Sie sind auf Seite 1von 4

LAS ROCAS A TRAVÉS DE LA HISTORIA

Sin pretender un análisis histórico riguroso, repasaremos la influencia de


las rocas en el desarrollo social de la raza humana.

Empezamos por asegurar que ROCA es nuestro propio planeta: Una


amalgama de múltiples minerales.

Según las circunstancias geológicas de su formación, las rocas tendrán


distintas propiedades de dureza, resistencia y absorción. La mayoría de
ellas se formaron, principalmente, con la propia Tierra. La labor del fuego
y la presión que supuso el nacimiento del planeta creo a sus hijas, las
rocas.

Y desde el principio de los tiempos, el hombre las ha ido arrancando de


las entrañas del mundo para su beneficio. Aquellas rocas primarias se
denominan magmáticas, y a las mas comunes se las conoce como
GRANITOS. El proceso de erosión de nuestro planeta fue transformando
después, durante siglos y siglos, esas rocas en arenas; mezclándolas
con aguas y cal, amalgamándolas de nuevo, cementándolas de forma
natural con sílice y carbono y creando, en definitiva, buen número de
otras variedades rocosas. La geología añade, a ese primer grupo de
rocas magmáticas, otros dos grupos principales: Rocas sedimentarias y
rocas metamórficas. A las primeras se las denomina comúnmente
PIEDRAS; a las segundas MÁRMOLES y CUARCITAS. Las tres
variedades fundamentales de rocas son la materia prima de los oficios de
cantero y marmolista.

Se sabe que el primer uso que se hizo de las rocas


ayudó a fundamentar el despertar de la humanidad: Cuando el simio
ancestral usa por primera vez un vulgar canto rodado para golpear la
carne del animal que se quiere comer, se transforma en hombre. Y una
roca es la primera herramienta que usamos: Nos ayuda a ablandar la
carne del animal, a cortarla si escogemos una piedra desgajada de la
roca madre por la acción del hielo y el sol, a pulir y tersar su piel si
usamos un canto plano, desgastado por las corrientes del río cercano.
Pronto aprendemos a reproducir esos fenómenos naturales y
desgajamos las piedras más compactas con golpes de otras piedras,
imitando así la presión que el agua introducida en los poros de la roca
ejerce contra esta cuando se dilata al helarse. Aprendemos a frotar una
piedra contra otra más blanda para alisarla, tal y como hace el agua del
río contra las rocas del fondo. Desde que aprendimos cómo cortar, tallar
y pulir las piedras, no hemos dejado de hacerlo. Usamos herramienta
más sofisticada, empleamos menos tiempo, pero en el fondo, seguimos
frotando piedra contra piedra, para poder deslizar la mano por sus
superficies, y poder sentir algo frío, pero extrañamente aterciopelado.

Más tarde aprendimos, a base de muchos


golpes, a crear nuestras propias cavernas, cuando no las encontramos
naturales. Y cuando estábamos muy lejos de cualquier lugar montañoso,
en las bastas praderas, y el frío mordía nuestros cuerpos por la noche,
descubrimos que podíamos usar esas otras piedras diminutas, que
constantemente pisábamos: la arena, el sustrato de roca erosionado por
el viento que cubre todo el planeta. Mezclando esa tierra con agua, y
dejando que el calor del sol secase esa mezcla, el hombre fabricó su
primer ladrillo. Y con ese ladrillo aprendió a fabricarse cobijo haya dónde
no lo tenía; a fabricarse cuencos donde no disponía de cráneos de
animales. Cuando supo utilizar el fuego que las tormentas provocaban en
árboles y pastizales, descubrió también el principio de la unión de
elementos por el calor: las tierras más espesas, las arcillas, quedaban
mucho más duras si se secaban al calor de un buen fuego.

Mucho tiempo necesitamos para perfeccionar el tallado de la piedra.


Hasta que no aprendimos a extraer la esencia más dura de ellas, hasta
que no fundimos y separamos los primeros elementos metálicos de
estas, no dispusimos de útiles más duros para cortarlas, pulirlas y darlas
forma. Aparecen entonces, no solo grandes construcciones, dotadas de
pórticos y ventanales, sino que la imaginería del ser humano, presente
desde los búfalos pintados en Altamira -piedra erosionada adherida a la
roca- y las confusas figuras de terracota, alcanza la primera expresión de
arte. Parece que, sin saberlo, el hombre quiere remedar a Dios,
construyendo semejantes de barro, a la espera del soplo vital. Así, nace
la escultura. El proceso es largo, y hay muchos precursores antes de que
culmine en la casi perfección: Grecia. Pasando fugazmente por grandes
culturas anteriores, como la Persa, o por obras aisladas, como la Dama
de Elche, llegamos a la cultura griega, donde la función de la piedra
queda ligada, definitivamente, al sentido del espacio, al discurrir pacífico
del tiempo. Los templos griegos, su arquitectura, sus imágenes reales,
están pensados para el placer y el deleite. Sus columnas geometrízan las
líneas arrugadas de los troncos de los árboles, sus dinteles y frontispicios
son volúmenes cubicados a partir de la geometría caprichosa de las
copas de olivos y otros árboles. Sus grecas enderezan las formas en que
las hojas se retuercen alrededor de sus ramas. Los griegos crean los
primeros paisajes de piedra, con la misma delicada belleza con que la
propia naturaleza crea sus paisajes.

Los romanos recogen parte de esas


enseñanzas para adaptarlas a un nuevo fenómeno. La humanidad
comienza a vivir agrupada en espacios muy pequeños. Ya no hay tiempo
para delicadas imágenes -salvo para algunos pocos escogidos- y urge
canalizar las necesidades de toda esa humanidad, que parece
desgastarse igual que una piedra azotada por el viento: Sus desperdicios
crean ríos negros que deben ser encauzados sobre piedras; su
descendencia debe ser acogida por encima de sus ancestros; sobre los
tejados de sus propias casas se construyen otras, y otras... Sus oficios
deben ser dirigidos por senderos hechos de pavés, y sus conquistas
asentadas por rutas permanentes. Carreteras, calles, viviendas de varias
plantas, desagües, canales y conducciones de agua. Ríos, cuevas y
senderos recreados en piedra.

Aprendimos a crear, de la piedra, otras piedras más duras. Fundiendo,


machacando, mezclando y extrayendo, fabricamos los vidrios para cegar
nuestras ventanas al viento y el frío, pero no a la luz; fabricamos los
metales, para matarnos entre nosotros, pero también para perfeccionar
las ruedas, y convertirlas en engranajes. Aprendimos a extraer la fuerza
del agua, aquella fuerza que rompía las piedras cuando se helaba; sólo
que esta vez era el calor, producido por la combustión de otra piedra,
quien liberaba el espíritu del agua y movía con su empuje los engranajes,
las palancas y aspas. Que a su vez trituraban, fundían, amalgamaban y
daban forma a nuevas piedras, nuevos metales, nuevas creaciones.

Y hoy, olvidados esos orígenes, hablamos de plásticos tan duros como


una piedra (¿Acaso no fue su origen esa misma piedra?), de
microprocesadores veloces, capaces de millones de operaciones por
segundo (aún estando fabricados con silicio, una piedra) y de bio-
energía, sana y limpia (aunque podríamos decir también que esa nueva
tecnología se alimenta de sales; sales minerales procedentes de las
rocas).

Seguimos usando las primeras piedras también. Pese a la profusión de


materiales para construir, pese a las nuevas tendencias estéticas del
arte, seguimos pisando el suelo; usando lo que tenemos a mano: Nuestro
viejo planeta, lleno de piedras y madera. Procurándonos para nuestro
entorno todo aquello que necesitamos. Procurando hacerlo de una
manera bella y duradera.

Das könnte Ihnen auch gefallen