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Como sugieren los títulos de las tres obras principales de Kant ("Crítica de la
Razón Pura", "Crítica del Juicio", "Crítica de la Razón Práctica"), la filosofía kantiana es
una filosofía esencialmente crítica, culminando así la actitud básica de la filosofía
moderna.
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Que espacio y tiempo son sólo formas de la intuición sensible, y por tanto sólo condiciones
de la existencia de las cosas como fenómenos; que nosotros además no tenemos conceptos
del entendimiento y por tanto tampoco elementos para el conocimiento de las cosas, sino en
cuanto a esos conceptos puede serles dada una intuición correspondiente; que
consiguientemente nosotros no podemos tener conocimiento de un objeto como cosa en sí
misma, sino sólo en cuanto la cosa es objeto de la intuición sensible, es decir, como
fenómeno; todo esto queda demostrado en la parte analítica de la crítica. De donde se sigue
desde luego la limitación de todo posible conocimiento especulativo de la razón a los meros
objetos de la experiencia. Sin embargo, y esto debe notarse bien, queda siempre la reserva
de que esos mismos objetos, como cosas en sí, aunque no podemos conocerlos, podemos al
menos pensarlos. Pues si no, seguiría se la proposición absurda de que habría fenómeno sin
algo que aparece.
Ahora bien, vamos a admitir que no se hubiere hecho la distinción, que nuestra crítica
ha considerado necesaria, entre las cosas como objetos de la experiencia y esas mismas cosas
como cosas en sí. Entonces el principio de la causalidad y por tanto el mecanismo de la
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naturaleza en la determinación de la misma, tendría que valer para todas las cosas en general
como causas eficientes. Por lo tanto, de uno y el mismo ser, v. g. del alma humana, no podría
yo decir que su voluntad es libre y que al mismo tiempo, sin embargo, está sometida a la
necesidad natural, es decir, que no es libre, sin caer en una contradicción manifiesta; porque
habría tomado el alma, en ambas proposiciones, en una y la misma significación, a saber,
como cosa en general (como cosa en sí misma).
Y, sin previa crítica, no podría tampoco hacer de otro modo. Pero si la crítica no ha
errado, enseñando a tomar el objeto en dos significaciones, a saber, como fenómeno y como
cosa en sí misma; si la deducción de sus conceptos del entendimiento es exacta y por tanto el
principio de la causalidad se refiere sólo a las cosas tomadas en el primer sentido, es decir, a
objetos de la experiencia, in que estas cosas en su segunda significación le estén sometidas;
entonces una y la misma voluntad es pensada, en el fenómeno (las acciones visibles), como
necesariamente conforme a la ley de la naturaleza y en este sentido como no libre, y sin
embargo, por otra parte, en cuanto pertenece a una cosa en sí misma, como no so-metida a
esa ley y por tanto como libre, sin que aquí se cometa contradicción. Ahora bien, aunque mi
alma, considerada en este último aspecto, no la puedo conocer por razón especulativa (y
menos aún por la observación empírica), ni por tanto puedo tampoco conocer la libertad,
como propiedad de un ser a quien atribuyo efectos en el mundo sensible, porque tendría que
conocer ese ser como determinado según su existencia, y, sin embargo, no en el tiempo (cosa
imposible, pues no puedo poner intuición alguna bajo mi concepto), sin embargo, puedo
pensar la libertad, es decir, que la representación de ésta no encierra contradicción alguna,
si son ciertas nuestra distinción crítica de ambos modos de representación (el sensible y el
intelectual) y la limitación consiguiente de los conceptos puros del entendimiento y por tanto
de los principios que de ellos dimanan.
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alguno al mecanismo natural de una y la misma acción (tomada en otra relación); resulta
pues, que la teoría de la moralidad mantiene su puesto y la teoría de la naturaleza el suyo,
cosa que no hubiera podido ocurrir si la crítica no nos hubiera previamente enseñado nuestra
inevitable ignorancia respecto de las cosas en sí mismas y no hubiera limitado a meros
fenómenos lo que podemos conocer teóricamente. Esta misma explicación de la utilidad
positiva de los principios críticos de la razón pura, puede hacerse con respecto al concepto
de Dios y de la naturaleza simple de nuestra alma. La omito sin embargo, en consideración a
la brevedad. Así pues, no puedo siquiera admitir Dios, la libertad y la inmortalidad para el uso
práctico necesario de mi razón, como no cercene al mismo tiempo a la razón especulativa su
pretensión de conocimientos trascendentes. Porque ésta, para llegar a tales conocimientos,
tiene que servirse de principios que no alcanzan en realidad más que a objetos de la
experiencia posible, y por tanto, cuando son aplicados, sin embargo, a lo que no puede ser
objeto de la experiencia, lo transforman realmente siempre en fenómeno y declaran así
imposible toda ampliación práctica de la razón pura. Tuve pues que anular el saber, para
reservar un sitio a la fe; y el dogmatismo de la metafísica, es decir, el prejuicio de que puede
avanzarse en metafísica, sin crítica de la razón pura, es la verdadera fuente de todo
descreimiento opuesto a la moralidad, que siempre es muy dogmático.
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REVOLUCIÓN FILOSÓFICA PROPUESTA POR KANT PARA ENTENDER CÓMO ES POSIBLE EL
CONOCIMIENTO SINTÉTICO A PRIORI. DA LUGAR AL IDEALISMO TRASCENDENTAL.
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fenómenos y no las cosas en sí mismas o noúmenos, si admitimos el Idealismo
Trascendental como la filosofía verdadera.
no se puede explicar el
no se puede explicar el
consecuencia movimiento aparente de los
conocimiento a priori
astros
se puede explicar el
se puede explicar el
consecuencia movimiento aparente de los
conocimiento sintético a priori
astros
Kant y la crítica
Kant es un pensador ilustrado en cuya obra, a la vez que se integran y se superan
las dos corrientes más importantes de la Modernidad (el racionalismo y el
empirismo), confluyen todos los temas fundamentales que interesaron a la
Ilustración.
En efecto, la filosofía kantiana no puede ser comprendida adecuadamente si no es
desde la perspectiva de los intereses e ideales de la Ilustración.
Y en la medida en que en él se recogen sistemáticamente todos los hilos más
importantes de la trama de la Modernidad, puede decirse con toda justicia que el
pensamiento kantiano representa la culminación de la filosofía del siglo XVIII.
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Kant (1724-1804): la vida de Immanuel Kant no tuvo nada de excitante ni de
extraordinario. Hombre de profunda religiosidad (fue educado en el pietismo), que
se deja traslucir en su obra, sobrio de costumbres, de vida metódica, benévolo,
provinciano (solamente una vez en su vida salió de Königsberg, su ciudad natal, y
no fue lejos ni por mucho tiempo) y soltero, Kant encarna las virtudes
sobresalientes de una vida dedicada por entero al estudio y a la enseñanza.
Profundamente imbuido de los ideales de la Ilustración, profesó una honda
simpatía hacia los ideales de la independencia americana y de la Revolución
Francesa. Fue pacifista convencido, antimilitarista y ajeno a toda forma de
patriotismo excluyente. La originalidad, el vigor y la influencia de su pensamiento
obligan a considerarle uno de los filósofos más importantes de la cultura
occidental.
Sus obras más conocidas e influyentes son Crítica de la razón pura (1781), Crítica
de la razón práctica (1788) y Crítica del juicio (1790).
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El pensamiento moderno establece unánimemente que la razón es la instancia
última desde la cual han de determinarse no solamente el quehacer científico y la
acción moral, sino también la ordenación de la sociedad y el proyecto histórico en
que esta se realiza.
Esta unanimidad coexiste, sin embargo, con una notoria diversidad de
interpretaciones sobre la naturaleza, la tarea y el alcance de la razón.
La diversidad de interpretaciones de la razón es vivida agudamente por Kant. La
expresión «¿Qué significa orientarse en el pensamiento?» (título de uno de sus
opúsculos más importantes) manifiesta la necesidad de filosofar y el sentido que la
filosofía tiene para el pensador de Königsberg.
Esta exigencia de filosofar impone la tarea fundamental de someter a juicio la
razón para resolver, si es posible, la discrepancia y el antagonismo entre sus
interpretaciones, que la desgarran y la disuelven:
1) De una parte, el dogmatismo racionalista, con su pretensión de que la sola
razón, autosuficiente y al margen de la experiencia, puede interpretar la estructura
y el sentido de la totalidad de lo real.
El juicio de la razón (es decir, el juicio a que la razón es sometida) significa para
Kant un ejercicio crítico de la razón (es decir, realizado por ella misma).
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Este juicio resulta absolutamente necesario no solo por la diversidad de
interpretaciones de los filósofos (como acabamos de señalar), sino también, y más
originariamente aún, por el modo en que los seres humanos viven en la época de
Kant: un modo no ilustrado, esto es, de «minoría de edad».
Pese a tratarse de una «época de ilustración», los hombres, piensa Kant, no han
llegado a hacer realmente de ella una «época ilustrada». Esa situación humana de
«minoría de edad» es propiciada por la pereza, el encierro en la individualidad
abstracta y, en definitiva, por la falta de verdadera libertad.
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2) En segundo lugar, y a pesar de que no se haya alcanzado plenamente una
«época ilustrada», la crítica responde a una «época de ilustración».
Esta distinción entre «época ilustrada» y «época de ilustración» muestra la
relación dialéctica que Kant establece entre ilustración e historia: de una parte, la
ilustración es motor y meta de la historia; de otra, la historia debe ser entendida
como mejora y progreso en la ilustración.
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2) Establecer y justificar los principios de la acción y las condiciones de la
libertad; es decir, responder a la pregunta ¿qué debo hacer?
3) Delinear proyectivamente el destino último del hombre y las condiciones y
posibilidades de su realización; es decir, responder a la pregunta ¿qué me cabe
esperar?
Al primer interrogante se ha de dedicar la metafísica; al segundo, la moral, y al
tercero, la religión. Ahora bien, ni esas preguntas ni las disciplinas filosóficas
correspondientes están inconexas, sino que surgen de los fines esenciales de la
razón; de ahí que las tres cuestiones puedan y deban ser recogidas en una
cuarta, que las engloba: ¿qué es el hombre?
Esto muestra con evidencia que el proyecto total de la filosofía kantiana es una
clarificación racional al servicio de una humanidad más libre, más justa, mejor
encaminada a la realización de los últimos fines.
«Fines esenciales no son aún fines supremos, de los cuales (en una completa
unidad sistemática de la razón) solo puede serlo uno único […]. El fin final no es
otro que la plena determinación y destinación moral del hombre, y la filosofía sobre
el mismo se llama moral».
Kant, I.: Crítica de la razón pura, A-840, B-868.
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Ha de tenerse en cuenta, en fin, que la filosofía, entendida como ejercicio crítico
de la razón, se inserta en un marco sociopolítico y exige el uso público de la
racionalidad.
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