Sie sind auf Seite 1von 58

C apítulo IV

Administración, defensa y explotación


de los territorios conquistados

Al tratar el tema de la administración del Imperio y de la política


que adoptó y aplicó Alejandro Magno, nos encontramos ante una
de las cuestiones que con más frecuencia se ha evocado desde la
Antigüedad: la de saber si Alejandro estuvo perpetuamente condu­
cido por las necesidades (o la afición) de la guerra y de la conquista
o si supo, al mismo tiempo, dedicarse a lo que Jenofonte (Econ. IV.
4-25) llamaba los «trabajos de la paz». Con este propósito, el his­
toriador griego introdujo el modelo, completamente reconstruido
por él, de un gran rey tan preocupado por mantener sus ejércitos y
guarniciones como por sostener la paz y desarrollar la prosperidad
de las campañas.
Igualmente, otra imagen muy utilizada: ¿Alejandro Magno esperó
regresar a Babilonia para ocuparse seria pero muy brevemente (solo
durante dos años) de la organización administrativa y financiera
de los países que había conquistado durante los años precedentes?
La cuestión implica necesariamente que se había desinteresado del
asunto durante casi diez años. No obstante, afirmar (como hacemos
regularmente) que Alejandro carecía de gusto por la administración
no significa nada, puesto que no excluye que hubiera podido tomar
decisiones extremadamente sabias y reflexionadas en este ámbito1.

1 Véase las acertadas reflexiones y análisis de W. E. Higgins, «Aspects of Alexander's


Imperial Administration: Some Modern Methods and Views Reviewed», Athenaeum,
1980, págs. 129-152.
72 Pierre Briant

i. LOS DIFERENTES GRADOS DE LA AUTORIDAD REAL

En principio, todos los territorios conquistados dependen


directamente del rey y de su administración, aunque solo sea
por «el derecho de la lanza». Sin embargo, tras este principio de
soberanía total y universal, recordado en varias ocasiones por
Alejandro Magno, se oculta en realidad una gran diversidad de
estatus y de situaciones. La marcha de Alejandro Magno fue
rápida, sobre todo, en algunas regiones. No se tomó el tiempo de
reducir el Imperio aqueménida totalmente; el resultado fue el
surgimiento de situaciones regionales m uy dispares, heredadas
en gran parte de los grandes reyes, que habían dejado subsistir
autonomías locales notables. La fórmula «dinastías, reyes, ciu­
dades, pueblos», que muestra bien la diversidad del imperio de
Darío, puede aplicarse, también, en gran medida, al imperio de
Alejandro Magno. Para simplificar, entre los diferentes grados
de dependencia, distinguiremos las regiones administradas di­
rectamente por los sátrapas reales de las que eran objeto de un
«gobierno indirecto», donde se tratará aparte el caso de el caso
particular de las ciudades griegas.

r .r . La ADMINISTRACIÓN SATRÁPICA

Sería pesado enumerar aquí la veintena, aproximadamente,


de satrapías de las que dispone el imperio de Alejandro hacia
el año 325. Se intentará más bien despejar los principios que
guiaron al rey en su práctica de la administración2.
En primer lugar, queda patente que Alejandro conservó la
mayoría de las estructuras aqueménidas, en especial, las satra­
pías, cuyos límites, salvo algunas excepciones, no se modifica­

2 Véase la puntualización de A. B. Bosworth, Conquest and Empire, Oxford, 1988,


págs. 229-241.
Alejandro Magno 73

ron. Estaríamos tentados a admitir que el rey, instruido por los


nefastos ejemplos de las revueltas de las satrapías persas en el
siglo iv, trató de reducir los poderes de sus propios sátrapas, pre­
ocupado principalmente por mantener la unidad del Imperio
en torno a su persona. Sin embargo, en este ámbito, los hechos
y los ejemplos son contradictorios. Algunas decisiones se toma­
ron en este sentido; sabemos bien, por ejemplo, que se cuidó de
dividir las satrapías demasiado extensas; así pues, Siria perdió
(tal vez) Fenicia en el año 329. No obstante, Alejandro Magno
es un pragmático que sabe transigir con las necesidades: parece
que los dos nomarcos nombrados en Egipto en los años 332-33r
(uno de ellos iraní, Doloaspis) — uno denegó el puesto— solo
fueron investidos de poderes teóricos: Cleomeno concentró
pronto todos los poderes civiles, y es cierto que el griego de
Naucratis era un destacado recaudador de impuestos3.
Por otra parte, Alejandro Magno decidió, en algunas ocasio­
nes, distribuir las atribuciones satrápicas entre varios titulares.
De esta manera, en Egipto y en las satrapías orientales (dirigi­
das por un sátrapa iraní) el poder militar fue confiado a uno
o a varios macedonios. Sin embargo, nada permite extender
la regla a las satrapías occidentales. Allí, por el contrario, si
exceptuamos el caso particular de Caria, donde hasta en el año
326, aproximadamente, la dinasta Ada (que había adoptado a
Alejandro Magno como hijo en el año 334) fue investida con el
título de sátrapa (pero no con el mando de las tropas). Poseemos
numerosos testimonios de la actividad militar de los sátrapas
a lo largo del período 334-323. Además, parece comprensible
que Alejandro Magno, que siempre hizo gala de un gran prag­
matismo en estos ámbitos, dejara poderes militares a sátrapas
(occidentales) de los que sabía que hacían frente a revueltas y
a revueltas crónicas de los pueblos de su satrapía. La división
de los poderes en las satrapías orientales constituía una simple
medida de prudencia. Por último, los sátrapas de Alejandro

3 Véase G. Le Rider, Alexandre, Monnaie, finance, politique,Paris, PUF, 2003, págs. 238-265.
74 Pierre Briant

Magno heredaron poderes financieros de los que disponían sus


homólogos aqueménidas4; como muestra el texto de los Écono-
micos del Pseudo Aristóteles, su misión esencial era recaudar
los diferentes impuestos satrápicos.
Los sátrapas macedonios dispusieron, por tanto, de poderes
plenos. ¿Cómo conciliar este hecho con la preocupación com­
probada del rey de conservar un poder total? La razón principal
es, sin ninguna duda, que para Alejandro Magno el problema
no se planteaba en términos jurídicos e institucionales. En pri­
mer lugar, sabía bien que en el contexto de la conquista, una
reorganización de los poderes satrápicos no podía constituir
una medida propia, por sí sola, que le garantizara la lealtad in­
defectible de sus subordinados. El imperio de Alejandro Magno
es un Estado en permanente creación; es un Estado itinerante a
la merced de los desplazamientos del ejército de conquista. Tal
es la cuestión importante: más que la existencia, o la ausencia,
de las estructuras intermediarias de control, es la presencia o
ausencia de la persona del rey la que conduce a algunos sátrapas
a obedecer o a rebelarse.
Los actos de algunos de ellos durante la campaña india son
una clara ilustración de este hecho. A su regreso, en Carmania,
Alejandro tomó medidas m uy severas contra varios sátrapas y
administradores que no respetaban los deberes de sus cargos
(exacciones de todo tipo, usurpaciones de funciones, etc.). Al­
gunos autores (F. Schachermeyr, E. Badian) han podido hablar
incluso de una auténtica «purga», casi de «conspiraciones» su­
cesivas, contra las que Alejandro Magno instaló un «reinado de
terror». Este vocabulario resulta impropio: la posición personal
del rey no estuvo permanentemente amenazada por motines
organizados en facciones secretas, cuyo objetivo habría sido de­
rrocar su poder. Es sintomático constatar que el reproche esen­

4 Sobre esta cuestión (puesta en entredicho), véase nuestras observaciones en REA,


LXXIV, 1972 p, 34-49 (Rois, tributs et paysans, 1982, págs. 15-30), y en último lugar, G.
Le Rider, La Naissance de la monnaie, Paris, PUF, 2001, págs. 234-236.
Alejandro Magno 75

cial que les hace Alejandro Magno es «haber desesperado de su


salvación... En efecto, los sátrapas esperaban que la expedición a
India se alargaría; que Alejandro Magno sucumbiría ante tantas
naciones enemigas...»5. Como subraya Arriano (quien, por sus
funciones en el Imperio Romano, conoce bien la cuestión), el
rey destituyó a algunos sátrapas o a gobernadores «que no ha­
bían obedecido sus órdenes» (VI. 27. r) o «de los que le habían
dicho que dirigían los asuntos de manera desorganizada (ouk
en kosmói)» (VI. r5_ 3). La misma expresión reaparece cons­
tantemente bajo su pluma durante la deposición de un sátrapa
mal intencionado (VI. 27. 3) o en la ejecución de estrategas que
habían abusado de su poder para vejar a las poblaciones de las
que se hacían cargo.
Ante un ejemplo tan desastroso, el rey toma la decisión de
dar muerte a sus generales. Tal vez influenciado por la imagen
xenofóntica del monarca ideal (Cyr. I. r. r-6), Arriano explica
fácil y lógicamente los motivos de esta actitud: se trataba de
imponer nuevamente reglas estrictas que prohibían el perjuicio
a las poblaciones sometidas (VI. 27. 4). La fragilidad real de la
que atestiguan estos casos es la de todo poder personal. Todo
se articula en torno al rey. A su salida hacia India, Alejandro
Magno no dejó tras de él ningún virrey ni vicario encargado de
vigilar a los sátrapas o de castigar sus errores y sus exacciones.
Dirige los asuntos con un número reducido de hombres, de los
cuales unos cuantos solamente tienen título: el griego Eumeno
de Kardia fue nombrado archicanciller; Hefestión, el mejor ami­
go del rey, recibió el título aqueménida de chiliarca; Harpalo
responsable de las finanzas (a lo largo de una carrera más bien
caótica6). No obstante, dichos títulos no tenían en sí mismos un

5 Quinto Curcio X. i. 7 y Arriano VII. 4. 2.


6 Véase, en especial, Arriano III 6. 4-7, con Bosworth, Commentary, I, 1989, págs. 282­
285; G. Le Rider, Coinage, 2007, págs. 204-205 y E. Badian «Harpalus», 1961 (B20, 2009).
Sobre el título hemiolios (Ps. Arist.Oikon. II. 2. 34a), véase también H. Müller, «Hemio-
lios. Eumenes II, Toriaionund die Finanzorganisation des Alexandre rreiches»,Chiron,
35, 2005, págs. 355-384.
76 Pierre Briant

contenido preciso, más que el que el rey deseara otorgarles en


uno u otro momento; su función civil de gran canciller no im­
pidió a Eumeno participar en expediciones militares. Alejandro
Magno prefiere confiar misiones temporales al pequeño grupo
de sus somatofílacos (guardaespaldas), que están unidos a él
por lealtad personal7.
Ante la situación que observa a su regreso de India, la reac­
ción natural de Alejandro Magno no es, por supuesto, fomen­
tar una reforma administrativa, sino más bien sustituir a los
culpables por compañeros en los que confía y de los que sabe
que seguirán escrupulosamente sus órdenes y sus instruccio­
nes. Nos damos cuenta entonces de dónde se sitúa la principal
fragilidad de toda la obra de la conquista. Pues, incluso en el
interior de los países de administración directa, la unidad del
Imperio constituye una noción que depende únicamente o casi
de la persona del rey. La reacción del número de sátrapas o de
administradores (exacciones y huida del tesorero ffarpalo en el
invierno de los años 325-326) en ausencia del rey auguraba en
lo que podría convertirse el Imperio cuando Alejandro Magno
desapareciera.

r.2. L as regiones de gobierno indirecto

Numerosos territorios escapan al control directo de la Ad­


ministración y conservan una independencia o autonomía de
hecho o de derecho, ya sea porque el rey les dejara un estatus
concedido o reconocido por los aqueménidas o porque la insu­
ficiencia de la obra de conquista hizo que el control satrápico
fuera ficticio. Por lo tanto, los estatus de los territorios son di­
ferentes, cambiantes y, a veces, ambiguos.

7 Terminología, función y lista en W. Heckel, The Morshals o f Alexander’s Empire,


1992, págs. 237-298.
Moneda de la época de Ptolomeo en la que Alejandro aparece toca­
do con los cuernos del carnero, atributos del dios egipcio Amén.

En las diversas acuñaciones en las que aparece su efigie, el joven


rey siempre aparecerá idealizado físicamente, armado con un casco,
tocado con una diadema... o con los despojos de un elefante, como
en este caso, en alusión a sus victorias en India.
78 Pierre Briant

Algunas regiones fueron primero erigidas como satrapías,


sin haber sido conquistadas, en sentido estricto, por Alejandro
Magno. Este es el caso de Capadocia y de Armenia. La primera
fue simplemente mermada por la marcha de Alejandro en el
año 333; el sátrapa (iraní) que había sido nombrado por este des­
apareció durante el contraataque persa de 333-332; en el año 323,
Capadocia escapó a la dominación macedonia y fue gobernada
por el dinasta Ariarates, que hizo unos preparativos militares
formidables. En cuanto a la región de Armenia, Alejandro Mag­
no había enviado allí, en el año 3 3 1, a un sátrapa iraní, Mithrenes
(el antiguo comandante de la fortaleza de Sardes), quien nunca
pudo tomar el control de la región, puesto que en el año 3r6 el
antiguo sátrapa aqueménida seguía residiendo en ella.
Otros países, incluidos teóricamente en una satrapía, conti­
núan, en realidad, gobernados por sus jefes tradicionales. Tal
es el caso de la Paflagonia, que no tiene más obligación que la
de abastecer de contingentes militares, y de la Bitinia, que supo
preservar su independencia contra los repetidos ataques del
sátrapa de Frigia Helespóntica.
Otras regiones están situadas de iure fuera de la esfera de la
influencia de los sátrapas. Chipre y Cirene no forman parte del
Imperio. La primera conserva sus ciudades y sus reyes, que, por
otra parte, han establecido excelentes relaciones con Alejandro
Magno; Cirene había enviado en el año 33a una embajada al rey
macedonio durante el viaje que este efectuaba hacia el oasis de
Siwah: su relaciones con este fueron definidas en un tratado de
alianza. Este hecho es el que explica que Chipre y Cirene no fue­
ran incluidas en las reparticiones de satrapías de 323 y de 32 r. En
Fenicia, las ciudades conservan su rey y sus instituciones, salvo
en Sidón, donde Alejandro Magno sustituyó al rey filopersa Es-
tratón por un hombre más complaciente, Abdalonime, patrón de
los artistas que crearon el llamado sarcófago de Alejandro Magno.
Además, las ciudades fenicias deben pagar contribuciones y pro­
porcionar contingentes: en algunos aspectos, su posición guarda
algunas analogías con la de las ciudades griegas de Asia Menor.
Alejandro Magno 79

1.3. E l caso de las ciudades griegas

Las ciudades griegas de Asia Menor «liberadas» por Alejan­


dro Magno, así como las europeas, en principio «aliadas» de
Alejandro gracias a la Liga de Corinto, representan con segu­
ridad uno de los casos de dependencia más ambiguos. Hemos
visto que la conducta del rey, durante toda la conquista, revis­
tió formas m uy diferentes, según la propia actitud que habían
adoptado las ciudades respecto a él. No obstante, el problema
que se plantea precisamente es saber si Alejando, en uno u otro
momento, decretó reglas que se aplicaran a todas las ciudades
griegas de Asia, e indistintamente a las ciudades de Asia Menor
y de Europa. Esta cuestión presenta varios aspectos: ¿Cuáles
eran las relaciones de las ciudades con los sátrapas? ¿Fueron
las ciudades de Asia incluidas en la Liga de Corinto? Estos dos
puntos, hay que decirlo, se ponen en duda.
A su regreso de Egipto, en la primavera del año 3 3 r, Alejan­
dro Magno decidió en Tiro una reforma de la administración
financiera8. Harpalo (que había huido antes de la batalla de
Issos) fue llamado y reinstalado en su puesto de controlador de
las finanzas. Paralelamente, Koiranos se ocupó de recaudar el
tributo (phoros) en Fenicia; Filoxenos recibió una misión análo­
ga para Asia Menor. Tenía que reunir las contribuciones abona­
das por las ciudades griegas para la continuación de la «guerra
de represalias». Cada ciudad solamente podía enviar de forma
aislada algunos talentos para la tesorería real. Lo mismo sucedía
con las ciudades fenicias, que no estaban bajo la jurisdicción
del sátrapa de Siria, pero que debían pagar su tributo mediante
Koiranos. De esta manera quedaban conciliadas dos exigencias

8 Sobre este punto, véase E. Badian «Alexander and the Greeks of Asia», Studies Ehren­
berg, 1996, págs. 37-96. (Observaciones críticas por W. Higgins, «Aspects of Alexander's
Imperial Administration: Some Modern Methods and Views Reviewed» Athenaeum,
1980, págs. 129-152).
80 Pierre Briant

contradictorias: la preocupación de respetar la autonomía de


las ciudades (incluida la de las fenicias), puesto que estas no
dependían (o ya no dependían) directamente del sátrapa; y la
necesidad en que se encontraban el rey y su administración de
velar por el pago y el envío de la contribución (syntaxis) o del tri­
buto (phoros). Esta organización duró hasta la primavera del año
330, fecha en que los contingentes griegos fueron reenviados a
Grecia, y en la que, paralelamente, Alejandro dejó de exigir que
las ciudades griegas pagaran una contribución «voluntaria». No
obstante, Filoxenos conservó el derecho de intervenir en dichas
poblaciones si el orden macedonio se encontraba amenazado.
A lo largo de toda la expedición, la libertad teórica de las ciu­
dades griegas estuvo, por lo tanto, limitada por una autoridad
superior.
Más intrincada aún resulta la segunda cuestión de la perte­
nencia o no de las ciudades asiáticas a la Liga de Corinto9. Parece
que algunas islas (Chios, Lesbos) formaron parte de esta. Los do­
cumentos existentes no permiten zanjar el caso de las ciudades
de la costa de Anatolia. En cualquier caso, el problema jurídico
carece, probablemente, del interés que le atribuyen los historia­
dores, si consideramos que los poderes y las atribuciones de la
Liga fueron rápidamente reducidos a la categoría de reliquias.
A su salida de Europa, Alejandro Magno había delegado al estra­
tega de Europa, Antípater, el poder de representarlo en el seno
de la Liga. Sin embargo, esta solo funcionó dos veces durante
la expedición. En el año 332, un rescripto de Alejandro Magno
resolvió la situación en Chios, que en el año 333 había vuelto
a ser ocupada por los persas, y, por consiguiente, retomada
por los oligarcas; entre las cláusulas del rescripto, figura la de
hacer juzgar a los traidores (los oligarcas) por el Sinedrión de
la Liga con arreglo a su estatus. Por otra parte, en el año 3 3 1,
después de su victoria sobre Agis III, Antípater dejó a la Liga

9 Cf. A. Heisserer, Alexander and the Greeks. The Epigraphical Evidence, 1980 y A. B.
Bosworth, Conquest and Empire, Oxford, 1988, pags. 187-1977250-258.
Alejandro Magno 81

decidir el destino de Esparta. No obstante, conviene mencionar


los límites de estas intervenciones: en el año 332, el rescripto
de Chios comportaba, igualmente, las cláusulas decididas por
el propio Alejandro Magno, entre ellas la instalación de una
guarnición en la ciudad; en el año 33a, el Sinedrión encargó a
Alejandro la decisión sobre Esparta: toma de posición comple­
tamente coherente, puesto que los sinadras sabían bien que,
en último análisis, la Liga solo constituía una cómoda «correa
de transmisión» para el rey, que solo actúa en función de sus
intereses en ese momento.
La decisión que tomó Alejandro Magno en el año 324 muestra
el poder de intervención que tenía en el interior de las ciudades.
En los Juegos Olímpicos de ese año, su enviado Nicanor leyó
una proclamación real en virtud de la cual las ciudades debían
llamar a sus exiliados. Esta decisión revestía una importancia
excepcional, pues los desterrados y los exiliados se contaban
por millares en la Grecia del siglo iv. Su reintegración plantea­
ba problemas m uy delicados, en especial, la reintegración en
sus propiedades confiscadas. Poco importa saber si el rescripto
real estaba o no formalmente de acuerdo con los artículos del
pacto de Corinto. En efecto, los decretos de aplicación en cada
ciudad se tomaron con referencia al rescripto; este tuvo, por
tanto, fuerza de ley o, más exactamente, valor vinculante para
los legisladores de las ciudades. Es tanto más vano recalcar el
aspecto legal de dicho rescripto cuanto que el rey encargó a
Antípater que obligara a su cumplimiento por la fuerza en el
caso de las ciudades que se negaran a ello.
En una fecha en la que Alejandro se disponía a lanzar nuevas
y lejanas expediciones (en Arabia), el objetivo era garantizar la
paz interna de las ciudades, disponiendo «de varios partidarios
afectos en cada ciudad por si se producían levantamientos»
(Diodoro). En este terreno, el fracaso fue total. El descontento
de la población tomó proporciones considerables, sobre todo,
en Atenas, que ya estaba en ebullición por el asunto de ftarpalo.
Aquí percibimos una de las principales razones de la violencia
82 Pierre Briant

y de la relativa unanimidad de la rebelión que estalló en Grecia


justo después de la muerte del rey, y que se gestaba secretamen­
te en Atenas desde hacía muchos meses.

2. CONTROL DE LOS TERRITORIOS Y VIGILANCIA


DE LAS POBLACIONES

2 . 1. E L ORDEN IMPERIAL

La conquista de tan vastos territorios también planteó pro­


blemas de vigilancia. Las operaciones de «mantenimiento del
orden» que realizaban los sátrapas de Asia Menor demuestran
las dificultades que encontraron los macedonios para controlar
los territorios y a las poblaciones tras el paso de Alejandro Mag­
no que, en Asia Menor especialmente, se había conformado, en
ocasiones, con recibir sumisiones formales. La necesidad era,
por lo tanto, de doble naturaleza: por un lado, someter de mane­
ra definitiva las regiones «rebeldes» y, como mínimo, defender
las conquistas ya realizadas, y, en especial, proteger las grandes
rutas estratégicas que debían permanecer abiertas para que los
refuerzos que venían de Grecia y de Macedonia pudieran llegar
al teatro de operaciones. Esta misión, como hemos visto antes,
había sido confiada a los a las satrapías occidentales y a jefes
militares macedonios en las satrapías orientales. Para ello, cada
sátrapa disponía de un ejército de ocupación compuesto por
macedonios y por mercenarios griegos, al menos hasta el año
325, año en el que Alejandro consideró prudente ordenar a los
sátrapas que despidieran a los mercenarios que habían recluta­
do por iniciativa propia. Una gran parte de estas tropas estaba
acantonada en guarniciones, situadas bien en la capital satrá-
pica bien en las plazas fuertes aisladas o, en algunas ocasiones,
en las ciudades griegas.
Alejandro Magno 83

2.2. U rbanización y control de las poblaciones

En el este, la urbanización bien en forma de ciudades propia­


mente dichas o como colonias militares, constituyó un medio
privilegiado para garantizar la dominación macedónica en re­
giones que fueron tan duramente conquistadas10.
Además, ¿todas las Alejandrías no se encuentran (salvo la
Alejandría de Egipto) al este del río Tigris? Generalmente, a
estas fundaciones se les asigna una triple función: defensa mi­
litar, sedentarización de nómadas y función económica. Estas
aparecían, algunas veces, reunidas en la misma fundación. En
realidad no hay pruebas de la existencia de una política de se­
dentarización concebida y aplicada por el rey en Oriente Medio.
Por otra parte, no hay ninguna duda de que, durante la conquis­
ta, las motivaciones de Alejandro Magno fueron de naturaleza
esencialmente militar, incluso si por las ventajas estratégicas
que ofrecían, algunas ciudades estaban incluso en mente de
Alejandro, destinadas a convertirse en centros comerciales. El
ejemplo de Alejandría del Yaxartes (Syr-Darya), simbólicamen­
te denominada «la Última» (Eschaté), es de lo más característico,
como indica Arriano (IV. r. 3-4): «El lugar parecía ofrecer una
gran extensión de la ciudad y la fundación era favorable para
perseguir a los escitas si fuera necesario, y para la defensa de
la región contra las incursiones de los bárbaros que residían al
otro lado del río...».
La vigilancia de las regiones de Sogdiana y de Bactriana estu­
vo garantizada además por la fundación de una decena de otras
ciudades. (Es m uy posible que la ciudad fundada en el lugar de
Ai'-Khanoum, excavada por arqueólogos franceses, se remonte
a la época de Alejandro). Es a estas mismas preocupaciones de
lucha contra los vecinos árabes a las que responde la fundación

10 Cf. P. Briant, en Klio, 1976, Rois, tributs et paysans, Paris, 1982, pâgs. 227-262; P. M.
Fraser, Cities of Alexander the Great, Oxford, 1996.
84 Pierre Briant

en el año 324 de una fortaleza en el corazón del golfo Pérsico.


Otras fundaciones de ciudades fortificadas o de instalaciones
de guarniciones son conocidas en India. Alejandro Magno for­
tificó también la capital del rey Musikanos, pues «su posición
le parecía m uy adaptada para vigilar a los pueblos que vivían
en los alrededores». Asimismo, la región de Media fue rodeada
por «ciudades griegas para mantener a raya a las poblaciones
bárbaras establecidas en los alrededores»; de esta manera, des­
pués de la campaña contra los cosenos en el invierno de 324­
323, el rey «fundó ciudades considerables en las posiciones más
fuertes del país»11.

3. CONQUISTA Y «DESARROLLO ECONÓMICO»

3_ r. P l a n t e a m ie n t o de l a c u e st ió n

Si bien entender claramente cómo fueron administrados los


territorios y controladas las poblaciones, la investigación se
vuelve infinitamente más delicada cuando pretendemos anali­
zar la vida económica del Imperio. Los historiadores antiguos
de Alejandro no están interesados por estos problemas, y nos
vemos obligados a espigar informaciones dispersas en los rela­
tos de las conquistas.
Este aspecto de las conquistas de Alejandro Magno nos su­
merge, necesariamente, en una cierta perplejidad, debido tam­
bién a la dificultad de entender cuáles fueron (o cuáles pudieron
ser) su pensamiento y su reflexión en este ámbito. En el fondo,
la respuesta a la pregunta está, al menos en parte, vinculada a
la imagen dominante de la conquista: ¿fue Alejandro Magno un
«depredador» o un «constructor»?, y ¿la creación de un imperio
sobre las pistas aún calientes de la herencia aqueménida debe

11 Diodoro XVII. 1 1 1 .6 (como ocurre en Polibio X. 27, se trata, en realidad, de fortalezas


y guarniciones y no de ciudades en el pleno sentido de la palabra).
Alejandro Magno 85

ser comparada a una pura expoliación o bien debe entenderse


como una construcción durable? ¿Alejandro Magno estuvo úni­
camente obsesionado por la gloria y la victoria, había reflexio­
nado acerca del destino de sus conquistas? En otros términos,
¿debe ser considerado como un aventurero reduciendo su ac­
ción al presente inmediato, o como un auténtico fundador de
imperios que soñaba con el destino de lo que estaba creando,
utilizando y superando la herencia aqueménida?
A estas cuestiones, los autores de ayer y hoy responden, y han
respondido, de maneras m uy diversas. Unos consideran que
Alejandro Magno nunca se preocupó realmente por cuestiones
económicas y comerciales; otros, por el contrario, han insistido
en que el conquistador tenía una visión m uy amplia, incluso en
estos ámbitos. Tal fue el caso, en particular, de J. G. Droysen,
a partir de la primera versión de su Alexander der Grobe en el
año r833. Pero en realidad, la insistencia sobre este tema es
m uy anterior, ya que desde 1748 y, después, en 1757, está en
el centro de la presentación ofrecida por Montesquieu sobre la
política comercial del rey, especialmente, de su voluntad cons­
ciente de abrir una ruta marítima entre el delta del Indo y las
desembocaduras del Tigris y del Éufrates12.
Para Montesquieu, esta voluntad de ampliación iba apare­
jada a la idea de crear una colaboración iraní-macedonia muy
estrecha, mediante matrimonios y el acceso de nobles persas a
los puestos de mando. Más allá de eso, eran la paz y la unidad
del nuevo imperio las que estaban en juego. Según las vías que
quedan por determinar, la reflexión de Montesquieu ha desem­
bocado, tres cuartos de siglo más tarde, en la interpretación de
Droysen, aunque la visión desarrollada por este último no se
reduce al modelo del Espíritu de las leyes.
Según la interpretación de Droysen (1833), inspirada por Plu­
tarco y, después, reemplazada por W ilcken (19 31), a algunos
autores les gusta presentar a Alejandro Magno como un «gran

Montesquieu, De l'Esprit des lois, ed. 1757, Libro XXI, capítulos VII-VIII.
86 Pierre Briant

economista», que abrió rutas nuevas, aumentó las capacidades


productivas de la agricultura gracias a la irrigación, hizo entrar
en la economía monetaria (identificada con el «progreso») a las
regiones destinadas hasta ese momento a la economía llamada
natural (sinónimo de «estancamiento»). Esta presentación de
Alejandro fue establecida como un dogma por los historiado­
res y geógrafos europeos del período de entreguerras y no ha
desaparecido totalmente en la actualidad13.
En el lado opuesto a esta tesis se sitúa la de una condena sin
matices del rey. Alejandro estaba destinado a la guerra y a la
conquista sin descanso, e incluso a las masacres y a la destruc­
ción; en cualquier caso, era incapaz de administrar un imperio,
salvo tal vez durante los dos últimos años de su vida, al regresar
de India. Una tesis extrema que, además, es menos reciente de
lo que parece, pretendería incluso que, al igual que muchos
otros ejemplos conocidos en la ffistoria, Alejandro Magno fue
fundamentalmente un «depredador». Para retomar la expresión
utilizada recientemente por un eminente especialista, el rey for­
maría parte de esos hombres de guerra devastadores de tierras
y exterminadores de poblaciones enteras, que han dejado una
huella sangrienta en la historia.
A partir de las respuestas ofrecidas, aparecen, una vez más,
imágenes de Alejandro m uy contrastadas: bien la imagen de
un devastador de las tierras y de las poblaciones bien la de
un «conquistador-civilizador» que viene a aportar a las pobla­
ciones conquistadas paz, prosperidad y desarrollo económico,
que nunca habían conocido antes bajo el «gobierno despótico»
de los persas, y que permiten a «Oriente» elevarse al nivel de
desarrollo de «Occidente». Asimismo, tenemos la impresión
de tener que elegir entre dos tesis y dos imágenes de Alejandro
Magno, ambas construidas en referencia explícita o implícita

13 Véase mi puntualización historiográfica en «Alexander and the Persian Empire,


between "Decadence" and "Renewal": History and Historiography», in W. Heckel, L.
A. Tritle (ed), Alexander the Great. A New History, 2009, págs. 171-188.
Alejandro Magno 87

a la historia colonial y comercial de Europa entre los siglos xvi


y xx: en el fondo, el rey macedonio ha sido demasiadas veces
analizado como un modelo o antimodelo colonial14.
Se trata de una trampa epistemológica a la que el historiador
debe negarse. Si bien debemos, evidentemente, efectuar una
lectura crítica de los discursos entusiastas de Plutarco sobre «la
obra de civilización» realizada por Alejandro Magno15, debemos
igualmente, mostrarnos escépticos en cuanto a las condenas que
se dirigen contra él en nombre de valores de nuestra época. Pero
eso no es lo esencial. Lo que tenemos que intentar comprender,
en primer lugar, es lo que hizo realmente Alejandro Magno,
así como las decisiones que tomó en el plano administrativo,
económico y monetario.

3.2. V alorización y explotación

Lo que se desprende, primeramente, de nuestra documen­


tación es la imagen de un Alejandro Magno preocupado por
explorar el espacio y catalogar las producciones, deseoso de
elaborar un inventario de las riquezas del imperio que consti­
tuía, no simplemente la riqueza en tesoros acumulados en las
residencias reales y satrápicas, sino también las capacidades
productivas de los suelos, de los subsuelos y de los espacios
marítimos. Sabemos que envió varias expediciones, hacia el
alto Nilo (Calisteno), en el golfo Pérsico (Archias, Androstenes,
y después Liieron) y en el mar Rojo (Anaxícrates), y que pro­
yectaba una expedición hacia el mar Caspio (fferacleides). Sin
embargo, no se trata de viajes ni de descubrimientos (persas,
babilonios y árabes conocen bien el golfo Pérsico) ni de misio­

14 Véase P. Briant, Rois, tributs et paysans, 1982, pâgs. 281-290; « Alexandre et


l'héllénisation de l'Asie: l'histoire au passé et au présent», Studi Ellenistici, XVI, 2005,
pâgs. 9-69.
15 Plutarco, De Fortuna Alexandri, I II.
88 Pierre Briant

nes científicas desinteresadas. Los jefes de las expediciones lan­


zadas en 324-323 en el golfo Pérsico tienen por misión principal
informar al rey sobre las posibilidades y sobre las dificultades
de la expedición militar que se prepara en la costa árabe16.
Con toda seguridad, los informes recibidos alimentaron las
investigaciones zoológicas y botánicas llevadas a cabo en el
Liceo, en Atenas, como vemos, especialmente, en la Historia
de las Plantas, de Teofrastes, sucesor de Aristóteles. ¿Pero se
trata de exploración científica propiamente dicha? En esto
también existe una documentación ambivalente. Tomemos
simplemente como ejemplo del envío a Macedonia de bue­
yes aprehendidos después de ganar una victoria en el Swat
(Gandhara), tal y como relata Arriano IV. 25. 4. El texto invita
a varias lecturas. Podemos interpretar la mirada de un hombre
de gobierno preocupado por aumentar la productividad agrí­
cola en su reinado. Asimismo, se puede observar la ilustración
de una política imperial en la que las especificidades de una
región (Gandhara) permiten dar un impulso a la productividad
de otra (Macedonia), transfiriendo animales de tiro de una
especie desconocida. Podemos también considerar la decisión
de Alejandro Magno como un ejemplo de enriquecimiento
únicamente mediante el saqueo de un territorio en beneficio
de Macedonia, por lo tanto, como una form a de depredación.
Por otra parte, es posible postular que se trata, en primer lugar
y antes que nada, de un discurso ideológico sobre el «buen
rey», preocupado por mejorar la prosperidad de sus súbditos,
o, también, como la prueba de que, en el momento de auge
de su conquista, Alejandro Magno nunca olvidó que él era,
en primer lugar, «rey de los macedonios». Por último, cabe
pensar que cada una de las explicaciones mencionadas aclara
parte de una decisión compleja y multiforme, conocida bajo
una form a elaborada por el mismo Arriano a partir de fuentes
que no somos capaces de identificar.

Amano VII. 20. 2.


Alejandro Magno 89

3.3. G uerra y paz: el ejemplo de los katarraktes del T igris

Debido al propio contexto narrativo en que se esconde la es­


casa información pertinente, siempre resulta difícil diferenciar
los objetivos «civiles» de los «militares» en algunas empresas de
Alejandro Magno. El ejemplo más sorprendente lo constituye
la destrucción de los diques dispuestos por los persas en el río
Tigris. En febrero-marzo del año 324, navegando desde Susa,
Alejandro descendió hasta el fondo del golfo Pérsico, después,
remontó el Tigris, mientras que ffefestión se encargaba del
ejército de tierra. Según Arriano (VII. 7. 7), quería destruir los
diques (katarrakatai) levantados por los persas en el Tigris para
impedir que los enemigos remontaran el río; se cree que el rey
consideró tal actitud como cobarde, y destruyó sin dificultad
dichos obstáculos17.
Aunque pueda parecer anodino, a primera vista, este pasaje es
extremadamente importante, puesto que nos sitúa en el centro
de la problemática que se introduce aquí o, más exactamente, en
el centro de las visiones opuestas que se han desarrollado desde
la Antigüedad. Tanto para Arriano como para Estrabón, la inter­
pretación es simple y la exponen claramente: Alejandro es un
hombre de cambio, dotado de una gran audacia y lucidez. Se sitúa
en el lado opuesto de los persas que, incapaces de defenderse
contra una ofensiva que viene del mar (golfo Pérsico), levantaron
«diques» que atravesaban el Tigris (e incluso que atraviesan el
Éufrates). De esta manera, impidieron todo tráfico marítimo y
fluvial que pudiera tener lugar entre el Golfo y Babilonia.
Expresada por primera vez en un informe presentado en el
año r6Ó7, en Cobert, y, más tarde, publicada en 1716 , la tesis ha

17 Véase Estrabón XV. 3. 4; XVI. 1. 9. El expediente ha sido reunido bajo forma ex­
haustiva y analizado en mi estudio «Retour sur Alexandre et les katarraktes du Ti-
grev: l'histoire d'un dossier I II », Studi Ellenistici, XIX, 2006, págs. 9-75 y XX, 2008,
págs. 155-218.
90 Pierre Briant

perdurado hasta nuestros días. Así nació la imagen de un Ale­


jandro Magno «gran economista», que dio un gran impulso al
comercio, haciendo que el mundo «oriental» pasara del «estanca­
miento asiático» a un estado de desarrollo de tipo «europeo» o, si
se prefiere, de una economía cerrada a una economía abierta.
Anclada en el centro de las representaciones occidentales
sobre los «beneficios de la colonización» realizados gracias a
«la valorización de los territorios», la imagen parecía tanto más
convincente cuanto que el pasaje sobre los katarraktes del Tigris
está generalmente relacionado con otros datos aportados por los
propios autores (Arriano y Estrabón) sobre las construcciones
ordenadas por Alejandro Magno al año siguiente en el Éufra-
tes y en el canal Palacopas. Consideradas como características
de los «buenos jefes», dichas construcciones han sido tradi­
cionalmente interpretadas como una prueba del interés que
Alejandro mostró por las construcciones de irrigación y por el
desarrollo agrícola de la región. Desde el Tigris hasta el Éufra-
tes, vemos que el rey toma medidas susceptibles de impulsar
una vida económica nueva en Babilonia. Tal es la interpreta­
ción defendida con más frecuencia: se basa en una lectura no
crítica de las fuentes antiguas. Paralelamente, se mantuvo una
tesis completamente opuesta, creada a partir de una observa­
ción realizada por Carsten Niebuhr durante el viaje que realizó
en r778 a los valles del Tigris y del Éufrates. Partiendo de una
comparación con diques ligeros que había observado durante su
navegación fluvial, Niebuhr consideraba que Alejandro Magno
había destruido diques que los persas edificaron para irrigar tie­
rras vecinas «y no precisamente por el temor a alguna potencia
marítima de fuera». Reafirmada y refutada mediante una serie
de estudios publicados entre el siglo xvm y el siglo xx y caídos
completamente en el olvido, la tesis fue retomada como cierta
por F. Schachermeyr en su monografía sobre Alejandro Magno,
en el año ^ 4 9 y en ^ 7 3 .
Así pues, una vez más, se nos remite aparentemente a una
alternativa insoluble debido a su carácter simplista: ¿Alejandro
Alejandro Magno 91

Magno transformó los países conquistados de una manera posi­


tiva o negativa? ¿Se mueve únicamente alentado por proyectos
militares, o se interesa por el desarrollo de la agricultura y del
comercio en los países que conquista?
Se trata de una falsa alternativa, fundada en imágenes a prio­
ri de Alejandro y en una lectura errónea de los textos antiguos,
sin análisis contextual y terminológico.
Si bien es cierto que los katarraktes del Tigris no constituían
fortificaciones dispuestas a lo largo del río para fines defensi­
vos, tampoco eran potentes construcciones de irrigación fuerte­
mente ancladas en las orillas y erigidas de modo permanente. Se
trataba de estructuras ligeras hechas de barro, gavilla y troncos
de árboles, que eran dispuestas cada año por la administración
persa-babilónica cuando bajaban las aguas con fines de irriga­
ción y, después, retiradas cuando aquellas subían.
Alejandro Magno hizo lo que la administración hacía cada
año: en el río Tigris, retirar los katarraktes durante las creci­
das del río, y en el Éufrates, cerrar los canales-emisarios y los
desagües en el momento de la bajada de las aguas, volviendo a
abrirlos cuando estas subían. Para este propósito, bastaba con
reclutar a miles de hombres, según un procedimiento m uy co­
nocido por la documentación cuneiforme.
Por lo tanto, la conclusión resulta evidente por ella misma:

Alejandro Magno no suprimió de manera oportuna fortifica­


ciones fluviales inútiles ni tampoco destruyó de manera in­
debida el sistema de barreras implantado en el Tigris para la
irrigación durante el período de bajada de aguas. [...] Ni ani­
quilador «glorioso» de una fortificación persa ni destructor
«indigno» de un sistema de irrigación babilónico, Alejandro
Magno lleva a la par «construcciones de guerra» y «cons­
trucciones de paz»; conquista y administra sus conquistas.
[...] En un país como el de Babilonia, Alejandro está perfec­
tamente informado de lo que constituye la base misma de la
vida económica y social de las ciudades y de la organización
92 Pierre Briant

de los grandes santuarios. Su deber y sus intereses van en


la misma dirección, mantener las construcciones que, en
el Eufrates y en el Tigris permiten, en función de las tem­
poradas, evitar inundaciones catastróficas y garantizar la
irrigación de las tierras cultivadas. En definitiva, sin que sea
necesario calificarlo de «gran economista» ni de «héroe ci­
vilizador», observamos simplemente que Alejandro Magno
gobierna como un hombre de Estado, retomando tradiciones
administrativas que ya habían sido adoptadas por los aque-
ménidas, e introduciendo innovaciones greco-macedonias;
no se trata solo de un depredador de países y poblaciones a
los que somete a su divina voluntad de «déspota oriental»,
tampoco convierte su imperio en un desierto, sino que tiene
una visión de futuro18.

3.4. E x p e d ic ió n y c o m e r c io e n e l go lfo P é r s ic o

¿Qué ocurre con los proyectos que se le atribuyen de im­


pulsar de form a decisiva al comercio entre India y Babilonia
a través del golfo Pérsico? Estos planes están, por lo general,
inducidos por las expediciones realizadas por tierra y por mar
desde el delta del Indo.
Sabemos que el regreso se efectuó en tres itinerarios: Crátero
tenía encomendado, en julio del año 325, llegar a Aracosia por
el norte (valle de Hilmend); Alejandro volvió por la costa de
Gedrosia y de Carmania; y, por último, Nearco, que encabezaba
la flota, le fue encargado remontar el golfo Pérsico por la costa
oriental. Los avances de Alejandro y de Nearco debían ser para­
lelos. El objetivo esencial del rey era descubrir puertos y cons­
tituir depósitos de víveres y de agua para que los marineros de
Nearco pudieran aprovisionarse fácilmente puesto que la costa

18 Me permito retomar aquí algunas frases de la conclusión de mi estudio mencionado


anteriormente: Studi Ellenistici, XX, 2008, págs. 210-212.
Alejandro Magno 93

era especialmente inhóspita. La misión encomendada a este


último no era realizar una exploración completa del golfo, sino
«reconocer la costa así como los habitantes, pero también los
puntos de escala para los buques, reservas de agua, costumbres
y maneras de vivir de los habitantes; y determinar qué parte
de la costa podía adaptarse al cultivo y cuál no era fértil»19. Es
a finales de enero de 324 cuando Nearco y Alejandro se reúnen
por última vez en Susa y el primero pudo informar al rey.
Un año más tarde, en Babilonia, los proyectos marítimos
fueron retomados y ampliados. Se edificó un puerto que podía
albergar rooo buques; se construyó una flota con piezas sueltas
en Fenicia, que fue remontada por el río Éufrates a Tapsaque
y llevada a Babilonia; se reclutaron tripulantes en las ciudades
fenicias, puesto que «Alejandro Magno tenía por proyecto en­
viar colonias a la costa del golfo Pérsico y a las islas situadas
en los alrededores; estimaba que la región podría llegar a ser
tan próspera como Fenicia. Sus preparativos estaban, en rea­
lidad, dirigidos contra los árabes, que eran los únicos que no
le habían enviado embajadores. En realidad, en mi opinión,
Alejandro estaba, sobre todo, ansioso por lanzarse siempre a
nuevas conquistas»20.
Arriano (20. 3-10) prosigue destacando que Alejandro Magno
se siente atraído por la riqueza de un país productor de especias
de todo tipo (mirra, incienso, nardo, casia, etc.); además, la costa
es amplia, provista de radas y de puertos excelentes, y rodeada
de islas prósperas. Todo esto, Alejandro lo sabe gracias a los
informes que elaboran para él los jefes de las expediciones.
Es a partir de estos textos de Arriano, Estrabón y otros, que,
desde los siglos xvn y xvm, resaltamos la voluntad de Alejandro
Magno de crear una corriente comercial completamente nueva
en el golfo Pérsico. Esta perspectiva, que permanece m uy pre­

19 Arriano, Anab. VII. 21. 10.


20 Arriano, VII. 19. 5-6. Sobre Alejandro Magno y Arabia, véase mis páginas en Studi
Ellenistici, XX, 2008, págs. 179-189.
94 Pierre Briant

sente en toda la historiografía desde Montesquieu (1748-1757)


hasta Droysen (1833-1877) y W ilcken (r93r), se basa en dos
postulados extremadamente frágiles. El primero afirma que el
comercio del Golfo era inexistente en la fase que se supone
«que está llegando a su fin» de la historia imperial persa; el
otro sostiene que los katarraktes del Tigris (y con frecuencia se
añade, los del Éufrates) habían sido obstáculos decisivos en las
conexiones fluviales y marítimas de la época. Sin embargo, si,
por el contrario, admitimos que los katarraktes no tenían nada
que ver con diques fluviales permanentes (véase supra) y que
los reyes persas se interesaban ellos mismos m uy de cerca por
los asuntos del Golfo, obtenemos una imagen m uy diferente.
Siguiendo las huellas de sus predecesores, Alejando Magno
conquista países y espacios marítimos que ya mantenían entre
ellos relaciones seculares, y pretende sacar todos los beneficios
posibles. A pesar de las visiones grandiosas de Montesquieu,
Droysen y Wilcken, no encontramos aquí ninguna huella de
«revolución económica y comercial»21.

3.5. A l e ja n d r o M agn o y l a m o n eda

La visión comercial de Droysen encontraba su correspon­


dencia en el ámbito de las acuñaciones monetarias. Estas eran
consideradas por él como un elemento esencial del cambio
introducido a largo plazo por Alejandro Magno. Desde ese
momento, los descubrimientos y análisis numismáticos han
demostrado que, tanto a corto como a largo plazo, las cosas
fueron infinitivamente más complejas. Sabemos que el uso de
la moneda ya se encontraba m uy extendido en el país del oeste
aqueménida, tanto en Asia Menor occidental como en Chipre

21 Véase mi estudio «Alexander and the Persian Empire» in W. Heckel-L. A. Tritle, Alex-
anderthe Great. A New History, 2009, págs. 171-188; estudio la génesis de esta corriente
historiográfica en un libro que publicará Gallimard (Alexandre des Lumières).
Alejandro Magno 95

o Fenicia. En cuanto a los grandes reyes, con Darío I comenzó


la acuñación de monedas de oro (dáricos) y plata (sidos), lle­
vaban la imagen del Fléroe real engalanado, que aparece como
un guerrero portando el arco y corriendo como si persiguiera al
enemigo. Estas monedas reales eran acuñadas en Asia Menor,
particularmente, en Sardes.
Al llegar a Asia Menor, Alejandro Magno tenía la experien­
cia de las acuñaciones realizadas por su padre en Macedonia.
No obstante, no intentó por ello imponer en todos los sitios
una acuñación imperial uniforme, a expensas de las existentes.
En líneas generales, las acuñaciones de las ciudades griegas de
Asia Menor y de las fenicias fueron mantenidas (con algunas
adaptaciones): Alejandro no abrió ningún taller de acuñaciones
imperiales en Asia Menor antes de los años 325-324. Estamos
incluso de acuerdo en considerar que las acuñaciones de dáricos
continuaron durante su reinado. Es más, uno de los sátrapas
iraníes nombrados por él, Mazday, conservó el derecho de acu­
ñar moneda en su gobierno babilonio.
Es, probablemente, en Tarso donde Alejandro tomó la deci­
sión de acuñar sus propios tetradracmas de plata conforme a
una imagen cercana a la que utilizaba el anterior sátrapa persa,
el propio Mazday. Es posible que la ocasión de las primeras acu­
ñaciones imperiales con la imagen de fiércules y de Zeus fuera,
simplemente, la victoria de Issos. El segundo taller se abrió en
Tiro, en 332 -33r, donde fueron acuñados estateros de oro con
la imagen de Atenas y de Niké.
Si bien estas dataciones están aceptadas, la conclusión del
estudio de Le Rider es inevitable: «Durante la mayor parte del
reinado, en los distritos del Imperio situados al oeste del Tigris,
parece que solamente dos sectores (Cilicia, Fenicia y Siria, por
una parte, y Macedonia, por otra) emitieron la moneda que Ale­
jandro había creado después de sus victorias en Issos y en Tiro.
Los otros sectores, Asia Menor occidental, Egipto y Babilonia,
esperaron varios años antes de comenzar la producción. En lo
que se refiere a las satrapías orientales, desde Susiana y Media
96 Pierre Briant

hasta Bactriana e India (que cubrían un espacio más vasto que


el resto del Imperio), ningún taller alejandrino pudo, hasta el
momento, ser localizado en ellas. Una constatación se vuelve
necesaria: Alejandro Magno no prescribió el uso exclusivo de su
moneda en todas sus posesiones. No se tomó ninguna medida
de conjunto»22.
Por otra parte, es erróneo pensar que, de repente, la economía
monetaria llegó al conjunto de los países de Oriente Próximo y
de Asia Central. No solo los territorios occidentales del Imperio
aqueménida estaban ya ampliamente irrigados por monedas
circulantes, además, nada prueba que el conjunto de los tesoros
acumulados por Alejandro Magno en las grandes residencias
reales hayan sido enteramente monetizados en algunos años:
las evaluaciones ponderales que han sido propuestas para estos
tesoros y para las acuñaciones monetarias de Alejandro siguen
siendo demasiado especulativas para poder servir de bases de
razonamiento. Allí donde, por ejemplo, se utilizaba de manera
preferencial la plata pesada (en Babilonia especialmente), el uso
de las especies monetarias solo ha penetrado m uy lentamente
y de manera incompleta.
Estamos lejos, m uy lejos, de las grandiosas visiones de Droy-
sen y Wilcken. Para Alejandro Magno, la unidad del Imperio no
supone la unificación y la homogeneización de las acuñaciones
y de imágenes monetarias. Las acuñaciones imperiales se emi­
ten simultáneamente con las locales. Al igual que ocurre con
los aqueménidas, unidad y diversidad van parejas.

22 Alexandre le Grand, Monnaie, finances et politique, Paris. PUF. 2203, pág. 337.
C a p ít u l o V

Alejandro Magno entre los macedonios,


los griegos y los iraníes

En un texto retórico, dedicado por entero a la gloria de Ale­


jandro Magno (Sobre el destino de Alejandro Magno, I & 8), Plu­
tarco intenta, de una manera imaginada y pintoresca, explicar
por qué el rey macedonio adoptó la vestimenta oficial de los
grandes reyes:

Los cazadores de fieras se emperifollan con pieles de ciervos, los


cazadores de aves se cubren de prendas emplumadas; nos cuida­
mos bien de mostrarnos ante toros cuando llevamos una prenda
roja y ante elefantes cuando llevamos prendas blancas porque
estos colores los irritan y asustan. ¡Y, cuando a un gran rey, para
suavizar, para domesticar como a auténticos animales a pueblos
inflexibles y dispuestos a combatir, se le ocurrió la idea de cal­
marlos y retenerlos haciéndose con sus ropajes tradicionales y
su estilo ordinario de vida, sería un delito que familiarizara la
mala voluntad, que volviera accesibles a la razón a caracteres
feroces! ¿No deberíamos, más bien, admirar la sabiduría con la
que, mediante el más simple cambio de traje, se concilio con
Asia? Mientras sometía a los cuerpos por la fuerza de las armas,
se atraía los corazones por la manera de vestirse.

Plutarco respondía de esta form a a los autores de su tiem­


po, que colmaban de reproches a Alejandro Magno por haber
98 Pierre Briant

aceptado identificarse con el vencido y por haber introducido


en su entorno la etiqueta que regulaba la corte aqueménida.
Inspiradora tradicional de la figura idealizada de Alejandro en
la historiografía desde, al menos, el siglo xvm (Montesquieu), y
más claramente en los siglos xix (Droysen) y xx (Tarn), la retó­
rica de los dos discursos plutarquianos Sobre lafortuna de Ale­
jandro Magno no constituía de ningún modo una introducción
impecable para la historia de las relaciones entre el rey y los
pueblos de su imperio. No obstante, el pasaje resulta interesan­
te, pues más allá de la visión personal del autor, que compara
el proceso de civilización con el adiestramiento de animales
salvajes, el texto nos informa claramente de una de las armas
empleadas por Alejandro Magno, a saber, la colaboración con
las élites del Imperio que estaba conquistando.
Por «élites imperiales» debemos entender las grandes fam i­
lias persas e iraníes que constituían la columna vertebral del im­
perio de Darío, pero también los dirigentes de las comunidades
sometidas. Esta política, consciente y constante, representa una
de las facetas más decisivas de la estrategia de Alejandro, que le
fue inspirada por aquella que los grandes reyes persas habían
imaginado y aplicado desde las conquistas de Ciro.

i. CONQUISTAS Y ADHESIONES.
CONTRADICCIONES Y OPOSICIONES

1 .1. Las é l it e s im p e r ia l e s a n t e A l e ja n d r o M agno.

R e s is t e n c ia y o p o s ic io n e s 1

Los capítulos anteriores se describe lo frecuente de las re­


sistencias m ilitares a la conquista, en ocasiones, largas y en­
carnizadas, pero que no revistieron en todos sitios la m ism a

1 Sobre esto, encontraremos análisis y referencias en P. Briant, Histoire de l'Empire


perse, París, 1996, págs. 862-891, 1072-1077.
Alejandro Magno 99

intensidad ni el mismo carácter. Darío y los suyos defendían


el principio de la soberanía aqueménida; la oposición que Ale­
jandro Magno encontró a su paso era, por tanto, también de
naturaleza religiosa, puesto que el gran rey era el guardián del
orden divino, definido por el dios Ahura-Mazda. No obstante,
esta oposición de los nobles iraníes contradecía una preocu­
pación fundam ental por conservar su estatus económico y su
posición de prestigio. Tenem os la prueba a partir del verano
del año 334, cuando Alejandro llegó a las fronteras de Sardes:
vino a su encuentro un cortejo compuesto por dirigentes de la
comunidad sardiana y de Mithrenes, comandante persa de la
ciudadela. Los prim eros entregaron la ciudad al rey; el segun­
do, la ciudad y el tesoro. Ignoramos por qué este último tomó
tal posición, en una época en la que los negocios aqueménidas
estaban lejos de ser desesperados. Podemos simplemente pos­
tular que esta rendición se efectuó como consecuencia de una
negociación con el conquistador. En contrapartida, M ithre­
nes obtuvo del macedonio las siguientes ventajas: «Alejandro
Magno lo mantuvo junto a él, con los honores propios de su
rango» (Arriano I. 4). Por prim era vez aplicó la política a
la que se mantuvo aferrado constantemente: sumar a su causa
a las élites im periales, ofreciéndoles conservar el estatus de
prestigio que les era propio con el gran rey. Él sabía bien que
para gobernar de m anera duradera el imperio del gran rey
debía obtener la adhesión de sus hombres, solo ellos podían
perm itirle adaptarse a las tradiciones de poder de Oriente
Próximo. El ejem plo de M ithrenes demuestra que Alejandro
Magno había planeado su política iraní, incluso antes del
desembarco. Arriano añade que el macedonio «permitió a
los sardianos y a otros lidíanos conservar las antiguas leyes
propias y les dejó libertad». En realidad, el conquistador no
m odificaba tampoco la situación preexistente, pues, en la
época aqueménida, Sardes ya constituía una comunidad ple­
namente organizada, dirigida por m agistrados elegidos en el
seno de la misma.
Relieve en el que el rey persa Darío I recibe pleitesía. Palacio de Per-
sépolis. Alejandro haría suya esta ceremonia e intentará imponerla
como rito oficial a su persona.
Alejandro Magno 101

Según los autores antiguos, la misión de Alejandro Magno


estuvo considerablemente facilitada en Egipto y en Babilonia,
pues destacan que los persas eran considerados en esos lugares
opresores por una gran parte de los habitantes. Sin embargo,
la imagen de «libertador» debe tomarse con prudencia. Incluso
si Egipto se rebeló en varias ocasiones y hasta reconquistó su
independencia entre el año 400 y el año 343, a las élites les
convenía colaborar con el poder establecido. Tal es también el
sentido de su adhesión interesada a la causa de Alejandro Mag­
no. Al igual que habían hecho en su época los reyes Cambises
y Darío, Alejandro se preocupó por realizar sacrificios a las
divinidades egipcias tradicionales, tales como Apis en Menfis;
fue a consultar el oráculo de Amón en el oasis de Siwah y dio
la orden de continuar las obras en los santuarios egipcios de
mayor renombre (Karnak y Luxor), donde se hizo represen­
tar como faraón2. De esta manera, se granjeó el apoyo de la
influente categoría social constituida por los sacerdotes y los
administradores de santuarios.
El caso de Babilonia presenta algunas analogías. Después
de la batalla de Gaugamela, el r de octubre de 33a, Alejandro
Magno fue recibido con gran pompa tanto por los dignatarios
iraníes (Mazday y Bagofanes) como por las autoridades babiló­
nicas: una muchedumbre inmensa, dirigida por las autoridades
civiles y religiosas, acudió a entregarle la ciudad, la ciudadela y
los tesoros; montado en un carro, Alejandro realizó una entrada
triunfal en la ciudad. Aquí también existen grandes continuida­
des, pues el mismo ceremonial había sido empleado en el año
539 para recibir al conquistador Ciro, que también había sido
presentado como un liberador por textos babilónicos redactados
en esa fecha (Cilindro de Ciro). No obstante, Arriano (III. r6.
4) pone de relieve la ruptura introducida por Alejandro Magno
con sus predecesores aqueménidas:

2 Véase M. Abd. El-Raziq, Die Darstellung und Texte des Sanktuars ALexanders des
Grossenim Tempel von Luxor, Mainz am Rhein, Philipp von Zabern, 1984.
102 Pierre Briant

Al entrar en Babilonia, Alejandro Magno invitó a los babilo­


nios a reconstruir los templos que Jerjes había derribado, en
particular, el templo de Bel, el templo de los dioses que más
reverenciaban los babilonios.

En verdad, las destrucciones atribuidas a Jerjes provienen de


una tradición extremadamente sospechosa, creada para ensalzar
los méritos y la popularidad de Alejandro Magno. Lo que es cierto
es que Alejandro, al igual que hicieron sus predecesores persas,
procuró atraerse la benevolencia de los dioses locales. El apoyo de
los dirigentes de las ciudades y de los santuarios babilonios hizo
que Alejandro pudiera imponer su poder a través de la realeza
babilónica tradicional, de la que él retomó la titularidad, como
habían hecho los grandes reyes. Dicha colaboración no estaba
basada en una adhesión espontánea y entusiasta con el conquis­
tador macedonio, sino en un contrato, concluido tras la batalla
de Gaugamela, como sugieren algunas tablillas recientemente pu­
blicadas3. Está claro que la imbricación estrecha de los intereses
de los dominantes persas y de la clase dirigente babilonia había
creado solidaridades que no podían desvanecerse de un día para
otro. En definitiva, ya se trate de Egipto o de Babilonia, Alejandro
Magno hizo todo lo posible para adaptarse a las tradiciones ideo­
lógicas de los conquistadores orientales que se presentaban regu­
larmente, contra los anteriores dominadores, como benefactores
de los santuarios de los países en que establecían su dominio.

1.2 . E l asunto de P ersépolis

En el transcurso de esta estrategia ideológica desarrollada


desde el año 334, que pretende seducir y agrupar a las aristo-

3 Véase P. Bernard, BCH, 1 14, 1990, págs. 513-528; A. Kuhrt, AchHist, V, 1991, págs. 12 1­
130; R. Van der Spek «Darius III, Alexander The Great and Babylonian Scholarship»
AchHist, XIII, 2003, págs. 289-361.
Alejandro Magno 103

eradas locales, la destrucción ejerdda por Alejandro Magno en


Persépolis, en mayo del año 330, plantea problemas a los histo­
riadores. Aunque se han apuntado varias razones, el problema
sigue siendo determinar cuál fue la razón dedsiva. Resulta difí­
cil decantarse, puesto que la tradición literaria (excepto Arriano,
que es m uy sucinto) es a la vez excesivamente abundante en lo
que respecta a la puesta en escena y casi muda en cuanto a los
sentimientos de los habitantes de Persia, y puesto que las pu­
blicaciones arqueológicas son incompletas y tampoco permiten
sacar conclusiones certeras.
Para evitar cualquier contrasentido o aproximación, conviene
distinguir tres fases de naturaleza y significado diferentes:

— por una parte, poco tiempo después de la rendición de


la ciudad y de la ciudadela (finales de diciembre de 33 a-
enero de 330), el saqueo de las viviendas privadas por los
soldados4 y la captura de los tesoros reales por Alejandro5
(fase A);
— por otra, cuatro meses más tarde (mayo del año 330),
la orden dada por el macedonio de incendiar la terraza de
algunos edificios oficiales6 (fase C);
— en cuanto a la fase B, comprende acontecimientos y
episodios testados o simplemente mencionados de manera
insuficiente por Diodoro y Quinto Curcio; debería permitir
entender por qué y cómo, en cuatro meses, Alejandro Mag­
no llegó a decidir el comienzo de la fase C.

La fase A no plantea problemas particulares: el pillaje (botín


de los soldados) y la captura de los tesoros (parte del rey) cons­
tituyen, a fin de cuentas, actos de guerra banales. Ciertamente

4 Diodoro XVII. 70. 2-6; Quinto Curcio V. 6. 1-8; esta fase ha sido omitida por Arriano
y Plutarco.
5 Arriano III. 18. 10. Plutarco, Alex. 37.4; Diodoro XVII. 71. 1-2; Quinto Curcio IV. 6.
9-10.
6 Arriano III. 18. 10; Diodoro XVII. 72; Quinto Curcio IV. 6. 7. 1-8; Plutarco, Alex. 38.
104 Pierre Briant

destinadas a suscitar sentimientos extremos de compasión en


los lectores griegos y romanos, las largas descripciones muy
literarias de Diodoro y de Quinto Curdo no permiten concluir
que la brutalidad del pillaje encierre un carácter excepcional.
Es únicamente el incendio voluntario del palacio (fase C) el que
plantea problemas. ¿Por qué Alejandro Magno tomó tal deci­
sión, cuando su objetivo prioritario era reunir a la nobleza persa
e iraní en torno a su persona, mostrando que el poder de Darío
estaba ya caduco? En un primer momento, su campaña de per­
suasión no fue totalmente ineficaz puesto que los comandantes
de Persépolis (Tiridates) y de Pasargadas (Gobares) le abrieron
las puertas y se vieron recompensados por el nuevo señor.
Aunque se haya afirmado con mucha frecuencia, cuesta
creer una de las versiones antiguas, a saber, que la decisión
de incendiar los palacios se tomó bajo los efectos del alcohol,
en el contexto de la guerra de represalias (representada meta­
fóricamente por la cortesana ateniense Thais). Otra versión,
incontestablemente más creíble, indica por el contrario que se
trata de una decisión tomada por Alejandro Magno después de
madurarla y reflexionar mucho. Los arrepentimientos políticos
expresados después muestran que esta decisión se tomó con
mucha dificultad, pues el rey no ignoraba, evidentemente, nada
de las contradicciones en las que incurría. Destruir Persépolis,
como manifiesta Arriano mediante las palabras de Parmenión7,
era «destruir lo que le pertenecía». Era también y, sobre todo,
correr el riesgo de apartarse de la clase dominante persa que
quería atraerse era debilitar seriamente su posición y su estatus
ideológico en el mismo momento en el que el único verdadero
aqueménida, Darío III, no había abandonado la esperanza de
invertir la situación militar en provecho suyo y preparaba un
nuevo ejército en Ectabana de Media.
¿La preocupación de agradar a los griegos y de darles una
«señal»? Esta convicción se funda, en buena medida, en los

7 Arriano III. 18. 11.


Alejandro Magno 105

sincronismos que se establecen (o que se intentan establecer)


entre la decisión de Alejandro Magno en Persia, y las noticias
de la revuelta de Agis y de su derrota frente a las tropas de Antí-
pater. Ninguna de las demostraciones propuestas en ese sentido
parece suficientemente convincente. Por una parte, la fase A
(pillaje y acaparamiento de los tesoros de la terraza) constituía
por ella misma un acto de revancha suficientemente claro. Por
otra parte, la «guerra de represalias» no constituía la primera
preocupación del rey en la primavera del año 330.
Se ha imaginado una variante, a saber, que quiso dirigir un
mensaje a las poblaciones de Oriente Próximo, en la medida en
que el incendio de los palacios de Persépolis hacía desaparecer
uno de los símbolos de la dominación imperial aqueménida.
¿Pero de qué poblaciones estamos hablando? Ni Egipto ni Ba­
bilonia ni otros grandes países de Oriente Medio entre el Egeo
y Mesopotamia planteaban, en aquella fecha, serios problemas
de mantenimiento del orden. En cualquier caso, la necesidad
de la propaganda destinada a Grecia o a poblaciones de Oriente
Medio no era de ningún modo apremiante hasta el punto de
correr el riesgo de una ruptura con la nobleza iraní.
Es, probablemente, en un contexto puramente persa (en el
sentido estricto del término) donde los acontecimientos de la
primavera del año 330 adquieren todo su significado histórico.
Volvamos a la fase B. Durante los cuatro meses que separaron
su llegada a Persia del incendio de los palacios (enero-mayo
330), Alejandro Magno había intentando, al mismo tiempo, re­
primir las resistencias militares en las campañas, así como en
los puntos fuertes de Persia8, y suscitar la adhesión de la pobla­
ción del país. El rey no escatimó en esfuerzos para conseguir
tal objetivo. Si bien los relatos instructivos sobre sus relaciones
privilegiadas con la memoria de Ciro «el Grande» se remontan
a su segundo pasaje por Pasargadas al regreso de India, no es

8 Véase Quinto Curcio V. 6. 12-20 (campana de un mes en el interior de Persia, en


particular contra los mardos); Diodoro XVII 53. 1 (cronológicamente mal situado).
106 Pierre Briant

menos probable que hubiera manifestado, a partir del año 330,


su respeto por la tumba del fundador, en torno al cual se man­
tuvieron por el nuevo poder los sacrificios tradicionales.
Si la decisión de incendiar los palacios fue tomada poco
tiempo después de su regreso de Pasargadas fue simplemente
porque la hostilidad de la población persa no había cedido,
como explican claramente Diodoro y Quinto C urdo9. En tales
condiciones, Alejandro Magno se vio obligado a utilizar la coac­
ción por la fuerza de las armas y a impresionar a la población
persa, que seguía siendo recalcitrante. El incendio de los pala­
cios indicaba a los persas que la época de la grandeza imperial
había pasado, salvo si se unían al vencedor. En efecto, el precio
que pagar por Alejandro Magno era m uy elevado, pero ya no
había elección.

r.3 E l recurso a los iraníes en la administración


Y EN EL EJÉRCITO

Sin embargo, en el momento de marchar de nuevo contra


Darío, Alejandro no había abandonado su proyecto de atraerse
la nobleza iraní, sino todo lo contrario. El estudio de las rela­
ciones entre conquistadores y poblaciones conquistadas resulta
m uy complejo, por lo que conviene establecer algunos matices
sociales, regionales y cronológicos. Todos los defensores del
orden aqueménida no opusieron una resistencia ideológica pro­
longada a Alejandro Magno. La casta aristocrática persa, que
permanecía preocupada por conservar su poder económico y
social, acabó más o menos rápidamente por aliarse con él. Lo
mismo sucedió en Irán oriental (Bactriana y Sogdiana).
El incendio de Persépolis no marca por lo tanto un momento
crucial, brutal y definitivo en la estrategia ideológica de Ale­
jandro. El asesinato de Darío III perpetrado por Bessos y sus

9 Diodoro XVII. 71. 3 y Quinto Curdo V. 7. 2.


Alejandro Magno 107

cómplices en julio del año 330 representó una ganga para la pro­
paganda macedonia. Desde ese momento, el macedonio se posi-
ciona como vengador legítimo de Darío10. Seguramente, nunca
ha reconocido la proclamación real de Bessos bajo el nombre
de Artajerjes. La propaganda macedonia declara que Alejandro
Magno efectúa una auténtica guerra de venganza contra Bessos.
De este modo, pretende reunir en torno a su persona a la aris­
tocracia iraní que, desde siempre, había constituido la columna
vertebral del Imperio de los grandes reyes. Cabe precisar que
esta era también una política atrevida y arriesgada, pues todos
los iraníes no se unieron a Alejandro Magno sin segundas in­
tenciones; algunos tomaron las armas a espaldas de Alejandro
Magno, ofreciendo así su apoyo a Bessos y obligando al rey
macedonio a detener su ofensiva directa contra Bactriana.
Como ya hemos visto (pág. 97), Alejandro había manifestado
dicha voluntad durante su entrada en Sardes en el verano del año
334. Sin embargo, en ese momento, Mithrenes no había obtenido
un alto cargo en la administración imperial, ya que los puestos es­
taban reservados a griegos y a macedonios. La entrada en Babilo­
nia en octubre del año 33 a marca, con total seguridad, una fecha
significativa. Efectivamente, por primera vez Alejandro Magno
confió a un noble persa aliado (Mazaios/Mazday) una satrapía
que había sido recientemente conquistada (Babilonia). A partir de
ese momento, otros representantes de la antigua clase dominante
fueron nombrados en un número muy elevado, ya fuera en Susa,
en Persépolis o en las satrapías de la Llanura iraní. De las doce
satrapías conquistadas y organizadas entre 33a y 327, una sola,
Aracosia, le fue adjudicada a un macedonio (Menes): todas las
demás, al menos al principio, fueron adjudicadas a iraníes.
En este aspecto, Alejandro Magno hizo gala de un gran sen­
tido de la realidad, puesto que concedió el perdón a todos aque-

10 Pero el envío a Persépolis de los restos de Darío (Arriano III. 22. 1) sigue siendo
dudoso por las razones que ya he explicado (Darius dans l'ombre d'Alexandre, 2003,
págs. 39-52).
108 Pierre Briant

líos administradores persas que acudieron a rendirle homenaje;


esa es la razón de que mantuviera (a veces temporalmente) a
ciertos sátrapas persas: Abulites y Oxatres en la región de Su-
siana; Aspates en la región de Carmania; Autofradates donde
los tapurianos-mardos, y Satibarzanes en Aria-Drangiana; otros
fueron destinados m uy rápidamente a sus antiguos gobiernos:
por ejemplo, Atropates en la región de Media 328/327, o Frata-
fernes en la región de Partia Hicarnia a partir de 330. Así pues,
parece que Alejandro Magno manifestaba un gran deseo de
continuidad administrativa.
Cabe resaltar al mismo tiempo que el rey tomó todas las
precauciones para garantizar la lealtad de los sátrapas iraníes.
Un determinado número de ellos, primeramente, se encontra­
ba ya en su entorno desde hacía varios años. Tal era el caso de
Mithrenes, nombrado en el año 33 r, en Armenia (por cierto, sin
poder jamás llegar a tener el control), que acompañaba a Alejan­
dro Magno desde que este le entregó la ciudadela de Sardes en
verano del año 334. Otros se habían exiliado por un tiempo a
Macedonia, tales como Anminapes, o Artabazes, nombrado en
Bactriana. También encontramos a Oxiartes, el mismo suegro
de Alejandro Magno, cuya hija, Roxana, garantizaba de alguna
manera la lealtad de este. Por consiguiente, Alejandro Magno
no confió las satrapías a desconocidos.
Por otra parte, los poderes militares escaparon a estos sátra­
pas (con excepción de Memnón, en Aracosia, ya que precisa­
mente él era macedonio). Este ya era el caso de Egipto, donde
todos los puestos militares habían sido adjudicados a los ma-
cedonios. En cada satrapía residía un estratega macedonio, in­
vestido del mando de las tropas de ocupación. El mando de las
principales fortalezas y tesorerías fue de igual manera confiado
a macedonios. Por último, a medida que avanzaba la conquista,
el número de sátrapas iraníes no cesó de disminuir. En Aria, el
sátrapa rebelde Satibarzanes, y, posteriormente, Arsakes, fue­
ron remplazados por Estasanor, un griego que, además, recibió
en el año 328 la satrapía de los tapurianos-mardos, cuyo jefe,
Alejandro Magno 109

Autofradates, había intentado una secesión; en la región de


Bactriana, el anciano Artabaze, juzgado incapaz de hacer fren­
te a la situación ocasionada por la guerrilla de Espitamenes,
tuvo que dejar su puesto en 328-327 al macedonio Amintas.
Finalmente, durante la partida de Alejandro Magno a India, las
satrapías más importantes desde el punto de vista estratégico
eran dirigidas directa (Bactriana, Sogdiana, Aracosia) o indirec­
tamente (Media, Parapamisadas) por macedonios o iraníes de
cuya fidelidad no se podía sospechar.
El alistamiento de contingentes militares iraníes procede
del mismo pragmatismo y atestigua de la m ism a prudencia.
Las guerras y guerrillas llevadas a cabo en Irán oriental con­
vencieron rápidamente a Alejandro Magno de la necesidad de
adoptar armas y métodos de sus adversarios: de ahí, por ejem ­
plo, la creación de un cuerpo de arqueros a pie y de un cuerpo
de arqueros a caballo (hippotoxotes), que le fueron m uy útiles
durante la campaña india. Además, a pesar de los refuerzos
continuos de macedonios y de mercenarios griegos, necesitaba
un número creciente de infantes y jinetes. Por lo tanto, reclutó
en Sogdiana y en Bactriana a contingentes de esta caballería
de tanto renombre, fta y que precisar que, hasta el regreso de
India, esta caballería nunca fue integrada en el ejército ma­
cedonio, sino que sirvió como cuerpo auxiliar. La caballería
macedonia no perdió ni sus privilegios ni su monopolio de
ejército victorioso.
Es también antes de su partida a India (probablemente en
Bactriana) cuando tomó la decisión de reclutar a 30 000 jóve­
nes iraníes en las satrapías orientales: debían aprender griego
y practicar macedonio. Según Quinto Curcio (VIII. 5. r), los
jóvenes iraníes deben ser considerados como rehenes en manos
de Alejandro Magno. Dicho análisis es en parte válido a corto
plazo, ya que antes de su partida a India, el rey quería asegurar
la tranquilidad de satrapías que habían sido tan duramente con­
quistadas. A medio plazo, la visión de Alejandro era ciertamente
más amplia: se trataba sin ninguna duda de crear, a partir de
110 Pierre Briant

una institución aqueménida, nuevos cuerpos de ejército que,


algunos años más tarde, iban a ser integrados en la falange11.

I.4. M atrimonios y colonización

A partir de esa fecha, Alejandro intentó avanzar más. En


este sentido, el gesto más espectacular fue el matrimonio que
contrajo con Roxana, hija del noble iraní Oxiartes, que acababa
de llevar a cabo la resistencia de la «Roca sogdiana» en la pri­
mavera del año 327. ¿Cuáles fueron los motivos del macedonio?
Aunque reconocen el «flechazo» (negado por Tarn por razones
morales) que sintió el rey al ver a la preciosa princesa, los au­
tores antiguos no ocultan que dicha unión revistió un carácter
político evidente. Por lo demás, varios compañeros suyos imita­
ron el gesto del rey. El enlace con Roxana representa claramente
una etapa decisiva en la política de estrecha colaboración con
la nobleza persa e iraní. Su suegro, Oxiartes, fue además nom­
brado sátrapa de las Parapamisadas. En ese momento, dicho
matrimonio tuvo como consecuencia atraer al rey la adhesión
de la nobleza iraní, en la medida en que podía ser interpretado
(con razón) como una prueba de compromiso duradero para
con las aristocracias locales.
Aunque, al mismo tiempo, dicho matrimonio no hacía sino
exacerbar la oposición de una parte de la nobleza macedonia.
No obstante, las modalidades de la ceremonia nupcial demos­
traron que Alejandro no tenía la intención de identificarse con
la nobleza iraní: efectivamente, al contrario de lo que se ha
comentado con frecuencia, el rito que eligió el rey no fue el
iraní, sino el macedonio12. Esta elección es m uy reveladora: no

11 Véase P. Briant, «The Achaemenid Empire», en K. Raaflaub y N. Rosenstein (ed.),


Soldiers, Society and War in the Ancient and Medieval Words, Harvard UP, 1999,
pâgs. 105-128.
12 Cf. M. Renard y J. Servais, «A propos du mariage d'Alexandre et de Roxane», Anti­
quité classique, XXIV, 1955, pâgs. 29-50.
Alej andrò Magno 111

le correspondía a los macedonios perder su individualidad, sino


a los iraníes adoptar las costumbres macedonias. Las modali­
dades del alistamiento de los 30 000 iraníes (entrenados en la
lengua macedonia y que aprendían la griega) también iba en
esta dirección.
Es también durante este período cuando fue inaugurada y
activamente perseguida la política de colonización y urbani­
zación, que tantas consecuencias acarreó para el futuro. Estas
nuevas fundaciones fueron, en efecto, casi siempre habitadas
por una población mixta de veteranos macedonios, mercenarios
griegos e indígenas. Según Arriano, estos grupos estaban com­
puestos por voluntarios. Sin embargo, podemos legítimamente
dudar del voluntariado de las poblaciones locales, arrancadas
de sus pueblos tradicionales, como ocurrió en Alejandría de
Egipto, Alejandría del Tigris o en Gaza (Fenicia); en Alejandría
del Yaxartes, los indígenas eran prisioneros de guerra rescata­
dos por Alejandro y no tuvieron seguramente elección. Lo mis­
mo sucedió, en varios casos, con algunos macedonios. De este
modo, en el año 330, algunos soldados venidos del «batallón de
los insumisos» fueron deportados a guarniciones alejadas. No
es necesario precisar que el rey no les preguntó su opinión. Por
último, estas reacciones de los mercenarios griegos muestran
claramente que, desde el principio, no fueron, de ninguna ma­
nera, voluntarios; varias revueltas estallaron durante la ausen­
cia de Alejandro Magno en India. A pesar de las medidas que
tomó a su regreso, los problemas continuaron. En el año 323,
tras la muerte del rey, fue necesario incluso enviar un ejército: la
campaña desembocó en el exterminio de varios miles de griegos
que habían tomado las armas. Por otra parte, una revuelta de
mercenarios griegos estalló también en India, justo después de
la partida de Alejandro Magno.
Es cierto que los métodos de Alejandro solamente se corres­
pondían, de lejos, con las esperanzas de Isócrates. Cuando este
propuso fundar colonias de repoblación para los griegos em­
pobrecidos, pensaba en Asia Menor y no en las satrapías orien­
112 Pierre Briant

tales. Si los colonos griegos se sublevaron es, en primer lugar,


porque, al igual que los soldados macedonios del Hifasis o de
Opis «añoraban las costumbres y la form a de vida de su patria,
y se veían apenados y relegados a los confines del Imperio»13.
Por otra parte, la colonización, en el sentido griego, suponía la
distribución de lotes de terrenos, así como el establecimiento de
constituciones internas de tipo griego (asambleas deliberativas,
elección de magistrados, etc.). Ahora bien, ya hemos apuntado
que la mayoría de las fundaciones de Alejandro Magno no cons­
tituyen ciudades en el sentido estricto del término. Finalmen­
te, los textos antiguos demuestran que los griegos se oponen
vigorosamente a toda política de fusión. Ahora bien, aunque
el objetivo de Alejandro era de naturaleza esencialmente mi­
litar, no es menos cierto que dichas fundaciones condujeron
en muchos casos a uniones entre europeos y asiáticos, puesto
que los primeros no siempre habían podido traer a sus mu­
jeres europeas. Esto es especialmente cierto en el caso de las
colonias del este de Irán. Dichas uniones debían «dar lugar» a
una nueva población completamente mixta, al igual que ocurre
con las uniones entre los soldados del contingente y las mujeres
asiáticas. Durante su partida, en el año 323, hacia Macedonia,
los veteranos dejaron en Asia varios miles de niños, que el rey
prometió criar y armar «a la manera macedonia». Este ejemplo,
al igual que los anteriores, muestra los límites de la «fusión».
Aunque más que de fusión, habría que hablar de «asimilación»,
que no hace desaparecer completamente la frontera entre ven­
cedores y vencidos14. Por otra parte, observamos la fuerza de la
resistencia que encontró el rey entre griegos y macedonios a
la hora de aplicar su política.

13 Diodoro XVIII. 7. 1 (cf. Id. XVII. 99. 5-6).


14 Véase P. Briant, «Colonizazione ellenistica e popolazioni del Vicino Oriente: dina­
miche social et politiche di acculturazione», en S. Settis (ed.), I Greci, 2/III, Torino,
1998, pàgs. 309-333.
Alejandro Magno 113

1.5. R ealeza Macedonia y realeza personal:


LA OPOSICIÓN MACEDONIA

Es en el transcurso del mismo período cuando estalló lo que


se ha denominado como las tres «catástrofes» (330-327), que
muestran claramente la oposición de una parte importante de
la nobleza macedonia hacia la evolución de Alejandro Magno:
el juicio y la ejecución de Filotas, en el otoño del año 330; el
asesinato de Clito, en el invierno de 328/327; el asunto de la
proskynesis y el arresto de Calisteno, en el año 327. Para enten­
der bien el sentido de estos trágicos acontecimientos, conviene
recordar algunas iniciativas de Alejandro Magno que desde ha­
cía algunos años enfurecían a los macedonios.
La primera etapa visible de la evolución de Alejandro Magno
se sitúa en Egipto, donde este decidió ir a consultar a los sacer­
dotes del famoso santuario de Amón en el oasis de Siwah. El
viaje, que fue extremadamente difícil, estuvo marcado, según
lo que relatan algunos autores antiguos, por intervenciones mi­
lagrosas de los dioses. El rey fue recibido por los sacerdotes y
después introducido, él solo en el sancta sanctorum por el gran
sacerdote. De esta forma, ningún testigo ocular pudo informar
sobre dicha «entrevista» celebrada entre el rey y el dios; so­
lamente disponemos de relatos inventados y contradictorios
entre los cuales es m uy difícil discernir. El tema común es que
Alejandro Magno se proclamó a sí mismo hijo de Amón.
Este comportamiento de Alejandro Magno y la interpretación
que él mismo ofreció correspondían, al parecer, a una triple
voluntad. El rey realizaba de este modo un gesto dirigido a las
ciudades griegas, donde Esparta enardecía el odio contra Ma­
cedonia. En Grecia, efectivamente, Amón era asimilado a Zeus,
y el santuario de Siwah gozaba allí de una gran reputación. El
viaje también constituía un gesto (entre otros) en honor de los
egipcios. Sin embargo, nada demuestra, en cambio, que en esa
fecha Alejandro Magno quisiera que los griegos lo reconocie­
114 Pierre Briant

ran como un dios y, mucho menos, que lo reconocieran como


un dios los macedonios. Lo que no impide que estos últimos
lamentaran dicha evolución con un sentimiento mezclado de
ironía y mal humor.
Todos los autores antiguos, por otra parte, señalan que a
partir del año 330 se observa un cambio en la personalidad de
Alejandro. El rey adopta progresivamente y con rapidez las cos­
tumbres persas. Lo que los antiguos consideraran una prueba
de «ablandamiento oriental» se explica, evidentemente, por la
necesidad en que se encontraba el rey de granjearse la estima de
la aristocracia iraní. Los autores antiguos se mostraron especial­
mente sorprendidos por la adopción de una indumentaria de
ceremonia persa y, aunque Alejandro Magno solamente portó
esta vestimenta en circunstancias excepcionales, su iniciativa
fue reprobada por los macedonios.
Es en este contexto cuando estalla el primer caso, el juicio
de Filotas. Este personaje, hijo de Parmenión, era el jefe de la
caballería desde que comenzó la expedición. En el año 330,
en la capital de Drangiana, fue acusado de haber tramado un
complot para atentar contra la vida de Alejandro. El caso fue
instruido por el propio rey y su consejo, en el que Cráteres,
enemigo personal de Filotas, desempeñó un importante papel.
Posteriormente, Alejandro Magno convocó una asamblea del
ejército. Durante una sesión dramática, Filotas presentó su de­
fensa con gran talento. Al término de la misma, el rey le sometió
a tortura para «hacerle confesar»; al día siguiente, una segunda
asamblea pronunció la pena de muerte y procedió inmediata­
mente a su lapidación.
El caso es oscuro y confuso. Sin embargo, al leer con total
imparcialidad los textos antiguos, podemos rápidamente pen­
sar que Filotas no era en absoluto culpable de aquello que se
le acusaba. No cabe ninguna duda de que, al igual que muchos
otros nobles, él se oponía a que Alejandro Magno adoptara
costumbres aqueménidas. No obstante, para el rey esto pare­
ce constituir un pretexto más que una verdadera causa de su
Alejandro Magno 115

ensañamiento contra Filotas. En realidad, Alejandro pretendía


eliminar a una fam ilia que jamás había manifestado un gran
entusiasmo hacia su persona. Por esta razón, en su discurso,
comparó el caso de Filotas con los de los pretendientes que se
habían sublevado a la muerte de Filipo.
El momento que eligió Alejandro Magno para eliminar o
hacerse con el control de sus oponentes es significativo. Fiasta
entonces había soportado, más que aceptado, las intervenciones
de Parmenión. Sin embargo, a partir del año 330 deja de soli­
darizarse con los elementos «antiguos macedonios»; pretende
proseguir la expedición solo con los nobles que no ponen en
entredicho su autoridad, hombres como Fiefestión, Cráteres y
Pérdicas. Parmenión fue ejecutado por un comando enviado a
Media expresamente para ello. La brutalidad del acto de Ale­
jandro demuestra que a partir de ese momento no toleraría
ninguna oposición más. Por otra parte, la convocatoria de una
asamblea del ejército le permitió crear unidad en torno a su
persona, en una fecha en que el apoyo de los macedonios se
debilitaba cada vez más.
Durante un banquete celebrado en Maracanda, en los cuarte­
les de invierno de 328-327, tras las victorias obtenidas en Sog-
diana, una violenta querella enfrentó a Alejandro Magno con
su viejo compañero Clito, apodado «el Negro». Este era íntimo
amigo del rey, hermano de la niñera real, y había combatido
siempre junto a Alejandro; tras la muerte de Filotas había reci­
bido, junto a Fiefestión, el mando de la caballería. La cólera y
el furor de Alejandro Magno fueron tales que atravesó a Clito
con su lanza.
Los que asistieron al banquete parecían embriagados; una
vez repuesto de los efectos del alcohol por la muerte de Clito,
Alejandro se arrepintió violentam ente de su gesto. Todo esto
no debe hacernos perder de vista el aspecto esencial, es de­
cir, la continuidad de la oposición de los nobles macedonios
contra un rey que se comporta cada vez menos como uno de
los suyos.
116 Pierre Briant

Los reproches que Clito había lanzado a Alejandro Magno


durante el banquete atestiguan, en efecto, que la ejecución de
Filotas y el asesinato de Parmenión habían ocultado más que
eliminado la oposición de los nobles macedonios (al menos
de algunos de ellos) contra la evolución del poder real hacia
la autocracia. Citando a Eurípides, Clito, efectivamente, repro­
chó con vehemencia a Alejandro que considerara las victorias
macedonias como las suyas propias, y olvidara, por lo tanto,
(voluntariamente) el papel de su padre y de sus propios gene­
rales: «las victorias se obtienen por todos los macedonios, y la
gloria no debe, pues, repercutir únicamente en el jefe». Clito
expresaba públicamente lo que Filotas, según afirman algunos
autores antiguos, expresaba ya en privado. Asimismo, defiende
una imagen tradicional de la realeza macedonia, que no es una
realeza personal, sino contractual, que se rige por costumbres15.
En sus relaciones con los macedonios, Alejandro Magno debía
respetar determinadas tradiciones. Por ejemplo, no debe go­
bernar mediante órdenes tiránicas, sino con la persuasión; en
sus relaciones con el rey, los macedonios tenían derecho a la
igualdad de palabra (iségoria). A decir verdad, Clito reprocharía
fervientemente a Alejandro que cada vez tomara más el aspecto
de un monarca absoluto de tipo oriental, y no hiciera caso de
las costumbres macedonias.
El último caso, el de la proskynesis, estalló en Bactria en el
año 327, poco tiempo después del matrimonio de Alejandro y
Roxana. Esta vez, la oposición vino de Calisteno, el sobrino de
Aristóteles, quien hasta esa fecha, no obstante, se había mos­
trado como uno de los cortesanos más diligentes de Alejandro.
Conviene destacar que, aunque Calisteno era griego, expresó en
voz alta lo que muchos macedonios pensaban y no se atrevían
a pronunciar.

15 Refutada durante mucho tiempo, la tesis de la existencia activa de una asamblea ma­
cedonia es defendida firmemente hoy día con la ayuda de argumentos renovados por
M. Hatzopoulos, Macedonians Institutions under thè Kings, I, París, 1996, págs. 261-322.
Alejandro Magno 117

De esta manera, en esa fecha, Alejandro Magno «ordenó


que, de igual m anera que los persas, los macedonios le salu­
dasen postrándose en el suelo». Según Quinto Curdo, esta
iniciativa le habría sido inspirada al rey por sus cortesanos
griegos. En realidad, como señala Arriano, Alejandro no ne­
cesitaba de nadie para decidir dicha medida que, como ve­
remos a continuación, no revestía, además, el sentido que le
atribuyen los autores antiguos. Para los persas, la genuflexión
(proskynesis), o incluso la inclinación del busto, acompañada
de un gesto con la mano, era un signo habitual de obediencia
hacia un superior. Los relieves de Persépolis describen bien las
distintas modalidades de esta form a de rendir homenaje. En
esto, los persas no reconocen de ninguna m anera el carácter
divino del rey, ya que, por el contrario, este no era considerado
un dios, sino que representaba al general en la tierra del dios
Ahura-Mazda. Por consiguiente, para los persas del entorno de
Alejandro, lo que este solicitaba no presentaba ningún carác­
ter excepcional y todos aceptaron como algo natural el rendirle
el homenaje que solían tributar al gran rey. En cambio, los
griegos (y, por lo tanto, los autores que abordan este asunto)
y macedonios veían las cosas de m anera m uy diferente, como
expone tan bien Calisteno. Estos consideraban dicha costum­
bre como un signo visible de «servilismo oriental». Los griegos
de Asia M enor ya habían sufrido la humillación de tener que
realizar el rito de la proskynesis ante altos oficiales persas;
la obligación establecida para todos de tener que saludar al
gran rey de esta manera había creado también problemas de
protocolo durante algunas visitas de embajadores griegos a la
corte persa. Calisteno, apoyado por grandes jefes macedonios,
se negó a prestar dicho homenaje que consideraba reservado
únicamente a los dioses. Asimism o, señaló, al igual que había
hecho Clito, que haciendo esto Alejandro Magno violaba «la
ley no escrita» (nomos) macedonia en virtud de la cual, en sus
relaciones con sus compatriotas, los reyes deben gobernar «no
mediante la fuerza, sino en conformidad con el nomos» (Arria-
118 Pierre Briant

no IV. 1 1 . 16). El rey no le perdonó y aprovechó la revelación


de una oscura y escabrosa «conspiración de los pajes» para
incluir en ella (falsamente) a Calisteno. Este fue arrestado, en­
carcelado durante varios años, y, tal vez, crucificado en India
por orden del rey.
Por lo tanto, no existe en ningún lugar la prueba de que
Alejandro intentara establecer una base teocrática de su poder.
En realidad, el objetivo del rey en el año 327 era introducir
el número más elevado posible de iraníes en la corte y en la
administración. Y a un gran número de nobles bactrianos y sog-
dianos habían sido asimilados. Sin embargo, Alejandro deseaba
que todos sus compañeros, macedonios e iraníes, se situaran
ante él con igualdad de condiciones. Por esa razón, organizó en
Bactria una ceremonia de rendición de homenaje. La negativa
manifestada o silenciada de los macedonios no era solamente
de naturaleza teórica; indica también que estos seguían viendo
a los iraníes como vencidos, y pretendían que fueran tratados
como tales. No obstante, Alejandro tuvo la prudencia y la sabi­
duría de no insistir. Efectivamente, parece que a los macedonios
no se les volvió a exigir la proskynesis.
Este episodio atestigua el pragmatismo del rey: de carácter
arrebatado y autoritario, Alejandro no sabe admitir (pública­
mente) un error de apreciación; por otra parte, en el momento
de ganar India, no deseaba, de ninguna manera, propiciar las
condiciones de una ruptura abierta con los nobles macedonios.
Sin embargo, este asunto también da testimonio de la extraordi­
naria dificultad de la política que experimenta Alejandro Magno
puesto que, provenientes de dos culturas m uy diferentes, los
iraníes y los macedonios reaccionaron de manera opuesta ante
su iniciativa. Probablemente, Alejandro Magno contaba con que
una expedición militar conjunta en India permitiría tanto a la
nobleza iraní como a la nobleza macedonia llegar a conocerse
mejor e incluso, tal vez, a apreciarse mutuamente.
Alejandro Magno 119

2. UNA POLÍTICA PARA EL FUTURO (325-323)

2 .1. E l regreso de I ndia

A su regreso de la expedición india, Alejandro se mostró


decidido a retomar y a intensificar su política de colaboración
con las aristocracias locales. Algunas de las medidas que sor­
prendieron a los sátrapas iban en esta dirección; si los estrategas
de Media, Oleandro, Sitalkes y Eieracon fueron ejecutados es
porque arremetieron contra las riquezas de la casta sacerdotal
y, probablemente, también contra las de la nobleza. Destaque­
mos, no obstante, que las medidas adoptadas en contra de los
sátrapas culpables tuvieron en ese momento una consecuencia
paradójica, debido a que, en el año 323, no había más que tres
sátrapas iraníes en ejercicio: Atropates en Media, Fratafernes
en la región de Partía y Oxiartes (suegro de Alejandro Magno)
en las Parapamisadas.
Paralelamente, Alejandro Magno intentó instalarse en las
satrapías que habían sido desocupadas por hombres que Ale­
jandro juzgaba capaces y preocupados por aplicar su política
de colaboración macedonia e iraní. El mejor ejemplo lo consti­
tuye Peceustas, que había desempeñado un papel importante
durante la campaña de India. Incluso había salvado la vida del
rey durante el asedio de la ciudad de los malianos (326-325),
por lo que fue recompensado con una corona de oro y con el
título de somatofílaco. Durante el regreso, Alejandro Magno lo
nombró sátrapa de la importante Pérside porque, precisamente,
Peceustas había adoptado el modo de vida iraní, y no corría el
riesgo de ofender a los «bárbaros». «Y, demostró esto en cuanto
fue nombrado sátrapa de Pérside adoptando, solo él de todos
los macedonios, el traje medo, y aprendiendo la lengua persa y
adaptándose en todos los ámbitos a las costumbres persas. Por
ello, Alejandro Magno lo alabó, y los persas estaban satisfechos
de verlo preferir sus costumbres a las de su propia patria».
120 Pierre Briant

(Am ano VI. 30, 2-3). El rey veía en esta actitud el único modo
«de conservar la nación sometida en todos los sentidos» (Dio­
doro XIX. 4. 5). No obstante, conviene precisar, con Arriano,
que el caso de Peceustas seguía siendo excepcional y que había
originado la hostilidad por parte de los otros jefes macedonios,
quienes, por su parte, no estaban todavía dispuestos a gober­
nar en colaboración con los vencidos. ¿Pero, precisamente, la
campaña india no había aportado una aureola de vencedores
a los iraníes?

2.2. LOS MATRIMONIOS DE SUSA (FEBRERO DE 324)

Para Alejandro Magno, esta doble necesidad de nombrar a


los nobles iraníes a su servicio y de hacer que los macedonios
aceptaran dicha idea, permite entender el sentido de la ceremo­
nia grandiosa que tuvo lugar en Susa a principios del año 32416.
En efecto, ese año Alejandro (sin repudiar a Roxana) contrajo
matrimonio con dos princesas aqueménidas: Estatira, hija de
Darío, y Parisatis, hija de Oco; al mismo tiempo, su amigo Hefes-
tión se casó con Dripetis, hermana de Estatira, «pues Alejandro
Magno deseaba que los hijos fueran sus propios sobrinos y so­
brinas»; por último, el rey «convenció» a ochenta compañeros
para que se casaran con hijas de la nobleza iraní. Las nupcias
tuvieron lugar en una ceremonia de fasto inaudito, cuya cele­
bración fue descrita por Cares de Mitilene, el gran chambelán.
Las mencionadas nupcias fueron celebradas según el rito persa,
bajo una tienda inmensa, construida según el modelo de la Apel­
daría (sala de audiencias) persa. Cada una de las esposas recibió
una suculenta dote por parte de Alejandro Magno.
Esta grandiosa manifestación prolongaba y superaba a la
vez el matrimonio contraído por Alejandro Magno con la prin­

16 Sobre la política matrimonial de Alejandro Magno, véase también, E. Carney, Women


and Monarchy in Macedonia, Norman, 2000, págs. 100-113.
Alejandro Magno 121

cesa Roxana en el año 327. Las bodas de Susa consagran la


necesidad en que se encontraba el rey de gobernar con sus
antiguos enemigos. Varias mujeres fueron, además, elegidas
en la fam ilia de los aqueménidas, por ejemplo, Estatira; otras
eran hijas de nobles que habían opuesto resistencia a Alejandro,
tales como Espitamenes, cuya hija Apame fue desposada por
el general Seleuco, o nobles que se habían unido a él, como es
el caso de Artabaze o de Atropates. Por consiguiente, dichas
nupcias constituían un auténtico pacto de gobierno, quedando
entendido que los nobles iraníes reconocían a Alejandro Magno
como su rey: su enlace con princesas aqueménidas permitía una
transición armoniosa con la realeza aqueménida tradicional. Al
mismo tiempo, Alejandro Magno pretendía obligar a los nobles
macedonios a que aceptaran esta idea. Ningún texto antiguo su­
giere que esta iniciativa real suscitara un gran entusiasmo entre
sus compatriotas, salvo algunas excepciones, como ffefestión o
Peceustas, por ejemplo. No obstante, sus sucesores no abando­
naron brutalmente esta política. Por ejemplo, Seleuco conservó
a su mujer iraní, Apame, y varios de los antiguos compañeros
de Alejandro Magno siguieron practicando una política de co­
laboración con las élites locales17.

2 .3 . EÍACIA UN EJÉRCITO MACEDONIO-IRANi. L a SEDICIÓN DE OPIS

Paralelamente, Alejandro proseguía con tenacidad su propó­


sito de crear un ejército mixto macedonio-iraní. Es del regreso
de India de cuando datan las medidas esenciales. Lo entende­
mos tanto mejor cuanto que la oposición de los soldados mace­
donios en el ffifasis le habían demostrado claramente que no
podría llevar a cabo sus vastos proyectos con tan solo el apoyo
de sus compatriotas.

17 Cf. P. Briant, Rois, tributs et paysans, París, 1992, págs. 32-54.


122 Pierre Briant

La reforma comenzó en la caballería, aproximadamente en


la misma fecha en la que se celebraron las nupcias de Susa. Los
jinetes iraníes, que luchaban en India en calidad de auxiliares,
fueron introducidos en la caballería de los Hetairoi (compañe­
ros). Además, una nueva (quinta) hiparquía fue creada, cons­
tituida en una gran mayoría por iraníes, armados con lanza
macedonia y no con la jabalina «bárbara», y dirigidos por el
noble bactriano ftistaspes. Entre sus generales figuraban repre­
sentantes de la flor y nata de la aristocracia iraní; los mismos
que se convirtieron en cuñados de los nobles macedonios, des­
pués de las nupcias de Susa. Las dos medidas, la matrimonial
y la militar, se conjugaban para realizar la fusión de las dos
aristocracias.
La constitución de una falange mixta suscitó mucha opo­
sición. Los 30 000 jóvenes iraníes (epigonoi: sucesores), que
Alejandro, como ya hemos visto, había ordenado alistar en el
año 327, llegaron a Susa. La integración de estos en la nueva
falange se produjo en Babilonia, en el año 323, después de que
Peceustas aportara al rey un nuevo contingente de 20 000 ira­
níes. Esta demora se justifica por la oposición que encontró el
rey en las filas de su falange. Durante varios meses, los jóve­
nes iraníes constituyeron una falange completamente distinta,
formada según el modelo de la macedonia, pero dirigida por
persas.
En Opis, en el Tigris (verano del 324), estalló la crisis cuando
Alejandro Magno anunció a sus tropas que los hombres inca­
paces de servir (porque estuvieran heridos o fueran demasia­
do mayores) serían enviados a Macedonia, provistos con una
buena suma de desmovilización. Los falangistas interpretaron
tal decisión como prueba de que el rey deseaba, a partir de ese
momento, prescindir de sus servicios, y contar únicamente con
la falange iraní. Efectivamente, si bien los macedonios, como
ya hemos visto anteriormente, deseaban regresar a Macedo­
nia, querían volver todos juntos y con su rey: el reenvío de los
veteranos y de los soldados fue, por consiguiente, considerado
Alejandro Magno 123

como la prueba de que Alejandro «establecería para siempre


el centro del remado en Asia», es decir, como prueba también
de que el rey los había engañado ordenando el viaje de vuelta
en el año 326. Este hizo ejecutar a los jefes e intentó ganarse a
los falangistas, enumerándoles todos los favores que debían a
Filipo II y a él mismo. Pero fue en vano.
Durante los próximos días, Alejandro Magno no intentaría
ningún acercamiento con sus soldados, sino todo lo contrario;
se retiró a su tienda, negó la entrada a los macedonios y otorgó
sus favores a los iraníes18. Incluso convocó una asamblea de
los soldados orientales a la que no tenían derecho de asistir los
macedonios; asimismo, tomó la cabeza del ejército iraní, que
acampaba fuera de la ciudad, como si quisiera oponerse militar­
mente al ejército macedonio; concedió a los falangistas iraníes
el título de pezhetairoi (compañeros infantes), lo que equivalía
a colocarlos en una igualdad de condiciones con respecto a los
soldados macedonios; los iraníes fueron incluidos en la agema,
la guardia real, etc. El objetivo de Alejandro Magno era hacer
creer a sus compatriotas que podía prescindir de ellos. Este
chantaje psicológico tuvo los efectos esperados. Así pues, al
cabo de varios días, los soldados macedonios se presentaron
sin armas ante el rey para rogarle humildemente que les per­
mitiera, al igual que a los persas, darle el beso ritual. Alejandro
Magno aceptó y, para manifestar que los había perdonado, los
llamó «parientes». Extraordinaria habilidad la de Alejandro,
que consiguió que los macedonios aceptaran lo que rechaza­
ban con mucha obstinación unos días antes. A partir de ese
momento, en efecto, el rey podía permitírselo todo. La partida
de los veteranos se efectuó con calma; el rey les prometió ocu­
parse de los hijos que dejaban en Asia, así como de convertirlos

18 Sobre la táctica que adoptó Alejandro Magno ante los motines, véase las reflexiones
de E. Carney, «Macedonian and Mutiny: Discipline and Indiscipline in the Army of
Philippe and Alexander» Classical Philology, 91, 1996, págs. 19-44; «Artifice and Alex­
ander history», en A. B. Bosworth y E. Baynham (ed.), Alexander the Great in Fact and
Fiction, Oxford, 2000, págs. 263-285, en parte págs. 278-285.
124 Pierre Briant

en soldados armados y entrenados a la manera macedonia. Al


mismo tiempo, ordenó a Antípater enviarle nuevos refuerzos
venidos de Macedonia. La formación de la nueva falange tuvo
lugar en Babilonia, en el año 323: cada una de las divisiones de
la falange macedonia, las décadas, comprendía cuatro soldados
macedonios, armados según costumbres, y doce persas, equi­
pados con arcos o con jabalinas; pero el mando seguía siendo
de los macedonios. De esta manera, en dos años (324-323), Ale­
jandro Magno había conseguido poner en pie un ejército nuevo
en el que se encontraban íntimamente mezclados macedonios
e iraníes. A corto plazo, esto le permitía pensar con optimismo
en el resultado de sus nuevos proyectos de conquista, puesto
que él sabía que Macedonia se encontraba agotada por los con­
tinuos alistamientos; a largo plazo, la agrupación de las tierras
en el seno de un imperio unificado y la colaboración, tanto de
iraníes como de macedonios en un ejército mixto, debían ser
los mejores avales de la continuación de su obra.

2.4. El b a n q u e t e de Opis

¿Quiso Alejandro Magno ir más allá de dicha colaboración


macedonio-iraní y fomentar un ideal de «fraternidad univer­
sal»? Esto es lo que ha defendido W. W. Tarn19 basándose en el
relato del sacrificio realizado por el rey después de la sedición
de Opis:

Después, Alejandro Magno sacrificó a los dioses a los que ha­


bitualmente realizaba ofrendas y pidió una comida a costa del
ejército. Estaba sentado y en torno a él permanecían sentados
los macedonios, después de estos, los persas y, después, los
demás pueblos delegados según su gloria y su valor. En la
misma crátera bebían el rey y los que lo rodeaban, e incluso

19 W. W. Tarn, «Brotherhood and Unity», en Alexander the Great, II, 1950, pags. 399-449.
Alejandro Magno 125

realizaron libaciones, mientras que los adivinos griegos y los


magos preparaban las oraciones. Alejandro Magno rezó en­
tonces por la felicidad, y especialmente, por el entendimiento
(hom onoia) y la comunidad (k o in o n ia ) de los macedonios y de
los persas en el mando del Imperio (Arriano VII. 11. 8-9).

W. W. Tarn extrajo de este texto la conclusión de que Alejan­


dro Magno «fue el pionero de una de las mayores revoluciones
de la historia del mundo», es decir, «la fraternidad del hombre o
la unidad de la humanidad». Según este autor, Alejandro Magno
quiso unir a todos los pueblos de la tierra en el mismo espíritu
de fraternidad humana; en su mente, todos los pueblos debían
asociarse en el gobierno del imperio, y no ser súbditos.
En realidad, esta imagen de un Alejandro como una especie
de Cristo se desprende más de una idea personal de W. W. Tarn
que de una crítica de los textos. Como demostró justamente
E. Badian20, el banquete de Opis no permite deducir tal inter­
pretación. En torno al rey solo se encuentran los macedonios,
quienes son también los únicos que comparten el vino con él.
El rito de reconciliación tiene primeramente por protagonistas
a Alejandro Magno y a los macedonios, que acaban de oponerse
y de separarse violentamente durante varios días. Por otra parte,
no se trata, de ninguna manera, de una fraternidad universal; al
contrario, la colaboración en el poder se limita expresamente a
los macedonios y a los persas. En total, el simbolismo del ban­
quete de Opis hace resaltar dos ejes de la política de Alejandro
Magno: recurrir a los aristócratas iraníes para consolidar la obra
de la conquista; reservar al elemento macedonio un lugar desta­
cado en torno a su persona. A partir de ese momento, la frontera
entre gobernantes y gobernados dejaba de coincidir exactamente
con la frontera entre vencedores y vencidos. Más que en una
división ética, esta separación se convirtió en una división social,

20 E. Badian, «Alexander the Great and the Unity of Mankind» Historia, 1958, pags. 425­
444.
126 Pierre Briant

pues solamente son llamados a colaborar y, por consiguiente, a


gobernar aquellos que constituían ya la elite dirigente en tiem­
pos del Imperio aqueménida. Si bien esta visión de Alejandro
Magno muestra que este supo transcender los problemas griegos
tradicionales acerca de la oposición entre griegos y bárbaros,
también demuestra una extraordinaria inteligencia política, así
como la voluntad de que su obra fuera duradera.

2.5. E l problema de la divinización de A lejandro M agno

¿Soñó el rey, motivado por su deseo de unificar el imperio,


con fomentar un «culto de imperio que se extendiera a las ciu­
dades griegas de Europa»?21.
El examen de las representaciones figuradas de Alejandro
revela la voluntad del rey de extender una imagen suya de su­
perhombre equiparable a los héroes, por no decir incluso a los
dioses. En efecto, el rey llevó consigo a artistas oficiales, en­
cargados de esta misión de propaganda, tales como el escultor
Lisipo, el pintor Apeles y el orfebre Pirgóteles. Alejandro apare­
ce frecuentemente representado con los ojos mirando hacia el
cielo. Plutarco no oculta el sentido de dicha actitud; Alejandro
mira al cielo como para dialogar con Zeus: «¡Toma el Olimpo
y déjame a mí la Tierra!» Cada vez es más frecuente que los
artistas lo representen con una diadema ceñida en la cabeza,
signo real de origen oriental. Esta evolución se aprecia sobre
todo en las monedas, acuñadas tal vez según modelos creados
por Pirgóteles. El artista hizo a menudo figurar en ellas a Hér­
cules tocado con la piel del león; sin embargo, el retrato está tan
individualizado que estamos tentados a reconocer a Alejandro
bajo los rasgos del héroe. Como dichas monedas circulaban por

21 Sobre este difícil problema, podemos consultar dos estudios de E. Badian, uno en
Ancient Macedonian Studies inHonour of Ch. E. Edson, Thessaloniki, 1981, págs. 27-71;
y otro en Subject and Ruler, Ann Arbor, 1996, págs. 11-26.
Alejandro Magno 127

todo el Imperio, suponemos que la comparación entre Alejan­


dro Magno y Hércules estaba, cada vez más, aceptaba como un
hecho, incluso en las ciudades griegas.
Por otra parte, a la muerte de su amigo Hefestión, en octubre
del año 324, Alejandro Magno envió una embajada al oráculo
de Amón en Egipto para preguntar si era conveniente rendir
los honores divinos al difunto. Amón «contestó» que Hefestión
debía ser considerado un héroe, y no como un dios. Acto segui­
do, el rey dio orden a Cleomeno de Egipto de edificar templos
en honor al nuevo héroe, tanto en Alejandría como en la isla de
Faros. El culto heroico de Hefestión se extendió rápidamente,
incluso a las ciudades griegas. Sin embargo, nada demuestra
con exactitud que en Atenas se rindieran honores semidivinos
conjuntamente a Hefestión y a Alejandro (que era considerado
paredra de Hefestión).
Según algunos autores, el rey, en 324-323, quiso que en todas
partes se reconociera oficialmente su carácter divino, y tomó
medidas propias para imponer su culto en todo el Imperio. En­
cargó a Nicanor que proclamara conjuntamente, en Olimpia, en
el año 324, el edicto de regreso de los desterrados y una orden
de rendir honores divinos al rey en las ciudades griegas. Dicha
interpretación ha sido extraída de anécdotas m uy tardías, a las
que sería arriesgado dar crédito. Lo que sabemos con seguridad
es que algunas ciudades de Asia Menor le rindieron un culto, lo
que no tenía nada de extraordinario pues, ¿no había levantado
Eresos de Lesbos altares a Zeus Filipino, durante la preconquista
macedonia de 336-335? Para las ciudades de la Grecia de Europa,
los testimonios son frágiles y contradictorios; nos desvelan que
se produjeron discusiones acaloradas, en Atenas, entre los que
estaban a favor (Demades; Demóstenes, aunque con algunas re­
servas) y los que se oponían a dicha medida (Licurgo, Hiperides),
y que Demades fue condenado por haber presentado un decreto
considerado sacrilego. Es preciso añadir que la institución de un
culto de imperio había sido especialmente inapropiada en el año
323, ya que la idea de un rey-dios era herética para los persas.
128 Pierre Briant

En el año 323, los fundamentos de la autoridad de Alejan­


dro Magno siguen siendo de naturaleza m uy diversa en las
diferentes partes de su imperio. Es al mismo tiempo rey de los
macedonios, arconte de la Liga Tesálica, hégémón de la Liga de
Corinto, «Liberador» y «Restaurador» de las ciudades griegas en
Asia, faraón en Egipto22, «rey de los cuatro confines del mundo»
en Babilonia; por otra parte, sin tomar el título del gran rey,
realizó numerosos préstamos a la realeza aqueménida, y pode­
mos suponer que un gran número de persas lo consideraban
de hecho como el continuador de sus reyes. Un solo título de
contenido incierto y neutro le es reconocido en todas partes,
el de «rey Alejandro», que portan varias de sus monedas y al­
gunos decretos de las ciudades griegas. Por lo tanto, más que
instaurar un «culto de imperio», que le habría retirado el apoyo
de los persas, Alejandro había elegido acelerar la aplicación de
la política de colaboración, que las medidas adoptadas a partir
del año 325 habían hecho avanzar notablemente.

22 Sobre la representación de Alejandro Magno en tanto que faraón, véase M. Abd El-
Raziq, Die Darstellung und Texte des Sanktuars Alexanders des Grossen in Tempel von
Luxor, Mainz am Rhein, Philipp von Zabern, 1984. La cuestión del título faraónico de
Alejandro ha dado lugar a debates. El descubrimiento de una estela inscrita proveniente
del oasis de Bahariya parece demostrar que el conquistador gozó de dicho título: véase
F. Bosch-Puche, «L'autel du temple d'Alexandre á Bahariya retrouvé» BIFAO, 108, 2088,
págs. 29-44.

Das könnte Ihnen auch gefallen