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El discurso como fuerza simbólica para dominar

-Carlos Mijares-

El lenguaje, es una actividad que sólo el hombre puede ejercer, y todo lo que el hombre
puede ejercer es un acto de poder. El poder es la capacidad humana de hacer algo
sociológicamente hablando. Desde la institucionalización del poder, este ha sido el
motor para que el hombre realice cosas tanto buenas como malas. El lenguaje, es la
institucionalización de nuestros procesos discursivos, funciona como un mecanismo de
transporte del ser, que al mismo tiempo regula nuestra capacidad de obrar, es en este
sentido, es posible comprender al lenguaje como un mecanismo de poder que, usándolo
negativamente no habrá otra forma moral o jurídica de calificarlo más que maligno.

Los discursos por otro lado son una de las manifestaciones del poder del hablar, pero
hablar es un poder simbólico. Un poder simbólico es: “ese poder invisible que no puede
sino ejercerse sino con la complicidad de los que no quieren saber que lo sufren o que lo
ejercen” (Bourdieu 1991). En otras palabras, es ese poder que no sabemos que tenemos
y que prevalece bajo la complicidad del que habla (emisor fundamentalmente activo)
junto al que escucha (receptor estrictamente pasivo) o en algunos casos, como el
político por ejemplo se manifiesta como un “sufrir”, ya que la complicidad del receptor
ha sido tan inconsciente que no acata más que simple palabras vacías de significado,
vivo ejemplo de ello, es la proliferación de tendencias políticas en el continente
latinoamericano. Sin embargo, la pretensión de dicha ponencia no es dilucidar
filosóficamente sobre la política en estas latitudes del continente sino más bien hacer un
poco más explícita la acción que posee el discurso como una fuerza simbólica capaz de
dominar en amplio sentido.

Caso Venezuela: durante más de 16 años, Venezuela ha sido partícipe de un régimen


que ha hecho un mal uso del poder del discurso, a un nivel que hoy en día su sociedad
se divide en dos por la rivalidad de un debate que nunca inició. Los venezolanos han
hecho de ese discurso, que es el discurso del poder un hábito más sin embargo después
de mucho dormitar en los laureles de la conformidad alimenticia, se está llegando a dar
cuenta colectivamente de este acto que debe ser castigado por las leyes que los amparan.
No significa pues, que todo mal discurso deba ser penado, sino más bien el que engaña
y manipula. Los malos discursos se dividen en dos, estos son: el discurso falaz y el
discurso con sofismas. El discurso falaz es aquel que se compone de argumentos
lógicamente inválidos y mal empleados y, su no validez no pretende engañar al receptor
del mensaje. Por otro lado, el discurso con sofismas es el que se compone de
argumentos no válidos, pero posee la deliberada intención humana de engañar a su
receptor. Ese discurso con base en sofismas muy dañino y peligroso, que impide
reflexión analítica, comprensión y sobretodo diálogo es el que ha perpetrado los
andares político del país de forma exacerbada.

En la sociedad como afirma Bourdieu, todos los agentes o individuos de un campo,


crear y participan de un capital simbólico, este es: la cultura. La cultura, permite la
relación interpersonal, entre agentes con otros agentes y de agentes con instituciones.
Constantemente dicho capital se adquiere sin importar el escalafón social en el que un
individuo esté inmerso. La función de ese capital es la unión y la búsqueda del mismo
fin. De tal manera que, es mediante la cultura la forma en que se construye el sentido de
la vida, pero ¿qué significa que sea simbólico? La palabra símbolo proviene del griego
sýmbolon, el cual significa, estar unidos o presentar alguna relación ya sea familiar o
sentimental. El símbolo para los griegos se representaba en una pequeña tablilla de
madera que al partir a la mitad formaban la división de una tablilla en dos, esas piezas
sólo podían encajar con su otra mitad, de modo tal que el símbolo no es el mismo para
cualquier otra tablilla rota sino para una en específico.

Venezuela busca hoy recuperar sus símbolos para la construcción de un capital cultural
con el que se sientas identificados con la finalidad de recuperar la unión de un hombre
con su patria.

Empero no puede haber un cambio ora político ora social sino hay un cambio
reivindicativo discursivamente. Las palabras son reflejo de nuestras ideas, nuestros
conceptos, nuestro mundo y nuestra voluntad, pero… recuperando la pregunta de
Foucault “¿qué hay de peligroso en el hecho de que las gentes hablen y sus discursos se
proliferen masivamente? ¿En dónde está por tanto el peligro” (Foucault 1970)

Nuevamente, Bourdieu nos muestra las herramientas intelectuales para reconocer el


problema en esta interrogante –interrogante que debemos volver a poner en las mesas de
debate de los tiempos que transcurren-. Para Bourdieu, este capital simbólico es una
estructurada-estructura-estructurante, es decir es un planteamiento fundamentado para
el desarrollo del hombre en un ambiente (estructurada), que el mismo tiempo sirve para
establecer las normas de juego entre los individuos de dicho campo (estructura) que
repetirá el mismo patrón en una secuencia histórico-temporal (estructurante).

Ahora bien, si pensamos en el hecho importante de lo que es un buen discurso teniendo


en cuenta lo anteriormente dicho, o un discurso sin malas pretensiones socio-políticas,
no costará saber que si la palabra que un agente sin importar su estrato socio-
económico, difunde sin definiciones bien argumentadas, o al menos coherentes, se está
bajo el riesgo estructural más grande de una sociedad, ya que no sólo se estaría haciendo
un mal uso del poder humano más importante que existe, sino que se corre el riesgo de
la irresponsabilidad inconsciente he dicho acto.

Si la palabra es acción, un discurso perverso, violento, resentido o mal intencionado,


produce consecuencias. Así pues, se debe empezar a actuar por el bien no estrictamente
personal, sino que en cada acto humano se esconde un mensaje, que queda de parte del
otro saber interpretar puesto que lo involucra a él mismo por el simple hecho de
interpretarlo… pero esto acarrea otra interrogante ¿Quién debe tener los roles de
interpretación en una sociedad? ¿Individuos o instituciones? Estas respuestas a pesar de
que debería ser universal, es inadmisible colocar fusionar y dirigir todas las naciones
con un mismo criterio de cultura, ya que cada cual tiene un pasado a la cual rendirle
tributos. Sin embargo, esta respuesta, está dedicada al Caso Venezuela.
Venezuela presenta un sistema de gobierno que se hace llamar “Democracia
Participativa” en cual el manejo de estas interpretaciones no sólo va por parte de las
instituciones de dicha nación, sino al mismo tiempo de sus ciudadanos, lo cual hace que
se “mantenga” en constante “diálogo” y “actualización”.

Reconociendo a primera vista que esto no ocurre, por el simple hecho de que su
ciudadanía ha dejado de ser participativa y de que el gobierno constantemente atenta
contra la dignidad humana de sus habitantes, el desenvolpamiento de estas palabras de
Foucault, ayudaría a recuperar esa “participación” y el rescate estructural del país.

“No hay por qué tener miedo de empezar; todos estamos aquí para
mostrarte que el discurso está a la orden de las leyes, que desde hace
mucho se vela por aparición; que se le ha preparado un lugar que le honra
pero que le desarma, y que, si consigue algún poder, es de nosotros y
únicamente de nosotros de quien lo obtiene” (Foucault 1970)

Los ciudadanos venezolanos, deben empezar a reconocer que ellos son parte de la ley y
que tienen un poder que cumplir más allá de sus vocaciones y profesiones.

El hombre como agente social está condenado a actuar libremente, pero, nuestra libertad
se ve condicionada a ciertas normas que al cumplirse nos hace más libre…también es
capaz de decir y elegir que decir o hacer, pero debe siempre hacerse responsable de sus
actos, ya que lo que haga no será simplemente un acto personalista sino concerniente a
lo colectivo. Esta es la idea sartreana de la libertad, la que hoy en día está en la ley y la
que por moral debería ser así.

El gobierno de Venezuela atenta no sólo con su libertad, ya que no son responsables de


sus actos, sino que al mismo tiempo quebranta la ley. Por otro lado sus ciudadanos, si
deben ser entendidos así tienen un papel fundamental que cumplir, hacer valer las
normas que no existen por capricho sino por convivencia.

El lenguaje, la palabra o el discurso, se entienden al mismo tiempo como producción de


verdad, ya que es sólo mediante el conocimiento como se puede llegar a obtener un
poder como este. De hecho, en la antigüedad se dictaban clases sobre retórica o el buen
uso de la palabra, ya que un discurso bien establecido, significaba orden y claridad y en
el pensamiento que se quería transmitir. En la actualidad y más aún en el caso
Venezuela se ha degradado –por no decir que se perdió- el importante uso del lenguaje
al punto de emitir juicios sin validez y sentido que no aportan nada a la creación de
dicho capital cultural.

Considerando todo lo anteriormente dicho y aclarado lo que es un poder simbólico, los


malos discursos y comprender en cierta medida el poder del lenguaje, es que podemos
hacer énfasis en el discurso como una estrategia simbólica de dominación.

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