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Revista Imsomnio

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articulos y cuentos

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Revista Imsomnio
EL NIÑO 5 MIL MILLONES EL HOMBRE Q APRENDIÓ A LA-
DRAR

En un día del año 1987 nació el niño Cin- Lo cierto es que fueron años de arduo y
co Mil Millones. Vino sin etiqueta, así que pragmático aprendizaje, con lapsos de des-
podía ser negro, blanco, amarillo, etc. Mu- alineamiento en los que estuvo a punto de
chos países escogieron al azar un niño Cinco desistir. Pero al fin triunfó la perseverancia
Mil Millones para homenajearlo y hasta para y Raimundo aprendió a ladrar. No a imitar
filmarlo y grabar su primer llanto. ladridos, como suelen hacer algunos chistosos
o que se creen tales, sino verdaderamente a
Sin embargo, el verdadero niño Cinco Mil ladrar. ¿Qué lo había impulsado a ese adies-
Millones no fue homenajeado ni filmado ni tramiento? Ante sus amigos se autoflagelaba
acaso tuvo energías para su primer llanto. con humor: “La verdad es que ladro por no
Mucho antes de nacer ya tenía hambre. Un llorar”. Sin embargo, la razón más valedera
hambre atroz. Un hambre vieja. Cuando por era su amor casi franciscano hacia sus herma-
fin movió sus dedos, éstos tocaron la tierra nos perros. Amor es comunicación.
seca. Cuarteada y seca. Tierra con grietas y
esqueletos de perros o de camellos o de vacas. ¿Cómo amar entonces sin comunicarse?
También con el esqueleto del niño número
4.999 999 999. Para Raimundo representó un día de gloria
cuando su ladrido fue por fin comprendido
El verdadero niño Cinco Mil Millones te- por Leo, su hermano perro, y (algo más ex-
nía hambre y sed, pero su madre tenía más traordinario aún) él comprendió el ladrido de
hambre y más sed y sus pechos oscuros eran Leo. A partir de ese día Raimundo y Leo se
como tierra exhausta. Junto a ella, el abuelo tendian, por lo general en los atardeceres, bajo
del niño tenía hambre y sed más antiguas aún la glorieta y dialogaban sobre temas generales.
y ya no encontraba en sí mismo ganas de pen- A pesar de su amor por los hermanos perros,
sar o de creer. Raimundo nunca había imaginado que Leo
tuviera una tan sagaz visión del mundo.
Una semana después, el niño Cinco Mil
Millones era un minúsculo esqueleto y en Por fin, una tarde se animó a preguntarle,
consecuencia disminuyó en algo el horrible en varios sobrios ladridos: “Dime, Leo, con
riesgo de que el planeta llegara a estar super- toda franqueza: ¿qué opinás de mi forma de
poblado. ladrar?”. La respuesta de Leo fue bastante
escueta y sincera: “Yo diría que lo haces bas-
tante bien, pero tendrás que mejorar. Cuando
ladras, todavía se te nota el acento humano.”

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Ítalo Calvino (Italia, 1923-1985) ciudad donde se cambia la memoria en cada
solsticio y en cada equinoccio.

A ochenta millas de proa al viento


maestral, el hombre llega a la ciudad
deEufemia, donde los mercaderes de siete na-
Las ciudades invisibles (Le cittá invisibi-
le,1972), trad. Aurora Bernárdez, Barcelona,
Minotauro, 1983, págs. 44-49
ciones se reúnen en cada solsticio y en cada
equinoccio. La barca que fondea con una
carga de jengibre y algodón en rama volve-
rá a zarpar con la estiba llena de pistacho y LAS LÍNEAS DE LA MANO
semilla de amapola, y la caravana que acaba (Julio Cortázar ,Argentina, 1914-1984)
de descargar costales de nuez moscada y de
pasas de uva ya lía sus enjalmas para la vuelta
con rollos de muselina dorada. Pero lo que
impulsa a remontar ríos y atravesar desiertos
para venir hasta aquí no es solo el trueque de
D e una carta tirada sobre la mesa sale
una línea que corre por la plancha de
pino y baja por una pata. Basta mirar bien
mercancías que encuentras siempre iguales en para descubrir que la línea continúa por el
todos los bazares dentro y fuera del imperio piso de parqué, remonta el muro, entra en una
del Gran Kan, desparramadas a tus pies en las lámina que reproduce un cuadro de Boucher,
mismas esteras amarillas, a la sombra de los dibuja la espalda de una mujer reclinada en un
mismos toldos espantamoscas, ofrecidas con diván y por fin escapa de la habitación por el
las mismas engañosas rebajas de precio. No techo y desciende en la cadena del pararrayos
solo a vender y a comprar se viene a Eufemia hasta la calle. Ahí es difícil seguirla a causa
sino también porque de noche, junto a las ho- del tránsito, pero con atención se la verá su-
gueras que rodean el mercado, sentados sobre bir por la rueda del autobús estacionado en
sacos o barriles o tendidos en montones de la esquina y que lleva al puerto. Allí baja por
alfombras, a cada palabra que uno dice -como la media de nilón cristal de la pasajera más
“lobo”, “hermana”, “tesoro escondido”, “ba- rubia, entra en el territorio hostil de las adua-
talla”, “sarna,”, “amantes”- los otros cuentan nas, rampa y repta y zigzaguea hasta el muelle
cada uno su historia de lobos, de hermanas, mayor y allí ( pero es difícil verla, sólo las
de tesoros, de sarna, de amantes, de batallas. ratas la siguen para trepar a bordo ) sube al
Y tú sabes que en el largo viaje que te espera, barco de turbinas sonoras, corre por las plan-
cuando para permanecer despierto en el ba- chas de la cubierta de primera clase, salva con
lanceo del camello o del junco se empiezan dificultad la escotilla mayor y en una cabina,
a evocar todos los recuerdos propios uno por donde un hombre triste bebe coñac y escucha
uno, tu lobo se habrá convertido en otro lobo, la sirena de partida, remonta por la costura
tu hermana en una hermana diferente, tu ba- del pantalón, por el chaleco de punto, se des-
talla en otra batalla, al regresar de Eufemia, la liza hasta el codo y con un último esfuerzo

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se guarece en la palma de la mano derecha, Pero nunca había sido la verdadera pasión,
que en ese instante empieza a cerrarse sobre nunca. No existía ni una sola de ellas por la
la culata de una pistola. que se hubiera cargado un banco de orcas o
Historias de cronopios y de famas (1962) arriesgado entre las rojas algas de los Sarga-
zos.
Esa era la única sombra que aparecía al mi-
EL ENAMORADO DE LOS LLANOS rar atrás hacia los largos años, y no arreglaba
CORALINOS mucho las cosas pensar que en alguna parte,
quizá entre las grutas del coral, quizá en las
(Adrian Conan Doyle, Inglaterra, 1910- aguas heladas, en este momento, ella también
1970) podría estar nadando y soplando y soñando
acerca de su macho ideal. Pero si los achaques

T enía doscientos años y en los últimos


tiempos había empezado a pesarle la
edad. Padecía algún que otro achaque, ¿saben
representaban alguna cosa, era ya demasiado
tarde para poner algún arreglo al caso, de
modo que se limitaba a salir a la superficie y
ustedes? tostarse un poco al sol.
En las islas Salomón le llamaban Shushu, Aunque el mar era como cristal, no dejaba
probablemente por el ruido que hacía al zam- de ser una suerte que él tuviera aquella hon-
bullirse, pues lo conocían muy bien de vista. rosa vegetación de algas y aquellas lapas en
Era imposible confundir aquel muñón que en torno a sus brillantes y diminutos ojos, de lo
sus buenos tiempos había sido la fina aleta contrario podría haber sido seriamente mo-
de la cola. lestado por la irresponsabilidad de los peces
Bueno, si Dios que creó las inmensas aguas voladores que persistían en posarse en su ca-
estaba a punto de llamarle a su seno, nada beza. Recordaba los días en que esos peces
había de humillante en que un cachalote se mostraban mejor juicio en sus piruetas y más
sometiera al único Ser más poderoso que él. respeto para los demás; incluso cuando algu-
Además, ¿qué tenía que temer? En su corazón na albacora intentaba clavarles una dentellada
siempre había sido temeroso de Dios a pesar en la cola.
de sus manifiestas inmoralidades. Sí, verdaderamente había visto bastantes
Y era siempre al llegar a este punto cuando cosas… en realidad todo cuanto había que
se llenaba la boca de una buena cantidad de ver en los grandes mares, sin excluir aquéllos
plancton y la escupía otra vez. ¡Esas hembras! lejanísimos donde las tierras se alzaban flo-
Conocía sus trucos, pues había frecuentado tantes, altas, blancas y silenciosas, cruzando
bastante a esas bellezas allá abajo, en el pálido las aguas ocultas bajo un sol de medianoche
azul adonde acudían los amantes; incluso les que pendía opacamente rojo en el cielo.
había dejado uno o dos cachorros a cada una Aquel viaje había constituido un error,
para que se acordaran de él. pues fue allí donde perdió la mitad de su cola

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en el ataque de una banda de orcas asesinas, y Juan del Océano se había convertido en el
había sufrido serios inconvenientes por parte amante de los llanos coralinos. Había encon-
de un narval, pero después de todo, la juven- trado su sueño.
tud tiene que aprender y, en el mar, la expe- Se la llevó con él abajo, no muy hondo, a
riencia se paga a un alto precio. su lugar favorito donde, sobre las arenas pla-
Bueno, lo había visto todo, de manera que teadas, se cernía una luz violeta y los picos
si Dios se preparaba a llamarlo, no tenía im- de coral formaban grutas y llanos, todo relu-
portancia. Él era un tipo “ahí me las den to- ciente con las nupciales joyas del mar. Y allí
das”, y para demostrarlo iba a pegar un saltito se unieron, allí enlazaron sus corazones con
y de paso sacudirse algunos de esos pertinaces una fuerza que sólo la muerte podría vencer,
parásitos de mar. con el amor que se forja a cien brazas de pro-
De manera que Shushu pegó un saltito di- fundidad.
rectamente fuera de las cálidas aguas del Pací- Los achaques de Shushu habían huido al
fico y directamente a sus profundidades otra limbo de las cosas olvidadas. Una vez más, el
vez ocasionando con ello un estruendo que espíritu de su juventud, que había imaginado
hizo dispararse a los albatros al aire en cinco desaparecido para siempre, corría tan alegre-
millas a la redonda del lugar de inmersión. mente en sus aletas que, a la menor provoca-
Y fue mientras estaba sumergiéndose, som- ción, él saltaba como un arenque en la gozosa
bra monstruosa en el diáfano azul, que vio… luz del sol, o surgiendo de las profundidades
que la vio. como una oculta montaña proyectaba su cho-
Ella estaba ascendiendo a la superficie para rro de agua entre una pareja de vacas marinas,
soplar, sobre eso no cabía duda, y jamás una pacíficamente dormidas.
ballena hembra había surgido más graciosa- Luego vinieron los días, los maravillosos
mente de las profundidades marinas. ¡Y su días pasados vagabundeando en busca de ca-
color! Un gris perla. Él se aproximó ahora lamares durante millas y millas por las inter-
para verla más de cerca. ¡Qué espalda, lisa minables llanuras de la profundidad media;
como una roca! Su cola… apenas se atrevía donde los únicos movimientos eran el paso
a mirarla. Era todo demasiado hermoso para de sus propias sombras reflejadas en la arena
ser cierto. Pero no pudo vencer el impulso azul y, ocasionalmente, un delgado remolino,
de contemplarla y así lo hizo. Ni siquiera un semejante a una voluta de humo que se levan-
tiburón azul podía superar la gracia, la on- taba del lecho del océano, en el lugar donde
dulante gracia, de aquella cosa aleteante en un pólipo huía en vano ante el impulso de sus
forma de gorgonia. enormes mandíbulas.
Ella, la coqueta, se movió ahora con más Pero Shushu tenía marcada preferencia por
lentitud, y en el momento en que sus ojos se los llanos coralinos donde podía yacer a su
encontraron Shushu comprendió que su bús- gusto, rascándose la barriga deliciosamente
queda había terminado, que por fin el Don en las ramas astadas, mientras su joven esposa

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quemaba su exceso de energía manteniéndose mente, en la condición en que ella se encon-
cabeza abajo, de forma que los escaros pu- traba no podría resistir ni la profundidad ni la
dieran liberarla cortésmente de todo parásito terrible lucha que sin duda les esperaba.
importuno, o bien deslizándose entre las co- Al seguir la emigración, Shushu había co-
lumnas y pináculos donde las algas, movién- metido su segundo error en doscientos años,
dose como plumas rosadas, parecían balan- y ese era uno más en el acuerdo de hidalgos
cearse en armonía con su propia y graciosa que existe entre Dios y las ballenas.
cola. De modo que él la miró con sus brillantes
Pasaron los meses. ojillos y frotó un poco el hocico contra ella
Juntos surcaron las aguas libres en pos de para hacerla comprender; luego, limpiándose
los bancos de bonitos y de caballas que se los pulmones con un último soplido, se hun-
dirigían al norte en una de esas emigracio- dió en la profundidad para procurarle la co-
nes que son místicos latidos de la naturaleza; mida que les permitiría emprender el viaje de
luego, más allá de las islas Kapangamarangi, regreso a las grutas de coral.
los bancos se dispersaron con el monzón y en Abajo y abajo. Verticalmente abajo.
pocas horas el océano quedó tan vacío como La luz había huido del agua: el verde del
el desierto. azul, el azul del morado, el morado del gris
Las zonas coralinas, esas abundantes des- oscuro.
pensas de peces, habían sido dejadas muy Abajo.
atrás, al sur, en un potente nadar de muchos Ahora todo era negrura y, bajo su espesa
días. Abajo, mil brazas al fondo, los picachos capa de músculos y esperma, la sangre de
de lava emergían erizados de la negra, infinita Shushu circulaba fríamente, con un helor más
profundidad. Un lugar de terror, la sede del mortal todavía que el que había experimenta-
demonio, donde ninguna criatura viviente, do en las aguas árticas.
excepto quizás la ballena si tenía un corazón Y aún siguió bajando.
fuerte y valeroso, podía abrigar la esperanza Penachos y burbujas de luz, vívidas como
de entrar y regresar. llamitas verdes, veteaban la oscuridad por to-
Antes de emprender la larga travesía te- dos lados, pero no les prestó atención, alerta
nían que contar con alimentos, pero, ¿cómo a una presa más importante que requería todo
obtenerlos? Ella estaba grávida, lo que había su vigor, toda su fuerza para dominarla, si es
motivado el que ambos siguieran a los espe- que había de alcanzar la superficie otra vez.
sos bancos de fácil presa; mas ahora, en los Encontrose ante él con una oscuridad más
desolados eriales donde los peces eran escasos cerrada, sus aletas tocaron roca y Shushu se
y veloces, había que ser muy ágil o morir de deslizó entre las gargantas de los picos de lava.
hambre. Allá abajo, en las cavernas de los pi- Aquí vivía el terror, la cosa que él buscaba.
cachos sumergidos, era aún posible encontrar Nada se movía. Los desvaídos pináculos,
comida, pero, como comprendía instintiva- los salidizos bordes de los precipicios, hun-

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diéndose en el fondo del mundo, apareciendo negra niebla expedida por la sepia veló aque-
en torno a él en toda su tremenda quietud. Su llos horribles ojos, en tanto que el monstruo
sangre pareció cesar de latir como convertida intentaba regresar a su guarida. Pero Shushu
en hielo y la presión de las aguas secretas pesó no soltaba su presa, girando y retorciéndose
sobre él con el silencio de la muerte. como cogido en un remolino hasta que, poco
Y entonces, del interior de una caverna se a poco, la espuma de los últimos estertores de
proyectó un largo brazo blanco. la muerte se fundió en el abismo. Había hun-
Este brazo le rodeó el cuerpo y, en seguida, dido los dientes en el cerebro del monstruo.
otro y otro y otro, cada uno de ellos del gro- No había tiempo que perder. Un primitivo
sor de un barril. Se retorcían en torno a sus instinto le decía que el aire de sus pulmones
aletas, agarrábanse a su dorso, laceraban su se hallaba tan peligrosamente próximo a ago-
cabeza con gigantescas ventosas que se hun- tarse, que tenía que comenzar el ascenso de
dían en su carne como las garras de un tigre. inmediato, si es que sus ojos habían de con-
Perforando la oscuridad, dos ojos luminosos, templar otra vez el mundo de la superficie.
fríos como la luz lunar, flotaban furtivamente Arrancando un pedazo, quizás de unas tres
hacia él, mientras yarda a yarda surgía de lo toneladas, del cuerpo gigantesco de la sepia,
profundo de la caverna un cuerpo monstruo- Shushu se disparó hacia arriba llevándolo en-
so, largo y enorme como el suyo, pero de una tre sus poderosas mandíbulas.
palidez reluciente y viscosa que se destacaba El negro se transformaba en gris, el gris en
contra la negrura del abismo. morado, el morado en azul índigo y ahora,
Poniendo en juego toda su fuerza, el ca- por fin, aparecía el brillante verde esmeralda
chalote giró sobre sí mismo en la zarpa de los de los últimos cien pies. El desesperado batir
gigantescos tentáculos, proyectándose hacia de sus aletas sacudía y agitaba su cuerpo, sus
atrás con las aletas, y los dos titanes de las pulmones estaban a punto de estallar; pero
profundidades flotaron sobre el precipicio nunca, ni por un momento, soltaron sus dien-
submarino unidos en un tremendo abrazo. tes la carga que tiraba de él hacia abajo: la
El cuerpo de la sepia gigante cubrió la ca- comida que él ganara para ella.
beza de Shushu. El córneo pico desgarraba y Y entonces, a pesar de su propia angustia,
hendía la carne hasta que las aguas en torno olió aquello. Sangre. ¡Había sangre en las
fueron oscurecidas más aún por una nube de aguas de la superficie!
sangre, a la vez que las garras de los enormes Entre un estrépito de aguas divididas, rom-
discos adheridos a su cuerpo hurgaban ávida- pió la piel del mar y flotó allí, inerte, mientras
mente en sus venas. el aire que le quedaba en los pulmones salía
De una sola dentellada partió uno de los del orificio en silbante chorro de vapor.
tentáculos y entonces, arremetiendo hacia Lentamente se dio vuelta, lentamente sus
delante, mordió repetidamente la masa gela- ojos escudriñaron el mar y luego, en un ins-
tinosa que lo envolvía. Demasiado tarde, la tante, el amante de los llanos coralinos se

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convirtió en la más terrible de todas las cria- bastante; pues si bien Shushu no consiguió
turas de Dios: un cachalote enloquecido. apresar ese cuerpo escurridizo, sus dientes le
Olvidadas las toneladas de sepia que ahora atravesaron la cola. Proyectado por su propio
se hundían irremediablemente; olvidado su impulso, el pez espada se lanzó hacia las pro-
agotamiento, inadvertida la forma que repta- fundidades, mientras que, igual que los lobos
ba sobre las aguas a sus espaldas, sólo vio que tras de un ciervo sangrante, una, dos, tres
ella le necesitaba, y aun cuando se lanzó al formas se precipitaron a seguir el rastro. Los
ataque, comprendió que había llegado tarde. alacrines se darían un banquete en el punto
Ella estaba muriéndose. En un mar batido donde el morado se une al azul.
hasta la espuma se retorcía aquel hermoso Entonces Shushu regresó a donde ella yacía
cuerpo gris perla acribillado de heridas abier- en paz, la acarició un poco con el hocico y se
tas, a la vez que por encima de las agitadas quedó flotando a su lado según ella se hundía
aguas saltaba una delgada forma negra, la más y más en el agua, hasta que unas olitas
cual, arqueándose en el aire, daba al caer un cubrieron el gracioso dorso con su encaje de
tremendo latigazo de su cola, curvada como plata. Shushu permanecía muy quieto, pues
una guadaña, sobre el dorso de la moribunda. los cachalotes cuyos corazones han sobrevi-
La vio hundirse. De la profundidad surgió vido los doscientos años, sufren mucho de
un centelleante rayo de luz bruñida que clavó achaques.
su espada en el vientre de ella. Todavía se dio Por detrás, furtivo como una sombra, avan-
vuelta y las aletas se abatieron, indefensas, en zaba el ballenero.
tanto el tiburón saltó de nuevo al aire para -La hembra se ha hundido -gruñó el pi-
golpearla con su temible cola, obligándola a loto, señalando a proa- y el macho, a juzgar
hundirse otra vez y quedar a merced del pez por lo quieto que se ha quedado, debe estar
espada que la acechaba abajo. malherido. Disparadle el arpón antes de que
El tiburón, toda gracia y maldad contra él también se hunda.
el cielo azul del pacífico, saltó una vez más El viejo arponero se limpió el sudor de los
al aire, y en la superficie del mar un par de ojos.
abiertas mandíbulas salieron a su encuentro. -Está mal -murmuró-. Después de lo que
Se oyó un ruido como el de una verja de hie- hemos presenciado es una porquería quitarle
rro al cerrarse y las dos mitades del tiburón, la vida.
echando chorros de sangre, separaron violen- -¡Qué va a estar mal, estúpido! Míralo
tamente veinte yardas de agua. Shushu giró en y calcula su peso en aceite, grasas e incluso
torno precipitándose de cabeza al lugar don- marfil. ¿Es que los dólares están mal alguna
de el pez espada, el más veloz de los nadado- vez? Preparaos a disparar.
res, iniciaba la vuelta para huir. Levantando -A la orden -gruñó el viejo, inclinándose
un remolino de espuma embistió el cachalote, sobre el punto de mira-. Pero, maldita sea, voy
pero el otro fue más rápido, aunque no lo a hacerlo limpiamente. Por su noble corazón.

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Y apretó el gatillo.
-¡Blanco, blanco! -gritó el piloto-. ¡Botes
al agua! ¿Qué pasa? Imposible. La cuerda…
¡rota! ¡Así arda en el infierno la mano que la
trenzó!
-No -dijo el arponero-, pues fue la mano
de Dios quien la rompió. Pero yo lo maté lim-
piamente. ¡Se hunde! ¡Mire, se hunde! Bueno,
ya no lo veremos más. Adiós, viejo guerrero.
Yace en paz con tu compañera en el fondo
del mar.
Tales of Love and Hate (1960)
Historias de amor y de odio, trad. M. Guasch, Barcelona, Molino,
1965, págs. 87-94

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SI TÚ ME OLVIDAS
EL VIENTO EN LA ISLA Quiero que sepas
una cosa.
Pablo Neruda, Los versos del capitan) Tú sabes cómo es esto:
si miro
EL viento es un caballo: la luna de cristal, la rama roja
óyelo cómo corre del lento otoño en mi ventana,
por el mar, por el cielo. si toco
Quiere llevarme: escucha junto al fuego
cómo recorre el mundo la impalpable ceniza
para llevarme lejos. o el arrugado cuerpo de la leña,
Escóndeme en tus brazos todo me lleva a ti,
por esta noche sola, como si todo lo que existe,
mientras la lluvia rompe aromas, luz, metales,
contra el mar y la tierra fueran pequeños barcos que navegan
su boca innumerable. hacia las islas tuyas que me aguardan.
Escucha cómo el viento Ahora bien,
me llama galopando si poco a poco dejas de quererme
para llevarme lejos. dejaré de quererte poco a poco.
Con tu frente en mi frente, Si de pronto
con tu boca en mi boca, me olvidas
atados nuestros cuerpos no me busques,
al amor que nos quema, que ya te habré olvidado.
deja que el viento pase Si consideras largo y loco
sin que pueda llevarme. el viento de banderas
Deja que el viento corra que pasa por mi vida
coronado de espuma, y te decides
que me llame y me busque a dejarme a la orilla
galopando en la sombra, del corazón en que tengo raíces,
mientras yo, sumergido piensa
bajo tus grandes ojos, que en ese día,
por esta noche sola a esa hora
descansaré, amor mío. levantaré los brazos
y saldrán mis raíces
a buscar otra tierra.

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Pero
si cada día,
cada hora
sientes que a mí estás destinada
con dulzura implacable.
Si cada día sube
una flor a tus labios a buscarme,
ay amor mío, ay mía,
en mí todo ese fuego se repite,
en mí nada se apaga ni se olvida,
mi amor se nutre de tu amor, amada,
y mientras vivas estará en tus brazos
sin salir de los míos.

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