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INTEGRIDAD.
Stephen Coleman, Los dilemas éticos y las pruebas de integridad. Conceptos clave en
ética militar, Deane-Peter Baker (editor)
La ética es una rama de la filosofía que examina preguntas acerca de la conducta humana,
al abordar específicamente preguntas de lo que es correcto o incorrecto, justo o injusto,
virtuoso y no virtuoso en dicho conducta. Así, muchas preguntas o afirmaciones son, de
una forma u otra, asuntos de ética. Por ejemplo, una persona que afirma que “la fuerza da
la razón” está haciendo una declaración ética, al igual que una persona que afirma que es
aceptable mentir en ciertas circunstancias, o una persona que sugiere que el aborto
siempre está mal.
Cualquier decisión que involucre un componente ético es una decisión ética (es decir, es
una decisión acerca de un asunto ético) y es a ello a lo que me refiero cuando uso el
término en la siguiente discusión. Es importante tener claro este punto, ya que este uso
del término no necesariamente se ajusta a las discusiones del día a día. Si, por ejemplo,
una persona dice algo como “Bill tomó una decisión muy ética cuando reportó a su
supervisor por acosar a esa nueva empleada”, entonces claramente utilizan el término
“decisión ética” como una abreviatura para “decisión éticamente correcta”. Sin embargo,
puede haber buenas decisiones éticas y puede haber malas decisiones éticas, por lo tanto,
en esta discusión se utilizará el término simplemente para hacer referencia a una decisión
que tiene un componente ético.
Dado que una decisión ética es una decisión que tiene un componente ético, y que la ética
aborda cuestiones de lo que está bien y lo que está mal en el comportamiento humano,
debería ser obvio que la toma de decisiones éticas es algo con lo cual todos estamos muy
familiarizados, bien sea que seamos o no conscientes de ello. La decisión de participar en
una protesta acerca de una política gubernamental recientemente propuesta es una
decisión ética, como lo es la decisión de falsificar a sabiendas una declaración de
impuestos, o la decisión de decirle al cajero que le ha entregado el cambio incorrecto
después de su compra, o la decisión de ir a la guerra.
Puede ser igualmente difícil lidiar con las pruebas de integridad y los dilemas éticos, pero
la dificultad en cada una de estas situaciones reside en un área diferente. En el caso de un
dilema ético, la dificultad está en decidir lo que es correcto. En el caso de una prueba de
integridad, la dificultad reside no en decidir lo que es correcto, sino en hacerlo. Algunas
veces, una decisión particular podría involucrar ambos tipos de dificultad, por lo tanto,
aún después de resolver el dilema ético (es decir, averiguar qué es lo correcto), una
persona puede aún verse enfrentada a una prueba de integridad (la dificultad de
realmente hacer lo correcto). Sin embargo, la mayoría de las decisiones éticas
problemáticas entran relativamente bien en una de estas dos categorías.
Puede parecer un poco raro sugerir que una persona generalmente buena podría tener
dificultades para hacer lo que es correcto, pero en realidad hay varias razones por las
cuales podría ser difícil para una persona hacer lo que sabe que es correcto en una
situación en la cual se ve enfrentada a una prueba de integridad. Podría ser, por ejemplo,
que hacer lo correcto es impopular, bien sea con los amigos, parientes o compañeros de
esa persona, o con la comunidad en general. O podría ser que haya mucha presión, en una
u otra forma, puesta sobre esa persona para no hacer lo correcto, en caso de que fuera
sobornada, intimidada o chantajeada. La persona podría tener mucho que ganar por no
hacer lo correcto, como en el caso de recompensas financieras significativas, o la persona
o personas cercanas a ella podrían tener mucho que perder si la persona hiciera lo
correcto en este caso. Pero si una persona sabe lo que es correcto, pero cree que es difícil
hacerlo en la realidad, entonces se enfrenta a una prueba de integridad, bien sea que la
dificultad se cause por presión, o por la oportunidad de beneficiarse, o por cualesquiera
otras razones anteriormente mencionadas.
LA ÉTICA CONSECUENCIALISTA
La Ética consecuencialista
Deane-Peter Baker
En Conceptos clave en ética militar, Deane-Peter Baker (editor).
Para muchas personas hoy día, cuando se ven enfrentadas con un dilema ético, su
respuesta intuitiva será sopesar las consecuencias de cada curso de acción posible y elegir
el que dé como resultado las mejores consecuencias generales para todas las personas
afectadas. Tal vez sin darse cuenta de ello, quienes toman sus decisiones éticas siguiendo
esta intuición están aplicando el principio básico de un sistema ético denominado
utilitarismo, una forma de consecuencialismo, el cual fue desarrollado en Inglaterra en el
siglo XVIII. Hay otros abordajes a la ética que se enfocan en las consecuencias, o que
contienen algunos elementos del consecuencialismo, pero el utilitarismo domina de tal
manera este enfoque a la ética, que esta es la única teoría que consideraremos aquí.
Los primeros utilitaristas, más notablemente Jeremy Bentham (1748 – 1842), visto a
menudo como el “padre” del utilitarismo, y John Stuart Mill (1806-1873), estaban
respondiendo a un ambiente social en el cual la aparición del secularismo y el ateísmo
habían dejado un cierto vacío intelectual. Si Dios no define por nosotros lo que está bien y
lo que está mal, se preguntaban, entonces, ¿cómo sabremos qué hacer? Influenciado
también por la aparición de la ciencia moderna, Bentham encontró lo que creyó que era la
respuesta en ‘dos maestros soberanos’ a los que todos nosotros estamos sujetos, a saber,
dolor y placer. Los utilitaristas razonaban que si el dolor es malo y el placer es bueno,
entonces la respuesta más clara a la pregunta “¿qué debemos hacer?” es hacer lo que
minimice el dolor y maximice el placer para el mayor número de personas afectadas por
nuestras acciones. La declaración mejor conocida en el utilitarismo es que éste define las
acciones correctas mediante lo que da como resultado “ la mayor felicidad para el mayor
número”. Expresado en términos neutros (porque, después de todo, ¡algunas personas
prefieren ser infelices!), la idea es maximizar la utilidad (es decir, cualquier cosa que cada
individuo necesite/ desee/ prefiera) para el mayor número.
Aunque suena simple, hay varias preguntas desafiantes dentro del utilitarismo, y como
resultado, hay diferentes clases de utilitarismo apoyadas por grupos de pensadores que
dan respuestas diferentes a esas preguntas. Al considerar a un grupo de personas
afectadas por alguna acción posible, ¿deberíamos estar interesados en maximizar la
cantidad general de utilidad en el grupo? (en cuyo caso no es un problema si el acto hace
que muchas personas sean muy felices y a la mayoría de las personas no mucho más
felices, o incluso un poco infelices), o ¿deberíamos estar interesados en maximizar la
utilidad para cada persona afectada por la acción? ¿Deberíamos ponderar todas las
formas de utilidad de la misma manera? (Bentham pensaba que sí, aunque Mill pensaba
que debíamos darle más peso a lo que él denominaba ‘placeres mayores’). ¿Tenemos que
ponderar todas las consecuencias potenciales para cada decisión que tomamos? o ¿hay
algunas reglas que podamos seguir que lleven generalmente a que la utilidad maximice
los resultados? (Aquellos que piensan que existen dichas reglas se denominan ‘utilitaristas
de reglas’).
Las dos grandes fortalezas del utilitarismo son, en primer lugar, que toma las
consecuencias con seriedad, algo que la mayoría de nosotros encontramos
intuitivamente atractivo; y, en segundo lugar, que (dejando de lado a Mill), es en esencia
neutro en relación con el tipo de cosas que son importantes; todo lo que importa es si
tienen o no una utilidad para las personas. Entonces, a ese respecto parece maximizar la
libertad de elección y la igualdad de elección; no importa si escuchar ópera o coleccionar
palillos es lo que le da utilidad, lo que importa es que esto le da una utilidad.
Esto no es decir que el utilitarismo no enfrenta algunos desafíos serios. En una forma, las
objeciones más fuertes al utilitarismo son el otro lado de sus grandes fortalezas. Aunque
la mayoría de las personas intuitivamente está de acuerdo en que las consecuencias
importan en la ética, el foco exclusivo en las consecuencias generales en el utilitarismo y
otras formas de consecuencialismo (especialmente aquellas a continuación) parecen
pasar por alto la importancia moral del individuo. Si, digamos, el acto que maximizará la
utilidad para la mayoría de las personas afectadas involucra lastimar o irrespetar a un
individuo, no parece haber nada en el utilitarismo que sugiera que deberíamos tener
dudas para avalar ese acto. De igual forma, muchos han objetado que el foco en las
buenas consecuencias puede anular las consideraciones de justicia. La idea de que “el fin
justifica los medios” es una idea que parece ser incómoda para la mayoría de nosotros. En
efecto, ésta clase de preocupación llevó a Karl Popper (1902 – 1994), uno de los más
grandes filósofos del siglo XX, a afirmar que “no sólo es imposible, sino muy peligroso,
intentar maximizar el placer o la felicidad de la gente, ya que dicho intento llevaría
obligatoriamente al totalitarismo” (Popper 2002, 339). (Popper no propuso abandonar el
utilitarismo, sino que abogó por lo que llamó el “utilitarismo negativo”, que reemplaza la
meta de maximizar el placer al minimizar el dolor.)
LA ÉTICA DEONTOLÓGICA
La Ética deontológica
Paula Keating
Con el propósito de encontrar este origen objetivamente válido para la filosofía moral,
Kant comienza con su sujeto: ¡nosotros! En particular, comienza con el fenómeno de que
podemos actuar y actuamos contra cualquier cosa que la naturaleza ponga ante nosotros.
Podemos hacer cosas que no nos hacen felices, cosas que no queremos hacer, que no son
parte de nuestro repertorio de instintos, necesidades, deseos y pasiones. Nosotros los
humanos podemos elegir actuar en contra de todas estas condiciones adversas. Para
Kant, este es un punto muy importante acerca de ser humanos. Tenemos la capacidad de
elegir cómo actuamos porque tenemos la capacidad de desear lo que deseamos. La
voluntad es un aspecto de nuestra facultad de razonamiento que Kant llama la razón
práctica. La razón práctica es el fenómeno de que no sólo seguimos las leyes de la
naturaleza, sino que establecemos nuestras propias leyes, las reconocemos como
principios y luego dirigimos nuestro comportamiento según ellas. La razón práctica no es
otra cosa que la voluntad.
La voluntad es lo que, en opinión de Kant, distingue a los humanos de los animales, los
cuales, según él, sean esclavos de sus propios instintos. Como humanos, nuestra razón
práctica (nuestra voluntad) está libre de las leyes de la naturaleza, es autónoma porque a
través de la voluntad podemos decidir cuáles de nuestras leyes seguir. Así, por ejemplo,
aún si tengo hambre puedo decidir compartir la comida que tengo con mi hermano. Kant
basa su razón práctica; o ética; en la idea de la libertad racional, la cual por supuesto es un
concepto mucho más complicado para Kant que el que se acaba de expresar. No
obstante, se ha dicho suficiente para explicar lo que significa para Kant cuando dice
“¡Actúe!”. Significa utilizar su razón práctica, ser un agente racional autónomo, utilizar su
voluntad para escribir sus propias leyes y seguirlas.
Entender lo que significa “actuar” para Kant es importante porque todas las versiones del
imperativo categórico, una de las formulaciones éticas más famosas en la historia,
comienza con esta palabra. Kant ofreció al menos tres formulaciones del imperativo
categórico; algunos académicos aducirían que son cinco, pero las versiones del
imperativo categórico que son empleadas más comúnmente por los eticistas aplicados
son:
La segunda formulación: Actúe en una forma tal que trate a la humanidad, bien sea en su
propia persona o en la persona de cualquier otro, nunca únicamente como un medio para
lograr un objetivo, sino siempre al mismo tiempo como un objetivo.
La primera formulación del imperativo categórico nos pide asegurarnos de que nuestras
razones para actuar sean universales, que sean lo que cualquier otro en circunstancias
similares habría de hacer. Para ser moral, dice Kant, debemos poner de lado nuestros
propios deseos y preferencias, y determinar nuestra voluntad como si estuviéramos
legislando para todas las demás voluntades en el mundo. El imperativo categórico es el
estándar más alto para todo el comportamiento ético. Entonces, si se pregunta, ¿estoy
actuando con la intención que querría que todos los demás tuvieran como razón para
actuar? El imperativo categórico nos ordena no pensar de nosotros mismos como si
actuáramos de forma aislada, sino que más bien nos muestra cómo nuestras decisiones
morales individuales tienen una importancia general y le conciernen a todo el mundo.
La segunda formulación del imperativo categórico (Kant afirmaba que todas las
diferentes formulaciones correspondían a lo mismo, aunque es un poco difícil de
entender) enfatiza la opinión de Kant de que lo que más importa acerca de los seres
humanos es que podemos desear libremente (esta idea se captura algunas veces en la
noción de que somos agentes). Si eso es lo que más importa acerca de los seres humanos,
entonces nuestro mayor deber ético entre nosotros es respetar ese hecho, al no actuar en
una forma que socave la capacidad de los demás para ejercer su razón práctica (voluntad).
Tratarlos de esa forma representa tratarlos como simples medios para obtener un fin, en
lugar de respetarlos como agentes. En nuestro lenguaje diario capturamos lo que es
problemático acerca de dicho comportamiento en frases como “no deberías usarla de esa
forma”, o “¡tan sólo me estás utilizando para obtener lo que deseas!”. Por supuesto que
con frecuencia nos utilizamos como un medio para llegar a un objetivo; si le pido que me
haga una taza de café, entonces lo estoy utilizando como un medio para alcanzar mi meta
de disfrutar un café recién hecho. Pero es importante no pasar por alto la frase “simples
medios” en la segunda formulación de Kant del imperativo categórico. Mientras usted
elija libremente llevar a cabo mi solicitud de hacerme una taza de café; es decir, mientras
que usted ejerza su voluntad, yo no lo habré utilizado como un simple medio para lograr
mi objetivo. Utilizar a alguien como un simple medio para alcanzar un objetivo significa
que de alguna forma saltamos o anulamos su capacidad de actuar por voluntad propia.
Entonces, para continuar con el ejemplo, si le apunto con un arma y le ordeno que me
haga una taza de café, entonces no le permito elegir su curso de acción. De igual forma, si
le miento para hacer que usted me haga una taza de café (tal vez le digo que el café es
para alguien más), entonces, al no darle los hechos ciertos en relación con la situación, he
anulado su capacidad de elegir con libertad lo que desea hacer. He dejado de respetarlo
como a un ser racional.
¿Es la tarea de las fuerzas armadas de proteger sólo la mayoría o todas las
personas?