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ontenido

P agina

Prólogo................................................................................ 7
1 Por favor, leer instrucciones antes de u s a r ..................13
2. El hospital divino..................................................................29

3. Controlando a la in con trolab le........................................ 45

4. Comparaciones: nuestro ju eg o fa v o rito ....................... 61

5. Juez, la profesión universal................................................ 85

6. «¿Qué discutíais por el c a m in o ? » ................................. 107

7. Esto, aquello y lo de más allá.......................................... 125

8. Para cuando nos peleemos ............................................. 145

9. Ingredientes inm ejorables................................................ 1^

10. ¡Hoy militantes, mañana triu n fan tes! ...................... 1 ^


Prólogo

a experiencia muestra que es posi­


ble no ser ajeno a la iglesia de Cristo
y a su funcionam iento, o incluso
estar activam ente involucrado en
ella, y aun así evidenciar una com­
prensión limitada acerca de esa ins­
titución divina y de su m anera de
operar.
De h ech o , con frecu en cia ha
sido el involucramiento activo en la
iglesia lo que ha im pedido a m u­
chos entenderla desde una perspec­
tiva abarcante e integral. Otras ve­
ces, esta falta de com prensión es
simplemente el producto de la igno­
rancia.
Tal vez tú , com o yo, hayas e s­
cuchado a personas que nunca han
P E L IG R O : ¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN! participado en la vida de la iglesia, ni han estudiado su his­
toria, pronunciar frases tan despreciativas como estas: «Y0
no necesito una iglesia». «La iglesia es para tontos o para
personas mayores». «Solo es un negocio para que unos
cuantos se hagan ricos». «La iglesia está llena de hipócritas
y criticones, y yo soy mejor que muchos de los que están
ahí». Sin importar cuán convencida y resuelta se muestre la
persona que así se expresa, no hay duda de que cualquiera
que tenga un conocimiento siquiera básico de la iglesia, de
su funcionamiento y de su impacto en la vida de quienes
se comprometen con ella, se dará cuenta de que esa persona
— lo decimos con todo respeto— opina desde la profundi-
dad de su ignorancia.
Solo alguien que no sepa quién es Jesucristo, o que nun-
* --- - ~ — —

ca haya visto lo que ocurre con el carácter de las personas


que le^entregan su vida y le sirven por amor dentro de su
iglesíCpuedeTlegar a decirqürñor^cTsita a esta, o que solo
los tontos y los viejos la necesitan, etcétera, etcétera.
Pero hay otra cara de este mismo asunto. Se trata de
aquellos que, siendo miembros de la iglesia y participando
de lo que se hace en su seno, terminan desencantados con
ella. Su frustración puede deberse a más de un factor, como
sentir disconformidad con el liderazgo, o experimentar
amargura y resentimiento por algo hiriente que alguien les
dijo o les hizo. También puede tratarse de una lucha interior
sincera y bienintencionada que busca entender por qué ocu­
rren ciertas cosas dentro de la comunidad de creyentes; o
por qué se les permite ser miembros de ella, e incluso di­
rigentes, a ciertas personas cuyo comportamiento o testi­
monio desdice mucho de los principios que se proclama de­
fender y promover.
Por alguna razón que no puedo explicar, muchos de^nO"
sotros creemos que la iglesia existe para atraer a los peca­
dores a Cristo, pero al mismo tiempo nos resistimos a la idea
de que se acepte dentro del pueblo de Dios a los pecado-
JH j-al y como son. Damos así la impresión de que Cristo

L
Prólogo
defiende una cosa y la institución por él fundada, otra.
Como si mientras Cristo dice: «Al que a mi viene, no lo echo
fuera» (Juan 6: 37), la iglesia debiera decir: «Al que no se
porta bien, lo echamos fuera».
Lo cierto es que hay quienes, buscando la perfección, es­
peraban que el sitio donde se congregan los sábados fuera la
morada de los perfectos, así que han descubierto que se me­
tieron en el lugar equivocado. Es algo muy extraño, pero a
losseres humanos^que somosj mperfectos, débiles yjigfec-
tuosos, nos gusta vivir con la ilusión de que tiene que haber
alguna comunidad enjd mundo que albergue solo a perso­
nas que sean perfectas, infalibles y sin mácula; y que, pese a
ello, a nosotros se nos permita formar parte de esa comuni-
dad. Ciertamente resultaría fantástico ser miembro de algo
así, ¿quién no lo desearía? Pero hay que despertar de ese
sueño, bajarnos de esa nube, porque tal lugar no existe en
este planeta. Y si existiera, ni tú ni yo podríamos ser admiti-
dos en él. Michael Green hizo una buena observación cuan-
do dijo: «Si este mundo fuera perfecto, y nosotros también lo
fuéramos, no habría necesidad del cristianismo. Sin embar­
go, ese no es el caso. Nuestro mundo y nuestras vidas están
quebradas por la codicia y el egoísmo, la concupiscencia y la
crueldad».1
Por más que lo deseemos y queramos, la iglesia de Cristo
no es un lugar donde se reúnen personas_que son perfectas,
infalibles y sin defectos. Quien crea lo contrario está tan per-
dido como quien piense que no necesita entrar en el pueblo
de Dios. Los que esperan encontrar perfección no necesitan
una iglesia, y si vienen a ella con esa ilusión van a toparse
con una terrible realidad. La comunidad de los creyentes
es para personas que están buscando salvación a través de
Cristo. Personas que, mientras la buscan, son conscientes
de sus debilidades, imperfecciones y defectos, pero creen y
aceptan que la gracia y el poder divinos son más grandes
que su pecado v pueden transformarlos en nuevas criaturas.
Es basándose en esto que han aceptado, gozosas, ser parte
I 10 de ]a familia de Dios, que es su iglesia en la tierra, y a la cual
el Señor está acercando cada día a aquellos que han de ser
P E L IG R O : |SANTOS EN CONSTRUCCIÓN'.

salvos (ver Hech. 2: 48). No d eb em o sjm a r m a s a l ^ ^ a


que a locppr^nnas que la integran. Si lo hacemos, contribui­
mos a dañar a esta institución divina y a que sus miembros
resulten perjudicados en vez de beneficiados.
La iglesia es el lugar dispuesto por Dios para personas
que se reconocen débiles y pecadoras, no santas y podero­
sas. El proceso de la santificación es algo que Dios inicia en
nosotros desde el momento en que le entregamos nuestras
vidas (ver 2 Cor. 5: 17), algo que él desarrolla en nosotros
durante nuestra perm anencia en la fe (1 Tes. 4: 1-8), y
algo que él mismo va a concluir adecuadamente (Fil. 1; 6).
Así que, siendo pecadores como som os, en Cristo al mis-
mo tiempo somos santos. Puede decirse entonces que la
iglesia de Dios está compuesta de pecadores que son santos
por la gracia y el poder divinos. La condjción^pam^s^sa^
tos e ^ e m a n e ce rjm Cristo. Desde el día en que él regrese
a la tierra y nos lleve a vivir con él para siempre en el reino
de los cielos, ya no seremos pecadores-santos, porque el pe­
cado y los pecadores serán completamente erradicados (ver
Mal. 4: 1). Entonces quedaremos redim idos por toda la
eternidad.
Mientras tanto es saludable recordar que, como dice la
Biblia, «la senda de los íustos es como la luz de la aurora, que
va en aumento hasta que el día es perfecto» (Prov. 4: 18).
Esto significa que nuestra experiencia en Cristo es gradual.
La salvación que él nos da ya es completa, perfecta y tiene
plena garantía. Pero nuestro crecimiento en la gracia, nues­
tra capacidad de depender de Dios, obedecer su Palabra de
forma irrestricta y entregarle el control de cada área de nues­
tra vida, es algo paulatino, va en aumento. Y no porque el
poder de Dios necesite tiempo para transformamos, sino
porque el Señor ha decidido que no usará ese poder para
o ligamos a amarle u obedecerle. Por ello me parece atinado

r ^ue’ en iglesia, somos Santos en construcción.


Ser santos en construcción no quiere decir que hoy sea­
mos menos santos que mañana, sino que la santidad de hoy
no cubre el día de mañana. Esto se debe a que mientras es­
temos en este mundo, el pecado es una realidad que intenta
dominarnos y que nos impone su presencia por todas par­
tes. Así que los santos de hoy, si se descuidan, puede que tan
pronto como mañana hagan cosas que no son de santos.
Por eso escribí este libro. Para explicar cómo esa realidad
impacta la vida y la marcha de la iglesia. Para recordar,
usando la autorizada Palabra de Dios, cómo debemos convi­
vir y tratarnos dentro de la comunidad de los creyentes
quienes, siendo pecadores, estamos experimentando el pro­
ceso de la santificación en nuestra vida.
Mientras escribía estas páginas he deseado, orando por
ello, que este sea un libro positivo, que traiga ánimo a todos
los que lean sus páginas, y que ayude a quienes estamos en
este buen camino de la fe cristiana a permanecer fieles a
Dios dentro de su iglesia. Para ello necesitamos entender
que el plan divino se está cumpliendo al pie de la letra y que
todo concluirá como el Señor lo ha prometido, a saber: con
el triunfo de su pueblo y de todos los que, en su seno, perse­
veren hasta el fin (Mat. 24: 13; Apoc. 2: 10).
Compartiré contigo algunas de las realidades más desa­
fiantes que experimentamos dentro de la iglesia. Intentaré
decirte, no lo que hago yo (es tan poco y tan inútil lo que yo
hago...), ni tampoco me detendré a decirte lo que hacen
otros, o a intentar juzgar lo que haces tú. Lo que deseo pre­
guntarme es qué dice Dios de todo esto. Qué recursos ha
puesto él a nuestra disposición para enfrentar estas realida­
des y para que podamos seguir siendo parte de una comuni­
dad que está destinada a triunfar.
Este no es un libro acerca de la teología de la iglesia
(eclesiología), sino acerca de las personas que estamos en
ella. No está escrito para que lo lean solo los dirigentes, ni
solo los dirigidos, ni los jóvenes, los adultos o los niños en
exclusiva. Me dirijo sencillamente a cualquier persona que
quiera entender cuál es el plan que tiene Dios para ]qs
P E L I G R O : jSANTOS EN CONSTRUCCIÓN!
humanos por medio de su iglesia, y de qué maneras p j ?
recibir los beneficios divinos y no ser impedimento para ^
otros también lo reciban. ^ e
Si cumples este requisito, este libro es para ti. Solo te rue
go que te des la oportunidad de leerlo y estudiarlo con c a lj
y oración. No sientas que debes completar su lectura en
plazo determinado. Cada capítulo es único y representa nn
aspecto de nuestra vida en el que podemos mejorar y crecer
Así que decídete a sacarle algún provecho a esto. Y cuando
lo hagas, entonces haz también lo que el Señor ponga en tu
corazón: recomiéndaselo a alguien, regálaselo a otra perso­
na, estúdialo con algún grupo que esté dentro de tu área de
influencia. Si eres pastor, tal vez pueda ser un material útil
para estudiarlo con tu congregación en momentos adecua­
dos para ello. Si diriges un grup o de crecimiento o un de­
partamento de la iglesia, quizás alguno de los capítulos te
pueda ser de ayuda en esa labor, o de utilidad para lo que
tienes en mente lograr con la ayuda de Dios.
En cuanto a mí, estoy m uy emocionado solo de pensar
en lo que el Señor puede hacer con algo tan sencillo como
esto. Lo único que ahora puedo decirte es que todo lo que
encontrarás aquí ha estado primero en mi corazón y en mi
mente. Ha sido una bendición de Dios para mí, y lo que
hago ahora no es sino compartirla contigo.
¡Que te sea de provecho!
Si deseas plantearme alguna pregunta, sugerencia o ex­
periencia relacionada co n este m aterial, agradecería mu­
cho que me escribas a esta dirección de correo electrónico.

santosenconstruccion@hotmail.com
Gracias.

1. Michael Green, Un mundo que huye, Barcelona: Oasis, 1994, pá£


Por favor,
leer instrucciones
antes de mar
«Lo que sabem os es una g o ta de agua;
lo que ignoram os es el océano»
(Isaac N ew ton).

«Si un día piensas que ya lo sabes todo,


de una cosa puedes esta r seguro:
te equivocas»
(A utor d e sco n ocid o).
15

1. Por favor, leer instrucciones antes de usar


s muy importante tratar de enten­
der cóm o funcionan las cosas antes
de interactuar con ellas. Puede uno
llevarse gran d es sorp resas si no
to m a en cu en ta los detalles. Los
chinos aprendieron esta lección de
una forma inolvidablemente trágica
hace m ás de cincuenta años, cuan­
do su líder y jefe M ao Tse-Tung,
en el año 1 9 5 8 , lan zó el proyecto
del Gran Salto Adelante. A través del
m ism o, China pretendía dar un uso
al capital h u m an o en la industria
pesada y en la agricultura que per­
mitiera aum entar la productividad
y evitar tener que im p o rta r del e x ­
tranjero m aquinaria pesada.
16 Una de las campañas de este proyecto gubernamental
P E L IG R O : ¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN! fue la de las Cuatro Plagas. Decretaba, entre otras cosas,
la completa eliminación de cuatro especies supuestamente
letales para las cosechas: ratones, m oscas, mosquitos y
gorriones.1 De manera urgente, los campesinos debían
contribuir a exterminar los gorriones, considerados devo-
radores de las semillas del campo y, en consecuencia, indi-
rectamente responsables del hambre en China. Las técnicas
de eliminación iban desde el envenenamiento hasta el des­
gaste por palmeo: los ciudadanos gritaban y daban palmas
para ahuyentar a los gorriones, evitando así que se posaran
en el suelo. Los pajarillos acababan muertos por agota­
miento. Tan exitosa fue la campaña, que los pobres gorrio­
nes fueron casi totalmente exterminados. El problema era
que estas aves, además de comerse las semillas, se comían
también las langostas que caían como plagas sobre los cam­
pos sembrados. De hecho, se asegura que los gorriones co­
men más langostas que granos. Así que, al eliminarlos, em­
pezaron a proliferar las langostas, devorando, ahora sí, las
cosechas y provocando hambrunas impensables. Los in­
vestigadores calculan que pudieron morir entre dieciséis y
treinta millones de chinos. Al comprobar el desastre, Mao
tuvo que pedir a sus vecinos de la URSS el envío urgente de
doscientos mil gorriones para arreglar el fatídico error.
Este es un terible ejemplo de lo que puede pasar cuando
hacemos, usamos o somos parte de algo sin entender cómo
funciona o en qué consiste... A pesar de todo lo que puede
enseñarnos la historia, la mayoría de la gente cada vez se
preocupa menos por saber cómo son las personas o cómo
funcionan las cosas. En lugar de procurar entender, quieren
que unas y otras cumplan sus expectativas o les resuelvan
sus problemas de forma inmediata. En otras palabras,
tossoruiempos en que las personas le dan más2 trr£Prtari
__jtque algo funcione enseguida, que a adquirir^U^f1
17

1. Por favor, leer instrucciones antes de usar


Muchos, por ejemplo, se casan para ser felices, y poco
después abandonan argumentando incompatibilidad de
caracteres. Tengo serias sospechas de que se trata de una
especie de eufemismo para decir: «Yo no entiendo esto».
Nos lanzamos de cabeza a recibir ofertas de los bancos
para conseguir préstamos o tarjetas de crédito y un tiempo
después se escucha el lamento: «¡Ay, me engañaron!».
Por poner un ejemplo personal, recientemente tuve
que cambiar mi teléfono porque unas manchas de origen
interno no me dejaban leer bien en la pantalla los mensa­
jes recibidos. Tanto eso como las diversas rajaduras en el
dorso parecían estar gritándome desde hacía meses que
quizá no sería mala idea cambiarlo. Así que opté por ello,
le pregunté a mi hijo cuál era el último modelo aparecido
en el mercado, llegué a la tienda y, con la seguridad de un
experto, le dije a la señorita que me recibió que venía para
llevarme uno de esos.
Y así ando, con el teléfono más actualizado que existe
en este momento. Por supuesto, no me pregunten qué pres­
taciones ofrece, pues yo solo sé cómo se enciende y apaga,
cómo puedo hacer y recibir llamadas, y cómo leer los men­
sajes de texto y mi correo electrónico. El resto de sus fun­
ciones a quien le interesan es a mi hijo, quien frecuentemen­
te me informa de que mi teléfono sirve para esto o aquello.
En cuanto a mí, solo me gusta que es más liviano, un poco
más estilizado y que no se nota mucho en mi bolsillo. Al fi­
nal he llegado a la conclusión de que podía haber seguido Estos son tiempos
con mi teléfono manchado y roto. en que las personas
Tal vez podríamos llenar este capítulo de experiencias le dan más
y testimonios de las veces en que todos hemos adquirido importancia a que
objetos, o nos involucramos en actividades u organizacio­ algo funcione
nes, sin saber realmente cómo funcionan, de modo que no
enseguida,
les sacamos el mayor provecho. En ocasiones, nos frustra-
que a adquirir el
mos o desanimamos al toparnos con detalles o consecuen-
conocimiento acerca
cias que no esperábamos, e incluso podemos llegar al pun­
de cómo funciona.
to de abandonar lo que comenzamos. Es el fruto de haber
P E L IG R O : ¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN! albergado expectativas equivocadas y el ansia de resulta
dos inmediatos. Todo ello acaba delatando nuestra igno.
rancia sobre el asunto en cuestión.
Quizá por eso nos gustan tanto esos establecimientos
donde pueden servirnos hamburguesas o papas fritas nada
más pedirlas, aun a sabiendas de lo que implica esa rapidez
y el impacto que tendrá en nuestra salud. Nos gusta lo rá­
pido, lo mágico, lo que no incluye letra pequeña que es
preciso leer, lo que viene sin hoja de instrucciones para
armarlo, y que nos entregan ya listo para su disfrute.
Pero, en realidad, cualquiera que haya vivido el tiempo
suficiente en este planeta habrá descubierto por sí mismo
que la vida no funciona así. Que no podemos ir por el
mundo ignorando en qué consisten las cosas, y al mismo
tiempo ilusionados con la idea de que todo saldrá bien, sin
sufrir inconvenientes, a pedir de boca. Comparto el rea­
lismo con el que el autor de las siguientes líneas habla de
cómo funciona la vida en este mundo, incluso para los que
son creyentes en Dios: «La vida es dura. No es un parque
de diversiones. Ni un jardín de rosas. [...]. Ni una vida de
milagros diarios que hacen que nuestros talonarios de che­
ques queden equilibrados y que recarga nuestras baterías
descargadas. Tales expectativas no son realistas».2

La iglesia, una realidad


no siempre bien conocida
Una de las entidades de este mundo a la que muchas
personas se unen sin entender sus aspectos fundaméntale5
y a menudo albergando expectativas poco realistas, es b
^ S*a~~HEÍÜTay°ria la iglesia resulta atractiva
¿Qmén no quiere ser parte de una comunidad donde
se aceptan, se aman, se ayudan y esperan un fuLU1"
glorioso? Pero por alguna razón, para m u c h o s j a n ^
^ i£ !_ c o m o m ^ esps productQS que yerno s ^ 1'
^ - ^ - - ^ a u e e n s e guida ya nos imagi n a m o s ‘
19

1. Por favor, leer instrucciones antes de usar


sala o en la cocina de nuestra casa, pero además de inme­
diato. .. Y todo, para arrepentimos después, o poco menos,
cuando lo que nos llega a casa es una caja llena de piezas
con instrucciones para su montaje.
Tal vez ya se dejó ver una leve sonrisa en tus labios in­
dicando que te sientes aludido/a. Puede que ya seas parte
de la iglesia y que no leyeras la «letra pequeña» que expli­
caba ciertos detalles. O quizá seas solo una de esas perso­
nas a las que les gustaría probar la experiencia de unirse a
la familia de Dios, pero asegurándose, antes de hacerlo, de
saber de qué se trata. Entonces no te detengas y sigue le­
yendo. Permíteme mostrarte algunas de las cosas funda­
mentales que toda persona debe tener en mente cuando se
trata de la iglesia de Cristo. El propósito es ayudarte a go­
zar de todos los beneficios que Dios se propuso darnos a
través de ella. A disfrutar en su seno, permitiendo a la vez
que los demás también lo hagan.
Sin duda alguna, para entender cómo funciona la igle-
sia es necesario remontamos a ese momento en que el pro­
pio Cristo anunció su creación. La información podemos
encontrarla en el Evangelio de Mateo: «Y yo también te
digo que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi igle-
sia, y las puertas del Hades no la dominarán» (16: 18).
Si examinamos el contexto de estas palabras de Jesús,
nos daremos cuenta de que su anuncio se produce como
reacción a algo que Pedro acababa de decir acerca del Maes­
tro. En concreto, que Jesús era el Cristo o Mesías esperado,
y que por lo tanto era el Hijo del Dios viviente (versículo 16).
Jesús se sintió muy feliz de ver que el Espíritu Santo había
revelado a Pedro una verdad tan trascendental acerca de su
divinidad y de su misión al venir a la tierra. Y de inmediato
Jesús respondió que tan cierto com o esa declaración de
Pedro divinamente inspirada, lo era el hecho de que él crea­
ría su iglesia, que ella estaría fundamentada sobre sí mismo
y que su triunfo estaba asegurado aun cuando las fuerzas del
mal intentaran impedirlo con todo su ímpetu.
Si meditamos en lo que dijo Jesús aquí, veremos qUe no
P E L IG R O : ¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN!

solo se trata de un anuncio acerca de una decisión tomada


por él. Sus palabras conciernen a cuestiones que son el
fundamento de la existencia de la comunidad de los ere«
yentes. Así pues, todo aquel que es parte de ella no debería
ignorarlas, por su propio bien.
En primer lugar, queda claramente establecido que el
dueño de la iglesiaes Cristo Jesús. Sigamos sus palabra!
«Edificaré mi ig lesia^ É ¡n o dijo que fundaría una iglesia
para que nosotros la pudiéramos usar, dirigir o administrar.
No dijo que, una vez fundada, se la regalaría a alguien o
se desligaría de ella. Lo que dijo fue: «Edificaré una iglesia y,
una vez edificada, será mi iglesia». O en otras palabras:
«No tengo planes de entregarle la propiedad o el control de
la misma a nadie que no sea yo; no me propongo que se
acomode a los deseos o a los gustos de nadie aparte de
mí». Veamos la siguiente declaración tomada de la página
12 del libro La iglesia remanente: «El Señor tiene un pue­
blo, un pueblo escogido, su iglesia, que debe ser suya, su
propia fortaleza, que él sostiene en un mundo rebelde y
herido por el pecado; y él se ha propuesto que ninguna
autoridad sea conocida en él, ninguna ley reconocida por
ella, sino la suya propia».3
El primer error que cometen muchas personas cuando
piensan en ser parte de una iglesia es tratar de encontrar
una que esté de acuerdo con sus gustos y manera de ser.
El dueño Tal congregación no existe, a menos que tú mismo la cons­
eje la iglesia truyas, con el riesgo de que solo tú participes en ella, hasta
es Cristo Jesús, el día en que te aburras de ti mismo. Necesitamos recono­
cer que la única iglesia que existe según las Sagradas Escri­
turas es lajglesia de Cristo, que fue hecha para glorificar,
complacer, servir y cumplir los planes y propósitos del pr0'
pió Jesús. No se trata de un lugar al que las personas deb^n
acudirjoara tratar de complacerse a si mismas, o a fin j^ i^
complacidas por los dem ás. Dios nos invita a unidos a
él para que tengamos una relación de am or con él Par
21

1. Por favor, leer instrucciones antes de usar


siempre. Cuando lo hacemos, él nos da el privilegio de ser
parte de su familia espiritual, que es su iglesia; pero cuan­
do llegamos a ella, nuestra presencia no cambia los funda­
mentos sobre los cuales Dios la edificó, y el primero de
ellos es que el único Dueño y Señor de esa institución es
Cristo Jesús.
No pocas veces los problemas que se suscitan dentro
de la iglesia se originan en personas que no han enten­
dido que la misma tiene un Dueño y un Señor. Al ignorar
esto, malgastan su tiempo y energías tratando de imponer
sus opiniones o batallando para que las cosas se hagan de
acuerdo con sus ideas. Lo peor es que también dañan a otros
y terminan enfermando a la iglesia que tanto dicen amar. En
realidad esto es tan absurdo como llamar a la puerta de la
casa de una familia que acaba de instalarse en ella y, una vez
que nos abren, decirles que hemos venido a indicarles cómo
deben colocar sus muebles y qué horarios deben seguir para
sus comidas, para acostarse, para levantarse, y qué calenda­
rio escoger para ir de vacaciones.
Todo eso sería distinto si recordáramos siempre que
Jesús no comparte la propiedad y el control último de su
iglesia con ningún ser humano.
La iglesia no fue un proyecto para cuya formación
Jesús llamó a sus discípulos y les pidió ideas o colabora­
ción. No hay un solo humano que pueda decir sin faltar a
la verdad que tiene aunque sea una sola acción, ni común
ni preferencia!, en el capital de esa empresa. Cuando Jesús No lo olvides,
anunció la fundación de su iglesia, dejó bien claro que se­ cada vez que llegues
ría él quien la edificara. Esto debería indicarnos que él es­ a tu congregación,
peraba que en adelante no hubiese problemas dentro de
recuérdate
ella porque a alguien se le ocurriera tratar de imponer sus
a ti mismo
criterios. No lo olvides, cada vez que llegues a tu congre­
que la iglesia
gación, recuérdate a ti mismo que la iglesia tiene dueño. Y
tiene dueño.
que ese dueño no eres tú, ni ninguna de las personas que
ves ahí, hagan lo que hagan y sean lo que sean. El dueño
es Cristo Jesús. No tiene sentido pelearte con otros por lo
22
P E L IG R O : ¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN! ajeno, no pierdas tu tiempo haciéndole caso a quien equi.
vocadamente se comporte com o si fuera el dueño 0 la
dueña de la iglesia. Ya sabes que esa persona tiene un pro.
blema que no se resuelve haciéndole el juego, sino ayu­
dándole a entender la realidad.
Disfruta en tu congregación, siéntete bien de hallarte
en un ámbito al que el propio dueño te condujo y te ha re­
cibido, haz lo mejor que puedas dentro de ella, y deja que
los demás también hagan lo mejor que les sea dado hacer.
No gastes tiempo buscándole defectos a la iglesia._Es„de
muy mala educación ir a casa de otros a fijarnos en cómo
tieñérTcThacen sus cosas paraTñego criticarles. Libérate de
esa carga, y descansa. La institución eclesial tiene dueño
y es perfecta para los planes de ese dueño.
La declaración de Cristo también establece que él es el
fundamento sobre el cual está construida dicha institu­
ción. Otra vez, síguele la pista a Jesús: «Sobre esta roca
edificaré mi iglesia». Puedes hablar con cualquier persona
que sepa acerca de cómo se edifica algo y te dirá que lo
más importante son los cimientos. Se trata de lo primero
que se hace porque no puede hacerse después y porque
todo lo demás depende de eso. Los cimientos, el funda­
mento, afectan a todo lo demás que se ponga sobre ellos.
Dios sabe todo esto, y por eso lo primero que Jesús
aclaró con relación a su iglesia es que él sería ese funda­
mento. El apóstol Pablo entendió muy bien esto, y por
eso les advirtió a los hermanos de Corinto que cuando
se trata del pueblo de Dios «nadie puede poner otro fun­
damento que el que está puesto, el cual es Jesucristo»
(1 Cor. 3. 11). Sobre ese fundamento tú puedes plantar,
egar, poner oro, plata, piedras preciosas, o madera, heno
y hojarasca. Sea lo que sea, lo que hagas se hará mani
esto y será probado. Pero hay algo que no puedes tocar
y fi nunca va a cambiar: el fundamento de la iglesia es
Cristo Jesús.
23

1. Por favor, leer instrucciones antes de usar


La verdadera necesidad de la iglesia
¿Qué les pasa a las personas que se desalientan o abando­
nan la iglesia, presuntamente porque el pecado, el mundo y
el enemigo están ganando terreno en la vida de muchos den­
tro de ella? ¿Qué les sucede a los que están obsesionados con
cambiarlo todo para hacernos más modernos, actuales y po­
der «conectar» con el mundo de hoy? ¿Qué decir de aquellos
a quienes Dios les ha dado un puesto de confianza en la igle­
sia y terminan pensando que esa posición les da el derecho
a decidir cómo se harán las cosas? En todos estos casos, es­
tamos ante personas que olvidaron que el fundamento de
nuestra comunidad es Cristo Jesús.
Lo que la iglesia necesita ante todo para avanzar idó­
neamente no es que sus miembros sean como yo, o como tú.
Tampoco su principal necesidad es ser más moderna y
actual, ni conseguir que alguien supercarismático o su­
mamente popular venga a dirigirla. Desde el día en que
fue creada, lo único que le hace falta a la iglesia para cumplir
su propósito es mantenerse fundamentada en Cristo Jesús.
En él tiene ella todo lo que necesita. Esta idea se expresa de
forma inmejorable en la siguiente declaración: «El Señor ha
provisto a su iglesia de talentos y bendiciones, para que pre­
sente ante el mundo una imagen de la suficiencia de Dios y
para que su iglesia sea completa en él».4
Más de uno se resiente porque piensa que la institución
eclesial marcha mal debido a que no cambian algunas
cosas. Para otros, lo que necesitamos es ser más amigables, Lo único
más juveniles, más centrados en la familia, o en la salud, en que le hace falta
las finanzas, en los pobres, o más preocupados por alcanzar
a la iglesia para
a los ricos. Otros creen que debemos retrasar la hora del
cumplir su propósito
culto, organizamos de otra manera, cambiar el color de la
es mantenerse
pintura del templo, o el mobiliario, o al pastor, o por lo me­
fundamentada
nos el sistema de sonido, y si no, al pianista, pero que se
en Cristo Jesús.
cambie algo, por favor. Sin embargo, tal vez sería bueno
preguntarle al que hizo la iglesia, que es además su único
Dueño y Señor, qué piensa él que necesitamos para que todo
24
P E L IG R O : ¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN! funcione bien. Tengo la «ligera» sospecha de que nos res­
ponderá que ya hace más de dos mil años contestó a esa pre­
gunta, y que dondequiera que la iglesia se asegure de poner­
le a él como fundamento, será atractiva, relevante y eficaz
para sus propósitos. Quizá el Señor también añadiría: «Y poj-
favor, dejen de andar tratando de arreglar lo que no necesita
ser arreglado, pues lo más sólido y seguro de mi iglesia es
su fundamento, el cual soy yo, y ese fundamento resiste el
paso del tiempo, y funciona en todas las circunstancias».
Creámoslo o no, el atractivo más grande de nuestra igle­
sia es su fundamento, Cristo Jesús. Lo que Cristo dijo para
dar a entender de qué muerte habría de morir es también
aplicable a lo que necesita la comunidad de creyentes para
funcionar siempre bien: «Y yo, cuando sea levantado de la
tierra, a todos atraeré a mí mismo» (Juan 12: 32).
Así que si quieres disfrutar de tu congregación y apo­
yarla de la manera más eficaz, contribuye con todo cuanto
hagas o digas a que sea una comunidad cristocéntrica.
Finalmente la declaración de Mateo 1 6 : 1 8 anticipa que
el triunfo de la iglesia se encuentra asegurado en Cristo
Jesús. Recordemos su anuncio: «Y las puertas del Hades
no la dominarán». Si las personas que se unen al pueblo
de Dios se tomaran tiempo para fijarse en estas palabras
del Señor, su presencia en él sería más edificante y gozosa,
pero también más humilde, prudente y sabia.
Jesús aseguró el triunfo de la iglesia, al tiempo que ad­
Jesús aseguró mitió que las fuerzas del mal harían todo lo posible para
el triun/o evitarlo. Nunca dijo que aquella estaría exenta de ataques
de la iglesia, del enemigo, ni afirmó que ese enemigo no trataría de me­
al tiempo que terse en ella, que no le causaría daño alguno, que no enga­
admitió que las ñaría a algunos miembros, o que no infiltraría a sus agen­
Juerzas del mal tes para pervertir las buenas costumbres y los principios de
harían todo lo posible la iglesia. Lo que dijo Jesús fue que el mal no la dominaría,
para evitarlo. no prevalecería contra ella. Intente lo que intente, dañe lo
que dañe, use lo que use para debilitarla, el enemigo no
podrá evitar el triunfo de la iglesia de Dios.
25

1. Por favor, leer instrucciones antes de usar


Si ves que alguien la ataca, la abandona o sale diciendo
que hay que salir de ella porque se ha corrompido, no deses­
peres ni te rindas, porque esas cosas no podrán impedir el
triunfo de la iglesia de Jesús. Pase lo que pase, veas lo que
veas, no abandones el barco, no te bajes de este vehículo,
el cual por la gracia de Dios llegará al puerto eterno, a la
meta que le ha sido trazada por el Señor.
¿Crees que Dios va a construir su iglesia para permitir
que luego venga alguien a destruírsela? ¿Crees que existe
el ser humano que pueda inventarse un ataque, mentira
o acusación capaz de desmantelar la iglesia de Dios? ¿Te
parece posible que Satanás, quien fuera expulsado del
cielo, vencido en el desierto de la tentación, y derrotado
y expuesto públicamente en la cruz del Calvario, de re­
pente vaya a tener poder para arruinarle esta iglesia a
Cristo? Por favor, abre los ojos y fíjate bien: Dios te trajo
al único ámbito que con seguridad tendrá éxito en este
mundo, su santa iglesia. Me gusta el optimismo que, en re­
lación con el triunfo de la misma, irradia el doctor William
G. Johnsson, cuando dice: «Mi esperanza para la iglesia
está fuera de mí mismo. Jesús, la cabeza del cuerpo, que es
la iglesia (Col. 1: 18), el Creador del universo, el Cordero
del Calvario y mi Salvador y Señor me da confianza para el
futuro».5 *
La institución eclesial es un ámbito en el que debería
estar prohibido rendirse, perder la esperanza o abando­
nar el cam ino. Si eres de los que quieren tener plena se­
guridad de triunfo, la iglesia de Cristo es el lugar para ti.
No gastes el tiempo fijándote en los pataleos desespera­
dos del enemigo por hacerle daño. Concéntrate en Cris­
to, su poder y la seguridad de su promesa. Resiste, nada
le pasará a la iglesia de Dios, sino que llegará con seguri­
dad al reino de los cielos.
26
Deja de preocuparte por ella y de querer arreglar todo
¡SAN TOS EN CON STRUCCIÓN !

lo malo que ves en ella. Ocúpate de estar totalmente aferra­


do a Cristo y de ayudar a los dem ás a hacer lo mismo, con
la segura esperanza de que vencerem os porque él venció.
El trabajo de la iglesia no es enfrentarse a Satanás, sino
luchar por arrebatarle las almas y traerlas a Cristo. Ya Sata­
nás es un enemigo vencido por Cristo. Su enojo se debe
a que él sabe que está derrotado y que nosotros vamos a
triunfar en Cristo. Lo único que debem os hacer ahora es
permanecer en la iglesia y conectados con Cristo hasta que
PELIGRO:

esa victoria sea coronada en el reino de los cielos.


Mientras llega ese día, deja que la vida continúe, que los
países digan y hagan, que la econom ía suba y baje, que
los perros ladren y se callen, que el enemigo luche y trate
de destruirnos, y mantente cam inando con Cristo, sin de­
tenerte, sin mirar atrás, y sin desanimarte. Si caes, levánta­
te y reanuda el camino, porque esto va a funcionar, la igle­
sia va a triunfar y Dios nos trajo aquí para que triunfemos
con ella.
Hasta cierto punto, la presencia de problemas y de pe­
cados en la iglesia es comprensible. Ten en cuenta que se
trata de una institución divina que persigue liberar a las
personas de las garras de Satanás y llevarlas al reino de los
cielos. ¿Cómo no va a estar enojado? ¿Cómo no va a tratar
de meterse entre medias de cada cosa y de cada persona
que pueda? Por favor, no pierdas de vista que lo que esta­
mos procurando es la meta más grande que puede buscar
un ser humano: triunfar con la iglesia de Cristo. Esto no
es como dar una vuelta a la m anzana donde vives es m u­
cho más que eso, y debemos estar listos para enfrentar
obstáculos, problemas, demoras y algunas pérdidas. Pero
una cosa es segura: la iglesia triunfará en Cristo Jesús
27

1. Por favor, leer instrucciones antes de usar


1. Ver http://es.wikipedia.org/wiki/Exterminio_de__gorriones_en_China,

http://en.wikipedia.org/wiki/Four_Pests_Campaign y http://blogs.lain-

formacion.com/strambotic/2009/12/07/cuando-mao-intento-extermi-

nar-a-los-gorriones/.

2. Charles R. Swindoll, Tres pasos adelante y dos para atrás, Nashville

(Tennessee, EE.UU): Editorial Caribe, 1983, pág. 16. [Redacción re­

tocada por presencia en el original de expresiones impropias de un

español correcto. (N. del T.).]

3. Elena G. de White, La iglesia remanente, pág. 12.


4. Ibid., pág. 15.

5. W illiam G. Johnsson, ¿Sefragmentará la iglesia?, Miami: Asociación

Publicadora Interamericana, 2004, pág. 115.


Elhospital divino
Si podéis curar, curad; s i n o p o d é is curar,
calmad; si no po d é is calm ar, consolad»
(A ugusto M urray).

«La libertad y la salud se asem ejan:


su verdadero valor se c o n o c e cu a n d o
nos faltan»
(H enri-F rançois B e cq u e ).

m im é

L
31

2. El hospital divino
a iglesia de Cristo es sin duda la or­
ganización más importante e influ­
yente que ha existido en este mun­
do en cualquier época. Es su origen,
su naturaleza, su funcionamiento y
sobre todo el impacto que ha tenido
y tiene en los seres humanos, lo
que la hace inigualable. Es atractiva
para ricos y pobres, hombres y mu­
jeres, jóvenes y adultos, personas
instruidas o no. Es la única institu­
ción en este mundo que no tiene
banderas, ni razas, ni culturas, ni
naciones, ni idiomas favoritos, por­
que la iglesia tiene una misión que
cumplir con todos. Es sencillo unir­
se a ella, como también permane­
cer, y sin embargo entraña a la vez
grandes misterios para la mente hu­
mana.
P E L I G R O : ¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN! Tan pronto como la fundó, Jesús trató de ayudarnos a
entender el significado de la iglesia. Y en las Escrituras, de
hecho, tenemos abundante información que nos permite
comprender adecuadamente lo que el Señor pretende l0grar
con nosotros por medio de esta institución divina.

Imágenes bíblicas sobre la iglesia


Son variadas las imágenes que la Biblia usa para referirse
a la iglesia. Esa variedad refleja la imposibilidad de mostrar
todo su sentido y significado con una sola imagen. En con­
secuencia, necesitamos recordar que la iglesia será siempre
mucho más de lo que podemos ver y pensar, y también que
esas imágenes diversas nos han sido dadas para ayudamos a
tener diferentes perspectivas del asunto.
La Biblia se refiere a la institución eclesial como un edifi­
cio que Dios está erigiendo a base de apilar piedras, las cua­
les somos nosotros (ver 1 Ped. 2: 5). También se presenta a
la iglesia como un cuerpo com puesto por muchas partes
distintas, pero que siempre es uno solo (1 Cor. 12: 12-27).
Tenemos además la imagen de una novia intachable para su
esposo, que es Cristo (Efe. 5: 22-32), la de un reino de sacer­
dotes, una nación, un linaje distinto (1 Ped. 2: 9), una fami­
lia (Heb. 2: 11; Efe. 1: 5), un ejército (2 Cor. 10: 3-6). En fin,
hay muchas formas útiles de mirar, analizar y entender, por
lo menos de forma parcial, todo lo que está implicado en la
iglesia.

Las imágenes bíblicas no agotan este asunto; más bien,


como ya hemos dicho, nos hablan de algo que excede nues­
tro entendimiento. Como en todas las cosas del Señor, hay
aspectos que se nos han revelado, y otros que quedan ocul­
tos y pertenecen a Dios (Deut. 29: 29). Por eso necesitan**
imágenes que nos ayuden a entender algunas de las facetas
y cciones que caracterizan o deben caracterizar a la igleS^
ntemente escuché a un predicador que, con acierto,
fia a lo que Dios hace por medio del ministerio de 1
2. El hospital divino
dones espirituales. Decía, en relación con ello, que la iglesia
es como un gran gimnasio en el que todos podemos ejerci­
tarnos usando el don o los dones que el Señor nos ha dado.
Otra de las imágenes más utilizadas para referirse a ella es la
de un hospital. A ella dedicaremos el resto de este capítulo.

La analogía del hospital


Creo que es correcto comparar a la iglesia con un hospi­
tal. Esta imagen nos permite entender mejor para qué existe,
qué tipo de personas vienen a ella, cómo deben ser tratadas
y qué se debe hacer para ayudarlas. Un hospital es, por de­
finición, un establecimiento público o privado dotado de ha­
bitaciones con camas para la estancia de personas enfermas
o heridas, y de dependencias acondicionadas para el exa­
men, diagnóstico y tratamiento de los pacientes. Es decir, se
trata de un lugar donde se cura a los enfermos. Donde acu­
den las personas a recibir tratamientos médicos o quirúrgi­
cos porque están enfermas o heridas.
No se necesita profunda observación para darse cuenta
de que muchas de las cosas que acontecen en los hospitales
también ocurren, en el plano espiritual, con las personas
que forman parte de la iglesia. Lo primero es que nadie llega
a ellos porque esté sano o por no padecer ninguna dolencia.
Quien va al hospital tiene algún problema de salud, salvo si
trabaja allí para atender a los enfermos, o si acude a visitar a
algún allegado suyo que ha sido ingresado en ese centro.
La iglesia será
En un centro médico de estas características, no todas las
siempre mucho más
personas sufren la misma enfermedad, ni se encuentran en
de lo que podemos
el mismo nivel de gravedad o de progreso hacia la recupera­
ver y pensar.
ción de su salud. Hay quienes llegan allí porque los llevan,
pues ni siquiera pueden acudir por sí mismos, o no se hallan
conscientes en el momento de su llegada. Otros van por su
propio pie, piden cita y acuerdan el día y la hora de consulta,
informándose de antemano de qué médico atenderá su
situación. Debido a esto, algunos llegarán en estado de
emergencia y otros se presentarán allí para efectuar una
P E L IG R O : ¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN'. consulta con el doctor o a someterse a exámenes o prue­

bas médicas.
En un hospital hay personas que acuden para recibir tra­
tamientos ambulatorios, de primeros auxilios o cuidados
primarios; otras llegan para que les sean aplicadas cirugías
invasivas y de riesgo, o cuidados intensivos. De hecho, algu­
nos de los que se hallan ingresados allí tienen que permane­
cer en una unidad de vigilancia intensiva para ser monito-
rizados de manera constante. Otros se alojan en habitacio­
nes donde se recuperan satisfactoriamente en espera de la
autorización para regresar a sus casas y a su vida normal.
Un hospital es un lugar donde no solo hay pacientes; hay
también médicos, enfermeras y enfermeros, administrado­
res y el personal de apoyo que colabora en la prestación de
una amplia red de servicios que reciben los pacientes. Aun­
que son sus problemas de salud los que llevan a estos allí, la
atención que se les da ha de ser integral porque debe incluir
desde su alimentación, medicinas, alojamiento e higiene
hasta su seguridad, finanzas y bienestar emocional y espiri­
tual. En realidad, el hospital se convierte en el hogar de
aquellos que, habiendo perdido la salud, la buscan y procu­
ran recuperarla en un ambiente digno, amoroso y accesible.
Si podemos ver la iglesia como el hospital divino que
Dios ha abierto en medio de este mundo caído y dañado por
el pecado, entenderemos múltiples detalles que nos permiti­
rán disfrutar mucho más aún en nuestra congregación, y de
paso contribuir a que los demás también puedan hacerlo.
Probablemente la idea de la iglesia como un hospital es una
de las que mejor pueden conectar con quienes vivimos hoy
día en un mundo que está lejos de ser perfecto; un mundo
que, más bien, se encuentra infestado de enfermedades,
dolor, sufrimiento, tragedias y muerte. ¿Qué puede ser más
necesario que un hospital para una humanidad que se vale
e guerras a la hora de dirimir los desacuerdos entre nació-
es- ¿Qué puede haber mejor que un hospital espintua^
35

2, El hospital divino
en un planeta en el que las personas están enferm as de
egoísmo, codicia, lujuria, orgullo, apatía, indolencia, cruel­
dad y falta de propósito en sus vidas?
Todos podemos sentirnos de acuerdo con Michael Green
cuando dijo que el cristianismo es una religión que repara
los daños, y que no es para personas sanas, sino enfermas.1
Si uno se fija en el ministerio de Cristo, pensaría que su vi­
sión del mundo y de los seres humanos tenía mucho que ver
con la necesidad de un lugar en el que las personas recibie­
ran cuidados médicos y salvación. Cuando Jesús envió a
Juan una descripción de lo que estaba haciendo en favor de
los seres humanos, estas fueron sus palabras: «Los ciegos
ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos
oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres es anuncia­
do el evangelio» (Luc. 7: 22).
El Hijo de Dios sabía que en este mundo no hay perso­
nas que estén completamente sanas. El apóstol Pablo reco­
gió su sentir en estas palabras: «No hay justo, ni aun uno»
(Rom. 3: 10). Aunque, espiritualmente hablando, a todos
nos gusta parecer personas saludables y normales, aunque
tendemos a pensar que los raros y enfermos son los demás,
la Biblia insiste en decir que todos estamos enfermos. Por
lo menos, el corazón de todos los humanos es descrito de
esta forma tan irremediablemente perdida: «Engañoso es el
corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo cono­
cerá?» (Jer. 17: 9). La realidad es que tú, mi querido lector, y
yo estamos en el mismo saco cuando se trata de nuestra con­ El cristianism o
dición delante de Dios: «Todos se desviaron, a una se hicie­ es una religión
ron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera que repara los daños,
uno» (Rom. 3: 12).
y no es para
Como bien dice John Ortberg, «el problema de la raza
personas sanas,
humana no es que tengamos unas cuantas manzanas podri­
sino enfermas.
das entre nosotros».2 Sin importar cómo luzca el edificio en
donde se reúne la iglesia a la que perteneces, no es más que
un hospital lleno de personas enfermas que necesitan cuida­
dos especiales por parte de Dios. En la iglesia todos estamos
36
enfermos de sigo- algunos de los ojos, pues vemos más de la
P E L IG R O : ¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN!

cuenta; otros de los oídos, ya que oímos más que lo que en


realidad se ha dicho; otros de la lengua, pues hablamos tan­
to y de forma tan descontrolada que llevamos dentro un fue­
go que no se apaga; otros estamos enfermos de la mente,
o del corazón, pues albergamos amarguras, resentimiento,
odio, apatía, aburrimiento, cansancio, indolencia o negli­
gencia. Nos cuesta ser fieles, mentimos, aparentamos ser
lo que no somos, nos gusta sentir que somos más impor­
tantes que los demás y hasta podemos llegar a gozarnos in­
ternamente cuando a alguien, que no nos cae bien, le va mal
o fracasa.
Aun cuando todo esto sea tan negativo y duro de leer, te­
nemos que admitir que todos hemos padecido algunas de
esas «dolencias». Es necesario reconocer que estas actitudes
no son correctas, sino que más bien son enfermedades del
espíritu, del alma, y necesitan tratamiento espiritual y medi­
cina divina.

Santos en construcción
A fin de admitir que la iglesia fue hecha para ser, entre
otras cosas, un hospital divino, es fundamental que nos mi­
remos al espejo. ¿Qué tipo de iglesia necesita una persona
como yo? ¿Cómo debe ser el cristianismo para resultarme
útil a mí? ¿No debería ser una religión que ayude a personas
enfermas del alma? ¿No debería ofrecer tratamientos y me­
Los que llegamos dicinas para los que ya estamos aquejados de alguna dolen­
a la iglesia no cia? ¿No debería proveer un ambiente donde los enfermos
llegamos siendo sintamos esperanza y no seamos desahuciados?
santos, no llegamos Si bien es cierto que Dios ha dicho que la iglesia es una
limpios, ni libres de nación de gente santa, seguramente también es cierto que
malos hábitos, gustos somos santos que Dios está construyendo con su poder y su
y costumbres. gracia. Los que llegamos a la iglesia no llegamos siendo san­
tos, no llegamos limpios, ni libres de malos hábitos, gustos y
costumbres. Cualquier cosa positiva que nos haya ocurrido,
nos esté ocurriendo o nos vaya a ocurrir en la iglesia, se la
37

2. Ei hospital divino
debemos por entero a la gracia de Dios. Pablo estaba en lo
cierto cuando dijo: «Pero por la gracia de Dios soy lo que
soy» (1 Cor. 15: 10). Por eso me cuento entre los que creen
que en cada templo debería haber un cartel grande que, ade­
más de anunciar el nombre de la iglesia, también incluyera
la siguiente advertencia: «Peligro: Santos en construcción».
La iglesia de Cristo no es un sitio en el que nadie debiera
esperar encontrarse con personas que tienen su vida com­
pletamente arreglada, sin defectos de carácter, sin debilida­
des y caídas. No hay nada que pudiera estar más lejos de
la realidad que semejante utopía. ¿Podría sorprenderle a al­
guien encontrarse autos averiados en un taller de mecánica?
¿Debería extrañarnos topamos con personas enfermas en
un hospital? ¿Tiene algo de raro que allí haya alguien herido,
cojeando, con dificultad para respirar o con un dolor que no
le deja vivir en paz? ¿Es algo inusual que de vez en cuando
alguien pierda la vida en el hospital? ¿Nos asombra que allí
se les sirva distintos tipos de alimentos a los pacientes, o se
les aloje en plantas diferentes, o se asignen para ellos distin­
tos regímenes de visitas?
La respuesta obvia a todo esto es no. Y así es porque se
trata de un hospital, un lugar donde esas cosas son comunes
y corrientes. De igual manera deberíamos recordar que
cuando hablamos de la vida espiritual de las personas, la
iglesia es un hospital, el hospital de Dios para damos sani­
dad y salvación a ti y a mí. En cada templo
Hay algo que debería, a mi modo de ver, parecemos raro debería haber un
en la iglesia. Cuando estamos tratando de alcanzar a una cartel grande que,
persona con el evangelio y animándola a unirse a nosotros, además de anunciar
somos comprensivos, tolerantes, pacientes y dispuestos a re­ el nombre de la
correr la segunda y la tercera milla. Y luego resulta que una iglesia, también
vez que esa persona ha aceptado nuestra invitación y pasa a
incluyera la siguiente
formar parte de nuestra congregación, nos parece inacepta­
advertencia:
ble que cometa errores, se nos acaba la paciencia, la toleran­
«Peligro: Santos
cia y la disposición a ir más allá para ayudarla. Al contrario,
en construcción».
si no se adapta o se corrige, que se vaya, la iglesia no puede
¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN! tolerar el pecado. Y muchas veces, preferimos cjue el pecador
se vaya de entre nosotros, mientras seguimos buscando
pecadores para traerlos al pueblo de Dios. ¡Perdonen, esto
no lo entiendo!
A veces da la impresión de que el pecador no huele bien
dentro de la iglesia. Pareciera que su presencia incomoda a
más de uno. Incluso hay quienes se sorprenden de que toda­
vía le permitan seguir formando parte de la feligresía. Ima­
gínate que en una pescadería un grupo de pescados se mo­
lesten porque llegó un nuevo pescado que huele a pescado.
PELIGRO:

Imagínate que ese grupo de pescados se pongan de acuerdo


para decirle al nuevo que llegó oliendo a pescado, que debe
irse porque su olor les fastidia y no puede permitirse dentro
de la pescadería.
Se nos ha dicho: «El alma recién convertida tiene con
frecuencia fieros conflictos con costumbres arraigadas, o con
alguna forma especial de tentación, y, siendo vencida por al­
guna pasión o tendencia dominante, comete a veces alguna
indiscreción o un mal verdadero. Entonces es cuando se re­
quieren energía, tacto y sabiduría de parte de sus hermanos,
a fin de que pueda serle devuelta la salud espiritual».3
Está claro en esta declaración que la situación de las
personas que cometen errores debido a que el enemigo
las tentó, o a que son dominadas por tendencias, malos
hábitos o costumbres arraigadas, es una situación que de­
muestra, no que esas personas deban ser rechazadas o
despedidas de la iglesia, sino que están enfermas espi­
ritualmente. Lo que necesitan son cuidados para su salud
espiritual. ¿Te parece bien que en el hospital le digan al en­
fermo: «Lo sentimos, no puede quedarse aquí porque us­
ted está enfermo y no queremos personas así en este lu­
gar»? ¡Seguro que no nos parece bien! La Palabra de Dios
presenta la forma en que deben tratarse estos casos en la
iglesia. «Hermanos, si alguno es sorprendido en alguna
39

2. El hospital divino
falta, vosotros que sois espirituales, restauradlo con es­
píritu de m ansedum bre, considerándote a ti mismo, no
sea que tú también seas tentado» (Gál. 6: 1).
Le encuentro sentido a lo que dice John Ortberg: «Todos
y cada uno de nosotros tenemos hábitos que no podemos
controlar, fallas que no podemos corregir, defectos que no
podemos enmendar. Este es el tipo de material con el que
Dios tiene que trabajar. De la misma forma que el vidrio está
predispuesto a hacerse añicos y la nitroglicerina a explotar,
nosotros estamos predispuestos a hacer lo que no debemos
cuando las condiciones sean dadas».4 El punto principal que
puedo ver en la realidad descrita aquí es que, dentro de la
iglesia, sin duda hay algunos que son más fuertes que otros
espiritualmente hablando, pero sin excepción todos necesi­
tamos ayuda. Seguramente fue por eso que el apóstol Pablo
les dijo a los hermanos de Roma: «Los que somos más fuer­
tes debemos soportar las flaquezas de los débiles y no agra­
darnos a nosotros mismos» (Rom. 15: 1).
La iglesia funciona bien cuando somos misericordiosos
unos con otros, cuando no abandonamos al herido ni nos
mostramos indiferentes con el que siente dolor o está a pun­
to de ahogarse y morir. La iglesia es más cristiana cuando
tratamos de ayudar al caído en lugar de cortarle las manos.
Hace tiempo leí algo que contó Elena G. de White acerca de
«un hombre que se ahogaba y que hacía desesperados es­
fuerzos para subir a un bote que estaba cerca de él. Pero
el bote estaba lleno, y al agarrarse de la borda del bote uno Dentro
de los pasajeros le cortó una mano. Luego se asió del bote de la iglesia, sin duda
con la otra mano, y se la cortaron también. Entonces se aga­ hay algunos que son
rró del bote con los dientes, y los pasajeros tuvieron miseri­ más fuertes que otros
cordia de él y lo subieron. Pero qué diferente habría sido si espiritualmentc
ellos lo hubieran subido antes de cortarle las manos». Des­ hablando, pero sin
pués de contar esto, ella animó a todos los miembros de igle­
excepción todos
sia a no cortar a nadie en pedazos antes de hacer algo por
necesitamos ayuda.
ayudarlo, pues Dios desea que tengamos corazones mise­
ricordiosos.5
40
A todos nos conviene recordar que la iglesia es el hospital
PELIGRO: ¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN!

de Dios para atender todas nuestras enfermedades espiritua­


les. Cuando Jesús describió la condición laodicense, que re-
presenta profèticamente la iglesia de Dios para este tiempo
final, estas fueron las palabras que usó: «Eres desventurado,
miserable, pobre, ciego y estás desnudo» (Apoc. 3: 17). Esta
no es la descripción de alguien precisamente exitoso, lleno
de salud y sin defectos. Con todo, el Señor no se dirige así a
nosotros para rechazarnos o declararnos desahuciados, sino
para que veamos cuánto lo necesitamos, para mostrarnos
que todo lo que nos falta lo tenemos en él, y para que nos de­
mos cuenta de que su amor y su gracia alcanzan para sanar
y salvar a personas como nosotros.
Justamente porque esa es nuestra condición es por lo que
Dios decidió levantar en medio de este mundo en guerra un
gran hospital, que es su iglesia, para vendar, curar y sanar a
sus hijos. Y por eso, junto con esta descripción tan depri­
mente de nuestra condición, él también nos dice: «Por tanto,
yo te aconsejo que compres de mí oro refinado en el fuego
para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte, para
Si hemos que no se descubra la vergüenza de tu desnudez. Y unge tus
de disfrutar en ojos con colirio para que veas» (Apoc. 3: 18).
la iglesia y permitir
que los demás La actitud adecuada al acudir a la iglesia
también disfruten,
Al venir a la iglesia debemos hacerlo con la actitud del
debemos saber que que acude a un hospital. El enfermo no llega dando órdenes,
no es el lugar adonde o poniendo condiciones para quedarse ahí. No viene para
Dios conduce a los decirles a los médicos lo que deben hacer con él. Un com­
que y a están sanos, portamiento así, sencillamente sería ridículo e impediría
sino a los que él que ese paciente recibiera los beneficios que los servicios
está sanando y médicos pueden proporcionarle.
santificando cada Tampoco se molesta el enfermo, al llegar al hospital, por
día de sus vidas por descubrir que allí hay otros pacientes buscando ayuda. No
medio de su gracia critica a los que hacen lo que pueden para recuperar su sa­
y su misericordia. lud perdida, ni mucho menos sugiere que los que no han
podido sanarse completamente sean expulsados del hospital
41

2. El hospital divino
por estar todavía enfermos. Lo m ism o debería ocu rrir en
nuestras congregaciones con todos los que vienen a ellas
buscando salud espiritual. Se nos ha dicho que la iglesia «es
el medio señalado por Dios para la salvación de los hombres
[...]. Es la fortaleza de Dios, su ciudad de refugio, que él sos­
tiene en un mundo en rebelión».6
Todos los que se sienten espiritualmente débiles, los que
aún cometen errores, los que sufren caídas, aquellos a quie­
nes aún les falta algo para llegar a ser como Cristo, están en
el lugar correcto dentro de la iglesia. Ese, y no otro, es el
espacio que Dios preparó para ellos. Nadie tiene derecho
a echarlos ni a hacerles sentirse maltratados o indeseados
allí. Nadie tiene derecho a desechar la iglesia debido a las
personas que están en ella o a las cosas que ellas hacen. Para
todos nosotros, la comunidad eclesial es el medio para la sal­
vación que Dios ha provisto en este mundo lleno de perso­
nas perdidas. Nadie sueña con vivir en un hospital, pero
cuando estamos enfermos no podemos imaginarnos un lu­
gar mejor. Tal vez no nos gusten el olor, la apariencia, o al­
gunas de las personas que encontramos en su interior, pero
aun así continúa siendo muy preferible estar allí que fuera y
sin esperanza de sanarnos.
Si hemos de disfrutar en la iglesia y permitir que los de­
más también disfruten, debemos saber que no es el lugar
adonde Dios conduce a los que ya están sanos, sino a los que
él está sanando y santificando cada día de sus vidas por
medio de su gracia y su misericordia, que son nuevas cada
mañana (ver Lam. 3: 22-23). La iglesia es el terreno al que
Dios está trayendo a los que han de ser salvos (Hech. 2: 47),
aquellos en cuyas vidas él ha comenzado la buena obra,
la cual con seguridad irá completando hasta el día glorioso
de su venida (Fil. 1: 6).
No es nada extraño que surjan problemas entre los
miembros de la iglesia. Si te sientes molesto por eso, recuer­
da que Dios la llenó de personas como tú y como yo, y segu­
ro que se te pasará el enojo. No te asombres de que todavía
42
¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN! las personas que pertenecen a ella tengan defectos, caídas,
fracasos y sean entrampadas por el pecado. Si eso te ofende,
una vez más recuerda que Dios llenó su iglesia de pecadores
como tú y como yo, y seguro que dejarás de sentirte ofendi­
do. No te desanimes si algún miembro de tu congregación
todavía «huele» a pecado o tiene sobre él parte del lodo
que trajo del mundo. Si eso te parece inapropiado, recuer­
da que tampoco contigo ha dejado de trabajar el Señor; y
que si buscas bien, con seguridad vas a encontrar que a ti
te queda algo de ese lodo igualmente; estoy seguro de que
PELIGRO:

así se te pasará la indignación.


En la iglesia no se necesitan personas que vivan recor­
dándoles a los demás sus faltas, sus heridas, sus dolores, de­
bilidades, enfermedades y fracasos. Lo que se necesitan son
personas que vean a la comunidad eclesial como lo que es,
«el hospital divino», y recuerden que, precisamente, todos
estamos en ella porque reconocemos nuestra necesidad, sa­
bemos que nos encontramos enfermos, que por nosotros
mismos no tenemos cómo sanar de esa dolencia, pero cree­
mos que Cristo puede curarnos. No hace nada extraordina­
rio quien solo se dedica a recordarnos que estamos enfer­
mos, porque eso es algo que ya podemos tener bien asumi­
do. Lo que necesitamos es alguien que nos ofrezca esperan­
za y nos muestre dónde hay un remedio para nuestras enfer­
medades.
El mensaje
El profeta Ezequiel, a través de una visión donde se le
relevante hoy no es
muestra un río cuyas aguas son medicinales, nos regala un
que las personas en
maravilloso cuadro de la obra que el Señor quiere realizar a
la iglesia estén mal,
través de su iglesia, a fin de que su nombre sea glorificado:
sino que en Cristo
«Estas aguas salen a la región del oriente, descienden al
hay poder para
Arabá y entran en el mar. Y al entrar en el mar, las aguas son
cam biar y ser
saneadas. Todo ser viviente que nade por dondequiera que
mejores.
entren estos dos ríos, vivirá [...].Y junto al río, en la ribera, a
uno y otro lado, crecerá toda clase de árboles frutales; sus
2 El hospital divino
hojas nunca caerán ni faltará su fruto. A su tiempo madu­
rará, porque sus aguas salen del santuario. Su fruto será para
alimento y su hoja para medicina» (Eze. 47: 8-12).
El mensaje relevante hoy no es que las personas en la
iglesia estén mal, sino que en Cristo hay poder para cambiar
y ser mejores. El mensaje relevante hoy no es que las perso­
nas dentro de la iglesia estén muertas espiritualmente, sino
que Cristo va a reavivar a todos aquellos que lo deseen y lo
permitan. El mensaje relevante no es que la iglesia esté llena
de pecadores, sino que Dios ha perdonado nuestros peca­
dos, nos ha aceptado en su nación santa, y ha comenzado la
obra de convertirnos en santos hijos redimidos por su gra­
cia. Y esa obra, ¡él la va a terminar!

1. Ver M ichael Green, Un mundo que huye, Barcelona: Oasis, 1994,


pág. 15.
2. Jo h n O rtberg, Todos somos normales hasta que nos conocen, Mia-
mi: Editorial Vida, 2 0 0 4 , pág. 18.
3. Elena G. de W hite, Consejos para la iglesia, pág. 4 60.
4. O rtberg, op. cit., pág. 17.
5. Cindy Tutsch, El líder y el liderazgo según Elena G. de White, Doral
(Florida, EE.UU.): AP1A, 2 0 0 9 , págs. 185-186.
6. Elena G. de W hite, Hechos de los apóstoles, Doral (Florida, EE.UU.):

APIA, 2 0 0 8 , págs. 9, 10.


Controlando
a la incontrolable
«C ontrolando a la incontrolable»
(Anónim o).

«La palabra tiene m u ch o de a ritm é tica : divide


cuando se utiliza co m o navaja p a ra lesionar;
resta cuando se usa con ligereza p a ra censurar;
sum a cuando se usa para dialogar, y m u ltip lica
cuando se da con g e n e ro sid a d p a ra servir»
(C arlos Siller).
ace un tiempo, leí una anécdota so­
bre cierta orden religiosa que admi­
nistraba un monasterio. En él pre­
paraban a jóvenes que deseaban
vivir una vida espiritual. Para lo­
grar este objetivo, la orden había es­
tablecido como uno de sus requisi­
tos innegociables que los jóvenes
debían mantener un estricto silen­
cio como forma de llegar a ser espi­
ritualmente disciplinados. Una vez
cada dos años, se programaba una
ocasión para que los aprendices
hablaran, con tal de que en tal m o­
mento pronunciaran solo una frase.
Uno de los estudiantes del mo­
nasterio, habiendo completado sus
48
¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN! primeros dos años, vio llegar la oportunidad de hablar y, de
hecho, el superior de la orden le invitó a que dijera sus pri­
meras palabras de presentación. «La com ida es terrible,,
dijo el muchacho. Pasaron dos años más hasta que pudo
tener una nueva oportunidad de hablar y la aprovechó para
decir lo siguiente: «La cam a es m uy dura». Dos años más
tarde lo llevaron directamente a la oficina del superior y allí
utilizó su nuevo y esperado tum o para decirle. «Me rindo,.
A lo que, de manera interesante, el superior de la orden con­
testó: «¿Sabes? No me sorprende lo más m ínimo. Todo lo
PELIGRO:

que has hecho desde que llegaste es quejarte, quejarte y


quejarte».
Cuando leí esto, después de reírme terminé preguntán­
dome cómo sería la iglesia si los miembros pudiéramos ha­
blar únicamente cada dos años y decir solo una frase. Enton­
ces tuve que reírme más. Por supuesto no sería una iglesia,
sino más bien una funeraria o la antesala de un cementerio.
La familia de los creyentes es una comunidad viva, dinámi­
ca e inclusiva. Incluye miembros de todas las edades, cultu­
ras y razas. Tanto en las comunidades como en las familias
se necesita comunicación verbal y de otros tipos para cono­
cemos, afirmarnos, entendernos, corregirnos, ayudarnos y
mantenemos unidos.
Un programa para decir una frase cada dos años no es
necesario ni saludable para una iglesia (aunque todos conoz­
camos a alguien a quien le vendría de maravilla, y a su vez
otros puedan incluirnos a nosotros en su lista). Lo cierto es
que hablar es algo que todos hacemos, a todos nos gusta
aunque no todos aprobemos esa asignatura con buenas no­
tas. Tal como muestra nuestra simpática historia, hay quie­
nes, aunque nada más puedan usar la lengua para hablar
cada dos años, la usarán solo para quejarse.
De lo mucho que puede encontrarse escrito en la Biblia
acerca del poder que tiene la lengua y la im portancia de
usarla con prudencia al hablar, seguramente nada más gran­
de que esto podrá decirse: «La vida y la muerte dependen de
la lengua; los que hablan mucho, sufrirán las consecuen­
cias» (Prov. 18: 21 DHH). A esta declaración no es posible
añadirle ni quitarle, pero sí podemos meditar en ella, y te
propongo que lo hagamos en el contexto de la iglesia.

La iglesia no está libre de problemas


La iglesia de Dios es cien por ciento divina y cien por
ciento humana. Divina en su origen, su dirección, propósito
y destino. Humana en todo lo demás. Desde el punto de vis­
ta humano, su grandeza radica en las personas que forman
parte de ella, pero es correcto decir que son también las
personas su mayor desafío y su mayor fuente de problemas.
De hecho, todos, absolutamente todos los problemas que se
han suscitado en el pasado, que tienen lugar en el presente
y que harán su aparición en el futuro de la iglesia son exclu­
sivamente creados, provocados y agravados por las perso­
nas que formamos parte de ella. No hay un solo problema
que alguien pueda acusar a Dios de haberle causado a su
pueblo. Sin duda, el departamento de problemas, quejas
y conflictos está totalmente a nuestro cargo. Elena G. de
White dijo con acierto que «el mayor peligro de la iglesia
de Cristo no es la oposición del mundo. Es el mal acaricia­
do en los corazones de los creyentes lo que produce el más
grave desastre, y lo que, seguramente, más retardará el pro­
greso de la causa de Dios».1
Son muchas y variadas las razones por las que las perso­
nas podemos generar problemas en nuestras congregacio­
nes. Desde asuntos relacionados con el origen, la cultura y el
aspecto físico, hasta meras cuestiones de opiniones, gustos y
preferencias. Si nos fijamos bien, veremos que la iglesia es
ese ámbito en el que Dios decidió hacer un experimento
nunca visto, jamás intentado y humanamente imposible, to­
mar todas las razas, culturas, naciones y pueblos y hacer
de ellos una sola «nación», caracterizada por la santidad, el
amor, el perdón y el servicio (ver 1 Ped. 2: 9).
Probablemente, si dirigimos una mirada interna a la igle­
sia, encontraremos que, a pesar de todas esas razones que
50
P E L IG R O : ¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN! hemos mencionado, nada genera más situaciones proble­
máticas dentro de ella que un pequeño músculo ubicado en
nuestra cavidad bucal, y cercado por un ejército de dientes.
Se llama lengua. ¿Qué no dice la lengua si la dejan? ¿Qué no
complica? ¿En qué no se mete? Piensa por un momento en
qué problema, crisis o conflicto no está presente esa señora.
Donde hay gente ahí está la lengua, y donde ella está, no se
quedará tranquila: esquivará a los dientes, saldrá de su caja
protectora y se hará sentir, de eso no hay duda. Lo único im­
predecible es cuál será el resultado.
El político alemán Konrad Adenauer dijo con mucho
tino que todos los órganos humanos se cansan alguna vez,
menos la lengua. Y es cierto. Cuando el cuerpo ya no puede
más, cuando está agotado y rendido, aún se mueve la len­
gua para hablar de ese cansancio. Hay personas que hasta
cuando están durmiendo hablan, y aun luego se despiertan
para hablar de lo que soñaron. No hay duda, uno de los ma­
yores privilegios y de las más grandes responsabilidades
que tenemos en nuestra vida es disponer de una lengua y
poder usarla para hablar.
Siendo que la iglesia es una comunidad compuesta por
seres humanos, casi todos los cuales hablan, es necesario
que seamos conscientes de que esto tendrá un impacto en la
vida de la misma. Es preciso también que asumamos nues­
tra responsabilidad por ello y que, al igual que en todo lo de­
más que tiene que ver con nuestro amor y servicio a Dios,
Hay personas que busquemos ayuda en él para que nuestra manera de hablar
hasta cuando están contribuya y no perjudique a sus planes al integrarnos en
durmiendo hablan, su iglesia.
y aun luego se Sm duda nadie habló más claro en la Biblia acerca de la
despiertan para relación de la experiencia cristiana y la lengua que el apóstol
hablar de Santiago. Sus declaraciones y observaciones son no solo in­
lo que soñaron. teresantes sino también dolorosamente ciertas. Dios lo usé a
el para advertir a su pueblo de lo delicado que es este asunto

familia*5300 ^ PUe<*e teiKr nuestra experiencia como


m,l,a eSPmtUal Lo - 1 - de todo es que Santiago también
fue un mensajero de esperanza en este tema y ofrece ayuda

Controlando a la incontrolable
que podemos poner en práctica, junto con el resto de conse­
jos divinos que aparecen en toda la Escritura. Comencemos
estudiando el tema de la lengua y la iglesia en la Epístola de
Santiago, identificando cuál es, según ella, el problema al
respecto.

La lengua, fuente de problemas en la iglesia


En primer lugar Santiago dice que todos cometemos
errores al hablar porque nadie ha podido dominar su lengua
(ver Sant. 3: 2, 7-8). Creo que este es un buen punto de par­
tida para com enzar a analizar el asunto. No hay uno de
nosotros que no haya usado mal su capacidad expresiva al­
guna vez al hablar, criticar, juzgar, calumniar, desanimar,
insultar, manipular, comparar, quejarse o discriminar. Cada
cual tendrá su propia experiencia, pero todos hemos caldo
alguna vez en uno, varios o la totalidad de estos «placeres de
la lengua». Santiago nos está diciendo que este es un proble­
ma que hemos creado entre todos al usarla. También quiere
decirnos que no hay uno de nosotros que pueda levantarse
ante los demás y decir: «Hermanos, yo nunca he fallado al
hablar y les pido que sean como yo». Esto sería del todo
ridículo e inaceptable. Mientras escribo estas líneas, pienso
en cómo yo mismo soy culpable de haber usado mi lengua
para decir cosas que no debí expresar, para criticar a otros
o para dirigirme a mis prójimos de un modo que no produ­
jo en ellos beneficio alguno. Supongo que lo menos que po­
demos hacer es reconocerlo y arrepentimos de ello.
Luego Santiago nos dice que una lengua descontrolada
es un síntoma inequívoco de una vida espiritual desorde­
nada. «Con ella bendecimos al Dios y Padre y con ella mal­
decimos a los hombres, que están hechos a la semejanza de
Dios. De una misma boca proceden bendición y maldición.
Hermanos míos, esto no debe ser así. ¿Acaso alguna fuente
52
echa por una misma abertura agua dulce y amarga? [...] Del
¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN!

m ismo modo, ninguna fuente puede dar agua salada y

dulce» (Sant. 3: 9-12).


Lo que afirma Santiago es digno de meditarse. Nos está
diciendo que el problema de la lengua no es tan sencillo
como decir! «Bueno, todos ofendemos, no hay quien la con­
trole así que no les queda más remedio que aceptarme así».
El apóstol nos advierte de que la lengua desenfrenada es, en
tal caso, la punta del iceberg. Es sobre todo una señal de pe­
ligro, un síntoma de que en el interior de la persona que la
PELIGRO:

usa existe un desorden espiritual. En lugar de reflejar inte­


gridad moral ante Dios, lo que su lengua revela es que esa
persona dice creer una cosa cuando en realidad vive otra. Ya
el propio Jesús lo había advertido al decir que «de la abun­
dancia del corazón, habla la boca» (Mat. 12: 34). Lo que el
Maestro estaba indicando con esto es que hay una relación
directa y muy íntima entre nuestra experiencia cristiana y la
manera en que hablamos. Tal vez lo dijo todavía de forma
más directa en Lucas 6: 45 (DHH): «El hombre bueno dice
cosas buenas porque el bien está en su corazón, y el hombre
malo dice cosas malas porque el mal está en su corazón.
Pues de lo que abunda en su corazón habla su boca».
Esta enseñanza de Cristo es la que Santiago repite en
su carta universal. Era consciente de que hablaba de algo
que estaba relacionado con la vida espiritual de la iglesia,
algo que manifestaba claramente cuán genuina era la vi­
La lengua vencia cristiana de los miembros de la misma. Por ese mo-
desenfrenada es uvo el apóstol se muestra alarmado de ver cóm o personas
un síntoma de que que decían tener una relación de am or y salvación con
en el interior de la Cristo usaban sus lenguas para dañar, difamar o criticar a
persona que la usa otros por quienes Cristo también habla dado su vida. San-

existe un desorden — » — v .i«.u u iu d ju b iiu ta -


C1 n, tan so o exclama: «Hermanos míos, esto no debe ser
espiritual.
así» (Sant. 3: 10).

do a z ° : r es r , hay igiesias cristianas o * están * » -


d0 azotadas por la lengua descontrolada de personas que
son parte de ella. Hay familias que han sido afectadas,

Controlando a la incontrolable
reputaciones de personas dañadas, dirigentes de la iglesia
desanim ados y heridos, y congregaciones divididas y
estancadas solo por el agitar de lenguas que no se someten
al control de Dios. La descripción que hace Santiago mues­
tra que somos capaces de reunirnos para cantar juntos «A
Sion caminamos» mientras por detrás podemos decir tam­
bién: «No te creas que vas para Sión, con ese orgullo, pre­
potencia y egoísmo que tienes». Somos capaces de saludar­
nos con una sonrisa y comentar minutos después a otra
persona: «¿Viste? Me saludó Fulana de Tal, la muy hipócri­
ta... Pero eso sí, yo también la saludé para que no crea que
soy menos que ella». Podemos hablar de hacer planes para
que la obra de Dios avance y luego pelearnos en las comi­
siones, o llevarles — sin más— la contraria al pastor o a los
dirigentes que son responsables. No sé tú, hermano, pero
yo creo que Santiago tenía razón cuando dijo: «Esto no
debe ser así».
El mismo pesar afectaba a Elena G. de White al escribir
lo siguiente: «Me duele decir que hay lenguas indiscipli­
nadas entre los miembros de la iglesia. Hay lenguas falsas
que se alimentan de la maldad. Hay lenguas astutas y mur­
muradoras. Hay charla, impertinente entremetimiento, pu­
llas hábiles. Entre los amadores del chisme, algunos son im­
pulsados por la curiosidad, otros por los celos, muchos por
el odio contra aquellos por cuyo medio Dios ha hablado
para reprenderlos. Todos estos elementos discordantes tra­
bajan. Algunos ocultan sus verdaderos sentimientos, mien
tras que otros están ávidos de publicar todo lo que saben, o
aun sospechan de malo contra otros».2

Consecuencias del mal uso de la lengua


Ahora bien, Santiago no solo habla de esta realidad q
hemos visto debido al mal uso de la lengua, también
vierte de los inevitables resultados que vendrán co

secuencia de ello.
54 Santiago es directo y muy franco al decir que una lengua
P E L IG R O : ¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN!
QUe no está controlada por el Seflor es un fuego que hace ar­
der todo el curso de la vida (ver Sant. 3: 5-6). Se trata de una
manera muy dramática con la que el apóstol ilustra los re­
sultados de no someter nuestra lengua al Espíritu de D,os.
Lo que va a ocurrir es que ese órgano originará un fuego que
se hará permanente en nosotros. Solo imagina el cuadro por
un momento y pregúntate si te gustaría tener en la boca una
lengua de fuego. Eso, para empezar, nos causaría problemas
y daños a nosotros mismos. Y de hecho es así.
Podría Darecer que lo que ciertas personas tenemos en la
lengua es una fábrica de problemas. Es como si tuviéramos
el don de crear un conflicto cada vez que hablamos. Puede
que hayas tenido épocas en tu vida llenas de problemas en
casa, en el trabajo, en la iglesia y casi en cada sitio adonde
ibas. En uno de sus conocidos libros, John Maxwell presen­
ta lo que él llama el Principio de Bob, según el cual cuando
Bob tiene un problema con todos, casi siempre Bob es el pro­
blema.3 Creo sinceramente que Santiago estaría de acuerdo
con esto, y además añadiría que el gran problema de todos
los Bobs es que llevan dentro una lengua de fuego que todo
lo incendia.
Al hablar suele ser fácil cometer errores, ¿quién no los ha
cometido alguna vez en su vida? Algunas veces hablamos de
manera impulsiva, y aunque lo hagamos sin maldad, al no
pensar bien lo que estamos diciendo, podemos hacer daño
a la persona a quien van dirigidas nuestras palabras. Y esta
es la otra terrible consecuencia de una lengua de fuego: no
hay manera de que no encienda otros fuegos tan pronto
orno entra en contacto con otras personas. Santiago lo reco-
decir. «Qué bosque tan grande puede quemarse por
causa de un pequeño fuego» (Sant. 3: 5 DHH).
a sola lengua de fuego puede encender todo el bosque
congregación, de un grupo pequeño, de una familia
una junta o comisión. Una sola lengua de fuego puede
8 que un pequeño timón hace con un enorme barco,
55
o lo que un sencillo freno puede llevar a cabo para controlar

Controlando a la incontrolable
una bestia. Estamos hablando de algo aparentemente senci­
llo o pequeño pero con la capacidad real de causar grandes
efectos. Y si una sola lengua de fuego puede hacer esto, ima­
gínate cuál será la situación si varias de ellas se reúnen y de­
ciden comprobar cuál de todas quema más fuerte.
Si te tomas tiempo para leer los escritos del rey Salomón,
te darás cuenta de que un hombre sabio como él llegó a en­
tender muy bien el potencial de encender fuegos que tiene la
co
lengua. «Sin leña se apaga el fuego y donde no hay chismoso
cesa la contienda» (Prov. 26: 20). Salomón dijo asimismo
que el que mucho habla, mucho yerra; el que es sabio re­
frena su lengua (ver Prov. 10: 19). Esta notable declaración
dice que hay una correlación directa entre el número de
palabras que pronunciamos y el número de pecados que
cometemos. También significa que una de las formas más
sencillas de reducir nuestros pecados es dejar de hablar
tanto.4 El mismo Salomón, al hacer la lista de los siete pe­
cados que Dios aborrece, incluyó entre ellos tres que tie­
nen que ver con nuestra capacidad expresiva: la lengua
mentirosa (Pr. 6: 17), el testigo falso y embustero, y el que
provoca peleas entre los hermanos (versículo 19).
Luego, el Señor Jesús ratificaría todo esto cuando dijo
que «de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de
ella darán cuenta en el día del juicio, pues por tus pala­
bras serás justificado, y por tus palabras serás condena­
do» (Mat. 12: 36-37). Una sola lengua
Definitivamente, la lengua puede parecer una pequeña de fuego puede
chispa, pero es capaz de encender un bosque enorme. Qui­ encender todo el
zás te preguntes cómo ocurre esto... Santiago nos ofrece bosque de una
una información que vale la pena conocer porque contesta congregación, de un
esta pregunta. Señala que el fuego de la lengua descontrola­ grupo pequeño, de
da es inflamado aún más por el infierno (ver Sant. 3: 6). Esto una familia o de una
significa que cualquiera de nosotros que, en la iglesia, no se junta o comisión.
asegure de poner su lengua bajo el control del Señor, se con­
vierte en instrumento idóneo para que el enemigo trabaje en
56
perjuicio de la comunidad eclesial a través de nuestra capa­
¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN!

cidad de expresarnos. En otras palabras, Satanás busca en


todas las iglesias a personas que tengan lenguas descontro­
ladas y de fuego, y se las inflama aún más para que provo­
quen el mayor incendio posible. Tristemente y sin quererlo,
estas personas llegan a trabajar en el equipo del enemigo.
Santiago dice que la lengua descontrolada es en sí mis­
ma un mundo de maldad dentro de nosotros, que conta­
mina todo el cuerpo y luego inflama la rueda de la crea­
ción (Sant. 3: 6). A veces puede darnos la impresión de
PELIGRO:

que Santiago exagera, pero solo está diciendo la verdad.


La lengua descontrolada es un mundo de maldad, porque
todo lo que podamos pensar, desear, o sentir, ese pequeño
órgano es capaz de expresarlo y darlo a conocer.
Por causa de ello, una señal inequívoca de que una per­
sona es un cristiano maduro es la forma en que habla. Esto
es así porque existe una conexión directa entre el cerebro
y la lengua, y de ahí deriva el potencial de esta para inflamar
la rueda de la creación, es decir, todo a su alrededor. Fíjate
bien, al habla descontrolada la inflama el infierno y ella a su
vez inflama toda la creación. Esto quiere decir que nuestra
forma de hablar afecta a nuestra relación con Dios y con los
seres humanos, con el mundo y todo lo que en él habita.
Con razón la Biblia advierte que la vida y la muerte depen­
den de la lengua.

N uestm form a Para sujetar la lengua


de hablar afecta Santiago también nos ayuda a enfrentar esta situación
a nuestra relación con recursos provistos por Dios que necesitamos conocer y
con Dios y con los utilizar ahora mismo. Y nos da una clave importante al ex­
seres humanos. plicarnos que hay elementos que pueden ser dominados y
de hecho lo han sido por la naturaleza humana; pero nin­
gún hombre puede domar la lengua. Así que estamos ha­
blando de un problema cuya solución hemos de reconocer
que no podemos lograr por nosotros mismos. Controlar el
uso de nuestra capacidad oral no es algo que podamos llevar
57
a cabo mediante el autodominio, la disciplina o el silencio,

Controlando a la incontrolable
por más que estas cosas puedan ayudar. La solución para lo­
grarlo exige admitir primero que tenemos que buscar ayuda
en Dios. Pedirle que sea él quien tome el control de este as­
pecto de nuestra vida, y sane y limpie lo que para nosotros
es un mal incurable.
Esto nos llevará a hacer lo que dice el apóstol Pablo en
Romanos 6: 13: «Tampoco presentéis vuestros miembros al
pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos
co
vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos,
y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia».
La idea de consagrarse a Dios cada día nos ayuda a en­
tender la necesidad de entregarle en cada nuevo amanecer
nuestros pensamientos, sentimientos, y también nuestra
lengua para que él la use como un instrumento de justicia al
servicio del bien. Fallar en esto es quedar expuestos a la úni­
ca opción restante, que consiste en poner nuestra capacidad
de expresarnos al servicio del pecado como instrumento de
iniquidad. Por supuesto, cuando le entregamos a Dios nues­
tra lengua no podemos olvidar que ella es solo un reflejo de
lo que hay en nuestro corazón, porque es precisamente de la
abundancia de este de la que ella se nutre al ejercer su poder
para bien o para mal. Por lo tanto es necesario pedirle a Dios
que limpie la fuente de nuestro fuero interno de tal ma­
nera que nuestro modo de hablar refleje las profundidades
de un corazón limpio y puro por la gracia de Dios. No olvi­
demos que «el hombre bueno, del buen tesoro de su corazón Cuando
saca buenas cosas, y el hombre malo, del mal tesoro de su le entregamos
corazón saca malas cosas» (Mat. 12: 34-35). a Dios nuestra lengua
El asunto de la lengua nos recuerda más que muchas no podemos olvidar
otras cosas que la verdadera religión es algo que obra desde que ella es solo un
dentro hacia fuera. Primero somos buenos árboles y luego reflejo de lo que hay
damos buenos frutos; primero atesoramos lo bueno en nues­ en nuestro corazón.
tro corazón y luego sacamos ese buen tesoro hacia fuera. Es
por esto que también debemos pedirle a Dios que purifique
nuestra mente y nos dé los pensamientos correctos. Aun
58
¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN] cuando hay personas que dicen que hablaron sin pensar
en lo que dijeron, la realidad es que nada llega a la lengua
que no haya pasado antes por nuestra mente. La Biblia
dice que tal com o uno piensa, así es uno (ver Prov. 23: 7).
Por eso debemos poner en práctica el principio de pureza
mental que formula Pablo en Filipenses 4: 8: «Por lo de­
m ás, herm anos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto,
todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es
de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de
alabanza, en esto pensad».
PELIGRO:

Se trata de una decisión que requiere sabiduría para to­


marla y también para cumplirla. De hecho, Santiago termi­
na el capítulo 3 de su carta estableciendo una conexión en­
tre el tema de la lengua y el de la sabiduría. En los versículos
finales del capítulo, sugiere que los problemas de envidia,
rivalidad, orgullo e hipocresía tienen su origen en la sabidu­
ría de este mundo, puesta en práctica por los humanos y fa­
bricada por el diablo. La cual lo único que produce es desor­
den y toda clase de maldad.
No es Dios, sino Satanás, el que promueve que vivamos
com parándonos con otros, compitiendo entre nosotros y
tratando de ser el «número uno» aun cuando tengamos que
mentir, sacrificar la reputación o algo simular. Para Dios esa
no es una manera sabia de vivir, y no es de extrañar que las
personas que viven así lo reflejen también por la forma en
Es necesario que usan su lengua.
pedirle a Dios que Pero Santiago nos dice que en con traste con esto se
limpie la fu en te de encuentra la sabiduría que viene de Dios, m anifestada en
nuestro fu e ro interno prim er lugar por un a vida pu ra, pacífica, bondadosa y
de tal m anera que dócil. Los que buscan la sabiduría que viene de Dios son
nuestro m odo de habilitados por él para ser com pasivos, im parciales y
hablar refleje las sinceros m ientras hacen el bien a todos. Son personas de
profundidades de un paz, procuran la paz con sus hechos y con sus palabras,
corazón limpio y puro para recoger com o fruto la justicia.
por la gracia de Dios. Tales personas m arcarán la diferencia en su familia, en
su lugar de trabajo o de estudio, en su iglesia y dondequiera
Controlando a la incontrolable
que se encuentren. La sabiduría de Dios se hará evidente en
todo, especialm ente en su m anera de hablar. Su lengua,
bajo el control del Espíritu Santo, será una influencia para el
bien, y una fuente de edificación y esperanza. De ella se
podrá decir lo mismo que dijo Salomón del modo de hablar
de los sabios en contraste con el de otros: «Hay hombres
cuyas palabras son como golpes de espada, pero la lengua
de los sabios es medicina» (Prov. 12: 18).

1. Elena G. de W hite, Hechos de los apóstoles, Doral (Florida, E E .U U ):


APIA, 2 0 0 8 , pág. 4 0 9 .

2. Elena G. de W hite, Testimonios selectos, t. 4, pág. 14.


3. Ver Jo h n C. Maxwell, Cómo ganarse a la gente, Nashville (Tennessee,

EE.UU.): Editorial Caribe, 2 0 0 4 , pág. 165.


4. Ver Jo h n O rtberg, Todos somos normales hasta que nos conocen, Mia­

mi: Editorial Vida, 2 0 0 4 , pág. 137.


tan malo como el peor, pero gracias
»/os, soy tan bueno como el mejor»
(Walt Whitman).
63

Comparaciones: nuestro juego favorito


a primera vez que Saúl aparece en
la Biblia (ver 1 Samuel. 9), queda
dibujada la imagen de un hombre
simpático, apuesto, de impresio­
nante presencia y, sobre todo, sen­
cillo y humilde. Aún vivía con su fa­
milia paterna, era obediente a su pa­
dre y le ayudaba en las faenas de la
hacienda. Y en cuanto a lo que pen­
saba de sí mismo y de los suyos, no
existe un mejor retrato que sus pro­
pias palabras: «¿No soy yo hijo de
Benjamín, de la más pequeña de las
tribus de Israel? Y mi familia, ¿no
es la más pequeña de todas las fa­
milias de la tribu de Benjamín?»
(versículo 21).
Como puede percibirse en es­
tas preguntas que se formula Saúl,
64
el joven era m uy dado a las estadísticas y a las compara
P E L I G R O : ¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN!

ciones. Es tam bién interesante notar que en sus cálculos


estadísticos salía perdiendo al com pararse con otros ]_a
importancia de esta tendencia en Saúl se verá años más tar­
de cuando Dios, a pesar de su origen humilde y sin nada ni
nadie que lo recomendara, decide escogerlo para ser el pri­
mer rey de Israel.
Con la llegada al trono, Saúl comenzó a tener y usar un
poder que antes no tenía, porque le fue dado por Dios, y
con el poder vinieron muchas otras cosas. Una de ellas fue
un cambio radical en su temperamento, actitud y compor­
tamiento. Esta tendencia acabó fuera de control, hasta el
punto de que Saúl se convirtió en un déspota sediento de
poder y capaz de llegar al asesinato de quienes representa­
ran real o imaginariamente una amenaza para su prestigio
y posición, así fuesen sus colaboradores m ás cercanos o
hasta su propio hijo.
Si hubo algo que Saúl no cambió fue su mal hábito de vi­
vir comparándose con los demás. Cuando vivía con sus pa­
dres, al parecer estaba dispuesto a soportarlo aunque proba­
blemente llevara una gran insatisfacción por dentro. Y digo
esto porque cuando llegó a ser rey, ya no estaba dispuesto a
ser ni el más pequeño ni el más humilde de Israel.
Así ocurrió cuando un coro de mujeres dio la bienveni­
da al rey y a su ejército con un canto de triunfo por haber
derrotado a los filisteos y a su gigante guerrero Goliat. En
tal circunstancia, al rey no le pareció nada bien que en ese
canto se le atribuyera a David, el improvisado soldado que
había peleado contra el gigante, una m ayor gloria que la
que le fue dada al propio rey. Es muy probable que las mu­
jeres que cantaron aquel día no conocieran lo bien que se le
daban a Saúl las estadísticas, y hasta qué punto le afectaba
aquello de que «Saúl hirió a sus miles y David a sus diez
miles» (1 Sam. 18: 7). Todo indica que fue la primera y úl­
tima vez que esa canción se escuchó en las emisoras de
Comparaciones: nuestro juego favorito
Israel, porque el rey le dio el único significado que un hom­
bre como él podía atribuirle, temiendo que quisieran dar­
le a David su trono (versículo 9).
A partir de ahí, a su mejor soldado lo convirtió en su peor
enemigo y no descansó hasta su muerte tratando de elimi­
narlo con el fin — según él— de preservar su trono y el de
sus hijos. Desde ese momento, nunca más volvió el rey a te­
ner paz en su corazón: ordenó que lo persiguieran, él mismo
en persona se dio a la tarea de capturarlo, mintió, engañó,
amenazó e intentó asesinar al hombre que según las estadís­
ticas disponibles le aventajaba en todo. Lo más triste de esta
trágica historia es que Saúl no solo perdió su paz interior,
sino también su trono, el de su descendencia, la bendición y
el respaldo de Dios. Terminó dominado por un espíritu
diabólico y se suicidó al sentir que su derrota y muerte eran
ya inminentes.
¿Dónde comenzó todo? El día en que no le pareció bien
que le compararan con otro y le dieran el segundo lugar. ¿Y
por qué le afectó tanto algo así? Porque desde muy joven él
mismo había desarrollado el mal hábito de compararse con
los demás.
Saúl se convirtió así en un ejemplo viviente de cuán le­
jos puede llevarnos este hábito y cuán dañino siempre re­
sulta ser.

Muchas personas
Nuestra afición a compararnos encuentran en el
A pesar de tantos ejemplos como el de Saúl, la simple peligroso juego de las
observación indica que por alguna razón a los seres huma­ comparaciones
nos nos gusta compararnos unos con otros. Sea que se haga la manera de
de forma discreta o disimulada, o bien abiertamente y con determinar qué son
desenfado, muchas personas encuentran en el peligroso jue­ y en qué punto
go de las comparaciones la manera de determinar qué son y se encuentran en
en punto se encuentran en su trayecto hacia el «éxito». su trayecto hacia
Todos queremos sentir que somos importantes y capa­
el «éxito».
ces. Debido a esto, las condiciones siempre están dadas para
66
¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN!
jugar a comparamos. Entonces comienzan los problem
pues siempre habrá alguien más talentoso, más simpático'
# más carismàtico, más saludable, con mejor sonrisa, con fi
nanzas más prósperas, con una familia más estable con
amigos más populares, con mejor vehículo, con hijos más
exitosos, con resultados más brillantes en el trabajo, con me­
jores oportunidades, o que simplemente parezca más feliz
que nosotros.
Al compararnos con estas personas, estamos muy cerca
de sentir frustración, amargura, enojo y, peor aún, envidia
PELIGRO:

o celos. Una vez que estos sentimientos afloran, nos halla­


mos a un paso de hacer cualquier cosa con tal de hacer ba­
jar a esa persona del escalón en que se encuentra porque es
más alto que el nuestro.
Naturalmente, siempre habrá también personas que en
todo lo mencionado anteriormente estarán en peldaños más
bajos que nosotros. Si nos dedicamos a comparamos con
ellos, correremos el riesgo de sentir orgullo, vanidad, falsa
humildad y prepotencia. Y todas estas cosas contribuyen a
actitudes de menosprecio y marginación en muchos casos.
Las personas que frecuentemente se comparan con otras
tienden a desarrollar una incapacidad para ser agradecidas
con Dios debido a que nunca están satisfechas con lo que
son o poseen. La gratitud es el resultado de la satisfacción o
al menos del contentamiento y la conformidad con lo que se
ha recibido. Pero el que se compara con los demás se mete
Las personas en un juego en el que nunca podrá ganar, pues siempre ha­
que frecuentemente brá personas más «grandes» y más «importantes». Quien
se comparan con actúa así tendrá difícil sentir satisfacción consigo mismo, ni

otras tienden siquiera contentamiento y conformidad. Y como resultado

a desarrollar una de ello, lo que queda es alguien listo para menospreciar a los

incapacidad para ser que son «menos» que él, o para juzgar a los que simplemen­
te no puede igualar.
agradecidas con Dios.
Compararse con otros es el juego favorito de los huma­
nos en todos los ámbitos. Echa un vistazo a los deportes, a la
política, a la ciencia, a la economía, las razas, la cultura, o
67
considera cuestiones como el tamaño, la apariencia... Y lo

Comparaciones: nuestro juego favorito


mismo entre los adultos, los jóvenes, y en las escuelas, y has­
ta en las familias... Verás que en todos esos ámbitos se prac­
tica este peligroso juego. Hasta los niños pequeñitos de­
muestran que han comenzado a crecer cuando comienzan a
comparar sus juguetes, su casa, su mamá, su papá, o cual­
quier otra cosa con las de otros niños. Es como si no pudie­
ran los seres humanos relacionarse en un lugar u organiza­
ción sin practicar el juego de las comparaciones. Lamenta­
blemente hasta la iglesia de Cristo en esta tierra ha sido víc­
tima de la presencia en su seno de este mal hábito. Y la his­
toria bíblica nos muestra más allá de toda duda cuánto daño
hace a la feligresía el que sus miembros vivan comparándose
unos con otros, y cuán alejada se encuentra esta tendencia
del plan que tiene Dios para nosotros al traernos a su iglesia.

Comparaciones en la iglesia
Es necesario entender que, debido a la naturaleza de la
iglesia, resulta peligroso que dentro de ella sus miembros se
dediquen a compararse unos con otros. Los resultados in­
mediatos serán: un permanente conflicto interno, resenti­
miento, enemistades, división, y hasta pérdida de miembros
por causa de pleitos y malos entendidos. En realidad, este
mal hábito tiene el potencial de lograr que la gracia sana­
dora de Dios y el espíritu de aceptación que trae el Espí­
ritu Santo a nuestras vidas y a la vida de la congregación
Dios hizo
queden de hecho anulados.
Dios hizo su iglesia para que sea totalmente inclusiva. su iglesia

Por tanto, están fuera de lugar las comparaciones, ya que to­ para que sea
dos son bienvenidos tal como son. Si te fijas, descubrirás que totalmente

no es un requisito para ser parte de la iglesia pertenecer a inclusiva.


una raza o cultura determinada, no tiene que ver con el sexo
de la persona, su color de piel, su estatura, su condición so
cial y económica, o su educación. A nadie que viene a ingre
sar en la iglesia se le hace un examen de su temperamento,
de sus gustos o de sus opiniones. Ninguna de esas cosas
68
ni será una condición para entrar en la institución que Cris­
iSANTOS EN CONSTRUCCIÓN!

to fundó. Por lo tanto, ninguna de ellas debería ser tampoco


fuente de discusiones, malos entendidos o comparaciones
dentro de la iglesia. Lo único que se espera de alguien que
desee ser parte de ella es que acepte a Cristo como su Salva­
dor personal y esté dispuesto a recibir la Palabra de Dios
como su norma de fe y práctica cristianas. Siendo así, estos
mismos elementos deberían ser los criterios que determinen
la forma en que nos relacionamos y nos tratamos.
Podemos ser de culturas o razas distintas, tener un color
PELIGRO:

de piel diferente, y temperamentos, gustos u opiniones va­


riados. Pero hay algo en lo que estamos unidos: todos, sin
importar de dónde venimos ni cómo seamos, hemos acep­
tado a Cristo como nuestro Salvador, y creemos que la Bi­
blia es la Palabra de Dios que ha de guiar nuestra vida.
«Cristo es el vínculo de unión en la cadena de oro que une
a los creyentes y los mantiene en unidad con Dios».1
No necesitamos ser iguales en todo, no tenemos que ha­
cer todo de la misma forma, ni compartir los mismos gus­
tos y hábitos. Nuestro único compromiso es encontrarnos
en ese punto que se llama Cristo Jesús. ¿Dónde caben, pues,
las comparaciones entre nosotros? No hay duda de que se
trata de una mala costumbre que nosotros mismos hemos
introducido en la iglesia. Por tanto, esto de andar comparán­
dose con otros para ver quién hace más o quién es mejor, no
tiene nada que ver con la vida en el Espíritu, el crecimiento
No necesitamos cristiano o la nueva existencia en Cristo Jesús. Es una ten­
ser iguales en todo, dencia carnal, que se acomoda muy bien a nuestra naturale-
no tenemos que hacer za egoísta y propensa a rechazar la voluntad divina. Y es
todo de la misma también un mal hábito que el enemigo de Dios y de la iglesia
forma, ni compartir promueve y trata de introducir en cada sencilla congre­
los mismos gustos gación. Su propósito es impedir que la gracia divina pueda
y hábitos. concluir la transformación espiritual que Dios ha iniciado
en todos los que formamos parte de la feligresía.
Me gusta mucho lo que dice Charles Swindoll acerca
de la forma en que debemos ver a la iglesia: «No es una
69
industria religiosa destinada a producir en serie un modelo

Comparaciones, nuestro juego favorito


definido en una línea de montaje. La Biblia no se escribió
para trasform arnos en creyentes que parecen galletitas
en serie o santos recortados en papel, todos hechos con
el mismo molde».2 Cada vez que alguien en la iglesia se
compara con otro o promueve este mal hábito, el resulta­
do será que algunas personas dejarán de mirar a Cristo
para mirarse a sí mismas y a otros seres humanos. Tam­
bién con seguridad habrá problemas, porque es imposi­
ble que alguien se dedique a buscarm e defectos y no los
encuentre al cabo de unos segundos; ahora bien, que se
prepare esa persona, pues yo también se los puedo encon­
trar a ella. Y una vez que los hallemos, lo corriente será
hablar de eso con alguien, momento en el que la compa­
ración se convierte en fuente de chismes, pleitos, divisio­
nes y problemas.
¿Qué gana un hermano o una hermana comparando su
manera de vestir con la de otros en su iglesia? ¿Qué gana
averiguando quién es m ás «generoso» con su dinero, o
quién es más «espiritual» en lo que come o en la música
que oye? ¿Cuál será el beneficio que obtendrá una congre­
gación por determinar quién es el hermano más consagra­
do, o el m ás misionero, o el más fiel? Si me permites, te
daré mi humilde opinión: lo único que logrará esa perso­
na es am argarse la vida o am argar la de alguna otra. Lo
único que ganará esa iglesia será crear un ambiente don­
de nadie tendrá deseos de m irar a Cristo, sino de superar La Biblia
a los demás. En todos los casos, se logrará alejar el aroma no se escribió
de la gracia de Dios y acercar el m al olor de la competen­ para trasformarnos
cia, la envidia, los pleitos y hasta el odio. en creyentes que
Más de una vez estas cosas pueden comenzar de forma parecen galletitas
muy sencilla o con asuntos sin importancia aparente, pero en serie o santos
si se da rienda suelta a este mal hábito, puede ocurrir que recortados en papel,
quienes lo practiquen lleguen incluso a pensar que se trata todos hechos con
de espiritualidad, no de com petencia, y que su deseo es el mismo molde.
agradar a Dios y jam ás molestar o dañar a los demás.
70
Un gran am igo de com pararse
¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN!

Probablemente asi pensaba también el fariseo de aquella


parábola que conté jesús en el capítulo 18 del Evangelto de

LUC«Dos hombres subieron al templo a orar; uno era fa-

riseo, el otro publicano.


»El fariseo, puesto en pie, oraba de pie consigo mis
mo, de esta manera: “Dios, te doy gracias, porque no
soy com o los otros hom bres: ladrones, injustos,
adúlteros, ni aun com o este publicano; ayu no dos
veces a la semana, diezmo de todo lo que g a n o »
PELIGRO:

(versículos 10-12).
Resulta además evidente, por la oración de este hombre,
que para él la religión no consistía en am ar y conocer a Dios,
sino en com pararse con los dem ás. Había convertido su
práctica «cristiana» en una auténtica com petencia, y creía
que él se encontraba en posición de ventaja para ganar el
premio.
Fijémonos en la oración: no alaba a Dios en ningún mo­
mento, porque está ocupado destruyendo la reputación de
los demás. No le da gracias a Dios por favor alguno que haya
recibido de él, sino por no ser com o otros m iembros de su
iglesia. El hermano fariseo tenía muy clara la lista de cuali­
dades que él había descubierto en sus herm an os de congre­
gación. Créeme que ninguna de ellas se encuentra entre los
frutos del Espíritu Santo. Para el fariseo los dem ás que ve­
nían al culto eran ladrones, injustos y adúlteros. N o sé tú,
pero yo dudo mucho que este hombre orase por estos her­
manos. Y ni hablar de invitarlos a su ca sa o visitarlos. No
tengo ninguna dificultad en im aginarm e al fariseo levantan-
sus os manos para votar a favor de desfraternizar a cual-
Jíie ra de estos «impíos»... Y pobre del pastor de su congre-
Stttón pues s. ese feligrés hasta en sus oraciones le contaba

“ C, BmeS,a Dlos' imaginemos lo que le diría al respon-

do iglesia acerca de los claro, eso suponien-


q j el prop,0 pastor no encabezara la lista de «impíos»
del fariseo.
Lo esencial aquí es que nos demos cuenta de hasta

Comparaciones: nuestro juego favorito


dónde nos puede llevar este mal hábito de compararnos
con otros. Cuán lejos de Dios podemos ir, cuán lejos de
nuestros hermanos, y cuán prepotentes, intolerantes, inso­
portables y hasta ridículos podemos llegar a ser. ¿O no es
todo eso lo que parece el fariseo? Y sin embargo, no creas
que se trataba de un hermano desubicado o mal visto en la
iglesia. Lo más probable es que tuviese un buen cargo en
su congregación. Exhibía una impresionante hoja de ser­
vicios, capaz de cumplir con las expectativas de cualquier
com isión de nom bram ientos. Veamos lo que dice de sí
mismo: «Ayuno dos veces a la semana, diezmo de todo lo
que gano».
Se trata de cualidades decisivas a la hora de nombrar a
un dirigente de una congregación. El único problema con el
fariseo es que todo lo que él hacía buscaba mostrarle como
alguien que merecía la salvación. De hecho, en toda esta
historia se puede ver que la asistencia al templo por parte
del fariseo no tiene nada que ver con adorar a Dios o reco­
nocer su misericordia, su grandeza o poder. El fariseo acu­
de allí con intereses muy personales, viene para informarle
a Dios acerca de sus últimos logros, poniéndole al día de las
razones por las que merece la salvación. Cuando el fariseo
habla no se refiere a Dios sino a sí mismo. De hecho, ora
«consigo mismo». Si el nombre de Dios aparece en la ora­
ción es solo porque, en este caso, es la persona a quien de­
sea impresionar con su hoja de servicios espirituales.
El fariseo no viene al templo para compartir con sus her­
manos, no tiene interés en juntarse con los demás. Su culto
es individual porque es un culto acerca de sí mismo. Mien­
tras los demás usan el tiempo de adoración para alabar a
Dios o para buscar su perdón y ayuda, este señor prefiere
dedicarlo a alabarse a sí mismo, explicando por qué no tiene
necesidad de perdón. En realidad, el fariseo viene al templo
solo porque eso le reporta méritos adicionales. Y cuando
72
¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN!
los demás lo veían de pie y orando, seguramente pensaban
que era un hom bre m uy espiritual, y eso era exactame
te lo que él deseaba aparentar.

Elena G. de W hite lo plantea en estos términos: «El fari


seo sube al templo a adorar, no porque sienta que es un pe­
cador que necesita perdón, sino porque se cree justo, y es­
pera ganar alabanzas. Considera su culto como un acto de
mérito que lo recom endará a Dios. Al mismo tiempo, su
culto dará a la gente un alto concepto de su piedad. Espe­
ra asegurarse el favor de Dios y del hombre. Su culto es im­
PELIGRO:

pulsado por el interés propio».3


Y luego aparece la oración del fariseo. Una mezcla de
autojustificación, comparación con otros y una gran igno­
rancia de quién es Dios. El resultado final de todo esto es
salvación por obras y una religión que se convierte en una
verdadera carga y que termina en aislamiento y frustración.
Analizando la experiencia de este hombre, puede cierta­
mente decirse que si alguien quiere hacer miserable su pro­
pia vida o la de otros le basta contemplar la vida cristiana
como una competencia entre creyentes y luego dedicarse a
compararse con los demás. El fariseo es sobre todo un hom­
bre que tiene ese concepto, y esto es lo que produce esa cla­
se de adoración, ese tipo de oración egocéntrica, ese afán
por aparentar, esa obsesión por compararse con otros y ese
descuido en conocer a Dios y experimentar su gracia y su
perdón.

¿Por qué tendemos a comparamos?


Creo que la parábola del fariseo y el publicano está en
las Páginas Sagradas para que sepamos que esto puede ocu­
rrimos a cualquiera de nosotros incluso dentro de la iglesia,
sin importar cuán activos estemos en sus programas y acti­
vidades. ¿Por qué las comparaciones encuentran lugar entre
nosotros?
73
1. Porque la envidia siem pre es un enem igo que nos

Comparaciones: nuestro juego favorito


acecha. Estoy seguro de que ninguno de nosotros ad­
mitiríamos abiertamente que somos envidiosos; de
hecho, no espero que eso ocurra. Pero sí sería saluda­
ble que reconozcam os que podemos llegar a sentir en­
vidia de alguien o de algo. Observa lo que descubrió
el rey Salomón: «He visto asimismo que toda obra bien
hecha despierta la envidia del hombre contra su próji­
mo. También esto es vanidad y aflicción de espíritu»
(Ecle. 4: 4).
Lo que este texto dice puede resultar incómodo, pero no
por ello deja de ser cierto. La respuesta más común que
los seres humanos damos a lo bueno que tienen o hacen
otros es la envidia. Se trata de un sentimiento de tristeza
o irritación producido en una persona por la felicidad o
algún otro rasgo o posesión de otra persona. Es en esen­
cia un sentimiento de animadversión contra quien posee
algo que uno no tiene. Detrás de las comparaciones se
esconde la envidia. El compararse con otros es el mal há­
bito propio de quienes desean algo, sienten que no lo
tienen y, debido a su insatisfacción, van por el mundo
mirando a todos y tratando de ver quién lo tiene y quién
no. Conscientes o no, terminan menospreciando a los
que según ellos no lo tienen, y envidiando a los que les
superan en eso.
Cuando se trata de la iglesia, la envidia tiene el potencial
de dañar congregaciones enteras, familias y grupos de
trabajo. Debido a que la forma en que Dios diseñó su
iglesia implica que todos somos útiles y que a todos se
nos han dado dones de acuerdo con la soberana volun­
tad de Dios (ver 1 Cor. 12: 11), es muy peligroso que los
creyentes se dediquen a envidiarse unos a otros en lugar
de ayudarse mientras cumplen la misión.
Para funcionar bien, la iglesia no necesita determinar
quién es mejor que otro en algún aspecto. Tampoco gana
nada por el hecho de que algunos miembros desaten una
74
¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN! competencia para demostrar quién es más talentoso, más
fiel, más cristiano o quién sabe qué... El bienestar de la
iglesia, desde la perspectiva de sus miembros, está basa­
do en el hecho de que cada uno reconozca que el Señor
le ha dado una misión y un ministerio para servirle; en
que cada uno sea, por lo tanto, valorado y reconocido, no
envidiado o comparado con otros; y en que desarrolle­
mos un ministerio de cooperación e interdependencia
bajo la dirección del Espíritu Santo. Es el apóstol Pablo
quien enseñó que cuando sobrellevamos los unos las
PELIGRO:

cargas de los otros, estamos cumpliendo con la ley de


Cristo (ver Gál. 6: 2).
2. Porque las comparaciones les gustan a personas que
tienen un concepto desproporcionado de sí mismas.
Fíjate qué interesante es lo que nos enseña Gálatas 6 :3 -4 :
«El que se cree ser algo, no siendo nada, a sí mismo se
engaña. Así que cada uno someta a prueba su propia obra
y entonces tendrá, solo en sí mismo y no en otro, motivo
de gloriarse».
A través de este texto, la sabiduría divina nos invita a vi­
vir una vida libre del mal hábito de compararnos con
otros. Dios nos dice que no hay ninguna gloria en eso.
El fariseo de la parábola de Cristo perdió su tiempo pre­
parando la lista de los defectos y pecados de los demás
para compararla con su propia colección de logros y vir­
tudes. No entendió que Dios no le atribuye ningún mé­
E l b i e n e s t a r d e la rito a que superemos a otro miembro de la iglesia en lo

ig le s ia está b a s a d o
que sea. Lo que el Señor espera es que nos examinemos
a nosotros mismos (ver 2 Cor. 13: 5), evaluemos nuestro
e n el h e c h o d e q u e
progreso en nuestra relación con él, nuestra espirituali­
c a d a u n o reco n o z ca
dad, que miremos cuánto ha hecho Dios en nosotros
q u e el S e ñ o r le h a
desde el día en que nos entregamos a él, y cuánto sigue
d a d o u n a m isió n
haciendo. Y que si comprobamos que ha habido progre­
y u n m in is te rio
so, si podemos afirmar que por la gracia de Dios hemos
p a r a s e rv irle . avanzado, entonces y solo entonces tenemos un motivo
para gloriarnos en el Señor y hacer fiesta.
Comparaciones: nuestro juego favorito
¿Te gusta evaluar? Evalúate a ti mismo. ¿Te gustan las
comparaciones? Com para la persona que eres hoy con
la que eras ayer para ver si estás creciendo o envejecien­
do en Cristo. Lo único digno de celebración es que hoy
estés más cerca de Cristo que ayer. Estar más alto o más
bajo que la hermana María o el hermano Juan no tiene
ningún efecto positivo en nuestra vida espiritual. La Bi­
blia nos da un buen consejo al decir que «cada cual [...]
no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener,
sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida
de fe que Dios repartió a cada uno» (Rom. 12: 3).
Cuando las personas se consideran superiores a los de­
más, es normal que se fijen en ellas para compararse. En
la parábola que Jesús contó en Lucas 15 acerca del hijo
pródigo, esta situación queda retratada al final, cuando
el hijo regresa a la casa del padre y es recibido por él con
besos, abrazos y una gran fiesta. La parábola muestra
que, en contraste con la generosidad y regocijo del pa­
dre, aparece el egoísmo y enojo del hermano mayor. ¿Por
qué si eran miembros de una misma familia, ante el re­
greso del familiar que se había alejado, uno hace fiesta y
el otro tiene un berrinche?
Fijándonos bien, por el contexto de la historia es posible
entender por qué ambos personajes reaccionaron como
lo hicieron. El padre pareciera decir: yo lo beso, lo abra­
zo y le hago fiesta porque este hijo mío hace poquito
estaba perdido y ahora ya está a salvo en su hogar. En
otras palabras, la fiesta del padre no era porque el hijo
hubiera establecido un nuevo récord mundial; tampoco
se trataba de un reconocimiento por haber obtenido la
puntuación más alta en las calificaciones de la escuela
del pueblo; y m ucho m enos estaba en la intención del
padre sugerir con aquel recibim iento que ese hijo era
mejor que su herm ano mayor. Lo que sí celebraba el
padre era que el hijo retornado se hallaba m ucho m e­
jor en comparación con su situación previa al regreso.
76
El padre solo comparaba situaciones, no personas. pen.
¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN!
sando en el cambio experimentado por su hijo, se dijo.
«Este muchacho ha sido bendecido por Dios, esto mere-
ce una celebración». Por contra, el hermano mayor tam­
bién tenía su propia forma de interpretar la fiesta. Me lo
imagino diciendo: «¿Qué les parece a ustedes, conciuda­
danos, lo de este pródigo...? Yo, que me porto bien, qUe
estoy trabajando día y noche para que esta hacienda pro­
grese y para cuidar las posesiones de mi padre; yo, que
no he malgastado nunca nada del patrimonio de papá, ni
PELIGRO:

le doy ningún tipo de problemas ni dolores de cabeza,


nunca he recibido ni siquiera el regalito de un simple
cordero, y ya no se diga hacerme una fiesta. A mí no,
nunca nada para mí, que he sido el mejor de los hijos,
modestia incluida. Pero a este señor, que no sabe lo que
es trabajar, ser responsable, ahorrar, ser solidario con la
familia, ayudar al viejo y obedecer... A este que se llevó
una riqueza que no ganó con su trabajo, y que malgastó
con quién sabe quién y en q u é ... ¡Oh!, a este hay que
darle besos, abrazos, ponerle ropa y zapatos nuevos y
hacerle fiesta. O sea, llegó el bueno, el mejor, el que todos
deberían imitar. ¿Qué les parece, señores? ¡Juzguen por
ustedes mismos!».
Lam entablem ente, el d iscu rso del herm ano mayor
puede ser muy emotivo y bonito, pero está totalmente
fuera de lugar. En ningún momento su padre se ha con­
D io s ve el ducido com o él le atribuye, ni tiene esa intención. Lo
c o r a z ó n , es e n eso lamento por él, pero este hijo no se ha dado cuenta de
e n lo q u e él s e f ija . lo que está sucediendo. La realidad es que el hermano
¿Q u é hacem os mayor está enojado principalm ente porque tiene un
n o sotros e n to n c e s desproporcionado concepto de sí mismo y no soporta

fijá n d o n o s que no lo reconozcan o que a personas a quienes él con­

e n o tra s cosas?. sidera mucho menos que él se les conceda tanta aten
ción. Creo que acabo de descubrir a este hijo mayor» y
que lo que tiene es envidia porque cree que a su herma
no le están dando algo que él no tiene y desea. Y t°d
77
eso le pasó por compararse con los demás en lugar de

Comparaciones: nuestro juego favorito


gloriarse en lo que Dios y su padre habían hecho por él
y en él.
Definitivamente, para todo en la vida la modestia siem­
pre ayuda.
3. Por nuestra incapacidad para m irar m ás allá de lo
que está delante de nuestros ojos. Es innegable que
todo lo que podemos ver es la apariencia de las cosas y
las personas, es decir, la forma en que las percibimos.
Esta es una realidad que la Palabra de Dios reconoce.
Cuando el Señor envió a Samuel para que ungiera a la
persona que sería rey en lugar de Saúl, le hizo la si­
guiente advertencia: «No mires a su parecer, ni a lo
grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque
Jehová no mira lo que mira el hombre, pues el hombre
mira lo que está delante de su ojos, pero Jehová mira el
corazón» (1 Sam. 16: 7).
Por íntima que sea nuestra relación con otras personas,
no podemos conocer su corazón, ni leer sus pensa­
mientos, porque el hombre solo ve lo que está delante
de sus ojos. Debido a esta limitación, tenemos una fuer­
te tendencia a basarnos en lo que podemos ver para
luego formular juicios de valor acerca de aquellos as­
pectos que nos es imposible percibir. Esa es la razón
por la que más de uno termina evaluando el nivel de
cristianismo de una persona, su sinceridad con Dios
y su ser interior a partir de detalles tan arbitrarios como
su apariencia personal, sus gustos musicales, sus hábi­
tos alimentarios, su estatus civil, social o económico.
Por supuesto que tal evaluación no puede resultar ni
completa ni justa, y term ina m ás bien siendo un acto
desprovisto de buen juicio que daña a las personas in-
v°lucradas.

¿ ve el corazón, es en eso en lo que él se fija. ¿Qué

¿Qué^05 n° Sotros entonces fijándonos en otras cosas?


g ra m o s con hacerlo? ¡Es una insensatez!
¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN'.
Para superar el hábito de com pararnos
Vamos a cerrar este capítulo m encionando enfoques y
actitudes que, puestos en práctica, nos serían de gran ayuda
para evitar caer en la m ala costum bre de compararnos con
otros:
• D ebem os aprender a v ern o s co n los ojos con que nos
ve Dios. Dios no nos com para sino que nos valora por lo
que ve en nuestros corazones, es decir, por lo que pen­
sam os, sentim os o deseam os. C uando las cosas que le
im portan a Dios lleguen a ser las m ism as que nos im­
PELIGRO:

porten a nosotros, nos resultará natural fijarnos ante


todo en nuestra relación con él, para aseguramos de que
cada área de nuestra vida esté bajo el control del Espíri­
tu Santo. Entonces lo m ás importante será nuestro cora­
zón, nuestra mente, nuestro ser interior, ese ámbito per­
sonal e íntimo donde solo Dios y nosotros sabemos real­
mente qué ocurre, y en cuyo seno se producen nuestras
más grandes victorias y nuestros más grandes fracasos.
Entonces, al m ism o tiem po, no tendrem os interés en
atribuirles a otras cosas la importancia que no tienen.
Lo más importante será siempre preguntarnos: ¿Qué ve
Dios cuando m ira mi corazón, cuando discierne mis
pensamientos y mis intenciones?
Eso es lo que afirma la Biblia que le importa a Dios, y
por tanto debemos aprender a mirarnos así. Veamos lo
que declara Hebreos 4: 12-13: «La palabra de Dios es
viva, eficaz y más cortante que toda espada de dos filos:
penetra hasta partir el alma y el espíritu, la coyunturas
y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las inten­
ciones del corazón. Y no hay cosa creada que no sea ma­
nifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están
desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos
que dar cuenta».
Si llegamos a creer en lo que señalan estos textos, en ten
deremos en primer lugar que hay una sola Persona ant
quien debo preguntarm e cóm o está mi vida. Cualqu,e
cantidad de tiempo, esfuerzo o energías empleados en

Comparaciones: nuestro juego favorito


averiguar cómo estoy en comparación con otras perso­
nas no reporta ningún beneficio ni representa más que
un mal hábito. También quedará claro entonces que para
ese Dios ante quien daré cuentas lo que importa es mi
ser interior, mi alma, espíritu, pensamientos e intencio­
nes. Estas cosas solo Dios puede verlas en mí, así que él
es el único a quien debo satisfacer.
Sucede lo mismo respecto a los demás: yo no puedo ver
lo que ve Dios en ellos, así que no es mi trabajo evaluar­
los, juzgarlos y mucho menos compararme con ellos, ya
que no conozco la realidad que solo Dios conoce. La
iglesia sufre mucho debido a los problemas que causan
personas que creen que pueden dar un veredicto sobre
la vida de los demás basándose en detalles externos
visibles en esas personas. Una simple observación de
cómo funciona la vida nos diría que emitir, en tales
condiciones, un veredicto justo no es posible y además
resulta peligroso.
Aun en un ámbito como el matrimonio o las relaciones
familiares en general, sobrevienen problemas y desacuer­
dos simplemente porque alguien juzgó basándose en las
apariencias, o creyó que oyó o vio algo para luego com­
probar que no era como pensaba. El riesgo es todavía
mayor en las relaciones dentro de la iglesia, que en prin­
cipio son menos profundas y más esporádicas. Si apren­
diéramos a vernos como Dios nos ve, nuestras congrega­
ciones serían sin duda lugares donde la aceptación y la
convivencia encontrarían su morada permanente.
• Debemos practicar la humildad. Es muy desagradable
encontrarse con alguien que parece no darse cuenta de
que adolece de limitaciones y debilidades como todo ser
humano. Peor aún que eso es tener que relacionarse en
cualquier nivel con alguien que muestre esta actitud. La
realidad es que somos imperfectos, fallamos en muchas
cosas, tenemos debilidades que nos acompañarán a 10
¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN!

largo de nu estra vid a, y p o r lo tan to es simplemente


ridículo com portarnos con soberbia.
Esta última suele crecer naturalm ente en un terreno re­
gado con la inseguridad, la baja autoestima y los com­
plejos de inferioridad. El rey Salomón dijo una vez que
«cuando llega la soberbia, llega tam bién la deshonra;
pero con los humildes está la sabiduría (Prov. 11: 2). El
individuo soberbio es aquel que vive creyendo que es
mejor que los demás. Nadie se lo ha dicho, sino que él lo
PELIGRO:

cree así, y por lo mismo menosprecia al resto de la gen­


te. Se trata de alguien con un exceso de autoestima y
esto puede llegar tan lejos com o para que tales personas
se enorgullezcan incluso de cosas que en realidad no
tienen.
El apóstol Pablo propina un fuerte golpe a todos los que
permiten que la soberbia y el orgullo los domine y los
lleve a competir con los demás; lo hace con las siguien­
tes palabras: «Porque, ¿quién te hace superior? ¿Y qué tie­
nes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te
glorías como si no lo hubieras recibido?» (1 Cor. 4: 7).
Este argumento del apóstol es demoledor y deja mal pa­
rados a los que les gusta verse o parecer m ejor que los
demás. Pablo muestra esto com o un juego de niños que
no saben lo que hacen y enfáticam ente pide en el ver­
sículo 6 que nadie se perm ita pensar acerca de sí mis­
mo más allá de lo razonable, y m ucho m enos a enva­
necerse com parándose con otros. No hay duda de que
si hay algo que avisa que el orgullo se h a metido en una
congregación, y que la humildad fue expulsada de allí,
es el mal hábito de com pararnos unos con otros. Con
razón el apóstol Pedro aconsejó a la iglesia de su tiempo
con estas palabras: «Revestios de humildad, porque

(1 P e d T ^ a bS S° berbÍ0S y da &racia a los humildes”»


* -2 / .
81
Debemos mantener el énfasis en lo que Dios quiere.

Comparaciones: nuestro juego favorito


Las preguntas «¿Quién es el mejor entre todos?», «¿Quién
hace mejor las cosas?», «¿Quién tiene más talento, más
capacidad, más experiencias?», «¿Quién es más cris­
tiano, espiritual o consagrado?» no son ni bíblicas ni
correctas. No ayudan a la iglesia, sino que más bien la
dañan, ya que anulan la gracia de Dios y desvían la aten­
ción de los hermanos de los asuntos que Dios ha dicho
que quiere ver desarrollándose en la vida de sus hijos.
Para no olvidar qué es lo que Dios ha pedido no hay un
mejor resumen que el que hizo el profeta Miqueas:
«Hombre, él te ha declarado lo que es bueno, lo que pide
Jehová de ti: solamente hacer justicia, amar misericordia
y humillarte ante tu Dios» (Miq. 6: 8). Esta es la religión
que necesitamos y la que debe ser enfatizada delante de
todos. Una religión sencilla, centrada en Dios y que nos
sitúa ante lo verdaderamente importante.
Aquí no caben ni el orgullo, ni la competencia entre cre­
yentes, ni la jactancia, ni la lucha por el poder o la mejor
posición dentro de la iglesia. Esta religión de Miqueas
no sirve para los que quieren lucirse, tener el primer lu­
gar o recibir alabanzas. Ella es para quienes tratan siem­
pre de hacer lo correcto (justicia), para quienes nunca
harán algo que ofenda, discrimine, o denigre a otro ser
humano (misericordia), y para quienes reconocen que
todo lo que son y lo que tienen se lo deben a Dios (hu­
mildad ante el Señor). Si todos buscáramos estas cosas en N o s v a m e jo r
la iglesia, sin duda el Señor sería glorificado por nuestro
a todos c u a n d o
testimonio.
nos u n im o s, nos
Reconozcam os que la cooperación y la interdepen­
ayudam os
dencia trae mayores beneficios para todos y favorece
y co o p era m o s
mucho más el cumplimiento de la misión de la igle­
d e a cu e rd o
sia. La Escritura está llena de indicaciones del Señor
co n n u estra s
para que mantengamos en la iglesia un ambiente de coo­
posibilidades.
peración en el que nos apoyemos y animemos unos a
otros. Lo que la Biblia enseña es que debemos orar unos
82
¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN'. ñor otros amarnos, soportarnos mutuamente, perdo-
narnos aceptarnos, edificarnos y consolamos los unos a
los otros. No hay un solo texto que nos ordene o invite
a compararnos o a competir entre nosotros.
Nos va mejor a todos cuando nos unim os, nos ayuda­
mos y cooperamos de acuerdo con nuestras posibilida­
des. Todos somos más felices cuando nos vemos como
un equipo con una misión común, que como individuos
que compiten entre sí. Me encanta y me hace reír recor­
dar el espíritu de unidad, cooperación y trabajo en equi­
po que mostró el jugador de baloncesto Stacey King, de
PELIGRO:

los Chicago Bulls, cuando dijo: «Siempre recordaré la no­


che en la que Michael y yo nos compenetramos para me­
ter setenta puntos entre ambos» (Stacey hacía referencia
a un partido Cleveland-Chicago en el que Jordán anotó
69 puntos). Definitivamente, necesitamos más de la ac­
titud de King entre nosotros.
En fin, si las comparaciones son un juego favorito de mu­
chos, es hora de aceptar que en este juego nadie gana y todos
perdemos. Si este mal hábito ha encontrado lugar en todas
partes entre los seres humanos, es hora de que la iglesia de
Cristo en este mundo muestre que al pie de la cruz todos so­
mos iguales y no necesitamos compararnos sino ser trans­
formados por la gracia de Dios a la semejanza de su Hijo
Jesucristo. Es hora de que si alguien batalla con la inseguri­
dad, el complejo de inferioridad y una pobre autoestima, en­
Cualquier cosa cuentre su valor y dignidad en lo que Dios ha hecho, está
buena que haya haciendo y hará por él, en lugar de tratar de llenar esos va­
en nosotros cíos a expensas de los demás. Y es hora también de que la
se la debemos soberbia y el orgullo reciban un duro golpe gracias a que to­
a la gracia dos admitamos que lo único que nos caracteriza, sin Dios,
de Dios. son nuestros pecados, debilidades y faltas.
quier cosa buena que haya en nosotros se la debe-
a gracia de Dios. Por lo tanto, él es el único de quien

famlv 6 ar> a ^Uien ^Ue conternplar e imitar, y es


también el único ante quien daremos cuentas.
Comparaciones: nuestro juego favorito
Hagamos caso, entonces, a las palabras del apóstol
Pedro, que así nos exhorta: «Humillaos, pues, bajo la pode­
rosa mano de Dios, para que él os exalte a su debido tiempo»
(1 Ped. 5: 6).

1. Elena G. de W hite, Mensajes selectos, t. 3, pág. 22.

2. Charles R. Swindoll, El despertar de la gracia, Nashville (Tennessee,


EE.UU): Editorial Caribe, 1995, pág. 124.

3. Elena G. de White, Palabras de vida del gran Maestro, Coral Gables


(Florida, EE.UU.): Asociación Publicadora Interamericana, 1971, pág.
116.
Juez,
la profesión
universal
«El que esté libre de p e ca d o ,
que tire la prim era piedra»
(Jesucristo).

«Puesto que yo so y im perfecto y necesito


la tolerancia y la bondad de los demás, también
he de tolerar los defectos del m undo hasta
que pueda encontrar el secreto que me perm ita
ponerles remedio»
(Autor desconocido).
87

5, Juez, la profesión universal


uando se trata de la convivencia
entre las personas que forman una
congregación, hay dos tendencias
que parecen correr a la par: la de
compararnos unos con otros y la
de juzgarnos los unos a los otros.
Parece inevitable que donde está
una esté la otra, y lo peor es que
cuando se juntan son capaces de
anular los beneficios que la gracia
de Dios quiere conceder a sus hijos
en el seno de la iglesia. Del hábito
de compararnos ya hemos hablado
en el capítulo anterior. Ahora nos
dedicaremos a su hermana gemela,
la tendencia a juzgar, criticar y con­
denar a los demás.
No conozco a nadie que se emo­
cione y sienta felicidad con la idea
de comparecer ante un juez, pero
88
¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN! por alguna razón a todos parece gustamos la idea de ser
jueces. Tratando de entender esa inclinación casi natural
en nosotros, deberíamos reflexionar sobre el hecho de que
el juez es un profesional que tiene la encomienda de escu­
char, evaluar, sentenciar y aplicar una sentencia, atenién­
dose siempre a la norma de justicia. Se trata de alguien con
la prerrogativa de decir qué está bien o qué está mal confor­
me a la ley en cuestión. Cuenta, pues, con un poder extraor­
dinario, que cuando se aplica tiene consecuencias en el
presente y el futuro de las personas involucradas. Para mu­
PELIGRO:

chos de nosotros un juez es alguien que sabe distinguir en­


tre el bien y el mal, entre lo justo y lo injusto; cualidades
que parecen describir a un ser divino.
En todo esto me parece escuchar el eco de las tentado­
ras palabras del enemigo a los primeros habitantes de este
mundo: «Cuando ustedes coman del fruto de ese árbol,
entonces serán como Dios» (Gén. 3: 5). Adán y Eva acep­
taron este razonamiento y comenzaron a juzgar por sí mis­
mos, a evaluarlo todo por su cuenta, a sacar sus propias
conclusiones y a tomar decisiones basadas en sus deseos
antes que en la voluntad de Dios. Desde entonces, nos si­
gue encantando tener esa sensación de que sabemos lo
que es bueno y lo que es malo, de juzgar y emitir nuestros
propios veredictos. Se disfruta con ello, y de hecho se ha
convertido en una especie de profesión universal. Pero me
temo que debemos echarle una mirada a todo esto más de
P a ra m u ch o s
cerca.
d e nosotros u n j u e z

es a lg u ie n q u e sa b e
El gusto por juzgar
d istin g u ir e n t re

el b ie n y el m a l.
Hay que reconocer que en el gusto que le encontramos
a juzgar a los demás, los seres humanos hemos llegado
muy lejos. La mayoría de las veces nos cuesta limitamos a
efectuar análisis conceptuales acerca de la bondad o mal­
dad que tengan determinadas acciones o hechos. En lugar
de ello nos lanzamos a hacer juicios de valor concluyentes
89
que terminan las más de las veces en una condena. Y en

5 Juez, la profesión universal


este punto es donde nos sale la vena de jueces que parece
que todos tenemos. Pero no solo de jueces: este asunto va
aún más allá, porque para llegar a nuestra parte favorita de
dar la sentencia necesitamos reunir los hechos. Así que ha­
cemos de policías; luego les atribuimos algún valor a esos
hechos, así que también tenemos que hacer de fiscales o
abogados; y finalmente ya podemos dar el veredicto (ah,
qué gu sto...).
Lo que normalmente ocurre es que si la persona a la
que estamos evaluando nos caía mal de antemano, la sen­
tencia será condenatoria; en cam bio, si simpatizábamos
con ella, estaremos muy dispuestos a favorecerla. Pero no
creas que con esto hemos terminado: una vez que emiti­
mos la sentencia, nos falta el tiempo para aplicarla con la ma­
yor energía. ¿Cómo lo hacemos? Comenzamos a tratar a la
persona que ya condenamos como lo que hemos decidido
que es: un condenado. Y en consecuencia, nos dedicamos a
compartir el contenido de nuestra sentencia con otros de tal
manera que nuestros sentimientos hacia esa persona y la
valoración que hacemos de ella puedan reproducirse en
otras mentes. Así, el condenado queda aislado, encerrado
en su delito y recibe el pago por sus malas acciones. Y lue­
go de esto, y solo entonces, estamos listos para buscar un
nuevo caso.
¿Qué te parece? Nada sencillo, nada inocente, nada
inofensivo. Puede de verdad convertirse en un trabajo a
tiempo completo para algunos; aún peor, puede terminar
dañando a muchos.
Lo que acabo de describir tal vez parece un tanto dra­
mático pero en la práctica ocurre en muchos ambientes
donde se interrelacionan los seres humanos. Incluso en la
iglesia el mal hábito de juzgar a los demás ha encontrado
con frecuencia espacio y ha producido los nefastos frutos
que le son propios. Con relación a ello, no creo que haya
uno de nosotros que pueda alzar la mano y decir: «Yo no
90
lo he hecho, yo no he juzgado a nadie, no he indagado en
¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN!

la vida de nadie, no he opinado acerca del bien o del mal


que hacen los demás, ni he tratado a otra persona com o un

simple condenado».
Reconociendo esto, al menos por esta vez con humildad,
confieso que estoy en el club de los jueces. No me enorgu­
llezco de ello, deseo salir, lo prometo. Me gustaría mucho no
practicar nunca ese mal hábito, y estoy dispuesto a luchar en
el nombre del Señor para llegar a admitir que no soy juez de
mis hermanos y que nadie, m ucho menos Dios, me ha asig­
PELIGRO:

nado esa tarea. También sugiero con toda modestia que si al­
guna vez queremos ser parte de una iglesia en donde las per­
sonas no se sientan juzgadas y condenadas por los demás, es
preciso que todos reconozcamos que tendemos a juzgamos,
a criticamos y a condenamos unos a otros, y que eso está
mal, pues todos somos en algún grado culpables y por eso
mismo debemos cooperar buscando soluciones.
Estoy seguro de que aunque nos guste ser jueces, a todos
nos disgusta que otros nos juzguen. Si ocurre esto último,
de inmediato nos quejamos, hablamos de injusticia, pelea­
mos por nuestros derechos e incluso estamos dispuestos a
marchamos de donde nos encontramos, o a abandonar a las
personas con las que nos relacionamos, para buscar un
nuevo lugar en el que «no nos juzguen». Así evidenciamos
que nos gustaría que esa situación cambiara. Sobre esta
base, deseo ofrecer diversas consideraciones fundadas en
la Palabra de Dios.

Por qué nos gusta juzgar


Empecemos rastreando por qué nos gusta tanto poner­
nos la toga, el birrete y usar el martillo de juez. He aquí al­
gunas razones:

^ gusta ser ju e ce s porque p o r n atu raleza nos sen­


tim os inclinad os a d e te cta r d e fe cto s y a fijarnos en
os. François de la Rochefoucauld dijo una vez con
91

5. Juez, la profesión universal


razón que «si no tuviéramos defectos, encontraríamos
menos placer en señalar los del prójimo». Funciona casi
de manera natural: si soy mentiroso, se me da bien des­
cubrir eso mismo en otros y siento placer en hacerlo. Si
me gusta manipular o controlar a los demás, soy muy
sensible a que otro intente hacerlo y lo descubro en el
acto. Parece que sentimos gusto en decirle al otro: «Un
momento, no nos vas a engañar con eso que haces, aquí
estoy yo, que sé de eso y te he pillado». En una ocasión
alguien le dijo a su amigo: «H u m m ... ¿Ves a aquellos
dos? Estoy seguro de que andan metidos en algo tur­
bio». El amigo lo m iró y le preguntó: «¿Y cóm o puedes
saberlo solo mirándolos?» Y de inmediato vino la res­
puesta: «Amigo mío, la experiencia no se improvisa».
El filósofo alemán lmmanuel Kant sostenía la idea de que
«no vemos a los demás como son, sino como somos no­
sotros». Y hay que admitir la verdad aunque nos duela:
una de las razones por la que tantos quieren ser jueces
es porque todos somos buenos descubriendo los errores.
Nos va bien en ese departamento de la vida, nos gusta ver
a los demás y practicar con ellos lo mismo que se hace en
el juego que aparece en periódicos o revistas desafián­
dote a encontrar los siete errores de un determinado
dibujo. En m i caso es m uy difícil que falle a la hora de
hallarlos.
«Si n o tu v iéra m o s
Nos entrenam os para fijarnos, evaluar, juzgar y con­
d efecto s,
denar lo que hacen otros. Y com o hay tantos en ese
e n c o n tra ría m o s
oficio, no queremos quedarnos rezagados y nos m on­
m en o s p la cer
tam os tam bién en el carro. Al fin y al cabo, si puedo
e n s e ñ a la r
ser juez, m e aseguraré de m ostrarles a los que me juz­
los d el p ró jim o ».
gan que ellos también tienen sus expedientes incrim i-
natorios. Nos resulta facilísimo juzgar lo que hace nues­
tro cónyuge, nuestros hijos, nuestros amigos, nuestros
compañeros en el trabajo o en la iglesia. Es com o si de
¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN! nacimiento trajésemos instalada una capacidad espe­
cial para encontrar defectos fuera de nosotros, es decir,

en los demás.
La Biblia cuenta que el rey David preguntó si alguien
sabía de algún familiar del rey Saúl que todavía viviese,
con el fin de tratarlo bondadosamente y cumplir así
una promesa que le había hecho a su amigo Jonatán
(ver 2 Sam. 9 :1 ). Entonces le trajeron a Siba, quien ha­
bía sido sirviente de Saúl, para que le contestase la pre­
gunta. La respuesta del siervo fue: «Aún queda un hijo
PELIGRO:

de Jonatán, lisiado de los pies» (2 Sam. 9: 3).


Cuando uno lee este episodio, puede darse cuenta de que
ese último dato era irrelevante para contestar la pregunta
del rey. David solo quería saber si vivía algún descen­
diente de Jonatán, no puso condiciones ni excepciones.
El rey no dijo: «¿Queda alguien que sea alto, fuerte y at­
lético? ¿Queda alguien que camine con elegancia o corra
velozmente?». Pero es interesante que Siba destacó que el
único familiar vivo de Saúl era un lisiado. Evidentemen­
te, él tenía algún propósito al decir eso.
El mío aquí es mostrar que este incidente refleja cuán fá­
cilmente los ojos humanos se lanzan de manera natural
y directa hacia donde está el defecto. Nos atrae lo negati­
vo, lo que falla, lo que está mal, porque esa es la parte de
la vida con la que más lidiamos y que nos resulta más
familiar y fácil de identificar. Cuando el fariseo de la pa­
rábola observaba a las demás personas, de inmediato
descubría que eran ladrones, adúlteros y mentirosos, y
luego miró al publicano e identificó todos sus defectos al
instante (ver Luc. 18:11-12). Me pregunto por qué le era
tan fácil identificar a un ladrón, o a los adúlteros y a los
mentirosos. Era de esperar que un señor tan santo como
el fariseo no tuviera ni la más remota idea de estas activi­
dades, pero resulta que era experto.
Definitivamente en cada uno de nosotros hay un juez in­
terno, que trabaja sin descanso y que hace incluso horas
93
extras para cumplir su principal tarea de identificar erro­

5. Juez, la profesión universal


res, defectos y transgresiones en todo lo que hacen los
demás, y luego dar su veredicto.
• Nos agrada ser jueces porque es una manera muy fácil
de vengam os de aquellos que nos desagradan o que
nos han tratado mal. Frases como «El que la hace la
paga», «El que ríe el último, ríe mejor» y «Más dura será
tu caída» demuestran que nos gusta tener a otros bajo
sentencia y condenados de antemano. Solo es cuestión
de tiempo aplicar esa sentencia.
Un señor que había recibido muchas críticas solía decir:
a ese, a aquel y al otro los tengo en mi «lista negra». Por
el tono de su voz, por su lenguaje corporal y por el color
usado, supongo que no era una lista de oración para pe­
dir bendiciones del Señor para los que estaban allí. Y de
alguna manera sentía por anticipado cierta alegría al sa­
ber que los tenía en su negra lista y que un día pagarían
por sus culpas.
El libro de Génesis cuenta la impresionante historia de
José y del trato que le dieron sus hermanos (ver Gén. 45-
47). Lo habían identificado como el hijo preferido de
papá, le habían oído narrar unos extraños sueños en los
que él siempre aparecía gobernando sobre ellos, y llega­
ron a sentir resentimiento y hasta odio contra él. Y cuan­
do llegó el momento oportuno, lejos de casa y del padre
protector, fue un gran placer para ellos juzgarlo y conde­
narlo sin piedad, echándolo a una cisterna vacía, y luego
vendiéndoselo como esclavo a una caravana de comer­
ciantes que iban rumbo a Egipto.
No es difícil imaginarse el rostro de estos enardecidos jó­
venes mientras le espetaban: «¿Decías que ibas a mandar
sobre nosotros y que seríamos tus esclavos? Ahora verás
lo que significa ser esclavo. ¿No ibas a ser tú el juez? Aho­
ra prueba una cucharada de tu propia sopa». Habían es­
tado esperando un momento como ese. Hacía mucho
que habían dictado sentencia en sus corazones contra
94
¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN! José. Era cuestión de tiempo ejecutarla contra él. No cabe
duda de que por lo menos en aquel lamentable episodio
los hermanos de José sintieron gran placer al ponerse la
toga y el birrete, y al usar el martillo de juez contra su
propio hermano.
Es extraño, pero hay algo en el hecho de juzgar a los de­
más que nos hace sentir satisfechos, a veces, incluso, nos
queda la sensación de que obramos con justicia al conde­
narlos. La Biblia contiene más de un ejemplo en que los
seres humanos muestran claramente cuánto disfrutan
PELIGRO:

juzgando las acciones de sus prójimos y dando un vere­


dicto casi siempre condenatorio. ¿No fue eso lo que sintió
la turba que trajo ante Jesús a la mujer que fue encontra­
da en el acto de adulterio? (ver Juan 8: 1-11). ¿No fue aca­
so esa la actitud que mostró el hermano mayor del hijo
pródigo? (Luc. 15: 25-30). Y lo mismo Marta con María,
su hermana (Luc. 10: 38-42), los miembros de la iglesia
de Roma que no comían carne sacrificada a los ídolos
contra los que sí la comían (Rom. 14:1 -2 3 ), los principa­
les sacerdotes contra Jesús (Juan 19: 6-7), y seguramente
alguna vez también lo hemos hecho tú y yo con aquellos
que nos desagradan o que nos han tratado mal. Parece
innegable que nos gusta el trabajo de jueces porque nos
abre una vía para desquitarnos o vengarnos de aquellos
que están en nuestra «lista negra».
Nos gusta ser ju e ce s porque los se re s hum anos nos
L a Biblia hem os pasado todo el tiem p o ju g a n d o a se r Dios.
d ice q u e el ún ico ¿Qué puede esperarse de nosotros, los descendientes
q u e p u ed e ju z g a r de Adán y Eva? Nuestros prim eros padres, no confor­
a todos mes con vivir en un paraíso en el que se relacionaban
y n o es ju z g a d o con Dios sin intermediarios, osaron pretender llegar a
p o r n a d ie ser iguales a él. Desde entonces hay algo que todos he­
es D ios. mos heredado de ellos: ¡Nos encanta tratar de hacer el
trabajo de Dios! Nos atrae la idea de tener su poder, su
sabiduría y sus prerrogativas. Por causa de ese torpe in­
tento hemos arruinado el m undo y a nosotros mismos.
95
Hemos dañado nuestra relación con Dios, las relacio­

5. Juez, la profesión universal


nes entre nosotros, y le hemos dado entrada al pecado,
al miedo, a la simulación, al dolor, la enfermedad, la
muerte y, peor aún, quedamos separados de Dios como
resultado de ese comportamiento.
Pero, así y todo, seguimos tratando de usurpar el lugar
de Dios, seguimos atreviéndonos a la insensatez de ocu­
par su posición en nuestra propia vida y en la vida de
otros. Esta realidad es una de las razones por las que la
profesión de juez es del agrado de todos. La Biblia dice
que el único que puede juzgar a todos y no es juzgado
por nadie es Dios (ver Sant. 4: 11-12; 1 Cor. 2: 15). No
hay un solo versículo en la Biblia que autorice a los seres
humanos a investigar, evaluar, juzgar y dar una sen­
tencia relativa a la conducta o actitudes de los demás.
Al contrario, esto es algo que el Señor ha prohibido
para nosotros y ha reservado solo para él (Heb. 10: 3 0 ;
Hech. 17: 31; Rom. 2: 16).
Cuando Pablo enfrentó la situación que acabó dividien­
do la iglesia de Roma en dos bandos, les aconsejó lo si­
guiente, inspirado por el Señor: «El que come de todo no
menosprecie al que no come, y el que no come no juzgue
al que come» (Rom. 14:3). Esta amonestación del apóstol
muestra que detrás de muchas de nuestras diferencias y
contradicciones, lo que verdaderamente hay es un espíri­
tu de prejuicio y condenación que deteriora las relacio­
nes, degrada el nivel espiritual y elimina la paz que es D etrá s

necesario preservar en la iglesia de Dios. d e m u ch a s d e


Pablo no pasó aquello por alto y lo denunció preguntan­ nuestras d iferen cia s
do a los miembros involucrados en la contienda: «¿Tú y co ntradicciones, lo
quién eres, que juzgas al criado ajeno?» (versículo 4), q u e v erd a d era m en te
para luego plantear en un sentido más genérico: «Tú, hay es u n espíritu
pues, ¿por qué juzgas a tu hermano? O tú también, ¿por d e p reju icio y
Rué menosprecias a tu hermano?» (vers. 10). Terminó or­ co n d en a ció n .
denando en el nombre del Señor: «Así que, ya no nos
juzguemos más los unos a los otros» (vers. 13). Para
96
¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN! Pablo resultaba evidente que lo que estaba dividiendo
a la iglesia era el complejo de jueces que se había apo­
derado de los hermanos en Roma. El apóstol mostró,
más allá de toda duda, que donde arraiga este mal há­
bito, cualquier asunto que se discuta, con independen­
cia de su mayor o menor trascendencia, se tomará mo­
tivo de división y amargura que enrarezca el ambiente
y enfrente a las personas.
Esta enseñanza no es exclusiva de Pablo, ya que tam­
bién Santiago se hace eco de ella al decir: «Hermanos,
PELIGRO:

no murmuréis los unos de los otros. El que murmura


del hermano y juzga a su hermano, murmura de la ley
y juzga a la ley; pero si tú juzgas a la ley, no eres ha­
cedor de la ley, sino juez. Uno solo es el dador de la
ley, que puede salvar y perder; pero tú, ¿quién eres
para que juzgues a otro?» (Sant. 4: 11-12). A su vez,
todos los apóstoles tomaron la enseñanza del mismo
Señor Jesucristo, quien dijo en el Sermón de la Mon­
taña: «No juzguéis, para que no seáis juzgados. Por­
que con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y
con la medida con que medís, os será medido» (Mat. 7:
1-2). Esta orden de Cristo desautoriza la práctica tan
común de juzgar y condenar a los demás y nos deja
sin fundamento para justificar lo que sin duda es una
mala costumbre y un pecado.
Jesús también nos advirtió con estas palabras de que
Si y o j u z g o una vez que alguien empieza a actuar así donde sea,
a otro , provoco desata un círculo vicioso y tóxico que acaba contami­
co n ello q u e el otro nándolo todo. Ello se debe a que si yo juzgo a otro, pr0'
h aga lo m ism o voco con ello que el otro haga lo mismo conmigo, bus­

conm igo. cando, con cierta lógica, nivelar la situación. Al final


saldremos condenándonos los dos, y así sucesivamen­
te... Y la iglesia que Dios creó para que fuera un ámbi­
to formado por personas salvadas por su gracia, se con­
vierte en una especie de infierno lleno de condenados
que se atormentan entre sí.
97
Remedios frente a ese hábito

5 Juez, la profesión universal


Como puede verse, detrás de una práctica que nos es tan
familiar, se esconden inmensos peligros y consecuencias ne­
fastas. Solo pensarlo nos hace desear no ser parte de todo
eso y, por supuesto, nos estimula a encontrar las soluciones
que la Palabra de Dios pueda ofrecer para triunfar sobre este
mal. Analicemos varios consejos basados en ella:
• Deberíamos reconocer y aceptar que la obra de juzgar
a los seres humanos ha sido entregada exclusivamen­
te a Jesucristo. Tal vez la solución a todo esto de andar
sentenciando a las personas comienza por aceptar de
una vez por todas que ese trabajo no nos corresponde a
nosotros bajo ningún concepto. No hay uno de nosotros
que pueda mostrar su nombramiento como juez de los
demás. Todos los que caemos en esta práctica estamos,
para empezar, usurpando una posición y un papel que
no nos corresponden, pues no nos han sido asignados.
Lo que la Biblia dice en Juan 5: 22 es que el juicio ha sido
entregado a Jesucristo. No puede haber un atrevimiento
y descaro mayor que pretender juzgar las acciones de los
demás, sus intenciones y motivos, y llegar a condenarlos.
Con razón esta práctica ha traído tantas dificultades en­
tre los cristianos, y ha contaminado a tantas congrega­
ciones que estaban dispuestas a ser refugios espirituales
para los pecadores atraídos a ellas por el Señor.
Al juzgar a los demás, hacemos de manera injusta lo que A l ju z g a r a los
Dios ha dicho claramente que un día hará él con justicia d em á s, hacem os
por medio de Jesucristo, a quien ya asignó para llevar d e m a n era injusta
a cabo este trabajo (ver Hech. 17: 31). Si reconociéramos lo q u e Dios h a dicho
eso, no sentiríamos tanta necesidad de hacer justicia con
claram ente q u e un
nuestros propios medios, los cuales las más de las veces
día hará él con
son precisamente injustos. Tampoco sentiríamos que es
justicia p o r m ed io
labor nuestra andar desenterrando y sacando a la luz
d e Jesu cristo .
asuntos ocultos o privados que pertenecen a otros. ¡No
nos compete a nosotros hacer algo tan difícil y tan triste!
98
Dios nos ha liberado de eso y, según su Palabra, «juzgará
¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN!

por medio de Jesucristo los secretos de los hombres, con­


forme a mi evangelio» (Rom. 2: 16).
Así que podemos relajarnos, tener calm a y no dar rienda
suelta a la imaginación, ni mucho menos a nuestra len­
gua, para asegurarnos de que ese o aquel otro no que­
den sin su justo castigo. Dios tiene todo bajo control, él
juzgará todo cuanto necesite ser juzgado, incluso lo que
ha permanecido oculto, y él recuerda no solo lo de los
demás, sino también lo tuyo y lo mío. De modo que tal
PELIGRO:

vez, en lugar de estar hurgando en la vida de otros, me­


jor sería tener nuestras cuentas al día con el Señor.
El apóstol Pablo les explicó a los corintios que juzgar
lo que hacen otros era hacer las cosas antes de tiempo,
y que lo oculto que deba ser aclarado, las intenciones
del corazón que no podemos descifrar, y saber quién
merece o no alabanza, son asuntos que deben esperar
hasta que el Señor venga (ver 1 Cor. 4: 5). Por eso Pa­
blo solo reconocía a Dios com o su juez (versículo 4),
y además enseñó en su Carta a los Hebreos que es tam­
bién el Señor el que juzgará a su pueblo (Heb. 10: 30).
Como podemos ver, estas enseñanzas bíblicas demues­
tran que cuando nos erigimos en jueces, hacemos el ri­
dículo de entrom etem os, fuera de tiempo y lugar, en
lo que no nos concierne, pues son asuntos potestad
de Dios.
Creo que a todos nos haría bien seguir las instrucciones
que el Señor nos ha dado y permitir que el juicio lo haga
el único capaz y autorizado para ello: Jesucristo. Que 1°
haga cuando él quiera y como él decida. Su juicio será
siempre justo y perfecto. Creo también que cualquier
congregación donde los miembros decidan abandonar
esta mala práctica, recibirá muchos beneficios inme­
diatos y reinará en ella un ambiente tal que las perso
ñas querrán quedarse y traer a otros.
Al parecer, el cargo de juez no está vacante en la iglesia.

5. Juez, la profesión universal


Así que si tenías tus ojos puestos en él, o si ya llevabas
tiempo desempeñando esa función, ahora es el momento
de ocuparte de otras cosas, dejando de usurpar un papel
que solo le corresponde a Dios. Después de todo, no es
acerca de nosotros sino de Jesucristo que la Biblia dice
en Apocalipsis 11: 17-18: «Te damos gracias, Señor Dios
Todopoderoso, el que eres, que eras y que has de venir,
porque has tomado tu gran poder y has reinado. Las
naciones se airaron y tu ira ha venido: el tiempo de juz­
gar a los muertos, de dar el galardón a tus siervos los pro­
fetas, a los santos y a los que temen tu nombre, a los pe­
queños y a los grandes, y de destruir a los que destruyen
la tierra».
• Debem os reco rd ar que nosotros solo podemos juzgar
según la carn e o las apariencias, pero que la verdade­
ra n orm a p ara el ju icio es la ley de Dios tal como solo
él puede aplicarla. Si tan solo admitiéramos esta reali­
dad, se nos haría fácil dejar la pretensión de ser jueces
de los demás. ¿Cuántas veces nos ha ocurrido que inter­
pretamos algo de manera distinta a como realmente era?
¿Cuántas veces nos hicimos una idea de alguien o de
algo para luego terminar descubriendo que estábamos
en un error? ¿Por qué nos suceden estas cosas? Porque al
margen de cuántos años llevemos en el oficio de juzgar
y condenar a los demás, todavía no hemos podido pasar
de evaluar de acuerdo a las apariencias y hasta donde El cargo de juez
puede hacerlo un ser humano limitado. Por eso habla- no está vacante
mos a veces de más, o antes de tiempo; por eso alabamos en la iglesia.
al que no m erece alabanzas o menospreciamos al que
merece ser honrado. ¿Por qué? Porque hay aspectos
que no podemos conocer, ni entender, ni descifrar.
El propio Jesús fue el blanco de personas que lo trataron
con prejuicios y lo condenaron basándose en opiniones
sin sentido. Por eso, a quienes criticaban sus enseñanzas
en el templo durante la fiesta de los Tabernáculos, tuvo
100
¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN! que exigirles que no juzgaran «según las apariencias»
(Juan 7: 24). Lo mismo hizo con los fariseos que le es­
cuchaban cuando un grupo de personas trajo delante
de él a la mujer sorprendida en adulterio: «Vosotros
juzgáis según la carne» (Juan 8: 15).
Al decir esto Jesús quería mostrarles la incapacidad hu­
mana para hacer un juicio justo. Primero, por las limita­
ciones propias del ser humano. No podemos leer la
mente, de modo que no sabemos nada de las intencio­
nes, los motivos y el interior de las personas. Entonces
PELIGRO:

cualquier cosa que digamos de ellos es parcial e incom­


pleta. Carecemos de base suficiente para garantizar la
justicia de nuestros veredictos. Siendo así, el juicio hu­
mano está destinado al fracaso porque nunca podrá ser
lo bastante ponderado, y por ello no resultará justo. En
efecto, ¿cuán justo puede ser un juicio que se funda
en las apariencias? ¿Con qué argumento o ley podemos
arrogarnos la prerrogativa de establecer qué está bien o
qué está mal en las vidas ajenas? Más de una vez, lo que
nos lleva a condenar a otros no son hechos comproba­
dos sino la ira que nos posee. Nunca deberíamos olvidar
que la Palabra de Dios dice que «la ira del hombre no
obra la justicia de Dios» (Sant. 1: 20).
Otras veces nuestro juicio no es más que un burdo inten­
to de imponer nuestra opinión acerca de cómo deberían
ser las personas o funcionar las cosas. En su interesante
libro Vida en comunidad, Dietrich Bonhoeffer nos hace
pensar en el hecho de que «Dios no quiere que yo for­
me al prójimo según la imagen que me parezca conve­
niente, es decir, según mi propia imagen, sino que él lo
ha creado a su imagen, independientemente de mí, Y
nunca puedo saber de antemano cómo se me aparecerá
la imagen de Dios en el prójimo; adoptará sin cesar for
mas completamente nuevas, determinadas ú n icam ent
por la libertad creadora de Dios. Esta imagen podrá paie
cerme insólita e incluso muy poco divina; sin emba%
101

5 Juez, la profesión universal


Dios ha creado al prójimo a imagen de su Hijo, el Cruci­
ficado, y también esta imagen me parecía muy extraña y
muy poco divina, antes de llegar a comprenderla».1
Con razón el apóstol Santiago enseña que seremos «juz­
gados por la ley de la libertad» (Sant. 2: 12). En el con­
texto en que lo dice, queda claro que alude a los Diez
Mandamientos. Por lo tanto, si la ley de Dios es el fun­
damento para un juicio justo, entonces debería aceptar­
se que el juicio nadie puede jamás llevarlo a cabo tan
bien como el Dios que es autor de esa ley.
Nuestros juicios no son más que opiniones. Los jueces
tienen que basar su veredicto en una ley y nosotros no
hemos hecho ninguna ley, ni hemos recibido norma
alguna con el propósito de que la apliquemos a otros.
Santiago no dice que juzguemos al que habla u obra de
determ inada m anera, sino que hablemos y obremos
como los que saben que serán juzgados por la ley de Dios.
La verdad es que lo esencial para nosotros en lo relati­
vo a juzgar es que un día nosotros mismos seremos lla­
mados a juicio por Dios.
• Debemos reco rd ar que al juzgar a otros nos conde­
nam os a n osotros al m ism o tiempo. En su Carta a los
Romanos, el apóstol Pablo formula una dura adverten­
cia contra todos aquellos que dedican tiempo a juzgar
las acciones de los demás: «Por eso eres inexcusable,
hombre, tú que juzgas, quienquiera que seas, porque al
juzgar a otro, te condenas a ti mismo, pues tú, que juz­ Lo esencial para
gas, haces lo mismo» (Rom. 2: 1). Luego el apóstol in­ nosotros e n lo
tenta hacer reflexionar a estas personas al preguntar­ relativo a j u z g a r
les: «¿Y tú, hombre, que juzgas a los que hacen tales es q u e un d ía
cosas y haces lo mismo, ¿piensas que escaparás del jui­ n o sotros m is m o s
cio de Dios?» (versículo 3). s e re m o s llamados
Lo que Pablo expresa aquí debería ser un freno decisivo
a j u i c i o p o r D io s.
del mal hábito de juzgamos entre nosotros. La Biblia en
ningún momento niega que las acciones de los seres
humanos deban ser juzgadas. Al contrario, la Escritura
indica que hay un día establecido para llevar a cabo el
¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN!

juicio definitivo. Pero lo que queda claro en ella es que


ese juicio no puede ser realizado por nosotros mismos,
porque en cuanto pecadores co n u n a naturaleza incli­
nada al m al, todos estam os en la m ism a situación. Así
pues, no hay algo que yo pueda juzgar en otro de lo cual
no sea yo también culpable. De modo que si creo tener la
sentencia adecuada para el otro, debo saber que esa tam­
bién sirve para mí, que soy tan pecador como aquel a
quien juzgo.
PELIGRO:

De alguna manera Pablo nos está diciendo en estos tex­


tos que respecto al juicio y la condenación, lo mejor que
podemos hacer es callarnos y dejarle eso a Dios. No nos
conviene estar buscando posibles castigos para los que
hacen esto o aquello, porque lo único que hacemos en­
tonces es afilar el cuchillo para nuestra propia garganta.
Por eso Pablo, aparentemente extrañado, ya hemos visto
que se pregunta: «Y tú, hombre, que juzgas a los que ha­
cen tales cosas y haces lo mismo, ¿piensas que escaparás
del juicio de Dios?». Dicho de otra manera, ¿en qué te
conviene inventarte un castigo para los que mienten si
cuando vayan a aplicarlo, tu nombre aparecerá en los
primeros lugares de la lista de los mentirosos más bus­
cados?
Ya en la antigüedad el profeta había indicado con pers­
picacia que el corazón humano es engañoso, perverso e
indescifrable (ver Jer. 17: 9). Es esa realidad de nuestro
corazón la que nos lleva a encontrar «placer» en una
obra que produce nuestra propia condenación. Es por la
perversidad del corazón humano que Simón el fariseo
podía criticar, juzgar y condenar a Jesús y María Magda­
lena por un pecado hacia el cual él mismo la había em­
pujado (Luc. 7: 36-50). Fue por esta capacidad humana
e enganarse que Jesús contó la parábola del siervo a
q en se e perdonó una deuda impagable, pero que no
capa, de perdonar a otro que le debía una Infima
103

5. Juez, la profesión universal


cantidad comparada con la otra (Mat. 18: 21-35). Es di­
fícil entender por qué, pero parece que los humanos
pensamos que a nosotros nos irá bien haciendo lo mis-
mo, o algo peor, que lo que hacen otros a los cuales con
gusto condenamos. Sin embargo, la Biblia dice que no
será así, y que al juzgar a otros nos condenamos a noso­
tros mismos.
Tal vez el ejemplo clásico en la Biblia de lo bueno que
sería no andar por ahí dictando sentencias contra otros,
fue lo que le ocurrió a David, el rey de Israel. Este se­
ñor, en un alarde de capacidad para juzgar y aplicar un
veredicto ejemplar, indicó la sentencia que según él
merecía una persona cuya falta fue traída a su conoci­
miento sin que le fuera revelado de quién se trataba.
Para sorpresa de David, unos segundos después de ha­
ber declarado el castigo, le fue notificado que la persona
en cuestión era él (ver 2 Sam. 12: 7). No tengo que leer­
lo en la Biblia para imaginarme a David deseando no
haber abierto su boca tan rápido, ni asumiendo un
ideal de justica del cual él mismo estaba tan lejos. En el
instante quedó desenmascarada su hipocresía, y no
hubo que condenarlo, porque creyendo que juzgaba a
otro, él mismo se condenó. Si tan solo David hubiese
sabido que su sentencia era para sí mismo, es probable
que no hubiese tenido deseos de hacer de juez. Segura­
mente le hubiese gustado más el trabajo de abogado
defensor. De la misma manera, todos nosotros debe­
ríamos entender de una vez por todas que cuando juz­
gamos y sentenciamos a los demás, estamos también
estableciendo la medida mínima con que seremos juz­
gados nosotros mismos (Mat. 7.1-2).
• D ebem os re co rd a r siem pre que cuando juzgamos a
otros, term inam os deteriorando el ambiente de gracia
y espiritualidad que debe reinar en la iglesia. El capí­
tulo 14 de la carta de Pablo a los Romanos es un buen es­
pejo en el que puede mirarse cualquier congregación que
104
permita que sus miembros desarrollen el mal hábito
{SANTOS EN CONSTRUCCIÓN!
de juzgarse unos a otros. La discusión que hizo colap-
sar la unidad de la iglesia tenía que ver con el tipo de
alimentos que un grupo prefería mientras que otro lo
rechazaba.
Sin embargo, más allá del régimen alimentario, y del va­
lor que tienen o no los ídolos a los que se sacrificaban
ciertas comidas a manera de ofrendas, el verdadero pro­
blema era que la iglesia había quedado dividida, y esto
dañó intensamente la convivencia cristiana entre los
miembros, su capacidad para testificar por Cristo y,
P E L IG R O :

consecuentemente, su espiritualidad. Para Pablo este


y no otro es el problema más importante que enfrentaba
esa congregación. Por tanto, en lugar de enfrascarse en
una innecesaria discusión acerca de qué comer o qué no
comer, Pablo insiste a estos hermanos que dejen de juz­
garse unos a otros, que permitan que sea el Señor quien
haga ese trabajo, y que ellos, por su parte, se concentren
en procurar solo «lo que contribuye a la paz y a la mutua
edificación» (Rom. 14: 19).
Es un hecho que el bienestar de una congregación es
reflejo del bienestar de las personas que pertenecen a
ella. Esto significa que no es posible condenar o dañar
a un solo miembro de la iglesia sin perjudicar al mis­
mo tiempo a la iglesia en su conjunto. Todo aquel que
reconozca tener un espíritu dispuesto a investigar, co-
El bienestar juzgar o condenar a los demás, le haría un gran
de una congregación favor a su iglesia si se limitara a ejercer esa disposición

es reflejo del consigo mismo. De esa m anera su vida y su relación

bienestar de con Dios con seguridad m ejorarían, y la iglesia crece­

las personas que ría espiritualmente. Elena G. de W hite estaba totalmente

pertenecen a ella. en lo cierto cuando escribió que «si todos los que pr0'
fesan ser cristianos em pleasen sus facultades de inves­
tigación para ver qué males necesitan corregir en sí mis-
mos, en vez de hablar de las faltas ajenas, habría uná
condición más sana en la iglesia hoy».2
105
La iglesia no gana nada bueno cuando dentro de ella

5 Juez, la profesión universal


hay personas que se dedican a condenar a los que co­
meten errores o tienen debilidades. Esta labor, para la
cual nadie está autorizado por el Señor, solo logrará
que muchos abandonen la iglesia.
¿Qué de bueno puede tener que un miembro de la igle­
sia termine de desanimar con sus críticas y condenas a
quien muy posiblemente ya luche con el desánimo?
¿Acaso soy más espiritual por poner en evidencia al
hermano que no se encuentra bien? ¿Qué de cristiano
puede haber en el hecho de que un miembro de iglesia
vea a otro miembro herido espiritualmente y acabe de
quitarle lo poco de vida que le queda?
Estas imágenes pueden ser dramáticas, pero no faltan
a la verdad. En el libro Consejos para la iglesia nos dice
su autora: «Entre algunas especies de animales, cuan­
do algún miembro del rebaño es herido y cae, sus com­
pañeros le asaltan y despedazan. El mismo espíritu
cruel manifiestan ciertos hombres y mujeres que se lla­
man cristianos. Hacen gala de un celo farisaico para
apedrear a otros menos culpables que ellos mismos.
Hay quienes señalan las faltas y los fracasos ajenos para
apartar de sus propias faltas y fracasos la atención, o
para granjearse reputación de muy celosos para Dios y
la iglesia».3
Todo aquel que
Sin lugar a dudas, todo aquel que ama al prójimo y a la
ama al prójimo
iglesia que Cristo estableció y dirige en este mundo, no
y a l a iglesia que
gastará su tiempo en averiguar, juzgar y condenar a los
Cristo estableció y
demás, porque será consciente de que esto no traerá
dirige en este mundo,
paz ni salvación a la vida de nadie, como tampoco edi­
no gastará su tiempo
ficará a la iglesia.
en averiguar, juzgar
¿Qué te parece si nos quitamos la toga y el birrete de
y condenar a los
juez y entregamos el martillo que golpea para anunciar
demás.
sentencias contra otros? ¿Qué te parece si nos aceptamos
106
¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN! como somos, dejamos el juicio a Dios y nos encomenda­
mos juntos a su gracia para salir victoriosos en ese día en
el que todos compareceremos ante el tribunal de Cristo?
¿Te parece bien? ¡También a mí!

1. Dietrich Bonhoeffer, Vida en com unidad, Salam anca (España)- Edi


dones Sígueme, 1982, pág. 86.

2. Elena G. de White, Consejos para la iglesia, pág. 319.


3. ¡bíd., pág. 311.
P E L IG R O :
«La opinión es la enemiga directa
de la verdad»
CVincenzo Gioberti).
«No es malo tener opiniones firmes.
Lo malo es no tener más que eso»
(Anthony Weston).
109

«¿Qué discutíais por el camino?»


CO

al vez una de las mejores ilustracio­


nes de hasta qué punto los seres hu­
manos somos esclavos de nuestras
opiniones es el relato de los seis cie­
gos y el elefante. La historia cuenta
que en un hermoso valle vivían seis
hombres ciegos que disputaban por
ver quién era el más sabio. Un día,
llegaron a tener una acalorada dis­
cusión al no ponerse de acuerdo so­
bre la forma exacta de un elefante.
Como ninguno de ellos había podi­
do tocarlo nunca, decidieron partir
al día siguiente a buscar un ejem­
plar, y así poder salir de dudas.
Ayudados por un guía, pronto
encontraron un elefante. Al fin po­
drían decidir cómo era realmente
ese animal. El primero de todos co­
rrió a tocarlo y, con las prisas, su pie
110
tropezó con una rama en el suelo, así que el hombre acabó
¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN!

chocando de frente con el costado del animal. Entonces ex­


clamó-. «Puedo deciros que el elefante es exactamente como
una pared de barro secada al sol». El segundo de los ciegos
avanzó con más cuidado, extendiendo las manos ante el
elefante para no asustarlo. Enseguida tocó un objeto muy
largo y puntiagudo que se curvaba por encima de su cabe­
za; era uno de los colmillos del elefante. «Pues yo os digo
que la forma de este animal es como la de una lanza», ase­
guró. El tercer ciego se acercó al elefante por la parte de de­
P E L IG R O :

lante y le agarró la trompa. La palpó y apreció su forma alar­


gada y estrecha, sintiendo cómo se movía. Luego dijo: «Este
elefante es más bien como una serpiente».
Los primeros ciegos no daban crédito, pues ellos habían
sentido otras cosas. El cuarto hombre se acercó por detrás y
se topó con la cola del animal. La prendió, la acarició y per­
cibió los pelos y arrugas que la cubrían, así que exclamó:
«¡Ya lo tengo! El elefante es igual que una cuerda vieja». El
quinto ciego se acercó luego al proboscidio, alzó la mano,
palpó ampliamente la enorme oreja y anunció: «No tenéis
razón. Es más bien como un gran abanico plano». Le llegó
el turno al último ciego, el más viejo de todos, muy encor­
vado por la edad, quien asió fuerte la gruesa pata. «Os ase­
guro que el elefante tiene la misma forma que el tronco de
una gran palmera», les dijo a los demás.
No hay duda de que todos los ciegos tenían algo de ra­
Ninguna persona zón, pero a la vez todos estaban equivocados sobre la forma
tendrá jam ás el real del elefante.
monopolio de la Se trata de un relato interesante que retrata muy bien la
verdad, pues cada inclinación natural de los seres humanos a mostrar lo que
una puede captar sabemos, a hacer valer nuestra opinión y, basados en ella, a
solamente algunos descartar la de otros. Pero además, esta historia refleja el
aspectos de la hecho de que ninguna persona tendrá jam ás el monopolio
realidad. de la verdad, pues cada una puede captar solamente algu­
nos aspectos de la realidad. Así pues, sus juicios casi siem­
pre tendrán algo de razón y algo de error.
111

«¿Qué discutíais por el camino9»


Por eso, nuestras opiniones son solo opiniones, es decir,
formas parciales de ver, entender o explicar un asunto. Se
trata de nuestra particular percepción, y nada garantiza que
tengamos razón o que digamos toda la verdad, aun cuando
a veces parezcamos dispuestos a morir por defender nues­
tros puntos de vista. Tampoco puede decirse que hay algo
intrínsecamente malo en presentar y sostener una opinión.
Pero si hemos de convivir con otros seres humanos en este
mundo, tendremos que acompañar nuestras opiniones de
humildad y aceptar que los demás también tienen las suyas,
co
las cuales merecen respeto aun cuando no las compartamos.
Después de todo, la verdad no está basada en una opi­
nión, de modo que ni nuestra conducta, ni nuestra vida
tampoco deben estarlo. Tal vez el mayor problema con
las opiniones es que terminamos dándoles una importancia
exagerada. Llegamos a creer que lo que decimos o creemos
determina la valía o la importancia que tenemos, y entonces
lo que sigue es una batalla sin cuartel por defender «nuestra
honra». Al final, sin darnos cuenta, todo es una lucha por
demostrar quién es más importante, quién vale más y quién
tiene más poder.
Para algunos de nosotros es inaceptable que otros no
tengan en cuenta lo que decimos, o simplemente que lo
contradigan. En más de un caso, la amistad se da o se retira
dependiendo de cuán de acuerdo estén los demás con nues­
tras opiniones. Y si la persona que opina tiene autoridad,
entonces puede llegarse a la manipulación o la imposición. Si hemos de
Por supuesto, estas tendencias tienen el potencial de hacer convivir con otros
mucho daño dondequiera que aniden. seres humanos en este
mundo, tendremos
Las opiniones en la iglesia que acompañar
Un ámbito en el que las opiniones abundan es sin duda nuestras opiniones de
la iglesia. Hay temas dentro de una congregación acerca de humildad y aceptar
los cuales se pueden conseguir tantos puntos de vista como
que los demás
personas hay. Vivimos en una época en la que todo el mun­
también tienen
do quiere opinar y sentir que los demás toman en cuenta
las suyas.
sus posturas. Más de una vez, cuando las personas sienten
¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN!

que no se les hace caso, reaccionan de maneras impredeci-


bles. En algunas de estas ocasiones las consecuencias pue­
den ser muy perjudiciales para la espiritualidad de la
congregación. Se deterioran, incluso, las relaciones entre
aquellos a quienes el evangelio ha llamado a tratarse como
hermanos. Si nos dedicáramos a rastrear el origen de mu-
chos de los desacuerdos y problemas que se suscitan en la
iglesia, descubriríamos que casi siempre se trata de opinio­
nes encontradas y discusiones que solo buscan imponer un
P E L IG R O :

criterio personal o de un grupo.


Nuestra sociedad en general funciona de esa forma. Se
crean grupos de presión y luchan por imponer sus ideas.
Casi en todas las áreas del comportamiento humano encon­
tramos esa lucha por el poder, que tiene lugar a todos los
niveles. Así es como por lo general se imponen las leyes, las
reglas del mercado económico, las decisiones políticas, el
deporte, las modas y hasta la tecnología. La iglesia no ha es­
capado a esta realidad, ni tampoco puede. Aunque es divi­
na en su origen, misión y destino, es también humana en su
composición y en su proceder. Y cuanto más humana es,
más se expone a desorientarse por las opiniones de sus
miembros y, aún peor, a fundar en ellas su visión, misión y
regla de fe y práctica. Es aquí donde tenemos que pedirle a
Dios sabiduría para, siendo humanos, no dañar la obra del
Señor. Es aquí donde se hace necesario remitirnos a la Pala­
bra, a fin de entender el lugar que ocupan nuestras opinio­
nes en la iglesia, de manera que no interfiramos en su mi­
sión. Y a fin de saber cómo podemos mantener la unidad de
los hermanos, tratándonos siempre con respeto y amor aun­
que cada cual tenga su propia opinión.
Afortunadamente, debido a que el problema de los cho­
ques de opiniones dentro de la iglesia no es nuevo, podemos
encontrar ideas en la Biblia que iluminen nuestro caminó­
se trata de principios que proveen un marco seguro para las
e aciones interpersonales en nuestras congregaciones.
113
Siendo que el propio jesú s fue el fundador de la iglesia,

«¿Qué discutíais por el camino?»


es interesante notar que al mismo Señor le tocó enfrentar
esta situación dentro de las filas de sus primeros discipulos
En el Evangelio de Marcos 9: 33-37, el relato bíblico nos in­
forma de que en una ocasión en que el Maestro y los disci­
pulos estaban recién llegados a la ciudad de Capemaúm,
cuando ya se encontraban en la casa donde se instalaron, Je­
sús les preguntó a sus discipulos: «¿Qué discutíais entre vo-
sotros por el camino?». Como todas las preguntas de Jesús,
esta era muy interesante. Especialmente para los discípulos co

y también para los que, siendo miembros de la iglesia hoy


día, podemos leer el relato.
Jesús no planteó esa cuestión porque necesitara conocer
la respuesta. De hecho, leyendo el informe bíblico queda
claro que aunque los discípulos no respondieron nada,
Jesú s evidenció que sabía de qué habían discutido, pues en­
seguida se refirió al asunto de manera muy directa. Así que
este incidente bíblico prueba más allá de toda duda por lo
menos un par de cosas:
1. Que desde sus inicios, dentro de la iglesia, los miembros
discutimos. Dicho sea de paso, no hay nada de malo en
esto. Por lo menos Jesús no lo dio a entender así. Él no
preguntó por qué discutían, sino de qué.
2. Que Dios sabe que lo hacemos, conoce nuestros temas
de discusión y, lo más importante, él tiene algo que de­
Dios sabe
cirnos acerca de ello.
que discutimos,
El versículo 34 del capítulo 9 de Marcos dice que ante la
conoce nuestros
pregunta de Jesús los discípulos guardaron silencio debido
temas de discusión y,
al tema que venían tratando. Todo indica que les avergon­
lo más importante,
zaba confesarle al Maestro qué los traía tan alborotados.
él tiene algo
Aunque el asunto era sin duda de lo más interesante para
que decimos acerca
ellos, ya que los tenía ocupados a todos, nadie parecía creer
de ello.
que fuera un tema como para hablarlo delante de Jesús.
Claro está que gracias a Marcos sabemos que el motivo de
114
la discusión era decidir «quién había de ser el mayor», es
¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN!

decir, el más importante; pero ni siquiera Pedro, que era el


atrevido, tuvo el valor de decirle a Cristo de qué hablaban.
Ciertamente, aunque resulta ridículo pretender ocultar­
le algo a Dios, hay temas que nos avergüenza tratar con él o
en su presencia. Nos gusta abordarlos, pero parece que pre­
feriríamos que el Señor nos dejara solos por unos momen­
tos para resolver esos «asuntitos» pendientes entre noso­
tros. Ese día, sin embargo, Jesús les mostró a los discípulos
y a nosotros que él nunca es un Dios ausente entre sus hijos
P E L IG R O :

ni en su iglesia. Todo está en su conocimiento y todo lo que


ocurre en su obra y entre sus obreros es de su interés.
La iglesia no es un lugar en el que nos dejó el Señor para
que hiciéramos travesuras mientras él se iba a atender otros
asuntos. Dios no ha previsto para sus seguidores espacios
donde ocultarse a discutir opiniones, para luego volver a
reunirse con el Señor poniendo cara de no haber hecho
nada. Él siempre dirige su iglesia y no aprueba que ninguno
de nosotros introduzca dentro de ella ideas, actitudes u opi­
niones que la dañen. Puede ser que gastemos el tiempo dis­
cutiendo entre nosotros y tratando de imponernos sobre los
demás, pero cuando Dios lo decida, él nos pedirá cuentas y
nos dirá qué es para él lo importante y lo aceptable dentro
de su iglesia.
Si te detienes a leer el contexto del episodio que venimos

Cuando Dios comentando, notarás que los discípulos regresaban tras com­

lo decida, partir una impresionante jornada espiritual y misionera con

él nos pedirá cuentas el Maestro. No había transcurrido mucho tiempo desde que

y nos dirá qué estos hombres habían sido testigos de cómo Jesús dio de co­

es para él mer a una multitud compuesta por miles de personas de for­


ma milagrosa. Varios de ellos tuvieron la oportunidad de
lo importante.
contemplar una representación del reino de Dios en la trans­
figuración de Jesús y la aparición de Moisés y Elias en lo alto
de un monte; al bajar de allí, todos vieron a Jesús sanar a un
muchacho endemoniado, después de que para ellos hubiera
115
sido imposible lograrlo, y comprobaron cómo aquello
trajo J=8
o-
esperanza y gozo a esa familia y a muchas o
personas que pre-
senciaron el milagro.
C3
O
Pero resulta que después de ser testigos de hechos tan
tmpactantes, cuando caminaban y conversaban no muy le­ O
Q_
CO
jos e Jesús, comenzaron de repente a discutir entre ellos ’co

para ver quién era el más importante de todos. En este pun­ O


co
“O
to ya no hay dudas de que estaban confrontando puras opi- -QD
Z3
niones personales. En ningún momento de esa gira con sus O
-o
discípulos, el Maestro les había indicado que uno de ellos
co
fuera más importante que los demás, que debían identificar
a esa persona, o que le trajeran un informe con el nombre
de quien tuviera tal honor. Era un tema que solo estaba en
la mente de ellos, que dependía de sus percepciones, con­
vicciones y deseos. Parece obvio que aquello no terminó
bien. Lo sabem os porque el asunto llamó la atención de
Jesús, y ellos sintieron vergüenza de hablar de lo ocurri­
do delante de su Maestro.
Solo si somos lectores superficiales, dejaremos de perci­
bir en este relato una tremenda realidad que nos presenta
Marcos: cuando el tema de conversación en la iglesia gira
en torno a nosotros mismos, nos desviamos de las verdade­
ras cuestiones espirituales. Por causa de ello, perdemos la
capacidad de ver y valorar las grandes cosas que Dios lleva
a cabo a nuestro alrededor. Pero además, si nos centramos
demasiado en hablar sobre opiniones, es probable que ter­
minemos discutiendo y enredados en una dinámica que fi­ Cuando el tema
nalmente nos avergüence delante del Señor. Tú y yo pode­ de conversación
mos estar cerca de Jesús, incluso andar y trabajar con él, en la iglesia gira
pero si en algún momento permitimos que nuestros pun en torno a nosotros
tos de vista tomen el lugar que deben tener las obras de mismos, nos
Dios en nuestra vida y en la vida de otros, el resultado será: desviamos de las
personas enojadas, relaciones rotas, congregaciones dividi­ verdaderas cuestiones
das y una demora en la misión de la iglesia. espirituales.
Es impresionante constatar cuán insensibles puede vol­
vemos el afán de dar a conocer, discutir o tratar de imponer
|SANTOS EN CONSTRUCCIÓN! nuestras ideas y opiniones personales, y cuán desubicados
nos puede dejar. Lo que Marcos nos presenta en el capítulo 9
no es una simple discusión de un grupo de amigos. Se trata
de personas escogidas por Dios para una obra trascendental
que se pelean por mostrar a los demás cuán especial es cada
una de ellas. Se trata de los compañeros de Jesús, a quienes
les había hablado reiteradamente de los funestos aconteci­
mientos que le esperaban en Jerusalén y con quienes de he­
cho se encamina a esa ciudad. Pero mientras sobre Cristo se
cierne esta tragedia inminente, los discípulos se enfrascan en
P E L IG R O :

una discusión sobre quién de ellos ocupará el puesto más im­


portante.
He aquí un cuadro de lo que puede ocurrirle a una igle­
sia que se concentre en discutir sobre opiniones. Muestra lo
que puede sucederles a quienes Dios llamó a trabajar en
su obra cuando interpretan que ese llamamiento es para su
promoción individual, para llevar a cabo planes personales,
o para imponer sus propias opiniones.
Que nos guste discutir y dar nuestra opinión en todo no
significa que eso sea lo que necesita el pueblo de Dios o lo
que traerá fortaleza espiritual y unidad entre nosotros. Des­
de que Cristo fundó esta iglesia, todos sabemos que las dis­
cusiones entre nosotros que persiguen imponer opiniones
personales, o establecer grados de importancia o distinción,
ni son buenas, ni son aceptas delante del Señor. Por algo no
se atrevieron a contestar los discípulos y con toda seguridad
no era porque no supieran hablar de ello, pues ya lo venían
discutiendo por el camino. Pero es que en la presencia del
Señor lo que hacemos o decimos adquiere su verdadera im­
portancia. William Barclay efectúa una buena observación
ando dice que el silencio de los discípulos ante la pre'
g ta de Jesús es el silencio de la vergüenza y de quien no
tiene cómo defender lo que ha dicho o hecho. Es, en suma,
onocimiento de que lo que hem os llevado a cabo es
indigno a los ojos de Dios J
117
En lo profundo de nuestro corazón, sabemos que es im

«¿Qué discutíais por el camino?»


propio tomar la iglesia para hablar de nosotros en lugar de
hablar del Señor. Que está fuera de lugar presumir de im­
portantes o dar tanta relevancia a lo que pensamos u opina­
mos, descuidando lo que Dios nos ha enseñado.

Los peligros del orgullo personal en la iglesia


Desde que Cristo la fundó, la iglesia ha sufrido el daño
que le causan todos los que desde dentro de ella se empeñan
en demostrar lo sabios que son. Seguramente viendo este <o

peligro, al apóstol Pablo le pareció saludable darles a los


hermanos de Roma el siguiente consejo: «Vivan en armonía
unos con otros. No sean orgullosos, sino pónganse al nivel de
los humildes. No presuman de sabios» (Rom. 12: 16 DHH).
Las luchas por el poder dentro de la iglesia son un problema
generado por el orgullo, y lo mismo puede decirse de las
excesivas discusiones acerca de nuestras opiniones. Ambos
hechos se basan en la idea equivocada de que somos im­
portantes y sabios, y todo ello es contrario al espíritu de la
verdadera religión y al ejemplo dado por Cristo.
Tal como se nos ha dicho, el evangelio por definición es
la «obra de Dios que abate en el polvo la gloria del hombre,
y hace por el hombre lo que este no puede hacer por sí mis­
mo».2 A la luz de esta declaración nuestra «sabiduría»,
nuestra «importancia» y nuestras opiniones sobran dentro
Nuestra
del plan de Dios para salvarnos. «sabiduría», nuestra
Creer que la iglesia va bien cuando las cosas se hacen «importancia»
como yo pienso es una insensatez. Esperar que los demás re y nuestras opiniones
conozcan nuestra importancia y acepten nuestras opiniones sobran dentro
no es fe sino presunción. Intentar imponer criterios que solo del plan de Dios
reflejan mis percepciones e ideas personales demuestra falta para salvarnos.
de sensatez. Todo esto está implicado en las palabras de
apóstol Pablo a los romanos: «Digo, pues, por la gracia que
me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga
más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que pien­
(SANTOS EN CONSTRUCCIÓN!

se de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios


repartió a cada uno» (Rom. 12. 3).
Uno de los problemas con los que Dios está trabajando
permanentemente en este divino hospital que es la iglesia,
es el de nuestro ego inflado, engreído y exageradamente
desubicado. Entre los síntomas más agudos de esta enfer­
medad están la obsesión por ser o parecer más importantes
que otros, y nuestra manía de opinar acerca de todo espe­
rando que esas opiniones sean tenidas en cuenta. La ver­
dad es que se hace muy cuesta arriba pensar que el Señor
P E L IG R O :

nos trajo a la iglesia para conocer nuestras opiniones o para


reconocer lo importantes que somos. Si así fuera, Dios no
hubiese inspirado a Pablo a decirnos que necesitamos re­
novar nuestra forma de pensar (ver Rom. 12: 2). Esto signi­
fica que en vez de que alimentemos nuestros puntos de vis­
ta humanos, Dios desea que los desechemos y los dejemos
atrás, porque son propios de seres que necesitan de la gra­
cia y el poder divinos para ser formados de nuevo. Si fué­
ramos importantes por nosotros mismos, no creo que Cristo
hubiese dicho: «Separados de mí nada podéis hacer» (Juan
15: 5). Parece que aquí el único importante por sí mismo es
el Señor, no nosotros.
Y no creamos que Pablo escribe acerca de estas cosas
por si acaso las luchas por el poder y las contiendas sobre
opiniones asomaban sus feas cabezas por la iglesia de Roma.
La realidad es que ya dicha congregación estaba siendo azo­
tada por esos males, y el fruto de ello era la división de los
miembros en bandos enfrentados, la distracción respecto a
lo importante, la enemistad, la comparaciones, el afán de cri­
ticar y la pérdida de la paz en esa comunidad.

La discusión sobre la carne


sacrificada a los ídolos
En el capítulo 14 de la C arta a los Rom anos se nos
presenta lo que puede ser considerado com o el clímax de
esta situación que venía arrastrando la iglesia. El tema
119
de este capitulo es el relativo a ciertas carnes que se ven-

«¿Qué discutíais por el camino9


tan en las carnicerías de Roma. Eran carnes de animales
de los cuales se hablan tomado ciertas porciones para sacri­
ficarlas a los ídolos paganos adorados en la idólatra ciu­
dad. No hay razón en el capítulo para concluir que se tra­
taba de carnes consideradas bíblicamente inmundas o
inconvenientes. Más bien, lo que ocurría era que algunos
miembros pensaban que si una parte de esos animales ha­
bla sido destinada a sacrificios a dioses falsos, entonces toda
la carne restante estaba contaminada y no debía ser consu-
CQ
mida por un creyente en Dios.
Frente a esa postura, otro grupo de hermanos de la mis­
ma iglesia creía que esa forma de pensar era muy estrecha y
fanática, que esos ídolos nada eran, que se trataba de carne
limpia y que no tenía sentido afirmar que esa carne pudiera
dañarles o destruir su fe. Al final se enemistaron, convir­
tiendo la iglesia en un campo de batalla entre ellos, así que
cada bando trató de arrastrar al apóstol Pablo a defender su
postura.
La respuesta del apóstol desde el primer versículo es ca­
tegórica: «Recibid al débil en la fe, pero no para contender
sobre opiniones» (Rom. 14: 1). Me fascina esta respuesta,
porque los grupos en disputa creían hallarse enfrascados
en algo muy espiritual, defendiendo la fe y la espiritualidad
de la iglesia, y tocando un tema que debía ser considerado
«verdad presente». Pero Pablo viene a decirles. «Hermanos,
para comenzar quiero que sepan que lo que ustedes están
haciendo es discutir sobre opiniones personales. Asi que re­
lájense; les voy a dar unos consejos, pero al final ni la vida
de la iglesia ni la salvación de ustedes depende de saber
quién tiene razón. Hay, de hecho, cuestiones más imP°r
tantes que saber quién la tiene, y me temo que ustedes las

están pasando por alto».


Lo más triste de todo fue que los hermanos de Roma ha­
bían causado daflo a su iglesia defendiendo simples opimo-
nes. Se habían enemistado solo por demostrar quien tema
120
razón o quién era el más importante. Ese día la lección más
¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN!
grande que Dios les enseñó no fue acerca de carnes, carni­
cerías, ídolos o contaminación, sino acerca de que la iglesia
de Dios no debe centrarse en discutir sobre opiniones. ¿Y
qué piensas tú que nos es preciso entender dos mil años
después? Aunque no lo creas, lo mismo: todavía hoy nece­
sitamos aprender, recordar, entender y seguir a Dios cuan­
do nos dijo a través de Pablo que en su iglesia no debemos
empecinarnos en nuestras opiniones.

Es legítimo tener opiniones,


P E L IG R O :

pero sin pretender imponerlas


Cuando hablamos de opiniones, nos referimos a esos
asuntos acerca de los cuales Dios no ha establecido ni un «Sí»
ni un «No», y en los que al analizarlos surgen los «Yo creo»,
«A mí me parece», «Mi opinión es» y demás yerbas aromáti­
cas. Tú puedes tener tus opiniones, creerlas y vivir de acuer­
do con ellas, pero no estás autorizado a tratar de imponerlas
en la iglesia. En el momento en que alguien intente hacer eso,
aun cuando tenga la mejor intención y crea que ayudará a la
congregación, lo que logrará será dañarla y debilitarla.
Es digno de la más profunda reflexión lo que afirmó
Dietrich Bonhoeffer en relación con este asunto, y en con­
creto con nuestro afán de imponer nuestra visión de las
cosas pensando que será lo mejor para la iglesia:
«Dios aborrece los ensueños piadosos porque nos ha­
cen duros y pretenciosos. Nos hacen exigir lo impo­
sible a Dios, a los demás y a nosotros mismos. Nos
erigen en jueces de los hermanos y de Dios mismo.
Nuestra presencia es para los demás un reproche vivo
y constante. Nos conducimos como si nos correspon­
diera a nosotros crear una sociedad cristiana que an­
tes no existía, adaptada a la imagen ideal que cada
uno tiene. Y cuando las cosas no salen como a noso­
tros nos gustaría, hablamos de falta de colaboración,
convencidos de que la comunidad se hunde cuando
vemos que nuestro sueño se derrumba. De este modo,
121

«¿Qué discutíais por el camino?»


comenzam os por acusar a los hermanos, después a
Dios y, finalmente, desesperados, dirigimos nuestra
amargura contra nosotros mismos».3
No me imagino qué puede ser peor para una congrega­
ción que el hecho de que sus miembros se dediquen cada
uno a lograr que la iglesia se parezca a sus ideas y sueños
personales. No hay una sola persona que haya tratado de
hacer esto que no haya terminado deteriorando su entorno,
perjudicando a los demás y dañándose a sí mismo.
La iglesia debe ser un lugar donde las personas dejemos
to
de luchar por ser los primeros o los más importantes. No de­
bemos venir a la congregación esperando que los demás nos
den gloria o nos acepten por lo que creemos o decimos. Para
que la iglesia sea iglesia no se necesita que estemos de acuer­
do en nuestras opiniones, nuestros gustos o preferencias. Se
trata de una comunidad de personas que creen en Cristo, no
en sus propias ideas. Solo él hace posible la convivencia en­
tre los hermanos, de modo que todos los miembros se gozan
en reconocerlo como cabeza de la iglesia. Lo que dice Cristo,
lo que quiere Cristo y lo que manda Cristo es lo único que
im porta, de lo único que se debe hablar y lo único en lo
que tenemos que estar innegociablemente de acuerdo.
Tomás Kempis decía que «conocerse a sí mismo a fondo
y aprender a tenerse en poco, es la tarea más alta y útil. No
buscar nada para sí mismo y tener, en cambio, siempre una
buena opinión de los demás, es la gran sabiduría, la gran
perfección». No podía entonces Pablo darles un mejor con­
sejo a los hermanos de Roma que este: «No seáis sabios en La iglesia debe ser
vuestra propia opinión» (Rom. 12: 16). Cuanto más cons­ un lugar donde las
cientes seamos de quién es Dios, más fácil nos será aceptar personas dejemos de
nuestro lugar y m ás dispuestos estarem os a no dar una luchar por ser los
importancia exagerada a nuestras opiniones, considerando, primeros o los más
por el contrario, a los demás como superiores a nosotros. importantes.
No nos será difícil formularnos la pregunta que se hizo el
teólogo que escribió: «¿Qué importa si se desbaratan los
propios planes? ¿Acaso no es mejor servir al prójimo que
imponerle la propia voluntad?».4
122
¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN! Si tan solo echáramos un vistazo a lo que ha hecho la sa­
biduría humana cuando se trata de la obra de Dios, es muy
probable que no estuviésemos tan interesados en hacerla
prevalecer. ¿Qué lograron Adán y Eva tomando sus propias
decisiones? ¿Qué consiguieron Abraham y Sara con su plan
sui gèneris para ayudar a Dios a cum plir su promesa? ¿O
Jacob, comprando prim ogenituras; o Saúl, en Amalee;
o David, censando al pueblo; o Salomón, matrimoniándose
con todas las extranjeras posibles? ¿Sería seguro copiar la sa­
biduría de los discípulos de Cristo cuando tenían que dar de
P E L IG R O :

comer a una multitud de personas? ¿Alguien se anima a imi­


tar el plan de Ananías y Safira para engañar a la iglesia y
a Dios? ¿Quiere alguno seguir a Pedro en su simulación e hi­
pocresía en ciertas circunstancias? ¿Se siente cómoda alguna
persona con el plan de Pablo de ponerse a discutir sabiduría
con los griegos?
Admitámoslo, la evidencia es descomunal, la sabiduría
humana no ha producido más que problemas, contratiem­
pos y retraso a la obra de Dios. Los que piensan que lo que
la iglesia necesita es seguir sus opiniones y parecerse a ellos,
están en la lista de los grandes peligros que enfrenta la obra
del Señor.
Por eso, en lugar de luchas por el poder y discusiones
acerca de puntos de vista personales, Dios nos ha recomen­
dado que nos mantengamos unidos en Cristo. Al enumerar
los deberes cristianos para la iglesia de Roma, Pablo incluyó
Para que la el de mantenerse «unánimes» (Rom. 12: 16). Es obvio que
iglesia sea iglesia no este ideal divino no puede lograrse en un ambiente en el
se necesita que
que cada uno lucha por imponer su criterio personal. De
estemos de acuerdo
hecho, en el mismo versículo en el que Pablo presenta esta
en nuestras opiniones,
noble meta, ya hemos visto que también nos exhortaba a no
nuestros gustos o
ser sabios en nuestra propia opinión. ¿No será porque esto
preferencias.
último se opone al logro de lo primero?
La gran pregunta es: ¿Cómo lograr ese nivel de unidad y
armonía? Y también, ¿en qué debemos basarnos si hemos
de dejar fuera las simples opiniones? La Palabra de Dios es
clara cuando de contestar estas preguntas se trata: el único

«¿Qué discutíais por el camino?»


firme fundamento, la única regla de fe y práctica, la única
autoridad sobre la cual podemos estar unánimes y en ar­
monía es la Palabra de Dios. La Biblia y solo la Biblia ha de
ser levantada, estudiada, analizada, predicada, creída y prac­
ticada. Fuera de la Palabra todo sobra, especialmente nues­
tras opiniones. Fuera de la Palabra nada puede producir
unidad y arm onía entre nosotros.
A toda la iglesia le conviene comprometerse a respetar el
principio presentado por el profeta Isaías: «¡A la ley y al tes­
timonio! Si no dicen conforme a esto, es porque no les ha 03

amanecido» (Isa. 8: 20). Esto refleja que en la antigüedad,


cuando Dios quiso mantener a su pueblo unido alrededor
de él, instruyó a su mensajero para recordarnos la ley y el
testimonio como nuestra salvaguarda. El mismo Jesús, fun­
dador de la iglesia, oró a su padre por la unidad de la mis­
ma y señaló a la Palabra inspirada como ese cemento que
podía mantenernos unidos en él. Y en tiempos de los após­
toles y la iglesia primitiva, el consejo no varió. Judas habló
en nombre del Señor cuando nos recordó que nuestras ba­
tallas y combates no deben ser para defender nuestras opi­
niones y deseos personales, sino que hemos de contender
«ardientemente por la fe que ha sido dada una vez a los san­
tos» (Jud. 1: 3).
Es fácil para una iglesia mantenerse unida si nos com­
prometemos a hablar de cosas que estén de acuerdo con la
ley y el testimonio de Dios. Si nuestro compromiso es con
la Palabra divina, si nuestras dudas y diferencias se resuel­ En lugar de
ven tomándola como el árbitro inapelable, si a nadie se le luchas por el poder
ocurre añadir a ella su propia opinión, entonces podemos y discusiones acerca
estar en armonía y preservar la unidad aun si no tenemos la
de puntos de vista
misma forma de ver la vida o cualquier otro asunto. Hay y
j.personales, Dios nos
habrá siempre un ámbito en el que todos podemos encon­
ha recomendado que
trarnos y compartir: la Palabra de Dios.
nos mantengamos
unidos en Cristo.
124
jSANTOS EN CONSTRUCCIÓN!

1. William Barclay, Comentario al Nuevo Testamento, t. 3, Marcos, Bar­


celona: Editorial CL1E, 1995, pág. 260.
2. Elena G. de White, Testimonio para los ministros, pág. 456.
3. Dietrich Bonhoeffer, Vida en comunidad, Salamanca (España): Edi­
ciones Sígueme, 1982, págs. 19-20.
4. Ibíd., pág. 88.
P E L IG R O :
Erto, aquello
q lo de M allá...
«Discutimos por nimiedades y hacemos
montañas de granos de arena. Al final,
la destrucción que ello provoca es
inexplicable para la poquita importancia
que tuvo su origen: una simple chispa que
provocó un trágico incendio devastador»
(Rafael Hernán Pérez).
as ilustraciones tienen la capacidad
casi insuperable de enseñarnos o
recordamos verdades que son a ve­
ces incómodas, pero que necesita­
mos tener en mente. La siguiente es
una de esas ilustraciones.
Una empresa de calzado había
abierto sus puertas recientemente
en la ciudad y, con el propósito de
atraer clientes, sus propietarios deci­
dieron convocar un concurso cuyo
ganador podría venir y retirar un par
de zapatos de su elección.
La convocatoria llamó la aten­
ción de muchos y finalmente el ga­
nador se presentó en el local de la
128
empresa para retirar su premio. Lo recibió un empleado
¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN!

situado junto a la puerta de entrada, quien le preguntó si


podía ayudarle en algo.
— Por supuesto — fue la respuesta del hombre , yo soy
el ganador del concurso y he venido para recoger el par de
zapatos que he ganado.
— Felicidades, es un honor conocerle y tenerle aquí en
nuestro local — respondió el empleado . Naturalmente,
estamos listos para entregarle su premio. Tenga la bondad y
pase al departamento de servicio al cliente y estoy seguro de
P E L IG R O :

que allí le dirán cómo recogerlo.


Impresionado con este recibimiento, el agraciado fue al
lugar señalado, donde le recibió una amable señorita. De
inmediato vino el saludo cordial y la pregunta:
— ¿En qué puedo servirle?
— Gracias — dijo él— , aquí todos son muy amables. He
venido a retirar un par de zapatos que he ganado en el con­
curso que ustedes celebraron.
— ¡Oh, es usted el ganador! — exclamó ella— , y ha ve­
nido a buscar su premio, claro.
— Así es, así es— respondió el señor, expectante.
— Fíjese bien — dijo la empleada— , nosotros tenemos
aquí un departamento que se encarga de los premios, de
modo que le voy a rogar que pase por favor a la siguiente
sección, en la cual le será entregado.
— Oh, ya veo— contestó el hombre, echando una mira­
da alrededor y dirigiéndose de inmediato al nuevo lugar.
Lo recibieron allí con amabilidad y al momento le pre­
guntaron:
— ¿Viene usted para recoger algún premio?
Así es dijo el señor, feliz de sentirse en el lugar
indicado.
Muy bien, dado que aquí fabricamos zapatos, co­
rreas y carteras, es necesario que me diga usted qué fue lo
que ganó.
— ¡Un par de zapatos!— contestó él.
129
Excelente, muy bien. Como se trata de zapatos, voy a

7. Esto, aquello y lo de más allá


pedirle que pase a la siguiente sección de nuestra empresa,
que es donde se ubica el departamento que entrega los pre­
mios cuando son zapatos.
— Guau, ya veo, impresionante— murmuraba el hom­
bre, mientras cam inaba a la siguiente sección del estable­
cimiento.
Allí, tras producirse de nuevo el saludo, llegó la corres­
pondiente pregunta:
— ¿Viene usted a recoger un par de zapatos?
— Así es— contestó.
— Vale, dígame solamente de qué color los quiere, ne­
gros o marrones.
— Oh, gracias por preguntar, tenga la bondad de darme
unos negros.
— Con gusto — replicó el empleado— , solo que voy a
pedirle que pase a la siguiente sección, pues ahí entregamos
los zapatos cuando son negros.
— ¿De verdad?— preguntó el señor, asombrado. Y lue­
go siguió hacia allá. Y al llegar, el empleado que lo recibió
le preguntó:
— ¿Usted quiere unos zapatos negros con cordones, o
sin ellos?
— Con cordones, por favor.
— Ah, entonces puede pasarse por la siguiente sección
de la empresa, pues ahí se entregan los zapatos con esa ca­
racterística.
En este punto el señor no podía creerlo, pero no le
quedaba otra, así que siguió adelante y cuando atravesó
la puerta que separaba una sección de la otra, se dio cuenta
de que ahora estaba de nuevo en la calle, fuera de la fábrica,
sin que nadie le hubiera entregado ningún regalo. Miró ha­
cia atrás, alrededor, contempló sus manos vacías, y se que­
dó con la vista fija en la puerta cerrada tras él, para luego
decirse: «[Bueno, no me dieron los zapatos, pero están bien
organizados!».
130
Ay, solo contar o leer esta historia cansa,.. Es inconcebi­
¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN!

ble que alguien pueda gastar tanto tiempo y recursos para


organizar algo que no sirva para nada. Es difícil creer que
haya personas u organizaciones que le den más importan­
cia al proceso para cumplir su misión que a la misión mis­
ma. Sería muy triste que de nuestra congregación tenga que
decirse lo que se dijo de la fábrica de zapatos de la historia.
Imagínate que alguien llegue a tu iglesia y se haga miembro
de ella para luego decirse: «Yo creo que es bueno estar aquí;
lo único es que no sé para qué».
P E L IG R O :

El riesgo de distrarse en el seno de la iglesia


Uno de los asuntos con los que Dios tiene que lidiar
cuando se trata de los santos en construcción que él tiene en
su iglesia, es el de la tendencia de esos santos a distraerse o a
dispersar su atención en cuestiones secundarias o incluso in­
significantes. Y mientras eso ocurre, el verdadero propósito
que tiene Dios con nosotros queda descuidado.
Personalmente, no creo que hoy en día haya muchas co­
sas que perjudiquen tanto a la iglesia como la distracción.
Muchas congregaciones están llenas de buenas personas
cuyo único problema es que se encuentran distraídas con
asuntos que, según ellas, son los más importantes, pero que
a la luz de la Palabra de Dios no se pueden incluir entre las
prioridades bíblicas para la iglesia.
El peligro en relación con las cosas secundarias es lo
cerca que están de las primarias, Al parecer, es por esto que
muchas congregaciones se confunden y se dejan distraer
por ellas. Algunas iglesias se parecen al hombre que, reco­
nociendo lo mal que usaba su tiempo, decía: «¡Lo malo de
esto es lo bien que me lo paso haciéndolo!». Así ocurre más
de una vez en las iglesias: sabemos que dedicarnos a ciertas
cosas no está bien, pero nos gusta gastar tiempo, dinero y
energías en esto, en aquello y en lo de más allá... Por este
motivo, podemos encontrarnos en nuestras congregaciones
131
desde pastores que no paran de moverse pero sin avanzar
realm ente, hasta m iem bros que están en todo menos en lo

7. Esto, aquello y lo de más allá


que tienen que estar.

Esto es algo real: la iglesia es tan buena, tan bonita y tan


necesaria, que es fácil distraerse mirándola, hablando de
ella, tratando de m ejorarla y m ostrándonos pendientes
de como esta, de qué le falta y qué le sobra. Hay lugares en
donde los m iem bros literalmente se pelean y llegan a divi­
dirse, discutiendo acerca de cómo debería ser la iglesia: el
tamaño, el color, el mobiliario, las reuniones, las finanzas,
la música, el estilo de adoración, la hora del culto, la forma
en que debe organizarse, los dirigentes, determinados as­
pectos de la m isión, la imagen, y hasta quiénes deben o no
llegar a ser parte de ella. Sin duda la iglesia engloba una te­
mática que despierta pasiones e incluso controversias.
C onocí personalmente una congregación que tenía dos
grandes hileras de bancos y, por lo tanto, tres pasillos por
los que las personas podían desplazarse hacia sus asientos,
el principal de los cuales era el de la parte central. Sin em­
bargo, este pasillo no podía usarse, porque varios de los di­
rigentes encargados del orden durante las horas de culto
habían llegado a la conclusión de que tenía que ser reserva­
do para el Espíritu Santo, el único con derecho a entrar por
ahí, de modo que ningún ser humano podía obstruir una
vía tan sagrada. Puedo asegurar que la seriedad de la con­
vicción de estos dirigentes solo era sobrepasada por la tena­
cidad con que la defendían en cualquier escenario. Y que La iglesia es tan
nadie cometa el error de pensar que fue fácil convencer a buena, tan bonita
estas nobles personas para que permitieran que el Espíritu y tan necesaria,
entrase por donde m ejor le pareciera, resolviendo por sí que es fácil
mismo cualquier problema de congestión de tráfico que en distraerse
contrara al hacerlo. mirándola.
Puede p arecem os infantil o hasta ridículo, pero no
por eso deja de ser una realidad que afecta a la calidad
de vida de la iglesia. Lo grave aquí es que hay personas
dentro de las congregaciones que dedican su tiempo y
132
todo su esfuerzo a hablar, discutir y hasta pelearse por
¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN!

asuntos sin importancia, o de importancia menor. Son


cuestiones que Dios no le ha pedido a nadie que atienda, y
ocuparse de ellas da lugar a que tanto esas personas como
la iglesia en su conjunto se distraigan de las cosas que real­
mente importan.
Como cristiano, nací y crecí en una congregación senci­
lla, amigable y misionera, pero que aun así batallaba para
no distraerse con asuntos que no son esenciales. Además de
los Diez Mandamientos, los profetas, la fe de Jesús y la doc­
P E L IG R O :

trina de los apóstoles, teníamos nuestras propias reglas que


nos aseguraban cómo ser una buena iglesia cristiana: nin­
gún hombre podía subir al púlpito para intervenir en el cul­
to si no usaba corbata (no te preocupes si no tienes; te sor­
prenderá conocer el legado que dejaron los hermanos ya
fallecidos a nuestro departamento de corbatas); ninguna
dama podía participar en el culto desde la plataforma si no
usaba medias y las medidas apropiadas de mangas, longi­
tud del vestido y demás; el programa de los jóvenes tenía
que llevarse a cabo desde la primera plataforma porque la
segunda era solo para el culto divino; la música tenía que
ser de ciertas características, siendo lo ideal para algunos no
usar acompañamiento grabado, mientras que los más libe­
rales lo permitían (eso sí, p. ej., en caso de usar la batería,
no debía hacerse notar mucho).
Creo que cada congregación puede elaborar su propia
lista de normas. Algunas serán comunes a unos y otros lu­
gares, otras serán exclusivas de cada uno de ellos. En todo
caso, parece que nos gusta asegurarnos de que la gente se
porte «bien».

Lo esencial y lo accesorio
Conviene aclarar, quizá, que estimo que muchas de estas
cosas tienen alguna importancia. El que una congregación
se ponga de acuerdo en ellas, entendiendo que así quedan
mejor reflejados sus valores cristianos, no tiene por qué ser
133
perjudicial Después de rodo, la iglesia es una familia y las
familias adoptan su s propias costum bres y acuerdos, los -cq

cuales no tienen que ser idénticos a los de otras familias en


ca
E
Con todo, parece evidente que estas cuestiones no alcan­ CL>
“O
zan la categoría de esenciales o fundamentales en la vida de O
la iglesia. No son, por m is que queramos dar la impresión
o
contraria, los recursos por medio de los cuales Dios produce "a3
Z3
O"
crecimiento espiritual en sus hijos e hijas. Así, el problema CO
o"
viene cuando alguien se empeña en contemplar, y en que los CO
LU
dem ás co n tem p len , estas cosas com o asuntos de vida o
muerte para la iglesia. El daño se deriva de que alguien trate
de im ponerlas por encim a de la dignidad y el valor de las
personas, o de que se pretenda usarlas como criterios para
definir lo que es o no es un cristiano. ¡Estas cosas no son el
reino de los cielos! Y muchas veces, lo que hacen es distraer­
nos de lo que realmente deberíamos tener presente para cre­
cer en Cristo.
Desde que él fundó su iglesia, la dotó de un propósito
fundamental. Ocurre con frecuencia, sin embargo, que tal
propósito es diluido o postergado por el montón de asuntos
que nos absorben com o iglesia. Como alguien escribiera:
«Si usted les pregunta a cien creyentes qué piensan que
debe hacer la iglesia, es posible que obtenga cien respuestas
diferentes».
La razón por la que debemos hablar de esto es porque
nos puede suceder a cualquiera de nosotros. Todos tenemos
algún tema o preocupación favorita. Una vez que tomamos La iglesia
una bandera en nuestras manos, lo natural será querer le­ es una familia,
vantarla y mostrarla. Una vez que creemos que algo es im­ y las familias
portante y hemos dedicado tiempo a profundizar en ello, lo adoptan sus propias
próximo será que deseemos hablar de ese asunto con otros costumbres
y llamar su atención hacia nuestra opinión al respecto. De y acuerdos.
esa manera se desarrolla en nosotros una tendencia tal vez
inconsciente a tratar de atraer a los demás hacia nuestro
terreno, y muchas veces estaremos dispuestos, si lo estima­
mos necesario, incluso a empujarlos o arrastrarlos.
134
Por supuesto, cuando pasamos por un proceso como
¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN!

este, la mayoría de las veces no creemos ni somos cons­


cientes de que estamos distraídos o perdiendo el tiempo y
haciéndoselo perder a otros. Todo aquello a lo que dedico
mi tiempo, mi esfuerzo y mi imagen será siempre algo im­
portante, esencial y urgente para mí. De hecho, tendemos
a pensar que creer y defender esas cosas nos define como
buenos cristianos o miembros de iglesia. Por esta razón, ta­
les asuntos tienen el potencial de dividir congregaciones,
familias y personas. Tan pronto creo que quien hace esto o
P E L IG R O :

aquello no es verdaderamente cristiano, es inevitable que


esa convicción termine afectando a la forma en que veo,
trato y me relaciono con esa persona.
El escritor y pastor cristiano Dallas W illard hizo un
diagnóstico acertado de la realidad de muchas congregacio­
nes hoy día, cuando escribió: «Lo que caracteriza a la mayor
parte de nuestras congregaciones locales, tengan muchos o
pocos miembros, es sencillamente la distracción. Los fraca­
sos de distintos tipos (y que tanto se comentan) que se ma­
nifiestan en ellas no son el problema esencial de las iglesias.
Se trata mucho más de un resultado que de una causa».1
La mentalidad del tipo «esto, aquello y lo de más allá» ha
tomado el centro de la vida de muchas congregaciones. Mu­
chos de sus miembros piensan que saben lo que necesita la
iglesia, lo que debe hacerse, y están listos para explicarlo y
trabajar duro hasta que se logre. Llega un momento en que
tantos expertos juntos, tal vez sin querer, crean un ambiente
donde se gasta más tiempo hablando de lo que debe hacerse
y cómo debe hacerse, que cumpliendo de hecho con el deber
de hacerlo. De algunas de estas iglesias podría decirse lo que
reza un viejo canto que se quejaba de que en el mundo las
personas dedican más tiempo a hablar que a actuar. Aquí
está el estribillo: «Y se gastan un millón, para las conferen­
cias, donde los hombres de ciencia discuten la situación.
Pero para tu información, terminaron la jornada y no llega­
ron a nada, solo fue una discusión».
135
Probablemente, el precio más alto que pagan estas igle­

7. Esto, aquello y lo de más allá


sias es el de no concentrarse en lo esencial para que el plan
de Dios en relación con sus hijos se cumpla dentro de su
pueblo. El precio de ver a los miembros desgastarse en dis­
cusiones estériles, mientras la voluntad de Dios no recibe la
misma atención y dedicación. Los santos que el Señor está
construyendo tienen que permanecer constantemente vigi­
lantes para no dejarse desviar del proceso mediante el cual
Dios los está convirtiendo en santos.
El centro de atención no han de ser las herramientas que
Dios usa con tal fin, ni los horarios, las formas, los colores
o tamaños. Desde que Aquel que comenzó la buena obra en
nuestras vidas derramó su gracia sobre cada uno de noso­
tros, hasta el día en que la concluya, lo más grande, lo más
lindo, lo único importante y lo esencial es él. Por él estamos
en la iglesia, él es el que nos mantiene en ella, de él es de
quien debemos hablar, a él es a quien debemos exaltar, des­
tacar e imitar. Todo lo demás es secundario, terciario, o de
orden aún menor. Así pues, hablemos de lo que nos ayude
a estar en Jesús.
Sin embargo, desde el mismo inicio de la historia del
cristianismo, ha habido en su ámbito personas que, hallán­
dose en la misma presencia de Cristo, han preferido cen­
trarse en otras cuestiones. La verdad es que en la iglesia hay
Los santos
muchos expertos en asuntos secundarios, y que todo lo abor­
que el Señor está
dan y contemplan desde esa perspectiva. Estoy de acuerdo
construyendo tienen
con Willard cuando dice que esta actitud es semejante a la
que permanecer
reflejada en la canción popular infantil que reza así:
constantemente
«Garito Pusy, ¿dónde has estado?
vigilantes para no
He ido a Londres a ver a la Reina
dejarse desviar del
Gatito Pusy ¿qué has visto en el palacio?
proceso mediante el
A un ratoncillo en una alacena».
cual Dios los está
Luego este autor se formula unas preguntas que debie­
ran hacernos pensar: «¿Por qué considerar al ratoncillo convirtiendo en
cuando tus ojos pueden mirar a la reina, a quien, al fin y al santos.
135
Probablemente, el precio más alto que pagan estas igle­

7 Esto, aquello y lo de más allá.


sias es el de no concentrarse en lo esencial para que el plan
de Dios en relación con sus hijos se cumpla dentro de su
pueblo. El precio de ver a los miembros desgastarse en dis­
cusiones estériles, mientras la voluntad de Dios no recibe la
misma atención y dedicación. Los santos que el Señor está
construyendo tienen que permanecer constantemente vigi­
lantes para no dejarse desviar del proceso mediante el cual
Dios los está convirtiendo en santos.

.
El centro de atención no han de ser las herramientas que
Dios usa con tal fin, ni los horarios, las formas, los colores
o tamaños. Desde que Aquel que comenzó la buena obra en
nuestras vidas derramó su gracia sobre cada uno de noso­
tros, hasta el día en que la concluya, lo más grande, lo más
lindo, lo único importante y lo esencial es él. Por él estamos
en la iglesia, él es el que nos mantiene en ella, de él es de
quien debemos hablar, a él es a quien debemos exaltar, des­
tacar e imitar. Todo lo demás es secundario, terciario, o de
orden aún menor. Así pues, hablemos de lo que nos ayude
a estar en Jesús.
Sin embargo, desde el mismo inicio de la historia del
cristianismo, ha habido en su ámbito personas que, hallán­
dose en la misma presencia de Cristo, han preferido cen­
trarse en otras cuestiones. La verdad es que en la iglesia hay
Los santos
muchos expertos en asuntos secundarios, y que todo lo abor­
que el Señor está
dan y contemplan desde esa perspectiva. Estoy de acuerdo
construyendo tienen
con Willard cuando dice que esta actitud es semejante a la
que permanecer
reflejada en la canción popular infantil que reza así.
constantemente
«Gatito Pusy, ¿dónde has estado?
vigilantes para no
He ido a Londres a ver a la Reina
dejarse desviar del
Gatito Pusy ¿qué has visto en el palacio?
proceso mediante el
A un ratoncillo en una alacena».
cual Dios los está
Luego este autor se formula unas preguntas que debie­
convirtiendo en
ran hacernos pensar: «¿Por qué considerar al ratoncillo
cuando tus ojos pueden mirar a la reina, a quien, al fin y al
santos.
136
cabo, es a quien fuiste a ver? ¿Por qué buscar algún aspecto
P E L IG R O : ¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN!

periférico... cuando puedes acercarte a Jesús que está en

medio de su pueblo?».2

Cristo y los apóstoles nunca


se desviaban de su misión
Siendo el fundador de la iglesia, Cristo fue tentado muchas
veces a distraerse de su ministerio hacia asuntos secundarios.
Pero nuestro Señor jamás permitió que tal cosa ocurriera.
Siempre rechazó tales intentos, en ocasiones lo denunció
como un evidente ataque de Satanás, y fue muy directo en
sus respuestas cuando alguien trató de arrastrarlo fuera de
su misión.
Desde niño, Jesús les hizo saber a sus parientes terrena­
les que para él lo primordial era dedicarse a los negocios de
su padre celestial (ver Luc. 2: 49). Tan pronto comenzó su
ministerio terrenal, venció de manera notable las tentacio­
nes que Satanás puso ante él con el propósito de distraerlo
del plan de salvación que venía a ejecutar (Luc. 4: 1-12).
Durante sus años de actividad pública, mostró un com­
promiso ilimitado con la voluntad de Dios. Cuando alguien
se acercó a él a pedirle que interrumpiera su labor y que
atendiera a sus familiares, los cuales le estaban buscando,
respondió que cumplir la voluntad de Dios era lo primero
(ver Mat. 12: 46-50). Hablando con la samaritana, no per­
mitió ser arrastrado a los dimes y diretes de una vieja renci­
lla entre samaritanos y judíos (Juan 4: 1-42). Cuando un
hombre vino a él para pedirle que intercediera en su favor,
a fin de resolver un problema relacionado con una herencia,
dejó bien claro que ese no era su trabajo (Luc. 12:13-14). A
quienes quisieron arrastrarlo a opinar sobre política, im­
puestos y respeto al gobierno, les replicó que debía haber
una clara distinción entre la iglesia y el estado (Mar. 12:17).
Cuando aun sus propios discípulos le animaron a no per­
mitir que lo crucificaran, denunció a Satanás como el poder
137
que estaba impulsando a Pedro a decir y creer esas cosas

7 Esto, aquello y lo de más allá


(Mar. 8. 32), e incluso rechazó su propio miedo a morir, op­
tando por someterse a su Padre Dios hasta la muerte en una
cruz (Luc. 22: 42).
Cristo no solo rechazó ser distraído de su misión por
otros asuntos, sino que cada vez que pudo dejó bien claro
cuál era su misión y qué había venido a hacer en este mun­
do. He aquí algunas de sus memorables declaraciones que lo
retratan como un hombre centrado y concentrado en su mi­

.
sión: «El Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que se
había perdido» (Luc. 19: 10). «Mi comida es que haga la vo­
luntad del que me envió» (Juan 4: 34).
Después de la ascensión del Señor al cielo, sus discípu­
los quedaron con la responsabilidad de dar continuidad a
su obra por medio de la iglesia y bajo la dirección del Espí­
ritu Santo. Y cuando uno se fija en el relato del Nuevo Tes­
tamento, encuentra más de un episodio que ilustra cómo el
enemigo trató de distraer a la iglesia de lo que es realmente
esencial para ella.
Una de las primeras situaciones de este tipo fue el pro­
blema que se suscitó entre judíos y griegos por causa de lo
que estos últimos interpretaban como una atención injusta
y prejuiciada hacia sus viudas. El caso fue atendido con sa­
biduría, y los dirigentes mostraron en tal ocasión que nadie
debía esperar que ellos descuidasen la oración y la predica­
ción de la Palabra para dedicar su tiempo a los asuntos que,
siendo importantes, no constituían la tarea fundamental de
su misión (ver Hech. 6: 1-5).
El mismo libro de Hechos nos informa también del
concilio que fue necesario celebrar para definir algunos
asuntos que estaban distrayendo a la iglesia en su avance
en territorio gentil (Hech. 15: 1-35). Muy temprano tam­
bién, en la historia de la iglesia primitiva, los apóstoles
fueron amenazados y coaccionados por los dirigentes políti­
cos y religiosos de la época para que dejasen de predicar el
138
P E L IG R O : ¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN!
evangelio. Pero aquellos ataques no los disuadieron, sino
que proclamaron que obedecerían ante todo siempre a Dios
(Hech. 5: 29).
Los principales apóstoles tuvieron que enfrentar dis­
tracciones de diferente índole en su ministerio personal.
Por ejemplo, de índole teológica. Juan advirtió a los herma­
nos contra la desorientación que podían causar aquellos
que enseñaban que Jesús no se había humanado realmente
sino que solo era una apariencia. Su consejo fue que ni si­
quiera los recibieran en sus casas (ver 2 Juan 1: 7-10). Tam­
bién advierte la Palabra contra distracciones de índole mo­
ral, como cuando Judas recordó a sus lectores que «en el
último tiempo habrá burladores que andarán según sus
malvados deseos» (Judas 1- 18).
Sin duda, quien más tuvo que lidiar con este tipo de si­
tuaciones, debido a la naturaleza de su ministerio, fue el
apóstol Pablo. A él le tocó encarar a los hermanos judíos que
luchaban por imponer la observancia de las prácticas judai­
cas a los gentiles que se hacían cristianos (Gál. 6: 11-15; Fil.
3: 1-3). Le tocó enfrentar la división causada entre los her­
manos de la iglesia de Corinto, por su afán de identificarse
con uno u otro líder que les parecía el más importante
(1 Corintios 3). Tuvo que hacer frente a la gran distracción
que originaron los hermanos de Roma al ponerse a discu­
tir sobre sus opiniones personales (Romanos 14).
También amonestó a los hermanos de Tesalónica que
estaban siendo distraídos por algunos que decían haber re­
cibido una visión del Espíritu, o indicaciones del propio
Pablo en el sentido de que la venida del Señor ya había ocu­
rrido (ver 2 Tes. 2: 1-3 DHH). Y asimismo el apóstol tuvo
que pedir a Timoteo que instruyera a los hermanos de la
región de Macedonia para que no se pusieran a enseñar
ideas falsas, ni tampoco prestaran atención a cuentos e in­
dagaciones interminables acerca de los antepasados, ya
que esas cosas, según Pablo, solamente n 139
sión y no ayudan a conocer el H ■ CVan a a c*lscu-

7. Esto, aquello y lo de más allá.


vive en la fe Q T in , ! 3-4) 'g ° * ^ “

Además a Timoteo (4: 7) le aconseja que no haga caso de


cuentos mundanos y tontos, y al despedirse en fa cana
reaera que evtte .la s profanas pláticas sobre cosas vanas y
los argumentos de la falsamente llamada cencía, la cual
profesando algunos, se desviaron de la fe» (6: 20-21)
Como cabe apreciar, la historia de la iglesia puede verse
también desde la perspectiva de una lucha constante por
parte del enemigo por tratar de distraerla y hacerle olvidar
o descuidar sus fundamentos y su fe esencial. Esa historia
ha mostrado que Satanás ha usado indistintamente medios
externos e internos a la propia iglesia, y que siempre lo ha
hecho con el mismo objetivo en mente: desviar la atención
de los hijos de Dios.

Cómo evitar las distracciones


Hay una vieja historia acerca de un granjero que una ma­
ñana decidió arar la sección sur de su finca. El tractor nece­
sitaba combustible, de modo que se encaminó al establo a
buscarlo, pero en el trayecto advirtió que no había dado de
comer a los cerdos. Cerca del depósito de maíz había un
montón de bolsas, lo cual le recordó que las papas esta a
brotando. Pero camino al pozo de las papas pasó delante de
la leñera y recordé que el fuego de la cocina “ estab"
miendo. Mientras cargaba la leña, vio una g * ™
dejó caer la leña para atender a la g alina- ■
ta el final del dta, sin haberte puesto el combustible a.

ni haber arado el campo^ evitar que la cul.


¿Qué será lo que podemo <Est0 es lo que
tura del .Yo opino», «A “ ‘ “ j e cada día en la iglesia? ¿Fo-
pienso» se convierta en d p ^ ^ gula que nos
demos encontrar en la ratao supuesto que
ayude a enfrentar esta dañina ten en que Cristo
sí! La solución a todo esto está ligada
140
ha dado a su iglesia. Con tal de que sus miembros asuman
P E L IG R O : ¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN!

el compromiso de mantenerse fieles y ocupados en el cum­


plimiento de esa misión, en esa misma medida la iglesia se
irá viendo libre de distracciones y perderán su encanto las
cosas sin importancia, así como las preferencias personales.
Lo primero que nos puede librar de tanta distracción es
el reconocimiento de que la iglesia tiene un Dueño, de que
ese Dueño la hizo con un propósito, y de que para lograrlo
le asignó una misión. Si esto está claro, también lo estará
que la congregación no es un espacio para venir a filosofar,
opinar o discutir sobre lo que se le ocurra a cada cual. Fren­
te a ello, la iglesia es un ámbito en el cual Dios está llevando
a cabo su plan de salvar a la raza humana, y nos ha traído a
ella para que en primer lugar experimentemos esa salvación
en Cristo, y en segundo lugar para que colaboremos avisan­
do a otros de que la oferta de salvación divina es también
para ellos.
Así que el tema de discusión en la iglesia debe ser la mi­
sión que Dios nos ha dado. En eso debemos estar ocupados,
en eso debemos gastar el tiempo, el dinero, las energías y
todo lo demás. Por eso debemos organizamos, orar, ayunar
y estudiar la Palabra. Porque necesitamos todos los recursos
de Dios para cumplir su obra. ¿Cómo puede pretender na­
die que, con semejante compromiso, a la iglesia le quede
tiempo para discutir sobre preferencias individuales o para
distraerse con ideas que alguien tiene en su cabeza?
La congregación Lo más interesante de m antenem os concentrados en
no es un espacio para la misión que Dios nos ha dado es que, al llevarla a cabo,
venir a filosofar, él genera crecimiento espiritual en nuestras vidas y, por
opinar o discutir extensión, en la iglesia. Cuando Jesús encom endó a sus
sobre lo que se le discípulos de todas las épocas la Gran Com isión , no solo
ocurra a cada cual les estaba asignando una inagotable tarea; también estaba
iniciándolos en un proceso no menos permanente de cre­
cimiento espiritual, y proveyéndoles una manera de man­
tenerse conectados con él todos los días hasta el fin del
mundo.
141
Nuestra misión se resume en estas palabras: «Jesús se

7 Esto, aquello y lo de más allá,.


acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el
cielo y en la tierra. Por tanto, id y haced discípulos a todas
las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo
y del Espíritu Santo, y enseñándoles que guarden todas las
cosas que os he mandado. Y yo estoy con vosotros todos los
días, hasta el fin del mundo» (Mat. 28:18-20).
Es posible que aunque seamos conscientes de este en­
cargo divino, nos sintamos tentados a fijar la atención en
otras cosas que también son positivas, y sintamos la necesi­
dad de hacerlas. Pero incluso para lograr esas cosas buenas
que tanto deseamos, la clave está en mantenernos orienta­
dos hacia lo que es esencial desde el punto de vista divino.
Sinceramente creo que pecará de orgullo cualquier con­
gregación que gaste sus recursos en otra cosa que no sea la
misión que Dios nos dio. Solo una iglesia necia y desubicada
se dejaría distraer por otros asuntos y descuidaría el cumpli­
miento de una tarea que no solo glorificará a Dios, sino que
traerá salvación para la propia iglesia.
Los santos que Dios está construyendo deben mante­
nerse concentrados en la misión por su propio bien. Si des­
cuidan esta tarea, se enredarán en otras, dejarán de progre­
sar espiritualmente y empezarán a crecer en desacuerdos,
superficialidad, orgullo, pleitos y divisiones. Espero que ha­
yas notado que ninguno de estos últimos son frutos del Es­

píritu Santo.
Cumplir la misión de hacer discípulos en todas partes es
una tarea que desarrolla la espiritualidad de los que se invo­
lucran en ella. Desplazarse donde sea necesario, buscar a las
personas, entregarles el mensaje de salvación, darles
venida en la iglesia a los que crean a través del bautismo,
comprometemos a seguir ensenándoles todas las cosas que
Dios nos ensenó, y hacerlo todo dependiendo del poder
de Dios m ientras reconocem os su permanente presencia
142
entre nosotros, eso es lo que cada iglesia necesita para crecer
P E L IG R O : ¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN!

espiritualmente y llegar a ser un espacio donde las personas


vivan una experiencia de salvación.
¿Qué otra cosa puede unirnos más, puede incitarnos
más a depender de la oración, del estudio de la Biblia y de
buscar el poder del Espíritu Santo? He aquí la tarea de las
tareas, el asunto clave de la iglesia, lo fundamental, lo esen­
cial, lo que importa, lo que traerá vida, lo que edificará a to­
dos y nos hará crecer en Cristo.
Si alguien quiere hablar, este es el tema: ¡La misión! Si al­
guien quiere ayudar, que nos ayude con esto. Si alguien tie­
ne un plan, que sea para darle cumplimiento a esto. Y si
alguien está disponible, lo necesitamos para cumplir la mi­
sión. Fuera de ella, con todo el amor del mundo pero con fir­
meza, deberíamos hacer caso a los consejos que han dado
los hombres de Dios inspirados por el Espíritu Santo: «Si al­
guno viene a vosotros y no trae esta doctrina, no lo recibáis
en casa ni le digáis: “¡Bienvenido!”, porque el que le dice:
“¡Bienvenido!” participa en sus malas obras» (2 Juan 1:10-11).
«Así que vosotros, amados, sabiéndolo de antemano, guar­
daos, no sea que arrastrados por el error de los inicuos cai­
gáis de vuestra firmeza» (2 Ped. 3: 17). «Evita las cuestiones
necias, como genealogías, contiendas y discusiones acerca
de la Ley, porque son vanas y sin provecho. Al que cause di­
visiones, después de una y otra amonestación deséchalo,
sabiendo que el tal se ha pervertido, y que peca y está con­
denado por su propio juicio» (Tito 3: 9-11).
Nuestro Señor Jesucristo dijo: «Yo soy el camino, la
verdad y la vida; nadie viene al Padre si no es por mí»
(Juan 14. 6). Esa es nuestra bendita esperanza y por lo tan­
to debe ser nuestra única meta, llegar a la casa del Padre, el
reino de los cielos. Muy pronto será ese día. Y cuando lle­
guemos, nadie estará interesado en dar su opinión, o en lu­
char para que las cosas se hagan de acuerdo con sus gustos.
Ese día, ninguna congregación tendrá preguntas ni discu­
siones acerca de cosas sin importancia, porque entonces lo
143
único que cada uno de nosotros querrá hacer es poner su

7. Esto, aquello y lo de nr.ás alia


corona a los pies del precioso Salvador que dio su vida por
nosotros. Ese día lo único que se le ocurrirá decir a cada
congregación, de forma unánime y a coro será: «¡He aquí
viene nuestro Dios, le hemos esperado y ahora él nos sal­
vará!».
Se me ocurre proponer que ese sea nuestro sentir desde
hoy.

1. Dallas Willard, Renueva tu corazón: Sé como Cristo, Barcelona: Edi­


torial CL1E, 2 0 0 4 , pág. 300.
2. íbid., pág. 315.
Para cuando
nos peleemos
«La mayoría de las personas gastan más
tiempo en hablar de los problemas
que en afrontarlos»
(Henry Ford).
«No podemos resolver problemas usando
el mismo tipo de pensamiento
que usamos cuando los creamos»
(Albert Einstein).
147

Para cuando nos peleemos


ios sabe que vamos a pelearnos! Y
lo sabe no solo porque es omnisa­
piente, sino porque nadie ignora
que es imposible juntar a seres hu­
manos en un mismo lugar sin que
surjan desacuerdos y quejas entre
ellos. Las posibilidades de que haya
conflictos entre los hermanos de la
iglesia son al menos tan altas como
el número de miembros de cada
congregación, y tan variadas como
sus temperamentos. Aunque en úl­
tima instancia todos estos proble­
mas son resultado del trabajo del
enemigo de Dios, deberíamos tam­
bién reconocer que a nosotros no
se nos da nada mal generarlos y
mantenerlos. El apóstol Santiago
148
P E L IG R O : ¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN!

estaba dispuesto a reconocer esa realidad, cuando pregun­


tó: «¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre voso­
tros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en
vuestros miembros?» (Sant. 4: 1).
Hay ocasiones en que estos desacuerdos pueden solu­
cionarse de manera relativamente fácil en el ámbito de la
iglesia, en especial cuando se trata de inconvenientes cau­
sados por diferencias sobre cómo desarrollar los distintos
programas y actividades de la congregación. Pero cuando
estos problemas son fruto de ofensas personales, pleitos en­
tre grupos en conflicto, heridas causadas por alguna trai­
ción u otro tipo de maltrato, entonces la situación puede
llegar a ser potencialmente muy peligrosa para la salud es­
piritual de la iglesia, ya que con frecuencia los actos men­
cionados producen resentimientos, divisiones, y en ocasio­
nes incluso odio. Todo esto, sin duda, destruye el ambiente
de paz y unidad que es tan necesario para que la obra de
Dios pueda avanzar conforme a su plan.
Las ofensas y heridas pueden dañar a cualquier miem­
bro de la iglesia sin importar su edad, sexo, su estatus so­
cial, ni tampoco el tiempo que lleve en la congregación o
la responsabilidad que tenga en su seno. Recientemente
supe de una jovencita de la iglesia con apenas quince
años que decía odiar a su padre debido a que este había
abandonado a la familia para irse a vivir con otra persona.
Asimismo, una mujer adulta luchaba con el resentimien­
to anidado en su corazón en contra del hombre que fue
su primer marido. El maltrato que recibió durante esa re­
lación no le permitía disfrutar de su comunión con Dios,
ni tampoco de su relación con su nuevo esposo. Y eso que
este último, como reconocía ella misma, era un hombre no­
ble y cariñoso.
Estas historias parecen reproducirse continuam ente,
marcando aquí y allá a muchísimas personas que van por
la vida heridas por alguna ofensa, o llenas de resentimien­
to. No hace mucho me enteré de la historia de un hombre
que había sido desde siempre miembro de la iglesia, pero

Para cuando nos peleemos


cuya vida ahora estaba hecha un desastre, y su experiencia
cristiana en su peor momento, debido a que tenía serias
dudas acerca del comportamiento de su esposa. Y situacio­
nes com o estas también se les presentan a quienes tienen
la responsabilidad de dirigir la iglesia en todos los niveles.
Hay pastores que están muy resentidos y hasta enemista­
dos con otros colegas que, según ellos, les han dañado u
ofendido.
Lo relevante aquí es que a todos se nos da muy bien pe­
leamos, ofendem os y resentimos. La iglesia es, ciertamen­
te, el teatro de la gracia divina y el laboratorio en donde
Dios mismo está llevando a cabo el más grande de los ex­
perimentos de gracia y transformación de pecadores débi­
les e imperfectos, para convertirlos en santos perdonados y
redimidos. Es también, sin embargo, el espacio donde esos
santos chocan unos con otros y eventualmente se laceran y
hieren mientras encuentran el lugar donde pueden encajar
dentro del cuerpo de Cristo.

Cómo afrontar nuestras diferencias,


según la Palabra
No fue precisamente por el gran amor que se tenían
unos a otros por lo que Pablo dijo a los gálatas: «Si os
mordéis y os coméis unos a otros, mirad que también no
os destruyáis unos a o tro s. (Gál. 5: 15). Tampoco creo
que tal consejo solo se pueda aplicar a los hermanos de
Galacia, porque lo de «morderse» y «comerse» son ejer­
cicios que se practican todavía hoy. Asi que al inspirar a
Pablo a escribir esto, Dios está reconociendo que dentro
de su iglesia habrá quejas, conflictos y pleitos. Aunque él
no hizo la iglesia para eso, al darnos entrada en ella, asu-
mió que tal sería la realidad.
No hay nada en la Biblia que nos haga pensar que Dios
vea necesario abandonar o rechazar a su pueblo debuto a
150
P E L IG R O : ¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN!
la presencia de conflictos en su seno. De hecho, esto no es
un problema de la iglesia como institución divina, sino
de las personas que la integramos. La gente se pelea sea
miembro de ella o no, y cuando el Señor decidió crearla
para invitarnos a integrarnos en ella, sabía que traeríamos
nuestras «situaciones» con nosotros. Por eso lo que Dios
decidió fue proveernos sabiduría de lo alto para manejar
esa realidad de forma distinta a como lo hacíamos antes de
venir a la iglesia.
La instrucción que tenemos de Dios para hacer frente a
los pleitos, desacuerdos, ofensas y daños irreparables entre
nosotros, está bien sintetizada en la Carta a los Colosen-
ses: «Vestios, pues, como escogidos de Dios, santos y ama­
dos, de entrañable misericordia, de benignidad, de humil­
dad, de mansedumbre, de paciencia. Soportaos unos a
otros, y perdonaos unos a otros si alguno tuviere queja
contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así tam­
bién hacedlo vosotros» (3: 12-13).
Creo que estos textos recogen buena parte de lo que
la persona que es miembro de una congregación debe sa­
ber acerca de la doctrina bíblica del perdón. De hecho,
debido a quienes formamos la iglesia de Cristo en este
mundo, no es posible el funcionamiento de la misma sin
una aceptación y práctica de esa doctrina bíblica. Para
salvarnos fue necesario que Dios inventara el perdón; y
para que los salvos puedan vivir juntos en este mundo, el
Señor nos advierte que entre nosotros tendremos que ha­
cer lo mismo que él hizo con nosotros: es decir, perdo­
narnos.
Lo que Pablo está indicando a los colosenses es que
para que la iglesia llegue a ser lo que Dios se ha propues­
to que sea, es importante que entendamos que, aunque el
Señor nos recibe en ella tal como estamos, no es su plan
dejarnos así. Antes bien, de inmediato él activa en noso­
tros un proceso de santificación que dura toda nuestra
existencia. Proceso que tiene como finalidad ayudarnos
a conocer la buena voluntad de Dios, agradable y perfec­

Para cuando nos peleemos


ta, y a escogerla como nuestro modelo de fe y práctica, en
lugar de guiarnos por las costumbres de este mundo (ver
Rom. 12: 2).
Es por eso que una vez que estamos en la iglesia, Dios
espera que incorporemos una serie de valores que él aprue­
ba y que, practicándolos, nos convirtamos en nuevas cria­
turas por su gracia. La lista de valores cristianos que ofrece
Pablo en su Carta a los Colosenses incluye la misericordia,
la bondad, la humildad, la mansedumbre y la paciencia. Es
muy fácil ver en esta carta una relación directa entre los va­
lores cristianos y los frutos del Espíritu que enumera el pro­
pio Pablo en Gálatas 5: 25.
Al constatar esta relación, deberíamos entender que, por
ejemplo, la capacidad para practicar el perdón y cualquier
otro de los valores cristianos solo está presente en aquellas
personas que han entregado el control de sus vidas al Espí­
ritu de Dios. Por lo tanto, es el Espíritu quien produce en su
existencia los frutos o valores, necesarios para practicar el
perdón. Pablo no da lugar a entender que la búsqueda de
estos valores sea algo opcional, sino que los presenta como
un mínimo esperable en todos los que han sido escogidos
por Dios para vivir una vida consagrada a él. Así pues,
tener estos valores no nos hace cristianos, sino que es la
señal de que lo somos.
Luego el apóstol, en Colosenses 3: 12-13, pasa a expli­
carnos para qué nos servirá enfundarnos todos esos ves­
tidos espirituales. No es sino para poder soportar a los
demás y para poder perdonar a aquellos de cuyo compor­
tamiento tengamos justos motivos de queja.
En realidad, si nos fijamos bien, entenderemos que en
estos textos hay un plan muy sabio de parte de Dios para
que su iglesia sea radicalmente distinta al mundo que la
rodea. En primer lugar, él nos dice que debemos soportar­
nos unos a otros. Por eso nos pide que, una vez aceptamos
ser hijos suyos, nos vistamos de paciencia, mansedumbre,
152
humildad, misericordia y bondad, dado que todos los que
P E L IG R O : ¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN!

estamos en la iglesia somos personas con defectos y debi­


lidades. Quien forma parte de ella ha de tener la paciencia
y la mansedumbre necesarias para convivir con personas
con esas características y aceptarlas tal como son; pero
también la humildad para reconocer que los demás tienen
igualmente que convivir con nosotros y aceptarnos. Así
que Dios pide que en la iglesia nos soportemos. La palabra
griega que se ha traducido como «soportar» significa tener
disposición a cargar con las faltas ajenas que nos causan
irritación.

La importancia de la tolerancia y del perdón


En el citado pasaje de Colosenses, Pablo no habla nece­
sariamente de personas que te han ofendido, tal vez ni si­
quiera te hayan hecho algo malo. Puede que solo su forma
de hablar, de caminar, de actuar, de vestirse, de comer, de
reírse, de levantarse, de sentarse, o tal vez su prominente
barriga, o su estilizada figura, su cabeza calva o su larga
cabellera, o quizá su forma de predicar, de cacarear las
ofrendas que dan y su régimen vegetariano..., acaso sea
eso lo que te molesta, lo que te irrita. ¿Qué vas a hacer? Esa
persona es parte de tu congregación y no te gusta cómo es,
¿qué harás?
Dios te dice que no te vayas de la iglesia, ni expreses que
algo anda mal con esa persona. No trates de cambiarla, no
El perdón es una la critiques hablando con otros. Lo que tienes que hacer es
medida para casos amarla y soportarla. Esto quiere decir que aceptes a esa per­
extremos, mientras sona como es, que asumas que Dios la trajo así tal cual a su
que soportarnos unos iglesia, y que por tanto tiene el mismo derecho que tú a es­
a otros es algo para tar ahí. Por amor y gratitud al Señor que te ha conducido a
todos los días y todas su iglesia, aun cuando tú también tienes cosas que desagra­
las circunstancias. dan a otros, se espera que decidas soportar lo que te disgus­
ta; es decir, que no centres tu atención en tales detalles, ni
los magnifiques, sino que enfatices la gracia y el amor de
Dios en la vida de esa persona y en la tuya.
153
¡Eso es maravilloso! Merecería que reflexionásemos más

Para cuando nos peleemos


en ello y lo realzásemos mucho más dentro de la iglesia. Es
algo que nos distingue del mundo: nos soportamos por amor
a Dios y por gratitud a lo que él ha hecho por nosotros. Re­
sulta interesante notar, por cierto, que entre nosotros, com­
parativamente, hablamos mucho del perdón y poco de so­
portarnos unos a otros. Pero deberíamos reconocer que el
perdón es una medida para casos extremos, mientras que so­
portarnos unos a otros es algo para todos los días y todas las oo
circunstancias.
A mi entender, nadie debería hacerse miembro de la
iglesia sin comprometerse a aceptar a aquellos que no sean
de su agrado, tolerando sus posibles defectos. Hacer lo con­
trario es el anuncio seguro de futuros problemas, pleitos y
enemistades. Es absurdo venir a la iglesia esperando que
todos nos resulten afines o que nada nos va a molestar o a
causarnos disgusto. Por eso, una de las primeras cosas que
debe aprender un cristiano en relación con su pertenencia
a la iglesia es la de desarrollar el buen hábito de soportar a
los demás, «vistiéndose» de los valores cristianos.
Ahora bien, ¿qué hacer si alguien en la iglesia, sea que
nos agrade o no, nos ofende, nos traiciona, o nos daña?
Para estos casos Dios no te pide solo que lo soportes, sino
que lo perdones. Esto resulta increíblemente difícil para
nosotros, pero es el plan divino para darnos una vida to­
talmente distinta a la que teníamos cuando estábamos
muertos en delitos y pecados. El perdón es un invento de
Dios, es algo extraño y ajeno a nosotros. No hay nada en Es absurdo

nosotros ni en los demás que lo merezca, y por eso se per­ venir a la iglesia
dona siempre al que no se lo merece. Pues si alguien me
esperando que todos
redera ser perdonado, entonces más bien lo que debería
nos resulten ajines
o que nada nos
hacerse es disculparlo, porque tuvo una razón para hacer
va a molestar
lo que hizo. De ahí que el perdón nunca sera algo lógico
o a causamos
para nosotros y nunca nos sentiremos naturalmente indi
disgusto.
nados a practicarlo. Tal y como observó C. S. Lewis. «Todo
el mundo dice que el perdón es una hermosa idea hasta
flue tiene algo que perdonar».1
154
En realidad la única explicación que tiene el perdón es
P E L IG R O : ¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN!

que se trata de una orden arbitraria que Dios ha dado a sus


hijos escogidos, santos y amados. Así pues, el perdón solo
se justifica por esa orden divina. De hecho, el Señor es el
único ejemplo que tenemos de lo que significa perdonar.
El perdón no existe fuera de Dios. El ser humano funciona
bajo la ley de la retribución, que postula que por cada ac­
ción habrá una reacción, que cada uno cosecha lo que siem­
bra, y que cada cual es libre de hacer lo que quiera pero no
puede cambiar el resultado.
Solo Dios decide no retribuir al ser humano en función
de lo que merecía cuando pecó, solo Dios nos ha hecho
cosechar vida eterna en Cristo aun habiendo sembrado
maldad y pecado, y solo Dios cam bió las circu n stan cias
para que pudiéramos recibir lo que no merecíamos. Todo
esto puede decirse con una sola frase: ¡Dios nos perdonó!
En razón de ello, el perdón solo pueden practicarlo perso­
nas cuyos corazones encuentran su motivación para ha­
cerlo en el ejemplo divino, y por eso Pablo term ina su
consejo a los colosenses diciendo: «De la manera que Cristo
os perdonó, así también hacedlo vosotros» (Col. 3: 13).
Cuando al ser humano lo hieren u ofenden, su recurso
para responder se llama venganza. Aunque sus efectos son
amargos y dañinos, esta respuesta humana tiene un sabor
dulce para quien la aplica. De hecho, nos gusta hablar de
la «dulce venganza». Hay una simpática anécdota acerca
de un hombre llamado Dave Hagler, que era árbitro en
El perdón solo una liga de béisbol recreativa. Lo detuvieron en un pueblo
pueden practicarlo del estado de Colorado, en los Estados Unidos, por ir con­
personas cuyos duciendo demasiado deprisa por la nieve. Hagler hizo todo
corazones lo que pudo para tratar de convencer al policía de que no le
encuentran su pusiera la multa. Le habló de su preocupación por un posi­
motivación para
ble aumento en la póliza de su seguro del auto, y le hizo sa­
hacerlo en el
ber que normalmente él conducía con prudencia y mucho
ejem plo divino.
cuidado. Pero el agente no tuvo en consideración nada de lo
que Dave le dijo, y le indicó que si no le agradaba sufrir
aquella sanción, podía llevar el asunto a los tribunales.
U siguiente temporada de béisbol, ya en el primer ju e­

Para cuando nos peleemos


go, Dave Hagler estaba arbitrando detrás de los bateado­
res, y el primero en venir a batear, aunque te cueste creer­
lo, fue el policía de la multa. En cuanto este se acercó, se
reconocieron mutuamente. Se hizo un largo silencio y lue­
go el policía le preguntó a Dave: «¿Y cómo le fue con lo de
la multa?». Hagler le respondió: «Más le vale que le tire a
dar a todo lo que le lance el pitchen.2 Ah, qué bueno, has-
ta yo estoy disfrutando con ese momento de la dulce ven­
ganza de D ave...
Pero, hablando en serio, más allá de recordarle a un
policía que no es mala idea dar una oportunidad al que fa­
lla y se arrepiente, tenemos que reconocer que la respues­
ta humana de la venganza lo único que ha hecho es con­
vertir este mundo en un triste círculo vicioso de ofensas,
heridas, maltratos, traiciones, dolor, resentimiento, odio y
muerte. Todo esto porque vivimos bajo la ley de «El que
me busca me encuentra», «El que la hace la paga» y otras
por el estilo.
Si rastreamos en la Biblia, encontraremos que el pri­
mer acto de intolerancia, de resentimiento, odio y vengan­
za fue cometido por Caín contra su hermano Abel (ver
Gén. 4: 1-8). A partir de entonces se estableció un prece­
dente maldito entre los humanos, consistente en resolver
sus diferencias mediante el modelo cainita, basado en la
venganza. Pero desde el principio, esa forma de proceder
fue rechazada por Dios (Gén. 4: 9-15). De hecho, antes del
modelo vengativo de Caín, Dios había establecido el mo­
delo del perdón, cuando proveyó una salida a la caída de
Adán y Eva en el pecado (Gén. 3: 8-24). No ha de extra­
ñarnos que fuera precisamente un descendiente directo
de Caín quien convirtiera su modelo en una especie de
ley. Dicha persona se llamó Lamec y esta es la ley que es
tableció: «Si siete veces será vengado Caín, Lamec lo sera
setenta veces siete» (Gén. 4: 24).
No hay duda de que a Lamec le resultaba dulce la ven­
ganza. Él no era el tipo de policía con el que tú querrías
156
P E L IG R O : ¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN!
encontrarte el día en que vayas un poco más rápido de lo
que permite la ley, ni tampoco el árbitro que desearías te­
ner detrás cuando vas a batear. Lo de Lamec no era una
simple reacción contra una acción puntual, sino que la
venganza era su estilo de vida y estaba dispuesto a ejer­
cerla en cada oportunidad que le fuera posible. Desde en­
tonces, no solo hemos heredado de Lamec el desastre de
la poligamia; también, la tragedia de aceptar como válida la
idea de que por cada acto contra nosotros debemos res­
ponder igual o aún peor. Ciertamente este Lamec dejó el
mundo muchísimo peor que como lo encontró.
Pero Dios es el mismo ayer, hoy y por los siglos de los
siglos (ver Heb. 13: 8). La ley de Lamec es de hechura hu­
mana y no representa la voluntad divina porque se basa
en la venganza. La ley de Dios para las relaciones entre los
humanos está basada en el perdón. Él nos ha tratado de
acuerdo con ella, y nos pide que hagamos lo mismo entre
nosotros. Miles de años después de que Lamec dijera que
se vengaría setenta veces siete de cualquiera que lo hiriera,
Jesús, el Hijo de Dios, enseñó a uno de sus discípulos que
al que nos hiriese había que perdonarle setenta veces siete.
De esta manera el Señor estaba diciéndole, no solo a
Pedro sino a todos nosotros, que lo que Lamec estableció
no es el modelo a seguir. Por tanto, Jesús invalidó esa forma
de vivir y promovió un estilo de vida que incluye el perdón
entre nosotros. Desde que Jesús dio esa respuesta a Pedro,
Todos estamos todos estamos ante la disyuntiva de elegir la ley en la que
ante la disyuntiva de vamos a basamos: la de Lamec o la de Jesús. Es decisión
elegir la ley en la que nuestra ejercer el «derecho» a vengarnos de quien nos ofen­

vamos a basamos: da o nos hiera, o bien renunciar a ello y perdonar al ofensor,

la de Lamec con objeto de poner fin al círculo vicioso de la venganza y

o la de Jesús. sus consecuencias. ¿El perdón o la venganza? Estas son las


opciones.
Según lo que he observado en mi propia experiencia y
en la vida de otras personas dentro de la iglesia, la mayo*
ría de nosotros batallamos con el tema del perdón, no solo
Para cuando nos peleemos
porque es algo antinatural e injusto desde nuestro punto
de vista, sino también por los conceptos equivocados que
tenemos acerca de cómo funciona y todo lo que implica.
Quiero repetir ahora mi convicción de que nuestro
modelo y m otivación para practicar el perdón solo pue­
de ser Dios. Así pues, si nos fijamos en cómo nos perdo­
na él y cóm o perdona a otros, su ejemplo nos ayudará a
imitarlo.

Historia paradigmática sobre el perdón


Hay muchas historias en la Biblia que muestran el per­
dón que Dios otorga a los seres humanos. Todas ellas nos
enseñan lecciones valiosísimas acerca del perdón que de­
bemos dar a otros. Entre mis favoritas se encuentra la his­
toria del hijo pródigo. Permítanme contársela otra vez, es
fascinante...
«Un hombre tenía dos hijos, y el menor de ellos
dijo a su padre: “Padre, dame la parte de los bienes
que me corresponde”. Y les repartió los bienes. No
muchos días después, juntándolo todo, el hijo me­
nor se fue lejos a una provincia apartada, y allí des­
perdició sus bienes viviendo perdidamente. Cuan­
do todo lo hubo malgastado, vino una gran ham­
bre en aquella provincia y comenzó él a pasar ne­
cesidad. Entonces fue y se arrimó a uno de los ciu­
dadanos de aquella tierra, el cual lo envió a su ha­
cienda para que apacentara cerdos. Deseaba llenar
su vientre de las algarrobas que comían los cerdos,
pero nadie le daba.
»Volviendo en sí, dijo: “¡Cuántos jornaleros en casa de
mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perez­
co de hambre! Me levantaré e iré a mi padre, y le diré:
Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy
digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de
tus jornaleros’”. Entonces se levantó y fue a su padre.
Cuando aún estaba lejos, lo vio su padre y fue movido
158
P E L IG R O : ¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN! a misericordia, y corrió y se echó sobre su cuello y lo
besó. El hijo le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo
y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo”.
Pero el padre dijo a sus siervos: “Sacad el mejor ves­
tido y vestidle; y poned un anillo en su dedo y calza­
do en sus pies. Traed el becerro gordo y matadlo, y
comamos y hagamos fiesta, porque éste, mi hijo,
muerto era y ha revivido; se había perdido y es halla­
do”. Y comenzaron a regocijarse.
»El hijo mayor estaba en el campo. Al regresar, cerca
ya de la casa, oyó la música y las danzas; y llamando
a uno de los criados le preguntó qué era aquello. El
criado le dijo: “Tu hermano ha regresado y tu padre
ha hecho matar el becerro gordo por haberlo recibi­
do bueno y sano”. Entonces se enojó y no quería en­
trar. Salió por tanto su padre, y le rogaba que entra­
ra. Pero él, respondiendo, dijo al padre: “Tantos
años hace que te sirvo, no habiéndote desobedecido
jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para go­
zarme con mis amigos. Pero cuando vino este hijo
tuyo, que ha consumido tus bienes con rameras, has
hecho matar para él el becerro gordo”. Él entonces le
dijo: “Hijo, tú siempre estás conmigo y todas mis
cosas son tuyas. Pero era necesario hacer fiesta y
regocijarnos, porque este tu hermano estaba muer­
to y ha revivido; se había perdido y ha sido halla­
do”» (Luc. 15: 11-32).
¡Qué historias contaba el Maestro! De esta en concreto
se han hecho millones de comentarios y sermones, pero
ahora nos limitaremos a fijarnos en cómo el padre, que re­
presenta a Dios, otorga el perdón a su hijo pródigo. Aquí su­
giero algunas ideas:
• E n to d o el r e la to el ú n ic o q u e p o n e e n p r á c t i c a el
perdón es el padre. Nadie más en toda la historia cree
que el perdón sea una posibilidad que deba ejercerse. El
propio hijo pródigo, que quería y necesitaba el perdón,
en el discurso que preparó para procurarlo incluyó esta

Para cuando nos peleemos


declaración: «Ya no soy digno de ser llamado tu hijo;
hazme com o a uno de tus jornaleros» (versículo 19). Es­
tas palabras son muy reveladoras de la idea que el pró­
digo tenía del perdón. En realidad él no quería especial­
mente ser jornalero. De hecho, tan pronto como el padre
comenzó a darle de nuevo el trato de hijo, aceptó todos
los h on ores sin poner reparos. No obstante, antes de
eso, él sen tía que alguien que se había comportado
com o él no merecía ser perdonado hasta el punto de re­
cuperar su condición de hijo. En otras palabras, si el pa­
dre hubiese tenido el corazón del pródigo, este nunca
habría vuelto a ser hijo, sino que a lo sumo habría aca­
bado como jornalero.
Así es el perdón humano, una rara mezcla que siempre
incluye el ingrediente de la venganza. El otro personaje
que aparece en el relato es el hermano mayor. Este ni si­
quiera estaba dispuesto a aceptar a su hermano como
uno de los jornaleros. Para él la opción era muy clara: al­
guien que se había portado como lo hizo el pródigo,
nunca m ás debía ser aceptado de regreso. Para el hijo
mayor, el pródigo ya no era su hermano. Cuando habló
de él con su padre, dijo «este tu hijo» (vers. 30), lo que
indica que no estaba dispuesto a reconocer su propio
vinculo con él. Pero el padre mostró un espíritu dife­
rente e hizo lo que nadie esperaba: «Cuando aún estaba
lejos, lo vio su padre y fue movido a misericordia, y co­
rrió y se echó sobre su cuello y lo besó» (vers. 20). Dicho
de otra manera, el padre lo perdonó.
Insistamos en ello: el perdón es un maravilloso invento
del amor de Dios. No está en nosotros la idea de otorgar­
lo, no nos gusta, no nos parece natural ni justo. Nos es­
candaliza y nos enoja como al hijo mayor. Pero necesita­
mos aprender que el perdón no es algo que debamos
conceder cuando sintamos el deseo o cuando se nos pase
el dolor de la ofensa, sino mientras aún expenmentamos
160
P E L IG R O : [SANTOS EN CONSTRUCCIÓN!

los sentimientos negativos. Es entonces cuando debe­


mos estar dispuestos a superarlos, negándonos a permitir
que el dolor y el resentimiento controlen nuestro presen­
te y futuro. Hay quienes dicen: «¡No estoy preparado
para perdonar!». La verdad es que nunca lo estaremos,
pero siempre necesitaremos hacerlo para liberamos de
las raíces de amargura que impiden que la gracia de Dios
obre en nuestra vida (ver Heb. 12: 15).
• Para p erdonar al pródigo, el padre se olvidó com ple­
tam ente de sus derechos y sentim ientos y se con­
cen tró en el bienestar de su hijo. Puedes leer el relato
otra vez y no encontrarás al padre hablando de sí mis­
mo, ni de sus derechos y sentimientos, cuando su hijo
regresó. No gastó tiempo dando su opinión acerca de
lo sucedido ni habló del dolor que le había causado la
conducta del hijo pródigo. No hay un solo momento en
que el padre vacile entre perdonar a su hijo o mostrar
el rechazo al que tenía derecho. ¡Así es como perdona
Dios! Él no se ve como una víctima dañada por lo que
le hicimos y que ahora ya no puede ser buena como
quisiera porque está herida y frustrada. No se deja
arrastrar al círculo vicioso de la venganza. Él renuncia
a eso, no muestra interés en cobrarse la ofensa, sino
que decide responder con bondad y perdón.
Para todos nosotros es más difícil perdonar, porque
cuando alguien nos hiere u ofende, nos concentramos en
el daño que nos causó, en el dolor que sentimos y en lo in­
ju sto que ha sido. Por tal motivo, es natural que alguien
que esté pensando en tales cosas, sienta que la persona que
le causó todo eso no merece un buen trato, y que si nos
vengamos estamos simplemente haciendo lo mínimamente
justo.
Debemos entender y aprender de Dios que perdonar
significa renunciar al «derecho» que tengo, como todo el
mundo, de tratar a los demás exactamente como me tratan
a mí. Si ejerzo ese «derecho», estaré haciendo lo justo, pero
161

Para cuando nos peleemos


también contribuiré a perpetuar la ley de pagar mal por
mal. Jesús sentó una regla de oro que anula esta forma de
vivir. Él propone que en lugar de tratar a los demás exacta­
mente como nos tratan a nosotros, los tratemos como qui­
siéramos ser tratados por ellos (Luc. 6: 31). Para lograr este
ideal, alguien debe estar dispuesto a renunciar a su «dere­
cho» a la venganza y, cuando llegue el momento, atreverse
a tratar a alguien que merece venganza con amor y espíritu
perdonador. oo

• P ara perd on ar a su hijo, el padre no basó su trato en


lo que el pródigo hizo, sino en lo que el pródigo era.
Vuelve a leer la historia, fíjate en la forma de hablar del
padre: «Porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se
había perdido y es hallado» (versículo 24). «Mas era ne­
cesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este íu her­
mano era muerto, y ha revivido; se había perdido, y es
hallado» (vers. 32). Esto es sencillamente increíble.
Mientras el propio hijo pródigo y su hermano mayor se
concentraban en hablar de lo malo que había sido el
comportamiento del primero, el padre fue ajeno a eso y
solo se repetía «este es mi hijo». Y cuando el hijo mayor
explotó de enojo y dio sus razones, lo único que le con­
testó fue: «Este es tu hermano». ¡Así es como Dios per­
dona! Nos perdona, no por lo que hemos hecho, sino
por lo que somos para él. El hijo pródigo no fue perdo­
nado por lo que hizo, sino por ser hijo. Honestamente
hablando, lo que hizo fue algo inaceptable, intolerable e Dios nos enseña
inexcusable, pero, así y todo, no dejaba de ser hijo y eso que aun aquellos que
era más grande que sus errores. nos perjudican no
El problema de muchos de nosotros cuando se trata de tienen que ser
perdonar es que una vez que alguien nos hiere o nos definidos en función
ofende, dejamos de ver a la persona y solo vemos lo
de sus actos sino
que nos hizo. Al obrar así, no sentimos deseos de per­
en función
donar. Pero Dios nos enseña que aun aquellos que nos
de lo que son.
perjudican no tienen que ser definidos en función de
sus actos sino en función de lo que son. Por mucho que
162
P E L IG R O : ¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN!
nos duela, un acto no define a una persona, e incluso
aquellos que en algún momento llevan a cabo acciones
despreciables siguen siendo hijos de Dios, siguen te­
niendo dignidad y, aunque no queramos aceptarlo, hay
en ellos aspectos que podemos valorar, sin excluir su
potencial para experimentar cambios positivos.
• El perdón del padre hacia el pródigo no fue un in­
tento de disim ular sus errores, ni una dem ostración
de indebida indulgencia o tolerancia enferm iza. No
hay nada en esta historia que haga pensar que el padre
era un debilucho que permitía que se burlaran de él
una y otra vez. Si te fijas bien en la historia, el padre
siempre hizo lo que quiso. Ni el pródigo logró que él
hiciera lo que le dijo en su petición, ni el hijo mayor lo­
gró convencerlo para que actuase influenciado por sus
ideas. El padre pudo perdonar porque era de un carác­
ter definido y firme. Nunca tuvo dudas. La historia
dice que «cuando aún estaba lejos», él decidió tratarlo
con misericordia. Fue una decisión propia, producto
del amor, y no del miedo o la debilidad.
En ninguna parte del relato el padre le dice al hijo co­
sas como: «No te preocupes por lo que hiciste», «No
hagas caso a lo que dicen», «No te sientas mal por eso»,
o «Tú no eres el único que ha hecho algo así». Su pro­
genitor nunca le dijo al hijo mayor que estaba equivo­
cado cuando le recordó que el pródigo se había condu­
cido como un aprovechado y un inmoral (versículo
30). No le dio al hijo menor un puesto de jornalero,
pues era hijo, pero tampoco le dio una posición más alta
que la que tenía cuando se fue. Nunca le dijo que estaría
exonerado de trabajar y de ayudar en la hacienda, ni
le garantizó que volvería a tener una herencia. Tan solo
le aseguró su dignidad filial, dándole una nueva opor­
tunidad de vivir a la altura de ese privilegio. El padre
cumplió su parte al reconocerle la condición de hijo,
pero en adelante sería decisión del pródigo vivir de una
manera o de otra.
163

Para cuando nos peleemos


7 S ™ a PerS° na' e‘ aSUtU° * Perd° ™ * des­
n a tu rab a, porque llegan a pensar que perdonar signift-
ca tolerar, aceptar o aguantar cualquter componamien-
o. ero lo cierto es que para perdonar no tenemos que
sacnficar nuestra dignidad n , nuestros valores. Ningún
hijo prodigo debe llegar a pensar que nos sacará una he­
rencia dos veces simplemente porque decidimos perdo­
narlo. Hay situaciones en las que aun cuando perdona-
mos a las personas, ellas tendrán que vivir con ciertas oo
consecuencias de sus actos. En otros casos, aunque per­
donem os, no será posible seguir con el mismo tipo
de relación o compromiso. Bajo ninguna circunstancia,
perdonar nos exige estar disponibles para que nos ha­
gan lo mismo sin tomar las debidas precauciones.
Perdonar no es mostrarse y decir: «Aquí estoy, puedes
venir y hacerlo otra vez porque, como ves, yo sé perdo­
nar». Con todo, debemos dar el perdón al margen de si
la persona lo desea o lo pide, e incluso con indepen­
dencia de lo que haga con ese perdón. El padre nunca
le preguntó al hijo si quería volver a ser hijo, si acepta­
ba el vestido, el calzado, el anillo y la fiesta; simplemen­
te le dio todo. Su corazón paterno estaba lleno de amor
por ese hijo. Ahora este debía mostrar si respondería
con el mismo amor o de forma diferente. Pero en cuan­
to al padre, la respuesta del hijo no cambiaba nada. Él
estaba en paz, porque había perdonado.
• El perdón del padre fue completam ente sincero por­
que dio evidencias de que deseaba lo mejor para ese
hijo. No dejes de observar a este padre. No es un papa
que perdona al hijo y luego le dice: «Te perdono, pero no
puedes usar mis cosas, o disfrutar de lo mío». La mayor
prueba de que el padre perdonó a su hijo es que el mis­
mo procura, enseguida, todo lo mejor para el muc
cho. Es el padre quien dispone que le sea dado un nuevo
vestido, nuevo calzado, un anillo, y ordena celebrar un
banquete en el que se serviría la carne del mejor becerro.
164
P E L IG R O : ¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN!
Él no solo manda preparar la comida y la fiesta sino que
dice: «Comamos y hagamos fiesta» (versículo 23). El pa­
dre era parte del grupo del cual la historia dice que «co­
menzaron a regocijarse» (vers. 24). Fue él quien dijo que
esa fiesta era necesaria y que había motivos para rego­
cijarse con el regreso del pródigo (vers. 32). En reali­
dad este hombre estaba contento, feliz y gozoso. No
cabe duda de que deseaba lo mejor para su hijo. ¡Su per­
dón era completamente sincero!
Perdonar no es que renuncies a vengarte de alguien
que te ofendió mientras deseas que, de todas maneras,
lo pague con otros o de alguna otra forma. Hay quie­
nes dicen que perdonaron pero también están espe­
rando ver caer a esa persona que les dañó. Esos deseos
de venganza incluso pueden expresarse de forma muy
«espiritual», como cuando decimos: «Dios es justo, el
que a hierro mata a hierro muere, y gracias a Dios yo no
tuve nada que ver con eso». Cuando perdonamos, tal
como lo hizo el padre del pródigo, debemos desear que
a la persona a la que hemos perdonado le vaya bien, le
ocurran cosas que cambien su vida, que le hagan ser
mejor persona y que le den una nueva visión de la vida
y de quienes se encuentran a su alrededor.
Mientras siga gustándome la idea de que a esa persona
alguien le haga pagar lo que me hizo, la realidad es que
no he perdonado, pues en el fondo aún albergo deseos
de venganza, y eso compromete mi bienestar espiritual
y mi paz interior. Cuando el padre perdonó al hijo, el
feliz era él. En la historia no se habla del pródigo feliz y
contento con el vestido, los zapatos, el anillo y la fiesta.
Personalmente, me lo imagino avergonzado con todo
eso en medio de aquella celebración, sabiendo bien lo
que realmente merecía, sobre todo cuando recordaba
de qué pocilga venía. Pero el padre está feliz porque no
siente rencor, ni odio, ni frustración, ni deseos de ven­
ganza. Puede celebrar porque es libre por dentro y por
165
fuera. El perdón libera en primer lugar a quien lo da; y

Para cuando nos peleemos


luego al que lo recibe, si está dispuesto a aprovecharla
oportunidad.

• La form a en que el p ad re perdonó a su hijo fue un


acto de gracia inolvidable. El perdón de Dios no tiene
como propósito que nos olvidemos de nuestros errores,
sino que nunca volvamos a cometerlos. Sería peligroso
que quien recibe el perdón por su ofensa se olvidase de
oo
ella. Si te fijas en todo lo que hizo el padre, te darás cuen­
ta de que sería muy difícil para el pródigo, para el hijo
mayor, para la comunidad y por supuesto para el propio
progenitor olvidarse de lo acontecido y de cómo se resol­
vió. Cada vez que el pródigo viera ese vestido, esos zapa­
tos y ese anillo, recordaría su pasado. Cada vez que algu­
no del pueblo rememorase la fiesta que el padre organizó
en honor del hijo que había regresado, recordaría tam­
bién los antecedentes. Cuando alguien evocara el becerro
gordo, cuando él mismo viera la cara de pocos amigos de
su hermano mayor, el pródigo recordaría los tiempos
problemáticos y cómo habían quedado atrás.
Pero, sobre todo, cada vez que contemplara el rostro de
su padre podría evocar, durante toda su vida, ese abra­
zo, ese beso y ese amor tan grande que le fue dado en el
día de su retorno. La gracia de Dios que trae su perdón
a nuestras vidas es inolvidable. Esa gracia también trae
La gracia
la memoria de nuestras caídas y errores, pero no tene­
de Dios que trae
mos que pensar que algo va mal porque recordemos he­
su perdón a nuestras
chos lamentables; pues cuando la gracia nos recuerda lo
vidas es inolvidable.
que somos, nos habilita para dejar atrás y no querer re­
gresar jam ás al lugar de donde ella misma nos trajo.
¿Crees que el hijo pródigo, cuando veía su vestido, su
anillo y la comida en la casa de su padre, no se acordaba
de la pocilga de la que vino? ¡Por supuesto que sí! ¿Pero
crees que al recordarla sentía deseos de volver a ella?
166
P E L IG R O : ¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN!

¡Por supuesto que no! Hasta el pecador más corrompido


prefiere ser jornalero en la casa del padre que convivir
con los cerdos de la pocilga.
Más de una vez he oído decir a algunas personas que no
pueden perdonar porque aún no han podido olvidar. Esta
idea es totalmente errónea. Tú no puedes perdonar lo que
olvidaste. Es justo lo que no podemos olvidar lo que debe­
mos perdonar, porque es la única forma de impedir que eso
determine nuestro presente y nuestro futuro. No debe ocu-
rrírsenos pensar que Dios se olvida de nuestros pecados en
el sentido de que no tiene memoria de ellos. Si así fuera, el
perdón sería más bien una enfermedad que afecta a la men­
te. Lo que debemos entender es que Dios, aun conociendo
todos nuestros pecados, al perdonarlos decide no tomarlos
en cuenta en su trato con nosotros. No tienes que perder
tu memoria para perdonar, sino que debes perdonar para
que cuando esas cosas vengan a la memoria, puedas decir­
te a ti mismo: «Eso ya esta resuelto y pertenece al pasado».
En conclusión, el perdón es uno de los regalos más espe­
ciales que Dios ha dado a los seres humanos. Es un verda­
dero poder capaz de sanar corazones, relaciones y vidas. Es
una salvaguarda contra personas y circunstancias que, de
otra manera, podrían cambiar para siempre nuestras vidas
de forma negativa y arruinarnos, convirtiéndonos en depó­
sitos de dolor, ofensas, resentimiento y odio.
Pocas veces podemos ser más semejantes a Dios que
cuando perdonamos sinceramente y de corazón. Sin el per­
dón, sencillamente, no se puede vivir en este mundo, no se
puede tener una buena familia, no puede marchar bien una
iglesia, no pueden convivir las naciones y, peor aún, nunca
podríamos experimentar el propio perdón de Dios No en
vano fue él, precisamente, quien nos enseñó a orar pidién­
dole que nos perdonara, así como nosotros perdonamos a
los que nos ofenden (ver Mat. 6: 12).
167

Para cuando nos peleemos


1. C. S. L e w *. Mero cristianism o. Nueva York: Rayo (HaperColltns-
Publishers), 2 0 0 6 , pág. 1 2 8 .

2. Extraído de Jo h n O rtberg. Todos somos normales hasta qac nos co-


nocen, Miami: Editorial Vida, 2 0 0 4 , pág. 195

co
1
,
«En lo esencial, unidad;
en lo dudoso libertad;
en todo, caridad»
(San Agustín).
171

Ingredientes inmejorables
CD

unque muchos de nosotros de comi­


da lo único que sabemos es comer,
para otros sin duda preparar los ali­
mentos es un verdadero arte. Si ha­
blas con una de estas personas que
saben cocinar, seguramente les escu­
charás decir que para que un buen
plato llegue a la mesa tienen que
combinarse múltiples factores: des­
de los utensilios adecuados, hasta
el estado de ánimo del que cocina
y el amor y entrega que le ponga a lo
que hace, pasando por los mejores
ingredientes, las mezclas, el tiempo
exacto en el fuego o en el frío, la
hora del día, etcétera. Vaya, solo de
escribir todo esto se me ocurre que
doy pocas gracias por lo que como.
172
P E L IG R O : ¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN!
Y pensar que, a veces, la falta o el exceso de un solo ingre­
diente puede echar a perder todo el esfuerzo de un día...
arruinando así totalmente la posibilidad de preparar un
buen plato. Un par de minutos de más o de menos en el
homo pueden marcar la diferencia entre un «No te preocu­
pes, quedó bien» y un «Guau, esto está increíble».
Sin duda, cocinar bien entraña arte, aventura, atrevi­
miento constante y riesgo ineludible. Por eso yo me dedico
solo a comer lo que otros cocinan. Pero con todo lo incapaz
que soy para cocinar, puedo apreciar el sabor de una buena
comida o darme cuenta de si la sal, el azúcar o cualquier
otro ingrediente estaban más baratos ese día en el supermer­
cado, o bien si brillaban por su ausencia.
Algunas veces me gusta pensar en la iglesia como la ini­
gualable receta que Dios se está preparando a sí mismo. El
apóstol Pablo nos recuerda que «Cristo amó a la iglesia, y se
entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola
purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de
presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuvie­
se mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuera santa
y sin mancha» (Efe. 5:25-27). Después de leer esto, no cabe
duda de que el Señor está ocupado en la preparación de una
receta nunca antes puesta en práctica; por eso, cuando la
tenga lista, la mostrará con orgullo a todo el universo como
una gran evidencia de su sabiduría y amor.
Es el mismo Pablo quien descubre ese plan divino al de­
L a iglesia
cir que a él le había sido «dada esta gracia de anunciar entre
es la cocina, el Señor
los gentiles el evangelio de las insondables riquezas de Cris­
es el Divino C h ef
to, y de aclarar a todos cuál sea el plan del misterio escon­
y nosotros seremos
dido desde los siglos en Dios, el creador de todas las cosas,
el resultado fin al
para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada a
d e este plato que
conocer por medio de la iglesia a los principados y potesta­
llamaré «Redimidos
des en los lugares celestiales, conforme al propósito eterno
para la eternidad».
que hizo en Cristo Jesús, nuestro Señor» (Efe. 3:8-11). Y por
supuesto, nos toca a nosotros no solo leerlo sino terminar
173

Ingredientes inmejorables
diciendo tam bién con Pablo: «A él [Diosl sea gloria en la
iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de
los siglos. Amén» (Efe. 3: 21).
Así que si me permites seguir con esta alegoría, podría­
mos imaginar que la iglesia es la cocina, el Señor es el Divi­
no Chef y nosotros serem os el resultado final de este pla­
to que llamaré «Redimidos para la eternidad». ¿Qué te pa­
rece? ¿Qué ingredientes utilizará el Señor para producir en CD
su iglesia «Redimidos para la eternidad»? De esos ingre­
dientes necesitamos hablar.

La espiritualidad como primer ingrediente


Para que la iglesia sea esa comunidad en la que las per­
sonas vivan una experiencia de salvación es preciso que en
primer lugar haya un ambiente que promueva la espiritua­
lidad. A mi juicio, no existen congregaciones espirituales,
sino congregaciones con miembros con una vida espiritual
saludable y cada vez más plena. La importancia de entender
esta diferencia consiste en que nos ayuda a recordar siem­
pre que el recurso más importante de una congregación son
las personas. Que nuestro principal trabajo no es desa­
rrollar estructuras organizativas, actividades, programas y
estrategias, ni asegurarnos un potencial financiero, sólidos
edificios e instituciones, o índices de crecimiento corporati­
vo, sino traer almas a Cristo; y una vez logrado, ayudarlas a
No existen
crecer en su relación con Dios de manera continua.
congregaciones
Las iglesias que están más preocupadas por desarrollarse
espirituales, si no
como organización que en ayudar a las personas a desarro­
congregaciones con
llar su espiritualidad, corren un alto riesgo de que se diga de
miembros con una
ellas lo que Jesús dijo, durante su ministerio público, de la
vida espiritual
secta de los fariseos: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hi­
saludable y cada vez
pócritas!, porque recorréis mar y tierra para hacer un prosé-
más plena.
lito y, cuando lo conseguís, lo hacéis dos veces más hijo del
infierno que vosotros» (Mat. 23: 15).
174
P E L IG R O : ¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN!

Aun cuando la espiritualidad es un asunto que corres­


ponde al ámbito de lo personal e íntimo, cada congregación
debe propiciar un ambiente que motive a sus miembros a
desear y procurar una adecuada relación con Dios. Las igle­
sias con más éxito en la consecución de este logro son las
que han asumido un serio compromiso en algunas cuestio­
nes fundamentales para el desarrollo de la espiritualidad.
Mencionaré ahora algunas de ellas:
• C om prom iso co n la Palabra de D ios. El fundador del
cristianismo declaró una vez: «No solo de pan vivirá el
hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de
Dios» (Mat. 4: 4). Estas palabras indican que para Jesús
la vida espiritual es sustentada por el alimento de la Pa­
labra de Dios. Ni la fe, ni la espiritualidad ocurren o se
desarrollan en el vacío. Si tienes fe, esa fe a su vez ha de
tener un objeto, un referente, y constituir, en fin, una se­
rie de creencias. Así también la vida espiritual en su con­
junto debe estar sustentada en una realidad que la esti­
mule e incremente.
Muchas personas dentro de la iglesia carecen de vida es­
piritual o se sienten estancadas en este aspecto, debido a
que hay congregaciones que dan la impresión de que la
espiritualidad consiste en tener una posición en la igle­
sia, o un estilo de vida que asegure cierta dieta, o una
forma de vestir o de hacer ejercicio físico y cuidarse. Hay
Nuestro principal lugares donde incluso se relaciona la espiritualidad con
trabajo no es el temperamento, los modales, el grado de seriedad que
desarrollar exhiba el rostro de la persona, o el tono en que hable. Si
estructuras una iglesia piensa así, es fácil que termine dándole más

organizativas, importancia a la imagen o apariencia exterior que a


lo que ocurre en lo profundo o interior de cada persona,
actividades,
que es el lugar principal donde se da la espiritualidad.
program as
Entre los recursos eficaces de que dispone el cristiano
y estrategias
para cuidar el estado en que se encuentra su relación
sino traer almas
con Dios, destaca la Biblia. Las iglesias que la recono­
a Cristo. cen, la respetan y promueven, les hacen un gran favor
Ingredientes inmejorables
a sus miembros en lo concerniente a su vida espiritual.
Un erudito escribió hace muchos años lo siguiente: «La
Escritura es el fundamento de la iglesia: la iglesia es el
guardián de la Escritura. Cuando la iglesia disfruta de
buena salud, la luz de la Escritura brilla resplandecien­
te; cuando la iglesia está enferma, la negligencia des­
gasta la Escritura, y así sucede que la forma exterior de
la Escritura y la de la iglesia generalmente parecen ex­
hibir simultáneamente o salud o enfermedad; y como
una regla general, la forma como se la considera está en
correspondencia exacta con la condición de la iglesia».1
Hablando de los que se comprometen con su Palabra,
dijo Jesús: «A cualquiera, pues, que me oye estas pala­
bras y las pone en práctica, lo compararé a un hombre
prudente que edificó su casa sobre la roca» (Mat. 7: 24).
La espiritualidad no resulta solo de tener buenos senti­
mientos o una forma positiva de pensar. Necesitamos
practicar los principios que Dios aprueba para la vida de
sus hijos. Esos principios están revelados en la Biblia,
básicamente recogidos en su Santa Ley, y Jesús mismo
indicó que es la obediencia a esa ley la prueba inequívo­
ca de nuestro amor por él (ver Juan 14: 15). Por eso no
existe la espiritualidad sin compromiso con la Palabra
de Dios.
Tal como enseña Jesús, una persona prudente no espera
que las tormentas de la vida la asedien para luego tratar
de estar bien con Dios, sino que, como el hombre que
edificó su casa sobre la roca, la persona sabia cuida su
relación con Dios para estar espiritualmente sana cuan­
do lleguen, como seguro llegarán, esas tormentas. La
forma de hacerlo es viviendo cimentados en la Palabra
de Dios y adoptando un estilo de vida que se caracterice
por la obediencia irrestricta a ella. Así pues, los creyen­
tes que tengan el privilegio de ser parte de una congre­
gación en la que se promueva el compromiso con la Pa­
labra de Dios, recibirán muchos beneficios espirituales.
176
Elena G. de White está entre los autores que mejor retra­
P E L IG R O : ¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN!

tan el poder de la Palabra de Dios cuando abrimos nues­


tros corazones y mentes a su mensaje. Aquí se encuen­
tran algunas de sus declaraciones: «No hay nada que
esté mejor calculado para vivificar la mente y fortalecer
el intelecto que el estudio de la Palabra de Dios. [...] Si
la Palabra de Dios fuera estudiada como debiera serlo,
los hombres tendrían una amplitud de opiniones, una
nobleza de carácter y una estabilidad de propósito que
rara vez se ve en estos tiempos».2
El estudio de la Palabra de Dios «aumenta las facultades
de comprensión y proporciona nuevo vigor a cada facul­
tad».3 «Posee un poder santificador y transformador».4
«En ella es donde están puestos de manifiesto los artifi­
cios del tentador y las armas que se le pueden oponer
con éxito».5 «Contiene justamente la clase de alimento
que necesita el cristiano a fin de crecer con fortaleza es­
piritual e intelectual».6 «Recibimos a Cristo por su Pala­
bra»7 y «por la Palabra es como Cristo mora en sus se­
guidores».8
Es fácil saber entonces cuándo le importa realmente a
una congregación la salud espiritual de sus miembros,
es decir, cuándo está orientada hacia la formación de
«Redimidos para la eternidad». Esa congregación tendrá
un serio compromiso con la Palabra de Dios. En la pre­
dicación, en la enseñanza particular y colectiva, en sus
énfasis, en las decisiones que toma, en los planes que
aprueba, la Palabra de Dios será central y normativa.
Fue el propio Cristo quien esbozó tres de los más gran­
des beneficios que recibirán todos los que se compro­
metan con la obediencia a su Palabra, cuando dijo: «Si
vosotros permanecéis en m i palabra, seréis verdadera­
mente mis discípulos; y conoceréis la verdad y la verdad
os hará libres, (Juan 8:31-32). Estos beneficios se cuen­
tan sm duda entre lo mejor que una congregación pue­
de promover para sus miembros. La iglesia de Cristo
Ingredientes inmejorables
no debe ser un lugar en el que se reúnan los hermanos
para compartir solo sentimientos y anhelos personales,
sino en el que ante todo tengamos en común nuestro
compromiso, amor, devoción y obediencia por la Pala­
bra de Dios.
• Un am biente de constante oración. Fue el apóstol Pa­
blo quien declaró que dentro de los deberes de cualquier
cristiano, se encuentra el de ser «constantes en la ora­
ción» (Rom. 12: 12). Esto significa que el cristiano nun­
ca deja de orar, y por lo tanto a todos nos haría bien ser
parte de una congregación que promueva un ambiente
en el que la oración sea una práctica de vida. Una iglesia
que desarrolla el hábito de orar por sus miembros, que
les enseña a orar por otros y por sus propias necesida­
des, y que provee espacio para los testimonios acerca de
cómo obra Dios en respuesta a las oraciones de sus hi­
jos, es sin duda una iglesia en la que florece la vida espi­
ritual m ucho m ás que en las congregaciones donde
estas cosas no ocurren frecuentemente.
Si estamos de acuerdo en que la espiritualidad es el es­
tado en que se encuentra nuestra relación con Dios, en­
tonces tendremos que reconocer que una persona que
tenga una espiritualidad saludable será una persona de
oración, porque este es el medio por excelencia que te­
nemos para comunicam os con el Señor. Son variadas
las formas en que Dios puede comunicarse con noso­
tros: a través de la naturaleza, por medio de su Palabra,
a través de las circunstancias de nuestra existencia, y
mediante la obra de su Santo Espíritu que da testimonio
a nuestra mente para recordamos que somos hijos de
Dios (ver Rom. 8 :1 6 ) y convencemos «de pecado, de ju s­
ticia y de juicio» (Juan 16: 8).
En nuestro caso, solo tenemos la oración para hablar
con Dios, para comunicarle nuestros sentimientos, an­
helos, necesidades, peticiones y, sobre todo, el amor y
agradecimiento que sentimos por él. Siendo así, ¿cómo
178
será la experiencia con el Señor de un creyente que no
P E L IG R O : ¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN!

ora o que lo hace muy poco? ¿Cómo será el crecimiento


espiritual de personas que asistan a una congregación
donde la oración sea algo eventual en lugar de ser algo
habitual?
El ambiente de oración, al igual que ocurre con el com­
promiso con la Palabra de Dios, es prueba inequívoca
de que a una iglesia le importan sobre todo las personas
y su crecimiento espiritual. Las mejores congregaciones
enseñan a sus miembros a orar y a estudiar la Biblia con
seriedad. Estas cosas son el fundamento de una vida
cristiana y no deben ser tratadas como una moda, un
programa especial o un énfasis del momento. No existe
tal cosa como un cristiano que no ora o que lo hace oca­
sionalmente. No es posible que un cristiano pueda ser­
lo realmente sin estudiar la Palabra de Dios de mane­
ra sistemática. Las personas llegan a ser cristianas preci­
samente cuando la Palabra de Dios es su regla de fe y
práctica y cuando la oración las mantiene conectadas
con Dios, quien es la fuente del poder, de la sabiduría y
de la felicidad. Si lo que tu iglesia desea es contribuir a la
preparación de la receta «Redimidos para la eternidad»,
no puede lograrlo sin el poderoso ingrediente llamado
«ambiente de constante oración».
• Ministerios de servicio que procuren la restauración
del ser humano. Es algo que puede rastrearse a lo largo
Las personas de la historia de la iglesia cristiana: en cualquier época
llegan a ser en que el cristianismo ha progresado adecuadamente, y
cristianas siempre que en su seno se ha experimentado un reavi-
precisamente cuando vamiento de la espiritualidad, se ha comprobado a la
la Palabra de Dios es vez que desde la óptica de la misión las personas han
su regla de fe y sido objeto de su atención preferente.

práctica y cuando la La mejor forma de demostrar esto es por medio del tra­

oración las mantiene bajo que realiza la iglesia a través de variados ministe­

conectadas con Dios. rios a favor de las personas. El llamado del Señor está
basado en la ley del servicio. Él es un Dios de amor y por
179
ese amor se dio completamente para servir a sus criatu

Ingredientes inmejorables
ras y para salvarlas. Los creyentes somos ante todo los
beneficiarios del gran amor del Dios que nos ha salvado.
Y por tal motivo, se nos pide que seamos depositarios y
multiplicadores del m ism o, expresándolo a todos por
medio de un serv icio abnegado que muestre nuestro
propio amor a Dios y al prójimo.
Si una iglesia quiere ayudar a sus miembros a crecer es­
CD
piritualmente, debe procurar organizarse de tal forma
que todos reciban una invitación a servir, tengan la opor­
tunidad de hacerlo y sean reconocidos por ello. Dios ha
diseñado la vida cristiana de manera que todo rayo de
luz que derramamos sobre otros se refleja también en
nosotros m ism os. Así que si se pudiera definir qué es
una iglesia espiritual, sin duda esa definición debería in­
cluir la idea de que es aquella en la que todos sus miem­
bros están involucrados en algún ministerio de servicio a
favor de la humanidad y como respuesta al gran amor de
Dios por ellos.
Hay muchísimas personas que deben ser alcanzadas a
través de la predicación, de los estudios bíblicos, o por
medio de la identificación de sus necesidades unida a
un sincero esfuerzo por ayudarlas a suplirlas. Estas per­
sonas son hombres y mujeres, jóvenes y adultos, niños y
ancianos, de todas las razas, nacionalidades y estratos
sociales y económicos. Esto quiere decir que hay muchl
simo que hacer, hay trabajo para todos, en todas partes
y a todas horas. Todo lo que se pueda hacer para restau
rar la imagen de Dios en una persona, debe hacerse. L
buena noticia es que todos podemos hacer algo, y ca a
congregación debe ser una escuela de servicio a a co

munidad y al prójimo.
Cada iglesia debe ayudar a sus miembros a encont
su lugar en la grande y abarcante obra de
esta manera como los creyentes crecen en a
en obras y en espiritualidad. Cuando una iglesia se
180
P E L IG R O : ¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN!
ella misma el centro de atención, solo se dedica a m an­
tener contentos a sus miembros, pero cuando la con­
gregación tiene como meta preparar a cada creyente
para el reino de los cielos, entonces se dedica a enseñar
y proveer oportunidades para que las personas que la
forman disfruten de la experiencia de servir a Dios,
ayudando a sus prójimos. Visita cualquier iglesia que
esté organizada para el servicio, y sin duda encontrarás
personas que están creciendo en su vida espiritual.

La unidad como otro de los ingredientes


Además de la espiritualidad, toda congregación que de­
see preparar «Redimidos para la eternidad» tendrá que con­
seguir y usar un ingrediente que se llam a «unidad». Les
advierto que este es un elemento que no crece en forma
silvestre entre los miembros de la iglesia. La unidad en una
congregación tampoco llegará ni por casualidad ni por pla­
nificación consciente. Se trata entonces de un ingrediente
que solo puede conseguirse con la ayuda del Espíritu Santo.
En Efesios 4 :3 el apóstol Pablo señala algunos asuntos en
los que debemos reflexionar acerca de la unidad que debe
haber en la iglesia: «Procurando mantener la unidad del Es­
píritu en el vínculo de la paz». Lo primero que debemos no­
tar es que Dios nos dice aquí que la unidad es algo que de­
bemos procurar. Queda claro entonces que no se trata de un
logro que se obtiene de manera fortuita, casual o improvisa­
da, sino de algo que debemos y podemos buscar. De hecho,
esto significa que la unidad de la iglesia es de alguna ma­
nera posible; de otro modo, Dios no habría formulado este
mandato.
Pero notemos ahora que el texto citado dice que lo que
debemos procurar no es crear la unidad, definir la unidad
o planificarla. Lo que se nos pide es que tratemos de man­
tener la unidad del Espíritu. Estas palabras son muy impor­
tantes, porque nos muestran claramente que la unidad que
hay en la iglesia no es el resultado de algo que hayamos
181
hecho nosotros, sino uno de los frutos del ministerio del

Ingredientes inmejorables
Espíritu Santo entre todos los creyentes. Es Dios quien pro­
duce y da la unidad a su iglesia. La unidad es posible por­
que depende del poder divino. Si dependiera de nosotros,
sería una utopía.
Imagina por un momento lo que costaría lograr que
personas de todas las razas, naciones, tribus, lenguas, cul­
turas y trasfondo social, político y económico pudieran fun­ en
cionar unidas. ¿Te acuerdas de la película Misión imposible?
Sería un buen título para describir tal empeño. Por eso Dios
no nos dejó a nosotros la responsabilidad de que nos unié­
ramos, sino que él mismo genera esa unidad, para lo cual
nos da la capacidad de estar unidos a través de él.
Es interesante notar en este punto que Pablo les dijo a los
hermanos de Éfeso que Dios «se había propuesto en sí mis­
mo [.. .J reunir todas las cosas en Cristo, en el cumplimiento
de los tiempos establecidos, así las que están en los cielos
como las que están en la tierra» (Efe. 1: 9-10). Puede afir­
marse correctamente que la unidad de la iglesia es solo po­
sible en Cristo y por Cristo. Fuera de esto no existe ningún
otro elemento, programa, actividad o persona que pueda ga­
rantizar la unidad del pueblo de Dios. Solo el amor que sen­
timos los creyentes por Cristo puede hacer posible que nos
unamos en la decisión de amarle y obedecerle en todo. Esa
es la unidad que viene del Espíritu Santo y que nos es dada
por Dios, con la única condición de que procuremos man­
tenerla.
Como puede verse, la unidad genuina es una prueba in­
equívoca de que una congregación goza de salud espiritual.
Si no existe unidad entre los creyentes de una congregación,
eñ tal caso será evidente que no habrán podido mantener
ese beneficio espiritual que el Señor les concede a sus hijos.
También quedará claro en esa congregación que el amor por
Dios se encuentra ausente y que no existe el suficiente com­
promiso de obedecer su Palabra, ya que estos dos elemen­
tos son los que hacen posible la unidad en Cristo y por
182
Cristo. El mayor problema cuando nos peleamos, critica­
P E L IG R O : ¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN!

mos, nos juzgamos unos a otros, no son las enemistades,


resentimientos y divisiones que surgen como resultado de
todo ello, sino la merma vergonzante de nuestro amor ha­
cia Dios, y el declive espiritual general, debido a que no
hay acuerdo en hacer la voluntad divina, que es la norma
para todo y para todos.
De cómo podemos mantener la unidad del Espíritu en la
iglesia pueden hacerse muchas reflexiones, pero creo que en
Romanos 14: 19 están recogidos los dos mejores consejos
que he encontrado para lograr una meta tan digna e impor­
tante: «Por lo tanto, sigamos lo que contribuye a la paz y a la
mutua edificación». ¿Queremos mantener la unidad que nos
ha dado Cristo? Entonces, cada uno de nosotros puede con­
tribuir de dos maneras:
Sigamos todo lo que contribuya a la paz. Fíjate que en
Efesios 4: 3 Pablo aclara que mantener la unidad del Espíritu
es algo que debe hacerse preservando también el vínculo de
la paz. Un vínculo es algo que nos une, nos ata, nos hace
permanecer juntos en algo. En la iglesia todos hemos de sen­
tirnos comprometidos en mantener la paz. Debemos verlo
tal y como es, un mandato divino y una doctrina bíblica que
nos obliga a todos. Si procuramos la paz entre nosotros, con­
servar la unidad del Espíritu será algo factible.
No hay nada en la Biblia que nos haga creer que para que
haya paz en la iglesia debemos todos pensar, sentir y actuar
de forma uniforme en todas las cosas. Creo que más bien
debemos entender la paz como un clima dentro de la iglesia
caracterizado por el equilibrio y la estabilidad en nuestras
relaciones y tratos. De esta manera, nuestras diferencias no
son magnificadas, ni sobrepasan nuestro interés en agradar
a Dios y en amarnos unos a otros por gratitud a la forma in­
merecida en que Dios nos amó a todos.
Es con este contexto de fondo que Pablo exhorta a los
hermanos de Roma y a nosotros a seguir lo que contribuye
a la paz. Está muy claro aquí que todo lo que hagamos y
todo lo que digamos influirá para bien o para mal en el am­
ie n t e de paz que reine en la congregación. Cada creyente es
responsable entonces de hablar y actuar de manera que con­
tribuya a que haya paz. Si sabes que algo que tienes previsto
decir o hacer en la iglesia, causará innecesariamente malos
entendidos, divisiones o enemistades entre grupos enfrenta­
dos, entonces no lo digas, no lo hagas, porque por mucho
que desees hacerlo y decirlo, por convencido que estés de que
es la verdad, o de que es algo positivo, lo cierto es que daña­
rás el ambiente de paz que necesita la iglesia, y eso es muchí-
simo más importante que complacernos a nosotros mismos.
¿Cuántas veces hemos tenido que ver cómo se suscitan
situaciones negativas en la iglesia solo porque alguien hizo
lo que quiso sin pensar en cómo afectaría a otros? Pablo nos
enseñó en R om anos 14: 19 que la iglesia no es un lugar
donde venim os a hacer lo que nos guste, lo que nos com­
plazca, o lo que nos haga sentir satisfechos o desahogados.
A la iglesia hem os venido a conocer mejor a Dios, a apren­
der su voluntad para nuestras vidas, a obedecer su plan
para nosotros, y a agradarle en todo, incluida la forma en
que tratamos a los demás.
P ab lo ta m b ié n a firm a que la u n id ad de la iglesia se
m antiene si h a ce m o s lo que sirv a para edificarnos a to­
dos. Siendo que Dios está guiando a su pueblo hacia el rei­
no, es necesario que todo lo que ocurre en la iglesia redun
de en beneficio espiritual de cada creyente. Se hace muy
cuesta arriba creer que Dios enviará a su familia en la tier
alguna cosa que solo sirva para el beneficio espiritual de
unos cuantos. Es por ello que la iglesia no debe ser dirigí a
basándose en opiniones individuales o ideas cuyo único
asidero es la preferencia personal de quien las^ presen .
Lejos de eso, Dios ha dado su palabra para que todos reci­
ban el mismo beneficio de su parte.

C o„ independencia » « ■ »
184
P E L IG R O : ¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN!
ella el Señor no ha provisto algo que contribuya a su edifi­
cación. Si una iglesia quiere mantener el vínculo de la paz
que es necesario para la unidad en Cristo, debe asegurarse
de edificar a todos. La única forma de lograrlo es siendo
una iglesia cristocéntrica, enseñando todo lo que el Señor
ha mandado, y exhortando a todos a que simplemente se
sometan a la Palabra de Dios como regla de fe y de práctica.
Cuando Cristo es exaltado por medio de su Palabra, todos
son atraídos, y entonces hay paz y también unidad.

Disciplina y santidad,
necesario ingrediente adicional
Un ingrediente más que no debe faltar en ninguna con­
gregación que esté interesada en ver a todos sus miembros
redimidos para la eternidad es el apego irrestricto a una
sana disciplina cristiana y a la santidad. Hoy día, es más fá­
cil ver iglesias que se promueven bajo los conceptos de
prosperidad, sanidad, milagros, y sueños cumplidos, que
con valores como disciplina o santidad. Para algunos, la
iglesia no es más que un negocio y un espectáculo y debe
ser presentada como tal. Según ellos, las personas lo que
necesitan es saber qué beneficios materiales e inmediatos
obtendrán por ser parte de una congregación. Además,
para quienes piensan así, la iglesia debe garantizar que los
que vengan a sus reuniones se lo pasen bien, se entretengan

Cuando Cristo y experimenten fuertes emociones mientras reciben el

es exaltado mensaje de Dios.

por medio Pero la visión bíblica de la iglesia es muy distinta del


cuadro previo. Para comenzar, el propio Cristo, desde el
de su Palabra,
momento en que anunció la creación de su iglesia, dio a
todos son atraídos,
entender que la misma sufriría los embates y ataques del
y entonces hay paz
enemigo de manera constante. De hecho lo único que ga­
y también unidad.
rantizó es que al final el enemigo no lograría destruir la
iglesia (ver Mat. 16:18). Así que para Cristo, la experiencia
de los creyentes se plantea en términos de lucha o guerra,
185

Ingredientes inmejorables
y nunca de espectáculo superficial que solo se conforma
con entretener. Son memorables sus palabras a una multi­
tud que andaba detrás de él por razones equivocadas, y a la
que hizo saber que el cristianismo no es un programa de
sonrisas veinticuatro horas al día y siete días a la semana,
ni un sitio al que vienes a sembrar una semillita para que
Dios cumpla todos tus sueños.
Por bonitas que suenen estas ideas, no son bíblicas y pre­ en
sentan falsas expectativas. Fíjate en lo que dijo Jesús: «Si
alguno viene a mí y no aborrece a su padre, madre, mujer,
hijos, hermanos, hermanas y hasta su propia vida, no puede
ser mi discípulo. El que no lleva su cruz y viene en pos de
mí, no puede ser mi discípulo [...]. ¿O qué rey, al marchar a
la guerra contra otro rey, no se sienta primero y considera si
puede hacer frente con diez mil al que viene contra él con
veinte mil? [...] Así, pues, cualquiera de vosotros que no re­
nuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo»
(Luc. 14: 26-28, 31, 33).
Como consta en estas palabras, el fundador del cris­
tianismo plantea claramente que tomar la decisión de ha­
cerse su discípulo en este mundo implica pagar un pre­
cio. Es una insensatez que una iglesia se dedique a hacer
creer a sus miembros que ser cristiano significa aplicar
simplemente una cuantas mejoras a la vida anterior, igno­
rando que lo que propone la Biblia es un cambio radical
que se define como un nuevo nacimiento (ver Juan 3: 3-8;
2 Cor. 5: 17). Jesús nos animó a que procurásemos poner El cristianismo
a Dios en primer lugar, a estar dispuestos a soportar la burla, no es un programa
el menosprecio e incluso la discriminación por causa de de sonrisas
nuestra fe, y describió el día a día de un cristiano en térmi­ veinticuatro horas
nos de una lucha, tan desigual, humanamente hablando, en al día y siete días
Un mundo en el que la mayoría está de parte del enemigo a la semana.
de Dios.
Basándose en estas descripciones, las iglesias que de­
seen ver a sus miembros redimidos para la eternidad se
m°strarán serias a la hora de ayudarles a desarrollar una
186
P E L IG R O : ¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN!
adecuada disciplina cristiana, como también una vida de
santidad. Por supuesto, si el afán de una congregación es
llenar su local de personas, entonces probablemente sería
mejor no poner mucho énfasis en la disciplina y la santi­
dad; pero si su interés es estimular a quienes vengan, sean
muchos o pocos, a tener una experiencia de salvación en
Cristo, entonces de estas cosas tenemos que hablar.
Pablo dijo que sin santidad, «nadie verá al Señor»
(Heb. 12:14). Además recomendó a los miembros de la igle­
sia de Corinto que tuviesen al menos la misma dedicación
y disciplina que mostraban los atletas que participaban en
los juegos que se celebraban en su tiempo (ver 1 Cor. 9: 24-
27). A los filipenses les pidió directamente que se ocuparan
de su «salvación con temor y temblor» (Fil. 2: 12), y lo
mismo hizo en un plano individual con Timoteo cuando le
animó diciendo: «Pelea la buena batalla de la fe, echa
mano de la vida eterna» (1 Tim. 6: 12), y con Tito cuando
le exhortó a que se presentara «en todo como ejemplo de
buenas obras; en la enseñanza, mostrando integridad, se­
riedad, palabra sana e irreprochable, de modo que el ad­
versario se avergüence y no tenga nada malo que decir»
(Tito 27-8).
Pablo reclamó esta misma disciplina y santidad para los
que ocupan puestos de liderazgo espiritual en la iglesia:
«El anciano debe ser irreprochable, marido de una sola
mujer, y que tenga hijos creyentes que no estén acusados
de disolución ni de rebeldía [...]. Irreprochable como ad­
ministrador de Dios, no soberbio, no iracundo, no dado al
vino, no amigo de contiendas, no codicioso de ganancias
deshonestas. Debe ser hospedador, amante de lo bueno,
sobrio, ju sto, santo, dueño de sí mismo, retenedor de la
palabra fiel tal como ha sido enseñada, para que también
pueda exhortar con sana enseñanza y convencer a los que
contradicen» (Tito 1: 6-9). Cuando uno lee y medita en to­
das estas cosas, es muy difícil no reconocer que la iglesia y
los cristianos necesitamos disciplina y santidad.
Y Pablo no dijo que esto fuera solo necesario para los que

Ingredientes inmejorables
dirigen, sino que instruyó que se impartieran directrices se
mejantes a los jóvenes, las mujeres, los ancianos y ancianas
las viudas, los esclavos, los amos; en fin, a todos Porque
para el apóstol, sin duda la vida cristiana era una carrera que
había que seguir cada día, sin desmayar, hasta alcanzar la
meta final. Así es como él la veía, y así fue como el Espíritu
Santo le inspiró a describirla para todos nosotros. Y cuando
finalmente resum ió su experiencia con el Señor, lo hizo
también en términos semejantes, al decir: «He peleado la
buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por
lo demás, me está reservada la corona de justicia, la cual me
dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no solo a mí, sino
también a todos los que aman su venida» (2 Tim. 4: 7-8).
No debe haber dudas acerca de esto, una congregación
que ama a sus miembros y procura su salvación será una
congregación que valora la vida en santidad, la reconoce y la
promueve. Quienquiera que le haga pensar a alguien que
puede vivir haciendo lo que desee y que aun así todo estará
bien con Dios, sencillamente no muestra preocupación por
el destino de esa persona.
Todos nosotros somos pecadores débiles, que comete­
mos errores consciente e inconscientemente de manera
continua. Nuestra salvación, nuestra fe, nuestro caminar
con Dios, depende de la gracia divina. Pero la gracia provee
medios de crecimiento y superación a través de la disciplina
y la santidad. No requiere Dios estas facetas para castigarnos
o para privamos de ser felices, todo lo contrario. A todos nos
conviene ser parte de una iglesia que no comulga con el pe
cado, y que reprende con el debido espíritu las acciones y ac­
titudes que chocan con la voluntad de Dios.
Nuestra experiencia cristiana crece y se fortalece en una
congregación donde se nos anime constantemente a procu
rar el ideal divino, a rechazar con todas nuestras fuerzas e
Pecado, las tentaciones de Satanás y todo aquello que pue a
Poner en peligro nuestra relación con Cristo. Navegan
188
P E L IG R O : ¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN!
deriva no es muy probable que alguien llegue al reino de los
cielos. Escogiendo cualquier camino, o creyendo cualquier
cosa, no hay garantías de que lleguemos a la patria celestial.
Jesús dijo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene
al padre si no es por mí» (Juan 14: 6). Cada iglesia y cada
cristiano hemos sido llamados a andar por ese camino y esa
verdad en santidad y disciplina. Para eso hemos sido aparta­
dos, y para eso nos ha dado Dios todo tipo de instrucción
que nos prepara perfectamente para toda buena obra.
Apreciado/a lector/a, se acerca el día en que Dios con­
cluirá la preparación de esta divina receta que hemos lla­
mado «Redimidos para la eternidad». No hay duda de que el
Señor cuenta con la única cocina en que se puede preparar
este plato, que es su iglesia, y de que también tiene a su dis­
posición los mejores ingredientes que acabamos de deta­
llar aquí. Sin duda le sobra amor y dedicación para termi­
nar esta buena obra que él comenzó. Sé que por ello no
descansará hasta que presente ante sí mismo y ante todo el
universo a su iglesia redimida, sin manchas, arrugas, ni co­
sas semejantes, y reciba el honor, la gloria y la alabanza por
los siglos de los siglos. Amén.
¡Ojalá entonces tú también estés ahí!

1. Samuel Koranteng-Pipim, Recibiendo la Palabra, Buenos Aires:


ACES, 1997, pág. 366.
2. Elena G. de White, Consejos para los maestros, pág. 444.
3. Elena G. de White, Mensajes selectos, t. 1, pág. 286.
4. Elena G. de White, Mente, carácter y personalidad, t. 2, Buenos Aires:
ACES, 1991, pág. 645.
5. Elena G. de White, El conflicto de los siglos. Doral (Florida, EE.UU.):
APIA, 2007, pág. 520.
6. Elena G. de White, Hijos e hijas de Dios, pág. 110.
7. Elena G. de White, Así dijo Jesús, Doral (Florida, EE.UU.): APIA,
2007, pág. 173.
8. Elena G. de White, El Deseado de todas las gentes, Doral (Florida,
EE.UU.): APIA, 2011, pág. 646.
¡Hoy militantes,
mañana triunfantes!
«Edificaré mi iglesia, y las puertas
del infierno no prevalecerán contra ella»
(Jesucristo).
1 día en que Jesús anunció la deci­
sión de edificar su iglesia, también
aseguró que las puertas del infier­
no no prevalecerían contra ella (ver
Mat. 16: 18). Tal anuncio no solo
asegura que Dios ha establecido su
fortaleza en medio de este mundo
caído y usurpado por Satanás, sino
que de hecho indica que el enemi­
go ha sido vencido. La iglesia es, por
lo tanto, un permanente anuncio
anticipado del fracaso del diablo y
del triunfo de Dios.
El apóstol Pablo nos recuerda en
su Carta a los Efesios que hay una
relación especialmente única entre
Cristo y la iglesia. Esta relación se
ilustra por medio de la metáfora de
192
P E L IG R O : ¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN!

la cabeza y el cuerpo. La imagen muestra a Cristo como la


cabeza de la iglesia, a la que conduce y gobierna, y a la igle­
sia como su cuerpo, que llega a ser el medio por el cual el
Señor lleva a cabo su plan de presentar su salvación a los
seres humanos. Lo interesante en todo esto es que Pablo
dice en Efesios 1: 20-23 que ese Cristo que es cabeza de la
iglesia está sentado a la diestra de Dios en los cielos y ejerce
su autoridad «sobre todo principado, poder y señorío, y so­
bre todo nombre que se nombra, no solo en este siglo, sino
también en el venidero». Y que todas las cosas en el univer­
so han sido sometidas bajo sus pies.
Estas palabras de Pablo son una reafirmación de lo que el
mismo Cristo había dicho a sus discípulos en la ocasión en
que los comisionó para llevar el mensaje de salvación a todo
el mundo. En esa oportunidad les reveló: «Toda potestad me
es dada en el cielo y en la tierra». Luego concluiría diciéndo-
les: «Y yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del
mundo» (Mat. 28: 18, 20). Si podemos mantener esto en
perspectiva, nos será fácil creer con todo nuestro corazón
que la iglesia tiene su triunfo asegurado en Cristo Jesús.
Así que considero saludable indicar de entrada que, al
margen de lo que suceda en tu congregación, de lo que ha­
gamos los miembros o los dirigentes, y de lo que trame el
enemigo de Dios, la iglesia de Cristo saldrá triunfante.
Es desde esta perspectiva como debe mirarse la iglesia
tanto externa como internamente. Y es con esta certeza
como telón de fondo con la que debe analizarse toda situa­
ción, positiva o negativa que enfrente el pueblo de Dios en
cualquier ámbito. Por muy bien que podamos enumerar los
problemas o defectos de quienes integramos la iglesia, na­
die puede, basándose en los mismos, anunciar su fracaso,
ni mucho menos está autorizado por Dios a dar un mensaje
de esta naturaleza. Cuando el apóstol Pablo escribió su Pri­
mera Carta a Timoteo, aunque reconoció en sus líneas que
en las filas cristianas se habían infiltrado falsas doctrinas y
193
otros problemas a los que hacer frente, fue muy enfático en

10. ¡Hoy militantes, mañana triunfantes!


declarar que esa era «la iglesia del Dios viviente, columna y
defensa de la verdad» (1 Tim. 3: 15).
Con independencia de lo que pase dentro o fuera de
ella, y de lo que hagamos o dejemos de hacer sus miembros,
nada de ello determ ina o puede impedir el triunfo de la
iglesia de Cristo. Lo que el Señor hizo no puede deshacerlo
el hombre ni ningún otro poder ajeno a Dios. La institu­
ción cuya cabeza es el propio Hijo de Dios solo puede tener
como destino final el triunfo y la gloria. No existe ni exis­
tirá la persona, circunstancia, poder o autoridad que pueda
impedir a Cristo presentarse a sí mismo «una iglesia glorio­
sa, que no tenga mancha, ni arruga ni cosa semejante, sino
que [sea] santa y sin mancha» (Efe. 5: 25-27).
Por tanto, nunca debemos permitir que algo o alguien
nos haga perder de vista el hecho de que Cristo es la cabeza
de la iglesia (Col. 1: 18). Esto no es un lema o grito intimida-
torio, sino que es una realidad que debe darnos la certeza de
que él está en todo momento con nosotros, dirigiéndonos y
guiándonos hacia la victoria (ver Mat. 28: 20). Ese Cristo es
un capitán victorioso, identificado en la Biblia como Rey de
reyes y Señor de señores (Apoc. 19: 16). ¡Solo este hecho es
suficiente para confiar en el triunfo final de la iglesia!

La iglesia es para pecadores


Sin embargo, a pesar de la seguridad que podemos tener La institución
en Cristo, algunos son pesimistas en su diagnóstico con re­ cuya cabeza es el
lación al futuro de la iglesia. Otros, aún peor, se desaniman propio Hijo de Dios
y la abandonan por lo que ellos llaman «los problemas y pe­ solo puede tener
cados que la están destruyendo». La siguiente declaración, como destino final el
registrada en el libro Testimonios para los Ministros, describe triunfo y la gloria.
muy bien esa actitud: «Algunas personas parecen pensar
al entrar en la iglesia serán cumplidas sus expectativas,
y bailarán solamente personas puras y perfectas. Son celosas
en su fe, y cuando ven faltas en los miembros de la iglesia,
194
dicen: “Nosotros abandonamos el mundo para no tener nin­
P E L IG R O : ¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN!

guna asociación con individuos malos, pero el mal se halla


aquí también”. Y preguntan, como los siervos de la parábola:
“¿De dónde, pues, tiene cizaña?”».1
Esta cita no termina aquí y vamos a volver a ella más
adelante, pero hay varios puntos de la m ism a sobre los
que debemos reflexionar ahora. En prim er lugar, note­
mos que la expectativa de ser parte de una iglesia a la que
solo puedan pertenecer personas puras y perfectas, es
algo que nunca podrá ir más allá de la mente de algunos.
Lo más significativo de esto es que si dicha expectativa se
cumpliera tal como ellos la conciben, solo ellos mismos
podrían ser miembros.
Ahora bien, Dios nunca se propuso crear una comuni­
dad terrenal en la que solo entrasen seres puros y perfectos.
Los tales no existen en este mundo, y por lo tanto la iglesia
sería una organización buena para nada. Es por amor a no­
sotros y para poder acogernos dentro de ella, que el Señor
la ha creado como un refugio para quienes reconocen su
impureza e imperfección espiritual. Desde siempre Dios ha
mostrado su comprensión acerca del hecho de que dentro
de su iglesia están creciendo juntos el trigo y la cizaña
(Mat. 13: 24-30). Aun así, dice Jesús: «Venid a m í los que
estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar» (Mat.
11: 28). Y también: «Al que a mí viene, no lo echo fuera»
(Juan 6: 37).
La iglesia no es algo que Dios hizo para atraer a las per­
sonas puras y perfectas que habitan este planeta, sino para
ofrecer la solución al problema que ha generado impure­
za e imperfección en todos los seres humanos, a saber, el
pecado.
La anterior cita de Elena G. de W hite decía también que
el mayor problema respecto a estas personas no lo constitu­
yen sus expectativas, sino la fuerte ilusión que albergan de
que se cumplan. Al parecer, de forma automática, esto las
lleva a convertirse en personas «celosas en su fe»; dicho de
195

10. ¡Hoy militantes, mañana triunfantes!


otro modo, «obstinadas en sus creencias». Es entonces cuan­
do el problema empieza a afectar a las vidas de otros, pues al
ver estas personas faltas o errores en los demás, concluyen
que algo marcha mal en la iglesia, que no hay diferencias en­
tre ella y el mundo en el que se hallaban antes de entrar en
ella. Y como no encuentran una explicación satisfactoria
para la existencia de esas faltas en la congregación, no es
raro que se desanimen y abandonen la iglesia, llenas de frus­
tración por lo que presencian.
Mientras escribo estas líneas, llega a mi mente el recuer­
do de la llamada telefónica que me hizo un amigo muy que­
rido. Era para preguntarme qué podría decirle a un conoci­
do suyo que llevaba muchos años siendo miembro fiel y ac­
tivo de su congregación, pero que ahora ya no quería seguir
asistiendo, debido a su disgusto con «algunas situaciones».
En resumidas cuentas, se sentía decepcionado con la reali­
dad eclesial. En la voz de mi amigo, podía percibir que él
estaba seguro de que el plan divino incluye nuestra perma­
nencia en la iglesia. A la vez noté, sin embargo, que deseaba
disponer de suficientes argumentos para ayudar a personas
que batallan entre la certeza del triunfo del plan de Dios y
la situación de nuestras congregaciones, con todo lo que
conlleva.
También mantengo fresca en mi memoria la voz preocu­
pada y al mismo tiempo disconforme y molesta de una mujer
consagrada y de buena reputación. Se lamentaba de ver «tan­
tas cosas» que deshonraban a Dios en su congregación. Me
comunicaba su decisión de marcharse a otro lugar donde su
fe estuviera a salvo.
Tal como lo indica la citada declaración de Elena G. de
White, hay algunos que han llegado a pensar que el propósi­
to de venir a la iglesia consiste en abandonar el mundo para
no asociarnos con malas personas. Así pues, para ellos las
personas malas no tienen cabida en el pueblo de Dios. Si se
196
P E L IG R O : ¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN!
las detecta, entonces ha llegado la hora de procurar que
sean expulsadas. De lo contrario, serán ellos quienes aban­
donen esa comunidad.
Si hay una pregunta que resulta absurdo formular en re­
lación con la iglesia, es la que plantearon los siervos de la
parábola acerca del trigo y la cizaña: «¿Cómo, pues, tiene
cizaña?» (Mat. 13: 27). Sin embargo, algunos se muestran
sorprendidos y frustrados al constatar la presencia de pro­
blemas y pecados en la iglesia. Como aquellos siervos, tie­
nen dificultad para entender cómo es que habiendo Dios
sembrado buena semilla, junto con el trigo también esté
creciendo la cizaña. Al parecer, igual que ocurrió con los
siervos del relato, estas personas necesitan recordar que tan
cierto como que el Señor ha sembrado solo la buena semi­
lla, es que hay un enemigo de Dios que está diseminando
una simiente tóxica en el campo de este mundo, con el pro­
pósito de dañar la buena obra comenzada por Dios.
Jesús reconoció esa realidad cuando les contestó a los
siervos: «Un enemigo ha hecho esto» (versículo 28). Las per­
sonas a quienes Dios, por su misericordia, ha traído a su
pueblo, debemos mantenemos en ella conscientes de que el
propósito que él tiene con nosotros a través de su iglesia es
perfecto, completo y eterno; es un propósito de salvación.
La idea Pero también hemos de recordar que esta obra el Señor la

de que la iglesia llevará a cabo bajo los ataques insistentes y despiadados del
enemigo. Por eso Jesús anunció desde el primer día que el
es un espacio
infiemo no prevalecería contra la iglesia (ver Mat. 16: 18).
en donde no deberían
Pero esta misma declaración prueba que el Señor deseaba
existir problemas
alertarnos sobre el hecho de que el infierno lo intentaría
ni personas
hasta el final.
que pequen,
Entonces la idea de que la iglesia es un espacio en donde
no se corresponde
no deberían existir problemas ni personas que pequen, no
con el cuadro bíblico se corresponde con el cuadro bíblico que más bien habla de
que más bien habla una lucha o guerra espiritual (ver Luc. 15: 30-32). En el
de una lucha campo en el que Dios está trabajando, se ha infiltrado un
o guerra espiritual. enemigo para tratar de dañar la cosecha. Eso explica la
197
presencia del trigo y la cizaña. La iglesia es realmente un

10. ¡Hoy militantes, mañana triunfantes!


campo de batalla espiritual. Un lugar adonde Dios trae
constantemente a personas con el propósito de salvarlas,
mientras Satanás se mantiene al acecho para tratar de im­
pedir el plan divino. Y una de las cosas c[ue hace el enemigo
es sembrar cizaña al lado del trigo que sembró Dios.
En la práctica esto quiere decir que así como Dios está
trayendo cada día a la iglesia a los que han de ser salvos (ver
Hech. 2:47), también Satanás lleva personas a la iglesia con
el propósito de degradar el nivel espiritual de esta y llenarla
de malas costumbres y pecados. Lee con cuidado las pala­
bras que citaré a continuación: «Satanás usa métodos enga­
ñosos con los que se propone llenar la iglesia de falsos her­
manos, por medio de los cuales él pueda trabajar con más
éxito para debilitar la causa de Dios».2
Insistiendo en develar la malévola estrategia del enemi­
go, la misma autora declaró: «Parte de su plan consiste en
introducir en la iglesia elementos irregenerados y faltos de
sinceridad, elementos que fomenten la duda y la increduli­
dad y sean un obstáculo para todos los que desean ver ade­
lantar la obra de Dios y adelantar con ella».3
Estas declaraciones no dejan lugar a dudas. Nos encon­
tramos en medio de una verdadera batalla entre el bien y el
mal, entre Cristo y Satanás. No es sabio concluir que haya
algún ámbito de la existencia en este mundo donde esa ba­
talla no esté librándose día tras día, incluida la iglesia. Si
bien es cierto que Dios está atrayendo a diario a los que han
de ser salvos, también lo es que Satanás no deja de usar sus
métodos para introducir personas que dañen a la iglesia.
Estas se hallan representadas por la cizaña de la parábola
que creció a la par del trigo. ¿Quiénes son? No lo sabemos,
solo Dios lo sabe y solo él, en el momento que tiene previs
to para eso, separará el trigo de la cizaña y dará a cada
uno de acuerdo con sus obras (ver Apoc. 22. 12).
Algunos quisieran hoy, como los siervos de la parábola
de ayer, tener la autorización del Señor para arrancar lo que
198
P E L IG R O : ¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN!

ellos suponen que es cizaña dentro de la iglesia, pero la res­


puesta de Cristo no ha cambiado desde que contó la pará­
bola: «Él les dijo: “No, no sea que al arrancar la cizaña
arranquéis también con ella el trigo. Dejad crecer junta­
mente lo uno y lo otro hasta la siega, y al tiempo de la siega
yo diré a los segadores: ‘Recoged primero la cizaña y atadla
en manojos para quemarla; pero recoged el trigo en mi gra­
nero’”» (Mat. 13: 29-30).

La labor de la iglesia militante


Nuestra labor no es averiguar quién es cizaña dentro de
la iglesia para arrancarla. Cuando sea necesario hacer ese
trabajo, lo hará el Señor. Nos conviene más ocuparnos en
tratar de ser parte del trigo que sembró el Señor y permane­
cer fieles a él para ser salvos. Uno de los mejores consejos
que puede recibir cualquier miembro de la iglesia, es el que
les dio el apóstol Pablo a los filipenses: «Ocupaos en vuestra
salvación con temor y temblor» (Fil. 2:12). No te desanimes
por la presencia de problemas, pecados y personas irrege-
neradas en la iglesia. Al contrario, cuando seas testigo de
esas cosas, anímate al recordar que:
Ninguna situación o persona hará que el Señor abando­
ne a su pueblo. Él prometió que estará con nosotros todos
los días hasta el fin del mundo, y como siempre, él cumplirá
su promesa (ver Mat. 28: 20).
Ninguna situación o persona, incluyendo a Satanás, po­
drá im pedir que triunfe la iglesia de Dios. Recuerda el
anuncio profètico del Señor: «Las puertas del Hades no pre­
valecerán contra ella» (Mat. 16: 18).
No estamos afirmando que Dios apruebe la presencia
del pecado dentro de la iglesia, sino que la inclusión de pe­
cadores en su seno no puede impedir que Dios cumpla con
ella su propósito de salvar a todos los que pongan su fe en
Cristo. El único peligro en todo esto es que tú o yo desvie­
mos nuestros ojos hacia los detalles negativos sin duda pre­
sentes en lugar de ponerlos en Cristo, y nos desanimemos o
frustremos. Precisamente eso es lo que Dios quiere evitar al

10. ¡Hoy militantes, mañana triunfantes!


damos a conocer las acechanzas del enemigo y lo que está
tramando contra la iglesia.

Todavía hay que seguir luchando


¿Recuerdas la declaración de Elena G. de W hite que es­
tábamos analizando más arriba? Te dije que volveríamos a
ella. La copiaré de nuevo aquí, pero ahora m ás completa,
porque quiero que nos fijemos en cómo termina: «Algunas
personas parecen pensar que al entrar en la iglesia serán
cumplidas sus expectativas, y hallarán solamente personas
puras y perfectas. Son celosas en su fe, y cuando ven faltas
en los miembros de la iglesia, dicen: “Nosotros abandona­
mos el mundo para no tener ninguna asociación con indi­
viduos malos, pero el mal se halla aquí también. Y pre­
guntan, com o los siervos de la parábola: “¿De dónde, pues,
tiene cizaña?”. Pero no necesitamos chasquearnos así, pues
el Señor no nos autoriza a sacar la conclusión de que la igle­
sia es perfecta; y todo nuestro celo no nos permitirá tener
éxito en lograr que la iglesia m ilitante sea tan pura com o
la iglesia triunfante».4
¿Te das cuenta? En este m om ento, todavía tu querida
congregación m ilita, es decir, lucha en este mundo, en el
nombre del Señor, para m antenerse fiel y pura contra los
ataques del enemigo. Este siembra cizaña en su seno y atrae
a ella a personas irregeneradas e insinceras. Mientras siga
siendo iglesia m ilitante, no podrá llegar a ser perfecta ni
completamente pura. Creer que podría es una conclusión
irreal y desproporcionada. Pero eso no significa que algo
ande mal con la iglesia o que debas abandonarla. Todo lo
contrario, las cosas están ocurriendo exactamente como el
Señor nos avisó que ocurrirían. Además, la historia no ter­
mina en ese punto. Tu congregación militante muy pronto
será triunfante en Cristo. Entonces será perfecta, sin man­
c a s , ni arrugas, ni cosas semejantes. Será pura como una
n°via ataviada para su esposo (Efe. 5: 27; Apoc. 21: 2).
200
P E L IG R O : ¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN!
No creo que nadie pueda negar con seriedad que hay
problemas en la iglesia, pecados y otras cuestiones que de­
ben cambiar. No creo que nadie pueda decir sin faltar a la
verdad que entre los dirigentes y los miembros del pueblo de
Dios todo se hace de acuerdo con la voluntad divina. Pero lo
que sí podemos afirmar con toda seguridad es que el bien
triunfará y el mal será vencido. La iglesia llegará al puerto
del reino de los cielos guiada por su capitán que es Cristo Je­
sús. Y todos los que dentro o fuera de ella no fueron fieles al
Señor perecerán para siempre, mientras los fieles triunfarán
con ella.
Sobre esta base, creo con todo mi corazón en estas pala­
bras: «Puede parecer que la iglesia está por caer, pero no
caerá. Ella permanece en pie, mientras los pecadores que
hay en Sion son tamizados, mientras la paja es separada del
trigo precioso. Es una prueba terrible, y sin embargo tiene
que ocurrir. Nadie fuera de aquellos que han estado ven­
ciendo mediante la sangre del Cordero y la Palabra de su
testimonio serán contados con los leales y los fieles, con los
que no tienen mancha ni arruga del pecado, con los que no
tienen engaño en sus bocas. Debemos despojarnos de nues­
tra justicia propia y vestirnos con la justicia de Cristo».5
¿Sabes qué es lo que me gusta de esta declaración? Que
no pone el énfasis en lo que yo tengo que hacer para arre­
glar los problemas que enfrenta desde siempre la iglesia,
sino en lo que puedo hacer para triunfar con ella. Más allá
de los que juzgan, de los que comparan, de los que calum­
Puede parecer nian a otros, o levantan chismes y falsos testimonios. Más
que la iglesia allá de los que se ofenden, tienen resentimientos u odian a
está por caer, otros en la iglesia. Más allá de aquellos que no quieren per­
pero no caerá. donar a quien los ofendió, o los que quieren imponer sus
opiniones personales, o luchar por un puesto en la iglesia,
o por mantener su reputación más que por agradar a Dios,
más allá de todo eso está la pregunta más importante:
¿Cómo debo vivir para triunfar con esta iglesia?
Para contestar esta pregunta fundamental, el cristianis­
mo propone dos grandes cosas:
201

10. ¡Hoy militantes, mañana triunfantes!


D espojam os de n u estra ju sticia propia El Señor nos
ha traído a su iglesia en primer lugar para que aprendamos
la autonegación y la renuncia. La clave para lograr esto es
recordar que todo lo que ocurre en la iglesia en realidad no
gira en torno a mí, no tiene por qué concernirme tan deci­
sivamente. Cuando algo sale bien o mal en la iglesia, eso no
es algo que deba tom arm e como algo personal. Cuando
alguien de nuestra congregación tiene una manera de ser
que me agrada o me desagrada, no importa, pues en de­
finitiva eso no tiene que ver conmigo. No tengo por qué
amargarme, ni desanimarme, ni ofenderme, ni mucho me­
nos retirarme por las cosas que pasan, pues la iglesia no me
tiene por centro a mí, no es una institución acerca de mí.
El cristianismo no tiene como centro la idea de que de­
bamos vivir para complacernos a nosotros mismos, para im­
poner nuestras ideas, o para sentirnos bien solo en los luga­
res o con las personas que se comportan como a mí me pa­
rece bien. Buena parte de las razones que hacen que algunos
se desanimen de su condición de miembros de iglesia tienen
que ver con actitudes egocéntricas, que demuestran que no
nos hemos despojado de nuestra justicia propia. Si imposi­
ble es que alguien pueda salvarse basándose en sus propios
méritos, igual de imposible resulta que obtengamos benefi-
cios y gozo en la iglesia si nos comportamos en ella como si
funcionara en torno a nosotros. Lo peor es que tampoco
permitiremos que los demás la disfruten. igjesja
La presencia de pleitos, enemistades, divisiones y otras no me ^ene
cosas por el estilo demuestran que todavía hay mucho de por centro a mí,
nosotros y poco de Cristo en lo que hacemos y decimos. En no es una institución
la medida en que él se convierta en el centro de nuestra vida, acerca de mí.
no tendremos tiempo ni interés en fijarnos en lo que hacen La iglesia
o dicen otros en la iglesia. Neguémonos a tener la actitud del esacerca
gatito que fue al palacio para ver a la reina y, al regresar, de Cristo
contó que lo único que vio fue un ratoncito en la alacena,
ha iglesia es acerca de Cristo. Él es el rey, él es el único al que
202
P E L IG R O : ¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN!
debemos mirar, a quien debemos contemplar. ¿Quién en su
sano juicio quiere gastar su tiempo mirando ratones cuando
puede ver a la reina?
Vestimos con la justicia de Cristo. La iglesia es el lugar
para personas que quieren emplear lo mejor de su tiempo y
sus energías tratando de imitar a Cristo. Este tipo de perso­
nas son las que más disfrutan de la iglesia y dejan que otros
la disfruten. Quien viene a la iglesia con este propósito, tiene
en alto aprecio la presentación de la Palabra de Dios, los can­
tos espirituales, las oraciones, los testimonios y la comunión
con otros que comparten la misma fe y la misma esperanza.
Todas estas cosas son medios para que puedan conocer más
y mejor a Jesús, a quien han escogido como su maestro y
modelo.
Vestirnos con la justicia de Cristo es reconocer que esta­
mos en la iglesia en virtud de la gracia de Dios y que lo mis­
mo también es cierto para el resto de los miembros. Es ad­
mitir que mi papel no es el de juez, ni dueño, ni árbitro de la
conducta de los demás. Que no tengo otra cosa que aportar
a la vida de mi congregación que no sea mi amor por Dios,
mi agradecimiento y mi servicio a él, allí donde y cuando él
lo requiera. Vestirnos de la justicia de Cristo es entender que
a él es a quien necesito cada día y en cada momento de mi
vida. La imagen de la justicia como un vestido habla de algo
que es necesario ponerse cada día. La gran necesidad de tu
iglesia y la mía no es la de tener miembros perfectos y puros,
sino personas que, al margen de cómo haya sido su vida, es­
tén dispuestas a usar cada día el limpio vestido de la justicia
de Cristo. Nuestra más grande y urgente necesidad es Cris­
to. Menos de nosotros y más de él sería algo muy bueno para
la iglesia. Nada de nosotros y todo de él sería lo ideal.

Vale la pena permanecer en la iglesia


Creo que puedes estar de acuerdo conmigo en que, a pe­
sar de cualquier detalle negativo que podamos ver en ella,
la iglesia es un maravilloso invento de un Dios que ama a
los seres humanos. Creo que también convendrás conmigo
203
en que todo el que tiene interés en conocer al Señor, en imi­

10. ¡Hoy militantes, mañana triunfantes!


tarlo y en vestirse diariamente de su justicia, necesita el am-
biente que provee la iglesia.

¿Qué otra organización en este mundo puede ofrecerte


un plan fiable para salvarte de la condenación, el dominio y
la presencia del pecado? ¿Qué otra institución está diseñada
para ayudarte a experimentar un nuevo nacimiento bajo la
dirección de Dios y así convertirte en una nueva criatura en
Cristo Jesús? ¿Hay alguna otra que esté organizada para
enseñarte y darte oportunidades de servir a Dios? ¿Alguna
más te enseña la Palabra que es capaz de hacerte apto para
toda buena obra? ¿Existe otra que constantemente ore por ti
y por los tuyos, que te consuele y acompañe en los momen­
tos difíciles de tu vida, o que te ofrezca un futuro glorioso y
una esperanza segura en Dios?
Son tantas las razones por las cuales necesitamos la igle­
sia y debemos estar agradecidos por ella, que es una insen­
satez perder nuestro tiempo concentrándonos en cosas que
solo se deben a nuestra presencia en ella, y que en nada po­
demos achacar al Señor.
Ven a la iglesia de Dios, que es tu iglesia, con la actitud
que recomienda el Salmista al decir: «Entrad por sus puer­
tas con acción de gracias, por sus atrios con alabanza. ¡Ala­
badlo, bendecid su nombre!, porque Jehová es bueno; para
siempre es su misericordia, y su fidelidad por todas las ge­
neraciones» (Sal. 100: 4-5). He aquí las razones que deben
mantenernos felices y agradecidos por ser parte de la igle­
sia: nuestro Dios es bueno, su misericordia es inagotable, y
todo lo que él dice es siempre la verdad. ¿Puedes desear un
entorno mejor que este al cual adscribirte? ¿Alguno mejor
en el cual pensar en asuntos dignos de reflexión, regociján

dote en ellos?
La iglesia es buena y perfecta para lo que Cristo la hizo,
hs necesaria porque todos nosotros necesitamos ser cura­
dos del pecado y ella es el hospital divino. Necesitamos ser
perdonados y aceptados por Dios, y ella es el ámbito desta
eado en el que el Señor ofrece y exhibe su gracia para todas
204
P E L IG R O : ¡SANTOS EN CONSTRUCCIÓN!

sus criaturas. Todos nosotros necesitamos alimentarnos es­


piritualmente, crecer en amor, fe y sabiduría, y en ella nos
concede Dios los frutos del Espíritu y nos invita a colaborar
con él en su obra para el desarrollo de nuestro carácter. En
fin, la iglesia es necesaria porque todos nosotros anhelamos
la salvación, y es a ella adonde Dios está trayendo cada día
precisamente a los que han de ser salvos.
Es cierto que somos santos en construcción pero la buena
noticia es que el que comenzó la buena obra de construir
nuestros caracteres y hacemos nuevas criaturas, seguirá el
proceso de perfeccionamos sin desmayar hasta el día glorioso
en que vuelva en las nubes de los cielos para llevamos con él
(ver Fil. 1: 6).
«Porque aún un poco, y el que ha de venir vendrá, y no
tardará. Mas el justo vivirá por fe; pero si retrocede, no agra­
dará a mi alma. Pero nosotros no somos de los que retroceden
para perdición, sino de los que tienen fe para preservación
del alma» (Heb. 10: 37-39). ¡Qué preciosa promesa y qué va­
liente resolución! Nuestro Dios vuelve pronto a buscamos, y
nosotros le vamos a esperar sirviéndole activamente por amor
dentro de su iglesia, a la que por su gracia nos trajo. Debemos
estar seguros de que Dios va a cumplir esa promesa que hizo
a sus hijos.
Por tanto, sería muy triste que de alguno de nosotros ten­
ga que decirse que estando casi a punto de llegar al reino, algo
o alguien le desanimó o le frustró, y que por eso abandonó el
camino y así le sorprenderá el día de Cristo... No es tiempo de
fijamos, o dedicamos a pensar y a hablar de cosas que no edi­
fican y destruyen la unidad y la paz de la iglesia. Hagamos lo
que dice Pablo: «Mantengamos firme, sin fluctuar, la profe­
sión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió. Y
considerémonos unos a otros para estimulamos al amor y a
las buenas obras; no dejando de congregamos, como algunos
tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más,
cuanto veis que aquel día se acerca» (Heb. 10: 23-25).
Así es, mi querido lector, la hora en que vivimos requiere
que nos mantengamos firmes y sin variar en cuanto a la fe
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que tenemos en Jesús y la esperanza que él ha puesto en

10. ¡Hoy militantes, mañana triunfantes!


nuestros corazones. El tiempo actual requiere que, en el seno
de la iglesia, nos ayudemos unos a otros, nos motivemos a
dejamos constreñir por el amor de Cristo (ver 2 Cor. 5: 14)
y a poner en práctica toda obra que revele el amor de Dios a
los demás. Es un tiempo para seguir adelante, disfrutar y be­
neficiarnos de nuestra presencia en la iglesia. No es tiem­
po de abandonarla, no es hora de descuidar nuestra con­
dición de m iem bros. N uestra relación con la comunidad
cristiana es algo m uy im portante y tiene consecuencias
que incluso trascienden la historia de este mundo.
Hemos de hacer todo cuanto podamos por el bienestar
de la iglesia porque eso contribuirá al bienestar de cada
uno de nosotros. D ebem os poner lo m ejor de cada cual
para ayudar a nuestros hermanos. Hemos aprendido que
hay formas, actitudes, costumbres y maneras de ver las co­
sas que son propias de nuestra vida pasada sin Cristo, y
que necesitamos dejar fuera de la iglesia para no dañarla.
El día del retorno de Jesú s se acerca y debemos exhortar­
nos unos a otros a ser fieles a Dios hasta la muerte (ver
Apoc. 2: 10).
Tu iglesia ahora mismo tiene un letrero en su entrada
que indica: «Peligro: Santos en construcción». Pero si pue­
des perseverar hasta el fin sin abortar el plan de Dios para
tu vida, muy pronto te encontrarás a la entrada del mismísi­
mo reino de los cielos. Allí no vas a leer un letrero, sino que
escucharás al propio Cristo decirte: «Ven, bendito de mí pa­
dre, hereda el Reino preparado para ti desde la fundación del
mundo» (cf. Mat. 25: 34).
¡Espero verte allí!

1 Elena G. de White, Testimonios para los ministros, pág. 47.


2- Elena G. de White, Review & Herald, 10 de enero de 1893.
3- Elena G. de White, El conflicto de los siglos. Doral (Florida, EE.UU.).

APIA, 2007, pág. 511.


T Elena G. de White, Testimonios para los ministros, pág. 47.

Elena G. de White, Mensajes selectos, t. 2, págs. 436-437.


» * * 1

¿Te has preguntado por qu é la iglesia parece tod o m enos perfecta?


Te c o m e n to q u e aunÉfue la s a lv a c ió n q u e J e s ú s n o s d a e s c o m p le ta ,
n u e stro .crecim iento e n Ja g ra cia va en a u m e n to . Por ello m e p a re ce a ti­
n a d o a firm a r q^je, en la iglesia, s o m o s S a n t o s e n c o n s t r u c c ió n .

E ste no e s unlfíbro a ce rca d e la te o lo g ía d e la iglesia, sin o a c é rc a d e las


p e rs o n a s q u e e s ta m o s e n ella. N o e stá e sc rito pa ra q u e lo lean so lo los
d irig e n te s, ni los dirig idos, ni n in g ú n p ú b lico en p a rticula r. M e dirijo s e n ­
c illa m e n te a c u a lq J fe r p e rs o n a q u e q u ie ra e n te n d e r cuá l es el plan que
tie n e D io s pa ra los se re s h u m a n o s p o r m e d io d e su iglesia.

S o m o s S a n to s en c o n s t r u c c ió n , pero la buena noticia es qu e el que c o ­


m e n z ó la b u e n a o b ra d e c o n s tru ir n u e stro s ca ra cte re s, s e g u irá el proce-
r .■
s o d e p e rfe c c io n a rn o s h a s ta el d ía g lo rio s o e n q u e vue lva
e n las raubes d e los c ie lo s pa ra lle v p rn o s 'c o n él.

Roberto Herrera Es autor de varios libros entre


ellos Josué: Liderazgo, valentía y superación publicado
por este sello editorial. Está casado con lyelisse
Rijo y tienen dos hijos: C hanttal y Alan.

ISBN 9 7 8 - 1 - 6 1 I 6 l 4S6 5
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