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Opus Habana

Testimonia la obra de restauración de La Habana Vieja, Patrimonio de la Humanidad

La pasión de Rosmina o algo que diga precisamente lo contrario

Revista Opus Habana

Escrito por Amalina BomninHistoriadora del Arte.

Publicado el 30 Noviembre 1999

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Colindante con la Avenida del Puerto, el Hotel Armadores de Santander exhibe un grupo de
pinturas bajo el título de «Afinidades electivas». Se trata de obras del pintor Jesús Gastell,
quien nos aproxima a ciertas de sus visiones pictóricas, que tienen un poco más de la temática
paisajística.

La estereotipación del paisaje cubano es algo que el pintor Gastell tiene en cuenta, porque
dicho género tradicionalmente tiene a su vera elementos tipificadores de cubanía, y él elude
cualquier noción tropicalizada en sus interpretaciones.

«…lo que ves, lo ves siempre para ver otra cosa».

Fernando Pessoa

El modus operandi de Jesús Gastell (Pinar del Río, 1964) pudiera compararse al
funcionamiento del lego: un juguete sencillo, pero con infinitas posibilidades de construcción.
Después de haber armado una figura se puede desmontar y construir algo completamente
distinto. Y es que el artista, en apariencia racional, estoico, es un ser obsesionado y
profundamente inquieto respecto no sólo a los artilugios artísticos sino a toda la experiencia
humana. No le interesa el poder reproductivo de la creación, sino la capacidad modulativa de
la aventura estética en una época que genera niveles similares de ilusión y paranoia. Es
consciente de que estar atento es la condición sine qua non de estos tiempos, donde la
simultaneidad de textos apenas deja resquicio a lo casual. Su pintura entrópica con aspectos
de paisaje, aunque en esencia (no incontaminada) maneja rudimentos neoconceptuales desde
una óptica muy propia, tiene «gancho» comercial, además de ser arriesgada; en ella
encuentras no sólo lo que ves.

La emergencia de creadores que han usado el paisaje, o determinados presupuestos del


género, para establecer sus propuestas en Pinar del Río ha dado lugar, en muchas ocasiones, al
criterio tendencioso sobre la existencia de una Escuela (con mayúscula) paisajística pinareña.
Planteamiento infundado, porque no hay esa pretendida conexión entre los artistas
fundadores de la Escuela de Artes Plásticas y Aplicadas, que cultivaban este tipo de pintura, y
los que en la actualidad lo hacen teniendo en cuenta los requerimientos del mercado.

En el caso de Gastell este género ha sido más medio que fin. Él mismo no se identifica con el
paisaje como forma de expresión, sino con una obra que lo utiliza como «truco» para atraer la
atención sobre otros asuntos relacionados con la concepción del arte. Autonomía artística,
mito, oficio, contexto, paradigma, son algunos de los conceptos puestos en tela de juicio en el
discurso del artista, a quien siempre le ha preocupado el objeto del arte y el completamiento
de éste a través del público que lo percibe. Todo el tiempo concibe obras abiertas y que en su
opinión constituyen actos de negación, gracias a su noción dialéctica del ejercicio estético
como trabajo cavilante que continuamente se replantea para superar lo anterior. Pero
además, porque en el momento preciso de la creación, al atender con recelo a la supuesta
impecabilidad formal u otros elementos de índole conceptual, lo hace para refutarlos en un
gesto paródico.

La reflexión en esta muestra, «Afinidades electivas», se establece como contrasentido, porque


emplaza no sólo lo entendido como paisaje, sino la cuestión global de género. El hecho de que
esta propuesta «juegue» con presupuestos del surrealismo, el impresionismo, la abstracción,
el informalismo y el conceptualismo, por mencionar los más socorridos, nos enfrenta a un
cuestionamiento donde lo normativo se desvanece ante la dialogicidad del lenguaje. La tensión
de carácter binario (concreto-inasible, etéreo-grave, original-copia, etc) se disloca ante la
naturaleza abierta de esta poética sin intenciones narrativas y que tiende al hermetismo.

La estereotipación del paisaje cubano es algo que Gastell tiene en cuenta porque dicho género
tradicionalmente tiene a su vera elementos tipificadores de cubanía, y él elude cualquier
noción tropicalizada en sus interpretaciones. Esta propuesta se ha desarrollado dentro de una
gama de colores fríos que rechaza la calidad a ultranza de mucho paisaje hecho en la Isla. No
obstante, en ocasiones, introduce rojos o naranjas para «torcer» la percepción establecida
respecto a su pintura. El proceso de creación de este artista que vive en Soroa es lento.
Constantemente se replantea las obras, a veces incluso después de exponerlas. Su Casa-Taller
rodeada de exuberante vegetación y clima húmedo le ha permitido explorar y explotar la
naturaleza en un sentido cartesiano. Las consideraciones filosóficas de Gastell se traducen en
una producción sobria, con parquedad de recursos formales, que asiduamente revisa el
decursar del arte y ubica su actitud dentro de una postura irónica. Este proceder consigue un
aire de «tramoya» por su apariencia hiperreal.

La potenciación del discurso a partir de los títulos de las piezas es otro aspecto importante a la
hora de valorar esta producción. Cada uno de ellos apuesta por «engrosar» la metáfora visual
adjudicándole mayor tensión. Todos hablan de una reflexión aguda, asentada sobre un afán
investigativo que cuestiona los convencionalismos estéticos.
Pintura metafísica, ejercicio virtual, ensayo filosófico, pudieran ser calificativos posibles para el
quehacer de Gastell, pero no suficientes. Estas especulaciones que continuamente nos hacen
recordar «la maldita circunstancia del agua por todas partes» no refieren solamente al
fenómeno de la insularidad y sus consecuentes frustraciones, sino también a su contrario. La
posibilidad de alcanzar la plenitud mediante la realización creativa se instaura aquí como tesis.
Algo así como un «paisaje del deseo», pero que niega la tradición y niega el deseo, porque
según las filosofías orientales el ansia es enemiga de la integridad, y Gastell es consciente de
ello.

(Palabras al catálogo de la exposición «Afinidades electivas», Hotel Armadores de Santander,


marzo-abril, 2005)

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