que Hitler se
daba cuenta de que Inglaterra tenía esta intención en caso
de, guerra, como así era, ·y por lo tanto, tenía gran interés en
llegar a u~ acuerdo con Gran Bretaña «para JimitaJ ,la, acfi9p
d_e los aviones a las zonas de batalla>). Finalmente, reconoce
que Hitler sólo empezó a bombaÍdea~ a la población civil bri-
tánica, de mala g?.na, tre§ maes después de Q11f la R· A. F. em-
P.!:Z ra s m bardeos contra la oblación ci il alemana, e y
exoree J,:i op¡njóp (en la . g,na 47 s e ha-
berla empezac!o, Hitler estuvo dispuesto, en cualquier momen-
to, a suspender la carnicería: «besde luego, Hitler no quería
que continuase 7
, el mutuo bombardeo.» -
El lector encontrará todos los datos de este caso expresados
con alegre franqueza por Mr. Spaight en el libro antes meo·
donado, y con la imparcialidad objetiva del veterano historia·
dor capitán Liddell Hart en su Reuolution in Varfare. Lo
repitió el mariscal del aire sir Arthur Harris en su libro Bo,n.
ber Offensive («Ofensiva de bombarderos»), 1947, que, en aque-
lla época, estaba imbuído de una marcada petulancia derivada
del convencimiento de que tendría grandes consecuencias el
precedente creado por la «espléndida decisión del 11 de mayo
de 1940,1. Y, en realidad, este turbador precedente tiene que
EL Cll!MEN DE NUREMB.ERG

ser motivo de preocupación para los habitantes de una peque·


fi,a isla densamente poblada, ahora que todo el poderío mili·
tar, la Iuerza acrea y los recursos ilimitados de Asia, no están
a más distancia qu.e la que les separa del río Oder.
El mariscal del aire Harria se une a Mt. Spaight en su me·
nosprecio por la falta de intuición de los soldados proíesiona-
les de todo el mundo, y en particular de Alemania, por no
haberse dado cuenta, en los años que precedieron a 1939, de
que el bombardero pesado sería un arma mucho más eficaz
contra las poblaciones civiles que contra las fuerzas combatíen-
tes. Declara que, lejos de haber preparado b.Blitzkrieg, Alema-
nia perdió la guerra porque, al verse obligada en septiembre
de 194d' a lleva!' a cabo éste, se encontró con que los generales
qui; dominaban la Luftwaffe y que consideraban el bombar-
dero como una especie de artillería de largo alcance, para
usarla únicamente en la batalla, no habían tenido la precau·
cién de equipar a su aviación con aviones de bombardeo dota·
dos de armamento pesado, destinados a poner en práctica la
guerra relámpago. «Los alemanes - escribe el mariscal del Aire
Harris­, habían permitido que sus soldados dictasen toda la
política de la aviación destinada expresamente a ayudar a la
Wahrmacht en ofensivas rápidas. Vieron demasiado tarde las
ventajas de las unidades de bombardeo estratégico ... el resul-
tado fué que la Wehrmacht tuvo que verse privada de la co-
bertura y del apoyo aéreos en todos los frentes para propor-
cionar cierta defensa a Alemania contra la acción estratégica
independiente desde el aire (1).»
Míster Spaíght dice esto, escuetamente, cuando escribe (pá·
gina 144.): «En Alemania y en Francia, el Ejército del aire
nunca actuó a la aventura, separado del Ejército dll tierra:
establl; ligado al Ejército dé tierra en aquellos países. En Ingla-
terra, tenía libertad para campar por sus respetos.» A esto
puede replicarse que la opinión militar ortodoxa sostiene que
el deber de un soldado es luchar y no campar por sus respetos.
(.a) Arclculo en The Sta.r-. u de dldmibrc de- J~6, por- d mniJita1 dd ."-it~
fhnis..
F. J. P. V.EALE

«Para Alemania- continúa Mr. Spaight -, el bombardero era


la artillería de las tropas de movimientos rápidos; para Fran-
cia, el bombardero !CT'Vla de artillería para las trop,u estacio-
nadas, bien enterradas en la línea Maginot; para Inglaterra
era un arma ofensiva destinada a atacar los recursos económi-
cos del enemigo, muy en el interior de su país.»
Es importante señalar que 1a «espléndida decisión del 11 de
mayo de 1940» fué puesta en práctica «a pesar del general
Gamelin». «El Estado Mayor francés- observa tristemente
Mr. Spajght en la página 70-, tenla desde hada tiempo una
concepción de la guerra aérea similar, en términos generales,
a la del Estado Mayor alemán, y diferente de la del Estado
Mayor aéreo británico. Miraban con temor todo plan según
el cual los bombarderos tuvieran que ser usados para realizar
ataques contra la industria alemana, y no vacilaban en decirlo
asl. En su opinión, el uso principal, ciertamente el único a
que se debla destinar una unidad de bombardeo, era extender
el-alcance de la artillería de apoyo a los ejércitos en campaña.»
Desde todos los puntos de vista, el libro del mariscal del
Aire Harris, Bomber Offmsive es un trabajo que nos ilumina
mucho menos que la obra de Mr. Spaight, Bombing Vindica,.
ted. Aunque escribe con el mismo espíritu, su tono es mucho
más suave. Sin embargo, en lo substancial, está de acuerdo
con Mr. Spaight. También atribuye el fracaso del JJlitzltrieg a
la falta de visión de los jefes de la Luftwaffe por no haberse
procurado en tiempos de paz aviones de bombardeo armados,
destinados a efectuar los ataques contra la población civil ene·
miga, omisión, declara, _que hizo perder la guerra a Alemania.
Si los alemanes hubiesen sido capaces de persistir en sus ata·
ques, escribe, Londres habría sufrido indiscutiblemente la tris-
te suerte que sufrió Hamburgo dos años más tarde. Pero, en
septiembre de 1940, los alemanes se encontraron «con boro·
barderos casi desannados... de tal modo que en la batalla de
la Gran Bretaña la destrucción de los escuadrones alemanes
de. bombardeo era muy similar a la caza de vacas en un campo».
Sólo en lo que respecta .a la justificación de los ataques
l\L ClllMEN' DE NURENllERG
I

desde el aire contra las personas civiles, puede decirse que el


mariscal del Aire va más lejos que el secretario principal
Nos dice que cuando le reprochan la falta de humanidad de
esta forma de guerra, suele confundir a sus críticos citando un
«Libro Blanco» del Gobierno británico,· que calcula que el
bloqueo de Europa realizado por la marina británica entre
1914 y 1918 «causó unos 800.000 muertos, principalmente mu-
jeres y niños», mientras que, por otra parte, los bombarderos
de la R. A. F., entre 1940 y 1945, es problable que no mata·
ran a más de 300.000 personas (1). Según parece, cree que
· esta réplica deja a sus críticos corridos y avergonzados.
Ciertamente se trata de una nueva argumentación que, si
fuese aceptada en Derecho Penal revolucionaría la administra-
ción de justicia. Si hubiese sido aceptada en su día, el doctor
Crippen podría haber alegado con éxito que él no podía. ser
culpable puesto que nadie habla sugerido que habla asesinado
a más de una persona, mientras que el difunto doctor William
Palmer habla asesinado a tres y probablemente a doce peno-
nas más (2).
_Los señores Spaight y Harris hablan respectivamente con
la autoridad de un secretario principal del Ministerio del Aire
y de un mariscal de aviación. Los hechos que afirman no pue·
den ser discutidos por personas que, como el autor del presen-
te libro, no conocen la técnica ni las interioridades como ellos.
Pero alguien podrá encontrar difícil de creer su interpretación
de esos hechos. Según su testimonio conjunto. antes de 1939,
los Estados Mayores de Gran Bretaña, Alemania y Francia es-

(1) De hecho. d nümero de '°'


mutrto1 en '°'
bombardeos en mua durante
la Squnda Cucira Mun$1ialno ba údo determinado. pero 1~ ciCra de dOI míllona
probabtemtntC' no sed la exacta.
(~ Ra..rwJ,ry Harvq Cdppt:q aa la 6guta cenml del juicio quizá mis ramoso
,:n kK anald de la oilni.oln:,;1,ida:d brttanka. En 1910, Crlppcn enveaené a su. mu}tr,
la mteri6 ~uoa cueva y buY4) con JU ~aria, miM Le Neve, a Amb"ica. AJ
Uqpr a.Ui luf &tenido, gracias al empleo de la. n.diotdqpafla, que acababa de .-
lnu-odudd.a. Fué <Ond(nado y c}ccut.ado.
El doctor WiUia.m Palmee, d f&.D>OSO envenenador~ tut ej«utado ffl 1,8s6 por en,
-.c:nm.u a un amigo 1.l que había robado, Anteriormente baPfa eweeenedo. por lo
menOI. a uh.-a._dQcena de ~u en divc:n~ lpoéasy por d:ivcrsu razones, indufdal
• '"!""" y su bUO>&no.
F. J. P. VEAU:

taban formados exclusivamente por soldados profesionales an-


licuados, cuyos cerebros, llegados a la scniUdad entre la rutina
y el papeleo, eran incapaces de comprender el hecho evidente
de que si se arrojaban bombas desde el aire sobre los principa-
les centros de población del enemigo, quedaría afectado su
esfuerzo de guerra. Sólo en el Ministerio británico del Aire,
y allí únicamente gracias a aquella memorable «idea» de 1936,
se comprendió este hecho, con el resultado de que tres años
antes de que estallase la guerra, sólo Gran Bretaña elaboraba
sus planes en consecuencia. Como resultado de la oposición
del Estado Mayor francés, hasta el 11 de mayo de 1940 no se
permitió al Mando de Bombardeo cumplir con el fin para el
cual había sido creado. A partir de entonces, tuvo Iibertad
para «campar por sus respetos», con las consecuencias que ya
sabemos.
Aunque parezca presuntuoso, hay otra alternativa para in·
terpretar esto que 1,10 ha sido advertido por los señores Spaight
y Harris, Los hombres q_ue habían ascendido hasta la jefatura
de los Estados Mayores de Gran Bretaña, Alemania y Francia,
pueden haber sido o no idiotas congénitos, incapaces de eom-
prender lo que resultaba evidente: pueden haberse dado cuco·
ta perfectamente de los efectos q_ue podría producir el
bombardeo de la población civil énemíga, y, sin embargo, haber
eliminado por tácito acuerdo esta política, por considerarla
contraria al principio fundamental de la gucrta civilizada. Al
adoptar semejante actitud no'habrían hecho m~ que seguir el
ejemplo de estadistas de todas las naciones de Europa durante
los doscientos años anteriores. Frecuentemente tentados de apar·
tarse de él para obtener una ventaja manifiesta pero temporal,
los estadistas europeos, desde los tiempos de Luis XIV, man·
tuvieron de manera enérgica el principio de que las hosrilida-
des debían limitarse a las fuerzas combatientes de los belige-
rantes. Procedieron asl porque se daban cuenta de que la civi-
lización es una mlgil estructura inevitablemente sujeta a fuerte
tensión en cuanto estalla una guerra, aun cuando esté limitada
por las reglas más estrictas, por el sólo hecho de «jugar a la
EL CRIMEN DE NtJREMl!ERG

guerra», como dice Mr -; Spaigbt. La exclusión de los no cóm-


batientes del ámbito de las hostilidades es la distinción funda:
mental entre la guerra civilizada y la guerra bárbara. Todas
las demás restricciones se deducen lógicamente de la acepta-
ción de este primer principio. Si se le abandona, todo. lo demás
desap~rece con gran rapidez. De manera subconsciente puede
.que liayan comprendido lo delgada y frágil que es la separa-
ción entre el hombre civilizado y las pasiones de la selva:
cómo la civilización misma, puede no sobrevivir al desencade-
namiento de las fuerzas sombrías efectuado por una guerra lle-
vada a cabo como en 106 tiempos primitivos. Lo cierto es que,
en ese caso, la victoria seda estéril.
De todos modos, oon razón o sin etfa, acertada o equivoca-
damente, el principio fundamental de la guerra civilizada fué
repudiado el 11 de mayo de 1940, según Mr. Spaíght, como
consecuencia de una «idea» del Ministerio británico del Aire
en 19361 y una vez suprimida la piedra angular, se vino abajo,
en completa ruina, toda la estructura de la guerra civilizada
que habla sido gradualmente levantada en Europa durante los
dos siglos anteriores. Se hizo general la creencia de que la
guerra llevada a cabo con métodos bárbaros tenía que termi-
nar, inevita blemente, en una "paz bárbara. Frente <1 esta pers-
pectiva desalentadora, cada uno de los bandos consideró justi-
ficado cualquier acto que sirviese, aunque sólo fuera de manera
remota, para salvarle de la derrota. Al avanzar la guerra y en-
aombrecerse las perspectivas, la actitud alemana se íué hacien-
do más favorable al embrutecimiento de la misma. La entrada
en la guerra de los Estados Unidos y de 'la Unión Soviética
aceleró la caída vertical de la guerra civilizada, puesto que,
romo potencias no europeas. ninguna de las dos se sentía obli-
gada a observar las reglas de la guerra civil · adoptadas por los
aborígenes europeo~. En días mas felices, los europeos habían
hecho caso omiso de sus reglas en la guer:ia fuera de Europa y
contra no europeos. Ahora, por primera vez en Europa, los
europeos se encontraban con que estas reglas no eran respe-
tadas por los no europeos. La entrada en guerra de la Unión
u
'
p. J. P. VEA! E

Soviética, desde luego, transformaba su carácter original En


una nota marginal a lo qúe pomposamen!.e se aducía contra
él, el mariscal de campo Keitel llamaba la atención sobre el
hecho evidente de que la lucha con el Ejército Rojo no era
,,ein riuerlicher Krieg»- «Heier handelt es sich wi• die Ver-
'flichlung einer We/tanschauung». («No es una guerra entre
caballeros: se trata de la destrucción de toda la filosofía de
la vida de uno u otro bando.») Es caracrertstico de las guerraa
primarias que nunca son ritterlicñ ((<taballeresc:um ), o que;
como máximo, sólo lo son superficialmente, Las campañas en
el frente del Este, eran guerra primaria en su aspecto más
berrendo,
Mientras tanto, sobre la población civil de Europa segula
cayendo una cantidad creciente de bombas. Sólo sobre Alema-
, nía fueron arrojadas 5.000 toneladas en 1940; 15.000, en 1941;
S.7.ooo, en 194ir, y 180.000, en 1945, pero no se producía el
colapso rápido previsto cuando fué tomada la «espléndida de-
cisión» el 11 ge mayo de 1940. El argumento del general Sher-
man de que si al pueblo enemigo se Ie 'hace suficientemente
incómoda la vida comprará la paz cediendo en los puntos de-
batidos, presentaba U(l aspecto insospechado, No se consiguió
ese resultado como consecuencia · de la «espléndida decisión"
del l"l de mayo de 1940, porque no había puntos debatidos
en los cuales pudiese ceder para comprar la paz. La guerra era
indeciblemente horrible, pero estaba claro que la paz que ,e-
sultase de aquella gueri;íl serla aún más horrible. Como señala
el capitán Liddell Hart, un objeti\'9 ilimitado anula un mé-
todo ilimitado (1).
La «espléndida decisión" falló en la consecución del resul-
tado predicho con tanta confianza, pero condujo, en cambio,
a una matanza sin precedentes de vidas humanas. Es evidente
que no se puede hacer desaparecer a tres cuartas partes de la
población de una ciudad como Hamburgoj, sin ese resultado.
«La pérdiéia. de vidas preciosas,- observa el señor Spaight -,


\'

EL CllltaiN DE NUREllBERG

tiene que ser considerada corno el precio humano que hay que
pagar para OC?nseguir una ventaja militar» (1), y ee C?n.,uela
con la relkxión de que «el doctor Garbctt, el a,nobispo de
Yor~. ha dicho algunas cosas muy atinadas a este respecto»,
alia que «con frecuencia, en la vida, no se puede hacer
i,ater
una clara distinción entre lo absolútameme bueno y lo abso-
lu~ntemalo». (.t).
Se pregunta uno si Mr. Spaight dina con la misma oompla-
«ncia que «el piloto ha dicho algunas rosas muy atinadas», si,
encontrápdose en el mar, en un viaje por entre rocas peligro-.
as, el piloto encargado del barco le dijese que «en la v,ida,
muchas veces resulta difícil decidir si se ha de poner rumbo
a babor o a estribor»,
Ya en 1931, Mr. Churchill habla recomendado al Gobier·
no británíoo de entonces que la Conferencia del Desarme que
ee reunía en Ginebra debla redactar un código de reglas ior·
males para próteger a los no combatientes; limitando los bom-
bardeos a 136 zonas de combate. «Sin embargo- comenta (So
cuetamente el capitán Liddell Hart -, cuando Mr. Cburcltlll
llegó al poder, una de las primeras decisiones de su Gobierno
fué extender loe bombardeos a la zona de loe no combatien-
ta» (5). P.or lo ianto, M:r. Cburcbill no estaba anunciando un
cambio de política: sino únicamente revísando el pasado, cuan'
do dijo a una C.ámara de loe Comunes complaciente, el .21 de
.eptiembre de 1943 que, tq>ara conseguir esto (la extirpación
.
(l) J.M. Spaigbt, .Bofflbiflg l'in41,ott~, pi¡¡. 1.j8.
(1) Ms.tcr Spligbt no da la rderfflC'iade Cita cita, pero tn su Ubro roriensencn·
... publicado lo ., Ag, o/ Rtllól~lion (•til un. edad de reYOIU<ión,,), (Lc»dil<s,
Hoddet y S1oughton. 195,1), el,. Dr. Garben viene a duir )o mismo en OU'M pala-
.._: «En u.o a,unac, lmpcrfttlO no siempre ,,e pu~. elegir coo duidad entre lo
bua>o y Jo 111a1o .• (Pllg. '9i)· Po, o,ra parte, .. d«IU« de a(e libt.O '!~, o bien
'llmUr Spaigb, se tq_Uivodba ál p,retmdcr que d. Dt. Garbctt comp:arda sus op'inío-
aa. o baen que, durante b diez oftlmo. aAci tl Dr. Carba:t ha cambiado por a:xn·
plelo de opinión. ~&J. en la pAglna 5,03, "el .Dr. Ga.tbttt e.cribe:; 41.J..a lgks;a tiene
que <'(lOdc,.)u los m~lodos de guCrTa que Utva.- la den.Nockm en masa aiotn toicioe,
malquiera que tea tu orupación, tdO o edid. Tiene que rondcna-r el UtO de amw
qw pt9dutm un.a dacrucdón t1libjta, y el bombardeoaniquil~ que reduce gran·
.._ dudadet a un11 maA. 6e ruin.u.» '
CS) Tht Rnk>lullOft in WM(er,, pllg.•79.
18o F. J. P. Vl\ALE

de l.;l tiranía nazj] no habrá extremos de violencia a los cuales


no recurramos». A la luz de esta observación, y de los hechos
violentos por parte de la aviación británica que aprobaba mis.
ter Churcbill, es fácil predecir el temor que habrla sentido si
los nazis hubieran triunfado y Mr. Churchill hubiese sido juz-
gado por un Tribunal dé Nuremberg presidido por los nazis,
de acuerdo con los principios y los proeedimientos seguidos
en 1945-1946.
Volviendo a la autoríeada obra del mariscal del Aire Harria,
Bomber Offensive, hay que señalar que incluso la osadía del
valiente mariscal se viene abajo en relación con el bombardeo
en masa efectuado por unos dos mil aviones en Dresden en la
noche del 1 g de febrero de 1945, cuando la población normal
de esta «grande y espléndida ciudad» se vió aumentada con
una horda aterrorizada de mujeres y niños de las provincias
orientales de Alemania que huían del más terrible destino con
que se han enfrentado los europeos desde la invasión mogólica
de 1241. :En febrero de t 945, la guerra, desde luego, bada
mucho tiempo que había dejado de ser una operación militar
y se había convertido simplemente en la ruptura de la resis-
tencia desesperada de un pueblo inerme y derrotado, cuyos
jefes se enfrentaban con la muerte y los demás con la esclavi-
rud. Eligiendo sus palabras con evidente cuidado, el mariscal
del Aire escribe : ,1S6ló quiero iucir que el ataque =&4
J)rfestkn ftlé coruid(l'ado en aquellos momentos como una nece-
sidad militar, f,0'1' personas mucho más importnsüe: que,yo (1).11
Hay que señalar que el mariscal del Aire se abstiene osten-
siblemente de apoyar la opinión de esas personas más impor-
tantes. Deja abierta a la especulación la cuestión de si se debe
a un rasgo de modestia de quien no quiere darse importancia,
o si, después de reflejar los hechos y las circunstancias, lo que
quiere es no aparecer asociado a semejante horror. También
hay que señalar que atribuye esta opinión a esas personas un-

(1) Marb(ia1 dcl Aire iir Arthur J:larriir. &,ni;,.,.- Df/e~~ t.ondres, Collint,
~,. p!g......
'
'
n. CIUM.EN 01!. NIJREMBE.RC

Portantes, $610 «en aquellos momentos», de lo cual puede de-


ducirse que no puede creer que ninguna persona que no esté
locá sea cap;u. de sostener todavía semejante opinión. Por últi-
DIO, hay que señalar' que, por lealtad, se abstiene de revelar
la identidad de esas personas importantes.
Un examen de la situación existente en el momento de rea·
}izarse aquella gran incursión aérea, nos dará una explicación
de la estudiada reticencia del mariscal del Aire. En febrero
de 1945, la guerra estaba ganada y no quedaba ningún fin
militar al cual pudiera servir de apoyo-dicho bombardeo. Des-
de el Este, las hordas rusas estaban avanzando de manera con-
tinua e irresistible. En el centro, hablan llegado al Oder, en
un amplio frent¡: a ambos lados de Francfort de Oder, sólo a
¡¡o millas al este de Berlín ; en el ala derecha, la mayor parte
de Prusia Oriental, que durante setecientos años habla servido
de bastión avanzado de Europa contra Asia, había sucumbido:
en el ala izquierda, la Baja Silesia había sid'o arrollada, aun-
que la capital, Breslau, cercada estrechamente, seguía ofrecien-
do la misma heroica resistencia que ofreciera a las hordas mo-
gólicas de Batú, casi setecientos años antes. En occidente, los
ejércitos del general Eisenhower estaban avanzando en un am-
pli_o frente por el Rin. Los ejércitos alemanes supervivientes
aún en el campo, seguían resistiendo, no porque tuviesen la·
menor esperanza de poder 'impedir la derrota, sino a causa de
la insistencia de sus enemigos en exigir la rendición sin con-
diciones, lo cual hacía que al pueblo formado a lo largo de
laa generaciones en la tradición de Federico el Gr4nde prefi-
riese se2,uir luchando hasta el último hombre. La publicación
del infamante Phn Morgenthau no les había dejado lugar a
la menór duda sobre cuáles eran las intenciones de las con-
quistadores, tanto si Alemania se rendía' inmediatamente, como
IÍ ofrecía una última resistencia. El único problema militar
que quedaba pendiente en febrero de 1945 (si es que se le
puede llamar así), era la cuestión de saber el trazado de la
linea que, de norte a sur, a través de Alemania, había de mar·
car la separación entre los invasores de Alemania desde el oeste
F. J, P, VltALE

y l<>1 que invadieron Alemania desde el esee. De hecho, la


campaña que habla comenzado en las playas de Norma.odia el
verano anterior había llegado a convertirse en una simple ca-
rrera con las bordas soviéticas, una carrera en la cual cualquier
cosa que fuesen capaces de bac.er los alemanes para retrasar el
avance de estos últimos, pues, aunque no representase ningún
beneficio práctico para ellos mismos, serla de enorme valor po,
Utico para las potencias occidentales. Sin embargo, los brieí-
nicos y los americanos decidieron lanzar un ataque aéreo en
masa contra Dresden que se encontraba entonces a unas 70 mi-
llas más a.tris de las escasas fuerzas alemanas que resistían des-
esperadamente ante el avance de los rusos a través de la Baja
Silesia.
Se dispone de muy poca información autorizada respecto
a. esta incursión en masa. En los libros que se ocupan de la
última fase de la. guerra, por lo general, lo que se hace es refe-
rirse al bombardeo de Dresden como el último de una larga
serie de incursiones aéreas, ea el cual ocurrió que resultaron
muertos un número excepciooalmente elevado de personas.
Como consecuencia de esta reticencia general, poco pudo aña­
dirse durante mucho tiempo a la siguiente. referencia de esta
incursión aérea publicada en The Times, tres días después de
haber sido realizada :
«Dresden, que el •martes por la noche había sido macha-
cada por 800 de los 1.400 bombarderos pesados enviados por
la R. A. F., y que fué el objetivo de 1.350 fortalezas volantes y
LiberaJ(Jlrs al día siguiente, recibió ayer el tercer ataque con-
centrado en el transcurso de 36 horas. Fué el objetivo princi-
pal de más de L too bombarderos del 11.' Ejército de la Avía-
ción de los Estados Uoídos ( 1 )­"
Otr08 periódicos ingleses informaban de una manera simi-
lar. En ninguno de ellos se hacía el menor intento de explicar
por qué tenía que haber sido elegido Dresden como objetivo
de una concentración tan terrorífica de fuerzas. Si buscamos la

(1) 'Th< T,mts, 16 de ftbrcro de 1.94~.

-
f.L CIUMEN DE NURPQIERG

explicación en una gula, tampoco la encontraremos. La moder-
na ciudad de Dresden se ha desanpllado en torno, a la ciudad
medieval, conocida con el nombre de «Altstadt» (Ciudad Vieja)
que se encuentra en el extremo sur del puente que cruza el
]!.Iba. En el siglo XVIII, Dresden se convirtió en una de las ·
grwdes ciudades más hermosas del mundo a causa de la oons-
rruccién de cierto número de magníficos edificios públicos, to-
dos los cuales fueron erigidos en el distrito urbano de la «Alt-,
stadt». En un radio de media milla desde el extremo sur del
puente Augustus, se construyó un grupo único de palacios,
galerías de arte, museos y templos, y el castillo, con la l:ámosa
Bóveda Verde que encerraba tesoros de arte inapreciables; .la
hermosa Terraza Brühl que se extendía a lo largo de la orilla
izquierda del Elba ; ·la bella catedral católica¡ la Frauen Kir-
che, con sus cúpulas; la ópera; el Museo Johann~um y. sobre
todo, e-1 famoso Museo Zwinger, que contenía una de las me-
jores colecciones de pinturas del mundo, y, entre otros muchos
tesoros, la Madona si.stina, de Rafael, adquirida por el elector
Augusto 11, en 1745, por 20.000 ducados. Dentro de esta pe·
queña zona, tan conocida de los turistas británicos y américa-
nos que visitaban e1 continente, ni había ni podía haber fábri-
cas de municiones ni.industrias de ninguna clase. La población
residente en este distrito era escasa. La estacién principal del
ferrocarril en Dresden se halla situada una milla más al sur, y
et puente del ferrocarril, por el cual Pas?- 'Ia linea principal
que ya a Beríín, está media milla más allá, río abajo,
Los breves detalles siguientes de esta incursión, que han
sido ahora bien comprobados, los añadimos para completar la
información que en su día dió el Times y que hemos ya citado
anteriormente.
s
En la mañana fatal del 1 de febrero de 1945 se vió volar
sobre la ciudad a' v.irios aviones enemigos rápldos de recono-
cimiento. Los habitantes de Drcsden no hablan tenido expe-
riencia de·1a moderna guerra aérea, y la aparición de eseoe
aviones suscitó más curiosidad que temor. Habiendo estado du-
rante tanto tiempo al margen de todos los teatros de la guerra,

\
F. J. P. VLU.E

Ia ciudad carecía de defensas antiaéreas, y estos aviones pudie-


ron observar con toda tranquilidad todo el tiempo que quisie-
ron. No cabe duda de que observaron e informaron que todu
las carreteras que se dirigían a Dresden, y las que había en
torno a la ciudad, estaban abarrotadas de densa muchedumbre
' '
que se dirigía hacia el oeste. Sin embargo, es imposible que
esta muchedumbre pudiesen ser confundidas con concentracio-
nes de tropas. l".ra de conocimiento común que el Alto Mando
alemán habla lanzado sus últimas reservas para .reforzar los
frentes de batalla que se hundían y, por consiguiente, no exis-
tían tropas que pudieran concentrarse en un punto tan alejado
de la lucha. También era de conocimiento común que ·estaba
teniendo lugar una frenética orgía de asesinatos, rapiña e in·
cendíos en los distritos de Silesia que habían sido arrollados
- por las hordas soviéticas. No resultaría muy difícil deducir, en
estas circunstancias, que muchas personas de los distritos ame·
nazados por el avance ruso tratarían de escapar hacia el oeste.
Unas h6ras después de haber caído la noche, a eso de las
nueve y media, pa~ sobre Dresden la primera oleada de avio-
nes atacantes. El centro del ataque estuvo localizado en la «Al«
stadt». Pronto estallaron terribles incendios que todavía ardían
cuando llegó, poco después de medianoche, la segunda oleada
de atacantes. La matanza (ué espantosa, ya que la población
normal de la ciudad, que era de unas .600.000 almas, se habla
visto aumentada enormemente por una multitud de refugia·
dos, en su mayoría mujeres y niños, pues los hombres se ha·
bían quedado atrás para defender los hogares. Todas las casas
de Dresden estaban llenas de listos infortunados, todos los edi­
ficios públicos estaban abarrotados con ellos, muchos acampa-
ban en medio de la calle. Los cálculos sobre su número oscilan
entre 300.oo_o y 500.000. No había refugios antiaéreos. De
hecho, no había defensas de ninguna clase contra las incursio-
nes aéreas, a menos que consideremos como tal a una inmensa
nube de humo negruzco que cubría la dudad después de pasar
la primera oleada y sobre la que atrojaron sus bombas los ata-
cantes de la segunda pasada. Para dar una impresión más dra-
f;L ORINEN D! NIJREMBERG

mátíca en medio del horror general, las fierasdel Parque zooló-


giro, frenéticas por el ruido y por la luz de las explosiones, se
escaparon : se cuenta que estos animales y los grupos de refu-
giados, fueron ametrallados cuando trataban de escapar a tra-
vés del Parque Grande, por aviones en vuelo rasante y que en
dicho parque fueron encontrados luego muchos cuerpos acri-
billados a balazos.
Mucho después de que las tripulaciones de los bombarde-
roa hubiesen tomado cómodamente su desayuno y se hubiesen
retiradb a descansar, después de haber cumplido las órdenes
recibidas sin haber perdido un sólo aparato, Dresden seguía
totalmente oculta tras una vana nube de humo negro. Algunas
zonas de la ciudad siguieron ardiendo durante cuatro días.
No escapé ­a la destrucción ni uno solo de los famososedilicios
de la «Altstadt» antes mencionados. Hasta unos meses más
tarde, no se reveló qué algún tiempo antes de la incursión, lQS ,
tesoros más preciados del Museo Zwinger hablan sido escon-
didos en un lugar seguro, donde, a su debido tiempo, fueron
descubiertos por los rusos y llevados en triunfo a .Moscú. La
gran obra maestra de Rafael, la Viirgen con el Niño, adorna
ahora un museo de los sin Dios, destino éste del cual se ha·
brfan dolido y que habrían reprochado en otros tiempos' con
amargura, todos los que profesasen la religión cristiana. Unas
1Cmanas después de la incursión, las fuerzas rusas ocupaban
Dresden. Es posible pretender afirmar que esta incursión dió
por resultado acelerar, durante unos· días, el avance ruso. Esto
puede ser satisfactorio para algunos, pues, de lo contrario, ha-
bría que hacer la penosa confesión de que la incursión no
había tenido la menor influencia en el curso de los acomeci-
mientes de aquella época.
El número de victimas probablemente quedará para siem-
pre sujeto a las especulaciones. La mayor parte de las victimas
eran mujeres y niños refugiados. Los hogares que habían de·
jado tras si han sido confiscados y ahora se encuentran ocupa·
dos por usurpadores extranjeros. En estas circunstancias resul- '
ta imposible--._.para las autoridades, emprender la tarea de tratar
,86 1!. J. 1'. VUCll

de identificar a laa victimas. Era tan enorme el número de


cadáveres que nada se podía hacer más que amontonarlos junto
con maderos recogidos de Jas ruinas y prenderles fuego. En
el Mercado Viejo, una pira rras otra consumieron, cada una,
cinco mil cuerpos o eedazos de cuerpos, La espantosa tarea se
prolongó durante vanas semanas. Los cálculos del número total
de víctimas varían mu cho de uno a otro. Algunos elevan la
cifra hasta un cuarto de millón; esta cantidad fué aducida
como total prpbable en el juicio -de Manstein, en 1949, cuan-
do el tribunal se dedicaba solemnemente a examinar las acu-
saciones de actos contra humanidad hechas contra el mariscal
de campo alemán. El periódico suizo Flugwehr und T'echnik,
escribe: «En los tres gran~esaataques contra 1:)resd,en. e! ?ú·
mero de muertos, según se informa de fuente digna de crédito,
fué de 100.000.» Teniendo en cuenta el hecho de que en·
aquella época se apiñaban en la ciudad más de un millón de
personas, unida a la falta absoluta de refugios antiaéreos, esta
cifra parece muy reducida. En todo caso, el número de muer·
tos fué superior al del bombardeo de Hiroshíma, ocurrido unos
meses más tarde. ,
El padre Ronald Knox ha confesado que le turba algo la
idea de que la bomba atómica lanzada sobre Hiroshima envió
a la muerte a decenas de miles de personas sin darles una opor-
tunidad para musitar una oración. Para la mente secular, quizá
resulte que lo mejor que puede decirse del lanzamiento de la
primera. bomba ·atómica es que la muerte c,ayó literalmente
del cielo azul sobre la ciudad condenada. Lo que ocurrió allí,
puede parecer menos «turbador» que lo que ocurrió unos me-
ses antes en Dresden, cuando una gran masa de mujeres y
niños sin hogar se puso en camino hacia allí, y tuvo que correr
alocada por una ciudad desconocida en busca de un lugar SC·
guro, en medio de explosiones de bombas, fósforo ardiendo y
edilicios q\le se derrumbaban.
Durante un breve espacio de tiempo después de la iacur-
sién sobre Dresden, se hizo un intento por parte de alguno,
sectores de la Prensa británica de presentar esto como un glo-
riolo wto que no debla dar motivo para la modestia ni para
la reticencia. A.si, en su número del 18 de febrero de 194­5, oot
encontramos con que Howard Cowan, corresponsal de la~
ciated Preas en el Cuartel General Supremo de París, mforma.-
ba a The P~opk:
«Los jefes militares aliados han tomado la decisión, largo
tiempo esperada, de adoptar los bombardeos terroristas de los
centros de población alemanes como despiadado exped lente
para acelerar la caída de Hitler. Se guardan en el secreto mil
incursiones como las realizadas recientemente por los bombar-
dercs pesados de la aviación angloamericana contra los secto-
res desidencíales de Berlín. Dresden, etc, con el propósito ma-
nifiesto de sembrar una confusión aún mayor en el tráfioo nazi
por carretera y ferrocarril, y al mismo minar la moral alemana.
1>La guerra total aérea contra Alemania se ha puesto de
manifiesto de maneta evidente con el asalto sin precedentes
a la capital, llena de refugiados hace dos semanas, y los sub-
síguientes ataques contra otras ciudades abarrotadas de perso-
nas civiles que huyen del alud nao en el Este:.
»Puede que esta decisión reavive las protestas de algunos
medios aliados contra la «guerra incivilizada», pero esto se
compensará con la satisfacción que babra de sentirse en orras
partes del continente y de Inglaterra,» •
En el mismo número, el corresponsal político de The Peo-
ple añadía que nlas indagaciones hechas en Londres revelan
que la decisíén fué tomada en una conferencia celebrada en
el Cuartel Suprem9 aliado, ayer por la tarde». Sin embargo.
casi al mismo tiempo ap~recieron en algunos periódicos nou-
cias semio6ciales desmintiendo que semejante decisión hubie-
te sido tomada recientemente. Algunos publicaron, como era
cu obligación, la afirmación, de desgraciada redacción, de que
ula incursión contra Dresden estaba destinada a paralizar las
comunicaciones. El hecho de que la ciudad estuviese abarro-
tada de refugiados en el momento del ataque fué una eoinci-
dencía, y /Id una es~cie de propina.» Sin embargo, la polémi-
ca terminó en seguida. No sabe duda de que se díó la consigna
188 1. J, P. VEAL& •

de que era uno de esos temas que se debe procurar que olvide
el público pronto. .
La incursión aérea en masa contra Dresden, el 13 de Iebre-
ro de 1945, habrá de ocupar forzosamente un puesto entre los
grandes acontecimientos de la Historia. Ocurrirá esto, no a
causa de que el número de muertos batió todas las marcas co-
nocidas, ni. porque. est~ incursi~~ se distinguiese por el hecho
de que no podía justificarse diciendo que servia a algún fin
militar. La incursión aérea en masa contra Dresden es impor-
tante porque, en este breve incidente, podemos encontrar com-
binadas y concentradas todas las tendencias, impulsos, afanes
y desilusiones de los cincuenta años anteriores. Fué el produc-
to característico de una época que empezaba a florecer en 1914.
· El estallido de una guerra mundial en aquel afio les pareció
a todos uo crimen monstruoso y, como es natural, inmediata·
mente empezó la búsqueda del archicriminal en cuyo poderoso
y malvado cerebro había sido planeado. Parecía lógico creer
que, cuando se comete un crimen, es porque hay un criminal.
Al impulsivo y neurótico Guillermo Il se le atribuyeron dotes
supremos de astucia y maldad. Sólo de manera muy gradual
se comprendió que los responsables de la guerra de 1!)14 fue-
'ron . cierto número de estadistas ancianos, especialmente Ale-
xander 'Izvolskí y Ravmond Poincaré, que se enredaron en
una aventura en la cual cada uno de ellos se sentía obligado a
correr el riesgo de ver la ruina definitiva para su país, por
cuestiones relativamente triviales. Así floreció una época de
hechos monstruosos, que no fueron grandes, de crimen es en
los cuales no tomaba parte ningún criminal.
El bombardeo de Dresden es tlpico en todos sus aspectos.
Ciertamente, no fué obra de criminales o de demonios. Los
hombres jóvenes que llevaron a cabo la incursión no hicieron
más que mover unas cuantas palancas, de acuerdo con las ór-
denes recibidas. Sus sentimientos no fueron turbados por la
necesidad de presenciar los resultados obtenidos con el moví·
miento de esas palancas y sus mentes hablan sido científica-
mente preparadas para desechar cualquier cosa que pudiesen
EL CIUMEN O.E NUREMBERC
'
olr más tarde sobre este resultado, calificándolo de propagan·
da enemiga. Tampoco es necesario calificar de unos demonios
a esas personas tan importantes a las cuales el mariscal del
Aire Harris atribuye la responsabilidad. Si se descubriera/ su
identidad sería probable que nos enconerasemos con que, per·
sonalmente, son amables y bien intencionados. Pe.ro está claro
que, como l<,>s estadistas de 1914, carecían por completo de
todo sentido de las proporciones. Al cabo de cuatro años de
guerra, sus mentes estaban completamente ofuscadas por su
propia propaganda. Un justo complejo de indignación los
mantenía metidos en un puño de acero. Se encontraoan con
un par de· millares de aviones pesados de bombardeo a su dis-
posición, con los cuales, por el momento, no tenían ninguna
otra cosa particular. que hacer. Los informes indicaban que
expuesta al ataque, a una distancia a la cual sería fácil llegar,
habla una ciudad abarrotada con un millón de ciudadanos
enemigos. Si esas personas importantes se hubiesen dado cuen-
ta de que esta ciudad era famosa por sus inapreciables tesoros
de arte, su destrucción les habría atraído probablemente aún
más, porque resultaría especialmente doloroso para Hitler
que, como se sabe, estimaba en mucho. estas obras maestras,
Desde otro punto de vista distinto, la destrucción de Dres-
den tiene una destacada significación histórica. Por primera
vez, Europa experimentaba el · castigo correspondiente a esas
condiciones de desunión y de disensión en que ha persistido
durante tantos siglos. Duraron tanto estas condiciones que llegó
a afianzarse la creencia de que los pueblos cristianos de Europa
gozaban del privilegio, concedido por la Providencia, de po-
derse dedicar impunemente y de manera periódica a la µrea
de matarse los unos a los otros. Todo parecía marchar bien
mientras no existía ninguna potencia no europea suficiente-
mente fuerte y valiente como para aprovecharse de esas gue-
mu civiles europeas. Hasta la fecha no se habla producido
ninguna calamidad aplastante como consecuencia de esas gue-
rras civiles, que, como hemos visto, eran llevadas a cabo de
acuerdo con un código destinado a reducir al mlnimo las pér-
1go F. J· P. f.EALE
didaa y los daños. Todo siguió bien mientras estas guerras .civi·
les fueron realizadas con un estado de ánimo relativamente
bueno, Pero, en el siglo xx, por razones que ya hemos examí-
nado, para ganar la guerra· era necesario sentir odio contra sus
oponentes. Se había desarrollado, por consiguiente, una. técni-
ca por la cual se podía conseguir a voluntad esa emoción, como
quien abre una tapadera, pero, desgraciadamente, esa técnica
no proporcionaba Ics medios para dar marcha atrás una vez
servido su propósito. Inconscientes, según parece, de que las
condiciones hablan cambiado de manera fundamental, los pue-
blos de Europa siguieron jugando a la guerra como. antaño.
El desenlace final, tanto tiempo retrasado, fué alcanzado
al fin en, la Schrecken.macht · (noche de terror) de Drcsden, el
1 !I de febrero de 1945. Por primera vez era experimentado,
en todo su crudo horror, el castigo natural por haberse lan-
zado a lo que se había conocido como guerra civilizada, sin
ninguna garantía real de que esa forma completamente arti-
ficial de guerra no se transformaría en una cosa muy real y
cruel, en guerra de verdad tal como habla sido practicada por
Sennacherib, Geugis Khan y Tamerlán (1).
El bombardeo de personas civiles, ciudades enemigas y pro- •
piedades civiles trajo oonsigo una vuelta sin precedentes, por
lo destructiva, a la guerra primaria } total. Pero quedaban los
juicios por crímenes de guerra, a partir de 1945, para comple-
tar el proceso. Una fase de la gu~ primaria y total, como se
habla practicado en el pasado, era la liquidación de los jefes
enemigos. Estas prácticas se hablan hecho inconcebibles du-
rante la era de la guerra europea civilizada. El abandono del
código civilizado militar facilitaba inevitablemente la vuelta.
a este otro aspecto de la guerra primaria.
Aunque esto venía a sumarse a los horrores de la Segunda
Guerra Mundial y sus consecuencias, el resultado más alar·
ruante fué que eso signífica que, en las futuras guerras, no se
. '
.
C•l Para totognn .. d< Dreodffl dapu& dd bomb&rdco, - 1.. .,.-
anterior y p<lllcric,: de, ate libro.'
l!:L caIMJ:N DI: NUUMBEJ!,G

euprilliirá el empleo de ninguna clase de técnica de destruc-


ción ni de terror. Por muy terribles que fuesen la brutalidad
y las destrucciones de la Segunda Guerra Mundial, todavía
quedaron, sin embargo, algunos otros med-ios ciemíficos y téc-
nicos de matar soldados y civiles que, como los gases venenosos
y la guerra bacteriológica, no fueron empleados. Pero los jui-
cios por crímenes de guerra, al demostrar que los jefes de un
país derrotado serán exterminados, significa qué en las guerras
.posteriores no habrá semejante contención. Si la derrota sig-
nifica la Iiquidacién de los dirigentes de Ias naciones vencidas,
difícilmente podrá esperarse que los dirigentes no U$Cn cier-
tos medios, por muy terribles y horrorosos que sean, con tal
de evitar la derrota. Esta siniestra evolución ser.!. el tema del
capítulo siguiente.


• • 1


I

' •
El fiscal su_preroo aliado de
los procesos de Nuremberg. juez Ro-
bert H. jaekson del Tribunal Supremo de los Estados Unidos.
z=

CÁPÍTULO Vil

LACMDA

Cuando, por último, estuvo a la vista ~- fin de la guerra,


hubo mucbas especulaciones ·e11 todo el mundo sobre lM con-
diciones de la próxima paz. En 1918, la cuestión habla. consis-
tido simplemente en saber cómo se podrían poner en práctica
ciertos principios bien definidos: un cuarto de siglo ~ tar-
de, todos los principios habían sido específicamente repudia-
dos, de tal modo que la opinión pública tenla plena libertad
para dar rienda suelta a la imaginación. Por lo general se con-
sideraba que una 'demanda de reparaciones del máximo lega,!,
«el pago de las .oostas» estaría fuera de lugar al final de una
org'la de tal violencia, y que los vencedores deberían actuar
bajo el supuesto de que la victoria habla transférido automá-
ticamente a ellos todas Ias propiedades enemigas. También
hubo acuerdo general en el sentido de que Adolfo Hitler y los
miembros de su Gobierno debían ser castigados con la muerte,
aunque se esperaba que cuando se hiciese imposible toda ulte-
rior resíseencia, seguirían el consejo de Bruto:

«Nuestros enemigos nos han empujado hasta el borde del


Más vale que saltemos nosotros mismos [pozo:
Q!le esperar a qqe ellos nos tiren,»

En la guerra primaria entre Estados ci'l'ilizados e inva,~res


bát baros se habla adoptado, por lo general, es'ta actitud. A~f.
en el siglo XJU, cuando China estaba siendo arrollada por las
13
194 F. J. P. VEA.LE

hordas mogólica$ de Gengis Kban y sus sucesores, los dirigentes


chinos se mataban y mataban a sus familias con tal de no caer
en manos de los salvajes. Los chinos continuaron esta práctica
durante mucho tiempo, cuando ya se había suavizado conside-
rablemente la ferocidad desenfrenada de los métodos de gue-
;rra mogoles, por el contacto que tenían con las naciones civi-
lizadas. Se cuenta que Kublai-Khan, el nieto de Gengis Khan,
doliéndose de que sus soldados fuesen considerados todavía
como salvajes, ordenó a sus generales que, cuando fuese cap-
turada una ciudad y los· jefes chinos se hubiesen suicidado, visi-
tasen personalmente los cadáveres, con el fin de demostrar con
un acto público de respeto que los mogoles se habían conver-
tido en un pueblo civilizado.
La cuestión del trato que se habla de dar a los alemanes más
destacados después de la caída del 111 Reich, parece que iué
considerada por primera vez en la Conferencia de Teherám en
noviembre dé 1943. Ellíou Roosevelt estaba presente en esta
conferencia-y ha publicado un relato muy sincero de lo que
pasó en sil presencia entre su padre, el presidente Roosevelt,
el señor Stalin y Mr. \\linston Churchill ( 1 ).
Según Elliou Roosevelr, este tema fué suscitado por prime-
ra vez, con gran sorpresa de todos, por Stalin al final de un
magnífico banquete en el cual, según nos dice Elliott, Stalin
había bebido wodka «de 100 grados», mientras que Cbun;bill
«se habla dedicado a su coñac favorito». Levantándose para
pronunciar «el brindis diez-y-muchos», Stalin dijo: «Propon-
go que bebamos por la justicia más rápida posible para todos
los criminales de guerra de Alemania: justicia ante un pique-
te de ejecución. Bebo por nuestra unidad para despacharlos

(•) Vbte EUiou R0051r\·dt, A.1 Ht: SdW lt, (•Como ti lo v16•). Nueva Yort.
OUd.l, Sloan &lfKI Pclll'(c, 1~, pág,. tSS..191, publtcado anteriormente en 121 Re·
viMI IMlt (Vbst: d nlln,. dél , de oca.ubre de 194-G}. La ICftota Elc:anor R.oosevdt,
propordo"a d prólogo dd libro de •U hijo, de taJ modo que ate rdato de lo q.ue
oc:unió m ~Jchcdn licrn: qut: ser considerado <omo un.a vmión 1uto1bada de la
fam.Ui:a ll008tl'ch, cu::1Je,qukn. que .ea.o lu oll'u YCfliooet que posterícrmente aean
opóf'Iuno <fa.moa.
tan pronto como los capturemos, a todos ellos, y deben de ser,
poi'" lo menos, 50.000.»
Estas palabras parece que suscitaron protestas por parte de
Mr. Churchill. Quízá se acordase de que también él era euro-
peo, y, por cierto, el único europeo prominente que había allL
1,El pueblo británico - declaró sin rodeos -. nunca eonsen-
ti.tá semejante asesinato en masa. Considero que nadie, sea
nazi o no, debe ser Iiquidado en forma sumarísima ante un
piquete de ejecución sin un juicio legal en debida Iorma.»
Asf empezé el primer intercambio de opiniones sobre la
idea, entonces nueva, de que, después de la victoria, tendría
que haber una matanza general de 105 jefes vencidos. Hay que
subrayar que Elliott Roosevclt no sugiere ni apunta la idea
de que 'uno de los párpados de Mr. Churchill se guiñase bur-
lonamente al emplear la palabra «juicio». Por el contrario, dice
que la proposición de Stalin hito que Churchill se pusiera
de rnuy mal humor. La pasión puesta por el Premier británico
en este asunto, dice, divirtió a Stalin que parecía sentirse· «enor-
memente halagado», y sorprendió a todos los presentes. De he-
cho, su reacción ante la sugestión del asesinato en masa de
50.000 personas fué tan exar.:rad;¡ que Elliou se ve obligado a
apuntar en su libro la idea de que debía haber otra causa ex-
traña que explicase la «creciente cólera de Mr. Churchill», Le-
jos de sugerir que la indignación de Mr. Churchill era simu-
lada, todo este incidente es relatado con la intención expresa
de resaltar el contraste entre los prejuicios anticuados, espontá-
neos, sin razonar, del Premier británico ; la amplitud de miras
de hombre de mundo, de su padre, el presidente; la cruda sim-
plicidad de Stalin, y su propio tacto consumado en un mo-
mento embarazoso.
Según su hijo, el presidente americano ocultó una sonrisa
cuando· se hizo esta propuesta de asesinar en masa a 50.000
personas. «Quizá- observó genialmente-, en lugar de eje-
cutar- en forma sumartsima a :50.000, podríamos ponernos de
acuerdo sobre 'un número menor. ¿_Fonemas 49.500?»
Elliou Roosevelt tenía la esperanza de que con esta obser-
P. J. P. VL\U

vación deliciosamente bumorísuca, se dejaría de hablar del


tema del aseainatb en masa, pero Stalin se mantuvo en sus trece
y apeló a Elliott para que manifestase su opinión, presentándole
~l una dorada opornmidad para desplegar su tacto diplomá-
tico. •
«Toda esta cuestión me parece puramente académica -nos
cuenta Elliott que contes~. Los soldados rusos, americanos
y británicos Jo arreglarán acabando con la mayoría de esos
50.000 hombres en la batalla. y espero que también con otros
cientos de miles de nazis.» ·
La respuesta de El)iott le gustó a Stalin : «Stalif! estaba en·
cantado. Dió la vuelta a la mesa, me pasó un brazo por los hom-
bros y exclamó: «¡Excelente respuesta 1 ¡Un vaso a mi sa-
lud l n Accedí complacido. Sin embargo, no le ,hizo gracia a
Churchill. Estaba furioso y no tenía ganas de bromas»
Desde luego, no hay obligación de aceptar el relato de
Elliott como referencia objetiva y exenta de lo que ocurrió
aquella tarde en Teherán, puesto que, evidentemente, fué es·
crito para glorificar las dotes de estadista, la cortesía y el tacto
del presidente Roosevelt, a expensas de Churchül, que, según
parece evidente, le resultaba profundamente antipático a
Elliott. Pero, no cabe duda de que, en sus líneas generales, el
relato de Ellion debe ser aceptado como aproximado a lo ocu-
rrido. El contraste que señala entre la actitud europea y la
actitud americana parece cierto. El supuesto comportamiento
de Churchill debía ser cosa natural en las circunstancias en
que se encontraba. Como europeo, estaba en una posición Ial-
sa, lo sabía y este convencimiento le ponía nervioso. Al 'inten-
tar caricaturizar a Mr. Churchill, Elliott ha trazado un cuadro
de él que resultará' mucho~ aceptable para los admiradores
de ~r. Churchill en el futuro, que el cuadro que Elliotr pre·
senta, al mismo tiempo, de su propio padre. -a los ojos de los
admiradores de este último, o por lo menos a los de sus adrni-
/ radores europeos.
Lo que Elliou Roosevelt dice que ocurrió en Teherán con-
cuerda perfectamente con todo lo que pasó después. En Nu-
'
.B,L CIUIUN DE NUREMIIERG >97
remberg, los procesos fueron externamente europeos, pero en
su desarrollo, la fuerza impulsora oculta tras ellos, fué rusa.
En Teheran, Stalin propuso · un asesinare en .masa de 50.000
personas, o sea una ci.Era redonda. El presidente Roosevelt su- '
girió que la objeción de Mr. Churchill podría ser vencida re-
duciendo el asesinato en masa en quinientos, o sea otra cifra
redonda. A continuación, Elliott Rooseveh apresó la esperanza
de que el número de víctimas, de hecho, se aumentaría cien- a
tos de miles, o. sea que substituía una cifra redonda por una
cifra indefinida. Finalmente se quitó importancia al asunto,
por considerarlo «académico». Mientras muriese un número
suficiente de víctimas, la cuestión de procedimiento no mere-
cía la pena de una disputa. El tesultado.fué una fórmula de
compromiso. por la cual las tres partes sacaran tajada. Final-
mente prevaleció, la solución americana. Sta!in tuvo eu aaeai-
nato en masa y Mr. Churcbill 11u juicio (1).
Cuando se acribió este libro por primera vez, en julio de
1948, no existía ningún otro relato de este memorable episo-
dio de la conferencia de Teherán, ruáa que el de Elliott Roose-
velt. La Prensa británica de aquella época no hiz.o caso de su
versión, por considerarla improbable. En 1948 todavía se man-
tenía rígidamente en Gran Bretaña la impresión de que Stalin
se inspiraba en los mismos principios elevados que se ~uponia
que movían a Mr. Roosevelt y a Mr. Churcbill. Por lo tanto,
:resultaba incluso antipatriótico mencionar siquiera que Elliott
Roosevelt habla atribuido una propuesta tan ultrajante a un
héroe que se consideraba que habla purgado él sombrío pasa-
do con su noble conducta durante la guerra. Aunque Stalin
últimamente hablá empezado a actuar en forma extraña, en su
calidad de figura principal de la grande y gloriosa cruzada anti-

(1) Huta que no ee levante el rdón de actto no ub¡emos cu'1;1tos alcm.ane


apturadot en ti campo de ha.taifa o det<1Jldo1 aJ ttrmi.nar l-a1 boniltdada por '•
C. P. \J. fu<n>n maudo,. bien en lotma NIDarlsina o bid d¡spu~ ~ alpna .,._
.. de juicio. Si se Incluyen lot liquidado, en Pn¡a y VIJ'MWia. y lot q.,. ,,....,...
llilchMoo en ttgioocs remotas, probabl<mm«. el to<al ttba¡ari la cifra !lt ·f·T
-ipulada po, d odlot S<&lin.

F. J. P. VEAU:

nw, todavía t;enía derecho a exigir que ,us leales aliados no


creyesen nada que pudiese desacreditarlo.
Recientemente, sin' embargo, hemos podido disponer de
otro relato, debido a la pluma del mismo Mr. Churchill, en la
recopilación de sus mi morías de guerra, titulada Closing th«
Ring (1<Cerrandoel ce.oo», 1952). Desde luego, Mr. Churchill
se queja de que la versión de Elliou es «muy pintoresca y ex-
tremadamente engañosa, pero, de hecho, su propia versión con-
firma el relato de Elliou en el punto esencial de la historia. En
ese banquete en Teherán, Mr. Cburchill dice que Stalin in-
dicó que la fuerza de Alemania dependía de 50.000 oficiales y
técnicos, y que si, éstos eran capturados y fwilados, «la fuerza
militar alemana serja extirpada». A pesar de la protesta in-
dignada de Mr. ·Churchill, «esos cincuenta mil tienen que ser
fusilados», insistió Stalin,
Por lo tanto; las dos versiones concuerdan en que Stalin
proyectó en la Conferencia de Teherán la matanza de 50.000
personas, en cuanto se lograse la victoria. pero mientras Elliott
dice que habían de ser 50.000 «criminales de guerra», Cbur-
chill dice que habían de ser los oficiales y técaícos, sobre los
cuales se bimba la fuerza alemana.
Por este último detalle - un detalle muy signilicativo por
cierto- debemos preferir, desde luego, la versión de Mr. Chur-
chíll. Stalin pensaba claramente ~n una matanza similar a la
del bosque de Katyn. matanza que las autoridades soviéticas
habían realizado sólo tres años y medio antes. Con la excep-
ción de que lo que proponía Stalin para cuando se venciese la
resistencia alemana habla de realizarse en una escala mayor, se
trataba de una matanza que había de servir al mismo propósito
y tener la misma justificación que la de Katyn: estos oficia·
les y técnicos alemanes, como las victimas polacas de Katyn,
eran miembros de una clase iaasimilable para el comunismo.
Como marxista, eta natural que Stalin diese a su propuesta la
forma que Churchill dice que le dló, Era igualmente natural
que Elliott Roosevelt, que no conocía nada de la ideología mar·
x.ista, supusiera por error que Stalin lo que intentaba era pro-
Jl.L CRIMEN DE l'IURJ!:MllEJlG

poner la ejecución en masa de los criminales, y 3${, sin tener


intención de engañar, interpretó las palabras de Stalin con
arreglo a su propia fraseología burguesa.
Aquí no merecen un mayor examen los otros detalles, en
los cuales no concuerdan la versión de Elliou Roosevelt y la
versión de Mr. Churchill. tste reconoce que la propuesta de
Stalin le enfureció. Es posible que ya entonces hubiese con-
cebido más de una sospecha respecto a la matanza de Katyn y,
por consiguiente, se diese exacta cuenta de qué es lo que en
realidad intentaba Stalin.
Como europeo y conocedor de la historia y de las rradi-
cienes de Europa, era natural que a Mr. Churchill le pareciese
un asesinato en masa la propuesta de fusilar a unas 50.000 per-
sonas en cuanto se las cogiera prisioneras.' Lo mismo le habrla ·
parecido a cualquier estadista europeo de los últimos i 50 años.
Para ellos, habría sido una vuelta a los tiempos del gran con-
quístador mogol Gengis Khan, cuya costumbre habitual, cuan-
do capturaba una ciudad, consistía en sa~ a los habitantes,
obligarlos a ponerse de rodillas en filas, los hombres en un
grupo, las mujeres en otro, y los niños en otro, de tal forma
que sus inclinadas cabezas pudiesen ser cortadas con facilidad
y colocadas en pirámides para facilitar el recuento. Gengi•
Khan adoptó esta práctica, según señala Mr, Harold Lamb,
de acuerdo con su polltica de rodear sus dominios - aproxi-
madamente los dominios actuales de la Unión Soviética-de
una vasta zona desolada y despoblada. No cabe duda de que
la mayoría de los lectores calificarán· de asesinato en masa esta
costumbre. Pero, seguramente, esto carecería de lógica de
acuerdo con la política aliada a partir de ·1940. Se nos asegura
que el bombardeo sin resmcciones no es un asesinato porque
se realiza en forma impersonal para la consecución de una poli·
tica que, a su vez, es consecuencia de una «espléndida deci-
sión». ¿ En qué consiste la distinción? Gcogis Khan decapitó
a miles de personas de manera igualmente impersonal y des-
apasionada para la consecución de la «espléndida» política ex-
terior que había adoptado, con el fin de proteger su imperio.
soo F. /, P. VEA.LE

De manera similar, la propuesta presentada arteramente a


sus aliados por el señor Stalin en T eherán, era, desde luego,
un asesinato según el concepto tradicional europeo, pero esta-
ba en perfecto acuerdo con la teoría onodoxa marxista, Como
la fuerza motriz principal, a lo largo de todos los procesos de
Nuremberg, procedía del Gobierno soviético, para compren·
der estos procesos es imprescindible entender el punto de vis-
ta marxista respecto a Ja liquidación de los enemigos políticos,
En los círculos capitalistas se han dicho muchas tonterías, en
parte de manera deliberada y en parte por ignorancia de la
ideología marxista, 'respecto a la liquidación de individuos y
clases .por parte de las autoridades comunistas. La razón de
ser del Gobierno comunista, según Carlos Marx, es la cons-
trucción de un sistema proletario de sociedad. Cuando ocurre
qne unas personas o clases no se amoldan a esta sociedad, son
«liquidadas», o sea condenadas a muerte. No se trata de una
cuestión de justicia, lo mismo que cuando un botánii:_o, por
ejemplo, está tratando de establecer. una nueva variedad de flor
con ciertas cualidades de color, altura, forma de los pétalos,
etcétera, seleccionando especies que posean la cualidades de-
seadas, y arroja, sin oompasión, aquellas que carecen de dichas
cualidades. Si busca una variedad que tenga, supongamos, lar­
gos estambres, no tiene por eso intención de castigar a las es·
pecies de estambres cortos cuando las desecha y las tira. Re-
sulta evidente, desde luego, que un hombre como Hermann
Ooc;ring no puede amoldarse a un sistema proletario de socíe-
dad. ¿Qué otra cosa puede hacerse con -él más que eliminarle?
La cuestión ele casti~lo es algo que no reza: De hecho, en ge-
neral, un comunista- puede incluso admirarle como individuo,
lo mismo que uno puede reconocer que un león que se pasea-
se tranquilamente por Piccadilly es un noble animal, una obra
maestra .de la naturaleza, y que si devora a personas lo bace
de perfecto acuerdo con S\1 instinto natural. Puede uno hasta
sentirse entusiasmado ante su valor y belleza, y al niísmo tiem-
po sostener de manera bastante razonable que no hay otra· al-
ternativa sino suprimir pon.Ia violencia a una criatura que,
EL CRJMJ:N DE NIJREMBEltC 201

evidentemente, ejerce una influencia perturbadora en la vida


animal que ~ desarrolla en torno de ella, ·Con este espíritu
sin apasionamiento, Lenin y Dzeninsky eliminaron a las cla-
ses _aristocrática y plutocrática de la Rusia zarista, y a .decenas
de miles de obispos y sacerdotes ortodoxos, después de la revo-
lución de 1917. El quejarse de que perecieron muchas per-
ronas inocentes durante el terror rojo, es algo que se sale de
la cuestión. La gran mayoría perecieron, nó porque se los con-
siderase culpables de ningún delito particular, sino porque no
podían ser asimilados por el nuevo Estado proletario que se
estaba creando.
Seguramente .habrá que reconocer que Hermano Ooering
y sus colegas habían demostrado que eran enemigos del comu-
nismo. Por lo tanto, ya no hacía falta más argumento ni otra
justificación. ¿ySmo podían, por ejemplo, esperar un destino
dilerente del que les estuvo reservado recientemente a las cla-
ees anticomunistL de Estados tan pequeños e inofensivos corno
Estonia, Letonia y Lituania, cuando fueron arrollados por' los
ejércitos soviéticos en 1959?
Por lo tanto, cuando el señor Stalin sugirió en T eberá.il
que los jefes alemanes debían ser fusilados por un piquete de
ejecución en cuanto fuesen capturados, no hada más que ha-
blar con la estricta ortodoxia que cabía esperar de una perso­
na .sobre la cual había descendido el manto del gran Lenin.
Además, como asiático, Stalin no hacia ,más que seguir de modo
fiel Ja tradición de Gengis-Khan, Hulagu y Tamerlán. . ·
Desgraciadamente, desde el punto de vista de las víctimas
predestinadas, esta solución lógica, expeditiva e incluso huma-
na, no resultó atractiva para los aliados del señor Stalin. Her-
mann,Goering habría sido un anacronismo en un paraíso pro-
Ietario, exaccamenre lo mismo que Mr. Churchill y Mr. Roo-
sevelt. Estos caballeree, con mucha dificultad podían suscribir
la opinión de que la liquidación de Ooeríng­ era una simple
cuestión de seleccíén biológica, o sea, fa eliminación de un
tipo no deseado. Es posible que fuera este aspecto bumorúiico
lo que hizo que los ojos del señor Stalin parpadeasen con tan·
10.t F. J. P. VEALE

ta alegría. Ademáll, en las sociedades capitalistas, la práctica


convencional exige que, antes de ejecutar a un hombre, se le
acuse de algo, se le juzgue y se le declare culpable. El Gobier-
no soviético sc mostró muy acomodaticio: siempre que al final
lograse la liquidación, oo tenla importancia que se hicieran
tonterías jurídicas preliminares para satisfacer las susceptibili-
dades capitalistas,
Una posible alternativa para la puesta en práctica de la
propuesta del señor Stalin de una matanza en masa sumarf-
sima conforme a las lineas trazadas por los mogoles medieva-
les, era una parodia de juicio que siguiese. las directrices de
las que puede asegurarse que se han originado o por lo menos
se han perfeccionado durante los veinte últimos años en la Ru-
,ia soviética. Pero estas parodias de juicio constitulan una con-
cepción nueva y repugnante para el pensamiento jurldico euro-
peo contémporáneo. Finalmente, como fórmula de eompromi-
so, se decidió que los prisioneros serían acusados de algunos
delitos concretos; que estas acusaciones serian oídas por un
tribunal compuesto de representantes de las cuatro potencias
victoriosa, principales, y que los prisioneros sedan oídos en
su propia defensa, de acuerdo con la costumbre normal, con
la única excepción de que se Les prohibirla poner en duda la
jurisdicción del tribunal para juzgarlos.
Como oportunistas superiormente capacitados, ni Mr. Roo-
sevelt ni Mr. Cburcbill estaban interesados en la justificación
teórica de esta solución, ni en las consecuencias que con el
transcurso del tiempo babr!an de deducirse. Su alegre acepa·
ción del Plan Morgenthau muestra que a Mr. R001Cvclt no le
daba pena la idea de reducir a la condición de 'comunidad
agrícola miserable e indefensa. por medio de la expoliación y
el sabotaje sistemáticos, a un Estado industrial próspero, de
ochenta millones de habitantes. ¿ Por qué habla de temblar,
pues, ante la propuesta de libfar de la miseria, mediante el
fusilamiento, a 50.000 individuos, algunos de los cuales quizá
ni siquiera mereciesen esta piedad de los hombres? Como poll-
tico práctico, su inclinación natural tendía hacia las medidas
21. cuwhi D& NUIUMAERO JtOj

duras que podía suponer que serian bien recibidas por varios
sectores muy poderosos del cuerpo electoral americano, romo
represalia por la política despiadada, antij.wlía. y amidemocrá-
.tica del Gobiemo ·nazi. También se preocupaba mucho de im-
pedir cualquier diferencia de opinión, entre sus aliados, que
pudiese entorpecer el camino de la victoria.
Por su parte, la única preocupación de. Mr. Churchill era
evitar todo Ío que pudiese debilitar el esfuerzo conjunto de gue-
na. Al conerario que el presidente, no se hacía ilwiones res·
pecto a los. gobernantes comunistas de Rusia. Durante veinte
años los había estado denunciando como «mandriles» sangríen-
tos, «cecodritos con aires de amos», y «los carniceros locos y
sucios de Moscú». Pero entre sus muchas dotes, no ocupaba el
último lugar precisamente una notable capacidad para borrar
.de su mente ta, opiniones expresadas en ocasiones anteriores,
si el momento y la conveniencia as[ lo requerían. Dos años an-
tes se habla convencido a si mismo de que ningún precio sería
demasiado alto- ni siquiera la disolución del Imperio britá-
nico - para pagar la consecución de la victoria. Este-compro-
miso tan poco satisfactorio con Stalin parecía, por compara-
ción, una concesión muy peq ueña, Su mente habla sido siem-
pre el polo opuesto de lo judicial : no sabia nada y le preocu-
paban muy poco las dificultades legales que surgirían en un
juicio en el cual los vencedores ocuparían los puestos de jue-
ces y resolverían sobre sus propias acusaciones contra los ven·
cidos. Indudablemente se habla convencido de verdad, en aquel
momento, de que Hitler y sw colegas eran culpables de críme-
nes abominables: ¿ Habrlan de escapar al castigo por falta de
un tribunal con jurisdicción para juzgarlos? ¿ No era natural
que con un gran montón de problemas urgentes que requerían
su atención inmediata Mr. Churchill se desentendiese del asun-
to pensando que, cuando llegase el momento, no estarla fuera
de la capacidad de sus consejeros jurídicos el elaborar un plan
para los proyectados juicios que estuviese libre de defectos téc-
nicos y que, al mismo tiempo que confirmaba las OFg!Jllosa.s
tradiciones de la justicia británica, sadsficiesc al señor Stalin
.104 B. J. P. VUU

proporcionándole la.liquidación de muchos destacados cncmi,


gos del comunismo, y que asimismo satisficiese a Mr. Roose-
velt asegurándole a él y al Partido Demócrata un sólido blo-
que de votantes agradecidos en los Estados dudosos, durante
las próximas elecciones presidenciales?
Apenas es necesario añadir que a nadie se le ocurrió su-
gerir en Teherán que todas las personas, cualquiera que fuese
su nacionalidad, acusadas de crímenes de guerra deberían coro·
parecer ante un juicio, al terminar ésta, Se puede deducir cuál
habría sido la reacción de Mr. Churchill ante semejante su-
gestión, por la apasionada actitud que adoptó en Yalta, el g de
febrero de 1945, cuando se planteó la cuesuón de establecer
fidereomisos para los pueblos atrasados. Según las notu toma-
das por Mr. James F. Byrnes, Mr. Cburchill declaró:
«Despuá de haber hecbo todo lo que nemos. podido para
luchar en ata guerra y de no haber cometido ningún crimen
contra nadie, no tolero la sugestión de que el Imperio britá·
nieo vaya a ser sentado en el banquillo y examinado por todo
el mundo para ver si cumple o no sus compromisos. Mientras
sea primer ministro nadie podrá inducirme a permitir que
ningún representante de la Gran Bretaña acuda a una confe-
rencia donde se le sentara en el banquillo para pedirle que
jusdfique nuestro derecho a vivir en un mundo que hemos tra-
tado de salvar,»
No debe pasarse por alto el hecho de que, cuando se uri-
lizó en la Conferencia de Teherán, en 194s, el término «cri-
minal de guerra" era ya un término legal reconocido desde
hacía mucho tiempo con un significado preciso 'I definido. Un
«criminal de guerra» era alguien que habla cometido un «cri-
meo de 1111errru> y un "crimen de guerra» tal como lo definen
los códigos militares de todos los pafses civilizados, era una
transgresión de la1 reglas de la guerra civilizada, o sea, una
ruprura de aquellas reglas adoptadas a finales del siglo xvn
por las naciones europeas para su conducta en las guerras entre
si. Comprendía materias tales como los malos tratos a los pri-
sioneros, las hostilidades cometidas por individuo, que no fue-
EL CRIMEN DE NUREMBEllG

sen miembros uniformados de Ias fuerzas armadas, el espionaje


y el pillaje. El término estaba estrictamente limitado a los actos
específicos cometidos en la conducta de la guerra: nunca se
aplicó a los objetivos de aquellas personas 'responsables de ha·
ber iniciado una guerra, por muy indefendibles qué esos obje-
tivos pudiesen ser.
Hablan de pasar 18 meses antes de que se pusiese en prác-
rica la férmula de compromiso acordada en Teherán, pero,
a su debido tiempo, los funcionarios judiciales de la Corona
recibieron instrucciones para celebrar consultas con las auto-
ridades legales americanas, rusas y francesas, con el fin de que
estuviese preparado el plan para juzgar a· 1os jefes alemanes,
una vez que hubiese tenido lugar la rendición incondicional,
Para los abogados cultos y experimentados, la tarea era cdíosa
e ingrata al mismo tiempo. Era odiosa porque equivalía a anu-
lar todo aquello que habían estimado durante toda su vida.
Era evidente que sólo un pequeño número de los prisioneros
er:an criminales, de acuerdo con la definición aceptada del tér-
mino. La única manera de soslayar la dificultad era crear nue-
vos delitos y afirmar luego que quien los hubiese cometido en
el pasado debla ser considerado como criminal de guerra. Los
abogados siempre han aborrecido la legislación retrospectiva y,
por lo tanto, debió ser particularmente desagradable para los
doctos funcionarios de la Corona f9rrnular acusaciones alegan·
do que los actos criminales habían sido cometidos al\tes de que
hubiesen sido declarados delitos. Aún ·más desagradable debió
de ser la necesidad de poner en práctica la decisión de los polí-
ticos de que, en los próximos juicios «el tribunal no quedaría
ligado por las reglas técnicas de la prueba», sino que podrían
admitir trcualquier prueba que. pareciese tener valor proba-
torio», o sea, que pudiera ayudar a apoyar la condena ( ~). '
Evidentemente, esta innovación. si se considera e1;1 otra for-
ma que no sea un truco temporal para asegurar las condenas,
colocaría a los abogados en general ante, un dilema embarazo-

(1) Vélsc el artlclllo 19 de I& Carta &noxa ,1 A<ucrdo de Lorulr...


F. J. P. VE.AL!:

so. Las reglas aceptadas de la prueba se han ido estableciendo


de manera gradual en el transe= de los siglos, con el propó-
sito expreso. de llegar a la verdad de una acusación, con toda
la certeza humanamente posible. Vis~ a esta luz, las reglas de
la prueba fueron guardadas con gran celo durante centenares
de años por los tribunales de Inglaterra y de América. ~Entra-
ñaba esta decisión de prescindir de las reglas de la prueba una
admisión de que dichas reglas no ayudaban, en realidad, a lle-
gar a la verdad? En ese caso habría evidentemente que decla-
rar· anticuadas dichas reglas y abolirlas, a partir de ahora, en
todos los tribunales. La única alternativa posible frente a esca
conclusión de tanto alcance y tan penosa para los abogados
era que, aunque las reglas de la prueba seguían siendo · nece-
sarias para llegar a la verdad en todos los juicios judiciales, en
el juicio de un prisionero de guerra por sus captores estaban
fuera de l)lgar, puesto que, en ese juicio, el objeto que se per~-
guía no era descubrir la verdad, sino asegurar la condena.
Naturalmente, ningún abogado profesional está dispuesto
a admitir que la verdad en un juicio normal puede ser averi-
guada sin las reglas y los trámites que los siglos y la experiencia
han demostrado que son necesarias. Por otra parte, era impe-
rativo rechazar a toda costa la sugestión de que habla una dis-
tinción fundamental entre un juicio judicial y el juicio de
un prisionero de guerra por sus vencedores.
Durante meses, los eminentes juristas que recibieron el en-
cargo de preparar el juicio de los dirigentes alemanes lucharon
con su tarta que. como hemos señalado, no 5910 les resultaba
odiosa como abogados, sino totalmente ingrata, ya que a los
ojos del hombre de la calle la tarea no presentaba la menor
dificultad. La culpabilidad de los dirigentes· alemanes no podla
ser puesta en tela de juicio, porque as! lo afirmaban unánime-
mente la Prensa y la Radio. Para el hombre de la calle era tan
seguro que las personas a las cuales se proyectaba juzgar eran
criminales, aun antes cl..e que se hubiesen decidido las acusacio-
nes que se iban a hacer contra ellos, como lo era para el Dr. Gar-
bcu, arzobispo de York. que el so de mano de 1945, en un
JtL OIUMEN l)Jl NUREMlltRC

de entusiasmó, explicó a la Cámara de los Lores: «El


un prurito de justicia, por la vindicación de C$Csentido
de la diferencia entre Jo bueno y lo malo, por lo que
_.111 que est0$ criminales reciban su castigo.»
iQui! necesidad había en esas circunstancias de complicar·
la vida con minucias técnicas? El mejor precedente que po­
adoptane, quizé, con una ligera adaptación para soslayar las
111CZ1ptibilidades actuales, era el proporcionado en 1559 por
pan inglés, el rey Enrique Vlll, igualmente distinguido
-• plo defensor de la fe e incansable esgrimidor de la es·
de la justicia. Habiendo detenido en la Torre durante
ll!ilcibos meses al anciano Richard Whiting, abad de Glaston-
• sin aducir ningún cargo contra él, Enrique decidió, por
que ya era hora de que ese criminal «recibiera su castigo»,
/;ayo fin debla ser llevado a su tierra natal de Somerset, Se
mnservado la orden dada a los jueces del monarca. Es de
y letra del principal ministro de Enrique VIII, Thomas
cll, y dice:
•El abad de Glastonbury será juzgado en JU propio pueblo
cado también en el mismo, con sus cómplices. Procuren
las pruebas estén bien elegidas y las acusaciones bien pre-
ilncllu.»
Hay que reconocer que esta orden es un modelo de breve-
y de lucidez. El juez más estúpido no habría podido tener
menor duda de qué era lo que se le pedía. Una nota ligera,
inequívoca, de amenaza puede observarse en la última
, y estamos seguros de que las pruebas fueron «bien elegí·
y que no hubo el menor desliz en la redacción de las acu-
M:ioaes. De hecho, no hubo entorpecimiento de ninguna clase
retrasase el cumplimiento de los reales deseos. J',,luy poco
és, en una mañana gris de noviembre, fué vindicado el
· o moral de la diferencia entre lo bueno y lo malo, al ser
y descuartizados, el abad Whiting «y sus cémplices»,
lu puercas de Glastonbury.
Probablemente, los promotores de los }uicios de Nuremberg
ataban familiarizados con este chocante precedente de lo!
.108 F. J. P. VMI.E

Tudor. Quizá Jo rechazasen por demasiado sencillo oara estos


tiempos. En todo caso, los infortunados 'abogados recibieron,
instrucciones para husmear por las páginas de la historia en
busca de un precedente mú moderno. No cabe duda de que,
en su búsqueda, tropezarían y registrarían con aprobación la
frase de Oliver St. Johri, el procurador' general, durante el de·
bate en los Comunes que precedió al asesinato judicial de Tbo-
mas Wentworth, conde de Strafford,, en 1641 i 11No es necesa-
ria prueba alguna si todo el mundo siente en su mente que el
acusado es culpable.» Y St. John proporcionó un precedente
para la distinción de N uremberg entre los vencedores y los
vencidos de una guerra, con su declaración de que : «Damos
leyes para las liebres y el ciervo, porque son animales de caza,
pero nunca se ha considerado una crueldad o un juego sucio
el machacar la cabeza a los zorros o a los lobos; siempre que nos
encontremos con ellos, porque son animales de presa,»
Los únicos precedentes realmente recientes que existían de
los .proyectados procesos de Nuremberg eran las diversas paro-
dias de juicios que hablan tenido lugar en Rusia desde la revo-
lución de 1917 en adelante, Por lo tanto, es necesario echar
una breve mirada a estas parodias de juicio rusas, con el fin
de conocer hasta qué punto se apartan de los juicios legales
de otros patses, y, a) mismo tiempo, considerar hasta qué pun-
to difieren de los procedimientos adoptados más tarde en N u-
remberg,
En un juicio judicial normal, el resultado depende del
juicio de terceras partes independientes que no están relacio-
nadas ni con la acusación ni con la defensa. En un juicio polí-
tioo en la Rusia soviética, por otra parte, los jueces y los fis-
cales forman un equipo conjuntamente: los procesos son un
acto de Estado y el resultado una conclusión prevista, Ni la
víctima ni el fiscal se preocupan de las figuras debidamente
sentadas como jueces en el estrado. El papel del ju<~ es sólo
ornamental: su única parte activa consiste en leer; cuando
todo ha pasado, el juicio y las sentencias previamente decidí·
das.por el Gobierno. Los discursos del fiscal son IJlanifiestos"

' •
.EL CRIMEN DE 1\ :.lllMIIERG 209

políticos, destinados a jusuficar la acción del Gobierno al dis-


poner el .proceso, y no van dirigidos á~ tribunal, sino al pü-
blico del exterior, A veces, incluso una dictadura comunista,
se ve obligada a justificar sus acciones ante sus súbditos. Asl,
en 1936, cuando se decidió liquidar a Zinoviev, Kamenev, Smir-
nov y otros destacados dirigentes soviéticos a los cuales se había
acostumbrado al público a reverenciar como héroes de la Re·
volución, había que ofrecer a1 hombre de la calle alguna clase
de explicación ante una conmoción política de tal magnitud.
Se consideró que la manera más convincente de dar esta expli-
cación era en forma de un discurso del fiscal, pronunciado
después de haber sido recitadas unas confesiones de culpabi-
lidad dictadas a los acusados, y antes de que la imposición de
la pena de muerte hubiese sido leída por el tribunal. En las
parodias normales de juicios, todos los demás papeles son co111."
plementarios de la figura del fiscal. El juez es sólo una figura
decorativa que recita unas cuantas frases preparadas de ante·
mano, cuando ya ha terminado todo ( 1 ). En alguna ocasión, tal
C91ll.O ocurrió en la parodia de juicio del jefe de la G.P.U.,
Henry Yagoda, acusado de haber envenenado al novelista Má­
ximo Gorki, el juez anima el proceso con lo que en términos
de music tr:all se llama «graznar». Peto el «graznar» de los jue-
ces en una parocliade juicio es algo excepcional e irregular que
sólo se tolera como medio ¡>ara romper el' tedio del juicio, o
cuando el fiscal falla en su intento de presentar el manifiesto
del Gobiemo todo lo bien que 'se hu hiera deseado.
Sería inútil tratar de indagar aquí si, en realidad, Stalin
creía, por ejemplo, que Yagoda era culpable de los delitos que
ee le imputaban. No cabe la menor duda de que Yagoda qa
culpable de incontables crímenes - Mr. Stephen Graham le

(J) Mfs_ier Montgomcry &:lgion 5d'la1a en w J'iclo,, Justíc, («U. jUltida de los
\lfflcct~•}. p:tg. ¡6, que, en Nuremberg uel fisca.1 jefe ruso en UJ\ teniente gene...
nl. pero g«c el jua de m'1 tango dt lot dos rusm que babia. era 10lamente gene-
nt lle Oh•isión~• El primao era poNallol de.l Gobierno soYiftko; d U,ltim() lfflla
,que dc,;,cmptt'lu u.n papd. no mis aaf"o que el de' los jueo:t de Endque VUf en
C1u1on bu ry.
lt
.21 O F •. J. P. VE.o\l.11.

llama el «peor de' los villanos de la Revolución» ( r)-, peto


resulta dificil comprender qué motivos tendrla Ya.goda pata
asesinar por medio del veneno a un novelista septuagenario
que se estaba ya muriendo de viejo. Probablemente Stalin se
preocupó muy poco de este problema, respecto al cual ni> tenla
firmes opiniones. Para él, no era más que una cuestión de prác-
rica rutinaria, el que un jefe de la G.P.U., destituido porque
ya no era. útil al régimen, fuese liquidado.
En Russúm Pwrge (2) («Depuració.n rusa»), los mismos au-
rores, que fueron destacados ciudadanos sovéticos victimas
también, pero que; lograron escapar con vida de la gran depu-
ración de los años 1936 y 19!19, expresan su sorpresa de que
persista en occidente la ilusión de que en la Rusia soviética
tenga que haber la menor relación entre la detención de un
hombre y algún supu(lsto delito por parte de él. En la gran
. mayoría de los casos, .las personas fueron detenidas, durante
la depuración, por tener «opiniones objetivas», lo cual en la
jerga legal marxista significa que pertenecían a alguna de la,
diez o doce categorías que el Gobierno había decidido elími-
nar o suprimir «como medida de seguridad». Mucho más tar-
de se decide cuál va a ser la acusación concreta que se ha de
· lanzar contra esos desgraciados incursos en las disposiciones
del Código penal soviético, que, a su debido tiempo, habrá de
conducirlos a un periodo de trabajos forzados o a la ejecución.
En los Estados Unidos y en Gran Bretaña, las funciones del
poder judicial y las. del poder ejecutivo, están rígidamente se·
paradas. Pero, bajo la ley soviética, el poder ejecutivo ejerce
los más amplios poderes judiciales. La gran mayoría de los pri-
sioneros políticos son manejados por el poder ejecutivo: sólo
algún caso que otro, de tarde en tarde, .pasa ante el poder judi-
cial, para representar lo que en el libro que acabamos de men-
cionar se llama un «juicio de .exhíbídón». En estos casos, el.
deber del poder judicial está limitado por la ley a estampar
.
(•) • Grab.,.., S1alin, Lqodra, Rutd:ling!<"), 1939. pllg. 157.
Stcpb;,,
C•> F. B«k y W. Godln, RWJ,.,.
Hu.ni y Bla(keu., 1~i. p.ig, 8-;~ 1
J'urg<, (•La dcputaóón ~usa»), Lc>odr ...
• LL ClUM):N l>E NUR:DIBE.ltG 211

loe sellos de caucho, con fines de propaganda, al juicio por es-


crito del poder ejecutivo.
Entorpecidos de una parte por sua propios conocimientos
legales y de otra por su profunda ignorancia de la jdeología
marxista, los jueces ingleses y americanos estaban apenados y
confundidos por la atmósfera de ensueño que reinaba en Nu-
remberg. como consecuencia del doble carácter de los procesos
que trataron en vano de disipar. Sin embargo, de hecho, nada
habría podido ser má8 sencillo ni más lógico que la actitud
marxista respecto al juicio. Los prisioneros eran miembros de
un partido político establecido por Adolfo Hitler con el pro­
pósito manifiesto de combatir al comunismo, Por lo tanto, no
podían discutirse sus «opiniones objetivas», Para un caso se-
mejante no babia que imponer ningún castigo, sino solamente
ejercer la «suprema medida de la seguridad de la sociedad»,
lo cual, según la terminología marxista, significa Já aplicación
de Ia pena de muerte, ,
La facilidad con que los abogados de la Europa occiden-
tal y de los .Estados Unidos adoptaron los precedentes suminis-
trados por la administración de justicia en la Rusia soviética,
puede resultar .sorprendenre si no se recuerda que, a la ter·
minación de las hostilidades, prevalecía un estado casi uni-
versal de frenesí. Durante los 18 meses comprendidos enrre
la Conferencia de Teherán y el colapso final del 111 Reich, Ja
forma de llevar a cabo la guerra se' había hecho más despia-
dada y más feroa ppr ambos bandos. La exigencia de rendi-
ción incondicional, proclamada por primera va en Casablan-
ca en 194~ había llenado de desesperación al pueblo alemán,
en particular después que se le reveló que entre las propues-
tas del famoso Plan Morgenthau, sancionado por los señores
lloosevelt y ChurchiU en Quebec, en septiembre de 1944, figu-
raba la destrucción de todas las fábrica& ;ndustriales de Alema-
nia. y la inundacióp de las minas del Rhur (1 ). Las relaciones

f1) Et,1 resumen, d Plan Motgenthau esta.ha de:$lini.do a producir mi6d1lment.e


• .Aíanani• 1M coodkioná dt p<>br-. d-.pcradón y d'ldltJKf<ltt q~e .. i,dan
ta aquella ~ t:0 a.lpnas putet del t\JJ americano. como rttukado 6t: o.uw
F. J. P. VEALE

casi amistosas en su origen entre los. habitantes de 105 países


ocupados y las fuerzas ocupantes fueron desapareciendo gra-.
dualmente al aumentar en fuerza r en osadía los movimientos
de resistencia organizad is y patrocinados por Gran Bretaña y
los Estados Unidos. Se creó un reino de terror : cada centinela
apuñalado, cada tren descarrilado y cada puente volado iba
seguido de represalias brutales por parte de la Oestapo, que
sólo servían para in~aJllar aún más Ju pasiones públicas. La
colaboración, como se la llamaba, se convirtió en el peor de
todos los crímenes, punible oon el asesínato o la mutilación.
Sólo se mantuvieron los usos y cortesías tradicionales de la
guerra civil europea entre las tropas combatientes. Pero, in-
cluso en el campo de batalla, gradualmente se iba produciendo
un cambio, La famosa matanza de prisioneros americanos en
Melmédy, en diciembre de 1944, que condujo a los juicios
igualmente; famosos de los supuestos autores, en Dachau, pue-
de citarse como ejemplo, La destrucción Intencionada de Mon-
te Cassino; el monasterio más famoso de Europa, descrito pos-
teriormente por el general Mark Ciare como un «error trági-
co», puede citarse romo otro ejemplo (1). En mayo de 1945
las pasion~ habían alcanzado un estado febril.
En estas condiciones, era dificil esperar que los vencedo-
res se contentasen con matar a unas pocas decenas de jefes des-
tacados del Partido Nacionalsocialista, junto con aquellos in-
dividuos a los cuales se les pudiese probar, por medios legales,
que habían cometido crímenes de guerra con arreglo a la defi-
nición universalmenteaceptada de este término. Imbuidos ellos

«<>nómica, que h>.n •ido d~"" r.!' t::nltine. Cardwell <? ,u libro
(,:l..a ruc~ dd t.a.ba<O•). MJm.T W1U.1un He.Rn Chamberhn en su libro .fmbtaalf
_T•- 11_-i,
S..:<>nd Cnuad< (•La "'l"n<la oµ...i,. de ,Améria•) (Chlago: Regncry, 1956, pi·
gina ,306) ealbe lo sigtliffll.C: «No, ti úna cxagc'i'ICión decir que el Plan Mongcnthau,
aceptado por núJttr Roose'i'eh y mitter CburdliU en Ja Con{erenda de Qutbec, en
teptitmbré de 1944, ,¡ hubiew. i.ido aplicado en toda su atnpfüud, h.abrla cqlil't'llMlo
a una sernendt de ou.ame o:,rura miHonet -de a~ane,. La iotLI en la· cua., se
proponfa la p1ohibidón de loda dne de ind~trlas pesad.as y de roinet,1,a, eJ una
ee las rn,b urb.1nlud~1 y dcntamene robladas de- .Ett"Op&,• Véa&t tambil:n. f"reda
uu~. obra ~toda. ,
(1) Vbte g<nénl ".lla"' CJUC¡ Colculoud Ri,A (•Rie,go pre,istc¡,,), t.ondm:
Ha.,.p. 1951.
EL CR!MIIJI< DE NUREMJIEllO

mismos del espíritu de venganza que prevalecía, los abogados


se pusieron a trabajar para .formular nuevos delitos tan vagos
y elásticos que, virtualmeme, podía ser acusado cualquiera
que hubiese tomado parte de maneta destacada en las activí-
dades del bando vencido, bien fuese un general, un almirante,
un funcionario civil o un fabricante de material de guerra.
El resultado final Iué reunido en un acuerdo firmado el 8 de
&g()!!Lo de 1945, en la llamada Carta Anexa. Como este- acuerdo
fué firmado en Londres, se le ha llamado 1,El acuerdo de Lon-
dres».
fil tema de este libro es una investigación de los progresos
humanos a través de los tiempos, con relación a la guerra, y en
particular con relación a la evolución retrógrada que comenzó
aproximadaméme hace medio siglo. Un jalón destacado en esta
evolución retrógrada es el estallido de' la guerra el J de agosto
de 19t4· Otro es la «espléndida decisión» del 11 de ~ayo de
1940, tan jaleada por Mr. Spaight, de la cual nos ocupamos
en el capitulo precedente. El tercero es, indiscutiblemente, el
Acuerdo de Londres del 8 de agosto de 1945, por el cual los
vencedores de la Segunda Guerra Mundial procedían a atri·
huirse el derecho de juzgar a los vencidos. Los detalles de este
documento requieren, pues, cierro examen.
El Acuerdo de Londres filé un acuerdo entre los Gobier-
nos británico, americano, francés y ruso, para establecer un
organism.o, qu.e habría de Ilamarse Tribunal Militar Interna- ,
cional, para el juicio de los grandes criminales de guerra, «cu·
yos delitos no tienen una localización geográfiea particular».
No -se dió ninguna definición del término «grandes criminales
de guerra», como no fuese el de que cada uno de los Estados
victoriosos se reservaba el derecho a j algar, con arreglo a sus
propias leyes, a cualquier criminal de guerra que estuviese en
.su poder por delitos cometidos en su propio territorio. Anexo
al acuerdo y formando parte integral de él había un breve texto
calificado grandilocuentemente con el i\ombre de «La Cana»,
que trataba de definir los poderes del Tribunal y el procedí-
miemo que habría de adoptar.
F. J. l'. VEALE

En vista de esto, por lo· tanto, el Acuerdo de Londres no


na sino un arreglo privado entre cuatro Estados soberanos,
para someter a juicio a los súbditos capturados de otro Estado
soberano. Si las partes contratantes hubiesen sido, pongamos
por ejemplo, Costa Rica, Nicaragua, Honduras y El Salvador,
ese acuerdo sólo habría sido de interés como síntoma de lo
poco qui: se comprendían en esos países los elementos de la
jurisprudencia. El hecho de que las cuatro partes que integra·
baa el Acuerdo de Londres fuesen los cuatro Estados más po-
derosos del mundo en aquella época, no tiene nada que ver con
la cuestión de saber si sus términos estaban de acuerdo con el
Derecho internacional. El Tribunal que se acaba no era un
organismo internacional, salvo en el sentido de que en él es-
taba representado más de un Estado. Era simplemente una
reunión de funcionarios legales, nombrados por cuatro Esta-
dos, de acuerdo con un convenio particular entre si.
La pa.rtc máí importante de la llamada Carta, es el articu-
lo 6.•, en el cual se propone \:fC3T nuevos delitos contra el De-
Techo internacional. El primeros de estos. delitos se titula Crl-
menes· contra, la paz y su definición incluye «planear, preparat
o llevar a cabo una guerra de agresión o una guerra que viole
los tratados internacionales». El segundo de los delitos es llama·
do Crlmenes contra 14 humanidad y lo define como «actos in·
humanos contra cualquier población civil antes o durante la
guerra, y las persecuciones por motivos políticos, étnicos o re-
ligiosos».
Respecto a la primera de estas dos nuevas creaciones, los
que hicieron la Carta abandonaron ton desaliento un deses-
perado intento que hicieron de definir «una guerra de agre-
sión», que no condenase implícitamente a Rusia por SU$ nu-
merosos ataq UC$ no provocados contra sos vecinos, empezando
'por su ataque a Finlandia en 1939, y terminando por su ata-
que más reciente contra el Japón, en 1945, con evidente trans-
gresión del Pacto de N'o Agresión que habla firmado con aquel
país. Respecto aJ segundo delito nuevo creado por el Acuerdo
tic Londres, en igualn1ente imposible una definición precisa
'
EL CRIMEN DZ NURE.MBERG

en el momento en que los vencedores estaban realizando de:


portaciones en masa que alcanzaban a un total de unos ca·
torce millones de personas, y que ocasionaban una miseria in·
descriptible. En la mayoría de los casos, estas deportaciones
eran una continuación de las matanzas en masa realizadas en
las mismas regiones de las poblaciones condenadas a deporta·
ción.
Quizá no sea apenas necesario comentar la injusticia fun-
damental, de inventarse esta ley ad hoc y luego presentar acusa·
cienes alegando actos contrarios a dicha ley que fueron come·
tidos antes de que existiese.
El hecho es que los vencedores, en 1945. decidieron plan·
tearse un problema sin precedentes en los tiempos civilizados,
y lo resolvieron mediante una fórmula de compromiso de una
audacia sin igual. El llamado Tribunal Militar Internacional
que crearon, era realmente un organismo extraordinario en
más de un sentido. Para sus miembros no marxistas, la tarea
que tenla que desempeñar el tribunal era decidir si l~ prisio-
neJ'OS eran culpables o no lo eran : para sus miembros marxis-
tas la tarea del tribunal consistía en la eliminación de ciertos
enemigos declarados del comunismo. 'El único nexo entre ellos
en una determinación común de impedir cualquier tropiezo
como consecuencia de estas perspectivas tan dispares. Más tar-
de, esta determinación se vió reforzada por la buena voluntad
personal y el respeto mutuo existente entre los miembros del
Tribunal. No es sorprendente, pues, qué los procesos termi-
nasen. con el ahorcamiento en masa de los prisioneros, pero.
en vista de la composición del Tribunal, sí que es notable el
hecho de que hubiese tan pocos roces entre 'sus comR<>nentes
durante las sesiones, basta llegar, al final, a un perfecto i11
crescendo de mutuas congratulaciones. Los jueces, marxistas
y no marxistas, se elogiaban unos a otros, y asimismo a todos
los abogados. :ÉStos, a su vez daban las gracias a los jueces y se
las daban también entre ellos. El representante británico rin-
dió oportunos tributos a la justicia británica y admitió genero-
samente los méritos de los diversos sistemas 'legales extranje-
116 F, J. P, VI.ALE

ros; y los representantes extranjeros ensalzaron a la justicia


británica y cada uno de ellos habló en favor del sistema de ad-
ministrar justicia de su propio país. Rara vez, por lo menos
estando reunidos esos cuatro países, ha habido. tales demos·
tradoncs de amistad internacional.
Sin embargo, hay motivos para dudar de que los miembros
no marxistas del Tribunal llegasen siquiera a comprender los
diferentes puntos de vista de sus colegas soviéticos. Lo genuina
que era la buena voluntad de unos y lo completa que era la
incomprensión del otro se demostraron unos tres años después
de terminar los juicios de Nuremberg. Aunque, por aquella
época. la opinión pública de la Grao Bretaña y de los Estados
Unidos había cambiado por completo en relación con la Unión
Soviética, nos encontramos con el juez Lawrence, convertido ya
en lord Oaksey, que actuó romo presidente del Tribunal, re-
accionando violentamente frente a un ataque contra la parti-
cipación de Rusia en aquellos procesos, no sólo por si mismo,
sino también por sus colegas soviéticos. Al hablar en la Cáma-
ra de los Lores, el 5 de mayo de 1949, lord Hankey habla de-
clarado que «hubo algo de cínico y repugnante en el espectácu-
lo de jueces británicos, franceses y americanos sentados junto
a unos colegas que representaban a un país que antes, durante
y después de los juicios, habla perpetrado m:1s de la mitad de
todos los crímenes políticos existentes». Al hablar en respuesta
a esto, el 19 de mayo, el lord juez Lawrence declaró que las
observaciones de lord Hankey eran 11insultantes para mis cole-
gas soviéticos, para el juez Birkeu y para mí. Los jueces sovié-
ticos demostraron su .capacidad y su equidad»,
E1 tono de esta respuesta puede parecer obscuro. Lord
Hankey no habla hecho más que expresar la sorpresa, sentida
desde hacia mucho tiempo y por mucha gente, de que la Unión
Soviética, después de haber atacado reciente y deliberadamen-
te a Finlandia, de haber conquistado y haberse anexado Es­
tonia, Letonia y Lituania, y de haber privado a Rumania, por
la fuerza de la Besarabia, se hubiese considerado, sin embargo.
apta para participar en el juicio contra los jefes de otra poten-
EL CIUIQ:.N l>E NUREMBERG

cia acusada de haber llegado a cabo una sola guerra de agre-


sión. La respuesta del juez Lawrence deda- que no había mo-
tivo para sorprenderse, porque los individuos enviados para
representar a la Unión Soviética en el juicio, resultaron ser
competentes y bienintencionados.
Desde luego, podemos aceptar de buen grado el testimonia
de que sus dos colegas soviéticos le causaron la impresión de ser
hombres capaces y bienintencionados. Oc hecho, lord Hankey
había manifestado ya que incluso podían ser íntachábles Indi-
vidualmente. 'Por lo que a nosotros respecta, también podían
·aer excelentes maridos y padres, profundos estudiantes de bo-
tánica, expertos aJpinistas o ardientes coleccionistas de sellos.
'Pero ¿ qué re ladón pueden tener sus dotes personales, sus vir-
tudes y gustos con la afirmación de lord Hankey de que la par·
ticipación en los juicios de Nuremberg de un Estado. con el
historial de ía Unión Soviética resultaba- «cínica y repugnan-
tei,? El mismo lord Lawre.nce debió darse cuenta gradualmen-
te de la atmósfera de ensueño que proporcionó a los prOCe50$
la participación de laUníén Soviética, que no pudo ser disi-
• pada por las peroratas humanitarias ni por las denuncias de la
guerra agresiva como supremo delito internacional, por muy
pomposa e jmpresionantemente que se expresaran. ,
Es difícil creer que el juez presidente Lawrence no hubiese
oído hablar nunca de los juicios políticos qúe empezaron en
Rusia en 1936 y que. han pasado a la· historia con el nombre
de La Gran Depuración. Sin embargo, parece que no se habla
dado cuenta de que esos juicios fueron realizados de acuerdo
con un sistema· de legislación nuevo y distinto, del cual, el úni-
co. principio efectivo familiar a los juristas del resto del mundo
era la máxima romana Salu« popul¡ est suprema lex, adaptada
en el ·sentido de «lo que José Stalin considera' necesario para
la seguridad del Partido Comunista, es ley- suprema. En los años
que siguieron a 1936, José Stalin opinó repetidamente que la
seguridad del Partido Comunista requería la 'liquidación de
algun0$ de los hombres famosos que habían ayudado a Lenin
a realizar la Revolución rusa veinte-años antes. Entre ést~
F. J· l'. VEALE

hay que incluir al ayudante personal de Lenin, Gregory Zi.­


noviev; Leo Kamenev, el presidente del Soviet de Moscú y,
como Zinovíev, uno de los primeros miembros del Polit Buró;
lván Smirnov, que en otro tiempo fué aclamado como «el Le­
nin de Siberia»; Nikolai Bujarin, el director de lzueslia; el
que fué poderoso periodista Ale:x.ei 'Rikov : el mariscal Mijail
Tukachevski, el más victorioso -de los jefes del Ejército Rojo
durante la guerra civil; Karl Radek, que fué jefe de la propa-
ganda bolchevique en el extranjero; e incluso el temido jefe
de la G.P.U., Henry Yagoda. Estos hombres pasaron por un
juicio y fueron ejecutados. No hay razón para creer. que los
jueces que los condenaron no fuesen muy, capaces y bieninten-
cionados: de acuerdo con su formación legal, aceptaron la guía
de la máxíma legal marxista antes citada ( 1 ).
De manera similar, en 1943, en Teherán, José Stalin, en
nombre del Gobierno ejecutivo de la Unión. Soviética, expre-
só la opinión de que ciertos enemigos alemanes del comunismo,
en número de 50.000, debían ser liquidados «tan pronto como
los capturemos, delante de un piquete de ejecución». Como con-
cesión a los escrúpulos burgueses de sus aliados, Stalin, desde
luego, accedió a qu~. en cada caso, el juicio precediese a la eje·
cución, pero su decisión de que esos hombres debían morir,
permaneció inalterable. ¿Cree el lord juez presidente Lawrence
que los jueces soviéticos que juzgaron todas aquellas causas, en
Moscú o en Nurernberg, tenían libertad para cambiar las deci-
siones de Stalin respecto a esta cuestión, o respecto a cualquiera
otra? Su discurso en Ja Cámara de los Lores, antes citado, in·
dica claramente que así lo creía, pues, de lo contrario, la impor-
tancia que daba a la equidad de sus colegas soviéticos resul-
tar-la totalmente incomprensible.
En cierto sentido, desde luego, el docto juez in~lés podía
haber estado acertado en su creencia. En el mismo smtido in-
dudablemente, en que los jueces de .Enrique VIII pudieran ha-
(1) lnclu,o el gran lonl Maus6eld bl.bló c.on aprobación de ,la <Tilla4a n,ixlm•
del Dcrecbo oooRirudonaJ de lng~tcl'T1, de qu~ ei ~>rtíctiUh: otasionar un lt:aJlo
prhado con tal de no 0t11lionar un perjuicio públk01,,
EL CRIMEN DE N\IRfillBERG

ber dicho que tenían libertad para cambiar la decisión de su


tea! amo, de que «el abad de Glastonbury debe ser juzgado en
Glastonbury y también ejecutado allí mismo con sus cómplices».
No hay razón 'para pensar que los jueces que condenaron al abad
Whiting a )0$ lentos horrores de una ejecución inglesa por alta
traición no fuesen hombres capaces y bienintencionados. Pero,
como súbditos leales y obedientes las órdenes dadas por su mo­
narca, tendrían poca dificultad para convencerse a si mismos de
que la opinión de su señor soberano, el rey, estaba bien .funda-
da. De manera similar procedería un juez soviético, que encon-
traría presuntuoso o peligroso el investigar demasiado profun-
damente las razones por las cuales ha formado así su opinión
«nuestro grande y sabio jefe, el verdadero discípulo y sucesor de
Lénin». La ley soviética da los más amplios poderes judiciales
al Gobierno ejecutivo, y el deber de un juez soviético es admi-
nistrar, no reformar, la ley soviética. José Stalin, como el fan·
fartón rey Hal, estaba evidentemente impaciente con los subor-
dinados que por cualquier pretexto no eran capaces de dar
cumplimiento a sus instrucciones, y es muy probable que con-
siderase como un contrarrevolucionario confeso a quien se atre-
viese a no estar de acuerdo con él En tiempos de los Tudor, los
que tenían el honor de servir al fanfarrón rey Hal, vivían bajo
la amenaza de la Torre, lo mismo que aquellos que, cuatrocien-
tos años más tarde, al servir .a José Stalin, vivían bajo la ame-
naza de la cárcel de la Lubianlca.
«Majaderías y tonterías», exclamó Alicia cuando la reina
pidió «Sentencia primero y veredicto después». Los miembros "
del Tribunal Militar Internacional de Nuremberg pueden di
vidirse en dos grupos distintos, de acuerdo con su actitud res-
pecto a este celebrado pasaje del cuento clásico de Lewis Ca
rroll, Para los jueces soviéticos, la petición de la reina de «Sen
tencia primero y después veredicto» era una pericién perfecta·
mente racional, apoyada por numerosos e importantes prece-
dentes. Para el lord juez presidente Lawrence y sus colegas no
marxistas, así como para los contemporáneos de Lewis Carroll,
no era más que una briUante majadería, una extravagancia ab-
JJO F. ], P. VEALE

surda, tan tremendamente fantasrica, como para resultar cómi-


ca si no hubiese sido tan dramática. Ningún grupo tenía la me-
nor comprensión de los conceptos legales del otro. El tributo
del juez .Lawrcnce a la equidad de sus colegas soviéticos, prue-
ba que, por ejemplo, tres años después de los juicios de Nu-
remberg, el principal representante británico en el Tribunal
aún no habla alcanzado a comprender el sentido marxista,
de la palabra «equidad», En la ideología . legal marxista,
«equidad» representa equidad pata el Estado proletario: equi-
dad respecto a un enemigo declarado del comunismo es sencí-
!lamente una contradicción en los términos. Los ocupantes del
banquillo eran, sin duda alguna, culpables de ser anticomunis-
tas; por eso debían ser eliminados .. Careda de importancia
práctica el saber si merecían la ejecución J)Qr determinados
actos específices, Cuando la mayoría del Tribunal decidió ab-
solver a Von Papen, el Gobierno soviético elevó una enérgica
protesta. Su absolución podía ser «equitativa» en un sentido no
marxista, en el sentido de que no era culpable de los actos de
los cuales se le ·acusaba, pero, no resultaba tan evidente p.ara
el comunismo el que-un enemigo tan declarado del mismo pu·
diese escapar con vida.
Algunos pueden pensar, por la protesta antes citada, que el
juez presidente Lawrence mostraba una susceptibilidad excesi-
va ante unas críticas mesuradas y expresadas con moderación.
Sin embargo hay que reconocerle el mérito de la lealtad mos-
trada hacia sus colegas cxtra,njerosque ya no ocupaban un sitial
en Nuremberg seguro de todo desafio y objeción, pero que,
como él mismo, comparedan en el banquillo de la Historia
para esperar el juicio. Pero, lo realmente significativo en este
episodio es que el juez inglés debe suponer que los jueces so-
viéticos necesitan o desean que se los defienda de las acusacio-
nes de haber transgredido los principios de justicia que él, des·
de luego, acepta sin vacilación, pero que desde hace mucho
tiempo son considerados como anticuados prejuicios burgueses
en 'la Unión Soviética.
La publicación del Acuerdo de Londres, que tuvo lugar
EL CIUMEN DE NUR.EMBERG •••
poco después del establecimiento .en N uremberg del organis-
mo que se titulaba a si mísmo Tribunal Militar Internacional,
fué recibida con satisfacción por el público británico en gene-
ral, aunque con cierta mezcla de nervosismo. Naturalmente.' la
objeción que más turbaba a los abogados, en.concreto, la obje-
ción de que el tribunal no tenía jurisdicción legal, era com-
prensible sólo para los que tuviesen una formación jurídica. La
opinión más generalmente aceptada era que ya habría tiempo,
después 'de que los prisioneros hubiesen sido ahorcados, de que
los técnicos decidiesen las razones precisas (si es que las había)
por las cuales podía justificarse dichas muertes. El hombre.de
la, calle no se sentía turbado por las consideraciones técnicas de
justicia y legalidad. Sin embargo, · desde el principio, se mani-
festaron algunos recelos. Por la lectura de las columnas de car·
tas al director del The Timespodemos darnos cuenta de lo mal
que se comprendió la novedad esencial de los proyectados proce-
sos de Nuremberg. Alll encontramos diversas escuelas de pen-
samiento.
En primer lugar estaban, los apologistas, que argüían qué
todos sabían que los prisioneros eran culpables o que, por lo
menos, merecían el ser ahorcados: por lo tanto, 11 priori, no se
podla 'hacer .una injusticia si se los ahorcaba, Todo el que no
se diese cuenta de que a los prisioneros se les debla ahorcar, se
presentaba como un manifiesto simpatizante nazi, y, ,como tal,
no tenla, desde luego, derecho a expresar su opinión.
Esta escuela de pensamiento comprendía a la gran mayoría
del público británico. En sentido estricto, desde luego, no era
una escuela de pensamiento. sino una escuela de pasión. A sus
miembros les tenían sin cuidado los hechos, y les importaban
aún menos los principios: al Í"ual que Sr. John. el procurador
general, e'l 164 1, se conformaban ron «sentir-en su• corazones»
que los acusados eran culoables.
En segundo lugar estaba la o+inién de los nue señalaban que
los orovecrados juicios d~ lo• ven6rto, por lo• vencedores estu-
viesen bien fundados o no. crearían un precedente, en el caso
no inconcebible de que la ·Gmn Preraifa fuese derrotada en una
P. J. P. VEALE

guerra futura, que justificaría una 'matanza de sus dirigentes


políticos, militares eindustriales, Merced a la conquista del aire,
la Gran Bretaña había dejado de ser el sexto continente, garan-
tizado ¡x>r una marina invencible contra todo ataque e inva-
sión; se. habla convertido, simplemente, en uno de los Estados
en que está dividida Europa y que como tal, ya no poclia mirar
con mayor indiferencia que cualq uiera otro de los 'Estados euro-
peos, la suerte de un pueblo subyugado. ¿Es éste un momento
oportuno -se preguntal;>an- para crear semejante precedente?
En tercer lugar estaban los que insistian en indagar cuáles
serian las consecuencias finales de los proyectados juicios. ¿ Es·
taba justificada la esperanza, expresada con tanta confianza, de
que la sentencia contra los dirigentes alemanes actuaría en el
futuro para hacer desistir de sus propésiros a los políticos que
pudiesen sentir la tentación de embarcarse en guerras de agre·
sión, y a los generales que sintiesen deseos de tomar medidas
inhumanas contra la población civil enemiga, con el fin de
ayudar a sus operaciones militares? Si se aceptaba. el Plan Mor-
genthau, qu,e proponía que .no sólo se desal"!°ase a un~ naci?n
derrotada, s106 que se la privase de los medios· de su bsistencia,
para reducir así, mediante la muerte por hambre, su población
y su fuerza, ¿no es más probable que este acto de la justicia in·
tcmacional diese resultados completamente contrarios? Una
vez que se haya comprobado que el castigo que acompaña a la
derrota de una nación ha de ser alguna variante del Plan Mor·
genthau ¿cómo van a dudar los estadistas amantes de la pai en
asestar el primer golpe, si llegan al convencimiento de que así
son mejores sus perspectivas de evitar una calamidad tan te·
rrible? De manera similar, ¿qué general va a permitir que sus
operaciones sean entorpecidas en el más mínimo grado por los
escrúpulos; si está seguro de ..que la suerte de todos los genera-
les vencidos es una muerte ignominiosa? Al ponerse en manos
del verdugo, un general vencido que hubiese observado estríe-
tamente las reglas de la guerra civilizada, no tendría ninguna
ventaja sobre sus colegas menos escrupulosos, como no sea, da.
de Juego, l~ conciencia de haber obrado rectamente. Desde lue-
EL CRIMEN DE NUREMBERC

go, la moraleja que se desprende de los juicios de N uremberg


es que hay que ganar las guerras a toda <:O.Sta y por cualquier
medio.
De paso, hay que señalar el que, según parece, nadiefha
llamado la atención del arzcbispo de York, Dr. Garbett, sobre
el hecho de que el Acuerdo de Londres no hace el menor in-
tento de «vindicar el sentido consciente de la diferencia entre lo
que está bien y lo que está mal», de acuerdo con su piadosa es·
peranza. A juzgar por su silencio, el arzobispo se contenta con
aceptar como sustitutivo, la enfática vindicación de la diíeren-
cía qne existe entre estar del lado de los vencedores o del lado
de los vencidos. El artículo 6.º de la Carta limita expresa1nente
la jurisdicción del Tribunal a los crímenes cometidos «en favor
de los intereses de los países europeos del Eje»,
Finalmente, en cuarto lugar, estaban los que criticaban cier-
tos aspectos de· los procesos, considerados no como «una forma
prolongada y solemne de ejecución; sino como un juicio judi-
cial normal».
Los argumentos de este último grupo, alguno-, ele ellos ¡,re-
aentados con mucha elocuencia y con conocimientos de- los asun-
tos legales, casi eran los mismos. Eran aplicables a un juicio
norma! y no a algo tan esencialmente distinto por su origen,
procedimiento y propósito, como una parodia de juicio, inclu-
IIO como una parodia de juicio que en denos aspectos esenciales
se apartaba de la práctica normal en esos casos. Un profundo
conocimiento de la jurisprudencia es un claro entorpecimiento
para la comprensión de un tipo de parodia de juicio que exige
ciertos conocimientos de antropología, historia moderna rusa
e ideología marxista. No es de extrañar que estos procesos con-
fundiesen .¡ los juristas europeos, aunque, quizá, no más de lo
que ellos confunden a los biólogos pollticos marxistas, Toma·
remos sólo un ejemplo: las protestas suscitadas cuando el Co-
legio de Abogados decidió que, "no era deseable» que ·un
mieo¡bro del mismo actuase como defensor ante el Tribunal
de Nuremberg. «Cíertamente, si el Tribuna) y su tarea ­escri·
bfa Serjeant Sullivao, K. C. con indignación-, son de tal clase
F. J. P. VEALll

que un abogado que se estime no debe prestarse a participar


en estos procesos, tampoco es deseable que se siente en el Tri·
bunal un defensor inglés de la Ley para hacer de fiscal» ( 1 ).
Pero no se trataba de esto, en absoluto. En un juicio nor­
mal, a las v{etimas se les proporciona un abogado para defen-
derlas, como parle de todo el aparato externo de los precedí-
mientos: la refutación de los débiles argumentos de los aboga·
dos defensores por el fiscal es una parte esencial del espectáculo,
lo mismo que el lanzatnicnto por los aires de los caballos viejos
y gastados que llevan los picadores en una corrida de loros.
Normalmente, en una parodia de juicio se puede confiar en que
el defensor no desplegará un celo inconveniente, ya que la pena
que esto entraña es la detención, otra parodia de juicio y la
ejecución come> cómplice. Pero, en Nuremberg, si se hubiese
permitido a un abogado inglés defender a los prisióneros, su
celo profesional podría haber puesto al Tribunal en una situa-
ción embarazosa, con absoluta impunidad. Su presencia era
pues claramente «indeseable» y se dejó a los prisioneros que
fuesen defendidos por su1 propios conciudadanos. El Tribunal
estaba protegido contra la posibilidad de verse en una situa-
ción embarazosa, en primer lugar, por el hecho de que sólo
se autorizaba a practicar la profesión en Alemania a abogados
antinazis, de tal modo que los prisioneros tenían que elegir en-
tre sus enemigos pollticos a quien hubiera de defenderles, y,
en segundo lugar, por el hecho de que si alguno de los aboga-
dos defensores se hubiese permitido el lujo de dejarse arras·
trar por sentimientos patrióticos, como ciudadano alemán, po-
drla haber sido inmediatamente enviado a reunirse con la des-
dichada multitud de personas que en aquellos momentos se
encontraban detenidas en campos de concentración. sin nin-
gún proceso legal, sino simplemente como sospechosos de po·
si bles tendencias pro-nazis. (.t)
(1) Vh1e a.na al Tíme1 dd I de r,ovi.aribrt de •!US•
(•) Stg,ln 11 d<d,rodffl de lord l'akcnhun en la Olmaa ck loo Lor,s en no,
•W!lll.btt de 19,il, tólo ee la zona bridnka UbCan Jido pua10t m libertad .a5.ooo
alceanes dcspuh de blber .ido lffli~ en un ampo el< """'1mlndcln dunn1c nw
de un afto, lln baber 'lido ~ de nada, y ,e.ooo ett:aban tocb.vra t\pcr..ando ttt
E.L CRIMEN DE NUREM!IERG

'
La actitud de míster Wiruton Churchill respecto a los «cri-
minales de guerra nazis» (con lo cual quiere signifiq,r los miem-
bros poluícos del Gobierno alemán y sus asesores militares, na·
vales, financieros e industriales) no estaba nublada por dudas
legales ni por ~corlas políticas. Sobre este tema, lanzó las opi-
niones más enérgicas en declaraciones públicas. A través de to-
dos los tiempos, los políticos siempre han tenido una opinión
muy dura de los actos y­ 'motivos de sus enemigos: Incluso el
rey Sapor no cabe duda de que creía· sinceramente que el em-
perador Vaterío se merecía que fuese usado como estribo, Mís-
ter Churchill parecía no tener la menor duda de la culpabilí-
d.a,<l nazi, por lo menos después de 1939. Parece que ha estado
convencido de que cualquier hombre ecuánime que investigase
los hechos tenla que compartir su opinión ( 1 ).
A esto se puede objetar que, en ese caso; míster Churchill
debería haber insistido para que la investigación fuese realizá-
• da por un tribunal compuesto por juristas neutrales. Semejan-
te tribunal se podría haber formado con facilidad: había emi-
nentes juristas suizos, suecos, portugueses, españoles y argentinos
de fama y consideración que habrían estado dispuestos a servir
en un tribunal semejante. si hubiesen sido il)vitados a ello. Si la
«culpabilidad nazi» realmente era tan evidente, el resultado
habría sido el mismo, y la sentencia tendría una máxima auto-
ridad por proceder de un tribunal compuesto por hombres de
leyes neutrales.
As! se afirma claramente en la siguiente carta que apare-

~ o le'¿!' puatos m libertad. lJl'.la sJtuación aimilu prevaJeda ec lb zon ..


am«Jan.& y fn..n0tsa: dejamos a Ja i.rnagin.ui(mdd Jectce Ja situación de lot dttt-
a.ldoa en , Ja rona rusa. ·
(1) En su li.bro Cffllt Contmp,>rories (•Lo, griru1.. oontC1D¡,win-.) y en
otrq,i. CICT:itOJ tdiKUhOl,, l.\ir. Chu~íll hab.(a espresado gr:\n a:drot.ra6ón pQr Hít1(!.
a'8II decpuó de que HitJtr hubo encar«Jado a. los Jibcralcs, HcvaQo~ a la prictica
.,. progr~a a.ndtemftko y violad.o et Tratado de VenaHes. lnd.u,o d II de. novfem.:1
bM de 1958. ChurcllW dtda d.e Hitla: «Si nuestro país fuese derrotado, e.pero
~ cnoontrU:I~ un ump«m tan admirable pan resubl«er nuO-tro ~alor t
~ os. de n.uevo ~ nucrtro p1>CNo eure las nacione$..u Véate Emry-s Hughei.
W,n.r1on Chuuhill in Wor on4 .Peo« (•Winnon Churd1Ul en la guerra 7'cn Ja
JlU>!),. Gl.ugow. IJnily Pub. Co., 1950, capítulo 18. '
15
.t .t6 F. J, P. VRAJ:.t

ció en el número correspondiente a junio de 1946 del The


Solicitar, revista mensual escrita por abogados y para abogados:
De su artículo Los juicios de Nuremberg, aparecido en el mes
de mayo, parece deducirse que existen verdaderas pruebas de
atrocidades y excesos ¡>Pr parte de los acusados,
«Si esto es cierto, ¿podrá usted o podrá alguno de sus lec·
torés decirme la razón por la cual esas pruebas no son investí·
gadas por un tribunal imparcial de eminentes juristas neutra-
les:-gue si se hubiera deseado se habría podido formar?
»Suponíendo que el objeto de estos «juicios» no sea sólo el
deseo satisfacer una venganza a costa del bando que ha perdi-
do, sino el llevar a cabo una condenación solemne de las atro-
cidades y excesos cometidos, todos ellos bien investigados y pro-
bados, para beneficio de la posteridad, ciertamente esta condena
sería mucho más definitiva si fuese realizada por un tribunal
neutral que hubiera examinado }05 hechos de manera judicial.
»Cuando un hombre insiste. en ser juez de su propia causa,
hay que suponer inevitablemente que ésta no resistirá a la in-
vestigación. ¿No sacará la posteridad esta conclusión respecto
a los juicios de Nuremberg? Y, sin embargo, puede que hubiese
pruebas suficientes para que un .tribunal.neutral llegase a vere-
dictos de culpabilidad respecto a algunos de los acusados.»
• No se recibió respuesta a esto, pero se ocuparon de la carta
en un editorial cuidadosamente redactado, en el cual, con
suma, sencillez, se hacía caso omiso de la pregunta que ence- .
naba. La justicia natural, se afirmaba, era un término flexible
que significaba diferentes cosas para diferentes vencedores : las
teorías de la responsabilidad legal y política estaban experi-
mentando una revolución. «Si los juicios de Nuremberg con-
ducen a un código Internacional, mucho se habrá ganado ;- en
caso contrario, se habrá establecido un precedente que habrá
de provocar nuevas dificultades en el futuro».
Hasta hoy, esa pregunta sigue sin ser contestada. Pero, res-
pecto a la actitud de míster Churchill sobre esta cuestión, pare-
ce que, de ser exacto en Jo substancial el relato que hace mf~.'
ter Elliott Rooseveh de lo que ocurrió en Teherán en noviero·
.

EL CIUMEN Dl: NUREMBEllG

bre de 1945, no es improbable que, a su debido tiempo se revele


que míster Churchill trató por todos los medios de conseguir
en Potsdam que los supuestos crímenes de guerra fuesen inves-
tigados por un tribunal neutral. Con nuestro posterior conoci-
miento, de la capacidad del señor Molotov para decir «no»,
resulta fácil comprender por qué fueron infructuosos los es-
fuerzos de míster Churchill, si es que en realidad los hizo. ,
Tod9 lo que puede decirse con certeza es que, en Iugar de
una ejecución sumaria de 105 jefes alemanes en cuanto se loa
capturase, como proponía Stalin en Teherán, se acordó que se
formularían contra ellos acusaciones específicas y que luego
serían investigadas y juzgadas por un tribunal compuesto por
funcionarios seleccionados de las potencias vencedoras.
Esto es todo lo que se había ganado. Cabe preguntar, sin
embargo, si esto había de dar motivo a que, los prisioneroe
quedasen agradecidos. Por una parte, en N uremberg no se en-
contraron con los jueces que esperaban, como en las parodias
de juicios normales, con !05 veredictos ya redactados, Para los
miembros no marxistas del Tribunal, semejante procedimiento
habría sido inconcebible. Pero, por otra parte, los prisioneros
ee encontraron. sometidos a una terrible prueba que conducía
a un resultado que todos tonodan desde el principio, y que, en
aquellas circunstancias, era inevitable, por lo cual, para mu-
chos de los acusados, constituía un descanso deseado.
De nada sirve ,decir que los miembros del Tribunal de Nu-
remberg se enfrentaban con una tarea fundamental de imposi-
ble realización. Como dijo en cierta ocasión lord Hewart, «F.s
igualmente importante que se haga justicia y que parezca que
se hace justicia». En e1 futuro serán los historiadores quienes
decidan si, de hecho, se hizo justicia en Nuremberg, ~ro ya no
h~b~ ni?S,ún esfuerzo que pueda dar la impresión de que se
hizo JUSt1c1a. En una guerra moderna, resulta imposible la se,
rena ecuanimidad que existía en el siglo xvru. Todo ciudadano
de un Estado beligerante, desde el más elevado hasta el más
humilde, queda personalmente afectado. Hace doscientos afias,
la guerra era considerada como asunto exclusivo de los gober-
11'. J. p. V.El.LE

nantes; lol individuos particulares no tenían ocasión de sentir


grandes emociones; para la mayoría, la victoria sólo significa-
ba' el ondear de banderas, y, la derrota, unos ímpueseos algo
mayc>tts que Joe existentes. Han pasado aquellos dí», proba-
blemente para siempre. En la próxima guerra, después de que
Londres haya recibido una salva de cohetes dirigidos, cargados
con bombas atómicas, pocos londinenses podrán suscribir la fra.
ee de aquel eminente londinense, el Dr. Samuel johnson, de
que la.s desgracias públicas nunca interrumpen el alrouerw de
una persona. Del mismo modo, un ciudadano cualquiera: de los
litados beligerantes, en la gueri:a de 19!9-1945, que pudiese
alir de ella. sin haber formado una opinión sobre las razones
y lu sinrazones de la lucha o sobre el carácter de los dirigentes
enémigos, tendría que ser un superhombre o carecer de inteli-
g-encia.
Quizá ,e comprenda mejor toda la fuerza de esta objeéión
con un ejemplo hipotético. Supongamos que se desea sacar a
b lue .la verdad relativa al bombardeo de Drcsden en la noche
del 1 ! de febrero de 1945. Para satisfacer este deseo, tal vei
morboto, supongamos que se decidiera que los actos debían de
ser investigados por un tribunal formado por ocho eminentes
jurista.s sajones, hombres íntegros y de buena reputación, ele-
gido cada uno de ellos por poseer una mente legal lógica, des·
apasionada, imparcial y equilibrada. ¿Podrla esperarse un vere-
dicto de peso o de valor de un Órganismo tal sobre un terna
scmejante? ¿ No llegarían inevitablemente a la conclusión de
que este ataque en masa: realizado por ! .ooo aviones contra la
capital de Sajonia, cuando ésta se encontraba abarrotada de
ttfugiados, mucho después de que se hubiese decidido el resul-
lado de la guerra, era un acto intencionado de salvajismo? Por
muchos esfuereos que hicieran para tratar de borrar la memo-
ria de aquella noche de horror, llegatían al mismo veredicto,
~Seda justo decir, por ser este veredicto inevitable en un
tribunal asl compuesto, que, era una vergüenza? Desde luego
no. Serla un veredicto sincero y honrado, a pesar de ser ineví-
table, pero, por este' hecho, carente' de valor, Con razón o sin

!!L CIUMEN OE NUltKMB:t.11.G

ella, el hombre de 4. calle desejtimarfa su opinión diciendo:


«¡Desde luego ellos tienen que llegar a esa conclusión I» Por
lo tanto, serla justo que nos atuviésemos a la afirmación.de !°~d
Hewart de que tiene también que parecer que se hace JUSt1aa.
Quizás, en el futuro, los historiadores apoyen un veredicto ee-
mejantc contra ese bombardeo; también es posible que los h,is-
toriadores futuros apoyen las conclusiones a que llegó el Tri·
bunal de Nuremberg en relación con los actos de los miembros
supervivientes del Gobierno de Adolio Hitler y de sus conseje-
ros profesionales.No se puede conceder ningún valor a un jui-
cio que puede preverse con certeza práctica. Por muy sincera
y concienzuda que pudiera ser la investigación antes sugerida
por parte de los juristas sajones, habría.de ser 6nabnente deses·
timada como una parodia de investigación. En el mismo sen;
tido y por la misma rozón, los procesos de Nuremberg tienen
que ser desestimadoscomo una parodia de juicio.
En un discurso pronunciado el día .tll de enero de 1952,
Fuad Scrag el-Din Pachá, ministro egipcio, del Interior, según
informaba la Prensa, declaró que las tropas británicas en la
Zona del Canal habían cometido «actos bárbaros y atrocidades
que rebasaban lo humanamente imaginable». Desde luego, uh
lector británico desestimará esta acusación, la considerará una
tontería, pero al mismo tiempo podrá preguntarse qué posibili-
dades tendría de obtener justicia el general Erskine, coman·
dante jefe británico en Egipto, si tuviese que responder alguna
vez. de las acciones de sus tropas ante 1;1n tribunal egipcio. (Fen·
dría, por ejemplo, playores probabilidades de las que tuvo el
mariscal de campo Kesselringdurante la vista de su juicio en Ve-
necia, en 1947, donde tenla que -responder de lo que se decía
que habían hecho sus tropas al combatir al «movimiento de
resistencia» italian()? Puede decirse que el ministro egipcio del
Interior tiene que haber formado su opinión únicamente por
lo que le ban dicho respecto a los m,étodós adoptados por los
bombres del general Erskine para combatir al «movimiemo
egipcio de iresistencia11. No abe duda de que esto es cierto.
FUád Pachá no pretende haber sido te~igo de e,as 0<at~ocida·
F. J· P. Vl!ALE

des que rebasan la imaginación humana». Ha Iormado su opi-


nión por lo que le han dicho. En Nurembetg se estableció, de
manera solemne, que bastaban lla.s declaraciones de oídas como
prueba.suficiente, no para fundamentar una mera opinión, sino
un veredicto de culpabilidad ante un tribunal de justicia.
Nueve meses despu, s de terminar los proccl\OS de Nurem-
bcrg tuvo lugar otro juicio político al cual se puede aplicar la
misma crítica adversa. El is de septiembre de 1947, Nikola
Petrov, el jefe del Partido Campesino búlgaro, fué condenado
y ejecutado, bajo la acusación de conspiración. Los Gobiernos
britanico y americano elevaron en seguida enérgicas notas de
protesta, calificando el proceso de «un disfraz de justician. Nada
se reprochaba personalmente a los jueces que hablan dictado
sentencia: su jurísdiccién para juzgar a un súbdito búlgaro no
podía ser fUCsta en tela de juicio; Peerov podía, quizá, ser
culpable con arreglo a la ley búlgara; el veredicto podría estar
justificado según las pruebas aducidas. La única queja impor-
cante contenida en las notas británica y americana era que «los
tres jueces del Tribunal y los dos fucalcs eran miembros del
Partido Comunista». Petrov era un reconocido anticomunista.
Por esca razón, el proceso no había ya de ser un udi.maz de
justicia», pero es evidente que no cumplía con la máxima de
lord Hewart de que no sólo hay que hacer justicia, sino que taro·
bién tiene que parecer que se.hace. En este sentido, el proceso
seguido contra Ník.ola Petrov en septiembre de 1947, tiene
que ser clasificado también como parodia de juicio.
Se puede poner otra objeción a los procesos de Nurem-
bcrg, si cabe, más fundamental aún. En los procesos crimina-
les normales, al acusado se Je imputa un acto contrario a una
ley especifica. Cuando la ley es clara, lo único que queda por
dilucidar por parte del Tribunal es si se cometió el supuesto
acto y. si es asJ, constituye una transgresión de una ley deter-
minada. Pero, en Nuremberg, no se pod!a hacer referencia a
ningún código legal: las acusaciones se hadan por no haber
acatado la costumbre reconocida. Pero, la& costumbres recooo-
cidas varl:in de una época a otra. Lo que se reconocía como
'
EL CRIMEN DE NURilt1lERG

coetumbre en 1645, durante la Guerra de los Treinta años, se-


ría considerado como inconcebible y ultrajante en 1745 y en
1845, mientras que volvía a convertirse en costumbre más o
menos reconocida otra vez en 1945. Antes de poderse compro-
bar, las acusaciones en Nuremberg, era esencial el haber deter-
minado cuál era la costumbre reconocida de la cual se decía
que ~os acusados se habían apartado y la habían transgredido.
Pero, al logr;u- esto, requería una Investigación lle la conducta
de ambos bandos. Aunque en la lógica dos blancos no suman
un negro, es dificil admitir que uno de los bandos se queje
de que el otro ha cometido los mismos actos que él. Pero el
Tribunal de Nuremberg estaba específicamente liberado de
investigar cualquier acusación que se hiciera contra los súb-
ditos de las potencias victoriosas. En otras palabras, el perte-
necer al bando que habla perdido era parte integrante y esen-
cial de toda acusación. Por consiguiente, era totalmente im-
posible pata el Tribunal el decidir qué es Jo que consideraba
como costumbre reconocida en el momento de cometerse los
supuestos delitos .
. Aun manteniendo resueltamente el principio de 'que, en
ningún caso, deberían ser mencionados los delitos que no hu-
biesen sido cometidos «en interés de los países del E.je»; el Tri·
bunal se sentía forzado a admitir de mala gana que habla un
caso en el cual no se podía excluir la prueba de qué es lo que
te habla convertido en costumbre reconocida, En este caso.
el almirante Doenitz habla sido acusado de llevar a cabo una
guerra submarina sin Testricciones. El tribunal admitió, de
mala gana, que no habla más remedio que tener en cuenta, al
evaluar ese delito, una orden del Almirantaego británico fe·
chada el 8 de mayo de 1940, en la cual, se decía que en el fu.
tura serian- hundidos sin previo aviso todos los barcos que pa-
sasen por el Skagerrak, juntamente con el hecho indudable de
que .los Estados Unidos habían practicado la guerra subma-
rina sin restricciones desde el primer dla que entraron en la
guerra.
Esta regla parecía establecer el principio nuevo de que un
F. J. P. VEALE

hecho particular constituía o no delito según lo hubiesen co­


metido o no los vencedores. Si lo habían cometido los vence·
dores, no podía ser delito. ,
Sin embargo, el Tribunal se daba perfecta cuenta del pe-
ligro que entrañarla una aplicación general de este principio
y, por consiguiente, insistió en que había de limitarse, por ra-
zones que no fueron, explicadas, al caso del almirante Doenitz,
Esta arbitraria decisión es responsable de la comisión de la
más monstruosa de todas las injusticias cometidas en Nurem-
berg, la condena del almirante Raeder a cadena perpetua por
haber planeado y dirigido una guerra de agresión contra No-
ruega.
Desde la publicación de los.hechos por parte de Mr. Wins-·
ton Churchill en su libro The Gathering Storm («La tormen-
ta que se avecina»), nadie puede justificar ni excusar esa con-
1
dena. Churchill admite que, a partir de septiembre de 1939,
las autoridades navales británicas estaban realizando precisa-
mente los mismos planes de un ataque contra Noruega, al
mismo tiempo que se hacían los del almirante Raeder. De
hecho, al Almirantazgo británico pu$0 en práctica sus planes
veinticuatro horas antes de que el almirante Raeder recibiese
orden de empezar la acción que obedecía a planes que no
eran más que la contrapartida alemana a la «Operación Strat-
ford» ( 1) del Almirantazgo británico.
Los hechos, tal 'como -han sido revelados, son resumidos de
manera admirable por lord Hanltcy, en su libro Politics ; Trials
and Erriors (ul..a polüica : Juicios y errores»), de la siguiente
forma;
«Desde el comienzo de la preparación de la invasión ale-
',
, 1)
Whuton Chµrchill, The Cothc.ring Slorm (111La tormenta que se avedna•),
Bosion .. Hougt:noo Mifflin. 19,4$4 p(~ 4'74•!',, Véase tambUn 1, aritiih Offkíol Hil·
u,ry "' the s~ctmd World •Yar -(Kf.listoria o6(ial brítlinica ee la Segunda. Cuan
Mund.iaJ.). \'ol. l. que inserta -eon detalle el plal\ aprobadó por d'Coo~jo de,G.uea;n
britfn.ko '(:l 6 de fchmo da. t!W). Comprendía la captuJ'I de Narvil y Ja ocupación
por ta fucrta dd nene ~ Noruega y de Su«:ia, induJQ la captura del pl.lqtO iueco
de tutea a, el Mhko, ..El pl:an figura roumido en el Titf\tS de Loodrcs drl 10 de
ditiembre de ,95.1. ·
EL CRI~ DE NUllEMBERC

mana de Noruega, tanto la Gran Bretaña como Alemania lle-


vaban sus planes poco más o menos a un mismo ritmo. De
hecho, Inglaterra inició sus planes un poco antes, en parte, a
causa de la previsión de Mr. Churchill, y en parte, quizá, por·
que tenla un sistema mejor y ,má:s experimentado de Control
Superior de Guerra que Alemania: A lé- largo de todo el ~
riodo de preparativos, la planificacién continuó normalmente.
Ambos planes pueden considerarse como grandes operaciones
ofensivas de guerra. Ninguno de los dos planes podía iniciarse
sin una invitación por parte de Noruega que, como es natu-
ral, prefería conservar su neutralidad, como hizo en la Prime·
ra Guerra Mundial, para no caer en el od:io consiguiente a
la perpetración de una agresión. Esto entorpecía, en gran ma-
nera, a los británicos, porque se presentaban como defensores
de las .naciones pequeñas en contra de· la agresion. Lo esen-
cial de su plan consistía en· poner fin a los suministros de mi-
neral de Gallivare durante ei invierno, antes de que se deshe-
lase el Báltico ... Ambos planes fueron ejecutados casi simul-
táneos, llevando la Gran Bretaña veinticuatro horas de ade-
lanto en este acto de .agresión, si es que se puede aplicar el
mismo término· a ambos bandos.
· · »El desembarco en Noruega, o sea la gran operación oíen-
siva alemana, no tuvo lugar hasta el" 9 de abril, pero veinri-
cuatro horas antes, concretamente entre las cuatro y media y
las cinco de-la mañana del día 8 de abril, los campos de minas
británícos hablan sido instalados en el fiordo occidental, junto
a Narvik ( 1 ).» ·
Para disculpar esta grave injusticia, él presidente Lawren-
ce ha afirmado posteriormente que el Tribunal no tenla cono-
cimiento oficial de las acciones cometidas por el Almirantazgo
británico durante el invierno de 1939-1940, y no se podfa espe-
rar de él que emprendiese la gigantesca tarea de llevar a cabo
una investigación de los actos y los planes de todos los comba-
F. J. P. \IEALE

tientes durante las hostilidades. Lo único que se dilucidaba ante


el Tribunal, declaró, era si el almirante Raeder habla planeado
una guerra de agresión. A pesiar de la regla antes mencionada
respecto al caso del almirante Doenitz, no se pudo admitir la
prueba, en defensa del almirante Raeder, de que mientras él
estaba planeando una guerra de agresión contra Noruega, el
Almirantazgo británico estaba haciendo planes similares.
Desde luego, en este punto, el Tribunal es acreedor de toda
la simpatía con que le habrá de mirar la posteridad. Creado
por un Carta redactada por poUticos cínicos dominados total-
mente por un complejo de indignación, sólo por intervención
divina podrían haberse evitado contradicciones, inconsistencias,
y absurdos. Pero quiso la forruna maliciosa que la víctima del
menos excusable de los errores fu­ el más distinguido de los
héroes supervivientes de la batalla de Jutlandia, una de las
últimas grandes acciones de la Historia en la cual se luchó de
acuerdo con las más elevadas tradiciones de la guerra civil euro-
pea. Eñ aquella memorable batalla, Erich Raeder prestaba ser·
vicio como jefe del Estado Mayor del buque insignia del Ahni·
rante Hipper, el Lutzow, el acorazado que resistió el fuego más
aterrador sufrido por ninguna de las grandes unidades de la
Ilota de superficie. Después de haber sido alcanzado por no me·
nos de veinte proyectiles del mayor calibre, se hizv un desespe-
rado intento de conducir a puerto el barco, que se iba hun-
diendo poco a poco en medio de incesantes ataques nocturnos
realizados por las unidades ligeras británicas, hasta que, cuando
ya casi se encontraba a salvo, tuvo que ser abandonado y hun-
dido para evitar su captura. Todo el espíritu de la guerra civi-
lizada, tal como hab.fa ido evolucionando en Europa hasta aque-
lla época, se expresa en el tributo, clásico por su brevedad y
dignidad, rendido en su informe por el almirante jellicoe a sus
enemigos, y también indirectamente a sí mismo y a sus hom-
bres: «El enemigo luchó con el valor que era de esperar en ¿1,.,
.Eso es cierto, ambos bandos lucharon con indomable valentía,
esp(ritu de sacrificio y caballerosidad. O no se produjeron in·
cidentes lamentables, o los agentes psicológicos se abstuvieron
EL CRl!,(J!:N DE NUREMBJ!R<;

en esta ocasión de utilizarlos para sus fines propagandísticos.


Hablan de pasar treinta años antes de que el recuerdo de esta
lucha épica fuese mancillado por quedar ligado a través del
nombre del almirante Raeder a un asunto tan crudo y l]árbaro
como es un juicio de guerra ( 1 ).
La falta de un patrón claramente definido por el cual pu·
diera evaluarse la conducta de los acusados 'se eché de menos
a lo largo de todos los procesos de Nuremberg. No era posible
hacer referencia a ningún sistema legal. Hace mucho tiempo
que quedó establecido que un ciudadano no puede ser juzgado
por infringir una ley más que en el caso de que dicha ley es-
tuviese en vigor en el momento de haber cometido la supuesta
infracción. «Nulla poenq. sine lege». Un hombre sólo puede
estar sometido a las leyes de su país y a las leyes de los países en
que resida. As!, un inglés que viva en Inglaterra está scmetido
a la ley inglesa; si visita Francia, mientras esté en Francia esta·
rá sometido a la ley francesa. Si el distrito en el cual vive en
Inglaterra estli ocupado por un ejército francés, queda sujeto
a la ley marcial francesa y puede ser castigado por delitos contra
esa ley, cometidos por él después de haber quedado su jeto a
ella. Si posteriormente la parte de Inglaterra donde reside es
anexada por Francia, queda sujeto a la ley francesa. En nin·
gún caso puede ser castigadc por rrasgrcsiones de la ley france-
ea cometidas mientras estaba sujeto a la ley inglesa.
Esta dificultad, que resulta evidente para todo el que, haya
estudiado leyes; aunque sólo sean seis meses, sólo puede ser
eludida obligando al Gobierno de un Estado vencido a castigar
a sus propios ciudadanos. Este procedimiento Eué adoptado en
1900 después de la rebelión de los bóxers. En efecto, las poten-
cias europeas victoriosas dijeron al Gobierno imperial chino:
11Nosotros podemos demostrar que vuestro súbdito X ha come-

(1) , Rea.tment~ t'OUha uombrMO oomp1-11r la torra!cza otoka <:on qoe lo. de-
lentóra de !as tr~id~es de la Marlpa brit:lniN soporta.roola condena del almi·
nnw Jlaedtt I adm.a perpetua: 1 tlmbiin sus voc:ilmmet pl'OlfStu ~ se
•undó, ~ mano ee 195~, que una RodUa de baT(Of bri1,:tnicos iba a KS" roloa.da
t.jo el m-ando· de un alm.in.nte acoerieano.
F. J. P. VE.ALE

tido un asesinato. Nos está permitido suponer que el asesinato


es contrario a Ia' ley china. Insistimos, por lo tanto, en que, como
una de las condiciones de la paz, hagan comparecer a X en
juicio y, si aportamos las pruebas de su culpabilidad, se com-
prometan a castigarle».
Todos los procesados de Nuremberg eran acusados de su-
puestos delitos cometidos antes de la ocupación de Alemania
por los ejércitos extranjeros y cuando todavía estaban sujetos a
la ley alemana. Por lo tanto, sólo un tribunal alemán, debida-
mente constituido, con arreglo a la ley alemana, podla juzgar
con toda legalidad esos delitos. El mismo-razonamiento invali-
da, desde luego, la jurisdicción de los varios tribunales marcia-
les que juzgaron y condenaron a numerosas personas por actos
que fueron cometidos antes de que la conquista de su país les
hubiese dejado sometidos a una ley marcial extranjera, De estos
juicios, el más famoso es el del mariscal de campo Kesselring
pot un tribunal militar inglés reunido en Venecia, por actos
cometidos por él zaiemras era comandante de las fuerzas alema-
nas que defendían ¡¡ Italia de la invasión. No cabe duda dé que
fué el reconocimiento de este principio lo que salvó la vida al
mariscal Davout en 1814, en un juicio ante un tribunal militar
alemán por sus excesos en Hamburgo, y al mariscal Suchet de
un juicio ante un tribunal militar español por sus excesos en
Aragón. En ambos casos, a pesar de que debía tratarse de una
irresistible tentación, se consideró que una parodia de juicio de
esa clase, o sea un juicio que habla de conducir a un resultado
que, por muy justo que fuese, podía preverse de antemano, era
crear un precedente demasiado peligroso.
De paso conviene señalar que, como el término «parodia
de juicio» ha quedado firmemente ligado durante más de un
cuarto de sigfo a un rasgo caracterísúco de la vida poHtica en
la Unión Soviética, hace falta un termino distinto para descri-
bir la nueva serie de persecuciones que empezó después de ter·
minar las hostilidades, en mayo de 1945. Se sugiere la adopción
del término «juicio de guerra» para describir de manera gene-
ral lo que ocurre cuando los vencedores de una guerra se nom-
EL CkUO!N DE N UIU'.KBl'JlG

bran a si mismos para juzgar a los vencidos. Definido asl, el


término «juicio de guerra» puede ser usado abarcando, de una
parte, la más cruda reproducción de una parodia de juicio so-
viética, y, de otra parte, un juicio estrictamente judicial, que
,ólo adolece de la falta de jurisdicción del tribunal.
El prototipo del juicio de guerra, a diferencia de la parodia
de juicio, es el procesamiento y condena ya citados de Bessos,
el sátrapa persa, por Alejando Magno, en Zariaspa, Bactria, el
año 529 antes de J. C. Parece que la mayoría de los historia-
dores opinan que no era más que una parodia de juicio bien
inontada, en la cual Bessos sufría su horrible destinó como slm-
bolo de esa amenaza persa que se babia cernido sobre la civili-
zación griega durante más de dos siglos, y que había culminado
en la famosa invasión de Grecia por Jerjes, por considerar que
Alejandro no creía realmente-que Bessos fuese un villano mere·
eedor de castigo: su creencia de que Bessos era culpable de los
delitos por los cuales le condenó a morir en medio del tormen-
to, probablemente era tan cordial y tan sincera como la de todos
los vencedores en cualquíera de los juicios de guerra que han
tenido lugar desde entonces, incluidos los que se produjeron
después del hundimiento del Jll Reich alemán en 1945. Según
nuestros conocimientos, el proceso de Besaos puede haber sido
estrictamente ecuánime y su condena justiñcada. El hecho de
que la vanidad de Alejandro le hiciese insistir en desempeñar
los dos papeles de acusador y de juez, es un detalle insignifican-
te que no influye en modo alguno en el resultado del proceso.
Con la misma sinceridad y candor, Alejandro estaba convencido
de que nadie podla pedir una condena mejor que él, y de que
nadie podía desempeñar mejor el cargo de juez o encontrar
una pena má.s adecuada al delito. Después de;todo lo ºque habla
soportado y conseguido, es dificil negar a Alejandro una ex-
periencia <le la cual disfrutaba en enormes proporciones: en
relación con el bárbaro castigo anterior a la condena que in·
fligió a Besaos, al menos puede decirse que siempre ha sido
eee cosa corriente en los juicios de guerra. La única objeción
que puede hacerse contr~ el proceso de Bessos es que Alejan-
F. J. P. VE.ALE

dro, como jefe de .un ejército invasor victorioso, no era, como


tal, la persona indicada para entender en acusaciones relativas
a la conduela de un patriota persa que se habla distinguido
resistiendo a la invasión.
Vemos, pues, que los prOCeSO$ del upo del de Bessos, para
los cuales se sugiere el término de «juicio de guerra», son fácil·
mente disringuibles, de un lado, de la antigua parodia de jui-
cio en la cual la víctima sufre como símbolo de los defectos de
su raza, y, de otra parte, de la parodia de juicio del tipo que
se ha desarrollado desde la revolución bolchevique en Rusia y
que, como se explicó anteriormente, es en esencia un manüies-
to político que, para mayor conveniencia o por los efectos que
se buscan, adopta la foi ma de un juicio legal.
Bien sea a causa de las dificultades del tema, o por las res-
tricciones existentes, destinadas a impedir el derroche de pa-
pel, los principios sobre los cuales se basan los juicios de guerra
ni siquiera han sido elaborados plenamente, Sin embargo, pare-
ce que se basan en la antigua doctrina de la «doble culpabili-
dad», No puede discutirse que, en una gran guerra en la cual
participan millones de hombres, siempre habrá individuo, de
uno y otro bando que cometan atrocidades y excesos. El estar
del lado de los vencedores equivale a lograr una plena absolu-
ción de 10$ delitos cometidos durante la guerra. El estar del
lado de los que pierden equivale a una agravación de esos de·
litos, hasta el punto de que se hacen merecedores de un castigo
ejemplar. Los vencedores consideran que sólo pueden confiar
en si mismos para administrar inflexiblemente la justicia que
esta doble culpabilidad exige. Al cumplir con este deber autoim-
puesto, se-encuentra una salida conveniente para la justa y ar-:
diente indignación que siempre sienten los vencedores contra
los crímenes de los vencidos y, al mismo tiempo, se expían en
cabeza ajena los propios entuercos, por los cuales no tienen que
responder de ninguna otra forma, gracias a la victoria.
Se considere satisfactorio o no este razonamiento, lo cierto
es- que carece de la simplicidad y de la claridad de la justifica-
ción marxista de la liquidación de los enemigos derrotados. El
:EL CRIMEN DE NUllEJ,OIJIRG

,ólo hecho de que un combatiente esté a merced del enemigo,


es prueba 'de su derrota y ésta demuestra el fracaso en la lucha
por la supervivencia que, en los asuntos humanos, lo mismo que
en la naturaleza, se paga con la extinción.
Igualmente lúcida y lógica era la justificación de los reyes
asirios respecto a su manera de tratar a los enemigos captura-
dos. Dios, argüían, es al mismo tiempo omnipotente y justo: '
por lo tanto, nadie puede caer en manos de los asirios en contra
de la voluntad de Dios, y todo el que corre la suerte terrible,
que es consecuencia inevitable de caer en manos asirias, tiene
que haber cometido 'un pecado suficientemente desagradable
a los ojos de Dios para merecer tal destino. En resumen, la
misma penalidad prueba la culpa.
Los juicios de .guer:ra, tanto los de un sátrapa persa, en el
alío 3a9 antes de la Era cristiana, como los de un general alemán
en 1948 después de J. C., tienen las mismas características. En
principio, no menos que por lo que al procedimiento se refiere,
un juicio de guerrá difícilmente puede distinguirse, de un lado,
de la costumbre de los antiguos asirios que se basaba en id~
teocráticas totalmente ajenas al pensamiento moderno, y. de
otro, de la moderna parodia de juicio marxista a la cual se con·
sidera como una aplicación de los principios eugenésicos a la
política. · .
Una vez distínguidas las características esenciales de un jui-
cio de guerra, resulta fácil pasar a definir el crimen de guerra
como un simple acto que se convierte en objeto de un juicio
de guerra. Si consideramos esta definición demasiado obscura,
un crimen de guerra puede definirse sencillamente como un
acto ctialquiera cometido' por un súbdito de un Estado vencido,
y que es considerado así' por los conquistadores de ese Estado.
Esta definición popular, es incompleta en dos sentidos. El
tólo hechó de que el culpable sea un súbdito de un Estado ven·
cido, no crea necesariamente y de por sí la premisa de que ha
de ser juzgado por un crimen de guerra. As!, por ejemplo, se
reconoce que súbditos italianos han cometido actos en la úl- •
tima guerra que han sido calificados de crímenes de guerra. por
F. J· P. VEALE

los cuales los alemanes y japoneses han sido condenados a muer-


te. Como ningún italiano ha sido sometido a un juicio de gue-
rra por dichos actos, es de suponer que los mismos delitos que
se atribuyen a los alemanes no son almenes si los han cometido
los italianos. En segundo lugar, el bombardeo sin precisar oh,
jerivo, que da como resultado .la matanza intencionada de per-
sonas civiles, es considerado y se ha considerado siempre, como
un crimen de guerra y, de hecho es el crimen de guerra 'que,
según la creencia popular, han cometido los alemanes de mane-
ra mú frecuente y flagrante. Sin embargo, ni en Nuremberg
ni en ninguno de los juicios de guerra posteriores se ha hecho
la menor acusación por los bombardeos «terrcrisras» inrencio-
nados. Esta omisión, que produjo gran asombro en aquella épo­
ca, ha sido explicada hace poco por el fiscal jefe americano, el
juez Robert H. Jadson. La decisión de no hacer estos cargos,
nos dice, fué tomada después de una larga y emocionante deli-
beración, a causa de la dificultad de hacer una distinción entre
la «necesidad militan>, que se aceptaba como justificación de la
destrucción de las ciudades y poblaciones alemanas por parte
de los aviadores británicos y americanos, y Ja «necesidad mili-
tan> de las destrucciones similares ocasionadas por los aviado-
res alemanes. AJ suscitar esta cuestión, nos dice candorosamen-
te,.no habríamos hecho más que 1,invitar. a unas recriminacio-
nes que no habrían sido úti[es para el juicio». ~
Por lo tanto, con el fin de tener en cuenta la exclusión antes
mencionada de los súbditos italianos de la persecución como
criminales de guerra, y la omisión de los bombardeos intencio-
nados de personas civiles, que no fueron incluídos entre los crl-
menes de guerra, ni siquiera, aunque.bubiesen sido llevados 3
cabo por alemanes, se sugiere que la definición comúnmente
aceptada. de crimen de guerra, debe modificarse en la siguiente
forma:

Crimen de gue,Ya es un acto crimirnll com~tido por un


miembro de "Un Estado vencido, pero no de ttn Estado vencido
total o parcialmente absueuo de .m culpabilidad de guerra por
EL CRIME.N DE NUllj!MBEllC J~I

conveniencaa.spólitil:as; que, en opinión de los conquistiulores


de ese Estado sea crimen de perra, siempre que ese actp no
sea un delito cor,ietido de -una manera tan flagrante y clara por
los mismos conquistadores ya que su ~nción pudier;a dar mo-
tivo~ situación ,e,mbarazoJa.
·-·-
Tendríamos que considerar necesaria otra modificación si
aceptásemos un reciente obiter dictum. En los juicios de guerra
celebrados en Tokio en 1947-1948, el representante indio, el
juez Sr. Rahabinode Pal, emíti6 un brillante juicio de oposi-
ción, en elcual afirmaba que «la parodia de U'!_ juiciode los
jefes vencidos por los vencedores, era en sl misma un delito con-
tra la humanidad», y que, por lo tanto, constituía, por su fal-
sedad, un crimen de guerra.
Con el debido respeto a tan profundo estudioso del Dere-
cho internacional, el juez Sr. Rahabinode Pal. ~y que indicar
que esta afirmación sólo será cierta si,' más adelante, los miem-
bros del tribunal llegan a encontrarse en el bando de los que
han perdido. Todas las autoridades están de acuerdo en qué el
encontrarse del lado de los ~ue han perdido es un requisito
esencial para ser Ot'iminal de guerra. El juicio de los prisione-
ros de guerra por sus vencedores, puede set, y generalmente es,
un aimen contra la humanidad, pero, según la definición dada
por el Acuerdo de Londres y aceptada en N uremberg, un cri-
men contra la humanidad sólo es crimen de guerra si ha sido
cometido «en interés del bando vencido».
·Ningún párrafo de la sentencia de Nuremberg ha sido tan
citado como aquel que describe la iniciación de una guerra de
agresión como el «supremo crimen internacional, que difiere
solamente de los otros crímenes de guerra en que contiene acu-
mulados en sl mismo todos los. demás crímenes en conjunto».
Si no se definen las palabras «guerra de agresión»,' esto nada
significa, y resulta difícil comprender que dos' jueces ingleses,
doctos y experimentados, del Tribunal Supremo, hayan sido
arrastrados a apoyar una yerborrea tan pomposa y 'carente de
aentido. ¿ Será, sin embargo, una mera casualidad el hecho de
18<

F. J. P. VEALE

que el principio fundamental sobre el -cual se basaban los jui-


cios de guerra de Nuremberg y por el cual se guió el Tribunal
Militar se define exactamente con la descripción de que «El
estar en el bando dtrrolado es el supremo crimen internacional,
que difiere solamente de los otros crímenes de guerra en que
contiene acumulados en sí mismo todos los demás crímenes en
conjunto»?
Si la sentencia hubiese, de hecho, contenido, en su redacción
original, tan ilustrativa definición, habría sido hecha de acuer-
do con los términos de la Carta, las reglas del Tribunal 'f todas
las circunstancias ooncurrentes. Sin embargo, es fácil compren-
der por qué la mayoría de los miembros del Tribunal lo con- •
sideraron demasiado ilustrativo. No cabe duda de que, orgu-
lioso-de su propia fraseología elocuente, el autor de este párra-
fo particular, cualquiera que ha.ya sido entre los miembros del
Tribunal, se opondría con toda energía. a su eliminación, y su,
colegas acabarían finalmente por aceptar el punto de vista de
que este párrafo no podía hacer ningún daño, puesto que no
tiene sentido de ninguna clase.
De hecho. este celebrado pasaje significaría lo mismo aiw
palabras «iniciar· una guerra de ágresión» fuesen substituidas
por «estar del lado de los vencidos». El párrafo aal concebido
fué incluido en la sentencia del Tribunal que, a su debido
tiempo fué dictada al final del juicio. En esw circunstancias
difícilmente podría sostenerse la explicación de que fué un error
de transmisión, -o que quedó carente de significación un párra-
fo tan importante por un lapsus 'iínguae.
De paso hay que señalar que la tau cacareada distinción en·
tre una guerra agresiva y una guerra defensiva, en la cual la
primera es un crimen internacional y la segunda una virtud
pública, constituye uno de los mayores fraudes y engaños de
que nos ha hecho víctimas la semántica internacional más te-
ciente. Así lo subrayó un profesor americano, H. W. Lawren-
ce, en el Christian Century hace unos veinte a.ños ( 1 o de octu-
bre de 1934). Mostraba que no es más que una ficticia coar-
tada moral utilizada para defender a las naciones que ec han
• \
:EL ClUMEN DE NUREIIIB.ERG

quedado con las partes más escogidas del planeta y desean con·
servarlas contra w «agresiones" de las naciones que nada rieñen.
Una autoridad tan eminente como Harold .Nicolson admitió
en cierta ocasión que ésta era la realidad. Un ladrón que se
hace rico oon sus fechorías puede, de pronto, sentir un exage-
rado respeto por la santidad de la propiedad que ha acumulado
ilegalmente. Los apologistas de la Sociedad de las Naciones
patrocinaron este mito del mal único de la- «guerra de agre-
sión»'durante los afios 19~0 y siguientes con el fin de impedir
que se turbase el status quo por parte de w naciones que su·
frían las consecuencias de los tratados de potsguerra.
Un historiador americano y publicista internacional, jame:s
Thomson Shotwell, que tenía mucha influencia en los cbculos
de la Sociedad de las Naciones, era probablemente el patrocí-
nador i;nás ardiente de este mito. Era defensor apasionado del
Imperio británico y del órgano internacional que trataba de
mantener las cosas tal como habían sido ordenadas en 1919.
Incluso un exponente' tan destacado de la- declaración de ilega·
lidad de la guerra como el distinguido abogado americano Sal-
mon O. Levloson, ridiculizó la idea de declarar ilegal
t0lamente la guerra de agresión, comparándola con. la estupida
idea de declarar ilegal el «participar en un duelo de manera
agresiva» y permitir en cambio el «duelo defensivo». Por
último se eliminó de la idea de guerra agresiva todo sentido y
toda lógica cuando el Tribunal de Nure.mberg la definió como
la guerra que hace el bando que pierde. A partir de abora,
el llevar a cabo una guerra agresiva sólo puede significar perder
la guerra, cualesquíera que sean los hechos y las razones en
relación con $U desencadenamiento. ·
El concepto ruso de un juicio que conduce a un resultado
previo acordado de antemano no es cosa totalmente nueva para
el público norteamericano. En los días de los pioneros de la
hiatqria americana, en 106 terrltorios avanzados, donde la.s fuer-
:iaa de la ley y del orden .eran débiles y estaban mal organi:aa-
daa, los llamados «vigilantes» tenían costumbre de capturar
periódicamente a personas que era notorio que vivían fuera
F. J. P. VUJ.!.

de la ley, y las ahorcaban sin pérdida de tiempo, sin molestarse


en determinar por qué delito particular tenían que ser ahorca· •
das. Como la culpabilidad del acusado era pública y notoria,
el juicio !OUa ser con lrec\lencia un simple formalismo que
aólo se distinguía de un linchamiento por el hecho de que la
pena de muerte ,olla ser impuesta por un tribunal debida·
mente constituido.
En lo esencial, fueron muy similares los juicios de varios
famosos organizadora del crimen que siguieron a Ji introduc-
ción de la ley seca en 1919. A partir de entonces la producción
y venta de bef>idaa alcohólicas entrañaba la corrupción en gran
escala de las [ue~ de la ley y el orden, pero los enormes
beneficios que se obtenían con el tr.Uico de botellas hicieron
posible llevar a cabo esto en una escala que ~ difícil de ima­
ginar. Por primera vez, la delincuencia quedaba perfectamente
organizada y disciplinada. El poder del hampa en cada uno de
los centros principales de población de los Estados Unidos ten·
día a concentrarse en un solo grupo de gangstm, dominado por
lo general por un individuo. Al ejercer un control completo
sobre todas las formas de actividades ilegales en una zona de-
terminada, un hombre así gozaba de enorme poder y de gran·
des riquezas, y, por consíguíeme. su puesto suscitaba grandes
envidias. Por lo general, su reino era efll:nero,pues su inmuni-
dad descansaba únicamente en su capacidad para mantener la
buena voluntad de grupos rivales que ejercían su criminal in-
ftuencia en los grandes negocios, dirigentes políticos, funciona-
rios de policía y magistrados. Cuando Ilegaba el inevitable de-
rrumbamiento, era unánime la decisión de que el jefe caldo
tenía que ser procesado, para que su sucesor tuviese, aunque
no fuera por otra razón, el campo despejado. Dada la posición
que habla ocupado, todo el mundo sabia que forzosamente de·
bla ser responsable de incontables delitos, desde el asesinato
hasta lo más bajo, pero, a menudo, por conveniencia, se elegía
•algún delito contra cienos estatutos, o algún tecnicismo, o,
indu.so, algo imaginario. En el caso de Al Capone, el jefe del
hampa de Chicago, se trató de una acusación por haber elu-
EL CRDaN Ole 1,-URPNBERG 145
elido el pago de UllO$ impuestos. En el CUC> de Charles Luciano,
jefe de la de Nueva Yorlr., sólo se le acusó de haber participado
en los beneficíoe de una pequeña cadena de burdeles. Lo, de-
tailet concretos del juicio interesan poco. Con frecuencia, el
acusado, con el consentimienrc de los fiscales, se declaraba cul-
pable pa:ra impedir que se investigasen otras cuesriones aw
graYe$· •
El propósito de codos estos juicios es la eliminación de un
delincuente notorio. Aunque estos proce~ pueden ser con-
aiderados por algunos como simple formalismo legal vado de
todo contenido y justicia, probablemente nunca resultaría una
verdadera injusticia. A partir dé 1919, el público americano
IC acostumbró a muchos procesos de esta clase. Como resul-
tado de esto, parece que no causó demasiado asombre el hecho
de que, después de la entrada de }0$ Estados Unidos en la se-
g'unda Ouerra Mundial, la adminisrracién de Rcosevelt em-
pezase a hacer experimentos para comprobar si las parodias de
juicios soviéticas pod1an ser adaptadas con éxito al sistema
judicial americano.
De estos experimentos el m:b notable fué el juicio de sedi-
ción en masa que tuvo lugar en W:ishington en 1944. Por lo
que a su propósito se refiere, era exactamente un juicio poll-
tico, como la parodia de juicio del jefe de la G.P. U., Yagoda,
en Moscú, en 1957. •tEI juicio fué ideado y mon~do como ins-
trumento de propaganda política contra ciertas ideas y tenden-
cias popularmente conocidas como aislacionismo, anticomunis-
mo y antisemitismo, que en la mente del público quedan
ligadas al nazismo.» (1) Para lograr esta finalidad se reunió a
unos treinta individuos desconocidos unos de otros y en su
mayoría pollticamente insignificantes, y se 105 acusó de'haber
conspirado pata ocasionar insubordinación, deslealtad y moti·
QCJ entre las fuerzas armadas americanas. No se afirmó que los
acusados hubiesen acruado nunca conjuntamente para lograr

(a) Pin un examen ddaU¡,clo de ewe: juicio, "'·hsr A Tf'icl on Tri&I (ú.l juicio
• un juld .. ), por Mutmltian J. SL ~ge y 1.a""m« llmnls. (Chlnp; Coali·
lé Naoonai de D<ttcl,"' Ch'ilo, 190.)
F. J. P. VtALK

este fin, ni que ninguno de ellos hubiese cometido nunca un


acto concreto de esta especie. No se los acusaba de haber hecho
nada que fuese una transgresión de una ley concreta.
La acusación presentó el caso bajo el supuesto de que el
nazismo era una perversa conspiración contra las libertades de·
la humanidad. Era cosa fácil demostrar que el nazismo era
contrario al comunismo y antisemita furibundo. Dado el hecho
de que el Gobierno nazi habla afectado ignorar persistente·
menee los diversos actos de provocación con que el presidente
Roosevelt trataba de complicar a los Estados Unidos en la
Segunda Guerra Mundial, cabía argüir con razón que 106 nazis
favorecían el aislacionismo y, una ves que 106 Estados Unidos
entraron en la guerra, podla suponerse con toda seguridad que
para los nazis fuese deseable que la eficacia de las fuerzas ar·
madas americanas se viese debilitada por la insubordinación.
A todos los acusados se les podía probar que eran aislacionis-
tas o anticomunistas o antisemitas. Por lo tanto, argüía el fiscal,
los acusados formaban parte del movimiento mundial nazi,
uno de cuyos objetivos consistía, según podla suponerse. en
producir deslealtad en las fuerzas annadas americanas. Por lo
tanto, los acusados eran, sin lugar a dudas, culpables de cons-
pirar, aunque sólo Fuese inconscientemente, para provocar mal­
estar en las fuerzas armadas de su país. El caso tal como lo
presentaba e..!. Gobierno se basaba en el famoso principio de
la «culpabilidad por asociación».
El juicio de sedición en masa de 1944 resultó ser una des-
carada farsa. Se prolongó durante ocho. meses, luegó se sus-
pendió porque el juez que lo presidía falleció de un ataque
al corazón. Más tarde, la acusación Eué retirada. El proceso
había servido únicamente para demostrar que un juicio poli·
rico soviético no podía llevarse a feliz término si se realizaba
de acuerde con las leyes americanas existenjes.' El verdadero
reproche que se hacia a los acusados era que todos ellos. por
una u otra razón, se habían opuesto a la política exterior de
Mr. Roosevelt, En La Rusia soviética la oposición al Gobierno
es un delito que entraña auiomáucameme penas terribles. Pero
EL CIUMl!:N DE NUBEMBtllG .147
en los Estados Unidos, en 1944, la sola oposición al Gobierno
todavía no era un delito y la ingenuidad de los asesores jurí-
dicos de Mr, Rooscvclt no pudo remediar· este defecto fatal
cuando los acusados fueron defendidos de manera competente.
Considerado como juicio judicial, el juicio de .sedícién en
masa de 1944, según dice Mr. Lawrence Dermis, fué <(UDO de
los peores fracasos en los anales de la jurisprudencia americs-
na». Sin embargo, proporcionó valiosas lecciones a aquellos
que se disponían ya a preparar el juicio de los prisioneros de
guerra enemigos cuando se lograse la victoria que ya estaba
a la vista, Confirmó el reciente descubrimiento ruso de que
las opiniones del Gobierno podían .ser imbuidas en la mente
del público de una manera muy eficaz si se ex.prC5:1ban en
forma de un discurso del fiscal.. Demostraba que, con el fin
de asegurar una condena, era necesario que a 106 acusados ,e
los privase de la protección de las reglas de la prueba. Lo más
importante de todo es la indicación de que, en los ca505 en que
faltase un sólo acto ilegal, esta deficiencia podía superarse f:l.cil·
mente llevando a cabo una acusación general de conspiración
para cometer un acto ile~.
En el caso de los prisioneros de guerra, el secretario de
Guerra Mr. Henry L. Stimson ya habla llamado la atención
sobre un acto que, si se declaraba ilegal, serviría de base para
la acusación de conspiración. Como combatientes capturados,
los prisioneros de guerra es evidente que no pueden negar su
participación en una guerra. Ahora bien, por el Pacto Kellogg.
todos los Estados más importantes del mundo habían «renun-
ciado oficialmente a la guerra como instrumento de política
en sus muruassrelacíones». Desde luego, esta renuncia no in-
cluye las guerras en defensa propia - un derecho inherente a
todo Estado soberano-, y cada uno de los importante, signa·
tarios se habla reservado la facultad de decidir, por sí 11\Í$1no,
cuando una guerra era en defensa propia. Ciertamente, la
única penalidad prevista por la ruptura de este pacto era que
a la potencia transgresora use le negaran los beneficios que
establece este Tratado». De hecho, el Pactó había sido roto
F. J. P. VEALE

unas diee veces desde su firma. en agosto de 19a8, y nadie


había sugerido en ninguno de esos casos que los beligerantes
se hubiesen convertido en' criminales (1). Sin embargo, es evi-
dente que, cuando se lograse la victoria, los vencedores se en-
cargarían directamente de determinar que el vencido había
llevado a cabo 'una guerra ilegal, con lo cual todo ciudadano
del Estado derrotado que hubiese tomado una parte activa,
por muy pequeña que fuese, -en la guerra, podría ser acusado
de haberse unido. a una conspiración criminal para llevar a
cabo una guerra agresiva,
Nada podría ser más absurdo que el intentar encontrar el
concepto de los crímenes de guerra y la manera criminal espe-
cial de llevar a cabo una guerra agresiva en el Pacto· Kellogg
de 1928. Aunque el rexto del Pacto renuncia a la guerra como
instrumento de política nacional, las reservas que impusieron
Gran Bretaña, f rancia y Estados Unidos antes de firmar, deja-
ron al Pacto en entredicho, lo cual Harry Elmer Barnes llama,
no sin razón, en su HiJt'o,ry of Western Civitization (t<Historia
de la civilización occidental»), «El monumento más sombrío
y colosal a locura de los entusiastas de la, fórmulas.>> Además,
no se establecían pei:.as específicas por la violación ni se pre·
veía ningún mecanismo .para ejecutar esas penas, aun cuando
hubiesen sido prevísias.
Mientras que el Pasto repudiaba el significado de la guerra

(1) .En -$U IJbrO reqffiu:mente pubUado. U.N. O~ amt W4.T Orimu (nl!..a
O. N. U. y l!',Jll trimcneJ de gucrn•), e) v1JQ)fldc Ma.ughan CQrisagra todQ un c;apt·
uUo al aWJcn de lQs rffl!Qínor d'el P~o Kellogg. h.f dtcuntt.mdü en que fue
6nmdo y l.a, divcr$t1 O()inJoncs apn~d1J, y 1as int01preudóna dada, en eq,udl.a
t¡«a, t. en pa.r0<;wu, las ugurid•d" dad,. por •u •uto<. M<. K<llogg; al S<nado
dt IQ\'I ,-:,ta<loe U.n.i~o,1 CCJ~ :a 1Ui ilau1« y ~Ct()S. At .hiblar COft J.a•autor,i:dld
q,qa t-<>l'rolJi'Onde• un, uitiguo lorJ-o.ntiUff de Jngla.Jcrn, el vb:tondc 1'-h.ugba.n
~aatlmit 1ou.lmcn1~ la _prct~ dd Tribunal de Nurcm"l:>ctg de basa.ne m •a.
autotidad dcl Pacto para in.tHgir ca$4.igQS por Ja tramgrf;S.ión de •u1 diSposidoo.ts.
a pre'1nl;tuk> del Pacte, sc,'i.a1.a, d«l.á.Ni. que su propósito es "''ª petpctuac16n de
.bt ~laci<:ines padfias y amktosu ahor:t eJ.:UttnttS,), y ~adc,acamm1e~ •U ejec.u·
e.ion o fflCa.rcela.trJ.icnto de cierto nUmcro de so1dadC11, m.arlntro!, ').' cstad1$tu de un
EJtado .Jgnatario despu.& de un, gyena:. difttil:rneott podri condudt a ta.ti 1-udabJe
tin. l.!$ ,u~ ptobable -~ue prodwa una cont..inulda hotti1idad.1t Vizconde Maugham,
· V . .N. o .. and War Cmnn ('111.a O. N.U. y los cdmtnt:$ de g\ltrraP), Londra. MW·
ray. ,g5,. ptg,. ~·7,.
.El. CIUMEN DE NUREM8f.RG

C1' abstracto, las reservas eliminaban virtualmente de $U ámbi-


to y funcionamiento todos los tipos concebibles de guerra en
los tiempos contemporáneos: guerras de defensa nacional; gue-
~ en ejecución de sanciones de la Sociedad de las Naciones ;
guerras en defensa de zonas especiales y de intereses naciona-
les vitales, y guerras en cumplimiento de obligaciones \ y tra-
tados previos. Es evidente que· cualquier diplomático astuto
puede defender cualquier guerra imaginable, incluyéndola en
una u otra de estas categorías exceptuadas. Calificadas así, mal
podrían ser consideradas corno «agresivas».
Una emínenee autoridad americana en Derecho interna-
cional, el difunto profesor Edwin M. Borchard, de la Univer-
aidad de Yale, en ur,a conferencia pronunciada en el Instituto
Wil}iamstown de Política en el momento en que el Pacto esta·
i. siendo firmado. puso claramente de manifiesto, que éste no
sólo era inútil como impedimento de la guerra. sino que, como
cxmsccuencia de él. se habla colocado; por primera vez en la
hiJtotia humana, la fuerza moral dél mundo tras todas 'las gue-
nas probables. Lógicamente s6lo cabía suponer que las guerras
e1tceptuadas del ámbito del Pacto tenían que ser buenas y en-
comiables. De lo contrario, ¿por qué tendrían que haber sido
exctptuadas? Es un hecho curioso (!Ue el Pacto Kellogg 'podría
,haber sido invocado de manera más lógica en defensa de lbs
acusados de Nuremberg, q1;1e explotado para su condena. ,
Una circunstancia más o menos ·accidental facilitó la acep·
tadón del punto de vista de que, esencíalmente, la Segunda
Guerra Mundial se babia reducido a la persecución, qptura y
castigo de varias naciones criminales. Muchos años antes se
deaarrolló entre los· inmigrantes extranjeros que habitaban en
los suburbios de los grandes puertos de la costa este de Amé-
rica y. en particular, los suburbios de Nueva York, un curioso
dialecto que tenía la misma relación con la lengua de Emerson
y Henry James que el inglés de l<lí\ puertos de China con la
lengua de M ilton. Este dialecto se convirtió en la lengua del
hatitpa y, cuando la vida de les gangsttl'rs se hizo tema favorito
de las películas habladas, este dialecto fué adoptado por am-
F. J. P. VEALE

plios sectores de la población en general. Su capacidad para


expresar una simple afirmación con un número mlnimo de
silabas, le hada medio ideal para titulares de los periódicos.
Como se habla originado entre una población de los subur-
bios compuesta de criminales o de personas que vivían bor-
deando la delincuencia, este dialecto, naturalmente, era rico
en palabras y expresiones relacionadas con el crimen.da inves-
tigadón y su castigo. Como .que sus expresiones y sus metá-
foras eran ocurrencias espontáneas de las personas que. se pasa-
ban la vida tratando de eludir el castigo correspondiente a sus
fechorías, llevaban impreso el cuño de los tribunales policiales
y de lós calabozos. Sus conceptos pasaron a la policía ameri-
cana, especialmente en relación con el llamado «tercer grado»,
o sea, una continuación de la antigua costumbre de la tortura
transportada al siglo XX. Este procedimiento era justificado
por la policía basándose en que la represión del crimen es, en
realidad, una..gueJTa contra los criminales ( 1 ). La adopción de
esta idea y de esta terminología por 106 pollticos y generales
de un país en guerra creaba insensiblemente una nueva y pe-
culiar actitud mental. Los enemigos nacionales dejaron de ser
enemigos valerosos que debían ser vencidos en la lucha, y se
convirtieron en una gran banda de malvados. Vistas asf las
cosas, la tarea que habla que, cumplir se presentaba como una
especie de gigantesca persecución en la cual el enemigo tenla
que ser obligado a salir corriendo de sus .escondrijos, ser apre-
sado y, después de hacerlo comparecer ante un tribunal, ser
ejecutado.
En resumen, se creó una «idea lija» o complejo policial.
Un soldado sujeto a esta idea fija deja de ser un soldado en
,el sentido en que acostumbraban a emplear este término
Moltke, Kitchner y Foch, y se convierte, a sus propios ojos•.
en. una especie de guardián de la paz, mientras que todos los
ciudadanos del Estado con quien se encuentra en .JUerra se

(1) ViaSt: H. E. Dama y N. K. Tcectr, Ne,» Ho,rlw,u in Crim.in.otug, (,iNu.~


bori1.omes en ta aiml.nologta.), Nt'W Vort, Prcm.i«·HaU. 1945, pll:p. 147 y tfgulentCJ.
EL CRllU.N OE NUR.EMBERC

,cionviertcn ipso facto en criminales que tratan de escapar de


la detención y el castigo. De esta forma se crea una psicología
de muchedumbre dispuesta al linchamiento.
En la Gran Bretaña, el concepto de un juicio que conduce
a un resultado inevitable e inrencíomdo, era una completa no­
vedad, una contradicción en los términos. Para la mente 1 usa.
por otra parte, como ya hemos visto, la inocencia o culpabili-
dad son cosas que no cuentan: según la Ideología marxista,
los prisioneros del banquillo eran anticomunistas que dcb1an
,er liquidados inmediatamente, destino que, según esta doctri-
na, se merecían también aquellos miembros del mismo tribu-
nal que eran funcionarios de Estados capitalistas. Para la mente
americana, obsesionada con la idea fija policial, txistía una
presunción de culpabilidad por el hecho de que los acusados
eran súbditos de un Estado que se encontraba en guerra con
los Estados Unidos. Pero en la Gran Bretaña, la <.On<cpció,1
tradicional europea de la guerra como una lucha armada entre
enemigos honorables que da la casualidad que tienen Intereses
eenrrapuestcs, persistía todavía, aunque esta idea iba siendo
ensombrecida poco a poco por una idea fija policial similar a
la que prevalecía en América.
La tarea de los propagandistas ps.icológicos británicos en
relación con los juicios de guerra era, en este sentido, mucho
mú dificil que la de sus colegas de los Estados Unidos. Sin
embargo, consiguieron estar a la altura de las circunstancias
en una forma pareja a la log:rada sobre la opinión con ocasión
de «la espléndida decisión del 11 de mayo de 1940,, que puso
fin a la época de la guerra civil civilizada en Europa. No cabe
duda de que se vieron ayudados por el recuerdo. histórico de
aquellos tiempos en que la matanza general de los vencidos,
precedida de la celebración de 105 ritos tradicionales, ei"a la
fonna normal de terminar una guerra victoriosa. Se contuvo
la mayor parte de las criticas adversas por el sencillo método
de no imprimirlas. Al fallar este sistema, se declaró que las
aíticas contra, los proyectados procesos equivaHan a declarar
que se consideraba inocentes a los acusados; en otras palabras.
F. J. P. VEAU;

reconocer que se apoyaba al régimen nazi. Las afirmaciones a


gritos de que los naais eran evidentemente culpables eran con-
\ sideradas como respuestas adecuadas, en primer lugar, a la
objeción de que no existía ni podía constituirse ningún tribu·
nal idóneo que tuviese jurisdicción para juzgar los supuestos
delitos, y en segundo lugar, a la objeción de que si el propó-
sito manifiesto del juicio era sincero, o sea el regi$lrar una con-
dena solemne del régimen nazi para beneficio de la posteridad,
este admirable propósito sólo podrla lograrse si Ja condena era
pronunciada por un tribunal imparcial, o sea, neutral.
Hay que reconocer, desde luego, que la dirección escénica
en Nuremberg fué .excelente, muy superior a la de otras mu-
chas series de parodias de juicios que han constituJdo un rasgo
tan característico de la vida política rusa bajo el régimen de
Stalin. De hecho, varias de estas parodias de juicio fueron un
completo fracaso, en panicular, la famosa acusación contra Zi·
novíev y Kamenev en agosto de 1936, que fué tan mal mon-
tada, que su propio promotor, el jefe de la G.P. U., Yagoda,
fué condenado a comparecer ante otra farsa judicial, y fué
ejecutado. En Nurcmbcrg no se cometieron tan grandes erro-
res, De hecho, parece que se reconoce unánimemente que si
un extranjero, pongamos por ejemplo de la Patagonia, que no
entendiese más que su propia lengua, hubiese visitado el Tri·
bunal durante, las sesiones, podría haber imaginado que se
estaban desarrollando unos procesos normales, siempre, desde
luego, que no hubiese permanecido ali{ demasiado tiempo.
Se saldría del tema de este libro seguir con detalle el da.
arrollo de las audiencias, examinar las diversas acusaciones que
se hicieron y especular sobre la& razones por las cuales exisrla
un apartamiento de la práctica ortodoxa al juzgar a algunos de
los prisioneros, Suponiendo con certeza que el resultado era
una cosa prevista, el público fué perdiendo rápidamente inte-
rés, una vez transcurridos los primeros meses. En los círculos
legales consideraron imposible sostener que el organismo que
se llamaba a sí mismo Tribunal Militar Internacional tenía
la menor Jurisdicción para juzgar los supuestos delitos, como
.E.L CRIMEN
Dlt NURDlllERO
... - 15!1

.ea el derecho q"e tiene cualquier persona a juzgar a otra


que se encuentra totalmente en su poder '{ a acusarla y con·
denaria en la forma en que le venga en gana.
Los que defendían los procesos de Nuremberg se vieron
obligados a argüir que, aunque quizá. no fuese legalt' veredic-
~ que todo el mundo sabía que se iba a pronunciar/por lo
meno.s sería justo. Desde luego, esto es lo que se puede aducir
en defensa de los linchamientos: probabíemenee, en siete casos
ele cada diez, los negros victimas de los linchamientos en los
Estados del sur de Norteamérica, son de hecho personas cul-
P~· .
De las muchas acusaciones hechas en Nuremberg eonpa los
clir~ntes alemanes supervivientes, una merece, entre todas,
que la consideremos aquí eón cierto detalle: la acusación de
.que las fuerzas de ocupación alemanas en Rusia cometieron e1
uesinato en masa de varios miles de oficiales polacos en el
boeque de Ka.tyn,_ cerca de Esmolensko. Esta atrocidad no po-
eee desde luego, en' sí misma, ningún rasgo de particular inte-
tá o importancia. Hasta que se in.cluyó en la lista de las acu-
aciones que presentaba el Gobierno soviético para ser juzga- ,
daa por el Tribunal Militar Internacional, la matanza del/bos-
que de Katyn se-distinguía, de toda una serie de atrocidades
cometidas durante este mismo período, únicamente por el
hecho de que se habían disipado todas las dudas o discusiones
rapecto a ella poco después del descubrimiento de los cadá-
'Rrel. En el escenario del crimen fué realizada una investiga·
ción por una comisión internacional presidida por el doctor
Fran~is Naville, profesor de medicina forense de la Univer-
tidad de Ginebra. Esta comisión publicó µ'/: informe unánime
ocle que estos desgraciados oficiales polacos hablan sido asesina·
dot por sus captores rusos mientras se encontraban custodiados
por ~tos: como prisioneros de guerra. Dados los hechos.
puestos de manifiesto, no se podía llegar a otra conclusión ( 1 ).
(1) V~ J~n M•ctJ..,;,,, Th< K,iyn Wood Mvrd«, (•too U<1lnJtoe del
•:•:.,..,.,.,. de Iatyn»), l..ortdréo, HolU. y Carter, ·~•· """ un prefacio de Attbur BU...
utiguo <mbajadorde J,,. bt~oo Un~ en l>olonia.
F. J. P. \.'UU:

Para el historiador, la matanza del bosque de Katyn tiene


una impcnancia única, primera y principalmente a cama de
la luz que arroja sobre lo esencial de la naturaleza de los jui-
cios de Nuremberg. El estudio de la actitud del Tribunal Mi-
litar Jntcrnacional respecto a la acusación relativa a este cri-
men, nos proporciona el mejor medio de ver en qué medida
este solemne organismo puede ser considerado como un tribu-
nal para emitir justicia. La inclusión de esta acusación con-
tra los «grandes criminales de guerra nazis» por parte del Go­
bierno soviético nos proporciona el primer síntoma de la fuerza'.
de esa unidad que ligaba a lasNaciones Unidas y sobre la cual
se creía que descansaba la futura paz del mundo. Suscita ade-
más una serie de cuestiones desconocidas que aquí no podre-
mos hacer más que apUJJtarlas: ¿Por qué eligieron las autori-
dades soviéticas la ·matanza de Katyn oo:mo tema de su falaa
acusación? ¿Por qué habr.l.n deseado, tan pooo tiempo despu5
de haber G:Orueguido la victoria, poner en una situación emba-
razosa a JUS aliados capitalistas? ¿A qué propósito politioo se
tenla la esperanza que iba a servir la inclusión de esta falaa
acusación en la hoja de cargos ya tan numerosa de Nurembel"g?
¿Cuáles fueron las opiniones individuales formadas a tirulo
particular en aquella época, en relación oon esta acusación,
por los miembros no marxistas del Tribunal?
Según la opinión generalmente aceptada, parece ser que-
este crimen, en particular, agobiaba a las autoridades soviéti-
cas oon un intolerable sentimiento de culpabilidad que, oomo
a natural, deseaban cargar sobre la oonciencia de otroe. Pero
esta explicación no tiene en cuenta el hecho de que nada pro-
bado o atribuído en relación oon la matanza de Katyn había·
de producir a un oomuni.sta convencido, el menor remordi-
miento o la menor preocupación. El marxismo preconiza, sin-
mú calificación, la liquidación de las personas o clases sociales,
que no pueden ser asimiladas por el Estado proletario. Lu.
víctimas de la matanza de Katyn eran unos 15.000 oficiales.
pob.cos que ae habían rendido a los ~ en aeptiembre de
1959. Co.n excepción de ,unog cuantoe centenares que demos-
l:l. CRIMEN DE NURENJIERG

aairon ser susceptibles de adaptación a la doctrina marxista,


se pudo encontrar el menor rastro de estos prlsioneros al
_.uar la guerra entre Rusia y Alemania, en junio de 1941.
J!l Gobierno soviético hizo como que los buscaba diligerñe-
*91A:, El mismo Stalin en persona aseguró a las autoridades
pOlaca.s que la búsqueda se extenderla, si fuese necesario, hasta
J. islas del circulo Polar Ártico.
Se suponía todavía qúe seguía la búsqueda cuando fueron
CD()Ontrados, en abril de 194s, los cadáveres de ,4.500 de los
dclaparecidos, enterrados en una gran fosa en el bosque de
Katyn, cerca de Esmolenskc, que entonces se encontraba en
acrritorio ocupado por los alemanes. Todos hablan sído asesi-
Dl(IOI a tiros. La fecha aproximada de la matanza pudo deter-
aiDane por el hecho de que el doctor Naville y sus colegas no
eDOODtrµOll carta, diario ni ningún otro documento que lle·
,- fecha posterior al mes de abril de 1940, hada más de un
alo, o aea, antes de que estallase la guerra entre Rusia y Ale·
­nia. Todas las victimas eran miembros de las clases gober-
-ta polacas, partidarios de aquel uEstado polaco reacciona·
rioit que habla rechazado la invasión rusa en 19to y que se
)lbfa clavado como una espina en el costado de la Unión So-
'tWtica desde aquella época. No se puede dar ninguna explica·
d6a ni disculpa, pues, en estas circunstancias, las autoridades
IOtxtirn decidieron llevar a cabo una medida de liquidación
qae, de todas formas, habría resultado necesaria cuando se lo-
ll211K la victoria y Polonia se convirtiese en un Estado mario-
Jleta comunista. Según la tenninologfa legal. marxista, las «ca·
naaúticas objetivas» de esos prisionerce jtistificaban clan·
.iate. el recurrir a la t<suprema medida de seguridad social».
¿Por qué insistieron las autoridades soviéticas, en 1945, en
,cnar a lps «grandes criminales de guerra nazis» de haber
aia.etido la matanza de Katyn? La única explicación plawi·
We parece ser la de que los rusos tenían la intención de poner
• una lituación embarazosa a sus aliados capitaliJtas. 'Lo muy
• Rrio que se tomaban estos últimos a ai mismos, pudo haber
illdtado a Stalin a gastarles esta broma macabra, para reírse
F, J. P, VEAU

de- ellos. La naturaleza de la acusación y la fonn de presentar-


la, sugieren que los que la hicieron estaban movidos más por
un cierto sentidp del humor, que por el de-seo de servir a nin·
gún propósito práctico. Por muy deplorable que sea, los pro-
cesos de Nuremberg, -a los ojos de los comunistas, no eran más
que un hipócrita y pomposo substitutivo del simple método
de liquidar a los prisioneros que propuso Stalin en Teherán:
«despacharlosante un pelotón de ejecución, en cuanto los cap-
turemos». Tptlo el que pretenda ver de otra manera los pro-
cesos, en opinión de los comunistas, o será un simple, o un
hipócrita. El humor equivoco puede que haya tenido una in-
fluencia durante el cuno de la historia, mucho mayor de lo
que algunos historiadores están dispuestos a reconocer.
La forma descuidada que tuvieron las autoridades sovié-
ticas de presentar su caso sirve para apoyar enérgicamente esta
opinión sobre dicha materia. Aun cuando los hechos relativos
a la matanza de Katyn no hubiesen sido presentados con sufi-
ciente claridad por el doctor Naville y sus colegas, eran dema-
siado diáfanos y harto sencillos para facilitar material con el
cual se pudiese lograr una falsa desviación de los mismos en
favor del mito de la propaganda. Pero, las autoridades sovié-
ticas no se tomaron demasiadas molestias, ni siquiera para fa·
bricar un mito plausible. El Tribunal estaba expresamente
facultado para aceptar las cosas conocidas de oídas y los docu-
mentos como prueba, por lo que a simple vista pareciesen decir.
Las autoridades soviéticaspodían, desde luego, habet suminís-
trado al tribunal todas las declaracionesjuradas y documentos
que hubiese querido. Sin embargo, en su lugar presentaron al
Tribunal. un cuento de miedo y pidieron suavement~ que se
dictase la sentencia.
Incluso a los miembros no marxistas del Tribunal les debió
parecer que se estaba tratando de llevar a cabo un intento
deliberado de minar el principio sobre el cual se babia esta·
blecido el Tribunal. el principio de que un hombre puede ser
el juez adecuado de su propia causa. El consignar una conde·
na automáticamente con unas pruebas como las que estaba
EL CRDlEN DE NUJtn!BERG 157
.
proentando el fiscal soviédco ante el Tribunal, permitirla' re-
aucir este principio al absurdo. La reductio ad obsurdum tenía
que ser evitada a toda costa si se quería salvar la solemnidad
de los procesos. La única conducta prudente consistía en man·
iencr en público un digno silencio. La verdad es que no se
podla confiar en los términos de la Carta. Como que el crimen
Labia sido cometido por orden del G.obierno soviético, no era
.un crimen cometido en interés de los países del Eje». Por
consiguiente, este crimen quedaba claramente fuera de la ju-
ri,dicción del Tribunal. P.ero el dictar en forma oficial una
regla en este sentido habría provocado una crisis internacional;
húbiera puesto en peligro la unidad de las Naciones Unidas.
Por lo tanto, lo único que se podía hacer era guar4ar un abso-
luto silencio y apoyarse en la inconmovible dignidad del pre-
lid,ente del Tribunal, el juez Lawrence. Se perdió el- tiempo
duran~ varios días escuchando unas pruebas que no cabía la
menor duda de que eran inventadas.
El Tribunal escuchó con compasión el testimonio del único
testigo citado por· la acusación, el búlgaro doctor Markov, de
Ja Universidad de Sofía, que habla sido colega del doctor Na·
ville en el comité internacional investigador; éste habla exa-
minado la fosa común de Katyn y había fumado el informe
unánime del comité en el cual se decía que el crimen había
lido cometido por los rusos. Por hacer eso, su vida babia que·
dado hipotecada, ahora que Bulgaria se había coavertido en
un Estado satélite comunista ocupado ·por los rusos. Los rusos
le habían. hecho comparecer para decirle al Tribunal que había
cambiado de.opinión respecto a los hechos que. había compro-
bado tres años.antes. Et Tribunal le escuchó cortésmente. No
se..hlzo- ningún comentario al hecho de que el fiscal le había
obligado a venir desde Bulgaria, olvidándose' en cambio de
citat.al único testig9 que, como,ciudadano de un Estado neu-
tral, estaba en condiciones de-prestaruna declaración desapa-
1ionada, el profesor suizo doctor Neville, que estaba dispuesto
a acudir como testigo y que vivía en Ginebra, a muy pocas
horas de distancia si se hace el VÍl\jC en. tren, has~a Nuremberg:
1'I
F. f. P. VE,U.J!

El Tribunal oyó las pruebas del fiscal hasta el final y luego se


dedicó, con gran alivio, a considerar los delitos q11e, si es que
se habían cometido, se habían cometido «en interés de los
países del Eje».
Parecía inevitable que su,:giese una situación dcl.icada cuan-
do llegase el momento de dictar la sentencia. El haber hecho
constar la condena de los jefe$ alemanes a base de las pruebas
presentadas ante el Tribunal en relación con la matanza de
l4tyn, habría sido sencillamente irrisorio. Por otra parte, el
haber consignado una absolución de esta acusación habría equi-
valido a un implícito reconocimiento de culpabilidad, Estaba
claro que esos desgraciados oficiales polacos no podían haberse
matado y enterrado ellos mismos: indiscutiblemente habían
sido asesinados por alguien. Sólo los rusos y los alemanes ha-
bían estado en condiciones de haberlos podido asesinar. Absol-
ver a los alemanes, por lo tanto, habría sido tanto como conde-
nar a los rusos.
'.E;J Tribunal Militar Internacional, sin embargo, estuvo a
la altura de las circunstancias: al terminar el juicio, la senten-
cia del Tribunal no contenía la menor alusión a dicha Qlatanza.
Para ser justos, ha.y que señalar que, teniendo en cuenta
eu constitución, el Tribunal actuó con manifiesta parcialidad.
Su autoridad no se extendía a la oonsideración de los crímenes
cometidos por los rusos: en cuanto se vió que los culpables
eran ciudadanos de uno de los Estados victoriosos, la jurisdic-
ción del Tribuna) se terminó súbitamente. Ray que señalar
también que la significación de este episodio de los proce-
lOS de Nuremberg pasó inadvertida para el público en gene-
ral. Tres años más tarde, el hombre de la calle no parecía
sentir que se ofendiese a su inteligencia cuando el audaz mís-
ter Anthony Larlowe, K. C., M. P. le echaba una reprimenda
por no tener en cuenta el hecho. de que «el propósito total del
juicio de los criminales de guerra era establecer que sólo !t(lJ
una medida ¡,ara la justicia,, ( 1 ).

(•) vt..._ •I V.ily Mait, dd 6 de 111•)'0 de '!H9·


' •
EL CRIMEN D~ NtJREMJlERG 259
El único rasgo de los juicios de guerra de Nuremberg que
causó gran asombro en aquella época, fué la omisión de toda
acuPción sobre la iniciación del bombardeo intencionado de
personas civiles. Este asombro es 'comprensible, ya que la afir-
JDación hecha de manera tan positiva por Mr. J. M. Spaight
en su autorizado libro, Bombing Vindicated1 de que los bom-
bardeos de personas civiles tenían su origen en una «esplén-
clida decisión» del Ministerio británico del Aire, suscitó poca
o ninguna atención cuando se permitió ingenuamente la publi-
cación del libro, en el mes de abril de 1944. Como hemos
visto, hasta unos años más tarde, el juez Mr. Jackson no reveló
que se habla acordado esta omisión después de muchas delibe-
raciones, porque se temía que, el suscuar la cuestión de los
bombardeos, serla invitar a hacer recriminaciones que no ha·
brian sido útiles en el juicio.
Los círculos legales británicos sentían cieno resemimíento
Cll)lltra los directores escénicos de los procesos de Nurem berg,
par la forma en 9.ue hablan hecho que la Gran Bretaña es111-
'riele representada en el Tribunal, no por una pareja de obs-
euros abogados políticos, sino por dos de los principales jueces,
-,, lo que es aún peor,. que uno de ellos actuase como presi-
dmte del Tribunal. Con este hábil golpe, el juicio de guerra
• Nuremberg se distingula inmediatamente de los otros jui-
cioe de guerra que tenían lugar por entonces por toda Europa.
Si no hubiese sido por esto, po 'cabe duda de que los manejos
de Nuremberg, en relación con la opinión popular, habrían
daoendido hasta quedar muy poco por encima de los desnu-
4111 y desvergonzados manejos de alguno de los criminales «trí-
'bunales populares» checos, o de alguno de los tribunales sovié-
dto. pan la «eliminación de los prisioneros».
Desde el punto de vista de los directores dé escena. e, indi~·
anible que esta solución resulutb« salisf:\cto1 i~ A S\1 adopdb11
1aay que atribuir el éxito notable de haber legrado que 11roJ
"!Pmentación esencialmente europcr- nde•1(;,l corno es un ju,
C10 de guerra. se desarroll t<I' con orrealo a b, ii,rtn;i< y u«i. , k
juicio inglés en Old .f!;liley.· F.~ hccl.o dt' q11~ se log:,,sc ,',to
J'. J. P. VU1.&

,in errores de bulto, corutituye un b.ito notable, tan dificil de


conacguir como si la M.C. C. tuviese que organizar una buena
corrida de toros en Lords, Desde luego, de torero, Mr. N. W. D.
Yardlcy no estarla más fuen de su elemento que un juei del
Tribunal Supremo inglés en el papel de presidente durante:
los procesos de Nuremberg (1).
Sin embargo, se suscitó la duda de si era justificado el utilizar
laruna mundial de un juee británico para silenciar las críticas
de lo que podla ser descrito como una demostración polítíca
internacional Entre las muchas cosas por las cuales acostum-
bran a alardear lo& ingleses de superioridad frente al exrran-
jero, aquella que se puede presentar con menos miedo a la
contradicción es que, en la Gran Bretaña, el espíritu de jus-
ticia es más elevado y su administración más pµra que en
ningún otro pab del mundo. ¿Estaba justi.6cado por lo tanto
el utilizar esta aureola de respeto con la cual lord ~iansfield
y los otros grandes exponentes de la Ley Común Inglesa han
rodeado a la administración de justicia en Inglaterra, con el
6.n de ahogar todas las objeciones públicas contra unos proce·
'°' extremadamente discutibles? ¿Era justo dar la impresión.
por medio de la designación de un presidente inglés, de que
la Gran Bretaña era quien con su influencia movía el asunto.
cuando, de hecho, de sobras se sabe que la inspiración procedía
de Moscú? . .
Hay que lamentar mucho que los penosos esfuerzos del juez
Lawrence para manejar las pruebas y llevar las audiencias como
si estuviese presidiendo un juicio precisamente en Old Bailey,
hayan recibido tan poco apoyo de fuera. La Prensa, casi sin
excepción, continuó, a lo largo de todo el juicio, refiriéndose
a los acusados COIIlO crimínales, y casi francamente hacfl\ alarde
de los detalles de lo q_ue podía ser calificado como _el ucastigo
anterior a la condena», que se inRigla a los acusados antes

{t) l.«Jh a d (am.., campo de a[qua ck LO<ldrel, propk.i.d de l• M. C. C.


(M..-,.lebonc Crkka Cl•I>), b. mtld>d que ri¡,, eee ari>.-tí<o i•• iniua- l'c:
""''""" • 1787. N. W. D. Yudley es el lamoro jupd« ing~ de criqlltl, y capkmi
de prucbu.

- EL CRIMEN DE NURDIBERC

de ahorcarlos : la incomodidad de los asientos que les estaban


deatinados en la sala; los trajes viejos de los prisioneros, que,
en el caso de los generales 'I almirantes, iban desprovistos de
todos los emblemas; los rigores de su confinamiento: las pe·
qu~ indignidades que tenían qui: sufrir y la es= comida
que se, les daba. La solemnidad de los informes de los periédi-
cos, en los cuales se describían los progresos de la vista, que-
daba con frecuencia arruinada p.or la falta de discreción y
tacto al publicar al mismo tiempo noticias vérdaderamente in-
congruentes. Así, en una de las páginas principales de un ¡,e·
riódico publicado el día 19 de octubre de 1945, bajo el ímpre-
aionantes titulo de La actt.S11Ción de la Humanidad. contra los
naµs, se encuentra otro titular menor que dice ; Los niños
mueren, las madres se vuelven locas en el tren, con el cual
ae encabesa un pequeño relato que describe los horrores que
entonces estaban teniendo lugar al ser expulsados varios millo-
nes de habitantes de Pomerania y Silesia de los hogares ocupa·
dos por sus.antepasados desde la Edad Media, y deportados en
vagones abiertos y camiones, lo más apretujados posible, hacia.
un pals extraño. ¿Qué posibilidades podía tener un gesto hecho
en nombre de la humanidad sobre un fondo semejante?

También cabe dudar de que fuese juiciosa la elección de
Nuremberg para montar allí el proyectado juicio de guerra.
Nuremberg es una de las ciudades I¡lÚ intensamente europeas
de Europa. l!:n la Edad Media era uno de los principales cen-
Uos de la civilización europea, situado en la gran ruta comer-
cial a lo largo de la cual pasaban los productos dé Oriente al
valle del Rin, que en aquella época era la arteria principal
de la cristiandad. También se expresaron recelos a causa de
b cadáveres de hombres, mujeres ­y niños que estaban ente·
nados todavía entre las ruinas de sus maravilloeos edificios an-
tiguos y que podlan poner en peligro la preciosa salud de los
jueces, verdugos, carceleros y abogados que asistían a los
procesos. Afortunadamente, este grave peligro no produjo nin-
gún desastre, pero los sombríos montones de ruinas, mudos
testigos de la espléndida decisión del 11 de mayo de 1940,


.t6t F. J. P. VEA.LE

formaban un escenario dantesco, aunque parece que nadie se


dió cuenta de ello. 1
Otra nota discordante Iué dada por el hecho de que las
autoridades sovíéticas fueron incapaces de resistir a la lenta·
ción de aprovechar las ocasiones que se presentaban para bur-
larse de sus aliados caritalistas, Por ejemplo, adujeron la prue·
ba de .1tuna pastilla de jabón humanoa que decían que habla
sido confeccionada con los cuerpos de los prisioneros ejecu-
tados, o sea una burla manifiesta, del peor gusto posible, del
famoso «Mito de la fábrica de cadáveres» puesto en circula·
ción por la propaganda británica, con ayuda de documentos
falsificados, durame la guerra de 1914·1918 (1).
Para empeorar aún más las C0$3.$, mientras el Tribunal se
dedicaba de manera laboriosa a examinar las acusaciones de
que los procesados hablan planeado guerras agresivas, los por·
tavoces más autorizados del bando de los conquistadores, mis-
ter Winston Churchill y Mr. Stalin, tuvieron la ocurrencia de
acoger este momento altamente inoportuno, para cruzarse acu- ·
.aciones, no sólo de haber planeado guerras de agresión en el
pasado, sino de estar dedicados en esos momentos a tramar
futuras guerras agresivas. Por muy justificadas que pudieran
estar esas acusaciones en ambos casos, constituían un fondo gro·
tesco para una ceremonia que se suponía que debía demostrar
el piadoso honor que sentían los vencedores ante la costumbre
de llevar a cabo guerras de agresión. La analogía más próxima
de la situación así creada, serla que el lector tratase de imagi-
nar un tribunal de apelación criminal en el cual el presidente
desestimase la apelación presentada por un ladrón profesional,
y que su solemne homilía contra el vicio del robo fuese inte-
rrumpida por unos colegas que dijesen que él mismo habla
sido condenado en varias ocasiones por robo y que en aquel
mismo momento estaba planeando un gran golpe. Para com-
pletar esta fantástica analogla tenemos que tratar de imaginar·
nos al presidente, replicando que ellos también eran reinci-
(1) Vtue Arlhur- Ponfonby. F•IHhood in Wo-rtime (•La h.bcdad en tiempo de
guerru), IArulres, Allf.11 y UnWÍll, 1918. capitulo XVJI,
EL CRIMEN DE NUJU:MBERG

dentes que íncluso habían llevado sus palanquetas y ganzúas


a la sala del tribunal porque tenían preparado un escalo pa,i;a
aquella misma noche.
Hay que subrayar una vez más que ninguna de las consi-
deraciones anteriormente citadas debe ser tomada en el sen-
údo de que se sugiera que 10$ acusados fuesen, de hecho, ino-
centes de todas o ipor lo menos de una parte substancial de las
acµsaciones hechas contra ellos. Por el contrario, puede soste-
nerse con seguridad que muchos de ellos eran culpables, en la
medida en que les era humanamente posible incurrir en cul-
,pabilidad, en una lucha contra unos enemigos que habían de·
clarado que no habría «extremos de violencia a los cuales. no
recurrirtamosa. La suposición de que la masa principal de las
acusaciones podía haber estado bien, Iundada, no hace más que
fortalecer el argumento de que esas acusaciones deberían haber
sido examinadas por un tribunal neutral debidamente consd-
tuído, a cuyo veredicto se vería obligado a prestar atención
todo futuro historiador. Hay que hacer constar que el llevar
a cabo la investigación en la forma que se ha hecho, puede dar
precisamente el resultado contrario al que se deseaba: en con-
ereio, puede despertar la simpatía, aun cuando qu,zá sea una
simpatía equivocada, por los .acusados. Así, el juicio 'de Car­
los I por un tribunal que no tenía jurisdicción para juzgarlo,
compuesto de enemigos políticos suyos, tuvo exactamente ese
resultado. Hoy día son pocos lo~ que pueden leer un relato de
ese juicio sin sentirse inmediatamente influidos en favor del
rey Carlos. Desde luego, para los historiadores, el veredicto
no posee el menor valor. Todavía están divididas tas opiniones
respecto a Carlos l: algunos le consideran, en general, ün
monarca bienintencionado, que no con¡ctió tantas fallas como
las que se cometieron contra él; otros le consideran como un
tirano débil e irresponsable. Pero nadie piensa'en citar el vere-
dicto de John Bradshaw y de sus colegas de regicidio. como
prueba que decida la cuestión.
Así, Carlos l debe gran parte de la simpatía con que ha
llegado a ser mirado por la posteridad, a su -vergonzoso juicio
'
F. J, P. VEALE

y a su muerte violenta. Otro juicio polltico, aú:n más famoso,


ha tenido precisamente el mismo resultado; desde luego, ni
más ni menos que lo contrario de lo que se deseaba conseguir.
Si los ingleses llenos de serenidad hubiesen estrangulado a Jua·
na de Arco en su celda y hubieran anunciado que había sido
muerta cuando crataba de escaparse - un procedimiento tan
corriente en el siglo xv como durante el Tenor Negro y Tos-
tado de Irlanda en 1920 -, ahora se la recordarla sólo como
una campesina a la cual la creencia popular atribula una parte
importante en el auxilio a Orleáns en 1419, por parte de los
franceses, o sea un simple episodio en una interminable guerra
civil que se estaba desarrollando con alternativas de fortuna
desde hada casi un siglo. Nada habría sobrevivido respecto a
su carácter personal, y sus hazañas pronto habrían sido desecha·
das como míticas y legendarias. Sin embargo, al contrario de
lo que era la creencia popular, su juicio no fué ni una parodia
de juicio, ni un juicio de guerra. Al regente inglés, duque de
Bedford, le habría sido fácil hacer que la juzgase por crímenes
de guerra un tribunal compuesto por una selección de gue-
rreros disgustados que hablan huido delante de ella en Pathay.
En lugar de seguir este camino, el duque prefirió entregarla a
un tribunal eclesiástico presidido por el obispo de Beauvais,
en cuya diócesu habla sido capturada, para que fuese juzgada
en relación con la acusación de «diversas supersticiones, falsas
enseíianzas y otras traiciones contra la Divina Majestad».
No cabe duda de que los ingleses estaban decididos a con·
seguir de todas maneras su múerte; no cabe duda de que su
verdadera queja contra ella era que habla derrotado ignomi-
niosamente a las tropas inglesas. Pero no se puede hacer nin-
guna objeción válida contra la realización del juicio en si mis-
mo. La jurisdicción del tribunal para juzgarla en relación con
las acusaciones de delitos contra Dios y las creencias y la mora·
lidad de la cristiandad aceptadas en aquella época, son cosas
que no pueden ser puestas en duda. En cualquier país de Eu-
ropa, a las personas acusadas de esa forma, se las habrla hecho
compar~cer ante un tribunal similar, que habría representado
.EL CRIMEN O.E NUREMB.ERG

)a misma autoridad internacional. Al menos en teoría, ese tri·


bona! estaba por encima de toda consideración política y, en
todo caso, actuaba de acuerdo con un sistema jurldico bien
elaborado y establecido, aclarado por numerosos precedentes y
regido po~ estrictas reglas de procedimiento que, durante si·
glos, hablan sido aceptadas por todos los países cristianos. Por·
Jo tanto, no se suscitó, como en Nuremberg, la cuestión de
inventar \ID nuevo sistema jurídico col) el fin de establecer
traJ1.1gresionesoontra el mismo. No es necesario que especule·
mos aqu( sobre lo que habría podido hacer el Gobierno inglés
ai el tribunal eclesiástico la hubiese absuelto, puesto q'!e ese
ttibunal la condenó, en gran parte, a base de lo que ella misma
había reconocido, en relación con las acusaciones aducidas con-
ua ella. Como dice Mr. Bernard Shaw en Saint Joan : «Fué
condenáda después de un juicio muy cuidadoso y concienzudo.»
No fueron sue éxitos concretos, sino la decisión del Gobier-
no inglés de darle muerte de una manera estrictamente legal,
ordenada y pública, lo que estableció su 'fama, enriqueció la
hittoria de la Edad Media con su figura más pintoresca, dió
a Francia una heroína nacional, y, finalmente, añaaió su nom-
bre al calendario de los santos.
Casi sin excepción, las memorias del pasado nos muestran
que los juicios cuyo principal objetivo es pelüico, bien aean
grotescas parodias de juicio, o juicios judiciales «cuidadosos y
ececíeneudcs», fracasan rotundamente en sus dos finalidades
principales. En lugar de desacreditar al acusado a los ojos de
Ja pQSt~ridad, le confieren la fama, la publicidad, el interés y
Ja aimpatía. En lugar de dejar sentado para siempre el punto
de vista de losvencedores mediante una conclusión final res-
pecto a los bechos, suscitan el desagrado y el resentimiento
' contra los vencedores, La rectitud que se da satisfacción a si
misma, aun cuando esté justificada, rara vez constituye un es-
pectáculo atractivo, y la indignación moral, cuando se ve cla-
!'amente que no es desinteresada, es muy probable que se con-
sidere comQ hipocresía. • ,.
• Cuando se trata de comprobar lá· verdadera naturaleza de

\

166 F'. J. P. VUU:

algún episodio, siempre resulta muy ilustrativo ver cómo se


presenta más adelante en la mente de una persona que baya
desempeñado una parte importante de él. Por lo tanto es espe-
cialmente digna de ser tenida en cuenta la alusión a los juicios
de guerra de Nuremberg beeha.por el presidente del Tribunal,
el juez Lawrcnce, hoy dia lord Oaksey, ea su discurso en la
Cámara de los Lores durante el debate sobre la abolición de
la pena de muerte, el t7 de abril de 1948. Escogiendo sus pala-
bras con esmero judicial, Lawrcnce observó: «Como nación,
acabamos de unirnos a otras naciones para condenar a muerte
a nuestros enemigos. de Alemania .»
No se puede hacer la menor objeción a esta descripcién
de los ,procesos de Nuremberg. Es, al mismo tiempo. clara y
adecuada. Pero ¿se puede considerar corno una simple forma
distinta de decir que hemos tornado parte, como nación, jun-
tamente con otras naciones, en el juicio y ejecución de ciertos
criminales que daba la casualidad de que eran nuestros enemi-
gos nacionales?
Fuera la que fuese la intención del juez Lawrence. la opi-
nión de que los procesos de N uremberg consistían en condenar
a muerte a nuestros enemigos nacionales fué cuidadosamente
apoyada por el mariscal de campo Montgomery. Al hablar en
París el 9 de junio de 1948, dijo: tcLos juicios de Nuremberg
han convertido en un delito el realizar uba guerra sin éxito.
Los generales del bando derrotado son juzgados y ahorcados
después,»
Cualesquiera que sean los otros resultados conseguidos, los
procaos de Nuremberg, por lo menos, han añadido una ¡pala-
bra nueva. al diccionario: 1<juzgar·y-ahorClJ'}1. En los ejércitos
de Napoleón, se decía que cada recluta llevaba un bastón de
mariscal en la mochila. A partir de ahora, puede decirse con
mucha seguridad que todos los oficiales de un ejército moder-
no, por encima de una cierta graduación, llevan una soga alre-
dedor del cuello.
Doce meses después del discurso del mariscal de campo
Montgomery, esta conclusión suya fué apoyada y ampliada por
EL CRIMEN DE NUl!EMBERC

)ol comunistas 'chinos que, cuando capturaron Shanghai, en el


ines de mayo de 1949, anunciaron que todos los prisioneros de
guerra con grado superior. al de· coronel, serian considerados
o,mo «criminales, de guerra» y tratados de conformidad con
c,to. Por lo canto, la definición de «criminal de guerra» como
victima de un juicio de guerra, se ha. quedado ya, anticuada.
En virtud de esta nueva disposición, todos los oficiales superio-
res de un ejército derrotado, se convierten automáticamente
en criminales de guerra y, por lo tanto, son ahorcados como
tales, sin necesidad de un juicio de guerra previo.
'Probablemente, se debe, sobre todo, a la concepción erró·
nea que prevalecía sobre la verdadera naturaleza de los proce-
lllS de Nuremberg, el que transcurriesen sin suscitar mucha
oposición activa. En algunos aspectos, el terrible desenlace fué
una sorpresa para muchos. Por lo general, se había hecho una
distinción entre la posición de Hermann Goering. de un lado,
y el mariscal de campo Keitel y el almirante Raeder, de otro.
!l primero, aunque era un mariscal de campo y en otros tiem-
P"' fue! piloto de caza en la famosa escuadrilla del barón Von
Jlichthofen, era, sobre todo, un político. En todos los tiempos,
incluso en los más civilizados, los políticos siempre han que·
rido que se les conceda, y se les ha concedido, una mayor am-
plitud en sus manejos entre sí. Incluso en la cúspide de la vida
parlamentaria inglesa, los políticos del tipo de Gladsione se
temaban libertades con la verdad, hacían promesas que sabían
que eran incapaces de cumplir y atribulan temerariamente in·
dignas intenciones a sus rivales en una forma que ellos mis·
IIIO$ habrían considerado deshonesta fuera. del mundo de la
política. Por lo tanto, en 1946 se admitía- generalmente que
Hermano Goering sería ejecutado. No sufriría esta pena como
eoldado, sino como políríco,
Los casos del mariscal de campo Keitel y del almirante
R_aeder eran considerados como de una categoría totalmente
diierente. U no eta' un soldado ptofesion¡il del más aíro rango
Y. rl otro un distinguido marino profesional; los dos eran pri-
11011eros de guerra. Ninguno de los dos tomó muy en serio la
1
F, J. P, VEAU

ridícula pretensión de que hablan dejado de ter priaioneros


de guerra porque eiertos Gobiernos extranjeros hablan tenido
a bien declarar que consideraban abolidos al Ejército y a la
Marina de Alemania desde el momento de la rendición (1). Se
creía que, aunque menudencias de esta clase habrían hecho
las delicias de abogados astutos como los seftores Dodson y Fogg,
que pertenecieron al tribunal de Freeman, Gornhill, y que
quizá tuviesen cierto atractivo para su.s descendientes espiri-
tuales, no serían toleradas, oi por un sólo instante, por los
hermanos de profesión de los prisioneros que prestaban serví·
cío al lado de los vencedores (.t). Cualquier acto de verdadera
violencia contra ellos, no sólo habrla dejado una mancha inde-
leble sobre la profesión de las armas en general, sino que
habrla reducido también el carácter del soldado profesional
al de un simple pistolero alquilado por un jefe de banda para
participar en alguna venganza del hampa, oon el conocimiento
de que el fraca1<> sería castigado con la muerte. Para cualquier
pueblo situado por encima de la barbarie primitiva, la per-
lODa de un prisionero de guerra es sagrada. Por lo tanto, l'C$UI·
taba inconcebible un desenlace tan violento. La creencia ge-
neral era que, después de una reprimenda teatral que no debla
ser tomada muy en serio, ambos caballeros serían puestos en
libertad para que pasasen el resto 'de sus días en algú.n lugar

(1) Ea """ fou,gnlla ­•• """'°od ólúmo cle lot juidol ele N....._bc:r¡
q1Me comdlJO el 5 de lebm'o de 19f8•1 publkada en el tll1Ulr•lccl Lon,dqn Nftll•,
del e de n,ano de 194-8. puede ver.te a lo, ~ ocupantes del b3.nq\ltllo, tra m.a.ria-
1».lea de tampo, nueve. gcncnla y w, 4hniran<~ que van YC:M.idm oon ropa dYila..
No ,e lTaia. de vu drcumtancia fortuit•, ü.oo de un rasgo ewndaJ de b proce..oe..
P"" i. l<Oria kgal """Pu.da en qoe- un ooldado dtja de ,., ooldado y pJ<ril• todc»
•u• der«hot como tolóado, al te le quit& ,u un.¡formt.. Por ara. m.bm& ~. dade
luceo. un rty dcberia ftflt' oblipdo a lbdJGU' cada Ytl. (llle le &(Uestl. a mmot
qq,: ,ame i. pr.aulCido de poncnc i. ­• como pro de dormir.
(•) - y Fog ldcron lo, •bop<Jo< qu• .,..,.,.., en re¡,raenMClóode •a
adora lardtll m ,u deia,4d1 por Npttffll de promCA. contra Mr. Pk*-wkt. Mt.-
tcr Pidtwkt. fotm6 una opintóo muy pobre de ,u, m&,dos. Vbte Ptdcwít:l ,..,,_,
(•Loo pap(let de Piawick,), por Culo< Oickcn,, en particular d ""l'hulo 111>, La
m*8: ptódm1 analogía americana probablanauesed• Ja tamou &tma dt H~e y
Rammd en 11 do<Md cle Nueva YOTk, al -pear d ,lglo octll.\l, V- Rldlard
ll-. Howe y Hvmmd. Thd. Tnu, ..,.¡ ~low HW..., (•SU l'Cf'lladcr9 y
ac:ancl&lola hhtori.a.). Nuaa Yort~ Farrar. Stnuu. •9*?'·
Alemania equivalente a Bath o ·a Cheltenbam, escribiendo
memoruu y soñando con los días en que hablan desempe-
lai:lo un primer papel en los asuntos mundiales.
El día 15 de octubre de 194:6, el mariscal de campo Kej.tel
fui ahorcado en Nuremberg. Con él mu.rió el general Jodl.
))e esta manera se tenninaba abruptamente una larga época
41e la Historia, Al mismo tiempo, el almirante Raeder, a pesar
4le su digna petición de que se le dejara compa.rtir la suerte
4le 1us camaradas, se vela condenado, a los 74 años de edad, a
uabajos forzados a perpetuidad, en una cárcel.
La suerte corrida por el mariscal Keitel carece en absoluto
4le precedentes, no sólo en los anales de Europa desde la Edad
()blcura, sino incluso en la historia de los tiempos civilizados,
ea cualquier parte del mundo. Tenemos que indicar que la
mene corrida por el general Gordon, en 1885, ofrece cierto
)llalelo, pero un detenido examen mostrará diferencias fun-
amentales. En primer lugar, difiere respecto a la manera ~
f1UC murió el general Gordon. Según el relato aceptado por
llr. Strachey, el general Gordon no llegó a ser hecho prisío-
llGO, sino que fué muerto a lanzadas mientras luchaba espada
ea IIWIO contra sus perseguidores sudaneses.. En segundo lugar,
• 11e acepta el relato de que su cabeza Iué cortada después de
liaber sido hecho prisionero, puede darse por cierto que sólo
banscurrió un breve espacio de tiempo entre su captura y su
maerte. Los sudaneses, en aquella época, eran unos bárbaros
y unos fanáticos religiosos, pero no hay prueba de que el
M.hdi (jefe) personalmente y a sangre fria, ordenase la ejecu-
ci4a del general Cordon. ~fásseguro aún·es que no lo entregó
a un tribunal de mullahs para que investigase sus crímenes de
perra. El general inglés o Eué muerto mientras luchaba o fué
lllesioado inmediatamente después de su captura ,por los der-
\'ichea vic.tbriosos, furiosos por el .frenesí de la batalla y ·aloca·
dos por las terribles pérdidas que· hablan sufrido, al asaltar
f.fanum. Los dos casos sólo serían algo parecidos Ji el mariscal
ile ampo Keitel hubiese sido golpeado en la cabeza inmedia-
1amente después de 5U captura, como consecuencia de la exci-

F. J. P. V.&ALE

tación del momento, por unos soldados individuales, que, en


un momento de irresponsabilidad en el fragor de la lucha y,
por lo tanto, de manera perdonable, hubiesen dado una inter-
pretación errónea a las repetidas exhortaciones de sus superio-
res de que no tenían que tratar con mano blanda al enemigo
derrotado.
Toda la signrficación del destino corrido por el mariscal
de campo Keüel, radica en el hecho de que todo se hizo a
sangre fría. Si hubiese corrido la suerte del general Oordoa,
la única consecuencia habría sido, como máximo, un consejo
de guerra que habría conducido a una ruidosa reprimenda y,
quizás, algunas referencias casuales en el Parlamento para qui-
tar importancia a un lamentable incidente. De hecho, no habría
sido más que un lamentable incidente, sin importancia, interés,
ni significación- Pero el mariscal de campo Keitel fué ejecutado
deliberadamente a aan¡¡rc frla después de haber sido prisiol\ero,
de guerra a lo largo de dieciocho IDC$C$, durante .los cuales se
vió sometido a una prueba tan prolongada que la sangre mú
ardiente tuvo tiempo de enfriarse en la atmósfera de cansancio
en medio de la sensación de irrealidad que fué envolviendo
gradualmente los procesos de Nuremberg después de las pri-
meras semanas. Cualesquiera que sean las disculpas que pue-
dan aducirse en relación con la ejecución en la horca del ma-
riscal de campo Keitel, no puede discutirse el hecho de que lo
ocurrido se hizo a sangre fría, después de haber pasado muchos
meses de deliberación. En este largo periodo de preguntas y
declaraciones juradas que precedió a la muerte violenta del
mariscal de campo, radica la importancia única de este acon-
tecimiento.
Cuando Wilhelm Keitel ingre,ó en el Ejército en 1901, en-
traba en una institución que en aquel entonces gozaba de un
preati~o sin precedentes y' de la estimación universal. Habla
llegado a parecer inconcebiblemente remoto aquel borroso pa-
sado en el cual la guerra acababa de descubrirse, empezando con
riftas sangrientas entre un grupo de cazadores obligados por la
necesidad de buscar nuevos cotos de caza, como consecuencia
EJ.. CIUM"EN DE NUREMBERO

los cambios climáticos; y otro grupo similar decidido a de·
er sus terrenos contra la invasión de los intrusos. La lucha
entonces un asunto aventurado, sin planificación, jefatura,
• iplina ni táctica, un intercambio salvaje de gritos y golpes,
ido por la muerte a garrotazos de todos los del bando de·
t,Gudo que no fuesen capaces de correr a velocidad suficiente
~ escaparse de la muerte. Gradualmente, pero muy despacio,
fué introduciendo el orden y el método, y, a la larga, la gue­
rra llegó a ser llévada por los asirios a un alto grado de perfec-
dón técnica. Pero, durante mucho tiempo, siguió prevaleciendo
espíritu de algo-crudo y bárbaro, basta que por fin, en Euro-
JII, unos dos siglos antes del nacimiento del mariscal Keitel, se
ti•ahlecieron unas reglas que ordenaban la guerra. y que, de
IDaJler.l particular, excluían de la participación en las hosrilida-

,
da a ~odo aquel qu.e no fuese combatiente uniformado. Esta
innovación tuvo como consecuencia final una nueva clase de

e
que, por lo que se refiere a la clase gobername europea,
a constituir una especie de Tito social, de cuyos misterios
han excluidas las simples personas civiles. Sólo el uniforme
del ,oldado se consideraba traje digno p:\ra que la realeza se
~-~tase en público. La espada ~ue en 1901 hacía ya mu-
,clio tiempo que era un arma anticuada..- era llevada incluso por
b diplomáticos más pacíficos, como símbolo de dignidad.
En el transcurso de una generación, «todo el proceso ma-
f'J'Cl1Wico11 (como diría míster Spaight). que se había venido
lea11TC.Uando durante 500 años, fué cambiado de golpe, y en el
Ílalll<:uno de cincuenta años la guerra volvió a su prístina sím-,
• ·dad y audeza.
«Se fueron para siempre ~cribe el capitán Liddell Hatt-
JODJ.lnticas baladronadas sobre las virtudes heroicas de la
aerra, y con ellas la teoría, sostenida sin la menor discusión
1901, <le que el éxito en la guerra era una prueba segura
la idoneidad de un pueblo» (1). «El general J. F. C. Fuller,
au obra Armament and History (!<El armamento y la Bisto-

f•) TM R.,/olution i• Wor/ce (•Lo n.oludón m la guerNt•). p!g. ,s.

F, J. P. VEA1Z

ria»), nos proporciona. las perspectivas de la. futura guerra-co-


hetee autoimpulta.dos con carga. atómica y cruzarán la estratos-
fera», puestos en movimiento, no por una. declaración de gue-
rra, sino por u.na «eepléndida decisión", y guiados por el radar,
para caer exactamente sobre sus objetivos a miles de kilómetros
de distancia (1)­, y llega a la conclusión de que, al final, si es
que queda algo de vida sobre la Tierra, t<los vencedores proce-
derán luego a liquidar a los vencidos, como criminales de
guerra» (t ).
Ha.y que seña.lar que el general Fuller supone, sin discu-
_aión, como cosa evidente, que esta liquidación seguirá el pre-
cedente establecido en Nuremberg.
Si reconocemos que el cambio en los métodos técnicos de
guerra demostrado por la destrucción de Híroshima es un acon-
tecimiento que hace época, el cambio en el espíritu con que se
hace la guerra, demostrado en el juicio de guerra de· Nurem-
berg, también marca una época. Mientras que es un hecho im·
portante el que los gobernantes posean ahora un arma como la.

(1) J, P. C. "1ller. ,1,,,,.....,.,


""d Hls1or, (•El .,...,m"1toy la HL,u,cw),
Lolldra, .!yn y Spo«IJwood<, 1946, p.tg. 19)-
(t) El tnlo <¡uo abqro puede ter e,pendo P"" un prhlo,,cro <le gucn <!<,
a11;UJl"I aitcgorú. para aer utiliudo ltN'lto U'lbajador tKlavo •. pm, no lo ba,tante
.dcYMlo como pn• acr ejttutlldo tuma.riamtnrt dopuá de v.na parodia de juicio.
p..­ ,,_ oo 11n libto aa.blclo 4k puhlku, Follsdll""í4j<t:("""'­''"'­>· 1951,
acri10 por d peral H .. B. R.amdc.e, el heroko defeNOT & Brrst. Captundo en
,q,tl«Abu dt 194,4, no se hlio ninguna. IIC!OIKKIO coo<ra tl ÍtÜ:ta &bril de 1g_so. Sin
,emba~ dunntc.._1:a mayor parte de 10I clno> a6ol que ptcCiecUtroa a Ola (edla.
Jú~tNtado, prhnao ,por le» britJnm:». y luego 'POI' lot tranca,es, como un aimi-
nal convicto. Se 1~ tuvo en ~r nw ab.toluto c:ot1.6.n1m.iento denlro de una celda,
excepto <:uaodo oa ttaniportado p\\bUc:amcrue enadcn>do con grillcces, de vna pri·
,iión a oua. lo ,u jukio, en mano de 19!1, r~a.tNud10 de lit. 1bwnlu acugdoo,es
hccb.as tont.re él. Se logró oto grada\ • una dbdaradón· junda· pmeruada por IU
.apn,h'11t0t. el gen,..¡ oo,criw,o Troy H. Mlldl<IDft, "'Y" aaupulmo ~ po,
tu rrgtas de la gt>C'lT* dvUiud.a europea hacen un atn.Ao c.ootn-le <0n ~ des-
pr«lo ele ..., r,¡tu por pane 4k ingl.,.. y rnn.....­. <:.omo rcconxlMlet110 do 1>
t11Mdad de lu acu.RC:fones aduddat <Offl-9 d gena-al Ram<te, d l'ribmal mUitar
francts IIOlo le c:'ondm6 a cinco aftm ele uab,ajos rorudos, fCfttmrtl qut le permida
quedar libre ua m- "'" oardo. El libro cid pool Ramdto .. 4<1 m•,...- lntms
e impor1&:ncia porqu.e e& d primer rc:lato bien acrlto y plcncunente i.oa.i.ment-ado
de In expcriencW de un prl,_fonero de gutrra mllíw- en tu coodidones que pre-
_....,, abon, deJde qee 1u sido abondooado d olldigo do la gvern ovlllD<la
~pea.


EL C)l.11,(EN DE N UllEM"BEllG

ba atómica, el carácter de quienes poseen este arma es cier-


lÍJllteDle otro hecho igualmente importante. El juicio de guerra
Nuremberg nos proporciona la prueba. Hiroshima demostró
que se puede hacer; Nuremberg demostró que lo que se
e hacer, se hará-,

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CAPÍTULO Vlll

DESPUts DE NUREMBERG

Puede que, vistos en perspectiva, los famotos juicios de gue-


rra que empezaron en Nuremberg en JtO de noviembre de 1945
y que duraron hasta el 16 de octubre de 1946, lleguen a ICJ"
Cllllltiderados únicamente como un episodio de uno de ~ mo-
vimientos internacionales de mllsas que de vez en cuando han
ocurrido en Europa.
El más próximo precedente al movimiento de masas que
empezó en mayo de 1945 lo encontramos en las terribles pene·
cuáoncs que comenzaron eh el siglo xv, culminando durante
Ja segunda mitad del siglo xvr, y que tcnninaron hacia finales
cid siglo xvu, época en la cual decenas de miles de J>Cl101W ha­
blan perecido en circunstancias repugnantes en medio de la
aprobación universal. Ciertamente no hay ~n aparente por
la cual los pueblos de Europa hablan de quedar obsesiooados
tan de súbito, hacia el año 1400, con un frenesí de temor, en
- fecha particular: tPor qué no siglos antes o siglos después?
De manera similar hace falta una explicación de por qué en
1945, todas las naciones importantes de Europa que 'tuvieron
la fortuna de encontrarse en el bando de los vencedores se sin-
tieron obligadas a juzgar y liquidar a sus prisioneros de guerra.
¿Pm qué no procedieron as!, por ejemplo, las naciones victo-
riosas de 1815, y por qué no se sintieron impulsadas a hacer
Jo mismo? Lo más seguro es que la explicación no comiste en
que 101 acontecimientos ­del periodo comprendido entre 1792
1 1815 dejasen de proporcionar motivos abundantes para hacer
F, J, P. VE.ALE

exactamente las mismas acusaciones que las que se hicieron en


Nurcmberg. Resulta claro que debió operar alguna influencia
inhibitoria en 1815 que ha quedado moribunda en 1945.
Se acepten o no las razones sugeridas en la primera parte
de este libro sigue en pie el hecho de que, en 1945, los pueblos
de Europa que se enec ntraban ea el bando de los vencedores
volvieron de pronto a las costumbres de la Edad de Piedra, cuan·
do sus antepasados bablan alcanzado el mismo grado de desarro-
llo que los pielesrojas que se opusieron a los colonos europeos
en Norteamérica. Por toda Europa empezó, en l 945, lo que en
su esencia equivale a las danzas, apenas disfrazadas, en tomo al
poste de la tortura. En algunos países -pecialmente en Che-
coslovaquia- este bárbaro comportamiento ni siquiera fué
decentemente. velado: los llamados juicios no fueron mú que
versiones Iigeramente modificadas del acto tradicional de re-
tribución, y la muerte misma se realizaba en público, corres-
pondiendo a los parientes de las supuestas victimas del prisio-
nero el honor de disfrutar asientos de primera fila que tenían
el patriótico deber de ocupar. Este hecho notable, de interés
para los antropólogos, no suséitó ningún comentario particular
ni ninguna crítica, a pesar de la general amplitud que llegó a
alcanzar. Se debla esto principalmente al hecho de que los
juicios de guerra de Nuremberg distraían toda la atención de
otros casos similares, En este libro no podemos hacer otra cosa
que declarar que durante los 18 meses que siguieron al ñn de
las hostilidades se dice que tuvieron lugar en diversos puntos
de Europa no menos de .24.000 juicios de guerra. Se han con-
tinuado celebrando juicios de guerra durante nw de cinco
años. Harían falta muchos volúmenes para tratar como se me·
recen todos sus detalles, pero actualmente, carecemos del mate-
rial necesario para hacer un estudio, aunque sólo fuera incom-
pleto. Mientras que los juicios de guerra de Nuremberg fueron
iniciados y realizados en medio de una ¡ran publicidad mundial,
los juicios de guerra que tuvieron lugar independientemente en
los diversos países victoriosos sólo Eueron objeto de inforrna-
cién, con ·muy pocas excepciones, en los p'!,fscs en que tuvieron
.
EL CRIMEN DE NU1lEM8ERC

lugar. El movimiento, en términos generales, no suscitaba in·


terés alguno.
La preeminencia del grupo de los juicios de guerra de Nu-
remberg no se debla a ninguna circunstancia accidental. En
primer lugar, todos los recursos de la propaganda psicológica
fueron movilizados para suscitar el entusia~mo del público por
todo el mun'do en favor de los juicios de guerra de Nurem-
berg, que eran presentados como una especie de combinación
de desfile de la victoria, acto de castigo, función judicial y un
holgorio internacionaí. La propuesta que mencionamos ante·
riormente de que un grupo selecto de señoras británicas mar·
chase a Nuremberg (como P. M. l.) con el fin de abochornar' a
los prisioneros con sus indignadas miradas, pone bien de ma-
nifiesto el espíritu 'con que se iniciaron tos procesos. Aunque,
al cabo de unos pocos meses, el interés público empezó a decaer,
huta el último momento no se ahorraron esfuerzos para com-
batir. la creciente apatía. Cuando finalmente se dictó sentencia,
se propuso que las ejecuciones fuesen filmadas de tal modo que
el hombre de la calle pudiese gozar del espectáculo en su cine·
mat.ógrafo local ·
En contraste con la gran profusión de noticias bien prepa-
ndas con que se apabullaba al público en relación con los jui-
dos de guerra 'de, Nuremberg, sólo -se publicaron algunas in·
formaciones sueltas relativas a los juicios de guerra que tenían
lu~r en otros países, En parte, esto se debió solamente a la
polltica tendente a suprimir cualquier noticia que pudiera, dis-
traer la atención de lo que-estaba haciendo el Tribunal Militar
Internacional. Además se debía al convencimiento de que muy
pocos de estos juicios de guerra podrían soportar la investiga·
ción o la· publicidad, En Nuremberg, la constitución del Tri-
bunal aseguraba que las sesiones serían llevadas con dignidad
Y decoro, dentro de los límites fijados por la Carta, que habría
1IDa cierta intención sincera de dispensar justicia. De los tribu-
-nales militares británicos y americanos cabía esperar, desde
~. las formalidades de una especie de justicia en bruto. Pero
de polacos, checos, servios y griegos sería absurdo esperar que
F, J. P. \/!ALE

• hiciesen siquiera un intento de guardar las apariencias de la


decencia judicial. En s! mismo, esto habría tenido poca ímpor-
rancia, si no hubiese sido por el hecho de que todos estos juicios
de guetra, desde las solemnes sesiones de Nuremberg para abajo,
huta las más crudas variedades de parodia de juicio realizadas
tras el Telón de Acero, pretendían tener la misma base legal.
se jUJtilicaban con los mismos argumentos, tenían su origen en
la misma decisión de los vencedores, y ponían en práctica los
mismos principios de justicia recientemente descubiertos.
¿Cómo, en estas circunstancias, podla esperarse que los públi-
cos británico y americano considerasen como era debido los
procesos de Nuremberg si se sabia que por todas partes estaban
teniendo lugar parodias burlescas de dichos procesos? Ha.y que
recordar, que por lo menos dos años después de la guerra, se
mantuvo la ficción de que no existía la menor ruptura entre la
Unión Soviética y las potencias occidentales; más tarde, desde
luego, cuando se abandonó esta 6cci6n, fué posible desestimar
las enormidades perpetradas en los juicios de guerra celebrados
al este del Telón de Acero, como el único resultado natural
del venenoso efecto del comunismo, pero, mientras se desarro-
liaban los juicios de guerra de Nurembcrg. persistía una inven-
cible presunción de que todas Jas naciones que se encontraban
en el bando vencedor tenían que estar inspiradas por los mis·
mos elevados motivos. Por consiguiente, habla que suponer,
sin discusión, que todos los juicios de guerra que entonces te·
n!an lugar, perseguían el mismo objetivo, o sea, concretamente.
la vindicación moral de la distinción entre lo bueno y lo malo.
Aunque, después de haber pasado el frenesl primero, los pú­
blicos btuánicc y americano se cansaron rápidamenee de todo
ese tema, los juicios de guerra terminaron en Europa occidental
sólo romo consecuencia del agotamiento del suministró de vtc-
timas, r por el debilitamiento del apoyo popular. Así, incluso
en 19;:,i, cl general Ernst von Falkenhausen. después de haber
1·,pcrado en ,.,utividad durante cerca de seis años, Iué conde·
11 •• ,Jo :i 11 años de trabajos forzados por tui tribunal militar
l,, I \·' ,k rti111c11,, <lt ~uct rn. E,td condena e, rcahueure nota·

EL ClllMEN DE NUllEMIIEllG

ble porque por aquella fecha lo que míster Churchill definió


con gran acierto como «el proCC!O de la conversión tardía a lo
evidénte» había avanzado tanto, que ya era reconocido por todo
él mundo que la única esperanza que le quedaba a Bélgica y a
otros Estados de la Europa occidental de escapar de una even-
tual ocupación por el Ejército Rojo, radicaba en contar con el
apoyo alemán. Es notable porque resulta paradójico, que las
alvajes sentencias dictadas por los tribunales franceses y los
belgas parecen ser atribuibles al hecho de que esos tribunales
ae componían en su mayoría de oficiales que estuvieron prísio-
nero de guerra. Según parece, esta circunsrancia produjo entre
ellos una determinación más bien ilógica de demostrar enru-
síasmo por la nueva severidad extrema.
Aquí, nos es imposible ir más allá de hacer una breve sinop-
iis sobre los juicios de guemi que tuviefon lugar en Asía. De
todos ellos, el juicio en masa en Tokio del primer ministro
Tojo 'Y de otros t6 destacados jeíes militares y políticos japo-
neses fué el más importante. Como es natural, suscitó gran in·
eerés en América, pero _prácticamente pasó inadvertido en la
Prensa británica. Por 6U duración superó incluso a los juicios
de guerra de Nuremberg, pues duró no menos de 417 días. El
Tribunal estaba formado por once jueces, siete de los cuales
representaban a los Estados Unidos, Gran Bretaña.Ja U. R. S. S.
China, Canadá, Nueva Zelanda y Filipinas. Todos éstos die·
taron sentencia por mayoría, mientras que otros cuatro que re·
presentaban a la India, Holanda, Francia y Australia disinrie-
ron de sus colegas al emitir sentencia. t,. todos los acusados se
los consideró culpables, y siete de ellos fueron condenados a
morir en la horca. Sobre este grupo de juicios de guerra míster
George F. Belewitt, escribe:
«El hecho básico de este juicio de guerra es que las poten-
cias victoriosas juzgaron a veintisiete dirigentes de la · nación
derrotada por violación de una ley ex post facto. Como que la
Carta del Tribunal fué publicada por un general del Ejército
de los Estados Unidos, como que los acusados estaban bajo I:\
custodia <le! Ejército americano, como que el fiscal jefe ero lln
a8o F. J. P. VE.A.U

destacado americano, como que los gas_tos del juicio fueron


sufragados coa .fondos de la Teso re ria americana y como que
siete de los acusados fueron considerados culpables por un ve-
redicto mayoritario y fueron ahorcados por los americanos;
-por todas esw razones- los efectos, a la larga, de ese juicio
habrán de ser mucho más perjudiciales pa-ra el prestigio de los
EstadO;J Unidos que para ninguna otra de las naciones repre-
sentadas en el Tribunal ( 1 ).>> ·
El único rasgo realmente destacado de los juicios de guerra
de Toldo fué el brillante juicio contrario del juez míster Raha-
binode Pal, el representante de la India en el Tribunal, que
Iué, dice míster Belewitt, «et único profundo conocedor del De-
recho internacional entre todos los jueces». En una sentencia
de 1.900 páginas. el juez míster Pal fué deshaciendo una por
una las diversas acusaciones contra los acusados. «Una simple
declaración internacional -manifestaba-, no da ningún dere-
cho legal a los aliados para definir a los criminales de guerra
en la forma en que convenga a su política de momento». Sos·
tuvo que no habla pruebas que mostrasen que ninguno de los
acusados eran criminales de guerra, según la definición acepta·
da del término, y declaró que, cualesquiera que fuesen los sen·
timientos de sus colegas, el mismo hecho de hacer comparecer
en juicio y ahorcar luego a los prisioneros de guerra era, de por
sí, un crimen de guerra de peculiar gravedad.
De 10$ juicios de guerra que tuvieron lugar en Europa, rea·
lizados por-las autoridades militares americanas, el más notable
fué el llamado Juicio de Malmédy, que rnás tarde fué objeto de
una iavesúgación oficial. Unos soldados alemanes fueron acu-
sados de haber asesinado a soldados americanos, principalmente
aviadores, durante la batalla de Bulge, en el invierno de 1944·
1945. Míster WiUiarn Henry Chamberlin, en su America's Se-
cond Cru.s¡¡de, («La segunda cruzada de América»), escribe .
«Una comisión del Ejército presidida por el juez. míster
­­ (1) Vb_.. ti 1nlculo Th. Tolr¡,, .,... Cri..., Tri.¡ (dél juicio de qúu<no de
•Ut-Tn de TotlioJI,). por CNtgc •·· Bdc--•iu, en A,unícan Pt'r.,p«tiw, H~Qf\O
clt 19!SO·
l!L CRIMEN D& NUREMllUG

íGordon Simpson, del Tribunal Supremo, de Tejas, investigó las


uejas de que se habían empleado método, del tercer grado.
Su conclusión fué' que se utilizaron «métodos nn1y discutibles '
que no pueden ser admitidos» para Obtener «pruebas» y «con·
(esiones,1 a base de las cuales hablan de basar-se muchas de las
penas de muerte impuestas en ese caso. El juez Edward L. van·
J.oden, miembro de la comisión fué más específico en su des·
aipción. Reseñó entre estos «métodos muy discutibles», «apa-
)eamientos y pataleos brutales, dientes arrancados a golpes y
piandlbulas partidas; parodia de juicio con· los investigadores
diafr.uados de sacerdotes, y confinamiento incomunicado con
raciones limita das» (1} . .
Por lo menos, hay que señalar -que los Estados Unidos han
lido el único Estado que ha permitido una investigación im-
parcial de lo que se ha hecho entre bastidores en 5\IS juicios
de guer.ra. Por eso, no hay razón para suponer que si fuese
posible la comparación, ésta resultase desfavorable para los mé-
todos americanos, frente a los de otros países. Por el contrario,
el hecho de. que las autoridades americanas estuviesen dispues-
tu a someter los veredictos de los tribunales americanos a la
revuión deabogados americanos eminentes, india, con claridad
el deseo de que se hiciera justicia. Ni el Gobierno británico ni
el Gobierno francés abrigaron por un solo .instante el menor
deseo de que se investigaran las acciones de sus tribunales mi-
litares. En la Europa oriental, desde luego, no podía ni pensarse
en una comisión investigadora, puesto que las brutalidades más
inhumanas eran objeto de_ pública ostentación.
La justicia británica ha sido siempre justamente muy ad-
lbirada en el continente; también se la ha considerado siempre
.,«uno algo excéntrica, en particular, a causa de su liberalidad
ClOn respecto a los derechos de las personas acusadas. Por lq
tanto, no es sorprendente que cuando Inglaterra (volvemos a
.citar al juez Lawrence) «se unió a otras naciones para conde-
-llar a muerte ·a sus enemigos de Alemania», el juicio de guerra
• • • •
(J) <.:ha011,)c:.-ti.n. obra <llad11, ChJogo, Rc¡t1t1J, 19;;o. p.tg. 33t.

t8t F. J. P. VEALI!.

adoptó, en manos británicas, una forma marcadamente diferen-


te de la de todas las demás variedades de ju idos de guerra adop-
tadas por rus aliados continentales. Hay que señalar el hecho
de que, cuatro siglos antes, parece que cierta influencia restric-
tiva impidió a los ingleses lanzarse a la persecución de las
brujas con el enuniasmo cordial de que dieron muestras sus
vecinos continentales y sus vecinos del otro lado Je la frontera
- escocesa, Después de haber sido declarado delito el ejercicio
de La hcchicerla por una ley de 156s, las brujas y hechiceras
eran juzgadas y ahorcadas de vez en cuando, previo un proceso
legal. Pero, en Inglaterra, no hubo 'oleadas de torturas y muer-
tes en la hoguera en gran escala. El viajero que recorriese la
Europa occidental en el siglo xvr podía ver, como espectáculo
común en todas partes, la ejecución pública en la hoguera de
una bruja o de un grupo de hechiceras. En franela, Burdeos
y Ruán eran particularmente' famosas por estos crueles espec-
táculos. En Alemania lo eran Trier, Bamberg y Wünburgo. A
pesar de la elocuente jncitacióQ de su nuevo rey, Jacobo l de
Inglaterra y VI de Escocia, el interés del pueblo inglb por La
supresión de las brujas siguió siendo muy ese.aso: durante el
reinado de Jacobo, que d11r6 .t.t años, sólo hubo en Inglaterra
cincuenta ejecuciones de brujas, y en treinta de estos casos se
habían producido muertes misteriosas ocasionadas probable·
mente por algún veneno. En contraste con las condiciones que
imperaban por toda Europa, esta cifra es comparativamente
buena: sólo en la diócesis de Trier, s86 personas fueron que-
madas vivas entre los años 1587 y 1593, y en la pequeña ciudad
de Bamberg hubo 156 ejecuciones entre 1627 y 1651 (1). Se
(1) Mr. Montague SuOnnttS, en tu G~1rophy o( IVitth,.roJt (1eC:tograífa de lu
brujull), Nuc.•1 Yotk, kboph, 1917, di cSe.a1.la exactos IObre aw •66 netimu
~ ue lb cm la &gun ba.n • i ch ko5 compttOd1dos entre- lut , o y 10t 1 ~ a.ñnt de rdlld..
dos mue.tu.chas de 10 y 1§ allm rerpciah·amente, y una thic;;:1 c¡tp cuya ecbid no
te indica. El c1Qc;111,11 1u.10f COIO(Ola: .aert.1.n::1.aue. a pri.nt(•:ca vis.ta, ctlo parlC(e horri·
bJc•, ptro, en ,cguicb. 1ontintb. diciendo (ll'e muucra ónk.:.mc,ue ,i:}a mi.Jtria apl·
.rilu.al ('n. que a.u.ha cs.:a dcf.graci~a tona.J1J, y dnmt que d p,-1Pt.ipc·Qbitpo c¡uc
ordc:n.4 Cs'1., ejecudóncs <TI un •hon\br,e huma® y ¡:Ho4. Se deduct. daramtnle de
10c.k> dlO. qut' los qut tt'mbn que Ml rcpu.ta<fón. qucdlw- C'fl eturWk.ho en b. C..'lto-·
dón de los Jukid!I de gutm1, M.t-mp1c putdffl all.ictg-tr IA ~pcn.nll da que. wn
el ueatpo, indu-;o lo, juitiUl de gudn, ltq;:ar.tn :, ettronun dé'fenMYra rompt.lcnlt".
EL CIUMEN DE N\/Jt.EMBtllC '

dice que el acceso a la ciudad de Brunswíck estuvo interceptado


durante mucho tiempo por un verdadero bosque de postes de
rortura colocado en las afueras, ante la puerta principal de
la ciudad. En Inglaterra no ocurrió jamás nada comparable.
Si suponemos que esta influencia restrictiva persistió en In-
glaterra hasta 1945 y que tiene su origen en alguna parte del
J)eTecho común inglés, resulta fácil comprender por qué los
juicios de guerra realizados por las naciones anglosajonas, a
causa de su herencia común del Derecho inglés, se hayan apro-
:simado, por lo menos en cuanto a su forma, a los actos judicia-
les formales, en contraste con los juicios de guerra realizados,
por ejemplo, por los checos, que en nada se distinguían de las
parodias .sovíéticas de juicios. Sea como fuere, resulta por lo
menos imposible creer que una muchedumbre inglesa hubiera
encontrado grato o edificante presenciar cómo un prisionero
de guerra acababa su vida en un cadalso público después de
haber sufrido meses de insultos y tormentos, sometldo a la lu,z
de arcos voltaicos, delante de un tribunal y, probablemente, con
torturas no menores en los calabozos subterráneos de la cárcel.
Los juicios de guerra británicos merecen especial mensión
no sólo porque se desarrollaron conforme a directrices distin-
tas. sino también porque, en dos de ellos. participaron ligufas
de fama mundial. •
No cabe discutir que el público británico quedó harto de
loe juicios de guerra de Nuremberg mucho antes de su termi-
nación. La apatía general que se produjo en relación con este
t.ellla, fué francamente·deplorada por la Prensa y fué denun-
ciada desde el púlpito. Cuando, al fin, llegaron las .noticias de
que los procesos hablan terminado y de que los prisioneros ha-
bian sido ahorcados, hubo una sensación general de alivio.
La opinión más generalizada en la Gran Bretaña parece
haber sido que- había, terminado por fin una labor necesaria
pero desagradable. Los ingleses se daban cuenta, mirando con
la perspectiva de tiempos de paz, de que los juicios de guerra
4ic Nuremberg serian difíciles de justificar, pero se tenia l~
esperanza de que serlan considerados por la posteridad como
F. J. l', VEAU

una consecuencia di: la guerra : como todo el mundo sabe, en


la guerra se hacen ,;DI/chas cosas que después son difíciles de
justificar. Habla acuerdo casi unánime en que, cuanto antes
se olvidase este tema, serla mucho mejor.
De conformidad con este cambio de la opinión pública, des-
pués de terminar los procesos de Nuremberg, el tema del jui-
cio de los prisioneros de guerra Por sus vencedores Iué aparta-
do, suave pero firmemente, de- la atención del público. Se sabia
que rusos, polacos y checos estaban liquidando con gran af:án
a loe numerosos prisioneros de, guerra que tenían en sus manos,
y que las parodias de juicio preliminares formaban parte de
estos procesos. Sin embargo, en la Prensa británica no se pll·
blicaron informacíones relativas a estas crueles fechor!as lleva-
das a cabo al este del Telón de Acero. Por algunos párrafos
confusos y ocasionales de las últimas páginas de los periódicos,
podla llegarse a la conclusión de que se estaban obteniendo los
mismos resultados sanguinarios que al oeste del Telón de
Acero. Nunca se daban detalles: al lector se le informaba sola-
mente de que tal o cual general se habla suicidado en la cárcel,
mientras esperaba ser juzgado; que tal o cual almirante habla
sido condenado por un delito no especificado de guerra. y que
tal o cual diplomático apelaba contra la sentencia que se habla
dictado contra él. Las columnas destinadas a las cartas de los
lectores en los periódicos no._daban acceso a la discusi6n del
tema y a los libros que se ocupaban de él no se les dedicaba la
menor critica.
El Telón de Acero del silencio discreto permaneció intacto
en Gran Bretaña hasta mayo de 1947, cuando se reveló casual·
mente en la Prensa que el mariscal de campo Albert Kesselring,
el comandante jefe de las fuerzas alemanas en Italia, habla sido
condenado a muerte por un tribunal militar británico en Ve-
necia, por considerársele responsable del fusilamiento de cier-
tos rehenes y de varios guerrilleros italianos que habían sido
capturados operando detrás de las líneas alemanas.,
La tempestad de protestas que este anuncio suscitó, parece
que dejó sorprendidas a las autoridades británicas. Otros gene':
EL CR.JMEN DE NVREM11ERC

es de la misma categoría que el mariscal de campo Kessclring


J¡abían sido tranquilamente liquidados por los tribunales que
110 tenían más jurisdicción para investigar $US acciones que la
que tenla el tribunal que había condenado a este prisionero de
gu~rra. El mariscal de campo Kesselring era, indiscuriblemente,
un general del bando derrotado. ¿Por _qué pues,. se pregunta·
ban, debe ser tratado como una excepción, en contra de todos .
los principios democráticos? ¿ Por qué se le ha de permitir sólo
a él que disfrute de los derechos de un prisionero de guerra?
Ciertamente, este razonamiento no tenía el menor fallo.
Además, en esté caso particular, entraban otras consideraciones
políúca.s: se sabía que la opinión pública italiana seria favora-
l,lemente influida si el general alemán que había defendido el
suelo italiano durante tanto tiempo y con tanta valentía, era
ahorcado. No se tenía en cuc;nta el hecho de que mochas per-
IIC)llas en la Gran Bretaña, tanto influyentes como obscuras, es-
l:aban extremadamente orgullosas de la campaña en Italia, una
campaña realizada por ambos bandos con pocos fallos, dentro
clel más alto grado de humanidad de la guerra civilizada; aear·
&e, desde luego, de las numerosas fechorías cometidas contra los
prisioneros y los heridos por los guerrilleros italianos, y de las
despiadadas represalias. de la policía alemana de seguridad, si-
milares a las del Terror Negro y Tostado en Irlanda, en 1910.
De hecho, aparte de aquel «trágico error» que fué la destruc-
dón, intencionada ó no, de la Abadía de Montecasino --la
culpa de esto sigue siendo tema de discusión entre el general
,unericano Mark Clark y el teniente general neozelandés Ber-
nard Freyberg-, la campaña de Italia es la única de la cual
pueden sentirse relativamente orgullosos ambos bandos, 'En
amplios círculos de la Gran Bretaña se consideraba qµe si el
mariscal de campo Kesselring era ahcrcado, quedarían irreme-
cliablemerl:te mancillados los laureles de sus victoriosos euemi-
goe. Se daban cuenta de que, a los ojos de la posteridad, un
acto tarr monstruoso debarbarie arrojarla su sombra sobre toda
la campaña aliada en Italia.
Como resultado de una sola indiscreción oficial, se vino
.t86 F. J, P. V.EAJ.E

abajo el Telón de Acero del silencio discreto, uas el cual, los


enemigos de la Inglaterra en Alemania estaban siendo tran-
quilamente liquidados, sin que por eso se sometiesea una prue-
ba excesiva al famoso amor británico por la jmticia y el juego
limpio. El teniente general sir Oliver LCC$C, comandante del
s.• Ejército, declaró, en una entrevista a la Prensa, que si le
hubiese tocado en suerte estar en el bando de los derrotados,
se habrían podido hacer contra él las misma.,acusaciones he-
clw contra el mari.scalKessclring. <<Kessclringfué un soldado
muy valiente que libró sus batallas bien y con nobleza -<le-
claró el general 1- Respecto al trato dado a los prisio-
neros, creo que Kcssclring, lo mismo que Rommel, dieron un
buen ejemplo, mucho mejor ejemplo que los italianos».
En apoyo de esta opinión, el general citó las siguientes pala·
bras del vizconde Alcxander: «Creo que la guerra en Italia
fu~ llevada a cabo con nobleza, y, desde el punto de vista mi-
litar, de acuerdo con las mejores virtudes castrenses( 1 )».
E.atas y otras protestas similares procedían de personas tan
dcstacadaJ e inftuyentes que no era posible ignorarlas dejando
de publicarlas o no comentándolas. Las autoridades británicas
hablan desencadenado esta tomienta contra ellas mismas por
su propio error, pero hay que admitir que lograron exculparse
llaliendo de una situación embarazosa con bastante habilidad.
No se hieo ningún intento de justificar el juicio contra el ma-
riscal de campó alemán; no se hi1.0 el menor intento de defen-
der al desgraciado tribuna! militar de Venecia que, después de
tódo, no habla hecho más que administrar Lo que se le ascgu- ·
raba que era la nueva ley, en la cual se.regía La cuestión plan-
teada. Las denuncias incontestables contra el juicio del maris-
cal de campo Kessclring en Venecia tenían aplicación igual,
desde luego, en los juicios de guerra ei;i general, pero J>O<;O$
fueron los que denunciaron este juicio de guerra particular y
que al mismo tiempo se interesaron pcnonalmente por Kcsscl-

1•) Vblc la munl,.., ­ d ...,en11- de la alll di, a,.,,ta d ­IDdanr.e


..
a.- m d S1;""7 l'l,io.i.1, 11 de -yode •H7·
EL CRIMEN DE NUR.EMB.ERG

y, aún menos, los que se interesaron por cuestiones inte-


riores de la justicia. La opinión pública británica'se conmovió
'camente porque el honor y la reputación del 8.• Ejéréito
ian:daLD depender de que se salvase de las manos del verdago
mariscal de campo Kesselring.,
La solución más clara que se ofrecía consistía en ofrecer al
~ucalde campo una oportunidad de rehabilitarse. Pero,
ronces, surgió una dificultad inesperada. El mariscal se ne-
pba a presentar una apelación. Sólo se consiguió vencer su
fC'CTDlinación después de varios Ilamamíentos de sus hermanos
« profesión de la .más alta graduacíón en el bando de los ven-
_.t«es, que no querían permitir que la carrera militar que-
41,e desacreditada con el cumplimiento de dicha sentencia.
:Ji«> se sabe qué seguridades se le dieron de que iba a ser objeto
un trato honorable cuando pasase a residir en una prisi6n
· itar británica, ni tampoco si se cumplieron esas seguridades.
1u debido tiempo, el público británico se enteró, con sen-
-=i'iónde alivio, de que el mariscal de campo había presentado
apelación que había sido admitida: se-suponla que queda·
a salvo el honor de las autoridades militares británicas con
1IDa breve detención como prisionero puramente nominal. El
tmaa fué de nuevo olvidado con verdadera unanimidad, y vol·
· a caer el Telón de Acero del silencio discreto, mientras con·
!tÍD'llaba la labor de «condenar a muerte a nuestros enemigos
de Alemania,i, lo mismo que antes. Inglaterra es un país de
IUl4diOI credos, pero cualquiera que éste sea, el inglés cree
nnemente en aquello que no se discute o aquello que piensa
no existe : Quod non appo.ret non ese.
Sin embargo, es muy notable la facilidad y rapidez con que
d juicio de guerra de Kesselring fué apartado del pensamiento
ininediatamente después de haberse anunciado que se hab(a
~do 111> ahorcar al mariscal de campo. No cabe la' menor
de que este juicio de guerra es uno de los más memora·
de toda la serie que empezó al terminar las hostilidades,
1945. Los hechos referentes a este caso han llamado después
poco la atención, y es curioso que sigµen siendo muy poco
288 F. J. P. V,EALJr.

conocidos. Durante la audiencia, la Prensa sólo publicó deta-


lle, breves, no muy claros y, por lo general, inexactos. Sólo
cuando se publicó el asombroso veredicto, se suscitó el interés
del público. Cuatro años más tarde no se babia publicado un
sólo libro que diese siquiera .un esbozo de lo que fué aquel
juicio de guerra, de tal modo que, cuando en 1951 se apeló
al mariscal de campo vizconde Alexander para que apoyase la
campaña que se habla iniciado en Alemania para obtener una
justicia tardía para su valiente enemigo en la campaña de Ita·
lia, el vizconde Alexander se vió obligado a admitir: «No pue-
do hacer ninguna declaración respecto al juicio de guerra con·
tra el mariscal de campo Kesselring, porque no conozco los
hechos». Lo único que pudo hacer, en respuesta a este llama-
miento, fué confirmar celo que ya he dicho», o sea que, «yo
luché contra el mariscal durante un periodo de tiempo bastante
largo, tanto en el norte de África como en Italia, y nunca he
tenido por qué quejarme de su manera de conducir lat opera-
ciones. Era un enemigo .muy competente, y tanto él como sus
tropas llevaron a cabo una lucha noble y cara a cara, contra
nosotros» { 1 ).
Todo ato era del dominio público, al menos para aquellos
que estaban mojJiariza,dos con la campaña de Italia. Es menos
conocido el hecho de que el «sentimiento proitaliano de Kes-
selring» («il4lophile Oesmnung KC5Jlelrings») suscitó con fre-
cuencia comentarios irritados en el Cuartel General del Führe...,
donde Hitler y las personas que le rodeaban no miraban con
buenos ojos la tendencia de Kesselring a desaprovechar ven·
tajas militares con tal de no provocar la destrucción de los teso-
roe históricos, arquitectónicos y, artisticos irreemplazables de Ita-
lia. Asl. gracias a sus órdenes expresas, Roma fué evacuada sin
resistencia, con la consecuencia de que los tanques y 1a.s colum·
nas me<;lllizadaa de los aliados pudieron atravesar la ciudad sin

(.a) V6anac lOI anlatl_ot tltuladot Nidtt en.de Jcmd«rn Jttchl (uNo pada, 11ino
)ullld••). publladoo por lHr $Um. !1 ntlntffl> dd ~ de -o 6e 1951 ....,,1enc
aaa ~
de...,...
de la csrta cid mmnde A.la1nder, fcchod.a d 16 de jullo de 195.1,
ttpl'Oducicll en d n.1'7 &tpra, cid 9 de 1951.
EL CJUJa:N DE NURDlllEllC

él menor entorpecimiento de ruinas ni puentes volados, en


:.;..nrcución de las apuradas tropu alemanas. Los futuros his-
toriadores habrán de decidir si es el general- Mark Clark, o el
bizarro general Bemard Freybcrg quien tiene que cargar con
)a responsabilidad principal por el «trágico error, psicológico
7 mililaII, que condujo a la destrucción de la Abadía de Mon-
ucaaino, pero lo que no cabe duda es que Kessclring hizo todo
Jo que pudo por impedir este «trágico error», absteniéndose de
ocupar este famoso santuario de la cristiandad con sus tropas,
,.duponiendo previamente la redrada de sus tesoros más fa.mo-
'°' a un lugar seguro en la ciudad del Vaticano.
No cabe duda de que la posteridad habrá de reconocer una
deuda de gratitud hacia el mariscal de <ampo Kesselring por
'haber salwdo tantas cosas que, si no hubiese sido por él. ha-
brlan sido destruidas cuando los jefes militares creyeron opor-
­~­º­•como indica con aplauso míster Churchill, «pasar la ba-
rreaera incandescente de la guerra a todo lo largo de la penínsu-.
la itali:µia», Lo mismo que Hitler y sus consejeros en el Gran
rtel General, los jefes militares aliados consideraban la
umpa(ia de Italia desde un punto de vista esrriotamente mili·
, Si Kesselríng' no hubiese sido uno de los pocos que, en
edio' del frenesí general 9-ue entonces prevalecía, conservó
• o sentido de la proporción, no cabe duda de que habrían
«iam·do otros muchos «errores trágicos» (1). Hay buenas ra-
es para creer que, respecto a esta cuestión, incluso la opi-
pública italiana cambiará con el ziempo. Si a los turistas
ntranjeros sólo se les pudiesen. mostrar ruinas donde están
llboira la catedral de Milán, San Pedro y las Galet'!as Uffizi, el
co rurtsrico italiano sufrirla una pérdida continua e in-
ralc:ulable. Asl pues, incluso las generaciones futuras de Italia-
habrán .de recordar con gratitud la memoria de Kesselring.

(1) No abt- duda d~ que cxbda l& fnttodón dr K:abtt squJdo C")me1ic.,sc\o
ll'q!COl>I, puc, el obhpo •ngU~ de Monmoulh juniti<ó la dbuucdón
Monaecasioo basind.oee ee que • Jau.crillO vino a salYar las ahn.u. no a ere,
el templo de Jcro,aJtn,,. ;Qulti tea fflC el ejemplo mis períe«o de un
ICfU/lvr en la lmgua ing1$ 1 ,
F. J. P. Vl!,,\U

No son objeto de discusión los hechos que condujeron a este


juicio de guerra, y esto hace aún m:b inexplicable la actitud de
las autoridades británicas. Italia habla entrado en la guerra,
en 1940, sin mayor justificación o excusa que cuando, en 1916,
se la declaró a Austria, entonces su aliada. En ambas ocasiones
era innegablemente culpable de haberse embarcado en una
guerra de agresión, definida por el juez Lawrence como el
«supremo delito internacional», En t940, lo mismo que en
191 6, sus razones sólo pueden encontrarse en el deseo de estar
en el bando de los vencedores al final de la guerra. En 1916, ,u'
cálculo de quién iba a salir victorioso resulté ser acertado y
se le recompensó permitiéndole anexarse el Tirol austríaco;
en 1940, su cálculo resultó fallido y con un candor que no
deja de tener su encanto, Italia hizo todo lo que pudo por
cambiar de bando. Lo malo es que ya hablan entrado en Italia
muchas fuerzas alemanas, en calidad de aliados, a invitación y
petición del Gobierno italiano. Sin embargo, esta circunstancia
no fué tenida en cuenta, puesto que proporcionaba una opor-
tunidad para demostrar que Italia habla cambíado o que que-
-ría cambiar de bando mediante actos de violencia contra tos
hombres. que habían sido hasta entonces si.Is aliados y que se ha·
blan convertido, al evolucionar la guerra, en huéspedes molestos.
El espectáculo de los soldados alemanes defendiendo el
suelo de Italia de la invasión aliada, cuya empresa habla aban-
donado el Ejército italiano retirándose batido y sin gloria, pa-
rece haber provocado violentas emociones en el mariscal Bado-
glio, posiblemente, entre otras, la vergilenza. De todas formas,
desde su segura .r.efugio de B.r.i.nQísi, 'este «guerrero» italiano se
ocupó de mandar contínuos llamamientos telegráficos a la po-
blación civil italiana, pidiéndole que asesinase sin la menor
piedad a todos los alemanes que cayesen en su poder. Cuando
la probabilidad de que Alemania fuese finalmente vencida se
convirtió en certeza, las respuestas a estos llamamientos, al
principio tímidas, fueron ganando fuerza con increíble rapi-
dez ~unque parece que no tanta entre. los partidarios fascistas -
de Badoglio como entre sus enemigos políticos, los comunistas
EL CltmEN DE NUllEMi)ERG

italianos. Miles de soldados alemanes fueron apuñalados o ase-


.inados a ti~ por la espalda, bombardeados o hechos saltar con
minas terrestres. Los alemanes se encontraban con innovaciones
tale$ como la construcción de trampas macabras, consistentes
en varias cabezas cortadas a los prisioneros asesinados, colocadas
en la punta de sendos palos, de tal modo, que, si alguien las
tocaba, estallaba una min.a oculta. Le? mismo que en España
durante la Guerra de la Independencia, o en Irlanda durante
b disturbios de 1920, las trop!}S, con frecuencia, perdían la ca·
beza, t<Veían rojo», según la terminología moderna, y no cabe
duda de que tuvieron lugar represalias salvajes. Al mismo tiem-
po, las autoridades alemanas tomaban represalias oficialmente:
ee capturaban' rehenes y cada vez que se cometía una tropelía
eoetra sus soldados, varios de ellos eran fusilados.
Las acusaciones contra el mariscal de campe Kesselring po­
dían dividirse err dos parles. En primer.lugar, se le acusaba de
apoyar las draconianas medidas adoptadas por sus subordinados,
y en contra de .él. se citaba una orden general en la cual auto-
rizaba a los comandantes locales a adoptar semejantes medidas,
a su discreción, cuando lo considerasen necesario pata proteger
las vidas de St\S hombres. En segundo lugar ­y parece que
étta ha sido la principal acusación contra él- se le acusaba
de haber aprobado una orden de Hitler mismo, según la cual
dcblan ser fusilados los rehenes italianos detenidos como par·
tidarios de Badoglio, en una proporción de diez por cada wl·
dado asesinado como consecuencia de la explosión de una
mina terr.estre en la ·via Rasella, en Roma, por la cual resul-
taron s2 soldados alemanes muertos y 68 heridos, además de 10
personas civiles italianas entre las cuales figuraban seis niños (1).
Si el tribunal que juzgaba a Kesselring hubiese estado com-
puesto por personas civiles, habrfa sido fácil comprender, por

(•) "todo cuanto .,e reñere al lllarixal Keuclring durante M1.S <:a.mpaila! 1t
Alrica dd 1':onc- e ltalí.t. junto roo lu 6rdtñes dadas 1ai1to para aahar los ,éJo~
~licol <0m<> para <ombuii,. a 10f guerri.Ucros., etc-•• M!' ha.lla ee M"11orila1; del
llarucal 4k ca.mpo XcsstJring, Editorial A,Hk. 'Bartdooa. 19.:j.,.
E. J· P. VUU'.'

que habla de parecer ultrajante, en cualquier circunstancia,
que una persona inocente Iuese ejecutada por el delito come-
tido por otra. Pero el tribunal estaba compuesto por soldados
experimentados y la ejecución de rehenes se apoyaba unánime·
mente, por las autoridades militares de todos los países civiliza·
dos, como medida coercitiva. Los artículos 458 y 454 del Códi-
go de Justicia Militar británico, son explícitos en este sentido.
El articulo 454 explica que ida fuerza coercitiva de las repre-
-salias procede del hecho de que, en la mayoría de los casos,
inflige un sufrimiento a individuos inocentes», El articulo S58
del Manual Militar americano autoriza también la ejecución
<le rehenes como medida necesaria para proteger las vidas de Ja.s
fuerzas combatientes. Como cabe pensar que Kesselring era
condenado porque el tribunal consideraba que la proporción
de 10 a I era excesiva, es necesario declarar que, cuando los
franceses ocuparon Stuugart, en abril de 1945, se anunció que
1os rehenes serian fusilados en una proporción de 25 a 1 por
cada soldado francés asesinado y que, cuando los americanos en-
traron en el distrito del Han, se amenazó con la ejecución, en
una proporción de 200 a 1, por cada soldado americano asesi-
nado.
La razón por la cual se consideraba deseable mantener se-
creeos los hechos de este juicio de guerra, es bastante evidente.
El veredicto era totalmente indefendible. La razón por la cual
Iué posible mantener al público sin información sobre estos
hechos tiene también una explicación muy sencilla En su jui-
do de guerra en Manila, el año antes, el general Tomoyuki
Yama.shita tuvo a su disposición un equipo de abogados ame-
ricanos que no sólo le defendieron con competencia, sino que
apelaron al Tribunal Supremo de los Estados Unidos. Aunque
no lograron salvar su vida, uno de sus abogados, míster A. Frank
Reel, reivindicó su memoria escribiendo un clásico estudio del
caso, en el cual cuenta todos los hechos (1). De manera similar,

(•) A. •r.ink Red, I he e- of Ctttn•I Y.....,,;,, (•El - dd gtncnl Y•·


m.a,1-iita ..), Cbl 9¡t1, Unhcn,ity de Chkqo Pres.; •91,9.

'
,
El. CIUMEN DE NUREMBERC

dos años más tarde, el mariscal de campo Fritz Erich von Maru-
iein, obtuvo abogados ingleses para defenderle en su juicio, en
Ramburgo, en 1949; gracias a sus esfueraos salvó la vida, y uno
de ellos, mfster R. T. Paget, ha escrito luego un r~lato del pro-
ceso que no deja lugar a la menor duda respecto a las razones
y los métodos por los cuales se conseguía la condena. ( 1)
AJ mariscal de campo Kesselring, por el contrario, le nega-
ron los servicios de los abogados ingleses para defenderle ante
c,I tribunal militar 1nglés que recibió la orden de juzgarle. Se
vi6 obligado a confiar en abogados alemanes que .no estaban fa-
miliarizados· con los conceptos legales 'ingleses ni con el proce-
dimiento legal en Inglaterra. Como ciudadanos de un Estado
derrotado, sus defensores no eran libres, como lo'eran míster
Reel y míster Pager, para llevar a cabo la lucha por. la justi-
'GÍa, una· vez terminados sus servicios profesionales. El verse per-
seguidos por lo que las autoridades podían considerar como un
celo excesivo, era una posibilidad siempre presente. Desde lue-
go, es una característica de todos los juicios de guerra que, ge·
neralmente, sólo los que se ocupan de la defensa parecen mos-
trar algún deseo de volver a insistir luego sobre los hechos. En
~I juicio de Kesselring, los que se ocuparon de la defensa care-
dan de los medios necesarios para dar a conocer los hechos,
por Jo menos al mundo situado fuera de Alemania; y Los que
se ocuparon de otras cosas en el procesó que no fuera la deíen-
,a, han guardado siempre, desde entonces, un prudente si-
lencio. · '
Desde cierto punto de vista, el juicio de guerra de Kessel-
ring es mucho más notable que el de Nuremberg. El tribunal
que pretendía emitir juicio en Nuremberg. estaba compuesto
por juristas que se reunían sólo seis meses después de terminar
1as hostilidades. Sus mentes estaban todavía bajo' la influencia
de las pasiones propias de tiempo de guerra y, si se equivocaron
de ma9era deplorable tn el caso del almirante Raeder, por lo ' •
111Cnos puede decirse que hicieron una especie de justicia en

(•) lt.. T, P~ec, M4Ntlin~ Londres. CoU1m, 1951.


F. J· P. VEAU

bruto a algunos de los acusados. Como juristas, no tenían mo-


tivo alguno para sentir una comprensión particular o simpatia
por marinos como el almirante Raeder o el almirante Doenitz,
o por soldados como el mariscal de campo Keitel o el general
Jodl.
Por otra parte, el Tribunal Militar de Venecia, que preten-
día juzgar al mariscal k.esselring estaba compuesto por solda-
dos de gran categoría y reputación, que se reunían dos años
después de haber terminado las hostilidades. Tenían ante si a
un camarada de profesión que no sólo era un soldado del mas
alto grado, sino, también¿ el héroe de uno de los mh grandes
combates en retirada en los anales militares. En cualquier otro
período de la Historia, las mentes de un organismo semejante
habrían estado dominadas por la simpatía hada un jefe que,
enfrentado con tropas superiores en número, muy superiores
en equipo y con· la supremacía indiscutible tanto por el mar
y como por el aire, había mantenido una resistencia iainte-
rrusnpída, paso a paso, desde las costas meridionales de Sicilia
hasta Jos contrafuertes de los Alpes, basta ql!e sus tropas, pri-
vadas de todo apoyo aéreo por falta de gasolina y entorpecidas
por aliados primero cobardes y luego traidores, fueron arras·
eradas, sin haber sido aún derrotadas, por el hundimiento ge-
neral. .
Lo que es particularmente notable es <\ue la acusación
contra el mariscal Kesselring era la que menos atractivo podía
tener para unos cerebros militares: la acusación de que habla
adoptado métodos severos para proteger a sus agobiadas tropas
de los ataques traidores en la retaguardia por bandas de per·
sonas civiles armadás. La mayor parte de los miembros del tri-
bunal se daban perfecta cuenta, por sus observaciones perso-
nales, de la naturaleza y los métodos del movimiento dandes-
tino italiano contra el cual Kesselring habla tenido que luchar.
En circunstancias similares, ellos ·mismos habrían adoptado
m~ldas similares, medidas que, de hechÓ, fueron adoptadas
sin vacilación por los americanos seis añ06 m:b tarde en la caro·
paña de Corea, en 1950. •
EL CIUll:EN DE NUREMJIEllO

Quizá la observación final más adecuada respecto a este


tnna es que, aunque el mariscal de campo Kesselring tuvo la
detg1acia de no haber vivido en tiempos anteriores y más civi
lizados, tuvo por otra parte la fortuna de haber vivido antes
de que la vuelta a la barbarie hubiera avanzado tanto que
hubiese llegado a ser una regla universal el que (citando al
mariscal Mootgomery): «Después de la guerra, los generales
del bando derrotado son juzgados y ahorcados.»
Una vez que .el mariscal de campo Kesselring hubo desapa-
recido tras las puertas de una prisión militar británica, volvió
a caer sobre el tema de los juicios de guerra el telón de acero
del silencio discreto. Por toda Europa continuaron, desde lue-
go, los juicios de guerra, pero sólo aparecían informes escasos
y no muy precisos en la Prensa británica. Políticos, directores
de periódicos y periodistas estaban de acuerdo en que era
mejor no discutir este tema ni pensar en él. Ninguna autori-
dad reconocida en Derecho internacional pa.reda dispuesta a
emprender la tarea de justificar los juicios de guerra: era im-
posible pararlos, porque estaban siendo realizados en virtud
de un acuerdo internacional ; no era patriótico denunciarlos.
y no interesaba recoger los detalles pues, cualesquiera que éstos
fuaen, se llegaba de manera inevitable al mismo resultado.
Parece que las autoridades británicas interpretaron erró-
neamente y con candidez la ignorancia por parte del público
británico de lo que estaba ocurriendo, tomándolo como una
a>rdial aprobación. En el verano de 1948, por casualidad, se
, anunció que tres famosos generales, el marista! de campo Gerd
900 Rundstedt, el mariscal de campp Fritz Erich von Manstein,
y el general de División Srrauss, que se habían pasado los tres
aflos anteriores en honorable cautiverio en Inglaterra, como
prisioneros de guerra, iban a ser enviados nuevamente a Ale-
maniá con el fin de comparecer en juicio como criminales de
guerra.
En seguida estalló una tempestad, de protestas que rebasó
con mucho la gritería suscitada por la condena del mariscal
Kcaelring. u ¿Cu:1.1 es la razón - se preguntaba-,-. de estas
F. J. P. VE.Al.E

acusaciones tardlas?>J «Si estos hombres eran culpables de crí­


menes de guerra - escribía el profesor Gilbert Murray al
Times-:-, deberían haber sido acusados y castigados rápida-
mente. Nada puede justificar el tener -a estos hombres encar-
celados durante tres afies sin juicio.» ·
El Gobierno no tenia nada que contestar a esta pregunta
y la cqntroversia en las columnas de la Prensa y en los debates
del Parlamento se desarrollé sólo por un lado. En vano reite-
raba el lord canciller, lord Jowitt, que estaba convencido en
lo más íntimo de su corazón de que los prisioneros tenían que
responder de unas acusaciones y que en realidad debían tener
lugar los juicios. Continuó la tormenta. Finalmente, el día 5 ·
de mayo de 1949, lord Jowitt anunció que hablan sido retira-
das las acusaciones contra el mariscal de campo Von Rundstedt
y el general de División Strauss, Pero, insistía, la causa contra
el mariscal de campo Von Manstein debe seguí¡ adelante.
«Toda esta cuestión, durante los seis últimos meses/ ha sido
motivo de gran preocupación p¡µ-a mí», declaró con tono que-
joso lord Jowitt.
La solución decidida para poner -fin a los seis meses de
preocupación de lord jowitt tiene que ser considerada como
muy desafortunada desde todos los puntos de vista. De los tres
distinguidos soldados amenazados de persecución como crirni-
nales de guerra, sólo el mariscal de campo Von Rundstedt, el
héroe de la famosa batalla de invierno de las Ardenas, a fina-
les de 1944, era conocido del público británico en general .•
Los nombres de sus dos camaradas, si es que eran conocidos,
no estaban asociados con ningún acontecimiento particular.
La razón dada oficialmente de la decisión de no hacerle com-
parecer a él ni al general de División Strauss en juicio, era la
edad avanzada y la mala salud. No cabe la menor duda de que,
en arn bos casos, era una razón excelente. Pero era una razón
que se aplicaba perfectamente también al caso del mariscal de
campo Von Manstein que también era anciano y no disfru-
taba de buena salud: siempre había estado delicado y ahora
,
encontraba amenazado de ceguera. La edad de los LTC$ an-
\daba alrededor de los 70 años.
Una explicación oficial tan poco convincente invitaba for-
,oaamente a especular sobre la verdadera razón. Las indaga-
ciones mostraron que, aunque Manstein habla pasado los úl-
timos cuatro años de la guerro, en e1 frente oriental, había
-desempeñado un papel principal en la ~paña de Francia,
en 1940, y a su brillante estrategia se atribuía, por lo general,
la g;.tn ruptura del Irente cerca de Sedán el 13 de mayo, que
unas pocas semanas más tarde condujo a la retirada de las
fuerzas expedicionarias británicas desde Dunkerque y a la ca-
pitulación de Francia en Compiegne. En su libre, The Other
Súk of th« Hdl (<tEI otro lado de la colina»), el capitán Lid-
dell Hart, escribe :
«El más hábil de todos los· generales alemanes era. proba-
blcmente, el mariscal de campo Von Marutein. ltste era, el jui-
cio de la mayotla de las personas con quienes he discutido
:l(lbre la guerra, de Rundstedt para abajo. Tenía un soberbio
tentido estratégico y una gtan comprensión de la guerra meca-
nizada ... A él se debe la idea que produjo la derrota de Fran-
:cia, la idea de una penetración -de tanques a través de las Ar-
•nas.» (1)
Un triunfo tan fácil, tan completo y, sobre todo, tan ines-
ado, tiene que haber producido diversas reacciones psico-
· ca.s. Cuando el 10 de mayo de 1940, dos millones de solda·
b alemanes iniciaron el ataque, largo tiempo esperado, en el
frente occidental defendido por unos tres millones y cuarto de
hombres, reinaba una suprema confianza en que el ataque sería
'fictoriosamente rechazado. Desde luego, ningún otro resulta-
4o parecía posible. De un lado estaban reclutas alemanes ins-
truidos a toda prisa, de muchos de los cuales se creía que espe-
ttban una derrota como medio de lograr la calda del régimen
de Hitler, al cual se supon/a que odiaban. 'Su organización
'
-
(1) C.pilút Uddell Ha<t, Th, Otl><r Súk •f ,,,. RiU (•,El 01ro lado ae la
..,..,,¡, Lcmd,res, Caucll. 1949, pllp. 70 Y 7•·
F, J. E, VE.U.E

había sido imprQvi$adá a toda prisa; a causa de la falta de


materias primas, su equipo se creía que era de mala calidad,
y se enfrentaban con una superioridad numérica de tres a doc.
Al otro lado estaba la fa-mosa Linea Maginot, construida a un
alto costo y considerada por los técnicos como inexpugnable;
el Ejército francés, el mismo instrumento que el mariscal Foch
había conducido a la victoria veinte años antes, reequipado y
reorganizado de conformidad con las lecciones de la guerra
de 1914-1918; y el Cuerpo Expedicionario británico, compues-
to por 550.óoo 'soldados veteranos, el ejército mejor entrenado
y equipado que nunca enviara la Gran Bretaña a luchar en
una guerra europea. En estas circunstancias, no era sorpren-
dente que prestasen ·¡>OCQS atención a la advertencia del poeta
Rudyard Kipling contra los riesgos de «las fanfarronadas y las
palabras locas». Así, el 5 de abril de 1940, en la aparente segu-
ridad del Cuartel General británico, el general sir Edmund
Ironsíde, jefe del Estado Mayor Imperial, «con el pleno con-
sentimiento de Mr. Oliver Stanlcy, el ministro de Guerra»,
concedió la siguiente «entrevista franca sobre la guerra», que
calüicó orgullosamente de «una de las declaraciones más im-
portantes hechas nunca por un jefe militar británico eh tiem-
po de guerra». Según informaba al día siguiente el Daily Mail,
el valiente general dijo:
, «Hitler ha «perdido el autobús» al no atacarnos durante
los últimos siete meses. Ya estamos devuelta, Después de haber
visto al Ejército británico en Francia, lo que hemos recibido
en este país, y también al Ejército francés, considero que todo
marcha bien.
»El espíritu de los hombres jóvenes es algo que tiene que
verse para creerse. Como hecho concreto, no hay ningún ofi-
cial -en el Éjército alemán que se enfrenta con nosotros que
sirviese en la última guerra con un grado superior al de capi-
tán. Nosotros tenemos montones de generales y coroneles, lo
mismo que el Ejército francés, hombres que se conservan en
magníficas condiciones, que tuvieron mando en la última gue-
rra y que saben lo que esto significa.
'
EL CRIMEN l)I!. NUllMBERG 299
,,C,onozco personalmente a la mayoría de los comandantes
íleJn:anes. He de decir que estos hombres se sienten ahora muy
~ocupadrucon la idea de qué es Jo que zendrían que hacer
~ ae les diese orden de ponerse en marcha.
· »En este país, hoy no cabe duda respecto a las razones por •
I» cuales estamos luchando. Hay un gran silencio en Alema-
nia. La propaganda afemana está llena de mendras y esto tiene
que sel" malo para su moral.
»Me parece que una de las razone~ por las cuales las tropas
alemanas se mantienen en sus posiciones en el frente, es por-
que pueden ser controladas mucho mejor ahí ( 1 ).>1
No hablan transcurrido dos meses desde que fué pronun-
dado este discurso-e- una auténtica variación llena de verbo-
,rea de li referencia totalmente ficticia del kaiser Guillermo
en 1914 al «ridículo y pequeño ejército» de sir John French-,
~l Cuerpo Expedicionario británico estaba embarcando en
Dunk.erq ue con orden de regresar a la Gran Bretaña, Aban-
&naba todos sus cañones, que sumaban 2.300; 120.000 vehícu-
los, incluidos todos sus tanques, carros armados y camiones;
todo su equipo, munición y almacenes. Que el grueso de las
pas consiguiese escapar, se debió exclusivamente a la erró-
nea ilusión de Hitler, de que la sombría amenaza de Asia que
,e cernía sobre Europa inducirla a Inglaterra a llegar a un
entendimiento con Alemania para la autoprotección conjun-
ta. Pocos miembros del Cuerpo Expedicionario británico re-
gre'saron a Inglaterra con algo más que las ropas que llevaban
puestas.
Cualquiera que no fuese un funcíonario del Foreigu Offi-
u británico habría podido prever que la: decisión de escoger
eomo criminal de guerra al general a quien corresponde el
:mérito, según se reconoce generaJmente, de este triunfo asom-
broso. h'abla de suscitar una interpretación lamentable. En su
41iscurso, el general Ironside no hacía más q ne expresar unas
~iníopes sostenidas en aquella época en los más altos círculos

(•) '
The Dairy Mllit, 6 de abril de •!MG.
F. J· P, Vf.ALE

políticos y militares. Nos aseguran que habló «con el pleno


consentimiento de Mr. Oliver Stanley, el ministro de Guerra».
El comprender, de pronto, la verdad debió constituir un cho-
que terrible. El resentimiento en aquella época debió de ser
grande en los círculos polnícos. Sin lugar a dudas, el juicio
de Hamburgo en ~949 contra el mariscal de campo Von Man-
stein fué generalmente oonsideradc como una venganza por
aquellos éxitos suyos de 1940 que le hablan asegurado un lugar
seguro en la Historia del· mundo.
Es bastante 'cierto que la verdadera explicación de la per-
sistencia con que se mantuvo la demanda de juicio contra el
mariscal de campo Von Manstein, si hubiese sido revelada, no
habría permítídc resistir a la petición de la Unión Soviética
de que se le entregara como criminal de guerra. en vista de
los compromisos recíprocos contraldos en 1945. De acuerdo
con estos compromisos, de hecho, cierto número de prisione-
ros de guerra teman que ser entregados a las tiernas manos de
polacos, griegos y yugoslavos.Pero, a falta de una aplicación
razonable, o mejor aún, de una explicación que pudiese ser
francamente manifestada, resultaba inevitable que se sugirie-
sen explicaciones inciertas e injustas en los medios extranjetos
hostiles a la Gran Bretaña. Ni el peligro de la interpretación
equívoca ni ninguna otra objeción, consiguió conmover por
un solo instante la férrea determinación del Gobierno britá-
nico de seguir adelánte con este tardío juicio de guerra, una
decisión férrea tanta más notable puesto que la polltica exre-
rior británica había estado notoriamente carente de toda de-
terminación en relación con todas las demás cuestiones, desde
que terminó la guerra. La esperanza de apaciguar la hostili-
dad rusa se había abandonado hada mucho tiempo y no tenia
objeta ni ventaja alguna posible el juicio: la opinión pública
en Inglaterra se mostraba bastante indiferente; una minoría
pequeña pero influyente, ofrecía una oposición muy extremada;
y aquellos que deseaban oír que otro general alemán habla
sido ahorcado, consideraban que lo mejor era guardar silencio
eon la esperanza de que el clamor se apagaría si nada se decía
EL CJUJ,(EN DE l<UllEMllERG

contra. Como resultado de esto, los debates en el Parla·


oto sobre esta cuestión sólo se desarrollaron en parte, pero
Já orden a las autoridades militares para que llevaran adelante
el juicio no fué revocada,
Pero, aunque la oposición suscitada por la decisión de hacer
parecer en juicio como criminal de guerra al mariscal de
campo Von Manstein no logró modificar la resolución del
Gobierno británico, produjo otros importantes resultados. Se
,pidió con urgencia que, si este juicio de guerra habla de. rene,
Jugar, por lo menos que se hiciese con equidad. El juicio del
taiariscal de campo tendría lugar ante un tribunal militar in-
g).b, y, por lo tanto, tendría que estar representádo por un
adensar inglés. Posiblemente, como los efectos de semejante
illnovación no fueron al principio percibidos, esta propuesta
1IO tropezó con abierta oposidón. Es probable que, se confiara
ea el hecho de que el mariscal de campo prácticamente no
tenla dinero para costear su defensa, ya que todas sus propie-
dades estaban situadas en las provincias orientales áe Alema-
nia anexadas por Polonia, y hablan sido confiscadas por com-
pleto. Con el fin de privarle de la asistencia legal, parecía
CJUC sólo era necesario que las autoridades británicas le nega-
.,..u los fondos necesarios para pagar su defensa. El Colegio dé
A.bogados ni siquiera se tomó la molestia de repetir su dispo-
~ción, dada con motivo de los juicios de guerra de Nuremberg.
que «no era deseable» que un miembro del Colegio de
~dos inglés se encargase de la defensa. Por lo tanto, seguía
Lodo posible afirmar que el acusado era totalmente libre y
podía emplear al abogado, inglés o alemán, que quisiera.
hecho de '{ue le hubiesen robado todo su dinero los aliados
ie la Gran Bretaña y que, por consiguiente, no pudiera pagar
fa ayuda legal, era evidente que no era asunto de la incum-
!lieiicia del Gobierno británico.
Si.n embargo, se habla supuesto equivocadamente que los
limpatizantes del mariscal de campo se contentarían con pro-
:t¡éstn. Los fondos nec:sarios par3: pagar su defensa'. que aseen·
!dieron a unas 2.000 hbras esterlinas, fueron reunidos rápida-
P. J. P. V.UU:

mente por suscripción pública. Las auiorídades británicas no


cabe duda que habrían querido impedir esto, prohibiendo la
exportación de divisas británicas para este fin, pero resultó
que uno de los suscriptores que hablan contribuído a dicho
fondo era el mismo Mr. Wimton Churchill. Después de seis
meses de preocupaciones, lord jowitt no tenía humor para
echarse encima la formidable oposición de Mr. Churchill. La
oposíclén se vino abajo de manera ignominiosa. Mr, R. T. Pa-
get, K. C., M. P. (K. C., M. P. = Consejero Real, Miembro del
Parlamento), ofreció generosamente sus servicios en forma des-
interesada. Su asociado y. pasante en el bufete era Mr. S. C. Sil-
kin, el hijo del entonces ministro de Planificación Urbana y
Rural. Ocurrió que Mr. Silkin era judío y el celo y el afán
que despegó en favor de su cliente contribuyeron en gran me-
dida a contrarrestar la opinión, muy extendida, no sólo en
Alemania, sino también fuera de ella, de que los juicios de
guerra no eran esencialmente más que un método adoptado
por el judaísmo para vengarse de la persecución de que le
habla hecho objeto el régimen nazi.
El mariscal de campo Von Manstein fué oficialmente acu-
sado, el I de enero de 1949, teniendo a continuación lugar la
farsa de confiscarle el uniforme con lo cual se pretendía que
se había convertido en una persona civil. El juicio comenzó
en Hamburgo el día tt de agosto de 1949 y no terminó basta
el día 19 de diciembre siguiente. Se saldria del ámbito de este
libro el examen de los detalles del juício del mariscal Von
Manstein. Lo único que importa en este caso, sin embargo, es
tao sencillo que l'uede explicarse en unas pocas palabras. El
mariscal de campo desempeñaba el mando del Grupo de Ejér-
citos del ala meridional del frente oriental. Frente a él se
encontraban los· ejércitos rusos con una superioridad numé-
rica no menor de cuatro a uno. Detrás de sus lineas se des-
arrollaba una lucha incesante y furiosa entre las fuerias ale-
manas de seguridad y lps comandos comunistas, a la cual, vo-
luntaria o involuntáriamente, se un$a la desgraciada pobla-
ción civil. Esta lucha comenzó el primer día que los ejércitos
.:L CRDaN DL NUllMJll.JlG

iJeamanes cruzaron la frontera rusa, cuando Stalin anunció que


.. guerra «no era únicamente una guerra entre dos ejércitos,
8IIO al mismo tiempo una guerra de todo el pueblo soviético
IIIJlllra las tropas alemanas fa.scútasu. Según los informes ofifia·
la rusos, sólo en Crimea, 18.910 soldados alemanes fueron
•uertol por las bandas de guerrilleros, 64 trenes de tropas fue.
con volados y 1.621 camiones fueron destruídoe. L0$ prísione-
'fOI y los heridos eran asesinados, generalmente después de ser
•1uilados; siempre que un hospital era capturado por las
~errillas, tenI:in lugar esc~nas horribles. . .
Como exphcamos anteriormente, la característica esencial
de la guerra civilizada consiste en trazar una distinción entre
181 fuerzas combatientes enemigas, y la población civil enemi-
P· Pero en la lucha en el frente oriental no se podia hacer
.anejante distinción: cualquier persona civil rusa que mantu-
­.icte su condición de tal, podía ser ejecutada por. sus propios
conciudadanos como un traidor. La tarea de combatir en esta
ampa.iia de terror tras las ,lineas alemanas, recayó casi siempre ,
IIObre las unidades de la SD, la sección de espionaje de la G,-
lwirne Stiuuspolizei, generalmente cenoclda por el nombre de
.Ja Gestapo. Estas unidades operaban casi con absoluta inde-
..pendencia del Ejército. No estaban sujetas a la disciplina mili-
tar. Sus órdenes procedían directamente de Hitler a través de
Heinrich Himmler, el jefe de las Sch.uiz.itaffel (las SS), la Ges·
t.po, y la SD. No cabe duda de que sus órdenes eran combatir
ti terror por el terror: no hay razón para pensar que no hicie-
ten todo lo posible por obedecer esas órdenes.
En resumen, la acusación contra el ,mariscal de campo era
que sabía o debía saber lo que estaba ocurriendo. No cabe
duda de que en la lucha estaban éomedéndose, por ambos ban-
dos, horribles atrocidades. En virtud de la regla establecida
por el Acuerdo de Londres, las atrocidades cometidas por las
fuerzas alemanas de seguridad .constaban como «crímenes de
pan,>, puesto que hablan sido cometidas «en interés de los
)laúes del Eje». Por otra parte, las atrocidades cometidas por
loa guerrilleros no eran «crímenes de guerran porque quienes

F. J. P. VEAU

las habían perpetrado se encontraban, al terminar la guerra,


en el bando que habla vencido. Por lo tanto, las atrocidades
comunisus no tenían por qué ser asunto del mariscal de cam-
po ya que técnicamente no eran «crímenes de guerra», pero
r>Í le incumbían las atrocidades de las fuerzas de seguridad ale-
manas ya que en este .caso eran «crímenes de guerra» comeu.
'dos por el bando derrotado, y cometidas en una zona en la
cual tenla el mando militar aunque, se reconocía, no tenla
autoridad 11i poder para impedirlas. Se afirmaba, además, que
el mariscal de campo debiera de haber sido capaz de prever
la ley retrospectiva que unos tres años más tarde se les ocurrió
.a los vencedores establecer, y que, por lo tanto, debiera de
haber cumplido exactamente l.lls exigencias de esa ley pos·
teríor,
A primera vista, una acusación de esta naturaleza parece
tan fantá5tiQ que resulta extraño que fuese tomada en serio
-por nadie. Sin embargo,. hay que recordar q11e el general To-
moyulc.i Yamashita, el más famoso de los jefes de guerra japo-
neses, habla sido juzgado y ahorcado tres años antes por !os
americanos, por una acusación virtualmente Igual. Es necesa-
ria una breve digresión en este punto para mostrar la grave-
dad de J:a acusación que se hada contra el mariscal de campo
Von Manstein.
En 1941, el general Yamashita era comandante del 25.• Ejér-
cito japonés en la brillante campaña de Malaya, que culminó,
el 15 de febrero de 1w, con la captura de Singapur, !fa forta-
Icia que hasta entonces se consideraba como inexpugnable, el
triunfo ~ grande de los asiáticos sobre los europeos desde
que el mógo1 Batú.arrolló a la caballería de la cristiandad en
el campo de Liegnitz, en 1142. No es de extrañar que, poco
después, Mr. Churchill pidiese a los Comunes que compren-
diesen que no era deseable realizar una investigación para
averiguar por qué 30.0()o japoneses hablan sido capaces de
obligar a rendirse a un número tres veces mayor de europeos.
Más carde, el duro destino de Yamashita hizo que fuese envia-
do como comandante jefe a las Filipinas, cuando el poderlo
• EL CRW.EN DE NUREMBERC

J Japón se estaba ya tambaleando. Hacia el final de la cam-
a quedó completamente aislado de muchas unidades de
fuerzas, todas ellas muy dispersas, y parece indiscutible que
;¡.tgunas de esas tropas cometieron horribles atrocidades. Des-
teuéf de haberse rendido como prisionero de guerra obedecien-
~ órdenes del emperador, se le acusó de «no haber sido .capaz
;de controlar las operaciones de los hombres a su mando». No
IC alegó, ni mucho meaos se probé, ·ningún acto positivo con·
ira él . En la apelación contra el veredicto del Tribunal Mili- •
tar, el juez Murphy, del Tribunal Supremo americano, en su
brillante discurso de oposición declaró que la acusación contra
el géneral Yam:ashita se' reducía a esto:
11No!K>tros, las fuerms americanas victoriosas, Hemos hécho
:todo lo posible por destruir y desorganizar vuestras lineas de
municatión, vuestro control efectivo del personal, vuestra
opacidad para dirigir la guerra. Hemos derrotado y aplastado
vuestras fuerzas y ahora le acusamos y condenamos a usted
por no haber mantenido con eficacia el control de sus tropas.
tw tropas desorganizadas cometieron muchas atrocidades te­
mbles. Como estas atrocidades seprodujeron de manera dis-
pena, no pretendemos acusarle de que cometiera, ordenase ni
.autorizase tales monstruosidades, ni tampoco pretendemos pro-
lo. Supondremos que son e! resultado de su ineficacia y
igencia como comandante. Juzgaremos el cumplimiento
de sus deberes por la desorganización que nosotros creamos. -
uestras medidas para juzgat son las que nos da la gana ,i
tras <¡.ue sean.» · ·
Pero esto no es más que 'un extracto del discurso dli, oposi-
~m. El .t ~ de febrero de 1946, el general Yamashita fué ahor-
o: un la:mentable tropiezo en la carrera militar, por lo de·
m1,1y brillante, del general Douglas ~facArthur, No es
bec:aario decir que ,avontó su suerte con valor estoico y gran
idad..
De paso hay que observar con qué- frecuencia ocurre que
llllica persona que sale de un juicio de guerra con S\1 eré·
aumentado es el acusado, mientras' que los otros partici-
506 F. J, P. \'~U:
'
pantes, que con mucha frecuencia son de hecho personas mas
dignas, se presentan como falsos, hipócritas o bienintenciona-
dos, pero Lan torpes que están allanando el camino para un
infierno futuro.
Evidentemente si puede decirse que el caso del general
Yamashita ha establecido algún principio legal, será un prin-
cipio de la más amplia aplicación. Según él, por ejemplo, el
director general de Correos debe ser metido en la cárcel cada
vez que un cartero, en cualquier parte del país, haya robado
o perdido una carta. Desde luego, en un acto judicial, la doc-
trina de la responsabilidad criminal ilimitada sería desestima-
da como algo absurdo. pero el mariscal' de campo Von Man-
stein fué amenazado con un juicio de guerra. 11. base del pre-
cedente establecido por el juicio de guerra de Yamashita po­
dría sostenerse que «no había sido capaz de controlar» las acri-
vidades de la policía política de Hitler puesto que resulta evi-
dente que no tenía medios de controlarlas.
El curso posterior de los acontecimientos justificaba estas
aprehensiones. Si este caso hubiese sido dilucidado tres o cua-
tro años antes, és muy probable que hubiese terminado exac-
tamente igual que el juicio de guerra del general Yamashita.
Citando otra vez' el juicio disidente del juez Mr. Murphy:
«Yamashita compareció en juicio por una acusación impropia,
sin darle tiempo suficiente para preparar una defensa adecua·
da, privado de los beneficios de algunas de las reglas más. ele·
mentales, la de la prueba, y fué sumariamente sentenciado a
ser ahorcado.» Por lo menos puede decir,511 que, en el caso de
Manstein, •parecía que nó se tenía mucha prisa por hacerle
comparecer en juicio. Hasta que no transcurrió un largo cau-
tiverio de más de tres años como prisionero de guerra, no tuyo
lugar la fase de confiscarle su uniforme, con lo cual se pre-
tendía que había dejado de ser soldado para convertirse en
un elemento civil. La oposición al proceso, aunque no logró
conmover la resolución del Oobierno británico de hacerle com-
paTC1:er en juicio, sirvió, sin embargo, para ocasionar un nuevo
retraso, del tal modo, que la vista no comenzó hasta agosto
1

J!L ClUMENDJ! NUllDl~G

ele •M9· Lo mismo que Yama.shíta, Mimstein se iba a ver pri-


vado de <oos bcnsficio¡ gc..las u~ s:~•alet..d• la
DDI@», pero, al contrario que Yamash.ita, a. él se le dió t<ticm·
jié, sufi.cltnte para preparar una defensa adecuada» (;,,lgunos
pwisan que irrefutable), y no fué, como Yamasbita y el ma-
riJcal de campo Kesselring, «sumariamente sentenciado a ser
ahorcadou. ·
Durante dos años, el brillante trabajo de Mr, A. Franl
llcel, 'Tre Case cf General' Yamashita («El caso del general Ya-
masbiw,), permaneció sólo como único estudio d:lsko de un
juicio de guerra (1). Ahora se puede colocar junto a él el libro
ele Mr. R. T. Paget M411Jt>ein. Los dos juicios constituyen pues
1m1a de destacados libros en los cuales Jos hechos y cuestio-
pea de cada uno de ellos son claramente resumidos y expli-
ad.os. No es necesario resumirlos otra vez. Pero el caso del
mariscal de campo Von Manstein requiere nueva mención
aquí como el primer juicio de guerra en el cual no se pusie-
JOD restricciones a la defensa para que rebatiese las acusacio-
nes. No sólo fué atacada la manera de hacer la acusación, sino
que se llamó la atención sobre los crímenes y las transgresiones
dtl Derecho internacional cometidos por los vencedores. Este
-.,artamiento del precedente establecido, fué, desde luego. re·
wlucionario. El Acuerdo de Londres establecía (en el Artfcu·
Jo 18) que <<SC adopta.ria medidas citrktas para suprimir cues-
tiooct irrelevantes", y, en Nuremberg se había sostenido que
toda mención de las acciones de los vencedores en un juicio
de guerra era per .se irrelevantes, ya que el único objeto del
juicio de guerra era castigar crímenes de guerra, definidos como
IICIOI cometidos por los vencidos durante la contienda, que, en
opinión de los vencedores, eran crímenes de guerra. Por lo
tanto se había sostenido, con toda rigidez, que era irrelevante
c¡ue el acusado en un juicio de guerra demostrase que el acto

{1) ta hO!ltllidada,ntn 11 ,·erdad y la n.16n en el cuo de bmuhha ~ ¡,ope


lim clanmmtc de man.ifni·o F. el lodo que P.rt'.mdi6 anoj¡u contra ~• tn-
llmjo manaro de tlecl. John H. E. f'rl«I, ffl Pol,llcd.l,.Sciffl« qu.,nl:, (•'Rt'llísta
al ,,., dr d<ncia poflticu), ,c¡,<icmb<• de ·~· ,,.s.44li y.....,; .. tes,
5o8 ,. J. P. VEAU

de que se le acusaba había sido cometido por los vencedores,


ya que de haber sido cometido por ellos, por definición, no
podía constituir un crimen de guerra. ·
'El juicio de Marutein merece aquí una atención especial
como producto final de cuatro años de experimento en la legis-
lación y en la 'Práctica, derecho del nuevo ampo de la juris-
prudencia. En 1945, los tribunales de juicios de guerra nada
tenían para guiarlos, excepto una declaración de una ley ex
posl fat!Jo redactada para amoldanc exactamente a la conducta
de aquellos que con anterioridad se habla decidido que serian
juzgad<lll; en 1 949 se habla establecido una especie de rutina
ya aceptada, basada en los precedentes de 106 juicios de guerra
anteriores. El juicio de Manstein puede ser considerado como
un juicio de guerra modelo, realizado con la mayor equidad
posible cuando los aprehensores de un prisionero de guerra
emprenden la tarea de juzgar sus propias acusaciones contra él.
En el juicio de, Manatcin, la acusación y la defensa, por
primera vez en un juicio de guerra. se enfrentaron en rérmí-
º°' comparativamente iguales. Las objeciones contra un juicio
de guerra, en cualquier forma que sea, son tan evidentes y
parecen tan incontestables, que pronto se suscitó la curiosidad
por ver cómo podían ser recibidas y refutadas esas objeciones.
Hasta el juicio de Manstein, esta curiosidad permaneció insa-
tmccba, excepto para los pocos escogidos que participaron en
los procesos, Parece que rara vez se discutié seriamente y, de
todas formas, los argumentes empleados no fueron nunca pu·
blicados en la Prensa. Hasta el juicio del mariscal de ampo
Von Mamtein, que empezó en Hamburgo en agosto de 1949,
no conoció el püblico cuáles eran los argumentos en que se
basaba la acusación.
Una de las pregwµ.as que preocupáron durante tanto riem-
po a gran parte de público es claramente puesta de relieve en
la ,iguiente carta publicada en Tñe Solicitor, del m~ de julio
de 1949:
«Con el juicio del mariscal de campo Von Manstein, que
por fin habrá de celebrarse en el mes de agosto, parece ,que
11.L CRIMEN PE NURDIBEltC

ha llegado el momento de que alguna autoridad reconocida


en el campo de la jurisprudencia formule la doctrina legal o
el principio en virtud del cual algunos oficiales británicos, que
por el momento están estacionados en Alemania occidental,
adquieren jurisdicción pata juzgar las acusaciones hechas· con-
tra un oficial extranjero por actos que, según se dice, fueron
eomeridos por él hace cerca de diez años, en el territorio de
otra potencia extranjera, cuando .se encontraba sujeto a, la ley
de su propio país.
»Si existe esta doctrina o principio, un técnico podrá for-
mulada.
· »Pero, si no existe, los procesos tienen que sel' ab initio
forzosame¡ue una simple variedad solemne de la Ley de Lynch
»El momento presente serla el más, oportuno para la solu-
ción de este problema por parte de alguno de los doctos cola·
boradores de -esta revista.»
Es muy notable el hecho de que, aun cuando en la época
en que se publicó esta carta los juicios de guerra ante tribu-
nales militares británicos se habJan venido desarroUando a lo
largo de más de cuatro años, ninguna autoridad -en el campo
de la jurisprudencia ni ningún docto colaborador de la revista
The SoliC>itor, tal como dice la Garla, se consideró competente
para dar la respuesta, pero, de hecho, la respuesta es muy sen·
cilla. Aquellos oficiales británicos que daba la casualidad de
que en esos momentos se encontraban estacionados en Alema-
nia, habían .sido-Jacuhadcs para juzgar a estos generales ale,
manes f>?t su puestos delitos cometidos por ellos en Rusia diez
afies antes, por una real orden fechada el l8 de junio de 1945
que disponía que los prisioneros de guerra en manos britá-
~~ acusados de crímenes de guerra, definidos como «viola·
aones de, las leyet y usos de la guerra», debían ser juzga~oi
por los tribunales militares británicos.
Durante cuatro años, todos los juicios de guerra ante tribu-
nales militares británicos habían empezado, con un desafio ofi-
cial a la jurisdicción del tribunal, que inmediatamente era
rebatido por el fiscal mediante una breve referencia a los tér-
!JLO f. J• P. V!:ALE

minos de la real orden. Parece que cara vez se discutió muy


en serio este punto. Los abogados de la defensa eran extranje-
ros, corrían ellos mismos el peligro de ser enviados a un campo
de concentración si desplegaban demasiado celo en su bt>or,
el desafío se liada p-ro [ormo; y la argumentación se bada por
medio de un intérprete o por medio de un inglés que conocla
mal el alemán. Como en todos los casos los juicios seguían ade-
lante, el público británico suponía que este intentó de reeha-
zar la pretendida jurisdicción había sido adecuadamente re-
futado.
Sólo se puso de manifiesto hasta qué punto carecía de base
semejante suposición, al menos para el público británico, en
el juicio del mariscal de campo Von · Manstein. El primer día
del juicio, Mr. Paget desafió la jurisdicción del tribunal para
juzgar a su cliente. El acusado, señaló, era un prisionero de
guerra. Entre la Oran Bretaña y Alemania toda vía existía
el estado de guerra. El estatuto del prisionero de guerra es el
derecho del prisionero; no depende en modo alguno del libre
arbitrio de su aprehensor. La Convención de Ginebra, en la
cual 'Participa desde luego Inglaterra juntamente con todos los
Estados civilizados. reafirma y establece el principio aceptado
desde hada mucho tiempo de que el Estado que tiene' en su
poder a los prisioneros de guerra tiene que tratarlos de acuer-
do con sus propias leyes y regulaciones relativas a sus propias
fuerzas armadas, Entre los derechos de un prisionero de guerra
se encuentra el derecho a un juicio equitativo. Un juicio equí-
tativo es el que el mismo aprehensor considera como tal para
su propio personal. El fiscal se apoyaba en los términos de la
real orden del 1 8 de junio de 1945. Pero este documento priva
al acusado de muchos derechos importantes, de los cuales ha-
bría gozado bajo la ley militar. En particular, se le priva del
derecho a ser juzgado por oficiales de graduación igual a la
suya, del derecho de pedir una declaración precisa de los deli-
tos de que se le acusa, y del derecho de reclamar la protección
de las reglas de la prueba, o sea que no se le puede condenar
por declaraciones de oídas. Finalmente, Mr. Paget hizo un lla-
EL CRUJEN DI! NURl.MBERO !Jl I

111aroicnto al tribunal para que no se dejase deslumbrar por


el hecho de que el documento del 18 de junio de 1945 llevase
el nombre de real orden. En 1916, la Cámara de los Lores,
,en el famoso caso Zamora, habla sostenido que la incautación
de un barco en virtud de un a real orden era ilegal, 'Porque la
incautación, en ese caso, era contrario al Derecho internacio-
nal Una real orden, no era más que una orden gubernativa.
La responsabilidad de su contenido incumbe al Gobierno:
como monarca constitucional, el rey firma las reales órdenes
Por consejo de sus ministros.
Tiene excepcional interés la re:¡puesta de srr Arthur Co-
myns Carr, K. C., figura principal entre los fiscales. Empezó
declarando que· habla escuchado las manifestaciones de míster
Pagec «con asombro considerable». Fué, declaró, hasta la mis·
ma raJz de este juicio, circunstancia ésta que le pareció que
era una objeción contra él. De manera más bien candorosa,
eeftaló que habla sidó costumbre en los tribunales de crímenes
de guerra rechazar esta pretensión: de hecho, siempre habla
sido rechazada. Rindió homenaje al juicio mayoritario del
Tribunal Supremo americano en el caso Yamashita que envió
a este valiente soldado a la muerte. Arguyó que el derecho a
un juicio equitativo, que concedía a los prisioneros de guerra
Ja Convención de Ginebra, sólo se aplicaba a los delitos come-
tidos por el acusado después de haberse convereido en prisio-
nero de guerra. En todo caso, el mariscal de ca1I14>0 ya no era
un prisionero de guerra, puesto que el Gobierno británico
liabla tenido a bien darle de baja en el Ejército alemán. Quiú
parezca deducirse de esto "que en Ginebra se había perdido
1Duclio tiempo y se habían tomado muchas molestias para de­
finir los derechos y privilegios de un prisionero de guerra,
puesto que el prisionero de guerra sólo seguía siéndolo mien-
tras quisiesen los vencedores. Quedaba en pie el hecho de que,
1i sus aprehensores decidían convertir a un prisionero de gue-
rra en una persona civil, podlan hacer lo que les viniera en
pna con él. Sir Arthur dijo que habla escuchado con tristeza
a un consejero real {K. C.) hablar oon desprecio de una real
Y. J. P. VEAU

orden. Este documento no estaba destinado a impedir al acu-


aado el tener un juicio equitativo, Era perfectamente legíti-
mo y adecuado que se admitiesen como prueba las declaracio
nes de oíd.u ante un tribunal de juicios de guerra, porque los
crímenes de guerra son «de tal magnitud que resultaría impo-
sible aplicarles las reglas de la prueba, a las cuales nos encon
tramos ligados en los casos pequeños». /
Sería interesante saber qué impresión causó entre los miem-
bros del tribunal, si es que les causó alguna, este último argu-
mento. Al mismo sir Arthur debió parecerle débil. De Jo con·
trario, se deduciría lógicamente que «las pruebas capaces de
justificar una condena por asesinato resultan insuficientes. para
apoyar una condena por montar en bicicleta de noche sin
llevar faroh, ( 1 ).
Míster Paget admite, sin embargo. que tenía pocas espe-
ranzas de que el tribunal aceptase su pretensión. De hecho,
fué rechazada. Lo contrario habría equivalido a decir que todos
lo,s tribunales de erlmenes de guerra que habían dictado sen-
tencias durante los úlámos cuatro años lo habían hecho sin
jurisdicción. El tribunal habría tenido que disolverse; el pri-
sionero se habría levantado del banquillo y se habría marcha·
do a su casa y los valientes oficiales reunidos en el tribunal
habrían vuelto a su servicio militar. ¿ Para llegar a una con-
clusión tan rápida y tajante había sufrido el lord cancitler Jo-
witt seis rnesésde preocupaciones? Habr'la hecho falta la fuerza
<!e voluntad combinada de todos los miembros de un tribunal
compuesto por superhombres para haber llegado a tan asom ·
orosa conclusién, Y el Tribunal ante el cual se bada compa-
recer al mariscal de campo no estaba compuesto por super-
hombres. Estaba compuesto por un teniente general, un gene·
ral de División, dos generales de Brigada y tres coroneles.
La composición del Tribunal que decidió que poseía juris-
dicción par,t juzgarle fué. uno de los tres entorpecimientos im-
•puestos al mariscal de campo por los términos de la real orden.
­· .. -


EL CROi~ DE :-¡UJlE)l-8.EIIG

En virtud del Derecho internacional, t.al como lo confiuna y


aúpub la Convención de Ginebra, tenía derecho a ser juz-
~o por un tribunal militar, de acuerdo con la legislación.
aiiliiar británica, compuesto de oficiales de su propia guarni-
1:ión. Todos los oficiales nombrados para juzgarle en virtud
de .la real orden eran de rango inferior. Esto era un serio en·
aor¡>«imiento ya que ninguno de ellos habla tenido el mando
,ipdependiente de un ejército o de un grupo de ejércitos t,
,or­ lo tanto, no tenían experiencia de las dificultades que 8
,e habla visto obligado a afrontar.
El segundo impedimento que deliberadamente se le impo-
Ala al acusado era que, de acuerdo con la real orden, se le
negaba todo conocimiento preciso de las acusaciones que ten·
dría que afrontar cuando empezase el juicio. El -resuleado es
descritO por Mr. Pagel de la siguiente forma:
l<Cuando se llegó al juicio, las acusaciones contra Manstein
eran diecisiete. Fueron resumidas por uri periodista que dijo
que el fiscal había recogido todo lo que habla ocurrido en la
pe..-ra del este y lo babia arrojado sobre la cabeza de Manstein.
»Lo que, al parecer, hizo el fiscal fué una lista de todos
los incidentes que pudieran contravenir alguna ley o uso de
guerra y que tuvieron lugar en cualquiera de las zonas donde
Man,tein habla prestado servicios. Como esto correspondía a
llllaS ronas gigantescas y a lo largo de un periodo de cuatro
a6os y medio de una guerra particularmente despiadada, el
filcal podía haber hecho una lista de varios centenares de inci ·
derucs. Estos incidentes, o detalles como fueron llamados, se
dividieron en diecisiete grupos y delante de cada uno de ellos
11: aludJa a alguna orden o a algunas órdenes generalmente
dictadas por el Allo t.-iando, haciendo la afirmación de q,ue
equcllos detalles eran el resultado de esas órdenes. Luego, Eren·
te a las órdenes, aparecían declaraciones en términos diversos,
JICrO en el sentido general de que Manstein era responsable
de los resultados de aquellas órdenes, y por último, al comíen-
lO de cada acusación aparecían las palabras «contrariamente
a las leyes y usos de guerra».
F. J. P. VEAU

»Lo que se suponla de hecho que habla realizado Von


Manstein, y l.as leyes o costumbres que se decía -que habla
contravenido, quedaban vagamente de manifiesto. El resulta·
do era un enorme documento que comumió en su lectura más
de dos horas ante el tribunal.
»Pedlmos explicaciones mú detalladas sobre la significa.
ción de aquellas acusaciones, y presentamos a la acusación unas
veinte ~ginas mecanografiadas llenas de preguntas. El fiscal
~ negó a contestar a estas preguntas, AL objetar nosotros con-
tra las acusaciones ante el Tribunal, la respuesta del fucal fué
-que en Nurcmberg y en Tokio las acusaciones hablan, sido
.aún más vagas. La verdadera respuesta era que la real orden
no daba al acusado derecho alguno a conocer cuáles eran las
.acusaciones que se hadan contra él, por lo tanto, tentamos
que conformarnos con la información que el fiscal quisiera
damos (•)-»
El tercer entorpecimiento era aún más grave. De conformi-
-dad con Los términos expresos de La real orden, al acusado se
le privaba de la protección de las reglas de la prueba. En un
juicio más famoso e igualmente insatisfactorio, hace dos mil
años, el sumo sacerdote, Caifás, estaba en condiciones de ex·
lo
clamar: «¿No respondes nada? ¿Qué es que han declarado
estos testigos contra Ti?» Pero, ,a.parte de un testigo tan poco
satisfacrorio que su testimonio fué retirado por el fiscal con
-el consentimiento del tribunal, ni un solo testigo declaré nada
en contra del mariscal de campo Von Manstein, Por lo que
al fuca1 se refiere, la sala del tribunal no hab1a necesitado tener
barra para los testigos. La acusación se basaba totalmente en
qnos ochocientos·documentos que tardaron veinte días en leer·
R. fueron aceptados en bloque por el tribunal por el valor
.que paredan tener a primera vista, sin comprobación de auten-
.ticidad, de quién era su autor, o de quién los babia publicado.
La defensa se af.anó en vano por insistir en que si no se
disponía de testimonios orales en a.poyo de la acusación, tam-

(t) R. T. P"I"', ManJtdn, ~· 71 y 7'·


EL CRIMEN DE NUREMJIERG 315
se aceptase una declaración jurada. En particular, Co­
yD$ Carr presentó suavemente tres declaraciones acusatorias
rra el mariscal de campo que, según se decía, hablan sido
~chas por tres oficiales de Ju SS que habían sido condenados
a muerte por las autoridades americanas. Esos tres hombres
todavía estaban vivos, pero las autoridades americanas se ne·
pban a permitirles que acudiesen como testigos para prestar
declaración jurada en apoyo de sus supuestas declaraciones.
Mfster Comyns Carr hizo romo que se indignaba ante la su-
pihn de que la negativa de las autoridades americanas se
debla al temor de que los hombres condenados pudiesen reve-
)ar los medios de que se habían valido para inducirlos a fir-
mar esas declaraciones, o que podrían aprovechar la oportuni-
dad para describir públicamente el trato que ellos mismos
habían recibido de sus jueces americanos.
No cabe la menor duda respecto a los métodos general·
mente empleados por las autoridades americanas para obtener
eoníesiones, ya que el informe antes mencionado de una co-
mi,ión especial nombrada, por el secretario del Ejército de
b Estados Unidos, Mr. Kenneth C. Royall, acababa de ser
¡;publicado y describía y denunciaba, esos métodos. Se deduce
ele dicho informe que, aparte de la violencia física sin restric-
aones - \a mayor parte de las victimas alemanas de los jui-
-tios de guerra de Malmédy, en Dachau, quedaron impotentes
a consecuencia de los golpes o de las 'Patadas-, la comisión
-cte.cubrió que las confesiones habían sido obtenidas con fre-
cuencia, mediante la escenificación de parodias de juicios. Este
procedimiento fué adoptado en aquellos casos en que no habla
ninguna clase de pruebas contra el prisionero, de 'tal modo
'.'que, incluso el Tribunal militar podría vacilar en la condena.
ta situación poco satisfactoria fué remediada ll-evando al pri·
· nero ante. un tribunal compuesto de investigadores vestidos
e jueces, que hacían como que le condenaban a muerte. Lue-
se le informaba de que, si confesaba, seria indultado. Si
ba entonces una confesión que se le ponía delante, se le
liada comparecer inmediatamente ante un tribunal militar re·
¡p6 F. J. P. VEAU:

guiar que, a base de $U confesión, le condenaba de verdad a


muerte, La comisión informó que ene truco habla dado resul
lado en muchos casos,
Sin embargo, Comyns Carr argüía que el tribunal podla
aceptar con confianza las declaraciones de los oficialee de- la
.SS, y que oo era necesaria su presencia como testigos. Las per-
aonas que hayan leido a Carlos Dickens recordarán que en el
juicio de Bardell contra Pickwick, a Sam Weller le dijo el
juez que lo que el soldado decía no era prueba. En Hambur-
go, se mantuvo la opinión de que aunque lo que el soldado
deda podía no ser prueba, lo que dedan los hombres de la SS
servía como prueba y podía ser aceptado sin vacílación. Según
parece, no se tuvo en cuenta el hecho de que lord Jowitt, en
su memorable discurso del 4 de mayo de 1949, habla asegu-
rado a la Cámara de los Lores que el juicio del mariscal de
campo serla conducido «de acuerdo con nuestras grandes tra-
dicíones». Durante cuatrocientos años había sido una tradi-
eíén del Derecho penal inglés al que las pruebas de oídas eran
inadmisibles. No es concebible que cuando dió Cita seguridad,
el lord canciller no supiese cuáles eran «nuestras grandes tra-
diciones». Nos vemos obligados a aceptar como alternativa la
suposición de que no tenla conocimiento de los términos de
la real orden, en virtud de cuyas disposiciones iba a tener lugar
el juicio del mariscal de campo.
Constituye un alívío apartarnos de estas especulaciones con
el .fin de justificar la afirmación hecha anteriormente de que
el juicio del mariscal de campo Von Manstein debe ser consi-
derado como un juicio de guerra modelo. Durante los cuatro
años que pasaron desde la introducción de los juicios de guerra,
tuvieron lugar varias reformas dignas de ser destacadas. Por
ejemplo, la Prensa ya no se refería al acusado como criminal
de guerra, incluso antes de que fuesen leidas las acusaciones,
como había sido costumbre anteriormente, 1y ya no se le so-
metía de manera ostentosa a un trato denigrante p¡:,r parte del
tribunal. Aunque en el acta de acusación se le llamaba sim-
plemente ·Ericl¡ von Manstein, esto no era más que la cent i-
EL CRIMEN DE .NUREl\CBl!',RG

ción de una ficción legal en consonancia con el principio'


bleeido en Nuremberg de que un prisionero de guerra
e sus derechos fOIDO tal, si en una u otra forma es pri-
de su rango por sus jueces. A lo largo de todo el juitio,
mariscal de campo Von Manstein fué tratado con el respeto
consideración debidos a su rango y. a sus brillantes éxitos
· 'tares. Cuando Von Manstci'll ocupó la barra de los testi,
, los ,miembros del tribunal se olvidaron rápidamente que
ban juzgando a un criminal de guerra y se acomodaron
sus asientos para escuchar, comprender y aprovechar. una
l)lllfe.rencia de cinco horas de duración sobre estrategia, que
lan el privilegio de recibir de uno de los mil.$ ~ndes sol·
os de su generación, No cabe la menor duda de que, en
fondo de sus pensamientos, estaba clara la iidea de que algún
ellos mismos podrían verse en situación de tener que hacer
te a dificultades 'similares en una campaña contra el mismo
igo, con el cual «habla luchado este buen anciano de
llos blancos y medio ciego». Citando <11 corresponsal del
·1y Mml, cuando Von Manstein ocupó la barra de los tes· •
s, «la sala del tribunal se convirtió inmediatamente en
parecido a un salón de conferencias de una escuela dt:
do Mayor. Inclinados hacia adelante para no perder una
palabra, los oficiales británicos escucharon una oonferen-
de cinco horas sobre estrategia militar, llena de detalles
ibre sus campañas rusas, sin necesidad de. utilizar ninguna
>1 (i ). Si estos oficiales británicos aprovecharon, romo es
ellpCTllr, la lección que se les daba, por lo menos esta parte
juicio no 'habrá resultado un tiempo totalmente perdido.
No tiene el menor interés la última fase del juicio de gue-
corriente. Todos los relatos coinciden en que al cabo de
llllllinas, y quizá meses, de indescriptible tedio, la única emo-
que se siente al final por parte de todos, incluso proba-
l!lllientc por parte del acusado, es una profunda sensación de
. Algunos han comparado el juicio de guerra con una

Th, poi/y Mal/, u de O<IUwtde J!)jg.


8•8 F, J. P, VEALE

corrida de toros. Otros oonsideran la oompa.ración completa,


mente injusta para la parte objeto de la comparación, y en
esto hay diferencias de opiniones. Pero el juicio de Mall$1;ein
no fué un típico juicio de guerra. El discurso final de Mr. Pa-
rce. por la defensa, causó una profunda impresión en el tri-
bunal. Tennmó con una solemne advertencia: uNo está en
vuestro poder manchar la reputación de Von Manstein, sólo
podéis manchar la vuestra.»
Míster Paget admite que al terminar el caso tenla confian
za en que lograrla la absolución. Se decía que uno de los miem-
bros del grupo de los fi,calcs admitla apuestas doble contra
.senci.Llo a que habría absolución, pero nadie quiso apostar con
él. E.u 4!l juicio de guerra usual, las apucsw en cavor de la
condena sólo podrlan expresarse con cifras astronómicas. El
juicio de Manstcin fué un juicio de guerra modelo.
La respuesta del fiscal fué larga, pero en comparación con
el discurso inicial, fué moderada y suave. El argumento nw
eficaz empleado fué la afirmación lógica de que «la absolución
de Von Mana~ín privarla de sentido a todos los demás jui-
cios» ( • ).
H:.y que hacer todas las concesiones potibles para recono-
cer las dificultades con que se cn&entaban loe miembros del
'tribunal. Eran oficiales de rango ·muy inferior al acusado y
ninguno de ellos tenla la menor experiencia de la guerra pri
maria. No tenían conocimiento personal de las dificultades de
un coma.ndantc en jefe metido en una campaña contra un
enemigo .poderoso muy superior numéricamente, y que se .en·
cuentra con sus larga, lineas de aprovisionamiento atacadas por
la población civil. &taban en la situación de un comité de la
oficina de control de boxeo convocado para indagar ai un
campeón totalmente agotado habla infringido alguna de las
reglas del deporte. Su único deseo era cumplir con su deber
Las acusaciones se basaban en una farragosa coleccién de unos
ochocientos documentos mal redactados, escritos en lengua ex·

(1) Pagct. obra droda. ~. 1.19,


jera cuya lectura. había durado veinte días. ¿Qué hechos.
ían deducir ellos de aquel terrible caos? Los argumentos.
M r. Paget. parecían concluyentes y eran apoyados por el,
,entido común. Pero Mr. Comyns Carr podía subrayar el bedio.
jndudable de que todos los tribunales de juicios de guerra.
británicos y extranjeros, hasta la fecha habían aceptado estas.
CIOS35 sin la menor vacilación. La falta completa de toda prue·
ba admisible que pudiese justificar una condena por un sim-
ple delito menor de robo, habría bastado para facilitar gran·
damente su tarea. Pero ¿pod1a creerse que el lord canciller se,
habría preocupado durante seis meses por un caso que sólo
podía terminar en una completa absolución? Respecto a la.
ley que regía, el tema, lo único cierto parecía ser que las auto·
riclades se contradecían en todos los puntos debatidos.
Para guiarse en los puntos difíciles de Derecho intemacio-. •
aaJ que habrlan de suscitarse durante el juicio, el tribunal
había sido provisto de la ayuda del juez del Tribunal del,
Condado de Surrey que actuaba como abogado general. La
tarea de este funcionario, el juez Collingwood, difícilmente
p,dría haber sido más onerosa. Sin personal auxiliar, tenla.
que manejar unos ochocientos documentos y preparar un resu-
men que cubriese todos los puntos suscitados en las diecisiete·
acwaciones. Todo el mundo está de acuerdo en que llevó a
cabo su tarea admirablemente: no se podían haber manejado.
tlltOS hechos de manera más ecuánime.
Pero rara vez, o quizá nunca, surgen en los tribunales pe-
b Condados cuesuones de Derecho internacicnal, porque -~·1
jurisdicción se limita a disputas de menor, cuantía, que no.
pueden rebasar las cíen libras esterlinas. El i.uez Collingwood..
1IO habla hecho ningún estudio especial de Derecho interna-.
cional. Además en el Tribunal del Condado de Surrey, los.
litigantes que no estuvieran satisfechos con sus sentencias por
IUJlt'Ura de contrato, o por otras acciones, tales como las rela-
'livas · a las leyes de arrendamiento, etc., e11 las cuales ten ía,
aran experiencia, teman derecho a 3.f?Clar al Tribunal Supre-
o. Pero en este juicio .de guerra de Hamburgo; el manto de-
F. J. P. VEA!.&

Ia infalibilidad que se habla atribuido el tribunal de Nurem-


berg, fué echado sobre los hombros del juea Collingwood. Con-
tra sus decísiones relativas al Derecho internacional, el acu-
sado no tenla recurso.
Basta con decir que el juez Collingwood rechazó todas las
afirmaciones importantes de la defensa. Aconsejó al tribunal
que, ni órdenes superiores, ni leyes de Estado, constituían
répln a las acusaciones, y que el acusado era responsable
puesto que tenla el pleno ejercicio del poder ejecutivo dentro
del área de su mando, tanto si esta facultád se le había con·
ferido sólo a él, como si era companida con otros. Dictaminó
que el acusado estaba obligado a cumplir con las reglas de la
guerra civilizada, cumpliesen o no con ellas sus enemigos. Este
último dictamen es particularmente notable puesto que el Ma-
nual Militar británico declara exactamente lo contrario, en
la siguiente forma: t<Las reglas del Derecho internacional sólo
se aplican a la guerra entre naciones civilizadas, cuando am-
bos bandos las comprenden y es~n dispuestos a cumplirlas.»
Sin embargo, lo más notable de todo fué el dictamen del
juez Collingwood de que la ejecución de prisioneros como
represalia era ilegal, en cualquier circunstancia. En este pun-
to, el Manual Militar británico es muy explícito. El artícu-
lo 453 establece: «Las represalias entre los beligerantes son
la respuesta a los actos i)eg{timos de guerra coi¡ el -propósito
de obligar al enemigo a cumplir en el futuro con las leyes
de guerra reconocidas. No son un medio de .castigo, ni de ven·
ganza arbitraria, sino una coercíén,» Para eliminar toda posí-
ble duda sobre esta materia, el artículo 454, añade: «Las re-
presalias son una medida extrema, porque en la mayorla de
105 casos hacen sufrir a ,personas inocentes. Sin embargo, en
esto radica su fuerza coercitiva, y son indispensables como
último recurso,»
No es~ claro si el juez Collingwood pensó que los autores
del Manual Militar brítánicc se hablan apartado del Derecho
internacional en esta exposición, o si consideraba que las re·
presalias eran permisibles para los generales británicos, pero
es, en cualquier círcunstancia. para los generales alema-
•· Por último, es cierto que un general británicó que actúa-
IIC estrictamente de acuerdo con las disposiciones del Manual
Militar británico no tendría por qué teiner a un tribunal mi·
litar. No cabe duda de que es igualmente cierto que i;sto re·
resentarla una protección IDUY. eséasa para él, en caso·de que
,e encontrara en el bando de los derrotados y fuese sometido
per sus' captores a un juicio deguerra. En una carta al Times
e,cr:ita inmediatamente después del juicio, el capitán Liddell
Hart, saca la siguiente conclusión : ·
«He estudiado lo suficiente el historial de la manera de
liacer la guerra para darme cuenta de que son pocos los hom-
~ ... que, habiendo tnaildado ejércitos en una lucha enconada,
podrían haber salido adelante, en un examen semejante de
"111 acciones y palabras,' tan bien como salió Manstein. Su con·
dena resulta, un claro ejemplo de burda ignorancia o de gran
hipocresía ( 1 ).»
Algunos podrían ,rensar que esta opinión no reconoce su-
&cientemente las enormes dificultades de la tarea con que se
tenía que enfrentar el tribunal. :tste nada tenla que ver COQ
la decisión de ~cusa,r al mariscal de campo romo criminal de
,perra: esta decisión era de exclusiva responsabilidad del Oo­
lli(rno británico. Nada tenían que ver con la preparación de
diecisiete acusaciones. Dos de tstaJ habían sido aportadas
por el Gobierno comunista polaco, y quince por el Gobierno
~ico. El propósito del juicio debla ser tan obscuro para
~ como para los demás, Se les pedía que considerasen como
probados unos hechos que el fiscal admitía que no podian pro-
J,arse de acuerdo con las reglas reconocidas de la .prueba, En
nos puntos difíciles del Derecho internacional, respecto
los cuales ni siquiera los técnicos est~n dé acuerdo, tueron
lados por el juez del Tribunal de un condado inglés. Con-
didos y desorientados en todo momento, no cabe duda de
hicieron todo lo' que pudieron.

(1) The Tifflu, 11 de pu::ro de 1950.


F. J. P. VEALI

Todo el mundo conoce la historia de cómo, durante la


Guerra de Crimea, un ayudante de campo se dirigió a pope
hacia la Brigada Ligera con la orden de caTgar contra los ca-
ñcnes del enemigo. ce ¿Qué enemigo, señor, y qué canonesj»,
preguntó lord Duncan. «Alli estl el enemigo, milord, y alll
están los cañones», replicó el ayudante de campo, ligeramente
escandalizado por la pregunta, con un airado movimiento de
su mano hacia las posiciones del enemigo. Lord Lucan no qui.
so hacer más preguntas. Su deber era mandar a la División de
Caballería británica en Crimea, pero no el tratar de buscar
sentido a Ias órdenes de su comandante jefe. Estaba claro que
Jo que el comandante jefe querfa era que la Brigada Ligera
cargaae contra los cañones del enemigo. Asl, transmitió la or-
den personalmente al comandante de la brigada, lord Cardi-
gan. Este último estaba igualmente confuso. Sin embargo, su
deber como soldado era cumplir las órdenes: no debla, pues.
tratar de interpretarlas. Se vela obligado a suponer que SUI
superiores sabían lo que estaban haciendo. Sacando su sable,
condujo a su escuadrón en una carga que resultó realizada en
dirección equivocada, bajando un valle que estaba destinado
a hacerse inmortal con el nombre de Valle de la Muerte.
Ni en Balaclava, en 1854, ni en Hamburgo, en 1945, el
deber de un soldado consistla en hacer preguntas cuando red·
bla órdenes. «No tenían que razonar el por qué», particular-
mente cuando se trataba de temas en los cuales los mismos
técnicos se contradedan. El valeroso grupo formado por un
teniente. general, un ge,neral de División, dos generales de Bri-
gada y tres coroneles, metaféricameme hablando, se endereza-
roo sus guerreras, sacaron los sables, exclamaron «j Hurra l u
al unísono, y se condujeron unos a otros al asalto. En ambos
casos en evidente que «alguien» había cometido una equivoca·
ción, pero esto no afecta al simple deber del soldado. En Bala·
clava, el resultado Iué considerado como magnífico, como dis-
ciplina, aunque no como acción militar; en Hamburgo, el re·
sultado puede ser considerado como cualquier COA menos mag-
nilico y, desde luego, no tiene nada que ver con la ley .

-
EJ.. C!UMJ!',N DE NIJRE.MllERG

Las conclusiones del tribunal pueden ser resumidas con


mucha brevedad. En lota) babia diecisiete acusaciones, dos de
fuente polaca y quince ru.sas. El mariscal de campo Von Mans,
tein fué absuelto totalmente de ocho acusaciones, incluidas las
dos acusaciones polacas, que, según dice Mr. Pagct, ueran una
falsificación tan notoria que todos se preguntaban por qué ha·
blan sido presentadas». Se le consideró. responsable en siete
acusaciones después de que se permitió al fiscal, por parte del
tribunal, modificarlas al terminar su ex-posición !a defensa, lo
cual constituye algo muy discutible por lo que a procedimien-
to se refiere. Modificar así las acusaciones puede considerarse
como algo equivalente a la absolución. Sólo en dos acusaciones
de las originales se consideró culpable al mariscal de campo.
Las dos acusaciones, sobre las cuales se Je consideraba cul-
pable, fueron, en primer lugar, que había permitido que los
ptisioneros rusos fueran utilizados para limpiar los campos de
minas: los aliados, después de la guerra, adoptaron la costura-
bre de utilizar a los prisioneros de guetra alemanespara qui·
lar las minas. En segundo lugar, que habla permitido que las
personas civiles rusas fuesen deportadas de su zona para tra:
bajar en Alemania: en la época en la cual el tribunal estaba
ddiberando,sobre esea acusación, todo. el mundo sabia que en
Rusia y en Siberia había decenas de miles de personas civiles
deportadas como trabajadores forzados, no sólo procedentes de
la Alemania oriental, sino también de los Países Bálticos, arro-
llados y anexados por Rusia en 1939, y de Hungrla, Fintan·
clia y Rumania.
La condena del mariscal de campo por la acusación de que
ubla permitido que personas civiles rusas fuesen deportadas
desde su zona para trabajar en Alemania, es particularmente
notable porque, en la época en que se afirmaba que cometió
este delito, los dirigentes aliados estaban formulando y apro-
bando el Plan Morgenthau, que recomendaba, de manera es·
pecífi.ca, «sacar traba jadores forzados fuera de Alemania», 1;i1
F. J. P. VULII

~noepto de reparaciones (1). También hay'que observar que

±
la época en que se celebró el juicio de Voo MaJUtein había
ucha gente que sabia que varios millones de prisioneros de
g erra. estaban detenidos por el Gobierno soviético para que
realizasen trabajos fori:ados en Rusia. Según los cálculos pre-
parados por la sección de iofonnación de h. O.T.A.N. estos
prisioneros incluían a dos millones de alemanes, s70.ooo japo
n~s. 180.000 rumanos, 200.000 húngaros y 6s.5ao italianos.
Según los cálculos de la O.T .A.N. el 40 .por ciento de estos
hombres pueden darse por muertos. El 6o por ciento supervi-
viente continúa todavía en condiciones de trabajadores for.
zados (2).
Si se comparan con la gravedad de las acusaciones crimi-
nales, tal como fueron esbozadas en el discurso de apertura de
Comyn Carr, los delitos de los cuales se consideró culpable al
mariscal de campo pueden ser tachados de triviales. Sin em-
bargo, «este soldado de 62 años de edad, de cabello blanco y
medio <lego», fu~ solemnemente informado de que tenla que
«cumplir dieciocho años -de cárcel a partir del día de la fecha.
El periodo de cuatro años que ya ha pasado bajo custodia, ha
sido tenido en cuentan.
Teniendo en cuenta el tributo rendido .por la defensa a la
cortesía y humanidad del tribunal, es lamentable que la re-
dacción de las frases de la 5e0t~ncia dé una impresión tan la-
mentable. Evidentemente, poco pod!a importarle a un ancia-
no casi inválido que se hubiesen tenido en cuenta o no los cua-
tro años que habla pasado como prisionero de guerra. Supo-
niendo que se tenla' realmente la intención de que cumpliese
su sentencia, sus posibilidades de salir algún d!a libre eran
casi nulas, lo mismo si se le condenaba a dieciocho años que
si se le condenaba a ochenta. La subsiguiente reducción de
dteclecho a goce años causó una impresión igualmente desagra-
dable. Este ostentoso despliegue del deseo de que la duración

{1) Vhx Willam fflnty Clwub«fot1, Ammca's $«""4 C""°" (d.a ocguncla
cnuodl de Amfrka,,), pll¡pl.... y su¡.
(-t) Vá.ac Timu, 7 de julio de ·~1.
U. CJUNEN DE NU'I\ENBERG

de la condena se amoldase de manera exacta al delito, parece


unaIarsa tan clara que cuesta trabajo considerarla con ~-
ciencia. Habrá que dejar' a la,, personas con una mente organi-
zada para la.s matemáticas el cuidarlo de averiguar cuáJ habria
sido la pena adecuada si se hubiese considerado al acusado ,
culpable de las diecisiete acusaciones, teniendo en cuenta que
una condena equivalente a cadena perpetua era, lo correspon-
diente, a sólo dos de esas acusaciones, y de las. menos graves de
todas, acusaciones, además, de la, cuales eran culpables, de
manera notoria, los mismos acusadores. El tribunal no indicó
las razones por las cuales- habla aceptado ciertas acusaciones y,
en cambio, había rechazado otras; si había aceptado los priqci-
pios del Derecho internacional que sé estipulan en el Código
de Justicia Militar británico, o si habla preferido guiarse de
las opiniones sobre Derecho internacional .aceptadas en ~ Tri·
bunal del Condado de Surrey; o a qué acusación consideraba
de más gravedad, o por qué calculo habla llegado a establecer
la pena de dieciocho años. De hecho, no habla relación 'entre
el veredicto y la sentencia.
La opinión más aritatlva es que el Tribunal, al ~rmi11ar
el caso, estaba tan completamente ofuscado por la prueba a
que se había visto sometido que no tuvo en cuenta el hecho
de que el veredicto equivalla a una absolución, y dictó sen·
ten.da de cadena perpetua porque era una alternativa frente
a la pena de muerte, Habiendo decidido no absolver, prob;l.-
blemente pensaron que estaban siendo demasiado blandos. La
desaparición completa'. de todo sentido de la proporción suele
eer un síntoma de la parálisis general de la facultad de ratonar
que resulta de una tensión mental prolongada, ejercida en
cuestiones que no se está acostumbrado a tratar.
Con frecuencia, la política exterior británica ha dejado
perplejos a los extranjeros. Con frecuencia l~ ha parecido ,un
insano compromiso destinado a servir finalidades contrapues-
tas; no pocas veces, ha parecido que no se dirigía a ningún ob-
jetivo de ninguna clase. Pero, la gradual adquisición de .un
Imperio que, en 1919,,habla llegado a incluir más de 11.000.000

F. J. P. VEALZ
.
de milla.a cuadradas, o sea, apreximadamente, la quinta parte
de la superficie de tierra firme del globo, con una población de
mú de ioo millones, o sea 31proximadamente, la cuarta parte
de los habitantes del mundo, pareció dejar sentado que «aun-
que pueda ser una locura, en ella hay método». A.rl surgió la
kyenda de la ~r6da ·J Jbién.
Mr. l>llget expresa la opinión de que el juicio de Manstein
"era u.n juicio político, todo Jo contrario de un-proceso judi-
cial». De hecho, era 110 acto de política del. Gobierno británi-
co, acordado de manera deliberada, según lord J owitt, después
de haber catado preocupado 1>0r ello durante ,ei., meses. Se
auscita, por lo tanto, la cuestión de saber cuál era el objetivo
concrete político a que se pretendla servir. A pesar de las espe-
'CUlaciones ingeni.osas y muy difundi:da.s fuera de la Grao Bre-
talla, esta cuestióQ no ha podido ser resuelta. La -siguiente carta
de un di.atinguido corresponsal polaco cr.preta y explica bien
el completo desvío ,producido en la opinión pública extran-
jera:
«Hasta el óltimo dla del juicio de Marutein, loa objetivos
del Gobierno británico parcelan estar suficientemente claros.
LOI polaoot pedlan la entrega de Manateio para poder ahorcar·
lo por haber tomado parte en nuestra humillante derrota de
1959. Nuestros hermanos- .comunista.a de Rusia pcdlan su en-
trqa para vengar las repetidas derrotas que les habla inftigido.
Vosotroe oe negabais. A nosotros nos parcela bastante natural:
aupoula!DOII que teníais intención de ahorcarlo vosotros mis-
moe, para vengaros de vuestra denota de Dunkerque, Despué.t
de haber esperado cuatro años, sin ninguna raz.ón aparente, de·
cidisteis hacerle comparecer en juicio. Como parecía que vos-
otros no érais capaces de pensar en las acusaciones, nosotros y
los rutoe oe proporcionamos una impresionante li1'ta de car-
gos. Luego cometisteis el absurdo error de permitir que fuese
defendido por un abogado sobre el cual, como súbdito britá-
nico, no teníais ningún poder coercitivo. Contrariamente a los
principioa fundamentales de un juicio de guerra, permitisteis
a este ahogado, no só.lo que defendiese a Manstein, sino que
EL CIUMJ\N DE NUllEMBERO

atacase incluso la conducta de los vencedores durante la guerra.


»Rápidamenfe comprendimos lo queparecía ser una expli-
cacióp evidente de todo 'esto:) tratabais de usar el juicio como
,rota de propaganda c<\rit),a' nosotros y contra nuestros aliados
,oviéúcos. Esto lo encontrábamos bastaate natural. Entre vos-
otl'OS y la Unión Soviética existla 'ya una situación que equi-
nlía a un estado de gueo-a: deseabais ganaros el favor de la
opinión pública alemana mediante una triunfal reivindicación
de Mansteín ­a costa nuestra, con el fin de conseguir el· sumí·
nistro de Kononjutter (carne de cañón) cuando cojnenzasen
las hostilidades. -Pero, lo cierto es que Je absolvisteis de todas
las acuseciones graves y Juego le impusisteis una pena, 1)?f
una serie de d~itOS menores, que habría sido grave si hubie-
1ei1 coneíderado que era culpable de todo IÓ que se le acusaba.
No encontramos la explicación de esto. Habéis permitido a los
defensores de Manstein que ataquen a la Uníón Soviética:
habéis insultado al pueblo alemán, enviando a la cárcel a su
gran jefe militar de la guerra; habéis escandalizado a la opí-
.nién más ilustrada de todo el mundo; habéis ,permitido que
ae demuestre por xqedio de un acto judicial que todas' las acu-
aciones contra Manstein carecían de base, y luego le. conde·
'náis por algunas de ellas y le mandáis a prisión para toda la vida.
Os habéis tomado muy grandes molestias y habéis pagado mu·
cho dinero para no agradar a nadie y molestar a todos. Esto
carece de sentido.»
Desde luego no se le puede encontrar el sentido al juicio
de Manstein a base de los hechos tal como son presentados por
el autor, de la carta. Acepta como evidente, por si misma, la
afirmación de Mr. Paget de que 'el juicio era «polüico, lo con·
trario de un proceso judicial», y luego busca en vano un pro-
pósito .político al cual pudiera servir el proceso. Pero esto se
debe a que no tiene en cuenta dos de los hechos más impor-
tante, del caso, concretamente, las obligaciones recíprocas que
hab(an contraído los vencedores de 1945 ,de cambiarse a los
prisioneros acosados de crímenes de 'gllerra, y Ja indignada
oposición que se suscitó en los círculos militares británicos ante
'
'F. J. P. V&AU

la perspectiva de que un distinguido soldado europeo fuc,e


entregado a su, cnemigoa comuoiltas para ser juzgado, de
acuerdo con la antigua costumbre de la guerra primaria, En el
Ejército británico, por lo menos, han sobrevivido las tradicio-
nes de la guerra civilizada.
La verdadera lucha en tomo al destino de Marutein tuvo.
lugar entre bastidores, antct de que empezara su juicio, De
un lado estaban sus oponentes militares de 194.0, tanto más
decídidos, a caua de su denota en aquella fecha, a reivindicar
las tradiciones de la guerra civil europea. Del otro lado esta·
ban los polírkos, temerosos de dar al Krernlin un motivo réc-
nico para quejarse. La lucha tcnnioó con un compromiso típi-
camente británico. Se decidió que un tribunal militar empren-
diese la fantástica rarea de decidir si ciertos supuestos actos
cometidos durante una feroz guerra primaria eran reprenaí-
bles, si se los juzgaba por el patrón de la guerra civilizada.
Las criticas del extranjero deben tener en cuenta que este
compromiso irracional lograba finalmente el doble propósito
propuesto: se mantenlan las tradiciones británicas de la gue-
rra civilizada y Von Manstein eta salvado de ser asesinado por
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CAPÍTULO IX

REFLEXIONES SOBRE LOS JtJICIOS OE GUERRA


EN SU PE~PECTIVA HISTóRICA

La primera edición de este libro, publicada en Inglaterra


en julio de 1948, terminaba con un llamamiento para que,
romo pr,imer paso en el camino de vuelta a los métodos civili-
zados; un tribunal tmparcial de juristas de 'Países neutrales
en la última guerra, tales como Suiza, Suecia, España, Portu-
pi y la Argendna, volviese a examinar las pruebas aducidas
en los diversos juicios de guerra y emitiese su dictamen sobre
l~ veredictos pronunciados.
Conviene tecortlar que no se trata sólo de una c;µes~ión de
cómo se puede hacer justicia a ciertos individuos que preten-
den que han sido injustamente condenados por unos tribuna·
les que no tenían jurisdicción para juzgar sus casos. Se trata
también de hacer .justicia a cierto numero de personas emi-
nentes, respetadas y bienintencionadas .que, según se dice, pen·
saron erróneamente que tenían jusisdíccién para actuar, y juz-
garon y condenaron a cierto número de personas inocentes.
11.sas personas tienen 'derecho a que sea refutada la afirmación
de que, aun con reconocida buena intención, cometieron erro-
tes increíbles. Esas 'Personas no se opondrían a que sus deci-
~nes fuesen objeto de una investigación: en la 'mayorí!I de
los SÍ$temas judiciales, las condenas por delitos graves suelen
k seguidas, casi automáticamente, de apelaciones. Aunque qui·
tá resulte más frecuente el caso de que estas apelaciones sean
infundada$, . cuando se discute un veredicto, tanto por infrac-

F. J. P. VEALE

ción de ley como por el enjuiciamiento de los hechos, la cues,


tión no puede resolverse más que oyendo de nuevo las razo­
nes de 'unos y otros, ante un tribunal de apelacién, ¿ Por qué
no se ha de proceder asl con los discutidos veredictos de los
juicios de guerra? Un tribunal de apelación de juristas neu-
trales podría acabar para siempre con las criticas tan difun-
didas: seguramente serla un alivio para los miembros del tri-
bunal que condenó, por ejemplo, al almirante Raeder, saber
que, después de todo, hablan decidido acertadamente. T am-
bién es posible que este tribunal internacional de apelación
considerase oportuno condenar sólo al régimen nazi ; en este
caso, esta condena disiparía de :Una vez toda la simpatía que,
posiblemente injustificada, han producido estos juicios de
guerra, en favor de los vencidos. El dejar los hechos sentados
en forsna indiscutible ante un tribunal de juristas neutrales
· podría servir, incluso ahora, para impedir que ae idealice a
Adolfo Hitler como el último campeón de la grandeza euro-
pea, leyenda que, de lo contrario, habrá de surgir inevitable.
mente durante los tiempos de humillación política y de difi-
cultades económicas que aguardan a Europa. Por otra parte,
si este tribunal neutral de apelación disiente de las senten-
cias dictadas por los tribunales de juicios de guerra, aunque
con retraso, se hará justicia, por· lo menos a aquellas víctimas
cuyas vidas han sido preservadas y que ahora están sufriendo
encarcelamiento.
En la época en que se hizo esta sugestión, hablan ocurrido
varias cosas que permitían considerar posible que esta snges-
tión fuese tenida en cuenta. En particular, los Gobiernos ame-
ricano y británico acababan de enviar notas enérgicamente
redactadas al Gobierno búlgaro para protestar contra la injus-
ticia manifie.sta del-juicio de Nikola Petrov, el jefe agrario an-
ticomunista ~ue había sido condenado a muerte por un tribu-
nal compuesto exclusivamente de comunistas, por la acusación
de actividades anticomunistas que presentaba contra él el 'Go­
bierno comunista búlgaro. A menos que estas notas, de pro-
testa fuesen consideradas como meros gestos carentes de sen·
EL CRIMEN DE NUR.EMllERC 331
, parecían equivaler a repudiar en forma solemne, por par-
te de las autoridades de Wáshington y de Londres, el principio
de que la parte acusadora está capacitada para juzgar un caso,
o sea el principio sobre el cual se basan todos los juicios de
guerra. Además, los gritos que se alzaron después de haber
"do condenado a muerte el mariscal de campo Kesselring en
110 juicio en el cual sus captores desempeñaron los dos papeles
de fiscal y de juez, sugería que habla tenido ya lugar la vuelta
a una manera normal de ver las cosas. Parecía probable que, al
cabo de 1)000 tiempo, toda la cosecha de crímenes de guerra
fuese desestimada en general, oomo consecuencia natural, y
por lo tanto perdonable, de la parálisis mental y moral que es
el inevitable producto de una guerra enconada,_ llevada a cabo
-.u las condiciones de hoy día.
Desgraciadamente estos slnmmas alentadores di' rápida
, ..elta a la normalidad, han resultado engañosos. Ahora está
claro que no hay la má., remota esperanza de que ninguno de
loe útados victoriosos, en ninguna circunstancia. acceda a so-
meter las acciones de sus tribunales de juicios de guerra a la
,investigación de un tribunal neutral imparcial. Por lo que se
ere al Gobierno británico, los tribunales militares ingleses
y el fflliximo tribunal en el cual figuraban como miembros el
juez Lawrence 1' el juez Mr. Birkeu, tienen que ser considera-
dos como infalibles, por lo menos en la medida en que su
mf:aJibilidad nunca podrá ser discutida, ni mucho menos com-
probada. Contrariamente a las esperanzas optimistas, los jui-
. de guerra no fueron cesando a medida que terminaban
procesos de Nuremberg: por el contrario, continuaron sin
'la menor traba hasta que se agotó el suministro de victimas.
11 princ.ipio de que el acusador es persona adecuada para juz-
pr sw propias- acusaciones ya no. era sostenido ni defendido,
seguía funcionando. La extraordinaria tozudez con que
Gobierno británico persistió en someter al mariscal de
po Von Manstein a un tardío juicio de guerra, acabó de
· inar finalmente la creencia de que las pasiones de guerra
ataban aplacando rápidamente.
F. J, P. VMLE •

Lo únioo que cabe esperar es que los Estados victoriasos


de Europa occidental vayan siguiendo, uno a uno, y de mane-
n general, el ejemplo dado en 1950 por el Gobierno ameri-
cano, al poner en libertad a aquellas victimas de los juicios de
guerra cuyas condenas no podían ser defendidas, sin repudiar,
sin .embargo, los principios ni los procedimientos de los jui-
cios de guerra que condenaron a esos hembree, Así, en enero
de •9!P, Alfred Krupp, el jefe de las famosas tl.bricas de ar-
mamentos, fué puesto en libertad por las autoridades america-
nas después de haber cumplido dos de una sentencia de doce
años de cárcel, impuesta por tener «conocimiento culpable»
de que el Gobierno alemán estaba utilizando trabajadores es-
clavos. Poco antes había sido puesto en libertad el barón Emst
von Wcizsaeck.er, embajador alemán en el Vaticano desde 1943
basta 1945, sentenciado 'a ~iete años de cárcel por ,,un crimen
contra la humanidad» en el cual se alegaba que debla conocer
o debería haber conocido que estaban teniendo lugar críme-
nes, aunque no se ,sugirió qee tuviese poder para impedir los
mismos, aun cuando hubiese estado en posesión de semejante
conocimiento.
Desgraciadamente ry, se puede p1:et.ender que este acto
tardío de justicia por parte de los Estados Unidos haya susci-
tado \111 generoso espíritu de emulación entre sua aliados y
uociados. Por el contrario, fué lamentado oomo un acto de
mal gusto que creaba un precedente que nadie deseaba seguir,
pero que resultaba dificil de ignorar. Sólo sir Hartley Shaw-
croos, el fiscal general británico, tuvo la suficiente impruden-
c.ia de dar expresión a este resentimiento. En un largo -y. rim-
bombante discurso pronunciado en Londres el 18 de marzo
de 1951, sir Hartley declaró que vela con preocupación , ual-
quier acto que pudiese tender a minar la «respansabilidad
criminal inoividualu, y dijo que el verdadero objetivo perse·
guido al poner en libertad a esoe prisioneros, no era Temediar
una. grave injusticia' que se les hubiera hecho, sino ganai;. el
favor del públíoo alemán ahora que los Estadoe Unidos de-
llC1lhan urgentemente lograr la cooperación alemana y el apo-
EL CRIMEN DE NUREMBER"(;

armado en la futura lucha contra la Unión Soviética. 1<Re-


ta muy inquietante - declaré sir Hartlcy Shawcross - que
unas personas, bien por una errónea idea de la conveniencia
úca, o por el. falso concepto de que estas sentencias mo
n más que una mera venganza de los vencedores sobre los
'dos, traten, como cuestión política, de emprender una
ociclrn que mine la validez de lo que se hito».
Por este ex abrupto, sir Hartley recibió una 'repulsa con-
ih,,en1~ y bien merecida del alto comisario americano, místen
J. McCloy. «Mis decisiones - declaró Mr. MtCloy - es-
ieron tan alejadas de cualquier influencia de conveniencia "
tica, como lo estuvieron las del fiscal en el primer caso.»
Sir Hanley Shawcross, hay que recordarlo, fué el fiscal jefe
· nico en los juicios de guerra de Nuremberg y, por con-
iente, nadie mejor que él conocía lo «libres» que habían
do los juicios de guerra de toda influencia de conveniencia
tica, Su extremada susceptibilidad 'puede ser comparada
la del juez Lawrence que, como $C recordará, se dolió de
comentario, de palabras muy comedidas, relativo a la pre-
cia en el estrado de Nuremberg de jueces comunistas que
Jll"ll:aba,n crímenes contra la 'humanidad, como un insulto per-
I contra él.
Este discurso de sir Hartl'ey Shawcross, el 28 de marro de
51, expresaba una suposición muy extendida que merece
examinada con cierto detalle. En Nuremberg, afirmó sir
ey, ciertos grandes principios fueron establecidos por pri-
a vez. Estos principios, suponía él, hablan conferido incal-
:alab'l'Cs beneficios a la humanidad. Por lo tanto, argüía que
principios no debían, en modo alguno, ser minados por
mera conveniencia política, ·
Hay que admitir que en Nuremberg se establecieron cier-
prlncipios. Unos principios nuevos y asombroscs. Pero, para
resulten importantes. los princlpios rcqu ieren no sólo el
establecidos. Tienen que ser 'adoptados' por alguien, y lo
es más, tienen que ser puestos en práctica. .
Ciertamente, esos principios no habían sido puestos en
SS4 F. J. P. VEAU

práctica antes de que fuesen establecidos en Nurcmberg: anre,


de 1945 sólo existieron en el sentido de que el tribunal les con.
firió efecto retrospectivo.
Se ha desarrollado graduakoeme la creencia popular de
que estos principios fueron establecidos como consecuencia del
hecho de que el tribunal observó con qué justicia y humanidad
se estaban comportando los vencedores de la guerra que aca-
baba de terminar. Y pensó que serla rnuy satisfactorio para
todo el mundo, en el futuro, que 5C Je, indujese a comportarse
lo mismo en circunstancias similares. Nada estaba más leja.
de la verdad. Estós principios no hablan sido, en modo alguno,
puenos en .práctica por nadie en la época en que fueron solem-
nemente establecidos, Lejos de constituir el amanecer de una
nueva época de Ilustración y de humanidad en 1945, nunca,
desde los dJas de la Guerra de los Treinta Años, como habría
dicho Tbomas Hobbes, habla sido la vida en Europa tan «u­
querosa, tan brutal, ni tan cona». Antes de salir para Nurem-
berg, los miembros del tribunal se hablan encontrado ya for-
mulados para ellos, en la Carta de la cual pretendían que se
derivaba toda su autoridad, todos los 1)rincipios que mas tar-
de hablan de establecer. No hay ningún indicio de que se per-
mitiesen el ser influ!dos en modo alguno por lo que estaba
ocurriendo en aquellos mementos. Por el contrario, parece que
se aislaron deliberadamente de todas las informaciones rel?,ti-
vas a lo que estaba ocurriendo en el mundo en tomo a ellos.
y merced a un notable- esfuerzo de voluntad, apartaron de su
mente todo lo que hablan oído sobre la guerra y sobré los acon-
tecimientos que condujeron a ella.
Nunca, hasta entonces, un tribunal jurídico había profe·
sado una ignorancia jurídica ~ completa. As(, todo el mun-
do sabia, excepto el juez Lawrence y sus doctos colegas, que
la Gran Bretaña, después de una larga deliberación. había co-
metido en 1940 un acto de guerra contra Noruega, unos días
ames de que empezase la invasión alemana de ese país. Sin
embargo, el tribunal insistió en juzgar esta cuestión a base de
EL CRIMEN DE NUllEMBERG

pas pruebas estrictamente limitadas por las cuales se preeen-


dla demostrar que el almirante. Raeder habla planeado y diri-
gido la invasión alemana. Habiendo rechazado o suprimido
todo conocimiento de las circunstancias, la pequeña colección
de .hechos aceptada como prueba era inoportuna ante la supo·
,ición de que la idea de invadir Noruega sólo habla existido
en la mente malvada del almirante ,Raeder, con el resultado
ele que fué alegremente condenado a cadena perpetu:¡_.
Desde luego, es difícil comprender, cuando se estudia la tris·
ie historia de tos procesos de N uremberg y los términos del
juicio finalmente emitido con tan enorme solemnidad, que por
eodas partes a su alrededor en .aquel mismo -momento estaban
teniendo lugar unos hechos de un horror y de una brutalidad
tin precedentes, y en una escala exagerada. Mientras el tribu·
aal se dedicaba ~lizmenr.e a definir y a imponer castigo por
los crímenes alemanes contra la humanidad, la totalidad de las
pob~ciones de Prusia Oricnta.J, Pomerania, Silesia y los Sude-
la eran reunidas en interminables rebaños de hombres, muje-
ffl y niños a lo largo de·las carreteras que conducían hacia
Alemania, despojándolos de 'todo lo que poseían. Se calcula
que unos doe millones de ellos fueron asesinados por polacos y '
checos, perecieron de frío o fueron exterminados por el ham-
bre y las enfermedades. La experiencia siguiente, que se repi·
ti6 decenas de miles de veces y en algunas ocasiones en. condi-
clones aún más duras, y que afectó a ·unos quince millones de
personas en. conjunto, fué aún más horrible y cruel que lot ,
bombardeos de Dresden, Hiroshima y Nagasaki, o que la ex-
terminación de 1,os judíos por Hitler. Un hecho es cierto: más
lle un millón de alemanes fueron asesinados por rusos, pola-
ooe. checos y húngaros durante el proceso de expulsión.
«El SQ de octubre de 1945 nos ~omunicaron los polacos
DUf4tra evacuación de Prusia Oriental El 1 o de noviembre
empezó la expulsión de centenares de personas; este número
le aumentó luego a.varios millares. Entre el tañido de las cam-
panas de las iglesias abandonamos nuestro país a las siete de
:F. J. P. VEAU

la mañana. Pero ya antes, a las seis, estaban encima de nosotros


jóvenes polacos armados con porras de goma que nos grita-
ban: «¡Fuera,'•fucral»
"Entonces empero un viaje que no puede ser descrito. Nos
robaron antes de que saliésemos de Maldeuten. Se llevaron
nuestra comida y yo perdí mi abrigo'; tuve que viajar durante
semanas, en vagones abiertos de los dedicados al transporte de
carbón, sin llevar más que una chaqueta fina de verano. A
veces teníamos que ir en los techos de los vagones. Hacia tanto
frío, que una persona congelada se cayó del tren mientras
do11111.ía. ~n el. trayecto de~e Prusia Oriental hasta Stargard
(Pomerarua) hubo 65 fallecimientos, Los coches quedaban aba-
rrotados de cadáveres. Junto a nosotros yada un anciano y
nadie se pteocupaba de él; el tren no llevaba empleados. La
primera comida que nos dieron fué en Sangerhausen y en
Freudenstadr, en Turingia.
»En Danzig, el trer¡ estuvo parado durante tres días: tam-
poco temamos nada que comer. En Stargard, un transporte
ruso se quedó atravesado en la vla cargado con mercancías
para la Unión Soviética. Por la noche, los rusos iban a nuestro
tren para robarnos lo último que nos quedaba. Disponían de
todo el tiempo que quedan y llevaron a cabo una gran tarea.
Existla una dísposioíón contra el saqueo y alguien nos aconsejó
que pidiésemos socorro a gritos cuando viniesen los rusos.
Cuando de nuevo repitieron la visita al día siguiente hubo un
tremendo clamor de centenares de gargantas. M ucbos rusos se
retiraron asustados, pero algunos se pusieron furiosos y empe·
zaron a disparar sus armas contra los vagones.
11Al cabo de tres días nos dijeron que el maquinista pola-
co se habla marchado, abandonando la locomotora. Si alguien
quería seguir adelante, que lo hiciese a pie. En la estación
central, un tren nos 1Jev6 a Scheune, cerca de Stettin, donde
encontramos un campo de refugiados que ya estaba abarrotado
con miles de personas. Nos apretujamos unos contra otros para
resguardarnos del helado viento invernal. N-0 habla refugio ni
Et. CRIMEN DE NUIU:MB.ERG 337
.cobijo de ninguna clase. Ya no nos quedaba nada en abso-
luto (1 ).l>
Mientras el tribunal se ocupaba debidamente de dar cum-
plimiento a las instrucciones contenidas en la Carta para cas-
úgar los casos de 1,pcrsecución poi: motivos polírieós», por toda
Alemania, los nacionalsocialistas estaban siendo encarcelados,
multado.s y se les impedía ganarse la vida, por decisión de unos
tribunales establecidos por sus enemigos políticos. Las viudas
de Los nacionalsocialistas eran castigadas de manera similar y
a sus hijos se les imponían trabas tales COI!lO el prohibirles el
acceso a la educación, superior. El tribunal, tal. como disponía
la Carta, consideró el empleo de trabajadores forzados como
un crimen y le castigaba con mucha energía, pero no parecía
cla;se cuenta de que los prisioneros de guerr~ alemanes, que
aumaban varios millones, seguían siendo usados como trabaja·
dores forzados. El tribunal escuchaba con incansable paciencia
las descripciones de las condiciones que habían existido en Bel-
,cn, pe'.o .no se preocupaban del hecho, conocido de todo el
mundo, de que entre el Telón de Acero y el Círculo Polar Ár·
tioo existían varios campos de concentración similares, en los
cuales las condiciones eran tan malas o peores que en los cam-
JI06 alemanes. Hechos que no podían decirse, tales como esos,
eran excluidos rigurosamente del mundo de ensueños en el
que el tribunal de Nuremberg había decidido vivir.
En verdad serla fácil justificar la importancia que algunos
pretenden arrlbnir a los principios de .huananidad y justicia
.establecidos por el tribunal, si se· pudiese demostrar que el
establecimiento de esos principios habla conducido a la clau­
'11ra de, un campo de concentración, si había sido motivo de
que un país dejase de usar como trabajadores forzados a sus
prisioneros de guerra, o si hubiesen salvado a .los habitantes
de alguna ciudad o aldea de Alemania oriental de la expulsión
de IUS hogares, sin dejarles un sólo céntimo. Si hubiese podido
(1) Rodg<;r N. Baldwin, Jol>n Dewey, John Hayn,. Holma, Th, Lan4 of tht
-.i
- l!H7, P'P, ., y., ..
(d\l pal, de loo "'"""""), Nuc.. York; Oxni!A! c;ontn las <l<pllhiones a,
P. J. P. V&,\U

ecntirse semejante efecto por todas partes, serla posible conser-


var la esperanza de que. roo el tiempo, esos principios podr(ao
ejercer una influencia dominante sobre las relaciones interna-
cionales. Pero es un hecho innegable que lo que hicieron el
juez Lawrence y el tribunal que presidía con tanta dignidad, no
tuvo la menor influencia, en los acontecimientos que se desarro-
llaban entonces, para fomentar un proceder más humano.
Para compensar este hecho lamentable que no puede ser
negado, ¿se.puede encontrar alguna prueba de que los osten-
sibles principios establecidos en Nurcmberg van adquiriendo
gradualmente influencia? El estallido de la Guerra de Corea,
en 1950, nos debe servir, por lo menos, de respuesta a esta pre·
guata. Desde el momento en que empezaron las hostilidades,
la opinión de todo el mundo fué unánime en afirmar que 1a
Guerra de Corea 'era una guerra de agresión. Cuando se con-
denó específicamente en Nurembe,:g a Alemania por embar-
cane en una guerra de agresión como «el supremo crimen in·
tcrnacional, que sólo difiere de los otros crímenes de guerra
en que contiene en sí mismo todos los males acumulados del
conjunto», se proclamó que esta condena ejercerla una enor-
me influencia restrictiva sobre todos los Gobiernos que en el
futuro pudieran sentir la tentación de embarcarse en una gue-
rra. Se aseguraba que el conocimiento de que los soldados se
negarían ;. luchar, a menos que se les diese una prueba con·
cluyente de que no iban a participar en un crimen internacio-
nal supremo, retraerla a los gobernantes de lanzarse a una gue-
rra, salvo por una causa manifiestamente justa.
No se ha cumplido esta predicción hecha tan confiadamen-
te en 1945. Por lo que a la Gran Bretaña se refiere. los, miern-
bros de las fuerzas armadas parece que no han tenido la menor
wcilación en participar en la Guerra de Corca; parece que
nadie se ha interesado ni se ha preocupado por estas cuestio-
nes. Lo más seguro es que nadie haya rebuscado en el fondo
de su corazón para saber si la Guerra de Corea era una guerra
de agresién de los Estados Unidos, opinión unánimemente sus-
tentada en aquella parte del mundo que domina la Unión So-
EL CRI.MEN DE NUREMBERG 339
viéúca; o si la guerra de Corea era una guerra de agresión de
(;bina, puesta por delante por la Unión Soviética, que es la opi-
Jli9n unánime que se sustenta en aquella parte del mundo que
dominan los Estados, Unidos. En resumen, en Inglaterra, la
Guerra de Corea en 1950, fué aceptada por el hombre de la
c:alle precisamente con el mismo espíritu con que sus antepasa-
do8 aceptaron la Guerra de Crimea, en 1854. Sigue inconrno-
vible el antiguo convencimiento de que, en una disputa con ex-
tranjeroi;, el propio país de uno debe tener razón, con la única
calificación determinada por la esperanza de que la victoria se
produzca rápidamente y que no cueste mucho dinero.
No cabe duda de que es muy deplorable que los trabajos
de un organismo tao solemne como el Tribunal Militar In-
lffllacional sean tratados 'como si tuviesen tan poca importan·
cia. Sin embargo, la explicación es obvia. Como admitió sir
Hartley Shawcross en su, discurso antes citado: «El poner en
práctica el Derecho Penal de Guerra corresponde invariable-
mente a la potencia veaoedora.» Si, por Jo tanto, un Estado se
preocupa de que ninguno de sus enemigos tenga oportunidad
de adoptar el papel de potencia víctoríosa, las leyes penales de
guerra no tendrán para él existencia práctica. Las cuestiones
aberractas de lo justo y lo injusto no tienen, por consiguiente,
mú influencia de la que tenían en tiempos de la Guerra de
Crimea, sino, en realidad, mucha menos. La distinción, entre
justo y lo injusto sólo podrá surgir después de una rendición
incondicional que, según se sostiene, confiere automáticamen-
&e a loa vencedores el derecho a juzgar su propia causa, decidir
,que hao tenido razén desde el primer momento y que los ven·
cilios son criminales de guerra. Por lo tanto, los procesos de
Nuremberg sólo pueden ofrecer Úoa lección a los combatientes
Corea o a -los combatientes de cualquier guerra futura. Esta
'ón no puede ser más sencilla ni más clara: hay que tener
eeguridad de ganar, sea como sea, o por lo menos, tener l.¡,
;tq¡uridad de no perder, y entonces no pasa nada.
Al principio de la Guerra de Corea, se produjo la misma
lituaciéo que ha ocupado un lugar tan destacado en varios
F. J. F. VEALE

juicios de guerra recientes, la situación que varios generale,


alemanes experimentados y capacea :parece que afrontaron de
una manera 'tan culpable. Bandas de guerrilleros comunistas
se infiltraron a través de las líneas americanas y se dedicaban
a preparar emboscadas a los convoyes, destruir las comunicacio-
nes, atacar unidades aisladas y cometer toda clase de sabota-
jes. Los tribunales de juicios de guerra que condenaron al ,ma.
riscal de campo Kesselring y al mariscal de campo Von Mans-
tein, hablan establecido qué es lo que un comandante no debe
/a4cer cuando sus operaciones se ven entorpecidas y sus hom-
bres asesínados por personas civiles, pero omitieron indicar
qué es lo qu', debe hacer en esas circunstancias especiales. Pa-
rece, por lo tanto, que a los comandantes americanos en Corea
ae les habíil ofrecido una oportunidad de poner remedio a di-
cha omisión, de1DOSt11µ1do en qué forma los métodos de guerra
han llegado a serdominados pc>t las conclusiones a que llegaron
loe tribunales de juicios de guerra,
Hay que confesar que el resultado parece desalentador. No
ea perceptible ninguna diferencia particular entre las medi-
das adoptadas por las autoridades de ·las Naciones Unidas en
Corea en 1950 y fechas posteriores, y las que hablan'sido adop-
tadas por el mari.scal Suchet para hacer frente a las guerrillas
eapafiola.s en Aragén, nada menos que en 1810. Las personas
civiles encontradas en posesión de armas, eran fusiladas suma·
riamente ; las per$0na., civiles sospechosas de ayudar a las ban-
das de guerrilleros, eran expulsadas de sus aldeas e interna-
das, siendo luego incendiadas las· casas abandonadas .para impe-
dir que fuesen utilizadas como escondrijo por los guerrilleros,
y en loa domicilios -cíviles donde se suponía que se ocultaban
componentes de las guerrillas fueron arrojadas bombas incen-
d.iarias. Parece que se concedió a los comandanees locales la
más amplia libertad para que hiciesen todo lo que considerasen
necesario para proteger las vidas de ~us hombres. Se ha ~legado
que las represalias por los desmanes cometidos eran eonsíde-
radas por la., autoridades con el mismo espíritu indulgente
que Jas represalias del terror irlandés de 19.10. ·
EL CJU1tilN DE NUR.EMBEl!G

.Pero la guerra que estalló en Corea en 1950, proporcionó

l:
una demostración aún más definitiva de la escasa influencia
tenían los principios establecidos pOI: el Acuerdo de Lon-
de 1945 sobre la manera de hacer la guerra. Según esos
prjncipios, interpretados y aplicados en -el juicio de guerra del
general Yamashita en Manila, en 1945, en el juicio de guerra
del mariscal de campo Kessclring en Venecia, en 1947, y en el
juicio de guerra del mariscal de campo Von Manstein en Ham-
burgo, en '1949, el comandante jefe de un ejército -es personal·
mente responsable si cualquiera de los hombres que se encuen-
ttan bajo su mando resulta. culpable. de transgresiones de las
~eglas de la guerra, comete atrocidades o tiene · un comporta,
miento delictivo grave o en cualquiera otra forma. Esta res-
ponsabilidad es absoluta. Siempre que los delitos sean eometi-
dos por hombres, aunque sólo sea nominalmente bajo su man·
do, carece de importancia que el comandante tenga o no cono·
cimiento de lo que está ocurriendo o que disponga o no de
medios para impedirlo. Como se describió anteriormente, el
scneral Yamashita fué ahorcado porque fueron cometidas atro-
cidades por unidades con las cuales había dejado de tener toda
clase de contacto y eobre las cuales, desde luego, había perdido
el control, como consecuencia precisamente del é:xito de las
operaciones americanas. Sin embargo, se juzgó que habla co-
~tido el crimen de guerra, acabado de crear, de «no haber.
sido capaz de conservar el controle.
E~tre las fuerzas que luchaban en el bando de las Nacio-
nc:,, Unidas bajo el mando supremo americano en Corea, ha-
bla numerosas unidades compuestas por soldados sudcoreanos,
Naturalmente, a los ojos de esta tropas; sus enemigos norreco-
reanos eran rebeldes armados contra el Gobierno del presiden·
te Syngman Rhee. Como consecuencia de este punto de vista,
fusilaban a sus prisioneros como la cosa más natural de] muo·
do, con excepción de aquellos que tenían la mala fortuna de
aer conservados para que la policía de seguridad los i nterroga-
IC sometiéndolos a tortura. Las personas civiles, en las zonas
IOSpechosas de ser procomnnistas, 'eran detenidas por la policía
F. J. P. VEAL!:

de seguridad, encarceladas en condiciones repugnantes en cam-


pos de concentración, inrerrogadas por medio de la tonura, y re·
ducidas periódicamc;ate en su número por medio de ejecucio-
nes en mua. De va en cuando se han publicado detalles par­
uculares de estas ejecuciones en masa. No se niega que han te·
nido lugar estas ejecuciones en masa. Lo único que se sugiere
es que quiú se haya exagerado la cifra de las victimas. Existe
cierto húmero de casos bien comprobados en los cuales la po·
licia de Syngman Rhee, en lugar de detener a los habitantes
de una aldea sospechosa de si.mpatizar con los comunistas, 'ha
llevado a cabo una ejecución en masa de toda la población so­
bre el terreno. Finalmente, estos horribles actos ocasionaron
una protesta de las autoridades americanas. que dié como re-
sultado unas corteses seguridades recibidas de las autoridades
sud coreanas de que, en el futuro, las ejecuciones de rebeldes
tendrían lugar de una manera IX\CD05 aparatosa.
Desde luego, esta cuestión tiene dos caras. ¿Cabe dudar
razonablemente de que los peores excesos comeridos por los
sudcoreanos contra sus conciudadanos comunistas son parale-
los a los excesos similares de los comunistas nortecoreanos so-
bre 1us cnemigQ$amieomunistas? ¿ No habrá sido difícil para
loo generales americanos el mantener el control sobre un ejér-
cito compuesto de soldados de tantos Estados, que hablan dife-
rentes lenguas y que luchan en medio de un país salvaje y casi
sin carreteras? ¿ No sería el mantenimiento del orden una cues-
tión de la incumbencia exclusiva del Gobierno sudcoreano?
¿Cómo se puede esperar que sean miradas con absoluta desapro-
bación unas medidas que, por lo menos, neven para proteger
las vidas americanas?
No_es posible considerar aquí la cuestión con todo detalle.
A juzgar PQT las informaciones mú rasonables, puede que ~I
comandante jefe americano y sus subordinados no tuviesen
nirguna culpa. Lo que a nosotros nos interesa es que, a juzgar
por el criterio establecido en el juicio de guerra del general
Yamashita, y en el juicio del mariscal de ampo Von P..fanstein,
110 es posible absolver n los comandant~~ americanos en Corea,
de graves crlmenes de guerra. Indiscutiblemente, en muchos
CilSOS,no fueron capaces de controlar a las tropas bajo su man·
do, en particular a los .soldados sudcoreanos y, desde luego.
tampoco fueron capaces .de controlar en modo alguno a la po­
licia de seguridad de Syngman Rhee. Es inútil sostener que
esta última recibía sus órdenes directamente del presidente
Syngman Rhee, Toda Corea del Sur se encontraba bajo la ler
marcial americana. Si el mariscal de campo Von Manstein de·
biera haber sabido que la policía de seguridad alemana había
adoptado métodos draconianos para combatir a las guerrillas
comunitas que operaban detrás de su frente ruso, entonces,
por la misma razón, el comandante en jefe americano deberla
saber que los mismos actos estaban ocurriendo tras el frente
americano en Corea. ·
Ahora.se reconoce generalmente que el más importante de
los principios establecidos en Nuremberg, al cual sir Hartley
pretende conceder una importancia tan suprema, es el princi-
pio de que todo el que dirige una guerra debe ser considerado
personalmente responsable de las fechorías cometidas por sus
colegas y subordinados. Se arguye que la ignorancia no cons-
tituye defensa y que nadie, por muy elevado que se encuentre,
se puede hacer el sordo ante rumores de mala conducta. Se
afirma que, esto habrá de dar como resultado una vigilancia
incesante por parte de aquellos que tienen autoridad y ~ue, a
partir de ahora, se asegurarán de que no se corneta la. más lige-
ra transgresión de las reglas de la guerra civilizada porque, de
cometerse, serla inmediatamente conocida y castigada.
Unas semanas después del discurso antes illleocionado ocu-
rrió un incidente que demostraba la escasa iqiportancia. que,
en la práctica, concedfa el mismo sir. Hartley Shawcross :i este
principio, que es el más importante de .los de Nuremberg. t!na .
tal señora Mónica Felton, socialista de izquierdas' muy a:t<hen-
tc, regresó de una visita a la Unión Soviéeica y Corea del Norte
donde la contaron,' por medio de un intérprete, varias histoeias
de atrocidades que, según decía, hablan sido cometidas Po: hu ·
fuerzas anticomunistas en Corea: Lo mismo que el juet La·
F. J. P. VUl.lt

wrence y el juez Mr. Birkett en Nuremberg, la señora Felton


aceptó conscientemente las prueba, de oídas, como ai tuvieran
«valor probatorio», y, basándose en esta fuente de información,
dió por Radio, en inglés, con indudable buena fe, una selección
de estas binorias desde la emisora de Moscú. A su regreso,
fué expulsada en seguida de su cargo de presidente de la Srve-
nage Development Corporation por el colega de sir Hanley
en el Gabinete, Mr. Hugh Dalton, ministro de Gobierno Lo-
cal. Aunque Mr. Dalton explicó que la expulsión había sido
un castigo por haber abandonado sus deberes y que nada tenla
que ver con su revelación de las atrocidades, fué tan grande el
resentimiento suscitado contra ella por estas histodas que ha·
bfa repetido, que poco después se anuncié, con la debida so-
lemnidad, por parte de sir Frank Soskice, el fiscal general,
otro de los colegas de _sir Hartley, que su CISO habla sido pre-
sentado ante el director de acusaciones públicas, coñ el fin de
que estudiase la posibilidad de procesarla por alta traición.
No nos interesa aquí la consecuencia ilógica qae tuvo esto
unos dlas más tarde: sir Frank Soskice dijo, presentando excu-
w, que le habían informado que no habla prueba, suficientes
para hacer una ac.usación criminal contra la señora Feltoa.
Tampoco nos interesa si las historias de atrocidades radiadas
desde Moscú por ella eran en realidad ciertas o bisas. Lo sig-
ni6cativo del episodio se debe l\ la demostración que nos prq-
porciona la actitud del Gabinete británico, del cual era miem-
bro sir Hartley Shawcross, ante los rumores de desmanes co-
metidos en una campaña en la cual participaban fuerzas britá-
nicas. No se preocupó nadie por si las historias de oídas de la
ICfiora Felton eran ciertas o falsas, o por saber si la responsa·
bilidad indirecta recaía sobre el comandante británico en Co­
rea, de acuerdo con los principios de Nuremberg. Sencilla-
mente la queja contra la señora Felton era que había dicho en
público lo que era deseable c¡ue no se supiera, con transgresión
de su patriótico deber de no dar crédito a ninguna queja que
pudiera oír contra las fuenas anticomunÍ.!itas en Corta, por­
considerarlo como propaganda soviética.
.EL CRIMEN D.E NUR.EMJIE.RG 34!>
Hay que recordar que la acusación contra el mariscal de
campo Voo Mansteio fué que se habla hecho el sordo ante los
rumores que, se decía, tenían que haberle llegado de las fecho-
rías de la policía alemana de seguridad en el territorio ocupado
detrás de su frente, del cual según se reconocía, él no tenía
el completo control.
Todo esto, por lo que se refiere a la pretensión de su Hart·
ley Shawcross de que las victimas superviviérnes de los juicios
de guerra deben continuar en la cárcel para que su liberación
no mine los principios sobre los cuales se llevaron a cabo estos
juicios de guerra. Se sugiere que la conducta en la guerra de
C!Jtea no puede ser considerada como una repudiación oficial
de esos principios. Se ha hecho aún más fantástico que nunca,
por lo tanto, el que los hombres puedan ser detenidos por ru,p·
turas retrospectivas de principios que ahora son desestimados
incluso por los jefes de aquellos Est'ádos que los establecieron.
Sin embargo, hasta que pasaron dieciocho meses, la base
del agitado llamamiento de sir Hartley Shawcross no recibió
una repulsa específica y autorizada. Ocurrió que, en julio de
1952·, se informó que los comunistas chinos estaban estudian-
do el llevar adelante su campaña ¡,ropagandlstica sobre la gue·
rra bacteriológica mediante la iniciación de juicios de crímenes
de guerra «según los principios establecidos por los tribunales
militares de· Nuremberg y de Tokio». Estos juicios, se~o se·
flaló lord Hankey en una carta forzada al Times -el día S t de
julio, seguramente no sólo tratarán de algunos delitos artificio-
sos, tales como «llevar a cabo una guerra de agresión" y «crí-
menes contra la Humanidad», sino también de «nuevas acusa·
cienes y nuevos crímenes fabricados a imitación de los modelos
de Nuremberg y Tokio, con ornamentación oriental, incluyen-
dose actos que no eran delito eh la época en que fueron come-
tidos, as! como nuevas reglas de la prueba, como por ejemplo,
admitir material elaborado por el deán de Canterbury para
demostrar que los americanos habían estado llevando a cabo
la guerra bacteriológica en Corea».
El Vizconde Maugham, antiguo lord canciller de Inglaterra,
P. J. 1'. VEALI!

en una carta dirigida a The Tlme» el t5 de julio, desestimaba


la sugestión de que los comunistas chinos estácían legalmente
justificados para llevar a cabo semejantes juicios, apelando a
la autoridad de Nuremberg. Al mismo tiempo, de paso, dese-
chaba la pretensión antes mencionada de sir Hartley Shaw.
cross de que los principios establecidos en Nuremberg debe-
rían ser preservados a toda costa, en beneficio de la posteridad.
En resumen, declaró que no se podían conservar esos prind-.
píos, porque no existían. En 11 carta antes mencionada y en
otra carta del llll de agosto, el ex lord canciller escribía: t,El
juicio de Nuremberg no fué un verdadero juício con arreglo
a .la ].ey inglesa o al Derecho internacional. sino un juicio mili·
tar especial que se celebró en Alemania con arreglo aun códi-
go especial y con unos jueces de países extranjeros, que obte-
nían sus facultades judiciales en virtud de una Carta de acuer-
do conjunto de los cuatro Estados ocupantes de Alemania des-
pués de su capitulación. La ley establecida por este acuerdo (el
Acuerdo de Londres), resultaba obligatoria para el tribunal y
«la jurisdicción del tribunal derivada de la Carta era indiscu-
tible dentro de la zona ocupada» o sea en Alemania. «Peiro
- concluye el vizconde Maugham -, el tribunal nunca {n'I!·
t.en.díó estabf«ier unos {n'incipics para toda la humanidad.u
A la luz de la autorizada opinión que acabamos de citar.
resulta ahora que sir Hartley Shawcross no sólo se estaba pre·
ocupando indebidamente por la protección de los principios
que uunca se han aplicado en la práctica, sino, incluso, de los
principios que nunca existieron como «principios para toda
la humanidad», y que, de hecho, no eran principios, sino cierto
número de decisiones arbitrarias tomadas por un grupo de po-
tencias ocupantes para su aplicación a cierto territorio ocupa·
do. Al aceptar este punto de vista sobre la cuestión. lord Hart-
ley, en su carta al Tit111:s del 31 de julio, pedía que c·a menos
que pensemos en contemplar una cadena eterna de juicios por
crímenes de guerra, íos aliados tendrán que admitir que la _po­
lltica adoptada en Nuremberg y en Tokio no ha satisfecho las
esperanzas que en ella se hablan depositado». Entre las cinco

EL CIUM:ENl)I> NU~BERC 347
propuestas que hace, figura la de una «amnistía generosa» que
debe ser concedida a todos los que ahora sufren encarcelamien-
to como consecuencia de los juicios por crímenes de guerra.
Quizá puede parecer que se da demasiada importancia a
la liberación de unos pocos hombres condenados a peo~ de
cárcel por crímenes de guerra retrospectivos, En una épc -:a en
que tantos millones de personas han sufrido de una rr.anera
tan terrible romo consecuencia de dos guerras mundiales,
¿como puede tener tanta importancia el destino' corrido por
unos pocos soldados y unos marinos ancianos? En comparación
con la suerte corrida por aquellos que han perdido codo lo
que poselan,"'que han quedado ciegos, mutilados, con su salud
desecha, ¿es una suerte realmente tan terrible que un hombre
viejo como el almirante Raeder, por ejemplo, cuya vida activa
está ya terminada, permanezca bajo custodia los pocos años de
vida que aún le queden?
El aspecto humanitario individual de esta cuestión no es,
sin embargo, el más importante'. El hombre que voluntaria-
mente se hace soldado profesional, tiene que aceptar todos los
riesgos inherentes. El resultar herido o muerto entra dentro
de. los riesgos normales de la vida del soldado. Puede ser en-
viado a luchar contra enemigos bárbaros. A finales del último
siglo, un soldado enviado a luchar contra enemigos como los
derviches sudaneses, los abisinios o los bóxers, tenía que correr
el riesgo de que, en el caso de ser cogido prisionero, pedía ser
mutilado o torturado, Un soldado no es responsable de los
métodos de guerra que pueda adoptar su adversario. Cuando.
en la Primera Guerra Mundial. Erich Raeder zarpó a bordo
del buque insignia Lützow para las rostas de J utlandia, sabía
que corría el riesgo de resultar muerto, herido o ahogado en
la gran batalla que se avecinaba. En la Segunda Guerra Mun-
dial desempeñó los deberes normales de un oficial de Estado
Máyor de la Marina, con -el sorprendente resultado de verse
cumpliendo una condena de cadena perpetua. Esto es, en ver-
dad, un riesgo inesperado que le ha proporcionado una terri-
ble calamidad, pero que algunos pueden pensar que no es peor
'
F. J. P. VEAU

que los otros riesgoll que aceptó alegremente en 191 6, y que


le oondu jeron a que un pedazo de metralla le dejase ciego
por cierto.
Es imperativo que el almirante Raeder ,sea puesto en liber-
tad, no tólo como un acto de justicia hacia él, sino como un
acto de rehabilitación de los responsables de su condena. La
mayor parte de las guerras dan origen a numerosos incidentes
lamentables, en los cuales es mejor perdonar y olvidar: la
guerra que terminó en 1945 dió lugar a un número excepcio-
nal de incidentes de éstos, con sus consecuencias posteriores.
Los incidentes de esta clase pueden ser divididos en rectifica-
bles unos, y otros que oo pueden ser rectificados. Incidentes
como la ejecución en la horca del general Yamashita no pue-
den ser TCctificados.La opinión ims ilustrada de los Estados
Unidos ha llegado ya a lamentar que ocurriese esto. El gene-
ral MacArthur puede tener pocos puntos en comón con Julio
César, pero es posible que sus biógrafos admiradores experi-
menten alguna dificultad al ocuparse de este episodio de su
carrera, lo misno que los biógrafos de Julio César hao tenido
dificultades al tratar del episodio de Vercingctorix, el gran
patriota galo, estrangulado en una mazmorra después de haber
sido llevado prisionero a Roma por César, al final de la Guerra
de las Galias. La opinión generalizada ya, es que la ejecución
en la horca del general Yamashlta es uno de esos incidentes
lamentables que suelen ocurrir cuando las pasiones están in·
Bamadas después de una guerra feroz y el juicio racional está
parcialmente paralizado todavía por la propaganda.
Sin embargo, quedan unos pocos incidentes que, en cierta
medida, pueden ser remediados. Por ejemplo, mientras el al-
mirante Raeder continúe viviendo en su cautiverio, su caso
siempre será de posible enmienda. Mientras continúe en pri-
sión cumpliendo una salvaje sentencia que ahora ya nadie pre-
tende que sea defendible, resulta imposible abandonar la cues-
tión como un deplorable incidente que pertenece al pasado. El
juicio y la condena del almirante Raeder son, ciertamente, he-
chos que ya no se podrán borrar de la Historia, pero su deten-
EL CltIMEN DE NURE14BERC 349
ción en la cárcel es una injusticia continua, pero remediable.
Cuando el rey Sapor de Persia ordenó que se tallase un
bajo relieve en una roca de Penépolis, en el cual se le retra-
taba a él mismo montando a caballo sobre la espalda del un
emperador romano, se calificó a si mismo, sin paliativos, y para
siempre, debárbaro. Los éxitos de los que estaba tan orgulloso
ae ven obscurecidos por el trato que dió al desgraciado empe-
radar Valerio. Es probable que los futuros historiadores, al
tratar de valorar la. época presente, concedan importancia al
hecho de que se publicaron los siguientes páxnfos sin J,>TOVO-
car disgusto público ni vergüenza de ninguna clase:
,... «Al llegar a la prisión de Spandau, desde el aeródromo de
Gaeow, en un camión fuertemente custodiado, el almirante
Raeder, el almirante Doenitz y otros cinco prisioneros. fueron
inmediatamente desnudados, se les hizo bañar, se les pa:.ó reco-
nocimi,ento médico y se les dió un traje de presidiario, ropas
de trabajo de segunda mano, de color grLS, y un gorro. Raeder
y otros dos no conocerán otra ropa durante el resto de sus vi·
das. A cada uno de ellos sólo se le ha permitido llevar consigo
a su celda una fotografía famíliar.» (The Evening Standar¡J., 5
de _julio de 1947.)
»Los británicos, americanos y franceses van a pedir a los
rusos que accedan a transferir a Raeder, Doenitz, HeM, Neu-
rath y los otros tres prisioneros. de la prisión de Spandau,..por·
-que 19$ siete. grandes criminales de guerra están ocupando un
espacio muy necesario en una cárcel eonstruída para encerrar
a 700 personas.
,,Un informe .facilitado ayer en la reunión de los adjuntos
ele la Komandatura dice que a los siete sé les han dado racio-
nes de segunda clase (s.ooo calorías diarias). Los rusos dicen
que no se les deben dar más que raciones de tercera clase ( 1.6o8
calorfa.s d~arias).
11Se dice que los prisioneros han adelgazado entre 1o y 40
libras desde que entraron en la carcel.» (The Daily Mail, tt
de abril. de 1948.)
Como comentario a estof párrafos hay que añadir que, en
350 F. J. P. VE.ALE

noviembre de 1949, los prisioneros fueron visitados por él doc-
tor Gordon Q. Vancil, un oculista americano, que contó lo
que vió o lo que se le permitió ver, o sea, que no había sínto-
ma· específico alguno de malos tratos. Pero, en la cuestión de
la severidad <!el castigo impuesto, el doctor observó ( 1): «Pue-
do expresar lo que pienso en tres palabras: preferiría estar
muerto,»
Durante años, las más severas precauciones impidieron que
los detalles del trato dispensado a las vktimas de los juicios de
guerra de Nuremberg llegasen al mundo exterior, una vez que
se cerraron tras ellos las puertas de la prisión de Spandau. Gomo
consecuencia de esto, se desarrolló la confortable creencia de
que una condena de cárcel impuesta a un prisionero de guerra,
acusado y sentenciado por sus 'captores como criminal de gue-
rra, en la práctica, seria muy distinta de una condena de cár-
cel impuesta a un criminal de verdad sentenciado por un tri-
bunal lega], Los objetivos de un juicio de guerra son esencial-
mente políticos; siempre que pueda evitarse la publicidad,
estos objetivos quedarán bien servidos si la persona condenada,
después de haber entrado ceremoniosameute por las puertas de
la prisión, sale en seguida por la puerta trasera, bajo palabra.
Lo más, según creía la mayoría, el encarcelamiento en estos
casos equivaldría a una meta detención nominal.
Esta general.izada creencia era .apoyada por el argumento
de que como los juicios de guerra de Nuremberg diferfan tan-
to de los juicios normales judiciales, la conveniencia exigía que
se distinguiesen también en el resultado de la imposición de
una pena .algo irreal, más bien aparente. Como hemos visto,
los prisioneros de Nuremberg fueron oficialmente descritos por
los vencedores como «grandes criminales.de guerra», aun antes
de haber hecho la acusación, y a lo largo de todo el proceso.
continuó esta atmósfera provocada de ensueño. Se esperaba.
confiadamente que este aire de irrealidad les acompañarla a sü
lugar de. detención, en Spandau.

!•) TI># Svn"-7 Dis,-UII, '? de noricoobtt de 1949.


.EL ClllMEN DE NUllB)fBERG 3!P
En cierto sentido, lo que la gente esperaba ha resultado
justificado. En verdad, los prisioneros siguen viviendo en un
puro mundo de apariencias. Por otra parte, nunca se les ha
permitido, ni por jm momento, escapar al contacto de las llllás
duras realidades. Revelaciones recientes han confirmado que
en Spandau la bufonería y la brutalidad han seguido mezcla-
das aproximadamente en las mismas proporciones que en Nu-
remberg, Los pr,isioneros confinados en Spandau son : Walter
Funk, antiguo ministro de Hacienda; Albert Sp.eer, antiguo
ministro de Armamentos; Baldur von Schirab, jefe de la Ju-
ventud Nazi; Konstantin von Neurath, antiguo ministro de
Asuntos Exteriores; Rudolf Hess, el tercero en rango entre los
jefes natía; el almirante Karl Doenitz, antiguo- comandante de
la Marina alemana, y el almirante Erich Raeder,
Para impedir a estos siete ancianos caballeros - la mayoría
de ellos pasan de los 70 años; uno está loco, dos se encuentran
inválidos y otro l:stá prácticamente ciego-, que arrollen a su.,
guardianes numerosos y armados hasta los dientes, que agu-
jereen los macizos muros <le la prisién y que saquen ventaja
a sus perseguidores, se ha levantado alrededor de la prisión
una enorme barrera de alambradas de espinos, de tales propor-
ciones que más bien parece proyectada por un persona je de
leyenda. Esta barrera de alambre de espino está electrificada
por una corriente de alta tensión y, durante la noche, es ilu-
minada por poderosos reflectores. Como precaución adicional,
cada pulgada de esta barrera puede ser acribillada en cualquier
momento con una tempestad de proyectiles salidos de nidos
de ametralladoras cuidadosamente emplazados, servidos por .bi·
zarros guerreros. Cada quince minutos durante la noche se
enciende una luz en cada una de las celdas ocupadas por los
Clliete grandes», de tal modo, que los guardianes pueden ·estar
1eguros de que el cautivo a su cargo no se ha deslizado por el
agujero de la cerradura de la puerta de la celda llena de pesa-
dos cerrojos.
Como demostración de-la inconmovible unidad política que
nunc;a existió, las cuatro grandes potencias que llevaron a cabo
'
F. J. 1'. VliLE

los juicios de guerra de Nuremberg, han acordado relevarse en


la cmtodia de los prisioneros, proporcionando cada potencia la
guardia para un mes. Se ha revelado que cuando los america-
nos, los británicos y los franceses están encargados de la guar-
dia, esta costumbre absurda de la frecuente iluminación perió-
dica de las celdas durante la noche es realizada con una lám-
para obscurecida, pero cuando 106 ruJOS tienen la guardia a su
cargo insisten en que los ojos de lc:>,S prisioneros sean deslum-
brados cada cuarto de hora por una luz sin ninguna pantalla.
Durante ese mes, que es uno cada cuatro, en el cual los prisio-
neros se encuentran bajo la custodia soviética, se les propor-
ciona un tormento continuo con duros trato$; en ¡>articular,
las escasas raciones que ordinariamente se les suministran, son
reducidas por los rusos hasta un punto que ni siquiera llega
para- sostener la vida. Sin embargo, antes de que esta reducción
haya tenido tiempo de conducir a la liberación inevitable y
piadosa de la muerte, los prisionero, vuelven a pasar de las
manos de los rusos a las de los otros y se les devuelve la salud
con una ración suficiente. Se dice que cuando están de tumo
los americanos, éstos hacen esfuenos para proporcionarles una
ración parricularmente nutritiva que permita a los prisioneros
eoportar la prueba que están condenados a sufrir regularmente
un mes de cada cuatro.
Sin embargo, en todo momento, los prisioneros son sometí·
dos a una serie idiota de restricciones, privaciones e indigni-
dades. Cada dos meses se permite la entrada de un visitante
para cada uno de los prisioneros. Después de ser cuidadosa·
mente registrado, a este visitante eólo se le permite hablar a
trav6a de una doble reja de tela metálica, durante quince mi·
nutos exactos. Todas las palabras que se pronuncian son to-
madu en taquigrafía con gran cuidado, y no cabe duda de
que luego se analiza bien todo posible rastro de una mala in·
tcnción. La mú ligera referencia a un tema prob.ibido o un
gesto de cualquier clase es castigado con la interrupción ins-
tahtánea de la viaita. El prisionero e, llevado en seguida a su
celda y el visitante expulsado de la prisión. A los prisioneros
.EL CIU~J::N DE NUREMJlERG 353
te les permite escribir cartas siempre que el total mensual no
exceda de , .200 palabras: Parece que el cargo de censor en la
prisión de Spandau Jo ha obtenido una loca inconsciente. Die
Strasse del 15 de octubre de 1950 publicaba una fotocopia de
una carta escrita por el almirante Raeder a su esposa. La mi·
tad aproximada de este mensaje privado había sido borrada
con escrupuloso cuidado por et censbr. Desde que fué conde-
nado, al almirante se le ha privado de toda clase de libros.y
'periódicos. No tiene un conocimiento mayor de. lo que esta
ocurriendo en el mundo exterior que Robinsón Crusoé en su
isla desierta. Sin embargo, sus cartas son rigurosamente cen-
suradas •para mantener la ficción de que es un criminal mons-
truoso que, si no fuese por la vigilancia insomne de sus guar·
dianes, sumiría a la humanidad en la anarquía con algún CO·
mentario sobre la política actual.
Medio muertos de hambre, privados de sueño, con malos
tratos frecuentes, bajo una tiranía absurda, este trato serla in·
cluso difícil de justificar con arreglo a las costumbres de los
países civilizados para un verdadero criminal, convicto de un
verdadero crimen por un verdadero tribunal de ju,stici.;¡. Pero
hay que recordar que este trato está siendo sufrido por un
hombre;, que, ahora se reconoce, es totalmente inocente de
todo lo q1.1e se le ha acusado, incluso para las normas estable·
cidas en Nuremberg. Ningún delito se ha alegado personal·
mente contra el almirante Raeder, y. desde las revelaciones
antes mencionadas de Mr. Churchill en su autorizado libro
The Gathering Storm, ya no puede mantenerse que sea culpa·
b!e 'con carácter retrospectivo de uno de esos delitos fabricados
para los propósitos de los juicios de guerra de Nnrembcrg.
Pero ninguna revelación. por muy aucod.i.~(io que sea, puede
aportar un alivio al almirante Raedcr. H:i cesado de ser un
1er humano y se ha convertido en un símbolo pasivo de una
unidad politica que de hecho nunca ha existido: su suerte e,1·\
fqJi\la por un acuerdo internacional entre nn.1< pa'lc, que,
desde que remaron :,qut 1 ,1t1a, rlo. han. e 1 :i.•o di «» 1,kto
de¡acuerdo sobre toddi le, ·c:-1.1" o-ucbiblc
S54 r. J• P. VEALB

La responsabilidad por esta situación atroz.,sc encuentra


tan difundida entre tantas personas y grupos de personas, que
nadie siente la menor responsabilidad personal. Los abogados
culpan a la hipocresía .de los políticos, los poHtic:os culpan a los
errores de los abogados y los que tienen a su cargo a los pri-
sioneros afirman que ellos no hacen más que cumplir unas ins­
trucciones que no están facultados para alterar o para dar por
terminadas. Todos culpan a las autoridades soviéticas y las
autoridades soviéticas eluden toda culpabilidad basándose en
que los prisioneros, como enemigos activos del comunismo,
ton merecedores de su suerte.
Lo que probablemente llegará a ser oooocido en general
como el episodio de Nuremberg.Spandau habrá de ser estudia·
do a fondo por los historiadores futuros, ya que no se puede
ballar ninguna otra situación o circurutancias en los tiempos
modernos en que se muestre con tanta claridad esa muda úni-
ca de descarada brutalidad y apariencia humorística que quizá
constituya el rasgo mi, característico de nuestra época.
Después de todas las guerras se produce una reacción más
pronto o más tarde. Los acontecimientos dejan de presentarse
con simples contrastes de blanco y negro, o sea, con los negros
crímenes de un bando en contraste con las inmaculadas virtu-
des del otro. Con el tiempo, la importancia de las cuestiones
decrece rápidamente hasta que se ven desproporcionadas com-
parándolas con los sacrificios exigidos. Los hechos que no se
dieron a conocer durante el conflicto, al ser revelados, produ-
cen conclusiones asombrosas y desagradables. Se desarrolla un
hastío general por todo este tema que conduce siempre al ol-
vido, en la seguridad de que hubo faltas por ambos bandos.
En el caso de la guerra que terminó en 1945, el aeostum-
bracio afán que se produce siempre de enterrar el pasado en
el olvido, se vió fortalecido por el gradual reconocimiento del
hecho de que Los pueblos de Europa ya no podían permitirse
el lujo de los antiguos roces> luchas, La tercera parte de Euro·
pa ha sido engullida por Asía y la sombra del Ejé.rcito rojo se
cierne amenazadora sobre lo que todavía queda libre de la do-
EL CRIMEN DE NIJI\EIIB'ERC 355
minación soviética. En un discurso pronunciado en los Comu-
nes el 28 de octubre de 1948 Mr. Winstón Churchill decla-
ró ( 1): «La venganza es, de todas Ias satisfacciones, la más cos-
tosa y la más penosa¡ la persecución retributiva es la más per-
niciosa de todas las políticas. Por lo tanto, nuestra política debe
consistir en pasar la esponja sobre los crímenes y horrores del
pasado y buscar la salvación, ·por el bien de todos, en el futuro.
No podrá haber resurgimiento de Europa sin la ayuda activa
y leal de Alemania» ·
Esta advertencia, que ha repetido desde entonces frecuente-
mente, muestra que el mismo míster Cburchill no está inmune
a lo que él ha llamado «el proceso de la conversión tardía a lo
evidente». Son pocos, desde luego, los que se interesan por la
justicia en abstracto, pero resulta evidente que la justicia en
si ha quedado ligada a la autoconservación. Desde la invasión
mogólica, hace 700 años, las naciones de Europa no se hablan
enfrentado con la posibilidad de una conquista asiática. Por
muy desagradable que .esto sea, está claro que la' única espe-
ranza radica en que sean capaces de lograr el apoyo de la na-
ción europea que, hasta 194.s inclu~ive, era la única que recha-
zaba el ro<ferío de Asía hasta el Volga..
Incluso en Francia se va reconociendo la necesidad de con-
seguir el apoyo voluntario y la cooperación de Alemania. No
se niega la gravedad de la situación. E;1 opinión de los técnicos
militares, el' Ejército rojo podrfa alcanzar los puertos del canal
4r. la Mancha y los Pirineos eh tres semanas, o tal vez menos. Se
reconoce que Londres podría ser reducido a cenizas mediante
un bombardeo desde Caláis con proyectiles dirigidos del tipo
utilizado por los alemanes en la última fase de la pasada gue-
rra, un tipo de arma que recientemente ha sido objeto de gran,
des perfeccionamientos en Rusia. Míster Churchill ha expresa·

(1) t.cx jurifl.H de 1ockls lo, plisa. ct1:ln de uucrdo CQ. qu~ \Jna amoj~tia gr·
n.-al que ('Omprcnda d olvido & todoi! 10$ htc:hos p~d(l$ y que h;aga con tod°'"- tl.Jos
••bulo raso. a una pa.rtelnt~nte de 1oda ~us.ión ~ una paz, \'a en ti91·
lmmanuel Kani en su R~,huleh.-e (!(()oc-trina del Dc:r«b-0")· d«.1aró que un.a am-
nQ{:(a a1j Jipd:i ILl (()fn()fplo mismo de la p:u·: -,l~·s ,111'1 '1rm Fri~·d('mchtu.h. rlN·
.fmnt#I, vr·,t,«t1dth 1d, li('gt ~,1011im 8q;ri/Jt dCSIC/lJt:11.,• .
1
F. J. I'. \'E~Lt:'

do varias veces la opinión de que si no fuera por el hecho de


que los Estados Unidos eran los únicos que poselan la bomba
atómica, Europa habría sido arrollada ya por el Ejército rojo.
La expresión de esta opinión es significativa porque, en
verdad, el orador no lo habría dicho si no se hubiese sentido
obligado a hacerlo. Mlster Churohill tiene derecho a la fama
por el supuesto de que salvó a su país de una ocupación alema-
na después de la caída de Francia en 1941co (1). Pero fué una ca·
sualidad afortunada que los americanos lograsen descubrir los
secretos de la desintegración del átomo ya en 1944. En 1940,
míster Churchill no podía haber previsto que los esfuerzos para
fabricar la bomba atómica darlan fnito tan rápidamente, ni tan
siquiera que hablan de conseguirse. Sólo con que la tarea de
vencer unas dificultades técnicas tan enormes hubiese requeri-
do un poco más de tiempo. parece que e,1 desafio de míster
Churchill a Hitler en 1940 no habría servicio, a pesar de su
éxito, m.u que para que I nglaterra corriese una suerte aún
peor, unos años más tarde. La ocupación por parte del Ejército
rojo en una tercera guerra mundial serla una prueba incom-
parablemente más terrible que la ocupación por parte de la
lf'w:hrmacht, ocupación que, en realidad, nunca quiso llevar a
cabo Hitler. En resumen, parece ahora que la Gran Bretaña es-
capó a las más terribles consecuencias del tenaz desafío de mis.
ter Churchill a Hitler en 1940, por un golpe de suerte aíortu-
nado.
Como resultado de la reacción acostumbrada que sigue a una
guerra, juntamerue, en este caso, con una conversión tardía '\1
hecho evidente de que la unidad europea había llegado a ser

( 1) J)t, 1.a, d.._. L1<I01u,:o dd uph,ln I ldddl llan (.UO 1<1\ ~cncrat-c, a~ntJ
d ·P4H, clt" b ,auc.-r-n. ~ ~¡ucndt rl.,111n1,c,n1c, que. ur-:pu~ del mbp•o tic f'nncii
, ,ir la ce1trad1 dd Lucrpt, f.,rpcdidona.riu ln1t;6nl1<~ de Puro¡,:a. la tonqul1:t1 )' ta
o,«•t•lu\,n d,· l:a Gran 81~Lli\a 1\fJ 1n,1,1a-mn r.ntt" d~ 1Q,i ¡1l1tnl'°' Je Uit.ltr. Vt»c-
1 ·c'tk-11 1 bn úrnn•t• t:,.,u-,al, Tclt-, (l'I H, M:t"'! l(t gmrnlt" a.1"11211~). N'ucva
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El. CR!~U:~ DE ;,(UllOIBERC
ll57
una necesidad imperiosa, fué creciendo y adquiriendo vigor en
Europa y en los .Estados Unidos la opinión de que serla mejor
cuanto, antes se olvidase el desgraciado pasado. Pero los que
10$lÍenen esta opinión no son consecuentes, por las consecuen-
cías de los juicios de guerra que siguieron a la rendición incoo·
dicional, No sólo resulta inútil hablar de unidad europea cuan-
do la mitad de la europa occidental está montando guardia so-
bre la otra mitad, sino que es absurdo esperar que los alerna-
nes desplieguen un espíritu como el que hace tan poco tiempo
los llevó hasta el Volga, mientras algunos de sus jefes más res·
petados se encuentren detenidos en la cárcel, vestidos como pre-
sidiarios, porque se alega que no fueron capaces de atenerse a
un código con el cual ningún general británico, americano ni
.francés piensa cumplir. Las protestas de buena voluntad se ca·
Ilan por miedo a parecer hipócritas,
Subconscíememente, algunos pueden considerar que es la·
mentable que, en contra de la antigua costumbre, hombres tales
como el .almirante Raeder, el mariscal de campo Kesselring y
el mariscal de campo Von Manstein no fuesen incluidos en la
matanza general que propuso Stalin en Teherán. Cuando lady
Macbeth indicó a su marido que «un poco de agua nos lim-
piará de esta acción», no cabe duda de que no pensaba sólo en
el poder físico del agua para quitar las manchas de sangre, sino·
t.ambién en la potencia mística atribuida por la cristiandad al
agua, en forma de lágruxw, para lavar la culpa, incluso, de los
almenes más abominables. Con el rey Duncán durmiendo
tranquilo en su tumba después de la fiebre espasmódica de la
vida, podla sentir una razonable confianza en que todo se ol-
vidarla y se perdonarla rápidamente. No se le podía exigir que
devolviese la vida al muerto. Pero su -siruacién hubiera sido
mucho menos sencilla si hubiese cometido la torpeza de dejar
al pobre Duncán languideciendo en alguna mazmorra, junto
al foso del castillo de Dunsinane, Incluso el padre confesor más
benévolo se habría visto obligado a sugerir que su cambio de
inimo fuese puesto de manifiesto no sólo con lágrimas sino
con la libe.ración de la víctima ..
F. J. P. VEALE

De paso. hay que señalar de qué manera más notable el
drama de Mocbeth retrata un aspecto de la tendencia reciente
de los acontecimientos. De hecho, según nos aseguran alegre-
mente los hombres de ciencia, quedarán muy pocos tes'ti.monios
escritos después de la próxima guerra realizada con armas ató-
micas, y si, en esos díe s, se salvase entre algún montón de es-
combros algún ejemplar de esa obra teatral, entre sodas las de
Shakespeare, no seria improbable que los críticos dijesen que
era una sátira de la década de.1936 a 1946. La obra comienza
cuando- Macbeth llega, a lo que, al menos en, opinión de su
mujer, era una espléndida decisión, c1l.As cosas que empiaan
mal se tA'l1I hocümdo ~espor si mÍJTfW11, resume claramente
el proceso mediante el cual «los medios máa incivilizados <11'
guerra que ha conocido el mundo desde las devastaciones mo-
gélicas», (citan1~ otra vez al capitán Liddell Hart) culminaron
por esta vez en el holocausto de Dresdea, «¿Por qué hemos de
temer q,u: lo sepan si nadie tiene poder para demandámos(_o?,,,
es la réplica corriente de codos los tribunales por juicios de gue-
rra a la objeción de que carecen de jurisdiccién legal «Nada en
su vida le result6 tan beneficioso como el abandonarla,,, des·
cribe en una frase la muerte de Hermano Coering. «Una his-
toria contada por un idiota, llena de ruidos y furias, que nada
significa.,, nos pinta el futuro inmediato en el cual, según nos
aseguran los profetas, la humanidad se dividirá en dos grupos
que se cambiarán, con inconmovible espíritu de sacrificio y con
asombroso conocimiento científico y habilidad, oleadas de pro-
yectiles supersónicos dirigidos, con un radio de acción de miles
de !lll illas, cargados de explosivos atómicos y de mortCferas bac-
terias. .
El deseo de escapar de esta pesadilla, es universal. El pri-
mer obstáculo que hay que vencer es la pretensión de justicia de
ese puñado de individuos que escaparon con vida a las pruebas
constituidas por el juicio, ante un tribunal por crímenes de
guerra. Desde luego, la solución ideal serla una investigación
de estas sentencias realizadas por un tribunal de apelación com-
puesto por juristas de países neutrales en la última guerra,
EL CRIMEN D!l NUllENBERO !59
nombrado por las Naciones Uni das. &ta es la úa ica solución
que haría justicia no sólo a los que han sido condenados. sino
también a los que los condenaron. La suposición de que seme-
jante investigación habla de conducir, evidentemente, a la in-
validación de aquellas sentencias, no es muy halagüeña para
los tribunales que las dictaron. Pero por lo menos siemprere-
sultaría concebible que este tribunal internacional de juristas
neutrales pudiese, por ejemplo, confirmar la condena del almi-
rante Raeder. Incluso podría, teóricamente, considerar su su-
puesto delito, como aún más grave de lo que lo habla estimado
el tribunal de Nurcmbcrg. Desde luego, en ese caso: la senten-
cia a cadena perpetua difícilmente podría ser incrementada,
pero el tribunal podría. quizás,' hacer ostensible ese sentido de
mayor gravedad del delito disponiendo que el almirante Raedc:r
debe ser maltratado con más frecuencia y que se le den ropa,
de tercera mano aún más destrozadas que las que se le dieron.
Sin embargo, está claro que no hay la menor. esperanza de
que se adopte esta solución. No resulta di!ícil calcular la vio-
lencia de la oposición que suscitaría. Ya hemos visto cómo
consideraba el juez Lawrence un comentario, de palabras muy
comedidas, sobre la inconveniencia de que la Rusia soviética
estuviese representada en el estrado de los jueces en un juicio
por almenes contra la humanidad, «como un insulto personal,
conrra el juez míster Birkett y contra mis colegas soviéticos».
La liberación por parte de las autoridades americanas de varias
víctimas de los juicios de guerra cuyas condenas eran particular-
mente contrarias a la justicia y al sentido común, hiro caer a sir'
Hartley Sbawcross en un estado de depresión nerviosa ante el
temor de que ciertos grandes principios establecidos en los jui-
cios de guerra corrieran el peligro d'e verse aunados.
La única solución que se presenta <lomo alternativa es que
aquellos países en los cuales el deseo de volver a las prácticas
civilizadas resulte más fuerte, concedan una amoistla general
a aquellas víctimas de los.juicios de guerra que ~ encuentren
bajo su custodia. Los países menos civilizados podrán seguir

F. J. P. \'EAU:

gradualmente el ejemplo que se les da, e ir a.su vez poniendo


en libertad a sus prisioneros.
La caída del imperio romano Iué seguida del período co-
nocido por la Edad Obscura, «un verdadero período glacial del
espíritu», según lo describe Dean lnge. La destrucción de la
unidad de la civilización católica europea por la Reforma con-
dujo a un período de guerras religiosas q11c, por un momento,
parecía que iban a llevar a una segunda Edad Obscura. Sin em-
bargo, cuando menos se esperaba, empezó a alborear la Edad
de la ~n. En 1914 empezó una tercera tendencia que se
apartaba de lo que puede considerarse como el curso normal
del progreso humano. Hubo unos pocos síntomas preliminares
que hadan prever el desenlace, pero, una vez en la pendiente,
la calda Iué vertiginosa. ¿Estará este movimiento en sus fases
iniciales, o habrá alanzado ya su punto máximo? Los poderes
de desiruccién de la humanidad se han incrementado enorme,
mente , Si el espíritu que redujo Dresden a un montón de
ruinas en 1945 se generalizare durante algún tiempo, quedaría
desde luego muy poco por destruir. El viaje de vuelta, por el
camino a través del cual ha progresado 'la humanidad nana
1914, habrá de ser largo. Tenemos poco tiempo y las dificulta-
des aumentan a diario. Por lo tanto, e, aconsejable empezar
cuanto antes.



­

CAPÍTULO X

LA GUERRA OR\VELLIANA

El tema de cómo ha de ser la guerra futura · no puede ser


desestimado con el consuelo apuntado frecuentemente de que
Jo que parece que va a suceder con toda seguridad, rara vez
suele ocurrir. La cuestión que hay que decidir ya no es la de
si es probable que continúen estallando guerras de vez en cuan-
do en nna u otra parte del mundo, como sucedía en el pasado,
o si no es más probable que pronto baya síntomas de que em-
pieza a alborear una época de paz universal. Durante los treinta
años que han pasado desde que los confeccionadores de la paz
se preocuparon en Versalles de buscar el mejor método para
abolir la guerra para siempre de nuestro planeta, ha venido
cambiando la naturaleza esencial de la misma, con consecuen-
cías que pueden resultar de gran trascendencia. Se han hecho
posibles, e incluso probable s. acontecimientos que habrlan re·
sultado inconcebibles en 1919. ·
En 1919, el novelista inglés George Orwell publicó su nove·
la Ninetern Eighty-four «Mil novecientos ochenta y ona-
tro») (1), una anticipación, brillantemente elaborada, de los
acontecimientos que, en su opinión, eran de esperar durante
la última mitad del-siglo xx. El cuadro del futuro que presenta
Orwell no se parece ni al de los optimistas, que prevén un
mundo de contento y paz universales, ni al de los pesimistas
que predicen un mundo despoblado y devastado por las bom-

(1) Nueva Yoit; fhn:ourl, Brace. 19,¡9.•


F. J, P. VEALJt

bas atómicas y otros horrores semejantes. Basando sus opiniones


en los acontecimientos que ya hablan tenido lugar, Orwell re-
chaza la opinión popular de que, finalmente, la guerra habrá
de desaparecer, como una reliquia bárbara. Por el contrario,
cree que muy pronto la guerra constituirá un rasgo esencial de
la sociedad humana y un instrumento permanente de la políti-
ca. Pero será una guerra totalmente diferente de la guerra de la
primera mitad del siglo XX. No habrá matanzas en masa de com-
batientes, como en el Somme en 1916, ni bombardeos en masa
de personas civiles, corno en Dresden en 1945. La guerra futura
será continua. Desde luego se llevará a cabo con un fin, con un
fin que no puede ser servido con la victoria, No habrá o, en
todo caso, habrá muy pocos combates de verdad, pero, de vez
en cuando, el entusiasmo de las masas, siempre a merced de la
propaganda psicológica, se caldeará a grados inverosímiles con
las noticias de grandes vicrorias, o se estimulan su afán indus-
tria.l con el temor producido con las noticias de grandes derro-
tas. Se mantendrá una perpetua economía de guerra.
Antes de examinar con detalle la sociedad descrita por Or-
well en «Mil novecientos ochenta- y cuatro¡,, es necesario echar
una breve ojeada a los cambi05 experimeneadosen la naturaleza
de la guerra hasta hoy día, ¿ Hasta qué punto se apoyan estas
especulaciones en hecho.,?
Hay que subrayar una vez uw que la vuelta a las eostum-
bres primitivas que se ha experimentado durante las últimas
décadas no se ha limitado únicamente a la liquidación de los
prisioneros capturados en la guerra. La readopción de la cos-
tumbre de matar a los prisioneros después de una parodia de
juicio o después de un juicio de guerra, o de utilizarlos como
trabajadores forzados, no es uw
que una parte destacada de
una tendencia general. Probablemente es más trascendental
en sus ccasecuencias el hecho de que la técnica del gobierno
se va haciendo cada vez más dependiente de la guerra : las cau-
sas económicas de las guerras hao recuperado su máxima im-
portancia, pero dentro de un marco nuevo.
Hasta hace muy poco, los Estados iban a la guerra por una

.E.L CIU'l(EN DE N'UIUWBEllO

gran variedad de motivos. Uno de estos motivos más comunes


ha sido siempre la esperanza de ganar ventajas económicas a
expensas del rival. Pero no se ha considerado que al recurrir
a la guerra no se consigue. wr si mismo, ninguna ventaja eco-
nómica general, puesto que, inevitablemente, entraña un de-
rroche de gastos y una desviación del comercio. La adopción de
la economfa de guerra era considerada romo una medida
desagradable, pero que no se podía evitar, y que necesariamente
debe contribuir al csfucno bélico. Ahora, sin embargo, hay ra-
zones para sostener que está ocurriendo lo contrario. Los gober-
nantes se ven someúdos a la tentación de embarcarse en una
guerra con el fin de tener un pretexto para adoptar una eoono-
m/a de guerra por razones tanto políticas como económicas.
La cuestión de saber si los problemas de hoy se irán resol·
viendo gradualmente de forma que pueda iniciarse una época
de paz universal, es muy probable que quede influida por el
, .escubrimiento de que, en las condiciones modernas, un pue-
blo en guerra -un pueblo que se considere-a si mismo en esta·
do de guerra- es un pueblo fácil de gobernar. La psicologla de
guerra facilita la conservación de la., posiciones polüicas.
Este descubrimiento parece que está cambiando todo el
carácter esencial de la guerra. La distinción entre la guerra
y la paz se va borrando gradualmente. Ya ha llegado a resultar
dificil el decir 5i ciertos Estad0$ se encuentran en paz o en
guerra entre sí. Por una parte, sus fuerzas armadas no han en·
erado en conflicto. Por otra parte, han adoptado una economla
de guerra; todos sus recursos son movilizados para resistir a
un ataque, y no se hace ningún secreto de la identidad -del
enemigo cuyo ataque se te.rv,e. Por el contrario, este «enemigo»
es denunciado y desenmascarado continuamente. En .relacién
con este tema, el profesor Jobn U. Nef, por lo general tan co-
medido, se ve obligado a observar ( 1); ccAntes de 1939, los re·
presentantes de las naciones empezaron a hablarse unos a otros,

(1) John O. Nd, W• .,.., ffu.,.. Pro,rus (d.& guerra 7 d


-). C.mbridge, · Hunrd Univoni,7 Pr .. , 1g~1, p,g. 39••
p..,.,..., bu=·
F. J. P. VEAI.E

durante un período de paz nominal, con unas palabras y con un


tono que los estadistas occidentales difícilmente habrían sido
capaces de emplear ni siquiera en tiempos de guerra».
Si la paz y. la guerra están destinadas a no llegar a distin-
guirse demro de poco, entonces dejará también de existir el pro-
blema de cómo puede abolirse la guerra, tal como se lo plan-
teaban los confeccionadores de la paz de Versalles, en :919. Por
lo tanto, es necesario que pasemos revista brevemente a la evo-
lución que nos ha llevado a tan notables consecuencias.
En los tiempos más remotos, el factor económico era el
único que producía la guerra. Como hemos visto, resulta lo
más probable que las primeras guerras tuviesen lugar en el pa-
sado remoto cuando un cambio climático obligaba a los habi-
tantes de cierta zona a emigrar. En los tiempos prehistóricos,
. Europa experimentó una sucesién de períodos glaciales separa-
dos por otros interglaciales, durante los cuales el clima alter-
naba entre semitropic:al, templado, húmedo y árido. Inevita-
blemente, el advenimiento de un periodo glacial producía una
IUO!Sión de guerras en minlatura, al verse obligados a marchar
hacia el sur en busca de nuevos campos de caza los grupos emi-
grantes de cazadores que vivían en las tierras amenazadas por
el avance de los hielos, Esto empujaban hacia otras tierras a
los que ocupaban los nuevas tierras conquistadas, y éstos, a su
vez a otras, cuya cadena iba adquiriendo cada vez mayores pro-
porciones. li:n los tiempos históricos, la desecación gradual de
ionas amplias y populosas del Asia central produjo periódicas
emigraciones e invasiones de los países vecinos. En los tiempos
más remotos, la guerra era una simple lucha por la superviven-
cia : los combatientes se velan obligados a luchar por las cír-
cunstancias económicas en que se encontraban.
Con el •e5tablecimicnto de comunidades sedentarias depen-
dientes de la agricultura, la necesidad económica dejó de ser
la causa ún¡ca de la guerra. Los Estados-ciudades de los valles
del. Nilo y de) tufrates se lanzaron % unas guerras periódicas,
unos contra otros, y rara vez por necesidad, sino por una gran
variedad de motivos y causas. Exactamente igual que en Euro-
EL CRIMEN DE NUREMBERG

pa en los siglos xvm y xrx, las guerras en la antigua Caldea es-


tallaban muy a menudo por razones tales como una disputa
relanva a la posesióJ\ de una franja de tierra codiciada, la-rup-
tura de algún tratcdo o acuerdo, el acceso a las materias pri:mbs,
el deseo de venganza o la ambición de algún gobernante capa·
citado para dominar a sus vecinos. Como en las guerras civiles
de Europa. cinco mil años más tarde, los objetivos de la guerra
parece que eran limitados y las penas impuestas por la derrota,
meramente pecuniarias (1). Por las mismas razones que luego
hablan de mover a los europeos, los vencedores de esas guerras
civiles rara vez sacaban algún beneficio duradero de sus victo·
rías, pues la perturbación de la vida económica de la eomuni-
dad compensaba con creces el botín que se hubiera podido
coger. No cabe duda de que el deseo del pillaje estaba siempre
presente en la mente de los que tomaban parte activa en las hos-
tilidades, pero et deseo del pillaje rara vez, o nunca, era el mo-
tivo reconocido de semejantes guerras civiles. En resumen, la
guerra en Caldea, tres mil años antes de que naciera Jesucristo,
era similar, en la inayorla de sus detalles esenciales, a la guerra
de Europa en los siglos x.v111 y xrx. La única distinción ímpor-
'tante que merece ser citada es que, mientras Europa estaba libre
del peligro de la guerra primaria, después de que el Imperio
turco hubo dejado de ser una amenaza durante la última parte
de] siglo xvn, Caldea seguía siempre sujeta a las invasiones de·
vastadoras de las tribus bárbaras de las montañas de Persía o de
los nómadas de Arabia.
En términos generales, durante cinco mil años, los motivos
de la guerra secundaria han seguido siendo los mismos. Rara

(1) C. H. W. Jafln•. tn ,u lfn.citnt B~l,ylottio (-.La 1.n1igu• Ba.biloniu), C'..1m·


bridlc Unl"t"ity Pl'a~ a-91!, ~be: •ti obJcdvotld ~etrao ,-mccdor tta pre-
1tl\U,in11l(10 ~. tctrh9rift y <"Obrar un ttlbulo al con.qui1u1do. ~u:s c.on<1uist31 no
IOUan dlLnr mucho y dab.in tomq resultado una dttta 1t1pm:nada.. A pc:A.t de ltll
tu,ul"ión • otNi ciud~. la cll\dld .-.omctid11 ,qura .!iitndo autónoma ! Mlo U!uía
q,ul' p.ag¡¡r un 1rlh11to de." ga.n:lc.lo, ttiitQ y ouos artkultn. uq cupo de ho,m!Jto pJu·~
lfQdar en tas obras,l\blirn y ti t>bligadón l)c: 1io cro¡,rmdtr una ,iuc:rra poi'!
eut.1t1a pn)pil. ConliCn"ab¡ "lK pmpiL, lc1n " rohnba impUCitO'i y II lbulrK ~ ,h,i
P•t1p1os d1Lda:dafl(d.i•
F, J, P. VEAU:

vez puede decirse que la necesidad económica, que es algo dis-


tinto del deseo de obtener una ventaja, haya existido. Cierta-
mente, en algunas ocasiones, los gobernantes adoptaron la téc-
nica sugerida más tarde por las palabras que Shakespeare pone
en boca de Enrique IV, cuando aconseja a su hijo «que tenga
las mentes distraídas con disputas con el extranjero», Así, uno
de los motivos que indujeron a Luis •Napoleón a unirse a la
Gran Bretaña en la Guerra de Crimea Iué, probablemente, el
deseo de distraer la atención de sus nuevos súbditos apartándo-
la de los métodos por los cuales acababa de hacerse emperador.
Desde el punto de vista francés, por lo tanto, la Guerra de Cri-
mea puede ser considerada como una medida de polídca inte-
rior cuyos propósitos podrían haber sido bien servidos igual-
mente con una alianza con Rusia y en contra de Inglaterra. Pero
los ejemplos de guerras que pueden ser consideradas como m~·
didas parciales de política interior han sido muy raros: en la
historia moderna, hasta 1918, es muy difícil encontrar un ejem·
plo de un Estado obligado a ir a la guerra como consecuencia
de su propia situación económica interna.
Durante cinco mil años, la guerra entre los Estados civiliza·
dos fué considerada .sólo como un método por el cual un Estado
pod{a lograr un objetivo de su política citerior que de otra
forma no podría alcanzarse. Desde luego, se suponía general·
mente que, como resultado final del logro de este objeuvo, ha-
bría un beneficio económico, pero nadie discutía el hecho de
que las consecuencias inmediatas de la guerra tienen que ser
perjudiciales para la economía nacional. El mismo Clausewitz,
cuando definió la guerra romo una extensión de la polltica por
la fuerza, indicaba que la guerra era el último recurso cuando
la diplomacia habla llegado a un punto muerto. En relación
con su efecto invariable sobre la economía interna de la nación,
el archiduque Carlos, contemporáneo de Clausewitz, describe
la guerra como «el mayor mal que puede experimentar un ü.
tado».
Hasta que e$talló la guerra de 1914, los efectos desastrosos
de fa guerra se reducían al mlnimo con la adopción del prin-
EL C.RIIIEN DE NU~.ltRG

cipio expresado por la consigna de míster Asquith «los nego-


cios siguen como siempre». Peto en la Guerra Civil Europea
número 8a, pronto se puso de manifiesto que la victoria sólo
se podía lograr si toda la población estaba imbuida de una
ciega determinación de ganar, ~alquiera que fuese el costo.
Para hacer frente a esta necesidad, se 'expandió la ciencia de la
propaganda psicológica o emocional. Pronto se lograron resul-
tados asombrosos. Se descubrió que, mediante-la aplicación de
una técnica cuidadosamente preparada, se podía hacer lo que
se quisiera con el hombre de la calle, manteniéndole durante
largos periodos -de tiempo en un estado de frenesí emotivo que
paralizaba sus facultades de razonamiento y hada que, para él~
Y.ª no fuese distinguible lo blanco de lo negro.
La Cuerra Civil Europea núm. 8a, conocida también con
el nombre de «La Guerra para terminar con la Guerra», acabó
el I t de áovíembre de 1918. Oficialmente ese día quedó abolí·
da para siempre la guerra en este planeta, al menos por lo que
se refiere a Europa occidental y América. Pero la guerra con·
tinuó en Rusia, donde el poder había sido capturado por ui;ia
minoría comunista pequeña y bien disciplinada. En los prime·
ros años de su existencia, la Unión Soviética tuvo que luchar
desesperadamente para sobrevivir a los ataques de sus enemigos
del interior y del exterior. Ya existía una economla de guerra.
Del depuesto régimen zarista, Lenin y sus colegas heredaron
un· departamento de propaganda que trabajaba ~ toda presión
en la tarea de convencer a los trabajadores y campesinos TUSO$
de que, de todas formas, obtendrían grandes beneficios si se
ofrecían alegremente para que los matasen los ejércitos del Kái-
ser, en interés del zar, de la santa Rusia y de los nada santos
aliados de· la santa Rusia.
Los comunistas· rusos no hicieron más que adaptar esta má-
quina de propaganda para usarla contra sus enemigos, los rusos
blancos, y contra los amos extranjeros suyos. Al cabo de tres
, años quedó, por fin, derrotado el último intento de derribar
al régimen soviético por lá fuerza de las armas, y con el trans-
curso del tiempo fué red uciéndose basta desaparecer por com-
368 F, J. F. \'EAU:

plero el peligro de una contrarrevolución zarista. Pero, para


entonces, la economía de guerra se había convertido ya en una
característica esencial del sistema político soviético. Este siste-
ma había evolucionado no sólo para resistir conjuras e invasio-
nes, sino para vencer una anarquía económica y financiera. Se,
habla hecho el descubrimiento de que las masas trabajan con
entusiasmo infatigable y soportan m¡¡s alegremente las condi-
ciones más duras y las mayores privaciones siempre que sigan
imaginando que están participando en un esfuerzo de guerra.
Fué costumbre en Rusia el presentar las medidas para comba·
tir el hambre y para incrementar la producción industrial como
parte de una campaña general realizada contra Denikin Kol-,
chak y otros enemigos del pueblo ruso. Cuando estos enemigos
dejaron de existir, la estabilidad del régimen dependía de que
su puesto fuese ocupado por nuevos enemigos. La fuerza mo-
triz del sistema económico soviético fué el entusiasmo popular
engendrado por los propagandistas psicológicos mediante el
mantenimiento de las emociones de odio y temor sobre un ene·
migo. La admisión de i:¡ue no existía ningún enemigo habría
entrañado la reconstrucción del sistema, con un cambio tan
fundamental que equivaldría a su destrucción. Fuera de Rusia
se supone generalmente que las depuraciones periódicas y las
parodias de juicios, que se han convertido en un rasgo tan <la·
racterísrioo de la vida política soviética, están destinadas úni-
camente a liquidar la oposición política y a silenciar las críticas ..
Sin embargo, su propósito esencial es proporcionar pruebas a
las masas de que tienen un enemigo contra el cual hay que lá-
· char sin cesar en una guerra que exige una labor industriosa
infatigable y una obediencia i ncoodicional a las órdenes.
La economía de guerra basada en la supuesta existencia de
un enemigo nacional, se ha convertido, pues, en una caracte-
rfstica esencial del sistema de gobierno, no por elección delibe-
rada, sino cómo evolución natural de las condiciones que exis-
tían en la época en que se fundó el régimen soviético.
Cuando el Ul Reich íué establecido en Alemania, en 1933.
fué adoptada tilla economía de guerra como necesidad evidente.
EL CRJlo(l:N DE NURµ,llll!RG
.
El objetivo primario de Hitler era librar a Alemania de las ca-
denas del Tratado de Vcrsalles. Lo primero que había que
hacer era tener en cuenta la hostilidad mundial. Según señaló
Goering, «los cañones son "más importantes que la mantequi-
lla». En el transcurso de un breve .período de doce años de
dominación .nazi, es indiscutible que esta frase fut cierta, Qui za
quepa dudar, sin embargo, si habría sido posible para el régi-
men nazi haber adoptado una economía de tiempo de paz, si
u hubiese realizado la liberación de Danzig pacíficamente, lo
mismo que la liberación de Renania o la unión con Austria.'
L-0 mismo que en la Rusia soviética, la vida política y econó-
mica de Alemania habían llega,do a depender de la existencia
de un enemigo.
La fuerza impulsora de· la economía de guerra de Hitler
era la ardorosa indignación, sentida ya en toda Alemania, por
la imposición del Tratado de Versalles, después de que.Alema-
nía se rindió ante la promesa de una paz justa basada en los
Catorce Puntos de Wilson. Esta indignación fué hábilmente
fomentada por el doctor Goebbels y sus colegas, llegando a con-
seguir asombrosos resultados. No sólo condujo a la producción
de una máquina bélica -que. diez años más tarde, habría de ba-
rrer el continente europeo de enemigos desde los Pirineos hasta
el Volga, sino que condujo también a una rápida solución de
una docena de problemas económicos que hasta entonces babi=
parecido insolubles, entre ellos el problema de dar trabajo a
unos seis millones de obreros parados.
Mientras Hitler se afanaba por establecer su régimen en
Alemania a base de una economía de guerra, al otro lado de
Atlántico el nuevo Presidente, Franklin D. Roosevete, $C esfor-
zaba por restablecer la estabilidaá económica americana, con-
movida hasta sus cimientos por la terrible ctisis financiera de
1929. Su solución del problema fué el Nes» DeM,' Si hubiese
sido capaz de conseguir el apoyo de los grandes negocios. es
probable que hubiera tenido éxito, ,en cuyo caso la historia
del mundo durante los veinte años siguientes habría sido muy
diferente. Pero después del primer período presidencial de
.,
F. J: P. VEAU

Roosevelt, q,ue terminó en 19s6, y una vez reelegido por un


segundo período, los diversos dispositivos de New Deal no ha-
bían conseguido desterrar los espectros de la superproducción
y del paro obrero. En 1938 había todavía diez millones de pa·
rados y los gastos originados por los subsidios ascendían a un
total mayor que en 1933.
Es posible afirmar que Franklin D. Roosevelt fué el primer
estadista de la Historia que se dió cuenta de que problemas
económicos tales como el de la superproducción y el paro obre-
ro se pueden resolver de la mejor manera en un Estado mo-
derno, mediante la adopción de una economía de guerra, aun
cuando había condenado vigorosamente semejante proceder en
un discurso pronunciado en Buenos Aires el día 1 de diciembre
de 1936. Stalin y Hitler tenían una economía de guerra que les
habta sido impuesta de manera casi inevitable por·los asuntos
ínremacionalesque hablan heredado. Entorpecido por las huel-
gas y la oposición de los hombres de negocios y con la obstruc- ·
ción del Tribunal Supremo que, según Roosevelt, vivía aún
con la mentalidad de los días del caballo y de las chinches,
puede que su pensamiento se volviese con envidia hacia aqüe-
llas condiciones en las cuales la propaganda psicológica pudiese
funcionar de una manera más eficaz. Dicha propaganda puede
sólo funcionar con la mayor eficacia en un estado de guerra,
puesto que.el paso primero y esencial hacia la aplicación de
esta técnica es el encauzar los odios y los temores de las masas
sobre el enemigo. La elección de un enemigo se convirtió, pues,
para él, en una necesidad económica. Una vez hecho esto, las
dificultades de Róosevelr serían suavemente vencidas como par-
te del esfuerzo general de guerra.
Es inútil buscar una prueba completa en sus escritos o
discursos de que Roosevelt razonase en esta forma. Como resul-
tado de su experiencia en la guerra de 1914-1918, el pueblo.
americano estaba firmemente decidido a no verse envuelto
nunca más en otra guerra civil europea. En respuesta a una
arrolladora demanda pública, fueron aprobadas las Leyes de
Neutralidad de 1935 y 1957 con el decidido propósito de im-
EL CRIMEN DE NUREMBP!RG

pedir cualquier pretexto que pudiera surgir para la interven·


ción. Como consecuencia de esto, Roosevelt decidió no revelar
sus intenciones. Se vió obligado, según indica él mismo, «una
y otra vez» a empeñar su palabra de que, como no fuese en caso
de un ataque real, no permitiría que los Estados Unidos que·
dasen envueltos eo otra guerra mundial. En 1940 fué elegido
por tercera vez pata la presidencia, porque superaba a sus con·
trincantes en la vehemencia y fervor de sus promesas de preser·
var la neutralidad americana, Jo cual constituyó un éxito nota·
ble, teniendo en cuenta que durante los tres años anteriores
habla hecho todo lo que le había sido posible para fomentar,
alentar y reviva la oposición a las potencias del Eje, llegando
incluso a entregar a Inglaterra. después de la calda de Francia,
una ,gran cantidad de armas pequeñas, aviones y 50 destructo-
res americanos.
Fuese o no como consecuencia de una resolución razonada,
es indiscutible que, para 1938, Roosevelt había decidido ya ir
a la guerra (1). Ya no son un secreto los detalles de este desig-
nio: cómo llevó a cabo Roosevelt su propósito 'COn habilidad
sin igual, tenacidad y audacia, es algo que puede ser estudiado
en varios libros bien documentados (: ).
Aquí nos basta con señalar que para los fines de Roosevelt
e~ Imperio japonés servía Jo mismo que el 111 Reich como pun-
to de partida de su pro_paganda psicológica, Como fallaban sus
esfuerzos de provocar a Hitler para que llevase a cabo una ac-
ción hostil, Roosevelt adoptó una política cada vez más agresiva
contra el Japón que culminó, en el mes de julio de 1941, con

(1) ll<,p«tq • .. te pwi.(o •- up<cia!menae F. JL S...bom, I>uóp For IVor


(•Doignio de JU<rn»), Nuew Yorl<; Dewin,Ab,iT, 19s1, ap. IU.
(•) kt!OlilllOOtal l<ctot a C. A, lSczrd, American Fottii,i Poliiy In lh~ MoAing..
(ca ..,.­ de lo ~{tica e,nerlor americana,,), N.,. !{,,.,,, Yole Unlvcniay
Pn:11, 19f6: PrQide,u Roost:wlt ond th~ Coming of de Wor (t<El praidoue R~
fflt 'J la guerra q_ue se avocina"), t941. Ntw Hncn; YaJe Unlvmity ,:,.ess, 19'f&;
r. k~ Sanborn, Ddp for Wor (•IDtsignio de guuril»). Nuaa Ycd:, ..Dffin,AdaiT,
1951; W. H. Cha.mbcrJin, Amerito•, Sffllnd Cnuade (11lA Segunda cruuda de Amé·
ricu), Cb1Qgo, ll~ery, 19.so: J. T. Flynn, Tlu Jloo,.... tt Myth, (•El IIÚIO de ltoo-
-1»), Nucv• Yoá; Devin·Ad.llr, 1948; y C. C. Tamlll, &el D<,l>r to War1 Tht
ltoosevelt Fo-r~ign P()l.iry 193S·t9,41, ("'U puerta tra~a qee conduc:r • la guerla~
.
111 poUrica a:terior de IC.ooKw~h de 19!3 a 1941»), Cbíeigo 11.rgnt:ry, lg,st .
• F. J. P. VEAL!.

\&,Da orden por la cual se bloqueaban IQS fond'os japoneses en


los Estados Unidos, y un ultimátum que ponía fin a )as nego-
ciaciones diplomáticas el 26 de noviembre de 1941. Pero, aun
antes de que hubiesen empezado las hostilidades en Europa,
habla logrado llevar a cabo lo ,que ahora se llamada una «gue-
rra frian contra la Alea:ania nari. Esta «guerra Iría» requería
el rearme americano y el alud de pedidos gubernamentales de
municiones y suministros, que combinado con los pedidos he·
chos desde Europa de material de guerra y artículos alimenti-
• cios, resolvió rápidamente los problemas de la superproducción
y del paro, obrero. Al mismo tiempo, desde luego, se salvaba la
influencia política que empezaba a declinar, del presidente y
de sus -compañeros del partido demócrata.
Puede objetarse que la intervención americana'en la guerra
civil europea que estalló en 19~9 no ofrecía ninguna solución
a ninguno de los groblemas económicos de Roosevelt. Es pro-
bable que, como era un gran oportunista, se contentase con re-
solver sus problemas de momento y dejar la solución final a sus
sucesores. También es posible que sus contactos personales con
Stalin y oon otros dirigentes soviéticos le convenciesen de que
volverla a empezar la cruzada comunista contra el capitalismo
tan.pronto como hubiesen sido derrotadas las potencias del Eje.
¿ Hay que suponer que no llegó a darse cuenta de que el sis-
tema económico soviético dependía de la existencia de un ene·
migo y que en cuanto hubiese sido eliminado .el fascismo serla
adoptado el mito del «imperialismo americano» para desempe-
ñar el papel necesario en el esquema soviético de la propagan-
da? El inglés William joyce, el lord Haw-Haw de la propa-
ganda radiada alemana, subrayaba constantemente el hecho de
que incluso un niño podrla darse cuenta de que la guerra entre
•lOll Estados Unidos'y la Unión Soviética serla el resultado inevi-
table de la derrota de Alemania. '
Se diese cuenta o no.previamente, Roosevelt; de esto, el caso
es que la cooperación amistosa con la Unión Soviética no so-
brevivió mucho tiernpo a la terminacién de las hostilidades.
Desde luego, loe vencedores se reunieron en Nuremberg lo
EL CRIMEN DE NlJR.&.11 B.ERC

suficientemente amigos t<para condenar a muerte a sus ene·


migos de Alemania» (citamos una vez más al juez Lawrence), ,
y para la labor de llevarse toda la riqueza transportable de los
territorios ocupados, lo cual se realizó sin que surgiesen graves
roces. Mucho antes de quedar terminado este trabajo, sin em-
bargo, los propagandistas psicológicos soviéticos habían cam-
biado la dirección de sumáquina propagandística del tema del
«fascismo» hacia el del «imperialismo del dólar» y las masas
rusas reanudaron pacientemente sus trabajos en favor del nuevo
esfuerzo de guerra. En 194-8, se habla desvanecido toda espe-
ranza de un entendimiento duradero inspirado por la estima·
ción y la confianza mutuas, suponiendo que hubiesen existido
alguna vez por una u otra parte.
Gradualmente fué desarrollándose una «guerra frian dentro
de las lineas previstas por Or.well. De hecho, no hubo verdade-
ros combates entre las fuerzas armadas de los combatientes, pero
la campaña de vituperación por un lado y otro excedió pronto
en violencia a todas las plusmarcas anteriores de tiempo de paz.
Entre los contrincantes no existía ninguna cuestión en forma
de deseo de anexarse un territorio, vengar una derrota.pa-
sada, o afirmar alguna pretensión de derecho. Por otra parte
el espectro del «imperialismo del dólar», armado ahora con la
bomba atómica, servía a la función necesaria de proporcionar
«un enemigo» al sistema económico soviético, y el espectro de
la agresión comunista para justificar el rearme, como garantía
para los Estados Unidos contra los peligros de la superproduc-
ción y del paro obrero. Fuera de los Estados Unidos y de
la U. R. S. S., la aparición de una forma de vida «orwelliana» ha
sid'o recibida con satisfacción general. Mientras continúe, las
naciones de la Europa occidental tienen la seguridad de una
continuación indefinida de generosidad americana, La nccesi- •
dad de proporcionar a los ejércitos de esas naciones europeas
un sólido armazón para las tropas.que han de luchar, ha entra·
fiado acuciantes ,invitaciones a Alemania para que se una con
sus vecinos para la autodefensa. España ya no es tratada como
un paria por eldelito de haber reprimido una revolución ra-
.
,
!74 F. J. P. VltAU:

dical hace unos quince años. Para impedir q1,1.e caiga bajo la
influencia soviética, se ha concedido, de hecho, al Japón, una
paz en condiciones honorables. Los comunistas chinos entran
dentro del sistema opuesto porque han logrado hacerse con el
control de China. También _comparten la ideología soviética.
Desde que George Orwell escribió su memorable libro en
1949, ha estallado una guerra en Corea que, por lo menos
hasta la fecha, se ajusta en todos los aspectos al modelo de
guerra que él predijo. Cada uno de los bandos acusa al otro
a gritos, de ser culpable de agresión, o-sea, de haber cometido,
según la pomposa frase de Nuremberg, «el supremo crimen
internacionalu. Al mismo tiempo, cada uno de los bandos se
da cuenta, por el proceso mental que Orwell califica de «píen-
sadoble» que esta guerra se hizo finalmente inevitable por_ el
arreglo· absurdo a que se llegó en 1945, en virtud del cual,
Corea, que durante los cuarenta años anteriores había sido
una próspera provincia japonesa, se dividió en dos mitades:
una, adoctrinada por los comunistas, y la otra, por las ideas
anticomunistas. De los dos verdaderos combatientes que se en·
frentan, los Estados Unidos y la U. R. S. S., esta última no ha
mandado siquiera a sus tropas a las luchas de verdad, y los pri-
meros sólo han enviado una pequeña parte de las fuerzas que po·
seen. En mano de ambos bandos estaba el haber llevado a un
rápido fin la campaña; los Estados Unidós, empleando tóda su
fuerza, y la U. R. S. S., interviniendo con una fuerza temporal-
mente aplastante, aérea y submarina, desde Vladivostok. Pero
esta 'acción, poi: uno u otro bando, habría tenido como conse-
cuencia una gu,emi mundial que de momento nadie deseaba.
Ambas parces se dieron cuenta-de que, en esas circunstancias no
se podía conseguir una victoria militar: ambas naciones se die·
ron cuenta de que la campaña tenía que terminar finalmente en
tablas, en un compromiso, míentras la lucha se trasladaba a
alguna otra parte del mundo. Si una u otra parte hubiesen
logrado un triunfo militar de los de la guerra preorwelliaoa, un
Waterloo o un Sedán, es dudoso que Wáshington y Moscú
hubieran quedado -menos desconcertados. Ninguno de los, dos
EL CRIMEN DE NUllMllEllG
575
bandos deseaba un final rápido de la lucha que proporcionaba
prosperidad económica temporal y un material ilimitado para
la propaganda de odio. Mientras continuase; no habría por qué
buscar razones para mantener la economía de guerra.
El episodio más revelador de la campaña de Corea Iué la
destitución del general Douglas MacArthur por el presidente
;:rruman, en mayo de 1951, a causa de la insistencia del primero
en que se llevase adelante la campaña hasta alcanzar una vic-
toria decisiva en Corea y que después se extendiese a China,
en vista de la intervención en la lucha de los nvoluntarios»
chinos comunistas. Sobre este tema el doctor Harry Elmer
Barnes, observa lo siguiente:
«.El asunto MacArthur no puede ser comprendido de ma-
.nera fundamental más que dentro de los conceptos que se ex-
presan en el libro Mil novecientos ochenta y cuatro. Tanto
MacArthur como Truman tenían razón y lógica a la luz de
sus conceptos decididamente contrarios.
»El general MacArthur pensaba en los térm.inos de un
soldado tradicional que cree que al Juchar con medios milita·
res contra un enemigo, hay que derrotarlo o destruirlo lo más
pronto posible y por métodos estratégicos, Dentro de la estruc-
tura de su pensamiento, la única victoria es una victoria militar
y nada puede substituirla. A la luz de este concepto, las pro-
puestas de MacArthur tienen un perfecto sentido común y su
exasperación contra el presidente Trumao y el secretario de
Estado Acheson estaba plenamente justificada. Lo que no eom-
prendía era que la guerra se habla transformado y estaba regí·
da ahora por las consideraciones de Mil novecientos ochenta y
cuatro en lugar de estarlo por la estrategia militar tradicional.
»El presidente Truman y sus adversarios luchaban en una
guerra limitada (de mentirijillas) del modelo de /',fil noi,ecirn-
10$ oéhenta y cuatro. Una nación extranjera o un grupo de na·
cienes constituyen el enemigo únicamente como ficción formal.
El verdadero enemigo está constituido por unas fuerzas y unos
factores dentro de las fronteras de la nación: la,, competencia
partidista y la depresión económica. En esa guerra, el prcsi-
,
F. J. P. V.U.LE

dente y su grupo estaban ganando una victoria cada día, aun


cuando nuestras fuerzas fuesen batidas temporalmente. Mien-
tras se asegurase la permanencia en el Poder de los demócratas
y se aplazase la depresión. la «víctoría» estaba siempre al alcan-
ce de la mano. La peor derrota posible habría sido una victo-
ria militar rápida y decisiva sobre los nortecoreanos y lqs chi-
nos. Esto habría puesto 6n al estado de guerra, habrla debili-
tado a los demócratas y nos habría amenazado con una depre-
sién abismal. Esta clase de victoria permanente es difícil, huta el
punto de que un soldado a la antigua no pudo comprenderla.
HLa desurucién de 1'facArthur puso fin, por el momento,
• a una época en la historia militar que habla dorado por lo
menos seis mil años. La desgracia del presidente Truman fué
que tenía en el mando de Extremo Oriente a un soldado ira-
dicional Todo se habría desarrollado suavemente si hubiese
couíiado ti mando de Corea, desde principio, a uno de sus ge-
nerales políticos del Penlágono, los cuales han comprendido
plenamente la transformación que ha -experimentado la guerra
desde el día que se logró la victoria sobre el Japón (1).»
Todavla es muy pronto para decir otra cosa que no sea el
hecho de que la guerra de Corea se ha desarrollado en sus
fases jniciales den, ro de las líneas predichas en Mil novecien-
tos ochenta y cuatro. Aoy se especula sobre la posibilidad de
que continúe desarrollándose a lo largo de esas llneas. La guerra
ha sufrido indiscutiblemente un reciente cambio fundamental,
pero este cambio puede ser, tan sólo, un fenómeno temporal.
Puede tener Jugar una vuelta a la guerra realizada con arreglo
a las antiguas reglas, o sea a la guerra civilizada tal como evo-
lucionó en Europa hacia finales del siglo xvu. Pero la guerra
puede también desaparecer como un anacronismo repugnante
tanto para el sentido común como para el sentido humanitario
del hombre civilizado moderno. Sin embargo, por el momento,
no hay nada que indique una tendencia en cualquiera de estas

{GJ
.
Rr-otuJ.,t' Ap,pr-~h to lht M.c drdiwr &lfrur. (.il.n. O.h1d.O rcahtta dd
atunio MarArthur•). 'Editado ¡n,rt.CU1a.rmmu"c. 19:;1.
EL CRIMEN DE l'jUREMBERG !77
direcciones, sino una tendencia muy marcada en la dirección
predicha por George OrweH. El intento de prever los aconte-
cimientes de la guerra futura puede llegar, pues, a la conclu-
sión muy razonable de que- poco más-o menos será lo que pre-
dijo Orwell. '
Es interesante contrastar el sistema social descrito en Mil
novecilentoJ ochenta y cuatro con el cual se describe en Braoe
New World («.El buen mundo nuevo»), uh libro escrito tan
sólo unos diecisiete años antes, En lugar de su, alarde de cinis-
mo, cuando escribió este libro, A!<lous Huxley estaba todavía
muy sometido a las ilusiones sentimentales de los confecciona-
dores futuros de la paz de Versalles. Suponía que, después de
UDa$ pocas décadas de desorden interno, se establecería un Es;
cado mundial supremo, un Estado mundial que, en la mayoría
de los aspectos. merecerla la aprobación sin reservas de
H. C. Wells. Aunque el sistema de sociedad que Huxley prc-
deda repele a muchos oomo inhumano en su eficacia cíentí-
fica, sin embargo habrá de producir contento a codas las clases
sociales de la población. Todos pueden ser felices a condición
de que -desempeñen el trabajo que se les asigne; todos son
una pieza en la máquina económica que funciona sin desper-
diciar materia! y sin sufrimiento humano. La conducta anti·
social es corregida mediante un curso de readaptación. La au-
toridad se ejerce con un mínimo de violencia. Nunca /ie recurre
a la crueldad, la crueldad innecesaria ha llegado a convertirse
en un concepto totalmente; olvidado.
El sistema social descrito por Orwell en Mil noveciet1tos
ochenta y cuatro es, en casi todos sus aspectos, exactamente
todo lo contrario. En lugar del Estado mundial supremo ima-
ginado por Huxley, sostiene que, dada la presente situación
internacional, emergerán tres superestados: Ooeania, que com-
prenderá las Américas, Australasia, Sudáfrica y Gran Bretaña :
Eurasia, que comprenderá la totalidad de la U. R. S. S. moderna,
junto con Europa, y Estasia, que comprenderá China, Japón
y el sudeste asiático. Cada uno de estos tres superestados scr:á
totalmente autónomo y autosuficiente. Con. una u otra combi-
f'. J. l'. V!:ALE:

nación, estarán siempre en gµerra entre sí, pero, por lo demás,


no existirá ningún otro contacto entre ellos. E incluso este con-
tacto sera ligero, puesto que las luchas ocasionales concretas
serán realizadas por fuerzas relativamente pequeñas de especia·
~istas con una gran preparación. Citando a Orwell (1): «E11 los
centros de civilización, la guerra no significará más que una
escasez continua de artículos de consumo y el estallido 0Ca3ÍO·
nal de alguna bomba cohete que puede producir un puñado
de muertos,»
Un ciudadano de uno de estos superestados nunca vería ~
un ciudadano de los otros dos, excepto cuando viese una fila
de prisioneros de guerra (encadenados de acuerdo con el bár-
baro precedente establecido en 194-6 en lós casos del· mariscal
Keitel y del general Jodl) conducidos a la ejecución como cri-
minales de guerra.
En la sociedad que nos retrata Orwell, el nivel de vida de
la población civil es muy bajo, más bajó aún que en la actua-
lidad en Rusia: la industria de artículos de consumo se· Iimita
.a la manufactura de las necesidades más elementales, siendo
secundaria a tod.a otra actividad destinada a la producción de
material de guerra. La guerra es de mentirijillas, puesto que
su objetivo no consiste en derrotar al enemigo: su verdadero
propósito es gastar los productos de la máquina industrial sin
elevar el nivel de vida. Es una guerra entre combatientes que
«son incapaces de vencerse unos a otros, no tienen causa mate-
rial 'para Iucbar y no están divididos por ninguna verdadera
diferencia ideológica». Por otra parte no es ni menos sedienta
de sangre ni más caballerosa que en la actualidad La histeria
de guerra es continua y universal en estos superestados y actos
tales como el saqueo, la deportación en masa de poblaciones,
la matanza de personas civiles y el asesinato de prisioneros como
-criminales de guerra se consideran normales y, cuunc o son co-
. metidos por alguien del propio bando y no del enemigo, Inclu-
so meritorios, ·
.EL CIUM.EN DE NUREJ4BERG
!179
En este sentido, de todas formas, el lector puede vacilar
en aceptar las conclusiones de OrwelL, Si la guerra futura habrá
de convertirse primordialmente en una cuestión de política
interna ¿por qué ha de ser conducida con salvajismo? Si no
se discute realmente ninguna cuestión entre los combatientes,
¿por qué no se ha de dirimir el conflicto con buen humor y
sin pasión? ¿Por qué ha de ser odiado el enemigo para que
desempeñe un papel necesario en la economía doméstica del
propio paiJ?
Sin embargo, la reflexión 'II05 mostrará que el razonamien-
to de Orwell en este punto es totalmente lógico. En unaguerra
anticuada habla una sola cuestión que dilucidar: por ejem·
plo, si cabo Bretón debla pertenecer a Inglaterra o a Francia,
o si Silesia habla de pertenecer a Austria o a Prusia. Eran dOI
bandos en conflicto que deseaban la misma cosa, y por lo tanto
se trataba de algo fácil de comprender, e incluso cabla simpa·
rizar con el punto de vista del enemigo. En la guerra orwellia-
na. por otra parte, la verdadera intención es proporcionar a las
masas un enemigc como inspiración para llevar a cabo un ~
fuerzo de guerra. Para este fin un enemigo de buen compor-
tamiento es evidentemente menos eficaz que un enemigo abo-
minable, culpable de los peores crímenes. La experiencia mues-
tra de manera concluyente que los que inventan historias de
atrocidades de propaganda con el fin de suscitar el entusiasmo
de guerra en las masas, llegan pronto a creerse sinceramente
sus propias invenciones. Asl, en 1914, cuando se estaba des-
arrollando plenamente la técnica de la propaganda psícolé-
gica, hay pocas razones para dudar que lord Northcliffe y sus
colegas no acabasen creyendo en la verdad de «Las atrocida·
des belgas». Desde luego, de todo esto se deduce necesariamen-
te que C!13Jldo se ha aceptado de manera universal que los
enemigos de la nación son unos criminales infames, culpables
de toda clase de abominaciones, resulta imposible resistir a la
demanda popular de represalias, llevándose a cabo los mismos
actos de los cuales el enemigo fué, en principio, acusado falsa-
mente, con fines de propaganda.
sSo F. J• P. VEAL&

En resumen, los 'juicios de guerra son un rasgo caracterís-


tico de la guerra orweUiana. &i resulta fácil comprender por
qué la vuelta a la costumbre de matar a los prisioneros de.
guerra y la adopción gradual de motivos económicos para la
guerr;i con exclusión de todos los demás motivos, fenómenos
aparentemente distintos, en realidad no son más que aspectos
diversos de la misma tendencia general que se ha ido estabÍ'e-
ciendo durante los últimos cuarenta años.
Todas las características del sistema social esbozado por
OrweU están· preanunciadas por las tendencias, algunas peno·
samente evidentes y otras en ,potencia, de la sociedad moderna.
En el supuesto de que la evolución continúe en la misma di·
rección que ha seguido durante los últlmos 40 años, hay que
admitir que es más que probable que resulte una forma de
sociedad muy similar, en lo esencial, a la que se predice en
J\.1il novec1"et1tos ochmta y cuatro.
George Orwell, sin embargo, llega mucho más lejos, Afir-
ma que la sociedad que él predice se hizo inevitable desde el
momento en que la invención de la maquinaria y su adopción
por la industria, a finales del pasado siglo xrx, seguida de un
rápido progreso científico y técnico en el siglo xx, pusieron
de manifiesto que «había desaparecido la necesidad de la fa.
tiga humana del trabajo y, por lo tanto, que habla desapare-
cido también en gran medida la necesidad de la desigualdad
de los hombres». A lo largo de toda la historia, afirma, las
clases gobernantes se han apoyado en la distribución desigual
de la riqueza para mantener sus posiciones. «Si el descanso y
la seguridad fuesen disfrutados por igual por todos, la gran
masa de los seres humanos que normalmente están persegui-
dos por la pobreza se dada cuenta de que la minoría privile-
giada no desempeñaba ninguna función esencial, y la elimina·
ria.» En resumen,' sólo es posible una sociedad jerarquizada a
base de la pobreza y de la ignorancia. La afirmación básica de
Orwell está contenida en el siguiente párrafo ( 1):

(1) Ni~t,.tr11 Eifhl¡·/ov.r, (e1.~ll novederuo. «htnt-a )' q.ia1tu), p:if, 191.
El, CltlM!:N DE NUIU'..MIIEllC 381
t,El problema consistía e11 cómo habrían de seguir girando
las ruedas de la industria sin incrementar la riqueza real del
mundo. Hay que producir, artículos, pero no deben ser distri-
buidos. Y en la práctica, el único medio de ccnseguir esta es
· un continuo estado de guerra.,,
• En el pasado, ciertamente, se han adoptado, con diferen-
tes alternativas, distintos métodos. En el antiguo Egipto, los
faraones resolvieron sus problemas laborales mediante la cons-
trucción de pirámides, y el mismo principio fué utilizado por
Roosevelt en muchos de los proyectos del Net» Deal. En la
Inglaterra contemporánea, Stanley Baldwin obtuvo el mismo
resultado restringiendo la producción y ayudando a la pobla-
ción excedente mediante el pago de un subsidio estatal de
paro. Orwell afirma, sin embargo, que una guerra continua,
bien sea fría o de mentirijillas, es la única solución sttisfacto-
ria de] problema. La construcción de pirámides o los subsidlos
universales no pueden proporcionar la excitación necesaria
para que el pueblo siga siendo dócil en medio de la auste-
ridad.
Para el propósito de nuestra investigación presente no hay
por qué considerar si deben ser aceptadas o no las explicacio-
nes de Orwell de que el propósito moral en la tendencia que
existe hacia el establecimiento de una economía de guerra per-
manente y un estado de guerra fria o de mentirijillas continua,
se debe a un deseo consciente de «privar a las masas de los
Frutos de una técnica que se va extendiendo cada vez más»,
Cualquiera que sea la explicación, lo que no puede discutirse
es la existencia de esta tendencia. Algunos encontrarán dificil
creer gue esta tendencia se ha desarrollado como consecuen-
cia de una discusión deliberada y de una formación filosófica.
En los Estados Unidos, de todas formas, se trata de una cues-

tión oportunista puesta en marcha por ese supremo oportunis-
ta que fué Franklin D. Roosevelt, y revivida en gran escala
por el presidente Truman en mano de 1947, cuando instituyó
la «guerra fría», Aunque, hasta ahora, esto.no ha producido
muchos combates, ha resultado sin embargo bastante costoso.
F. J. P. VEAU

Truman ha recaudado má! impuestos desde 194'5 que todos los


presidentes de los Estados Unidos juntos hasta 1945. Para los
que dicen que, en la práctica, nunca podrá llegar a desarro-
Ilarse una forma de sociedad tal como la que se describe en
/.fil nOtH!Cientos ochenta 'Y cualro, la contestación es, que su1-
caracterfsticas esenciales bá,icas se han desarrollado ya. La des-
piadada regulación del pensamiento y la acción descrita por
Onvell han existido ya durante tres décadas en Rusia, donde
se ha llegado a considerar normal como forma de vida. Un
avance lento pero continuo en esta dirección se ha puesto de
manifiesto en los Estados Unidos e Inglaterra. Todas las gran-
des potencias del mundo han adoptado alguna forma de guerra
- fría o de mentirijillas- como factor esencial de .sus econo-
mías nacionales. ,
Sólo en un sentido es posible sostener con algo de confian-,
za que no es probable que se cumplan las predicciones de
Orwell. Supone que los tres superestados que él predice que
surgirán de la situación internacional actual, serán inconquis-
tables, incluso para la combinación de los otros dos, «quedan-
do Eurasia protegida por sus vastos espacios de tierra, Ocean(a
por la amplitud del Atlántico y del Pacífico, y Esta.ria, por la
fecundidad y la labor industrial de sus habitantes» ( 1 ). Siendo,
pues, imposible la victoria, según comprenden los combatien-
tes, la guerra fria o de mentirijillas no se llega a convertir
nunca en guerra caliente, y, por lo tanto, puede continuar in-
definidamente. A pesar de la carrera actual para descubrir armas.
nuevas y más destructoras, ha cambiado el propósito 'de esta
carrera. El objetivo sólo será proporcionar a la industria una
tarea inacabable de substitución de material de guerra que por
ciclos habrá de ser reducido a chatarra y destruido por eonsi-
derársele anticuado. Estos tres superesradoe poseen, ciertamen-
te, grandes depósitos de bombas atómicas que se ven constante-
mente incrementados. Sin embargo, el convencimiento de que
su urílización conducida a un rápido fin de la sociedad orga-

(1) Obn dtldo, ~· 188.


EL CIUM.EN DE NUJU:MBERC

nizada, ocasiona, por tácito consentimiento, el acuerdo de que


las armas atómicas nunca serán empleadas.
La objeción principal a los puntos de vista de Orwell no es
el que resulte demasiado fantástica para llegar a realizarse' en
la práctica la organización internacional y la política ptíblica
que predice, sino que su sistema, si llegase a cuajar, sería tan
inestable por sí mismo que sólo podría $CJ" una fase de tran-
sición en la historia humana. Tanto una guerra fría como una
g,uerra de mentirijillas corren siempre el peligro de convertir·
se en cualquier momento en una guerra caliente. Más pronto
o más tarde, surgirá un MacArth'Ur que insistirá en que se
pong:i fui a este «juego de la guerra» (como Jo llamaría· mís-
ter J. M. Spaight), y que había que aplastar en seguida al ene-
migo. Orwell no cita ninguna razón convincente por la cual
resulte cierto que ninguno de esos tres superestados podría ser
cobquístado. No cabe duda de que, temporalmente, se podrla
llegar a un acuerdo para no utilizar las armas atómicas como
el que ha hecho que los combatientes de 1939-1945 se absten-.
gan de usar los gases venenosos. Pero un acuerdo de esta clase
sólo puede durar mientras ninguno de 'los dos bandos piense
que resultaría provechoso no respetarlo. En cualquier moinen-
to podría acabarse ese acuerdo sin previo aviso, Jo cual míster
Spaigth, extasiado, aplaudiría fOIDO una «espléndida 'decisión».
El principio de N uremberg y la moraleja de que los vencidos
son ahorcados en todo caso, servida para suprimir todos los
escrúpulos que en tiempos anteriores se sintieron en las gue-
rras. No se puede prescindir de ningón método que pueda pro-
porcionar la victoria.
Para contrarrestar esta decisión, Orwell explica detallada,
menre que, además de ser inconquistables de hecho, su con.
quista, si fuése lograda, ocasionarla el desastre de los proplos
conquistadores. El triunfo final de uno de' estos superestadcs
supondría el fin de la guerra de mentirijillas .sobre la cual se
basaba su propio sistema económico. «Sólo mientras estos .E..
tados sigan en conflicto, se sostendrán mutuamente» El pro-
F. j. P. VEALE

pio interés y el sentido común impedirán, por lo tanto, argu-


ye, todo intento de verdadera conquista.
¿Qué razón existe, sin embargo, para pensar que el propio
interés y el sentido común van a ejercer tan predominante
in8uencia? Los pueblos inteligentes y altamente civilizados de
Europa, durante los siglos xvru y xrx, se permitieron el lan-
zarse a guerras civiles periódicas e inútiles entre si, a pesar de
que el propio interés, el sentido común y los dictados expresos
de la religión que prcíesaban los inducían a no hacerlo. Según
Orwell, la historia de guerra será continua en M.il noveca'entos
ochenta y cuasro, prevalecerán, declara, «el temor, el odio, la
adulación y el triunío orgiásti.co». Es dillcil pensar que sea
ésta una atmósfera adecuada para el ejercicio de la autocon-
tención basada en el razonamientos lógico y frío. Orwell ~ene
su propia respuesta para. esto, desde luego, señalando que los
odios y temores sólo afectarán a las masas y a la pequeña buro-
cracia. -Los altos jefes se darán perfecta cuenta de que la guerra
y la propaganda psicológica que la sirven son de mentirijillas.
En conclusión, podemos aceptar que la guerra ha entrado,
hace poco, en una fase totalmente nueva: cada vez se trata
menos de vencer a un enemigo exterior por la fuerza, y cada
vez 'se trata más de un insrruniento de estrategia pol!tica ínter-
na y de política económica. Como la guerra 5Je este tipo par·
ticular era una característica esencial del sistema social anali-
zado y descrito por Ceorge Orwell en su predicción del futu-
ro, se puede describir la tendencia actual de la guerra de ma-
nera conveniente diciendo que la guerra está entrando en una
fase orwellana. Finalmente, como es probable que continúe
esta fase, podrá admitirse, que podrá llegar a evolucionar el sis-
tema social hacia algo no muy distinto de lo predicho por
Orwell. Por otra parte parece que hay muchas razones para
pensar que semejante sistema social sería, con seguridad, ines-
table. Su desarrollo, por lo tanto; no baria 11\ás que retrasar fa
catástrofe final que seguramente ocurrirá cuando se produzca
"la ~nevitable reversión de la guerra orwelliana a la guerra nor-
mal, tal como se practicó por primera vez en su simplicidad
EL CRJMEN D.E NUR.EMBERC

prístina durante los días en que los reyes asirios Iibraban bata·
Ilas, pero con armas atómicas y cohetes, en lugar de arcos y
flechas, carros y jinetes.
Hoy por hoy, puede sostenerse razonablemente que el ma-
yor peligro radica en la perspectiva de que las predicciones de ,
Orwell no se traduzcan en realidades. Mientras que las ten-
dencias actuales parecen confirmar su pronóstico en lo rela-
tivo al futuro inmediato, hecho que aterroriza justamente a
muchos observadores realistas, es también muy probable que
en un futuro más remoto, la realidad sea mucho peor que la
pesadilla descrita en Mil novecientos ochenta y fUlltro. Según
hemos indicado antes, hay, en potencia, una posibilidad mu-
cho más calamitosa que la de una guerra &ía, reláuvamerue
incruenta, y es el temor de que se transforme en una guerra
caliente de proporciones globales Jf se. lleve a cabo con todos
los agentes de destrucción conocidos. Es evidente que-esto sig··
nificarla la terminación de la mayor parte de la civilización
que hemos podido salvar de la Segunda Guerra Mundial.
Se ha atribuído a Albert Einstein la declaración de que.si
bien no estamos seguros de cuáles van a ser las armas que se
van a emplear en la 'Tercera Guerra Mundial, en cambio. rene-
mos casi la seguridad de que, en la Cuarta, se van a usar ÍOS·
rrumentos muy parecidos a las hachas de sílex de los hombres
primitivos. Lo que esto implica para la cultura en general, es
más aterrador aún que la existencia del sistema orwelliano. La
verdadera lección que hay que sacar de todo esto es que, si
deseamos escapar de la tiranía, intimidación y austeridad de
un régimen Mil novecientos ochenta y cuatro, o de volver a
vivir como los hombres de las cavernas, tenemos que repudiar
Ia estratagema de la guerra fría y la impostura de la «guerra
perpetua para conseguir la, paz perpetua», y volver al sanea· .
miento nacional, la neutralidad diplomática y el internaciona-
lismo verdaderamente pacifico.

' .

ES CRl~flXAL PERDER Ell: L.\. CUt:.RR.~

FASHION NOTE

f,

Ovr ine "th12 latt.<2r \,o.-'t of ~hr


tht \,reva1l1n8
Tw12nt'1t1h (q_nlvry01tl{lkti~s"
moa(l i11 \:>osv-war will ~
4vr<:1blQ hemp or n'tlon. TheylAlill
b~ de t'Í ~UQUr amons losin& \eadtrs.
~
Nl!W YOU: l>AILY NEWS
LA Ul TIMA MODA

rfurante la ultimo parte drl ~iglo ·,.\, Ju


moda que prr,olerrrn en las «t'orbatas,
de postguerra sera rl resistente rañamo
o el nylon, ) seren obligatorias 11aro
lodos los jefes veneidns, (Nota publieade
en rl «Nrw- York Daih· ¡,11s,.)

• •

CAPÍTULO XI •

PERSPECTIVA

En este estudio hemos planteado una serie de p,reguntas


difíciles. Por fortuna, la mayoría de ellas no tienen más que
un interés. puramente académico: la solución de la mayor par-
te de ellas no tiene importancia práctica para nadie. Pero la.
respuesta a una. de esas preguntas es de Vital importancia per-
sonal para todo ser humano qne viva ahora en nuestro planeta.
¿Ray razones para esperar que la tendencía retrógrada en
los asuntos humanos, que se ha iniciado hace unos cuarenta
años, haya alcanzado ya un punto máximo y que, a partir de
ahora, el curso de la Historia volverá a encauzarse por los <le·
rroteros que siguió durante ~iglos? .
Esta-pregunta serla más fácil de contestar si en el pasado
hubiesen tenido lugar tendencias similares que se hubieran
apartado de lo que se considera como el curso natural e inevi-
table del desenvolvimiento humano. El examen de cómo ha-
blan surgido las anteriores desviaciones de lo normal, y de
cómo hablan terminado, nos podría proporcionar la clave de
qué es lo que ahora· podemos esperar.
Pero, sin embargo, no se puede encontrar en el pasado un
solo caso parecido. Hasta 191-4, el curso de la historia y el pro-
greso humano podrían ser representados razonablememe en
un gráfico en forma de una línea ascendente. Esos gráficos, de
hecho, se emplearon a menudo en los libros escolares de His-
toria. U.no de estos libros, en posesión del autor, empieza en
un punto en la parte más bija del ángulo izq uierdo dé la
F. J. P. VEA.LE

página, con la indicación «EdJd Sombría». La línea sube luego


basta formar una meseta que comprende varios siglos con la
inscripción «Edad Media». A partir de ahí, sigue su línea as-
cendente hasta un punto marcado con «Renacimiento», y luego,
continúa subiendo gradualmente hasta el punto donde se mar-
ca la «Revolución Industrial» para continuar subiendo cada
vez más en linea vertical a través de puntos que señalan diver-
sas invenciones y descubrimientos tales como «Ferrocarril»,
«Telégrafo", «Radium», para terminar en el ángulo superior
derecho de la página, marcada con el fatídico tótulo: «Con-
quista del Aire».
En la época en que se editó, pocos historiadores habrlan
discutido la exactitud de este gráfico. El progreso se oonside-
raba como una de las leyes establecidas por la Naturaleza. Se
aceptaba tomo algo evidente por sí mismo que un hombre que·
, iaja en tren y que alumbra su casa con luz eléctrica. tenia
que ser un ser superior a un hombre que viajaba en diligen-
cia y que dependía de velas para su iluminación. Lo mismo
que los biólogos contemporáneos, los historiadores se sentían
inclinados, debido a sus estudios, hacia el optimismo. El bió-
logo estudiaba la evolución gradual de la vida a través de los
siglos, desde las comunidades sedentarias primitivas de los va-
lles del Nilo y del tufrates-, hasta las complejas condiciones
de la vida moderna. Ambas parecían historias de continuos
progresos, de avance ininterrumpido.
Con este historial del pasado como guia, el historiador. mi-
raba naturalmente hacia el futuro con confianza. Una de las
caricaturas de Max Beerbohm pone bien de manifiesto esta
actitud. Presenta una figura desastrada y desnutrida que repre-
senta el siglo x.v111 junto a otra que representa el siglo XIX,
una persona de aspecto próspero con una gran cadena de oro
alrededor de su amplio chaleco blanco. Ambos contemplan en
un espejo el futuro, y el siglo xx es representado por un reíle-
jo magnífico del siglo xrx, pero que parece mucho más prós-
pero, con una cadena aún más gruesa alrededor de un chaleco
blanco todavía más amplio. El siglo xxr viene detrás, aún más
EL CIUMEN DE NUREMllERC

amplio, mejor portado y más próspero. Y así sigue, ad infini-


tum, para todos los sig:los venideros.
Durante los \\ltimos cincuenta años, los historiadores se
han visto obligados, ante la dura realidad, a rectificar esta gra-
ta perspectiva. La guerra de 1914-~918 se considera ahora como
algo importante, no porque condujo a la recuperación por
parte de Francia de las conquistas de Luis XIV a la orilla del
Rin, sino porque marcó el fln de uno de los períodos más da·
ramente definidos de la historia del mundo, el período de la
guerra limitada y restringida que empezó dos siglos y medio
antes.
En su libro recientemente publicado ffí'ar and Human Pro-
gress («La guerra y el progreso humano"), el profesor John
U. Nef, investiga con detalle lo qui! él llama «esos movimien-
tos a largo plazo hacia las. condiciones belicosas, y los que se
apartan de ellas». Con referencia a una gran riqueza de datos
históricos y económicos, confirma. en lo fundamental, las con-
clusíones a que llegó en la edición inglesa, aún más breve, de
este libro, publicada dos años antes.
En opinión del profesor Nef, la Edad Media puede con·
siderarse como un período de guerra limitada. Atribuye esia
limitación, .no tanto al hécho de que la matanza .de cristianos
por cristianos era repugnante a la moral de. la época, como al
hecho de que la pobreza y la falta de recursos- materiales hada
imposible un esfuerzo militar continuado. •
Respecto al período de guerra sin limitaciones que sigui_ó
a la Edad Media, el profesor Nef observa que «es más fácil de
explicar por qué hubo esas matanzas y destrucciones, que por
qué no hubo aún más». El empleo general de la pólvora en I
la mejora de las armas de fuego hizo más fácil el matar y des·
truir ¡ el incremento de las riquezas y el desarrollo alcanzado
por los recursos minerales de Europa hizo posible la guerra en
una escala mayor. Por una fatal coincidencia, al mismo tiempo
que aumentaban los medios de matar, se desarrolló igualmente
un deseo nuevo de hacerlo. Los odios furiosos, engendrados por
las diferencias relativas a la naturaleza y eficacia de lés sacra·
' F. J. P. VEAL&

mentos, hicieron que el matar llegase a parecer una virtud ..


Según se expresaba el historiador victoriano J. A. Froude :
«En la gran lucha espiritual del siglo xv1, la religión convirtió
en un delito el ser humanitario,»
De manera inevitable, la matanza y las destrucciones resul-
tantes fueron terribles El profesor Nef atribuye el hecho de
que no fuesen aún peores a la falta de dinero y de recursos
materiales que hacían imposible luchar hasta el fin. «Europa
- dice - fué salvada de la destrucción por $U pobreza,»
Hacia 1650 tuvo lugar un cambio.. Gradualmente fué albo·
reando un periodo de guerra restringida. Habla de sobrevivir
a la terrible conmoción que empezó en 1792 y durar hasta la
«espléndida decisión» del 11 de mayo de t940, sobre la cual,
como hemos visto, se expresaba tan llricamente Mr. J. M.
Spaight.
Los factores que condujeron, en las décadas que siguieron
a 1650, a la adopción gradual de reglas no escritas sobre la
conducta en la guerra de europeos contra europeos, ya han
sido examinados en este libro. Esos faceores, desde luego, no
existen hoy día. Además, no hay razón para creer que los Iac-
rores que condujeron al abandono de esas reglas en los años
que precedieron a su final repudiación el 11 de mayo de 1940.
hayan dejado de operar. En estas circunstancias, difícilmente
podría estar justificado el optimismo. ¿Es posible, por ejemplo,
rechazar la predicción hecha de manera tan optimista por el
mariscal de campo Monrgomery, de que, después de la pró-
xima guerra, los generales del bando vencido serán, desde lue-
· go, juzgados y ahorcadosr A falta de síntomas en contrarió,
¿cómo podrá negarse que el movimiento actual, a largo plazo,
hacia· la barbarie es probable que continúe?
Qu,izá quepa pensar que no queda mucho espacio para que
continúe el movimiento en ésta direccíón, desde que la con·
sigila del admirante Fisher de «Pega el primero, pega· duro y
pega en cualquier parte», ha recibido una aceptación tan ex·
tendida y sín reservas. La única evolución posible es que lo
que se hizo dé manera vergonzanre entre 1940 y 1945 se haga
'
t.L CRIMEN Ot. NURSIRERC

abiertamente más adelante, y con la mayor naturalidad. Los


precedentes establecidos serán objeto de la más extensa apli-
cación. ,
Cojamos por ejemplo lo que puede considerarse como el
proceso más terrible concebido hasta la fecha para afligir a un
pueblo derrotado, un proceso aún más morillero en sus efectos
que Ias crudas barbaridades propuestas en el Plan Morgentbau.
Los inventores de este proceso ni siquiera se daban cuenta de
que podía tener una aplicación general: su modestia les hacia
considerarle como un rasgo esencial menor del prog,:ama (le
venganza. Este proceso, llamado «de desnazificaciónn, no hizo
más que establecer' la creación de tribunales por toda Alema-
nía, compuestos por colaboracionistas alemanes, con instruccio-
nes de castigar a todo el que resultase cuJeab\c .de haber apo-
yado a Adolfo Hitler. 1· ·
Sin embargo, pronto se puso de manifiesto que este proce-
dimiento servía a un propósito mucho más amplio que la sim-
-ple venganza. Bajo el régimen nacionalsocialista, sólo se les
permitía participar en la vida pública aJos que le apoyaban.
,Por consiguiente, los acusados-ante los tr1b"ttnales de desnazifi-
cación comprendían virtualmente a todo-el 'que- hubiese toma-
do parte en la vida pública de Alemania durante los <i,Uince
años precedentes. En la práctica, la acusación de haber' mostra-
Jo simpatías prcnazis equivalía .a una acusación de ser patrio-
ta. El juicio y el castigo de los dirigentes de un partido polltico
desacreditado, .como ocurrió en Francia en 18q~, habría teni-
do poca importancia práctica. Pero, como resultado del pro-
CC$0 de desnazificación, todas las ciudades y aldeas de Alemania
quedaban divididas en su interior por denuncias, traiciones,
acusaciones falsas, chantajes, perjurios y venganzas. La única
defensa segura contra la acusación de ser nazi era pretender
haber realizado algún acto de oposición a Hitler, que, inva-
riablemente, equivalía. a un acto de oposición al esíuereo de
guerra. Aterrorizados por las feroces penalidades impuestas,
que no sólo recaían sobre el supuesto culpable; sino también
sobre su mujer y sus hijos, muchos se veían arrastrados a deni-
F. J. P. V.!ALE

grarse a sí mismos por medio de confesiones de actos imagi-


narios, asegurando que siempre hablan abrigado el deseo de
que Hitler fuese derribado, o sea que Alemania fuese derro-
tada. Así, el patriotismo quedaba desacreditado.
Casi inconscientemente, los inventores de la desnazificación
habían dado con la solución de un problema que había preocu-
pado durante siglos a los conquistadores. Doscientos años an-
tes, en la Edad de la Razón, Emeric de Vatrel había señalado
que el golpear a un enemigo postrado y luego vaciarle los bol·
sillos producía un resentimiento duradero en la víctima. «Ven-
ced lo más de prisa y causando las menores molestias que po-
dáis - aconsejaba el jurista suizo -. Cuando, por la fuerza,
se ha alcanzado el objetivo propuesto, hay que darse por satis-
fecho: no impongáis nunca unas condiciones duras; no os
envanezcáis con vuestro triunfo, sino, más bien, decid que ape-
nas merecía la pena régañar por tal cosa. De fo contrario, vues-
tro enemigo quedará resentido contra vosotros y, en la primera
oportunidad, os atacará de tal modo que tendréis que dedica-
ros a la tarea de vencerlo una y otra· vez.»
El procedimiento, imroducido- en 1945 con el nombre de
desnazificación proporciona un, medio para evitar estas repeti-
ciones. Evidentemente, el vencedor no necesitará preocuparse
por el peligro de incurrir en la mala voluntad del enemigo de·
rrotado, si se puede desmoralizar a ese enemigo hasta el punto
de que ya no haya insulto ni ultraje que pueda producirle
la menor emoción.
Esta condición, tan de~Ja por un vencedor que se propone
dar rienda suelta a sus inst.in1os naturales, puede ser producida
en los vencidos mediante la ap1icación brutal del proceso de des-
nazificación. Una vez lograda la rendición incondicional,
todas las perronas del Estado derrotad-O que hayan ejercido
un cargo oficial o que hayan participado en la vida pú-
blica, son acusadas de apoyar, ayudar o preconizar la política
quecondujo a la guerra, Nada importa cuáles sean las ideas
poUúcas del Oobiernorepresemativc del Estado derrotado: el
proceso es aplicable tanto si el Gobierno en cuestión era fas-
EL CRIMEN DE NUllEKB'Elle 89!1
cista, como si era comunista, o si profesaba algún tipo cual-
quiera de democracia. El único hecho importante, por lo que
a los vencedores se refiere, es que el Gobierno fuese a la guerra
y la perdiese. Al imponer penalidades feroces a los hombres
honrados y consecuentes, y al mostrar clemencia con los que
no lo son, o bien son lo suficientemente cobardes como para
• admitir de buen grad9 que su país no tenía razón, se consigue
atraer la enemistad de ese sector de la comunidad en el cual
la emoción del patriotismo era mayor: Al mismo tiempo, al
confiar la tarea de efectuar esa labor a los conciudadanos de
las víctimas. se crea una nueva clase de colaboracionistas cu·
yas vidas, en el futuro, habrán de depender de su capacidad
para impedir que resucite algún 'día el antiguo patriotismo en
el país.
Es evidente que, si se establece la costumbre de imponer
alguna forma de Plan Morgenthau a un pueblo derrotado,
habrá que llevar a cabo simultáneamente alguna versión me-
jorad~ de la desn~i~ca~ión. ~l s~botaje ;111oral es el. resultado
esencial del sabotaje ecónómico, industrial y financiero.
En relación con los juicios de guerra, suponiendo que ten·
ga razón el mariscal de campo Montgomery en su predicción
de que el juicio y la ejecución en la horca de los generales del
bando vencido se ha de convenir en un procedimiento usual
después de cada victoria definitiva, es probable ·que lo que 'se
llama juicio se llegue a convertir en una ceremonia relativa-
mente breve, preparatoria de la ejecución en la horca que, qui-
zá, llegue a convertirse en una ceremonia larga y bien presen-
tada, similar a la Quaresima introducida por Galeazzo Viseen-
ti, de Milán, en el siglo XIV, con la ·cual las ejecuciones de
Estado duraban cuarenta días. ·
Corno contrapeso de estas conclusiones tan sombrías, pode·
mos recordar que ningún observador previsor y bien infor-
mado que viviera en 1652 podía haber supuesto que estaba
iniciándose una época de relativa paz y de prosperidad.
En 1652, la Guerra de los Treinta Afíos acababa de ter·
minar y todo el mundo sabia que había durado hasta el agota-
594 , F. J. P. VULE

miento total por ambos bandos. Eran pocos los que considera-
ban el Tratado de W-estfalia como algo más que un armisticio.
El acuerdo alcanzado era una fórmula de compromiso que no
satisfada a nadie. En la bula Zelo domus Dei, el papa Inocen-
cio X había denunciado el cese de las hostilidades con un len-
guaje violento, teniendo en cuenta que se trataba de una bula
papal, y parecía seguro que se reanudaría la guerra en seguida
en cuanto uno u otro bando se encontrase suficientemente re-
cuperado. Durante los últimos años de la lucha, que babia des-
poblado a la Europa central casi en una tercera parte, hablan
desaparecido los últimos vestigios de restricciones en los méto-
dos de guerra que habían sobrevivido desde la Edad Media. Lo
mismo que hoy, las consecuencias habían recaído principal-
mente sobre la población civil. El saqueo de Magdeburgo por
el conde de Tilly, por puro bestialismo, si es que no por un
horrible afán de matar, merece figurar al lado del bombardeo
en masa de los refugiados de Dresden. La extensión del ham-
bre fué la consecuencia natural de los repetidos saqueos del
campo por los ejércitos rivales; la degradación moral de los
tiempos puede evaluarse por la existencia del canibalismo en
algunas de Ias zonas más devastadas. No fué sólo en Europa
central donde se vieron estos terribles síntomas de derrumba·
miento de la civilización. En Francia, la revuelta de la noble·
za, conocida con el nombre de la Fronda, acababa de comen·
zar en t651 ; parcela poco probable que el Gobierno, fuerte-
mente centralizado, que había creado el cardenal Richelieu
pudiese sobre~ivir mucho al fallecimiento de éste. Si en Fran-
cia estaba a punto de, empezar otro período de enconadas lu-
chas, aún persistían las mismas diferencias religiosas que ha·
bían causado tan terribles derramamientos de sangre en el
siglo anterior, y no había razón para que Francia no llegase
a verse en las mismas condiciones que Alemania. Incluso el
inglés, con su proverbial respeto por la ley, al cabo de seis
añes de guerra civil, había sucumbido también a la tendencia
general hacia la violencia hasta el punto de llegar a cortar la
cabeza a su rey, acto que, en aquella época, apenas si tenía
EL c.tlll,('EN DE NU~ERG 395
precedentes en la Historia. Los partidarios victoriosos del go·
bierno parlamentario acababan de iniciar una lucha evidente·
mente desesperada contra los generales de su propio ejército,
para impedir el establecimiento de una dictadura militar.
Para hacer aún más sombría la perspectiva de 165:1, .la
sombra del Imperio turco se extendía amenazadora sobre toda
Europa. Después de haber pasado el periodo de decadencia
que siguió a la muerte de Sulimán el M4g1lifico, el Imperio
turco estaba dando muestras de resurgimiento. Para una Euro·
pa desunida, devastada por la guerra civil y distraída por sus
. enconados odios, este gran imperio militar que cubría la tota-
lidad del Próximo Oriente, desde Orimea hasta el Sudán y
desde Argelia a las fronteras de Persía, constituía una conti-
nua amenaza que siempre se agudizaba con el advenimiento
de un sultán capacitado .y agresivo. Bárbaros por sur métodos
de guerra, los turcos \l°seían un sistema militar altamente or-
ganizado y los mejores equipos militares. Su artillería era igual
a cualquiera otra de Europa y, con sus famosos jenízaros po-
seía la mayor fuerza disciplinada de infantería que había en
aquella época en el mundo.
Por lo tanto, si hay que admitir que la perspectiva de 1952
es terrible, nos proporciona cierto consuelo recordar que la
perspectiva de 165~ no era. menos terrible. Los peligros que
tan amenazadores se presentaban en 165t, no llegaron a mate·
rializarse. En 168!J, desde luego, los turcos penetraron por se-
gunda vez hasta Viena, pero, aun¡:¡ue los franceses aprovecha-
ron la oportunidad para atacarle por la espalda, el emperador,
con la ayuda de Juan Sobieski, rey de Polonia, logró rechazar
la úJti~a gran invasión turca en Europa. No hubo reanudación
de la Guerra de los Treinta Años, qu,e, definitivamente, había
de ser la óltixn.a de las guerras de religión. La dictadura mili-
tar en Inglaterra no logró sobrevivir una década: en 16601 Car-
los 11 Iué invitado a regresar padficaniente al trono de sus an-
tepasados. La labor de Rlchelieu no se vino abajo durante la
minóría de edad de Luis XIV y Franela asumió la posición de
Estado europeo rector. excepto en cuestiones militares, sin la
F. J. P. V.l?.ALJ:

menor discusión. Y lo' que es más importante de todo, empezó


un movimiento a largo plazo que, por fin, reguló y restringió
de tal modo la manera de hacer la guerra en Europa que se
consiguió un sustiturivo bastante tolerable de la pa:t.
Muchas veces, en los asuntos humanos, los acontecimientos
no guardan relación con lo que lógicamente se podía prever.
Aquellos que sostienen que la experiencia demuestra que rara
vez ocurre lo que parece más seguro que va a ocurrir, pueden
tener hoy el motivo más justificado para el optimismo. Pero
también en esto hay que hacer ciertas reservas: aunque no
siempre llegan a cumplirse las más terribles predicciones y
probabilidades, es iglialmente cierto que las perspectivas de
color de rosa y las grandes esperanzas también se vienen abajo
con frecuencia ante la realidad .
.En la década que precedió a la Primera Guerra Mundial,
parecía haber mayores motivos de optimismo que en ningún
otro período de la historia humana. Los maravillosos avances
de la ciencia y de la técnica hacían posible, por primera vez
para la experiencia humana, el poder alcanzar plenitud de
todo para todos y en todos los países· civilizados. Parecía que
la seguridad y el descanso se ofrecían, en el futuro, con opor-
tunidades sin precedentes para la éducación y el desenvolvi-
miento de las artes y de la literatura. El optimismo social, ba­
sado en el triunfo de la ciencia y de las máquinas se reflejaba
vívidamente en las utopías mecanizadas de H. G. Well~ y, so-
bre todo, en Ja famosa obra del escritor americano Edward
Bellamy, Loolting Backward (t<Mirando atrás») que fué publi-
cada en 1889, exactamente sesenta años antes de que George
Orwell publicase su terrible Mil novecienws ochenta y cuatro,
del cual nos hemos ocupado en el capítulo precedente. Este
optimismo social general se amoldaba perfectamente a las gran-
des esperanzas de que se aboliría la guerra, El movimiento en
favor de la paz había ido continuamente en aumento desde
1840. Se celebraban congresos internacionales de paz con par·
ricipacicnes nutridas y entusiásticas. En La Haya se habla re·
unido una Conferencia Internacional de la Paz. Andrew Car-

EL CIUM.EN DE NUllEMll~RG S97
negie estaba construyendo palacios de la paz y había creado
una Fundación para la Paz Internacional. Norman Angell y
(>U()S nos aseguraban que era imposible otra gran guerra Inter-
nacional, a causa de las enormes dificultades .económicas que
entrañaba.
Si· miramos ahora hacia atrás y fijamos nuestra atención en
los tiempos de Bellamy, vemos con desilusión cómo se evapo-
raron todas esas esperanzas humanas. Los progresos mecáni-
cos, desde los dias de Bellamy, han rebasado sus más aventu-
rados sueños, pero hay más miseria, más pobreza y más sufrí-
miento en el mundo de hoy que en cualquier otro periodo an-
terior de la humana experiencia. Los productos potenciales de
nuestra técnica se van consagrando cada vez con más intensi-
dad a las guerras y a los preparativos de las mismas. Orwell,
más que Bellamy, parece ser el profeta del futuro social, en
el cual las masas se verán reducidas a una pobreza común, in-
timidación mental y bancarrota cultural. En vez de paz perpe-
tua, hemos tenido las dos guerras más devastadoras de la His-
toria y parece que nos encontramos en la fase inicial de una
tercera que puede reducir a polvo toda la civilización. Por muy
increlble que parezca, incluso el movimiento de paz, tal como
hablan subrayado Charles Austio Beard y otros, se ha trans-
formado, en los cincuenta años que han seguido al I goo, en uno
de los · más poderosos factores que conducen a la perpetua
guerra universal. Al haberse orientado hacia el apoyo a planes
prematuros de gobierno mundial, se ha convenido en una fuer-
za principal colocada tras la confusión mundial, que, como ha
señalado el gran' jurista internacional, Jobo Bassett Moore,
tiende a extender toda guerra limitada hacia una guerra mun-
dial. La donación para la paz de Andrew Carnegie, aumenta·
da recientemente con los vastos recursos· de las Fundaciones
Rockefeller y Ford, se ha convertido en el principal sostén
financiero del movimiento· en favor del englobamiento y de
la «guerra perpetua para la paa perpetua».
Nada demuestra mejor que los mismos juicios de gµerra
que el infierno puede estar empedrado de buenas intenciones.
F. J. P. VEAl,J;

No cabe duda de que muchos de los que los apoyaron se sen­
tían impulsados por un afán primitivo mogólico de hacer una
matanza con los enemigos derrotados, por los preceptos- «cientí-
ficos» marxistas que exigen la liquidación de los elementos que
no pueden ser asimilados por la sociedad proletaria y totali­
taria, y por un puro deseo de venganza. Por otra parte, mu-
chos creían sinceramente que el juicio y el castigo de unos
hombres, muchos de los cuales eran ciertamente culpables de
ordenar o permitir crueldades indecibles y sin límites, rednci-
rían las posibilidades de upa guerra futura, y harían, la que
pudiese estallar, más humana y más.Hmitada.
Ya hemos indicado lo vana que era esta esperanza. Los
resultados que se perseguían quizás hubieran sido alcanzados
si hubiesen sido juzgados y castigados todos los que resultasen
culpablej de atrocidades y crueldades, cualesquiera que fue·
sen su nacionalidad, alianzas y distinciones entre vencedores y
vencidos, Pero al limitarse los juicios a aquellos vencidos que
eran acusados de barbaridades sin igual, resultaba inevitable
que se lograse lo contrario de lo que había constituido la espe-
. ranza original. Durante la Segunda Guerra Mundial, incluso
' Alemania y Rusia, a pesar de las carnioerlas en masa en el Este,
se abstuvieron de usar armas tan mortíferas, aunque tenían
grandes reservas de ellas, corno los gases venenosos y los gér-
menes de enfermedades, por temor a una posible represalia. Los
juicios de guerra, al poner claramente de manifiesto que, a par·
tir de ahora, los que pierdan serán sometidos a estos juicios,
considerados oomo agresores, lo hayan sido o no (en Nurem-
berg no se subrayó que Inglaterra y Francia habían declarado
la guerra a Alemania), y ahorcados o sometidos a largas penas
de prisión, sean o no culpables de lo que se les acusa, hacen.
inevitable que todas las restricciones que han sobrevivido in·
cluso a la Segunda Guerra Mundial, hayan de ser olvidadas
en la Tercera, COIJ!O ha demostrado con creces una guerra tan
limitada como la de Corea. 'Como que para un jefe nacional
en, guerra nada puede haber peor que caer en desgracia, ser
torturado y ahorcado si le vencen, no hay razones lógicas ni.
!.L CJUNVI DE NUREMII.ERC 899
psi®lógicas para dejar de recurrir a cualquier medio que pa-
rezca poder asegurar la victoria, por muy mortífero y bárbaro
que sea. De todas formas va a haber represalias en caso de de·
nóta. De esta forma, un procedimiento jurídicó que CS!iba
destinado a impedir que se produjeran brutalidades en tiem-
po de guerra, ha dadó como resultado la seguridad de que en ·
la próxima guerra se pro'ducirá,n horrores que rebasarán todos
los precedentes y.que en su aplicación se suprimirán 'todas las
pocas resrricciones que en esta última se· han observado.
Además, los juicios de guerra y los castigos no han servido,'
el) absoluto, par;i. desalentar a los que se lanzan a una guerra.
Después ele la Primera Guerra Mundial existía la creencia de
que a pesar de 1Ós errores de una victoria por K.. O. y de una
paz por K. p. también, esa victoria podría ser. realmente la
de una guerra para terminar con la guerra. Era, lo más, un
«armisticio de veinte años» que se debía más al cansancio de
la guerra.que a otra cosa. Se aprobó una legislación de neu-
tralidád para que a un pueblo le fuese más dificil lanzarse a
una ,guerra arrastrado por las pasiones del momento. Al ter·
minar la Segunda Guerra Mundial, había desaparecido ínclu-
so C(IC especioso y vano optimismo. Se sugería que, la T ercera
Guerra Mundial empezaría antes de que hubiesen sido licen-
ciados los soldados de la Segunda. No pocos generales ingleses
y americanos recomendaban que habla que terminar con Rusia
mientras se encontrasen todavía en Europa los grandes arrpa-
mentes americanos. No se han podido imponer condiciones de '
paz al vencido: tan grande era el mutuo antagonismo y la
desconfianza de los vencedores que no han sido capaces de
ponerse de acuerdo, ni siquiera para asistir a una conferencia
con el fin de discutir entre s( qué condiciones de paz debían
imponerse. Finalmente, Truman dejó que se desencadenase una
guerra fria-que puede mu.y bien ser el comienzo de una Tercera
Gucn11 Mundial caliente. &ta pudo haberse desencadenado
como consecuencia de la Guerra de Corea, que foé algo más
qu~ un choque o «discusién» entre las Naciones Unidas y los
.
comur.istas .sobre qué coalición debía conrrolar la política del
'
400 F, J. P. VEALE

pequeño Estado. Era álgo aún más ridículo de lo que había


previsto John Bassett Moore, porque ni tan siquiera habla
una frontera definida que poder arrollar. El paralelo 38 era una
línea antojadiza y casualmente decidida por unos soldados y
unos diplomáticos cansados, en Postdam, en 1945. La Guerra
de Corea puede no ser más que un campo de entrenamiento
para la Tercera Guerra Mundial, lo mismo que la Guerra de
España sirvió de ensayo a las fuerzas fascistas y comunistas que
hablan de enfrentarse en la Segunda Guerra Mundial.
El estallido de la Guerra de Corea, a los cinco años de ter·
minarse la Segunda Guerra Mundial, ha tenido como conse-
cuencia el acelerar aún más el proceso de la desilusión de
postguerra, proceso que, durante los últimos años, se ha ido
haciendo cada vez más rápido. Veamos unos ejemplos: por
lo menos durante cuarenta años después de Waterloo, el pú-
blico inglés corriente tenla dificultades para considerar al em-
perador Napoleón como otra cosa que no fuese el nmonstruo
corso» ; en contraste con esto, las consignas de la Primera Gue-
rra Mundial apenas sobrevivieron una década en los Estados
Unidos, e, incluso en Inglaterra, en 19,0, muchos habían de-
jado de considerar al emperador Guillermo como un archi-
criminal al cual se había impedido ccnquístar la tierra única­
mente merced a una guerra para salvar el mundo para la de-
mocracia. En 1a Segunda Guerra Mundial, los acontecimientos
~ sucedieron aúo con mayor rapidez, hasta el punto de que
sus consignas quedaban anticuadas casi con la misma velocidad
con que eran lanzadas. A los pocos meses de empe:iar como
una cruzada para preservar la integridad de Polonia, se olvi-
d6 la existencia misma de Polonia: al terminar, Polonia fué
virtualmente anexada por Ja Unión Soviética sin la menor
objeción y sin ningún comentario público serio. La Carta del
Atlántico fué dada al olvido con entera tranquilidad tan pron-
to como se vió claro que no iba a dar el mismo resukado que
los Catorce Puntos. Al terminar la Segunda Guerra Mundial,
el proceso de desilusión marchó con una velocidad sin prece-
dentes, particularmente en la Gran Bretaña. Las largas series
EL OR.lMEN DE NUJlEM~ERO '
401
,.se ultrajes infligidos
a los soldados británicos por los terroris-
rat de Palestina, por los irregulares comunJtas en Malaya 1
por w fuerzas nacionalistas en Egipto di'.sípaTón bien pronto la
fervorosa admiración antes tan ruidosamente expresada en In·
¡)aterra por los éxitos similares de los «movimientos de resis-
cencia» en Francia e Italia, durante la guerra. El público bri-
tánico volvió en seguida a la opinión que ~ había formado
durante la rebelión irlandesa de Sinn Fein, en 1920, en rela-
ción con los asesinatos, los incendios premeditados y los sal»
tajes realizados por las personas· civiles c;olno método para al·
canzar determinados fines políticos· (, ).
En 195.ll, la única creencia que sobrevivía todavía-desde los
primeros .años de la postguerra, <le manera más o menos vaci-
Jante, era la creencia de que, por lo menos, la Segunda Guerra
Muntlial habla dado como resultado el ehablecimíento de un
nuevo grado de justicia internacional. Cobio hemos visto, toda·
vía en marzo de 1951, el entonces. fiscal géneral británico, sir
Hartley Shawcross pudo lanzar, sin ponerse en ridlculo, un
emocionado llamamiento en favor de lo que él consideraba
como los principios de justicia· internacional establecidos en
Nuremberg, para que no fuesen minados con fines de conve-
niencia política. : r
Esta consoladora creencia permarieció inconmovible hasta
que, en julio de 1.952, se informó que los comunistas chinos
h.bían indicado que tenían intención de someter a su debido
tiempo a juicios de guerra a algunos de los prisioneros de
¡uerra capturados en la campaña de Corea, «de acuerdo con
loe principios establecidos por los tribunales militares interna·
cionales de Nuremberg y Tokio». En miles de hogares, a am-

(1) Dos 15'.bl"Qlf, que apateeieroo nada men0& que' en 1952 ponen clan.m.crue de
-i&csto~ sin Qlbargo, que el e,pJrltu de lo& Liempo, de la gutlfl y de los ju.iclot
• Nr.ttanberg a difícil de--elh:o.in.u y ·(O(lavfa pen'iac en algunOf medio,. f'\Jcrca
~ and S~tfce («La. espada y la avúdca.o). (.Nu.ev1. Y~ _Si:tnon and Sc:butt«.
1961), por d. general Tdlord. Taylor. qU< sucedló al jua Jac:uon como fi>cal j<te
en .Nuena.bcrg, y In lh .. NOU Era, (•:En la: eran.,.¡,.), N'u«a York, SL Martin'• P'Ml,.

. ..,,._
;~ p« sir Lewls Nap,la. profesor de Uioto<ia de la Universidad de MancllestC',
'

\.
•• ,
F. •j, P. VE'AU

bos lados del Atlántico, la cuestión dejó en' seguida de set un


problema de orden académico sobre si ciertos extranjeros más
o menos dignos o indignos habían sido injustamente condena-
dos unos pocos años antes. Los parientes ansiosos de los solda·
dos, marineros y aviadores británicos y americanos que presta-
ban servicio en Corea - y de aquellos que por pertenecer a las
fuerzas armadas podían ser llevados más adelante 'a servir en
Corea - no tuvieron la menor- dificultad para prever cuál sería
el resultado de unos juicios de guerra realizados «de acuerdo
con los principios de Nuremberg» .. Instantáneamente, desapa-
recieron todas las ilusiones a este respecto. Lo que hay que
considerar como la esquela de dcfundón de los juicios de gue·
rra de Nuremberg, apareció en el Times londínense del ~5 de,
julio de 1952, en forma de una cana dirigida al periódico, en
la cual lord Maugham decía: t<El Tribunal de Nuremberg,
nunca ha pretendido establecer «principios» para toda la Hu-
manidad»,
Quizá siempre fué una esperanza poco ,razonable la de que
«la espléndida decisión» tornada por el Ministerio británico
del Aire el 11 de mayo de 1940 habría de dar como resultado
el establecimiento de ni agün principio. Los 18 bombarderos
Whitley qt1<' salieron de Inglaterra en aquella memorable no-
, che de primavera, que ahora pare;;e un remoto pasado, no sa-
lieron para establecer principios. Las bombas que arro jaro.n
en la obscuridad del paisaje de Westfalia puede que, por ca·
sualidad, atinasen en algunas instalaciones ferroviarias. Des-
pués de las devastacienes generales que se produjeron durante
los cinco años siguientes; probablemente sería imposible aes.
cubrir ahora si habían dejado tras sí alguna ruina cuando re·
gresaron a la mañana siguiente a sus bases. Quizá no merezca
la pena averiguarlo. Probablemente es mejor considerar esta
incursión aérea histórica como un acto simbólico, &in conexión
con cadáveres o escombros, que dejó tras s{, en ruinas, nada
menos que los principios de la guerra civilizada que se nab~n
establecido en Europa desde hada más de dósc,ientos an06. lJe
manera similar, 106 juicios de guerra que fueron el resanado
\
.EL CRIMEN Dl, NUREMBERG
1
de aquella otra decisión quizás igualmente espléndida adoptada
en la Conferencia de Teherán en 194g, tampoco han conduci-
do, como nos informan ahora, al establecimiento de ningún
principio nuevo de justicia. Quizás algún día reconozca todo
rJ mundo que, sin establecer ningún nuevo principio de jus-
ticia, los juicios deguerra dejaron de hecho, tras ~.1, en ruinas,
Jo. principios de justicia que hablan sido aceptados sin discu-
sión por. todos los pueblos civilizados, desde hacia muchos
't;iglOS..
Por lo menos, hay una afirmación que puede hacerse con
absoluta confianza en relación con estas dos espléndidas deci-
siones. Aunque ninguna de ellas condujo a nuevos principios
de justicia, cada una de ellas creó un precedente. Podemos te-
ntr la seguridad de que estos dos precedentes serán seguidos
con toda fidelidad siempre que .les parezca conveniente a quie-
nes tengan poder suficiente para seguirlos. Lo que todavía está
pot ver, sin embargo, es cuál de estos dos precedentes es el que
tendremos que lamentar más .


'

'
• •

',..
' '

' •
'

BIBL10GRKFÍA

Entre los libros utilizados en la preparación de este volu-


men, además de los tratados históricos típicos, se hallan los si·
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1948.
C. R. Ballard, Tbe Mililary Genius of Abrah11,n Lincoin, Cle-
veland : World Publishing Company, 19.52.
ltlaurice Bardeche, Nuremberg, Paris: Les Sept Coleurs, 1948,
Harry Elmer Barnes, The Cene.lis of the lllorld !Fnr, New
York : Knopf, 19t9.
Harry Elmer Barnes, The Slrt1ggle Againsl tite Htstoricot BIII, ·
ltout, ninth editjon, privately printed, 1952.
ltfontgomcry Bclgion, Victor's [ustice, Chirago : Regnery. 19.f!J·
L L. Bernard, War and lts C1111se.s. Nc-w York: Holt, 1944.
Peter·Calvocoressi, Nurémberg, London : Chano ii: ,vir¡du~,
1\J.!7- ' •.
Hadley Carurit, Immsion j1·om Mars, Princeton: Princeron Uni·
versit y Press, 1 940. . ,. ·· ,
William Henry Chamb~rli11, The. E11rope1111 Cocltpit, New
York : Macmillan, 1947.
William Henry Chamberlin. Amerira's S«ond Crusadr, Chica-
go: Regnery, 19.50.
\Vinsron S. Churchill. Cto,i11-g thr R111g, Bos1011: Houghrcn
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F. J• J'. VEALE

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M: R. Davie, Tbe Evolution of Wtirfare, New Haven : Yale
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G. M. Gilbert, Nu,~em/Je;g Díary, New York: Farrar and
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Sheldon Glueck, lflar Crimitui.ls: Their Prosecutitm and Pu,
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Sheldon Glueck, The ~,remli~rg Tria'/ and. /1ggressive W<1r,
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1


ÍNDICES

'




• •

ÍNDICE

lJ,rtllODUCCIÓN ... . . . . . . .. . . . . . . . . . . " . . . . . . . .• .. . . . . .. 7


CAPÍTULO l. - Simplicidad primaveral .. . .. . . . . .. . .. . 17

» 11. - La guerra organizada . .. . . . . .. .. . , . . .. . 3b


» 111. ~Las guerras civiles de Europa .•. '61
h LV. ­La guerra civilizada (1.• fase) 85
» V.-La guerra civilizada Is." fase) ,.. 11$
1
>1 VI.­ La espléndida decisión ,. 161

» Vll.-Lacaída 193
" VIII.- Después de -Nuremberg 275
» IX. - Reflexiones sobre los juicios de guerra
en' su perspectiva histórica , .. . 329
» X. - La guerra Orwelliana . . . . . . . . . . . .. .. . .. . :¡li 1
» X l. ­ Perspectiva .. . . . . . . . .. . .. . . .. .. . .. . . .. 'j87
.
Bibliografía .... , : .... , . . . . . • . . .. . .. • .. . ,j <t~



• • •
INDICE DE LAMINAS

.
Anta. ­ Ahora .. . . . . . .. . , . . . . .. . . . . Frontispicio
Ruinas de Dresde . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3·4·!5
llujnas de Dresde. La ciudad no era ningún obje-
. mil'itar
nvo ~·· ., .........•.........
Proceso de Nuremberg. Tribunal de jueces ínter-
nacíonales . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . ..
Vista general de la sala donde se celebró el proceso
de Nuremberg .. . .. . . .. .. . . . . .. . . .. ... . .. .. . 84-8.5
Proceso de Nuremberg. Vista parcial de los conde·
nados ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... 114-115

Ca!.llbio de guardia en la cárcel de Spandau ... .. . 114·115

El general alemán Dortler, fusilado por los ameri-


canos .. ~. . . . . .. ,. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 160· 16 ~
karl Hermano Frank, ex «protector» de Bohemia y
Móravia, fué colgado en el patio de la cárcel de
Pankra.c . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 60-161

El 6.lca.! supremo aliado de los procesos de Nurem-


berg .' ·t· ••• , •••••••••• ••• 19..t·193
La cárcel de Nuremberg . . . . . . . . ..
-
.
••• F, J. P. V.E.Al.E

A. Rosenberg. Fotografía tomada inmediatamente


..... """'..
· después de su ejecución . . . .. . .. . .. . . .. . . . . ..
H. Fnnk. Fotogr.úía tomada inmediatamente des-
pués de su ejecución .. . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . ..
Proceso de Nurcmberg. Fichas de los acusados ......
El ex-Premier de Hungría Bela Imredy ante el pe­
lotón de ejecución . . . . . . .. . .. . .. . . .. .. . . .. ..~
'
Es criminal perder en la guerra .


I




• •

' -- •

ES't"A ED1c10N SE TEllMlNo DE iw.


PRIMlll EN EL MtS DE ACOSTO D& 1954,
EN I..OS TALI.EllL, D& LA COMPAIUA
EDITORIAL CONTINf.NTAl., S. /\. ••
• UEXICO. D. F •



' •
NDIIEMIEIIG
F. J. P. V eale
libro do F J. P. Ve.Je .. pro•
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1. Lo. f.amOIOI ttiheoalea do
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••a.ero• 1 bú\.arN e.o la &,..
cucnl, Otitatal y del tar,
QM NlacióD COA Ja
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.. .bubariPei'• de la pern.
por alpo.. pocot ciudod•·
mípeatM de loe .,-t.e. nooo.
eomo ua mitodo .eguro pan
fatatu agre,ioaet 1 eritat 1•
idad M 'ª•º"'·
Ut.01 tribo ..

.........
111• teoido HHttme:cue el re,.

ao. • •• me.no,pr,,cio total


NOot priocipiOI y pt~di-
....... , ao teniendo Ye.rd•·
jeriedat'cilie Nhre Jot aca..dot
or,... ,, Íllnn1ando ctíme.noe
t /a_f}Ot pemlrie.odo qae. lot
ol'T&:Hrto como íttctle.1 Jae-
f•Íf'e•tor .. de. la jo.-ici•, 7 •d·
o como fitcale, • lat r1ao
lhdo calp1bJu da uhne.ne,
••nMro.c.t r 1tN>Ce1 e,omo I01
le, e.no i~•do, • lo. ac.a:u-
!lttot tribaaale.t duhonr.roa la

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eote al llolllbr. do lu 111we.rna1
anal, • Atila, a Geagtf
y. Lui&.
'to y peaNdo por oo i.oglh,
•• libro .. 01nbrot0.
•• alegato duro y viol•to
loe veaeedoNIII y cNn¡o,'9t

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