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MITOLOGÍA VENEZOLANA

Es la recopilación de todas las creencias y religiones de los diferentes grupos étnicos de Venezuela
antes de la llegada de los conquistadores. Otros tienen su origen en las culturas africanas, y también la
religión católica ha hecho sus aportes míticos. Creencias como el origen del mundo, del fuego y de la luz
atribuidos estos generalmente a seres sobrenaturales con forma de animales pensantes y con capacidad
de razonar o también seres humanos con rasgos exagerados o con poderes sobrenaturales.
Es importante señalar que aunque sean muy variados los nombres de los dioses, siempre representan
más o menos lo mismo: el sol, la luna, las estrellas, fenómenos naturales, ríos, montañas, etc.

Antes de la colonización 1498


Se cree que el hombre apareció en el territorio que hoy conocemos como Venezuela hace unos 16.000
años. Esta población había llegado, por el sur de la región del Amazonas, por el oeste, de los Andes y
por el norte, del Caribe. Según el antropólogo Miguel Acosta Saignes, existían las nueve áreas culturales
siguientes:

 Andes Venezolanos con los Timoto-Cuicas

 Caribes occidentales con los Pemones, Bobures y Motilones

 Cuenca del lago de Maracaibo con los Guajiros, que eran recolectores y pescadores

 Arahuacos Occidentales que comprendían los Caquetíos de Falcón, Lara y Yaracuy y se extendían
en el sur hasta los llanos

 En Lara los Jirajara-Ayamán y los Gayones

 Los Caribes del Oriente desde la Península de Paria hasta Borburata (Cerca de Puerto Cabello en el
estado Carabobo)

 En los llanos y en el delta del Orinoco (Waraos), el área de los recolectores, pescadores y cazadores
de los llanos

 Los Otomacos, Guanos, Taparitas y Yaruros en la desembocadura del Apure en el Orinoco

 En la Guayana Venezolana, al sur del Orinoco, los Caribes nómadas (aquellos que no viven en un
lugar fijo, sino que se desplazan de una zona a otra)
Cada uno de estos grupos aborígenes con diferentes dioses y creencias y cultos debido a sus diferentes
estilos de vida y supervivencia.

Dioses aborígenes

María Lionza
Durante la Semana Santa y el Día de la Resistencia Indígena (12 de octubre), son numerosas la
peregrinaciones a la montaña de Sorte, la cual se encuentra ubicada cerca de Chivacoa, en el estado de
Yaracuy. A este lugar llegan los devotos con el objeto de hacerle todo tipo de peticiones a María Lionza,
las cuales puede ir desde la cura de enfermedades, la solución de problemas de amor, hasta la
obtención de riqueza o poder. Para que los favores les sean concedidos, los creyentes eligen un rincón
en el bosque o un recodo en el río, donde construir un altar desde donde invocarla. El altar en cuestión
se decora con fotografías, figuras estatuillas, vasos con ron o aguardiente, tabacos, cigarrillos en cruz,
flores y frutos. Asimismo, el altar debe estar presidido por la Reina María Lionza, quien en el mundo del
espiritismo es la "monarca de cuarenta legiones, formadas por diez mil espíritus cada una". Al lado de la
Reina, colocan a Guaicaipuro, el cacique que luchó valientemente contra los conquistadores españoles
en el valle de Caracas y que preside la Corte Indígena; y al otro lado, colocan al Negro Primero, el único
negro con rango de oficial en el ejército de Bolívar, que preside la Corte Negra. El culto a María Lionza
se remonta al tiempo previo a la llegada de los españoles a territorio venezolano en el siglo XV. Los
indígenas que habitaban lo que hoy se conoce como el Estado Yaracuy, veneraban a Yara, Diosa de la
Naturaleza y del Amor. De hecho, según algunos lingüistas, el vocablo Yaracauy significa "lugar de
Yara". De acuerdo a la descripción que los indígenas hacían de Yara, ésta era una mujer triste de
grandes ojos verdes, pestañas largas y amplias caderas. Olía a orquídeas, su sonrisa era dulce y
melancólica, los cabellos lisos y largos hasta la cintura, con tres hermosas flores abiertas tras las orejas.
Según la leyenda, Yara quien era una hermosa princesa indígena, fue raptada por una enorme culebra
dueña de las lagunas y los ríos, que se enamoró de ella. Enterados los espíritus de la montaña de lo
hecho por la culebra, decidieron castigarla haciendo que se hinchara hasta que reventara y muriera. Tras
esto, eligieron a Yara como dueña de las lagunas, ríos y cascadas, madre protectora de la naturaleza y
reina del amor. El mito de Yara sobrevivió a la conquista española, aunque sufrió algunas
modificaciones. En este sentido, Yara fue cubierta por la religión católica con el manto de la virgen
cristiana y tomó el nombre de Nuestra Señora María de la Onza del Prado de Talavera de Nivar. Sin
embargo, con el paso del tiempo, sería conocida como María de la Onza, o sea, María Lionza. El culto a
María Lionza cobró una gran fuerza en la década 50 del siglo XX, durante la dictadura de Marcos Pérez
Jiménez, quien mandó que se erigiera en la autopista del este, cerca de la entrada de la Universidad
Central de Venezuela, una estatua de ella montada en una danta, la cual se mantiene hasta nuestro días
y en la que se le hacen numerosas ofrendas florales.
Odo´sha
Espíritu maligno, dueño del bosque, del viento, demonio de la montaña y señor del ensueño. Siempre
está listo a clavar una espina en la lengua de los que se atreven a salir de noche y que hacen caso
omiso de su silbido de advertencia. A su cargo están los demonios llamados Suamo, dueños de
animales salvajes que comen gente. Habitan las alturas de los tepuyes guayaneses.
Amalivaca
Dios Creador del mundo y de los hombres. También conocido por otras tribus como: Amaruaca y
Amarivaca.
En la mitología indígena, Amalivaca fue el creador de la humanidad, del río Orinoco y del viento. En
principio hizo a los hombres inmortales pero en castigo a sus faltas, los volvió mortales. Se dice que
hace muchos años atrás hubo una gran inundación.
Amalivaca salió entonces en una canoa a recorrer el mundo y junto con su hermano Vochi fueron
reparando los daños del diluvio, después del cual solo había quedado una pareja de humanos vivos.
Ellos se fueron a una gran montaña llevando semillas de palma moriche y desde allí las dispersaron
lanzándolas hacia el mundo. De estas semillas nacieron los hombres y las mujeres que pueblan el
planeta.
Ches
Dios andino de los cultivos. A esta deidad se le invocaba para conocer el futuro de una cosecha. Se le
rendían sacrificios para que el cultivo fuera bueno. Es conocido también como el dador del bien y del
castigo y como habitante de los páramos y las lagunas.

Arco
Deidad acuática. Posee una naturaleza dual: a la vez es creador y destructor, cura pero también
ocasiona enfermedades. Era esposo de Arca. Se le vincula con Ches y los arco iris. Se le identifica como
un ave del páramo.
Tamoryayo
Según la tribu de los Yukpa, Dios creador que vivía en las nubes, de donde una vez bajó a cambiar de
sitio el firmamento para colocarlo donde ahora está. Luego creó al primer Yukpa. Con el tiempo, viendo
al hombre solo, le mandó a un pájaro carpintero como emisario y le mandó el mensaje de si quería
compañía. El primer hombre dijo que sí y entonces el pájaro se fue en busca del árbol Manüracha o
Caricai, que al ser cortado botaría sangre. El yukpa cortó en dos al árbol y se transformaron en dos
mujeres. Tomó a una de ellas, le hizo cosquillas y con la risa de la mujer le entró el alma al cuerpo. Hizo
lo mismo con la otra mujer y luego les puso el nombre de Yoripa. Después las embarazo y así
comenzaron a nacer los Yukpa.
Osemma
Dios yukpa de la agricultura. Era de cabellera muy larga, cubierta de flores y de granos de maíz. Como
no hablaba la lengua Yukpa, usaba una ardilla de intérprete. Vivió mucho tiempo con la tribu,
enseñándoles a cultivar la tierra y cuando al fin se fue, dicen los Yukpa que se empequeñeció a tal grado
que la tierra se lo tragó y ocurrió entonces el primer temblor.
Mareiwa
Según los Wayúu, era hijo del trueno. Era el poseedor del fuego, y lo guardaba celosamente en una
cueva, lejos de los hombres. Junuunay, joven guajiro, pudo entrar en la cueva y robó dos brasas, y fue
así como se extendió el conocimiento del fuego entre los hombres.
Guaygerri
Junto con Urrumadua, dioses creadores entre la tribu de los Achaguas.
Puru
Según los Sálivas, fue la deidad que hizo todo lo bueno y vive en el cielo. Su hijo mató a una serpiente
que tenía acosada a la humanidad, y de cuyas entrañas salieron unos espantosos gusanos que luego se
convirtieron en los caribes.
Kúwai
En la tradición de los hiwi, era el Dios creador del mundo y los hombres. Para crear al primer hombre
utilizó barro, pero la lluvia lo deshizo, en un segundo intento usó cera de abejas, pero el sol lo derritió, al
tercer y último intento lo hizo de madera. La reproducción de los Hiwi fue gracias a un ratón que logró
que sus sexos se diferenciaran.
Kuai-mare Era el Dios principal de los Waraos. Su nombre significa "El Feliz que Habita Arriba". Es
negro, cabellos largos, ojos grandes, orejas largas, tanto que una llega al oriente y otra al occidente, y
los zarcillos que usa brillan como el oro y la plata. Su vestimenta es una túnica finísima que flota en el
aire produciendo la brisa que agita el agua de los ríos. Cuando camina produce movimientos de tierra.
Es el creador de los espíritus buenos y de los malos.

Relatos fantásticos

Amalivaca y la creación del mundo


Según los indios Caribes y Tamanacos, Amalivaca fue el creador de la humanidad del Río Orinoco y del
viento. Vivió mucho tiempo con los Tamanacos. Dotó a toda la tribu de inmortalidad, pero por culpa de la
incredulidad de una anciana, los indios se volvieron otra vez mortales. Se dice que muchos años atrás
hubo una gran inundación. Amalivaca salió entonces en una canoa a recorrer el mundo y junto con su
hermano Vochi arreglaron los desastres del diluvio. En esta gran inundación solo quedó una pareja de
humanos vivos. Ellos se fueron a una gran colina y desde allí comenzaron a arrojar los frutos de la palma
moriche, saliendo de sus semillas los hombres y las mujeres que pueblan el mundo hasta ahora.
El dueño del Fuego
Cerca de donde nace el Orinoco vivía el Rey de los caimanes llamado Babá. Su esposa era una rana
grandota y juntos, tenían un gran secreto ignorado por los demás animales y los hombres. Estaba
guardado en la garganta del caimán Babá. La pareja se metía en una cueva y amenazaban con la
pérdida de la vida a quien osara entrar, pues decían que dentro había un dios que todo lo devora y sólo
ellos, reyes del agua, podían pasar. Un día la perdiz, apurada en hacer su nido, entró distraída en la
cueva. Buscando pajuelas encontró hojas y orugas chamuscadas, como si el fuego del cielo hubiera
estado por ahí. Probó las orugas tostadas y le supieron mejor que cuando las comía crudas. Se fue
aleteando a ras del suelo para contarle todo a Tucusito, el colibrí de plumas rojas. Al rato llegó el Pájaro
Bobo y entre los tres urdieron un plan para averiguar cómo hacían la rana y el caimán para cocer tan
ricas orugas. Bobo se escondió dentro de la caverna aprovechando su oscuro plumaje. La rana soltó las
orugas que traía en la boca al tiempo que Babá abría la suya, que era tremenda, dejando salir unas
lenguas rojas y brillantes. La pareja comía las orugas sin percatarse de Bobo, tras lo cual, se durmieron
satisfechos. Entonces, Bobo salió corriendo para contarles a sus amigos lo que había visto. Al día
siguiente se pusieron a maquinar cómo arrebatarle el fuego al caimán sin quemarse ni ser la comida de
los reyes del agua. Tendría que ser cuando éste abriera la tarasca para reír. En la tarde, cuando todos
los animales estaban bebiendo y charlando junto al río, Bobo y la perdiz colorada hicieron piruetas
haciendo reír a todos, menos a Babá. Bobo tomó una pelota de barro y la aventó dentro de la boca de la
rana, que de la risa pasó al atoro. En el momento que el caimán vio los apuros que pasaba la rana, soltó
la carcajada. Tucusito, que observaba desde el aire, se lanzó en picada, robando el fuego con la punta
de las alas. Elevándose, rozó las ramas secas de un enorme árbol que ardió de inmediato. El Rey
caimán exclamó que si bien se habían robado el fuego, otros lo aprovecharían y los otros animales
arderían, pero Babá y la rana vivirían como inmortales donde nace el gran río. Dicho esto, se
sumergieron en el agua y desaparecieron para siempre. Las tres aves celebraron el robo del fuego, pero
ningún animal supo aprovecharlo. Los hombres que vivían junto al Orinoco se apoderaron de las brasas
que ardieron durante muchos días en la sequedad del bosque, aprendieron a cocinar los alimentos y a
conversar durante las noches alrededor de las fogatas. Tucusito, el pájaro Bobo y la perdiz colorada se
convirtieron en sus animales protectores por haberles regalado el don del fuego.
El dueño de la luz
En un principio, la gente vivía en la oscuridad y sólo se alumbraba con el fuego de los maderos. No
existía el día ni la noche. Había un hombre warao con sus dos hijas que se enteró de la existencia de un
joven dueño de la luz. Así, llamó a su hija mayor y le ordenó ir hasta donde estaba el dueño de la luz
para que se la trajera. Ella tomó su mapire y partió. Pero eran muchos los caminos y el que eligió la llevó
a la casa del venado. Lo conoció y se entretuvo jugando con él. Cuando regresó a casa de su padre, no
traía la luz; entonces el padre resolvió enviar a la hija menor.
La muchacha tomó el buen camino y tras mucho caminar llegó a la casa del dueño de la luz. Le dijo al
joven que ella venía a conocerlo, a estar con él y a obtener la luz para su padre. El dueño de la luz le
contestó que le esperaba y ahora que había llegado, vivirían juntos. Con mucho cuidado abrió su torotoro
y la luz iluminó sus brazos y sus dientes blancos y el pelo y los ojos negros de la muchacha. Así, ella
descubrió la luz y su dueño, después de mostrársela, la guardó. Todos los días el dueño de la luz la
sacaba de su caja para jugar con la muchacha. Pero ella recordó que debía llevarle la luz a su padre y
entonces su amigo se la regaló. Le llevó el torotoro al padre, quien lo guindó en uno de los troncos del
palafito. Los brillantes rayos iluminaron las aguas, las plantas y el paisaje. Cuando se supo entre los
pueblos del delta del Orinoco que una familia tenía la luz, los warao comenzaron a venir en sus curiaras
a conocerla. Tantas y tantas curiaras con más y más gente llegaron, que el palafito ya no podía soportar
el peso de tanta gente maravillada con la luz; nadie se marchaba porque la vida era más agradable en la
claridad. Y fue que el padre no pudo soportar tanta gente dentro y fuera de su casa que de un fuerte
manotazo rompió la caja y la lanzó al cielo. El cuerpo de la luz voló hacia el Este y el torotoro hacia el
Oeste. De la luz se hizo el sol y de la caja que la guardaba surgió la luna. De un lado quedó el sol y del
otro la luna, pero marchaban muy rápido porque todavía llevaban el impulso que los había lanzado al
cielo, los días y las noches eran muy cortos. Entonces el padre le pidió a su hija menor un morrocoy
pequeño y cuando el sol estuvo sobre su cabeza se lo lanzó diciéndole que era un regalo y que lo
esperara. Desde ese momento, el sol se puso a esperar al morrocoy. Así, al amanecer, el sol iba poco a
poco, al mismo paso del morrocoy.
Las cinco águilas blancas
Según la tradición de los Mirripuyes, fue Caribay la primera mujer. Era hija del ardiente Zuhé (el Sol) y la
pálida Chía (la Luna). Era considerada como el genio de los bosques aromáticos. Imitaba el canto de los
pájaros y jugaba con las flores y los árboles.
Una vez Caribay vio volar por el cielo cinco águilas blancas y se enamoró de sus hermosas plumas. Fue
entonces tras ellas, atravesando valles y montañas, siguiendo siempre las sombras que las aves
dibujaban en el suelo. Llegó al fin a la cima de un risco desde el cual vio como las águilas se perdían en
las alturas. Caribay se entristeció e invocó a Chía y al poco tiempo pudo ver otra vez a las cinco
hermosas águilas. Mientras las águilas descendían a las sierras, Caribay cantaba dulcemente. Cada una
de estas aves descendieron sobre un risco y se quedaron inmóviles. Caribay quería adornarse con esas
plumas tan raras y espléndidas y corrió hacia ellas para arrancárselas, pero un frío glacial entumeció sus
manos, las águilas estaban congeladas, convertidas en cinco masas enormes de hielo. Entonces
Caribay huyó aterrorizada. Poco después la Luna se oscureció y las cinco águilas despertaron furiosas y
sacudieron sus alas y la montaña toda se engalanó con su plumaje blanco. Éste es el origen de las
sierras nevadas de Mérida. Las cinco águilas blancas simbolizan los cinco elevados riscos siempre
cubiertos de nieve. Las grandes y tempestuosas nevadas son el furioso despertar de las águilas, y el
silbido del viento es el canto triste y dulce de Caribay.

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