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ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA MEDIEVAL. LITERATURA UNIVERSAL.

1º BACHILLERATO
LITERATURA ÁRABE.
EL CORÁN
 «Quienes cometen maldades y después se arrepienten y creen, serán perdonados. Tu
Señor, después de ellas, será indulgente, misericordioso» (azora 7, aleya 152).
 «Ciertamente, Dios no oprime en absoluto a los hombres, pero los propios hombres
son quienes se oprimen» (azora 10, aleya 45).
 «Cada comunidad tendrá su Enviado. Cuando Venga su Enviado, se juzgará entre ellos
con equidad, y ellos no serán vejados» (azora 10, aleya 48).
 «¿No habéis visto que a los pájaros, sujetos en el aire del cielo, no los sostiene nadie
más que Dios?» (azora 16, aleya 81).
 «Te piden que aceleres la llegada del tormento. Dios no faltará a su promesa, pero un
día junto a tu Señor equivale a mil años de los que vosotros contáis» (azora 22,
aleya 46).
 «¡No pongas mala cara a los hombres! ¡No andes con petulancia por la tierra! Dios no
ama a ningún presuntuoso engreído» (azora 31, aleya 17).
 «El libro de Moisés fue promulgado antes que esté como guía y misericordia. Éste es
un libro que confirma, en lengua árabe, a los anteriores para advertir a quienes son
injustos y albriciar a los benefactores.» (azora 46, aleya 11).
 «Bueno es manifestar las buenas obras, pero todavía mejor ocultadas y derramadas en
el seno de los pobres».
 «¡Combatid a quienes no creen en Dios ni en el último día ni prohíben lo que Dios y su
enviado prohíben, a quienes no practican la religión de la verdad entre aquellos a
quienes fue dado el libro! Combatidlos hasta que paguen la capitación personalmente
y ellos estén humillados» (azora 9, aleya 29).
 «Cuando encontréis a quienes no creen, golpead sus cuellos hasta que los dejéis
inermes» (azora 47, aleya 4).
 «Las peores bestias, ante Alá, son los infieles» (azora 8, aleya 57).
 «Malditos dondequiera que se encuentren, serán cogidos y asesinados sin piedad,
según la costumbre de Alá con aquellos que los precedieron» (azora 33, aleya 61).
 «Matadlos allá donde los encontréis» (azora 2, aleya 187).
 «Matadlos hasta que la idolatría no exista y esté en su lugar la religión de Alá»
(azora 2, aleya 189).
 «No es propio del Profeta tener prisioneros hasta que haya cubierto la tierra con los
cadáveres de los incrédulos» (azora 8, aleya 68).

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 «No hay ciudad a la que nosotros no aniquilemos o atormentemos con terrible
tormento antes del día de la resurrección» (azora 17, aleya 60).
 «Puedes odiar lo que te conviene y desear lo que te perjudica. Dios sabe lo que te
conviene y tú lo ignoras».
LAS MIL Y UNA NOCHES (Procedente de Ciudad Seva)
Resumen del principio
HISTORIA DE LA MUJER DESPEDAZADA, DE LAS TRES MANZANAS Y DEL NEGRO RIHÁN
Schahrazada dijo:
"Una noche entre las noches, el califa Harun Al-Rachid dijo a Giafar Al-Barmaki: "Quiero que
recorramos la ciudad, para enterarnos de lo que hacen los gobernadores y walíes. Estay
resuelto a destituir a aquellos de quienes me den quejas," Y Giafar respondió: "Escucho y
obedezco."
Y el califa, y Giafar, y Massrur el porta-alfanje salieron disfrazados
por las calles de Bagdad; y he aquí que en una calleja vieron a un
anciano decrépito que a la cabeza llevaba una canasta y una red de
pescar, y en la mano un palo y andaba pausadamente,
canturreando estas estrofas:
Me dijeron: "¡por tu ciencia, ¡oh sabio! eres entre los humanos
como la luna en la noche!"
Yo les contesté: "¡Os ruego, que no habléis de ese modo! ¡No hay
más ciencia que la del Destino!"
¡Porque, yo, con toda mi ciencia, mis manuscritos, mis libros y mi
tintero, no puedo desviar la fuerza del Destino ni un solo día! ¡Y los que apostasen por mí,
perderían su apuesta!
¡Nada, en efecto, hay más desolador que el pobre, el estado del pobre y el pan y la vida del
pobre!
¡En verano, se te agotan las fuerzas! ¡En invierno, no dispone de abrigo!
¡Si se para, le acosarán los perros para que se aleje! ¡Cuán mísero es! ¡Ved cómo para él son
todas las ofensas y todas las burlas!. ¿Quién es más desdichado?
Y si no clama ante los hombres, si no a su miseria, ¿quién le compadecerá?
¡Oh! Si tal es la vida del pobre, ¿no ha de preferir la tumba?
Al oír estos versos tan tristes, el califa dijo a Giafar: "Los versos y el aspecto de este pobre
hombre indican una gran miseria." Después se aproximó al viejo, y le dijo: "¡Oh jeique! ¿cuál es
tu oficio?" Y él respondió: "¡Oh señor mío! Soy pescador. ¡Y muy pobre! ¡Y con familia! Y desde
el mediodía estoy fuera de casa trabajando, y ¡Alah no me concedió aún el pan que ha de

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alimentar a mis hijos! Estoy, pues, cansado de mi persona y de la vida, y no anhelo más que
morir." Entonces el califa le dijo: "¿Quieres venir con nosotros hasta el río, y echar la red en mi
nombre, para ver qué tal suerte tengo? Lo que saques del agua te lo compraré y te daré por
ello cien dinares." Y el viejo se regocijó al oirle, y contestó; "¡Acepto cuanto acabas de
ofrecerme y lo pongo sobre mi cabeza!"
Y el pescador volvió con ellos hacia el Tigris, y arrojando la red, quedó en acecho; después tiró
de la cuerda de la red, y la red salió. Y el viejo pescador encontró en la red un cajón que estaba
cerrado y que pesaba mucho. Intentó levantarlo el califa y lo encontró también muy pesado.
Pero se apresuró a entregar los cien dinares al pescador, que se alejó muy contento.
Entonces Giafar y Massrur cargaron con el cajón y lo llevaron al palacio. Y el califa dispuso que
se encendiesen las antorchas, y Giafar y Massrur se abalanzaron sobre el cajón y lo rompieron.
Y dentro de él hallaron una enorme banasta de hojas de palmera cosidas con lana roja.
Cortaron el cosido, y en la banasta había un tapiz; apartaron el tapiz y encontraron debajo un
gran velo blanco de mujer; levantaron el velo y apareció, blanca como la plata virgen, una
joven muerta y despedazada.
Ante aquel espectáculo, las lágrimas corrieron por las mejillas del califa, y después, muy
enfurecido, encarándose con Giafar, exclamó: ¡Oh perro visir! ¡Ya ves cómo, durante mi
reinado, se asesina a las gentes y se arroja a las víctimas al agua! ¡Y su sangre caerá sobre mí el
día del juicio, y pesará eternamente en mi conciencia! Pero ¡por Alah! que he de usar de
represalias con el asesino, y no descansaré hasta que lo mate. En cuanto a ti, ¡juro por la
verdad de mi descendencia directa de los califas Bani-Abbas, que si no me presentas al
matador de esta mujer, a la que quiero vengar mandaré que te crucifiquen a la puerta de mi
palacio, en compañía de cuarenta de tus primos los Baramka!" Y el califa estaba lleno de
cólera, y Giafar dijo: "Concédeme para ello no más que un plazo de tres días." Y el califa
respondió: "Te lo otorgo."
Entonces Giafar salió del palacio, muy afligido, y anduvo por la ciudad, pensando: "¿Cómo voy
a saber quién. ha matado a esa joven, ni dónde he de buscarlo para presentárselo al califa? Si
le llevase a otro para que pereciese en vez del asesino, esta mala acción pesaría sobre mi
conciencia. Por lo tanto, no sé qué hacer." Y Giafar llegó a su casa, y allí estuvo desesperado los
tres días del plazo. Y al cuarto día el califa le mandó llamar. Y cuando se presentó entre sus
manos, el califa le dijo: "¿Dónde está el asesino de la joven?" Giafar respondió: "No poseo la
ciencia de adivinar lo invisible y lo oculto, para que pueda conocer en medio de una gran
ciudad al asesino." Entonces el califa se enfureció mucho, y ordenó que crucificasen a Giafar a
la puerta de palacio, encargando a los pregoneros quedo anunciasen por la ciudad y sus
alrededores de esta manera:

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"Quien desee asistir a la crucifixión de Giafar Al-Barmaki, visir del califato, y a la de cuarenta
Baramka, parientes suyos, vengan a la puerta de palacio para presenciarlo."
Y todos los habitantes de Bagdad afluían por las calles para presenciar la crucifixión de Giafar y
sus primos, sin que nadie supiese la causa; y todo el mundo se condolía y se lamentaba de
aquel castigo; pues el visir y los Baramka eran muy apreciados por su generosidad y sus buenas
obras.
Cuando se hubo levantado el patíbulo, llevaron al pie de él a los sentenciados y se aguardó la
venia del califa para la ejecución. De pronto, mientras lloraba la gente, un apuesto y bien
portado joven hendió con rapidez la muchedumbre, y llegando entre las manos de Giafar, le
dijo: "¡Que te liberten, oh dueño y señor de los señores más altos, asilo de los menesterosos!
Yo fui quien asesinó a la.joven despedazada y la metí en la caja que pescasteis en el Tigris.
¡Mátame, pues, en cambio, y usa las represalias conmigo!»
Cuando escuchó Giafar las palabras del joven, se alegró por sí propio, pero compadecióse del
mancebo. Y hubo de pedirle explicaciones más detalladas; pero de súbito un anciano
venerable separó a la gente, se acercó muy de prisa a Giafar y, al joven, les saludó; y les dijo:
¡Oh visir! no hagas caso de las palabras de este mozo, pues yo soy el único asesino de la joven,
y en mí solo tienes que vengarla." Pero el joven repuso: "¡Oh visir! este viejo jeique no sabe lo
que se dice. Te repito que, yo soy quien la mató, debiendo ser, por tanto, el único, a quien se
castigue.". Entonces el jeque exclamó: "¡Oh hijo mío! todavía eres joven y debes vivir; pero yo,
que soy viejo y, estoy cansado del mundo, te serviré de rescate a ti, al visir y a sus primos.
Repito que el asesino soy yo, Y conmigo se debe usar de represalias."
Entonces, Giafar, con el consentimiento del capitán de guardias, se llevó al joven y al anciano,
y subió con ellos al aposento del califa. Y le dijo: "¡Oh Emir de los Creyentes! aquí tienes al
asesino de la joven." Y el califa preguntó: "¿En dónde está?" Giafar dijo: "Este joven afirma que
es el matador, pero este anciano lo desmiente y asegura que el asesino es él." Entonces el
califa contempló al jeique y al mozo, y les dijo: "¿Cuál de vosotros. dos ha matado a la joven?''
Y el mancebo respondió: "¡Fui yo!" Y el jeique dijo: "¡No; fui yo solo!" El califa, sin preguntar
más, dijo a Giafar entonces: "Llévate a los dos y crucifícalos," Pero Giafar hubo de replicarle:
"Si sólo uno es el criminal, castigar al otro constituye una gran injusticia." Y entonces el joven
exclamo: "¡Juro por Aquel que levantó los cielos hasta la altura que están y extendió la tierra
en la profundidad que ocupa, que soy el único que asesino a la joven! Oid las pruebas." Y
describió el hallazgo; conocido sólo por el califa, Giafar y. Massrur. Y con esto el califa se
convenció de la culpabilidad del joven, y llegando al límite dei asombro, le dijo: "¿Y porqué has
cometido esa muerte? ¿Por qué la confiesas antes de que te obliguen a hacerlo a palos? ¿Por
qué pides de este modo el castigo?" Entonces dijo el mancebo:

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"Sabe, ¡oh Príncipe de los Creyentes! que esa joven era mi esposa, hija de este jeique, que es
mi suegro. Me casé siendo ella todavía virgen, y Alah me ha concedido tres hijos varones. Y mi
mujer me amó y me sirvió siempre, sin que tuviese yo que motejarla nada reprensible.
Hace dos meses cayó gravemente enferma, y llamé en seguida a los médicos mas sabios, que
no tardaron en curarla ¡con ayuda de Alah! Al cabo de un mes empezó a hallarse mejor y quiso
ir al baño. Antes, de salir de casa, me dijo:. "Antes de entrar en el hammam, desearía satisfacer
un antojo." Y le pregunté: "¿Qué antojo es ese?" Y me contestó: "Tengo ganas de una manzana
para olerla y darle un bocado." Inmediatamente me fui a la calle a comprar la manzana,
aunque me costara un dinar de oro. Y recorrí todas las fruterías, pero en ninguna había
manzanas. Y regresé a casa muy triste, sin atreverme a ver a mí mujer, y pasé toda la noche
pensando en la manera de lograr una manzana. Al amanecer salí de nuevo de mi casa y recorrí
todos los huertos, uno por uno, y árbol por árbol, sin hallar nada. Y he aquí que en el camino
me encontré con un jardinero, hombre de edad, al que le consulté sobre lo de las manzanas. Y
me dijo: "¡Oh hijo mío! Es una cosa difícil de encontrar, porque ahora no las hay en ninguna
parte cómo no sea en Bassra; en el huerto del Comendador de los Creyentes. Y aun allí no te
será fácil conseguirlas; pues el jardinero las reserva cuidadosamente para uso del califa."
Entonces volví junto a mi esposa, contándoselo todo; pero el amor que le profesaba me movió
a preparar el viaje. Y salí, y empleé quince días completos, noche y día, para ir a Bassra, y
regresar favorecido por la suerte, pues volví al lado de mi esposa con tres manzanas
compradas al jardinero del huerto de Bassra por tres dinares.
Entré, pues, muy contento, y se las ofrecí a mi esposa, pero al verlas ni dio muestras de alegría
ni las probó, dejándolas, indiferente, a un lado. Observé entonces que durante mi ausencia la
calentura se había vuelto a cebar en mi mujer muy violentamente y seguía atormentándola; y
estuvo enferma diez días más, durante los cuales no me separé de ella un momento. Pero
gracias a Alah; recobró la salud, y entonces pude salir y marchar a mi tienda para comprar y
vender.
Pero he aquí que una tarde estaba yo sentado a la vuerta de mi tienda, cuando pasó por allí un
negro, que llevaba en la mano una manzana: Y le dije: "¡Eh, buen amigo! ¿de dónde has sacado
esa manzana, para que yo pueda comprar otras iguales?" Y el negro se echó a reir, y me
contestó: "Me la ha regalado mi amante. He ido a su casa, después de algún tiempo que no la
había visto, y la he encontrado enferma, y tenía al lado tres manzanas, y al interrogarla, me ha
dicho: "Figúrate, ¡oh querido mío! que el pobre cornudo de mi esposo ha ido a Bassra
expresamente a comprármelas, y le han costado tres dinares de oro." Y en seguida me dio ésta
que llevo en la mano."

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Al oir tales palabras del negro, ¡oh Príncipe de los Creyentes! mis ojos vieron que el mundo se
obscurecía; cerré la tienda a toda prisa y entré en mi casa, después de haber perdido en el
camino toda la razón, por la fuerza explosiva de mi furia. Dirigí una mirada al lecho, y
efectivamente, la tercera manzana no estaba ya allí. Y pregunté a mi esposa: "¿En dónde está
la otra manzana?" Y me contestó: "No sé que ha sido de ella." Esto era una comprobación de
las palabras del negro. Entonces me abalancé sobre ella, cuchillo en mano, y apoyando en su
vientre mis rodillas, la cosí a cuchilladas. Después le corté la cabeza y los miembros, lo metí
todo apresuradamente en la banasta, cubriéndolo con el velo y el tapiz, y guardándolo en el
cajón, que clavé yo mismo. Y cargué el cajón en mi mula, y en seguida lo arrojé en el Tigris con
mis propias manos.
¡Por eso, ¡oh Emir de las Creyentes! te suplico que apresures mi muerte, en castigo a mi
crimen, pues me aterra tener que dar cuenta de él el día de la Resurrección!
La arrojé al Tigris, como he dicho, y como nadie me vio, pude volver a casa. Y encontré a mi
hijo mayor llorando, y aunque estaba seguro de que ignoraba la muerte de su madre, le
pregunté: "¿Por qué lloras?" Y él me contestó: "Porque he cogido una de las manzanas que
tenía mi madre, y al bajar a jugar con mis hermanos, en la calle, ha pasado un negro muy
grande y me la quitó, diciendo: "¿De dónde has sacado esta manzana?" Y le contesté: "Es de
mi padre, que se fue y se la trajo a mi madre con otras dos, compradas por tres dinares en
Bassra. Porque mi madre está enferma." Y a pesar de ello, el negro no me la devolvió sino que
me dio un golpe y se fue con ella. ¡Y ahora tengo miedo de que la madre me pegue por lo de la
manzana!"
Al oir estas palabras del niño, comprendí que el negro había mentido respecto a la hija de mi
tío, y por tanto, ¡que yo había matado a mi esposa injustamente!
Entonces empecé a derramar abundantes lágrimas, y entró mi suegro, el venerable jeique que
está aquí conmigo. Y le conté la triste historia. Entonces se sentó a mi lado, y se puso a llorar. Y
no cesamos de llorar juntos hasta media noche. E hicimos que duraran cinco días las
ceremonias fúnebres. Y aun hoy seguimos lamentando esa muerte.
Así, pues, te conjuro ¡oh Emir de los Creyentes! por la memoria sagrada de tus antepasados, a
que apresures mi suplicio y vengues en mi persona aquella muerte."
Entonces el califa, profundamente maravillado, exclamó: "¡Por Alah que no he de matar más
que a ese negro pérfido!..."
En este momento de su narración, Schahrazada vio aparecer la mañana, y se calló
discretamente. PERO CUANDO LLEGÓ LA 19a. NOCHE

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LITERATURA EUROPEA
ÉPICA GERMÁNICA
Para los pueblos germanos y nórdicos, el mundo era un gran árbol, Yggdrasill,el fresno del
cosmos. Los dioses habitaban su copa, el Asgard; los hombres, el tronco, Midgard;
y las raíces, Helheim, albergaban el mundo de los muertos. Odín,
padre de los hombres, era el más importante de los dioses. Su
hijo Thor dominaba las fuerzas de la naturaleza, poseía un martillo
que siempre daba en el blanco y luego volvía a su mano. Freyr,era el
dios del Sol y la paz; su hermana Freya era la diosa del amor y la
fertilidad. Heimadll guardaba el puente del arco iris, que uníael
reino de los dioses con el de los hombres. Loki, dios del fuego, era el mal. Los guerreros caídos
en la batalla eran llevados al Valhalla, palacio de Odín, por las Valquirias, vírgenes guerreras
que cuidaban de ellos. Al final de los tiempos, dioses y hombres se enfrentarían a las fuerzas
del mal en una batalla definitiva conocida como Ragnarok.
LAS SAGAS O EDDAS (Siglo ____)
Völuspá en castellano (la creación) Völuspá (Vǫluspá /ˈwɔluˌspɑː/ en nórdico antiguo) (La
Profecía de la Vidente) es el nombre del primer y el más conocido poema de la Edda poética.
Cuenta la historia de la creación del mundo y su inminente final, narrada por una völva o
vidente y dirigida a Odín. Es una de las principales fuentes primarias para el estudio de
la mitología nórdica.
La profecía comienza con una invocación a Odín, tras lo cual la vidente comienza a relatar la
historia de la creación del mundo de forma resumida. La vidente explica cómo pudo conseguir
su conocimiento, conociendo así la fuente de la omnisciencia de Odín, y otros secretos de los
dioses de Asgard. Menciona los acontecimientos presentes y futuros, aludiendo a muchos de
los mitos nórdicos, como la muerte de Baldr y el encadenamiento de Loki. Por último, la
vidente habla del fin del mundo, el Ragnarök, y su segunda venida.
1 ¡Oid! pido a todas las estirpes divinas, grandes y pequeños, hijos de Heimdall; me pides, oh
Valfödr, que te refieral las más viejas historias que yo pueda recordar 2 Recuerdo a los trols,
los primeros nacidos, que en un tiempo lejano me dieron la vida; nuevo mundos recuerdo y
nueve ramas, y el gran árbol del mundo, aún bajo tierra. 3 Fue en los primeros tiempos cuando
Ymir vivió; no había ni arena ni mar, ni las frías olas, tierra no había, ni el alto cielo, sólo el
vacío abismo, tampoco había hierba. 4 Mas los hijos de Bur formaron la tierra, aquellos que
crearon el famoso Midgard; brilló el sol desde el sur sobre el palacio, y surgió en la tierra la
verde hierba. 5 Desde el sur lanzó el sol, compañero de la luna, su mano derecha al confín del

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cielo; no sabía el sol dónde estaban sus salas, no sabían las estrellas dónde tenían su lugar, no
sabía la luna cuál era su poder.6 Se reunieron los dioses, todos, en asamblea, y tomaron
consejo los sagrados dioses; la luna llena y la nueva ellos designaron, nombraron la mañana,
también el mediodía, la tarde y la noche, para contar los años. 7 Se encontraron los dioses en
los campos de Ídi, ellos construyeron grandes templos, y altares, hicieron las fraguas, forjaron
las joyas, fraguaron tenazas, hicieron herramientas (...) 9 Se reunieron los dioses, todos, en
asamblea, y tomaron consejo, los sagrados dioses, quién habría de crear la estirpe de los
gnomos con la sangre de Brimir y los huesos de Blámi. 10 Allí estaba Mótsognir, quien era el
mayor de todos los gnomos, y el segundo era Durinn; con figura humana crearon de la tierra a
muchos enanos, así dice Durrin. 11 Nýi y Nidi, Nordri y Sudri,Austri y Vestri, Althjóf, Dvalin,
Bivör, Bávör, Bömnbur, Nóri,Án y Ánar, Ái, Mjödvitnir, 12 Veig y Gandálf, Vindálf, Thráin,Thekk
y Thorin, Thrór, Vitr y Litr,Nár y Nyrád -y hablo en verdad-Regin y Rádsvin, -de los enanos.
Fragmento de la Visión de la adivina (Völuspa)
EL CANTAR DE LOS NIBELUNGOS
La muerte de Sigfrido (Siglo___)
Pronto se desprendió de la espada y se desembarazó del carcaj. La recia jabalina la dejó
apoyada en una rama de tilo. El escudo lo dejó en el suelo, allí donde manaba la fuente. Las
virtudes cortesanas de Sigfrido eran muy grandes. Por ardiente que fuera su sed, el héroe no
quería beber antes de que lo hiciera el rey. iMalse lo había de agradecer el soberano! La fuente
tenía el agua fresca, clara y agradable. Gunter se agachó hacia la corriente. Cuando hubo
bebido, volvióse a levantar De buena gana hubiera hecho lo mismo Sigfrido. Pero él hubo de
pagar su buena crianza. El arco y la espada, todo lo quitó Hagen de allí. Luego volvió de un
salto adonde estaba la jabalina. Ahora se puso a buscar la señal que había en la ropa del
valiente. Cuando Sigfrido estaba inclinado sobre la fuente, le clavó la jabalina en la cruz
señalada en la espalda. Por la herida le brotó abundante la sangre que salía del corazón. Nunca
podrá héroe alguno cometer tamaña felonía '. Clavada en el corazón le dejó entonces el arma.
Jamás en esta vida corrió Hagen tan furiosa mente huyendo de un hombre. Cuando el señor
Sigfrido se percató de su terrible herida, saltó loco de furor de la fuente. El príncipe creía poder
encontrar allí el arco o la espada: entonces habría pagado merecidamente Hagen su vileza.
Cuando el malherido no pudo hallar la espada, no le quedó otra arma que el escudo.
Alejándose de la fuente, corrió al encuentro de Hagen. Ahora no pudo escapársele el hombre
de Gunter. Aunque estaba herido de muerte, sus tajos eran tan desaforados que del escudo
saltaban piedras preciosas, y quedó enteramente destrozado. Pronto fue derribado Hagen por
la fuerza de su brazo. La violencia del golpe lo hizo resonar en toda la isla. Tanto le irritaba la
grave herida, que padeció por ella honda aflicción. El color de la faz se había tornado lívido; ya

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no podía tenerse en pie. En su color pálido se iban marcando las señales de la muerte. Cantar
de los nibelungos, Cátedra (Adaptación) 'Hagen: caballero burgundio leal a Brunilda. Felonía:
traición.
ÉPICA ROMÁNICA. EL CANTAR DE ROLDÁN (SIGLO_____)

Siente Roldán que la muerte le va haciendo su presa. De su cabeza le va bajando hasta su


corazón. Se precipita a acogerse bajo un pino, y allí se tiende postrado sobre la verde hierba.
Bajo él pone su espada y olifante. Ha vuelto su rostro hacia la gente infiel; porque quiere que
Carlos y los suyos digan que él, el conde esforzado, ha muerto victorioso. Con débil impulso y
reiteradamente confiesa sus culpas. Pos sus pecadas tiende hacia Dios el guante.
Siente Roldán que su tiempo es acabado. Está tendido sobre la empinada colina, vuelto
el rostro hacia España. Con una mano golpea su pecho:
-¡Dios! –dice- ¡Que tu gracia borre mis culpas, mis pecados grandes y pequeños que
cometí desde la hora en que nací hasta el día en que me ves aquí quebrantado!
Y tiende hacia Dios su guante derecho. Los ángeles del cielo descienden hasta él.
Yace el conde Roldán bajo un pino. Hacia España tiene vuelto el rostro. Y comienza a
recordar muchas cosas: las tierras que ha conquistado, la poderosa, la dulce Francia; os

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hombres de su estirpe; Carlomagno, su señor, que le ha alimentado. Por todo lloras y suspira,
sin poder refrenarse. Pero no quiere olvidarse a sí mismo; confiesa sus culpas y pide a Dios
perdón:
-¡Padre verdadero, que jamás has mentido: Tú, que resucitaste a Lázaro de entre los
muertos; Tú, que salvaste a Daniel de los leones, salva mi alma de todos los peligros, por los
pecados que cometí durante mi vida!
Ha ofrecido a Dios su guante derecho. San Gabriel lo ha tomado de la mano. Sobre su
brazo ha inclinado la cabeza, y avanza, juntas las manos, hacia su fin. Dios le envía su ángel
Querubín y San Miguel del Peligro. Con ellos se acerca San Gabriel. Entre todos conducen el
alma del conde al paraíso.
-Cantos CLXXXIV a CLXXVI-
Ancha es la llanura y dilatada la comarca. Brillan los yelmos incrustados de pedrería, y los
escudos, y las lorigas bordadas, y las lanzas, y los pendones sujetos a los hierros. Suenan los
clarines, y sus tañidos son más claros. El olifante suena más alto, llamando a la pelea. El emir
llama a sus hermanos, Canabeu, el rey de Betulia, que posee las tierras que llegan hasta
Valsevré, y le muestra los cuerpos d ejército de Carlos:
-¡Mira la altivez de Francia, la afamada! El emperador galopa muy gallardo. Va detrás de
esos viejos que dejaron flotar sobre sus lorigas las barbas tan blancas como la nieve sobre el
hielo. Bien combatirán con sus espadas y sus lanzas; ruda y encarnizada vamos a tener la
pelea; jamás vio nadie ninguna semejante.
Ante sus tropas, a más distancia que podría arrojarse una vara pelada, cabalga Baligán. Y grita:
-¿Adelante, paganos! ¡Yo os marcaré el camino!
Blande la lanza y enfila su punta contra Carlos
Carlos el Grande, cuando ve el emir y el dragón, el estandarte y la enseña, y calcula la gran
multitud de los árabes que llena toda la comarca, menos el terreno que él pisa, exclama:
-¡Barones francos! ¡Sois buenos vasallos; muchas batallas habéis resistido! Mirad los infieles.
Son felones y cobardes. Toda su religión no les vale un ochavo. Si son numerosas sus tropas,
¿qué puede importarnos? ¡Que venga conmigo el que quiera ya atacarlos!
Luego azuza a su corcel con las espuelas. Tencedor salta cuatro veces, y los francos dicen:
-¡Este rey es un valiente! ¡Cabalgad, hombres de pro! ¡Ninguno de nosotros ha de desfallecer!
Claro fue el día, esplendente la mañana. Bellos son los ejércitos, poderosos los escuadrones.
Los de vanguardia chocan. El conde Rabel y el conde Guinemán sueltan las riendas y espolean
vivamente a sus veloces caballos. Los francos se lanzan a la carrera y comienzan a herir con sus
lanzas afiladas. Chanson de Roland, Madrid, Alianza editorial, 1983. Versión de Benjamín
Jarnés

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LOS INICIOS DE LA NOVELA EUROPEA. NOVELAS SOBRE LOS PERSONAJES DE LOS MITOS
ARTURICOS (LOS ROMAN)
Los orígenes de Arturo (Geoffrey de Mommouth, Historia de los reyes de Britania, Alianza
El rey Úter ordenó llamar a Merlín. Una vez en presencia del monarca, el sabio fue intimado a
sugerir de qué modo podría Úter satisfacer su deseo de Igema. Al ver los sufrimientos que
padecía el rey a causa de una mujer, se maravilló mucho Merlín de tan extremada pasión y
dijo.' «Para dar cima a tu deseo, deberás servirte de artes nuevas para tu tiempo e inauditas.
Con mis drogas sé cómo darte la apariencia de Gorlois', de manera que en todo te asemejes a
él. Si haces lo que te digo, te convertiré en un doble perfecto del duque, y Ulfin en la réplica
exacta de su camarada Jordán de Tintagel. También yo cambiaré de forma y me uniré a la
expedición. De ese modo podrás entrar a salvo en el castillo y tener acceso a Igema».
Convino el rey en ello, demostrando enorme interés. Tomó las drogas de Merlín y adquirió al
punto la apariencia de Gorlois. Ulfin se transformó en Jordán y Merlín en un tal Britael,
sirviente del duque, de manera que nadie pudiese adivinar quiénes eran en realidad
Emprendieron después camino a Tintagel y llegaron al castillo con el crepúsculo. En cuanto vio
el guardián que su amo se aproximaba, abrió las puertas y franqueó la entrada a los tres
hombres. ¿Qué otra cosa podía hacer si hubiese jurado que el mismísimo Gorlois acababa de
llegar? Permaneció el rey aquella noche con Igema y satisfizo su deseo. Concibió Igema aquella
noche al celebérrimo Arturo, que tanta fama adquiriría más tarde por su extraordinario valor.
CHRETIEN DE TROYES
Lanzarote o el caballero de la carreta: se cuenta el ciego y trágico amor que siente
Lanzarote por Ginebra, que ha sido secuestrada y trata de rescatarla. Es una reivindicación
del amor trágico frente a los valores del matrimonio y la caballería.
«Venid a hablarme a esta ventana a medianoche, cuando todos duerman aquí dentro. Pasaréis
por ese vergel. Pero aquí no podréis entrar, ni albergar vuestro cuerpo como un huésped. Yo
estaré dentro y vos fuera, que dentro no podréis pasar. Yo tampoco podré llegar hasta vos, no
siendo con la boca o con la mano. Hasta el amanecer estaré allí, si ése es vuestro gusto. No
podríamos reunimos: en mi cámara, delante de mí, se acuesta Keu, el senescal, quien, cubierto
de llagas, languidece en el lecho. La puerta tampoco está abierta: bien cerrada queda, y bien
guardada. Cuando vengáis, tened cuidado de no toparos con ningún espía.
-Señora -responde Lanzarote-, como pueda evitarlo, no me verá ningún espía de los que
piensan mal o alimentan murmuraciones.»
Así conciertan su entrevista y, llenos de alegría, se separan.

11
Lanzarote sale fuera de la cámara, tan alegre que no recuerda ninguno de los dolores pasados.
La noche tarda demasiado. El día se le antoja, en su impaciencia, más largo que cien días o que
un año entero. Muy gustoso habría acudido a la cita, si fuese ya de noche. Tanto ha luchado la
noche por vencer al día que lo ha cubierto con su oscuridad, a modo de capa sombría sobre los
hombros de la luz. Cuando ya ha oscurecido, muestra el héroe visos de cansancio y fatiga, y
dice a los circunstantes que ha velado mucho y le es menester reposo. [4550] Bien podéis
comprender, vosotros que habéis acometido empresas de este género, que él se finge cansado
y que, engañosamente, se hace conducir a su cámara por las gentes de su posada. Pero su
lecho no le parecía atractivo: no hubiese reposado allí por nada del mundo. No habría podido
ni se hubiera atrevido. No hubiese querido tampoco atreverse ni poder.
Pronta y sigilosamente se levantó, sin lamentar en absoluto que no lucieran luna ni estrellas, ni
que no ardiese en la mansión antorcha, lámpara ni linterna. Así se fue, acechando que ninguno
le viese: cuidaban que dormiría en su lecho durante toda la noche. Sin compañía ni escolta se
dirige rápidamente hacia el vergel. No encontró a nadie. Y tiene suerte: un lienzo de la pared
que cercaba el jardín se había derrumbado recientemente. Por esa brecha para veloz y pronto
llega a la ventana. Allí se detiene, sin hacer ruido, sin toser, sin estornudar, hasta que llega la
reina, envuelta en la blancura de una camisa. No lleva encima saya ni brial, tan sólo un manto
corto de escarlata y cisemus. ([1]) Cuando Lanzarote ve a la reina que se inclina sobre la
ventana, guarnecida de barrotes de hierro, con un dulce saludo la ha saludado. Y ella se lo
devuelve al punto, que mucho estaban deseosos él de ella y ella de él. Nada hay de mal tono,
nada triste en la conversación que mantienen. Uno y otra se aproximan, y mano a mano se
entrelazan. Pero les pesa demasiado no poder juntarse más, y ambos denigran los hierros que
les separan. [4600] Con todo, Lanzarote se jacta de que, si a la reina le 4600 place, conseguirá
forzar la entrada: unos hierros no le detendrán.
«¿No veis -responde ella- que es muy difícil doblarlos, y más aún romperlos? Por más que los
apretéis y atraigáis hacia vos y estiréis, no podréis arrancarlos.
-Señora, no os preocupéis. Esos hierros no valen nada. Nadie salvo vos puede impedirme
reunirme con vos. Si me otorgáis licencia, el camino me es franco. Pero si no es de vuestro
gusto, será tan peligroso que por nada del mundo pasaría.
-Sí -dice ella-, bien lo quiero. Mi voluntad no es lo que os detiene. Pero os conviene esperar a
que esté acostada en mi lecho, y habréis de obrar en el mayor de los sigilos (...)
• Perceval o el cuento del Grial, que versa sobre el tópico caballeresco de la búsqueda
del Santo Grial.
Vio detrás del fuego, que ardía claramente, a unos pajes, y encomendó la espada al que
guardaba sus armas, el cual se hizo cargo de ella. Luego se volvió a sentar al lado del señor,

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que en todo le hacía gran honor. (VS. 3196-3292) Había allí dentro una iluminación tan grande
como la podrían procurar las candelas en un albergue. Y mientras hablaban de diversas cosas,
de una cámara llegó un paje que llevaba una lanza blanca empuñada por la mitad, y pasó entre
el fuego y los que estaban sentados en el lecho. Todos los que estaban allí veían la lanza blanca
y el hierro blanco, y una gota de sangre salía del extremo del hierro de la lanza, y hasta la
mano del paje manaba aquella gota bermeja. El muchacho que aquella noche había llegado
allí, ve este prodigio, pero se abstiene de preguntar cómo ocurría tal cosa, porque se acordaba
del consejo de aquel que lo hizo caballero, que le dijo y le enseñó que se guardara de hablar
demasiado. Y teme que, si lo pregunta, se le considerará rusticidad; y por esto no preguntó
nada. Mientras tanto llegaron otros dos pajes que llevaban en la mano candelabros de oro fino
trabajado con nieles. Los pajes que llevaban los candelabros eran muy hermosos. En cada
candelabro ardían por lo menos diez candelas. Una doncella, hermosa, gentil y bien ataviada,
que venía con los pajes, sostenía entre sus dos manos un grial. Cuando allí hubo entrado con el
grial que llevaba, se derramó una claridad tan grande, que las candelas perdieron su brillo,
como les ocurre a las estrellas cuando sale el sol, o la luna. Después de ésta vino otra que
llevaba un plato de plata. El grial, que iba delante, era de fino oro puro; en el grial había
piedras preciosas de diferentes clases, de las más ricas y de las más caras que haya en mar ni
en tierra; las del grial, sin duda alguna, superaban a todas las demás piedras.

LECTURA OBLIGATORIA: Merlín del libro de John Steinbeck Los hechos del rey Arturo y sus
nobles caballeros

LECTURA DE TRISTÁN E ISEO


Llegado el tiempo de entregar a Iseo a los caballeros de Cornualles, su madre recogió hierbas,
raíces y flores, las mezcló con vino y compuso un poderoso brebaje. Acabado este con ciencia y
magia, lo vertió en un frasco y dijo a Brangania:
-Hija mía, has de seguir a Iseo al país del rey Marco, ya que le profesas un amor fiel. Toma,
pues, este frasco de vino y recuerda mis palabras.
Ocúltalo de manera que ningún ojo lo vea, ni ningún labio se le acerque. Llegada la noche
nupcial y en el instante en que quedan solos los esposos, verterás este vino de hierbas en una
copa y la presentarás al rey Marco y a la reina Iseo para que apuren su contenido entre los dos.
Procura, hija mía, que solo ellos prueben este brebaje porque tal es su virtud que quienes lo
beban juntos, se amarán con todos sus sentidos, con todo su espíritu, para siempre, en la vida
y en la muerte. Brangania prometió a la reina que lo haría según su voluntad.

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La nave se llevaba a Iseo, cortando las profundas olas. Cuanto más se alejaba de la tierra de
Irlanda, más tristemente se lamentaba la doncella. Sentada bajo la tienda donde se había
encerrado con Brangania, su sirvienta, lloraba de nostalgia; ¿dónde la arrastraban aquellos
extranjeros? ¿Hacia dónde la empujaba el destino? Cuando Tristán se le acercaba y quería
calmarla con dulces palabras, se irritaba, le rechazaba y sentía el corazón henchido de odio.
-iMísera! -decía ella- iMaldita sea la mar que me lleva! iMás me valdría morir en la tierra donde
nací que vivir allá abajo! Cierto día amainaron los vientos; las velas colgaban flácidas a lo largo
del mástil. Tristán hizo tomar tierra en una isla y, cansados del mar, lo cien caballeros y los
marineros bajaron a la playa. Solo Iseo permanecía en la nave con una pequeña sirvienta.
Tristán llegóse hasta la reina tratando de apaciguar su corazón. Ardía un sol de fuego, y
abrasados ambos por la sed pidieron de beber. La pequeña buscó algún brebaje, hasta que
descubrió, escondido, el frasco confiado a Brangania por la madre de Iseo.
-iHe encontrado vino! -les gritó.
No, no era vino; era la pasión, era el bárbaro goce y la angustia sin fin; era la muerte. La
muchacha llenó una copa y la presentó a su ama. Bebió a grandes tragos y luego la tendió a
Tristán, que también bebió. En este instante entró Brangania y vio con asombro que se
miraban calladamente con loco embeleso. Ante ellos estaba la copa casi vacía. Cogióla, corrió a
popa y la arrojó por la borda, gimiendo: -i Desgraciada! ¡Maldito sea el día en que nací y
maldito el día que subí a esta nave! ¡lseo, amiga, y vos, Tristán, habéis bebido vuestra muerte!
LIBRO DE CABALLERÍAS: TIRANTE EL BLANCO
Y como la noche fue oscura, Tirante vino a la cámara de la Duquesa; y como el Emperador
cenaba y todas las damas, Placer de mi Vida entró por la cámara muy alegre y tomo a Tirante
por la mano y llevósele; el cual iba vestido con un jubón de raso carmesí y una capa cubierta y
con su espada en la mano. Y Placer de mi Vida le metió en el retrete de la cámara de la
Princesa donde había un arca grande con un agujero, porque pudiese resollar, y el baño que
estaba aparejado estaba de cara del arca. Como hubieron cenado las damas, danzaron con los
caballeros, y como vieron que Tirante no estaba allí dejáronse todos de danzar, y el Emperador
se retrujo a su cámara. Las doncellas dejaron sola a la Princesa con los que la habían de servir,
y ellas se fueron a dormir. Placer de mi Vida, con excusa de sacar un paño delgado para el
baño, abrió el arca y dejóla un poco abierta y puso ropa encima porque ninguna de las otras no
lo viesen. La Princesa se comenzó de desnudar, y Placer de mi Vida le puso el asiento que venía
de cara de donde Tirante estaba, de manera que él la podía muy bien ver a su Placer. Y como
del todo fue desnuda, Placer de mi Vida tomo una candela encendida, y por hacer Placer a
Tirante mirábale toda la persona, que allí no había nada encubierto, y decíale a la señora:

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–Si Tirante estuviese aquí, y os tocase con sus manos como yo hago, bien creo que él lo
estimase más que al reino de Francia.
–No lo creas tu eso, que mas estimaría el ser rey de Francia que no tocarme como tú haces.
–! ¡Oh, Tirante, señor! ¿Donde estas tu ahora, que no eres aquí cerca para que pudieses ver y
tocar la cosa que mas amas en aqueste mundo? Mira, señor Tirante, cata aquí los cabellos de
la señora Princesa; yo los beso en tu nombre, que eres el mejor de los caballeros del mundo.
Cata aquí los ojos y la boca: yo los beso por ti. Cata aquí sus cristalinas tetas, que tengo cada
una en su mano; mira como son chiquitas, duras, blancas y lisas. Cata aquí su vientre y los
muslos y el lugar secreto. ¡Oh, desventurada de mí! ¿Y por qué no soy yo hombre para fenecer
aquí mis postrimeros días? ¿Dónde estás tú ahora, caballero invencible? ¿Por qué no vienes a
mí, pues tan piadosamente te llamo? Las manos de Tirante son dignas de tocar aquí donde yo
toco, y otro no, que aqueste es bocado con el cual quienquiera se querría ahogar.
Tirante miraba todas aquellas cosas, y sentía el mayor Placer del mundo en oír la buena gracia
con que Placer de mi Vida lo razonaba, y venían le grandes tentaciones de salir del arca.
Joanot Martorell y Marti Joan de Galba. Tirante el Blanco, ed. Martin de Riquer, Madrid,
Espasa-Calpe, 1974. (Grafía modernizada).

NARRATIVA BREVE
El hombre-lobo- Lai de María de Francia
Puesto que he decidido contar lais, no quiero olvidarme de El hombre-lobo. Bisclavret es el
nombre en bretón; los normandos lo llaman Garwaf (Garou). Se podía oír hace tiempo e
incluso con frecuencia ocurría, que ciertos hombres se convertían en lobos y habitaban en
los bosques. El hombre-lobo es bestia salvaje. Mientras está rabioso, devora hombres,
produce grandes daños yendo y viniendo por la espesura. Pero dejemos este asunto. Os
quiero hablar de uno de ellos en concreto.

Vivía en Bretaña un barón. De él he oído grandes alabanzas. Era bello y buen caballero, y
se conducía noblemente. Era muy amigo de su señor y todos sus vecinos lo querían. Se
había casado con una mujer de elevada alcurnia y agradable semblante. Él la amaba y ella
le correspondía. Una cosa, no obstante, molestaba a la dama, y es que cada semana perdía
a su esposo durante tres días enteros, sin saber qué le acontecía ni adónde iba. Ninguno de
los suyos sabía nada tampoco.

En cierta ocasión en que volvía a su casa, alegre y contento, ella le ha interrogado:

-Señor, -le ha dicho-, hermoso y dulce amigo, desearía preguntaros una cosa, si me
atreviera a ello, pero temo vuestra ira. ¡No hay cosa que más tema en el mundo!

Cuando él la hubo oído, la abrazó, la atrajo hacia sí y la besó.

-Señora, -dijo-, preguntad. No hay pregunta a la que yo no quiera responderos, si sé


hacerlo.

Respondió ella:

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-Por mi fe, ¡estoy salvada! ¡Señor, tengo tanto miedo los días en que os separáis de mí!
Siento gran dolor en el corazón y tan gran temor de perderos que si no obtengo consuelo
de inmediato, creo que voy a morir pronto. Decidme adónde vais, dónde os halláis, dónde
permanecéis. A mi parecer, tenéis otro amor y, si es así, cometéis grave falta.

-Señora, por Dios, gran mal me vendría si os lo digo, pues os alejaría de mi amor y yo
mismo me perdería.

La dama, al oír esto, no lo ha tomado a burla. Tantas veces le repite su pregunta, tanto lo
mima y adula que él termina por contarle su aventura, sin ocultarle nada.

-Señora, yo me convierto en hombre-lobo. Me introduzco en el bosque, en lo más profundo


de la espesura, y allí vivo de presas y rapiñas.

Cuando le hubo contado todo, ella le preguntó si se desnudaba o iba vestido.

-Señora, -dijo él-, voy completamente desnudo.

-Y decidme, por Dios, ¿dónde dejáis vuestras ropas?

-Señora, eso no os lo diré, pues si llegase a descubrir que he perdido mis vestiduras,
hombre-lobo sería para siempre, y nadie podría ayudarme hasta que me fuesen devueltas.
Por eso no quiero que se sepa su paradero.

-Señor, -replicó ella-, os amo más que nadie en el mundo. No debéis ocultarme nada, ni
dudar de mí en ningún momento. Así, ¿qué amor me mostraríais? ¿Qué mal os he hecho yo,
qué pecado he cometido para que dudéis de mí? Bien será que me lo digáis.

Tanto lo presiona, tanto lo asedia que él no puede hacer otra cosa que decírselo:

-Señora, a la entrada del bosque, junto al camino por el que voy, existe una vieja capilla
que a menudo me presta buenos servicios. Allí hay una enorme piedra hueca, bajo un
matorral. Dejo mi ropa en esa oquedad, bajo el arbusto, hasta que vuelvo a casa.

La dama oyó esta maravilla y palideció de terror. La aventura la había llenado de espanto.
A partir de entonces no pensó en otra cosa que en escapar de su compañía, pues no quería
dormir más a su lado.

Un caballero del país la había amado antiguamente, le había suplicado, requerido y servido
durante mucho tiempo. Ella no le había correspondido nunca, ni le había dado la menor
esperanza. Pero ahora le envió un mensaje, descubriéndole su corazón: «Amigo, -le decía-,
estad contento: aquello por lo que penáis, os lo ofrezco sin dilación. No opondré
resistencia alguna. Os otorgo mi amor y mi cuerpo. ¡Haced de mí vuestra amante!» Él se lo
agradece vivamente y le toma la palabra. Ella le hace jurar que cumplirá sus órdenes.
Después le cuenta cómo su esposo se marchaba y en qué se convertía. Le enseña el camino
que toma para ir al bosque, y lo envía a buscar sus vestiduras.

Así fue traicionado el hombre-lobo, y vendido por su mujer. Como desaparecía a menudo,
todos pensaron, como era de esperar, que se había ido para siempre. Se le buscó, se
preguntó por él, pero no se le pudo encontrar y se dieron por terminadas las pesquisas.
Entonces la dama se casó con quien la amaba desde hacía tanto tiempo.

Así transcurrió un año entero, hasta que el rey fue un día a cazar. Se encaminó hacia el
bosque donde se encontraba el hombre-lobo. Los perros, una vez sueltos, le han

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descubierto. Canes y cazadores le persiguieron todo el día, tanto que ya van a darle alcance
y destrozarle con sus garras. En cuanto la bestia ve al rey, corre en su busca implorando su
merced. Se acerca a su estribo, besa pie y pierna del monarca. El rey, al verle, siente gran
miedo, y llama a todos los acompañantes.

-Señores, -dice-, acercaos. ¡Mirad qué prodigio, cómo se humilla este animal! Piensa como
un hombre, suplica mi favor. Haced retroceder a los perros, preocupaos de que nadie lo
hiera. Este animal tiene entendimiento y buen sentido. Daos prisa, vámonos. Concedo mi
perdón a la bestia: no cazaré hoy más.

Dicho esto, el rey vuelve a la corte. El hombre-lobo lo acompaña, se coloca a su lado, no


tiene intención de abandonarlo. El monarca, muy satisfecho, le lleva consigo a palacio:
jamás había visto cosa igual. Lo considera una gran maravilla y se ha encariñado con él. A
todos los suyos ha ordenado que, por su amor, lo cuiden bien y no lo maltraten, que no
reciba herida ninguna, que le den de beber y comer. Ellos lo cuidan con mucho agrado. Va
a tumbarse todos los días entre los caballeros, cerca del rey. No hay nadie que no lo
aprecie: tan bueno y apacible es que nunca intenta hacer ningún mal. Allí donde va el rey,
él le sigue, jamás lo abandona, pues se ha dado cuenta de que el monarca también lo
aprecia a él.

Oíd lo que ocurrió después. Con el fin de celebrar cortes, el rey había convocado a todos
sus barones con feudo, para animación de la fiesta y para su mejor servicio. Allí fue,
ataviado con ricas y hermosas vestiduras, el caballero casado con la esposa del hombre-
lobo. Poco imaginaba aquél que iba a tener a éste tan cerca.

Tan pronto como llega al palacio es visto por el hombre-lobo quien, con gran impulso,
corre hacía él, lo coge con sus dientes y lo arrastra. Mayor daño aún le habría causado, de
no ser porque el rey lo llamó, amenazándolo con una vara. Dos veces aquel día intentó
morderle. Casi todos estaban muy extrañados, pues nunca se había comportado de esa
manera a la vista de ningún hombre. Toda la casa comenta que algún motivo ha de tener
su agresión; que el caballero, de una forma u otra, ha debido dañarle, pues que él desea
vengarse.

En aquella ocasión no pasó más. Cuando acabó la fiesta, se despidieron los barones y
retornaron a sus casas. Entre los primeros, partió el caballero a quien el hombre-lobo
había atacado. No es maravilla que lo odie.

No pasó mucho tiempo, tal es mi opinión, sin que el sabio y cortés monarca volviese al
bosque donde había encontrado al hombre-lobo. Éste lo acompañaba. Al terminar la
cacería, la corte buscó albergue en la región. La exmujer del hombre-lobo, al saberlo, se
adornó con extremo cuidado y, por la mañana, fue a hablar con el rey, llevándole un rico
presente.

Cuando el hombre-lobo la ve venir, nadie puede retenerlo: corre hacia ella como rabioso.
Oíd lo bien que se vengó: le arrancó la nariz de un bocado. ¿Qué mayor daño podía
hacerle? Por todas partes lo amenazan por su acción; lo habrían hecho mil pedazos si un
hombre sabio no hubiese dicho al rey:

-Señor, escuchadme. Este animal ha vivido con vos, no hay nadie de nosotros que no lo
haya visto detenidamente y no haya estado mucho tiempo a su lado. Jamás tocó a hombre
alguno ni cometió ninguna felonía, fuera del ataque contra la mujer aquí presente. Por la fe
que os debo, creo que tiene algún motivo de irritación contra ella y contra su marido. Ésta
es la esposa de aquel caballero a quien tanto queríais que se perdió hace tanto tiempo sin
que sepamos nada de él. Someted a tortura a la dama, a ver si os confiesa alguna razón por

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la que este animal pueda odiarla. Hacedle decir todo lo que sepa. ¡Han ocurrido tantas
maravillas en esta tierra de Bretaña!

El rey sigue su consejo. Detiene al caballero y prendiendo a la dama, la somete a gran


tormento. Tanto por el dolor como por el miedo ella terminó contando todo lo relativo a su
antiguo esposo: cómo lo había traicionado y le había arrebatado su ropa, la aventura que él
le había contado, en qué se convertía, adónde iba, y cómo no se le había visto en la región
desde que le hubieron quitado los vestidos; bien pensaba ella que el animal fuese el
hombre-lobo en cuestión.
El rey le exige entonces que traiga las vestiduras. Quiéralo o no, la dama las hace traer y
entregar al hombre-lobo. Cuando se las ponen delante, él no les presta atención.

En ese momento, el sabio que había aconsejado al rey, le dijo:

-Señor, no lo estáis haciendo bien. Por nada del mundo querría el hombre-lobo vestirse
ante vos ni cambiar ante vos su apariencia bestial, pues siente mucha vergüenza. Hacedle
llevar a vuestras habitaciones y dejarlo allí con su ropa. Después de transcurrido un buen
rato, veremos cómo se convierte en hombre y regresa.

El rey en persona le condujo, cerrando tras él todas las puertas. Al cabo de un cierto
tiempo, volvió a su cámara, llevando con él a dos barones. Entran los tres y encuentran,
sobre el mismo lecho del monarca, al caballero que dormía. El rey corrió a abrazarle,
besándolo más de cien veces. Una vez que se hubo repuesto, le devolvió todas sus
propiedades y más que no me detengo a contar. En cuanto a la mujer, el rey la expulsó del
país. Con ella partió el que había traicionado a su señor. Tuvieron muchos hijos bien
conocidos por su apariencia y rostro: la mayoría nació y vivió sin nariz.
La aventura que habéis oído es verdadera, no lo dudéis. Para guardar de ella una eterna
memoria fue compuesto un lai, titulado El hombre-lobo. FIN

FABLIAU O FABLILLA: “LA BURGUESA DE ORLEÁNS”


Ahora os diré una aventura bastante cortés, ocurrida a una burguesa. Había nacido y se
había criado en Orleáns. Su señor, nacido en Amiens, era un campesino inmensamente rico. De
negocios y usura sabía todos los trucos y vueltas y cuando agarraba algo quedaba bien sujeto.
A la ciudad llegaros tres nuevos clérigos estudiantes, con sus bolsas colgando al cuello. Los
clérigos eran grandes y fuertes, comían con buen apetito sin andarse con bromas, alegres y
con buena voz. En la ciudad, donde habían tomado albergue, eran muy apreciados. Había uno
de gran mérito que frecuentaba mucho la casa de un burgués; lo apreciaban por su cortesía,
no era altanero ni de malos modales y a la dama le agradaba de veras su compañía. Tanto vino
y tanto fue que el burgués decidió que, fuese con hechos o con palabras, le daría una lección si
lograba agarrarlo en lugar seguro. En su casa tenía una sobrina a la que había criado desde
niña. La llamó aparte y le prometió un corpiño si espiaba y le contaba la verdad.
El estudiante tanto suplicó a la burguesa que ésta le concedió su amor. La jovencita anduvo
escuchando sin parar hasta que logro oírlos ponerse de acuerdo. Al burgués vino al instante y
le contó lo que habían convenido. Era lo siguiente: la dama le avisaría cuando su señor se

18
marchase, entonces él vendría a la puerta del huerto que estaba cerrada y que ella le enseñó,
allí estaría ella, cuando fuese noche entrada. El burgués lo oyó y se puso contento, después fue
hacia su mujer. -“Señora, dijo, es necesario que me vaya a mis negocios. Cuidad de la casa
querida amiga como conviene a una mujer honesta. No sé cuándo regresaré.” -“Señor, no
dejaré de hacerlo con mucho gusto”. El burgués avisó a sus carreteros y les dijo que para ir
adelantando camino, pasarían la noche a tres leguas de la ciudad.
La dama, que no sabía el engaño, mandó recado al clérigo. Él, que pensaba sorprenderlos,
mandó a su gente a la posada y se vino a la puerta del huerto porque ya se entreveraba la
noche con el día. La dama, muy a escondidas, vino al encuentro, abrió la puerta y lo acogió en
sus brazos creyendo que era su amigo. Pero está muy equivocada. “¡Bienvenido seáis!”, le
dice. Él se abstiene de hablar en voz alta y le devuelve el saludo con un murmullo. Van
andando por el huerto y él lleva la cabeza gacha. La burguesa se inclina un poco para mirar por
debajo del capuchón y se da cuenta del engaño: ve claramente que es su marido el que trata
de engañarla. Al darse cuenta, decide que será ella la que le engañe. La mujer siempre ha
vencido a Argos1. Por sus tretas se han visto engañados los sabios desde los tiempos de Abel.
“Señor, le dice, mucho me agrada poderos tener conmigo. Os daré de mi propio dinero para
que podáis recuperar vuestras prendas empeñadas, pero debéis celar muy bien este asunto y
ahora vayamos sin más. Os llevaré en secreto a una habitación de arriba de la que tengo la
llave; ahí me esperaréis sin hacer ruido hasta que hayan comido los criados: cuando todos
estén acostados os llevaré tras la cortina de mi cama y nadie se enterará”. – “Señora, bien
habéis hablado”.
¡Ay! ¡Si supiera lo que ella maquina! Una cosa piensa el arriero y otra muy distinta el mulo.
Pronto tendrá mala posada. Cuando la dama lo hubo encerrado en la habitación de la que no
podía salir, volvió a la puerta del huerto, acogió a su amigo que allí estaba y lo abrazó y besó.
Mucho más a gusto está, me parece, el segundo que el primero; porque la dama lo ha dejado
solo hace ya un buen rato, esperando en la habitación de arriba. No tardaron en cruzar el
huerto y llegar al dormitorio en el que estaban las cortinas echadas. La dama conduce a su
amigo, lo lleva al dormitorio y lo acuesta bajo la colcha; éste comienza de inmediato el juego
que amor le ordena ya que se le da un comino de lo demás y no conoce otro que más le
agrade. Se divirtieron largo rato. Cuando se hubieron besado y abrazado, “Amigo, dijo ella,
quedaos aquí un momento y esperadme, porque tengo que ir adentro a dar de comer a los
criados; después cenaremos los dos aquí, a escondidas” – Señora, haré todo lo que queráis”.
Se va tranquilamente a la sala en la que está su gente y la atiende lo mejor que puede.

1
Argos era un personaje mitológico que veía todo con sus cien ojos.

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Cuando estuvo preparada la cena comieron y bebieron a saciedad. Cuando todos hubieron
comido y bebido, antes de que se dispersaran, la dama los llamó y se dirigió a ellos
amablemente. Había dos sobrinos del marido, un mozo que traía el agua y tres criadas;
también estaban allí la sobrina del burgués, dos vagabundos y un mendigo. “Señores, les dijo,
Dios os guarde y ahora escuchadme: habéis visto venir aquí, a esta casa, a un clérigo que no
me deja en paz; me ha solicitado de amores mucho tiempo y treinta veces se lo he prohibido.
Al ver que era inútil, le prometí que haría su voluntad cuando mi marido estuviera ausente.
Hoy se ha ido, Dios lo guíe. Al clérigo que me molesta cada día, he cumplido mi promesa. Hoy
ha llegado a su fin: me espera allá arriba. Os daré un galón del mejor vino que haya en esta
casa si me prometéis que seré vengada. A esa habitación de arriba id a por él y pegadle con
palos, sin piedad; dadle tantos golpes que nunca más vuelva a tener ganas de cortejar a una
mujer honrada”.
Cuando oyen de lo que se trata, todos salen corriendo, ninguno espera.
Uno coge un bastón, otro un palo y el otro una maza grande y sólida. La burguesa les da la
llave. Al que fuese capaz de contar todos los golpes, lo tendría yo por buen cuentista. –“No
dejéis que se escape, sujetadlo arriba”. – “Por Dios, dicen, señor clericastro , vais a recibir una
buena disciplina”. Uno lo echa al suelo y lo agarra por la garganta: le retuerce el capuchón de
tal manera que no puede pronunciar palabra. Y comienzan todos a dar: para dar palos no son
roñosos. Aun pagando mil marcos de oro, no le habrían arreglado mejor la cabeza. Para
hacerlo con más facilidad, se turnaron varias veces sus dos sobrinos, primero por arriba, luego
por abajo. Gritar no le sirve de nada. Lo sacaron afuera, arrastrándolo como un perro muerto y
lo echaron sobre un estercolero. Volvieron a la casa. Tuvieron buen vino en abundancia: los
mejores de la bodega, blancos y de Auverña, como si fuesen reyes. La dama cogió pasteles,
vino, una blanca servilleta de lino y una gran vela de cera; después hizo amable compañía a su
amigo hasta que fue de día. Al despedirse, hizo amor que le diese diez marcos de oro y le rogó
que volviese todas las veces que pudiera.
El que estaba encima del estercolero se levantó como pudo y se fue donde estaba su
equipaje. Cuando la gente lo vio tan apaleado, se desolaron en gran manera y asombrados le
preguntaron cómo estaba. “Malamente estoy, dijo. Llevadme a mi casa y no me preguntéis
nada más”. Lo alzaron y sin más se lo llevaron. Pero lo reconfortaba y le quitaba los tristes
pensamientos el saber a su mujer tan fiel; un comino le importaban todos sus dolores y piensa
que si llega a curarse, siempre la tendrá en gran estima. Volvió a su casa y cuando la dama lo
vio, le preparó un baño con buenas hierbas, por entero lo curó de su desgracia. Le preguntó
cómo le había sucedido. “Señora, tuve que pasar por un gran peligro en el que me rompieron

20
los huesos”. Los de la casa le contaron cómo habían dejado al clericastro y cómo se lo había
entregado la dama.. A fe mía, que se comportó como mujer prudente y sabia.
Nunca en toda su vida dudó de ella ni la censuró y ella tampoco dudo nunca en amar a su
amigo cada día, hasta que él volvió a su tierra.

LÍRICA PROVENZAL.
BERNAT DE VENTADORN (1145-1180)

21
TEATRO RELIGIOSO

DANZA DE LA MUERTE EL CABALLERO:


A mí no me parece ser cosa adecuada
EL OBISPO:
que deje mis armas y vaya a danzar
Mis manos aprieto, de mis ojos lloro
en tal danza negra de llanto poblada
porque soy venido a tanta tristura.
que contra los vivos quisiste ordenar.
Yo era colmado de plata y de oro,
Según estas nuevas, conviene dejar
de nobles palacios y mucha holgura.
las mercedes y tierras que gané del rey:
Ahora la Muerte con su mano dura
pero a la fin, sin duda no sé
me trae en su danza muy temeroso:
cuál es el camino que habré de llevar.
parientes, amigos, poned me consejo,
EL ESCUDERO:
para que pueda salir de tal aprieto.
Dueñas y doncellas, tened de mí duelo,
EL ABAD:
me hacen por fuerza dejar los amores,
Aunque provechoso soya los religiosos,
me echó la Muerte su sutil anzuelo,
de tal danza, amigos, yo no me contento.
Me hacen danzar danza de dolores.
En mi celda había manjares sabrosos,
No traen por cierto adornos ni flores
no necesitaba comer en el convento.
los que en ella danzan, sino gran fealdad.
De andar en la danza tengo gran recelo,
Ay de mí, desgraciado, que en gran vanidad
y si tengo tiempo, protesto y apelo:
anduve en el mundo sirviendo señores.
mas no puede ser, que ya desatino.
LA MUERTE:
LA MUERTE:
Caballero noble, hábil y ligero,
Obispo sagrado, que fuisteis pastor
poned buen semblante en vuestra persona,
de ánimas muchas, por vuestro pecado
no es aquí tiempo de contar dinero,
a juicio iréis ante el Redentor
oíd mi canción, de qué modo entona.
y daréis cuenta de vuestro obispado.
Danzad, abad gordo, con vuestra corona.
Siempre anduvisteis de gentes cargado,
LA MUERTE:
en corte de rey y fuera de iglesia,
Escudero pulido, de amor sirviente,
mas yo llevaré el vuestro pellejo.
dejad los amores de toda persona,
Venid, caballero que estáis armado.
venid a ver mi danza y cómo se adorna,
LA MUERTE:
ya los que danzan acompañaréis.
Don abad bendito, holgazán, vicioso,
Mirad su figura, tal vos tornaréis
que poco te preocupaste de vestir cilicio.
que vuestras amadas no vos querrán ver:
Abrazadme ahora, seréis mi esposo,
tened buen consuelo, que así ha de ser.
pues que deseaste placeres y vicio.
Venid, vos deán ...
Pues yo soy bien presta a vuestro servicio,
tenedme por vuestra, quitad de vos saña,
que mucho me place vuestra compañía.
Y vos, escudero, venid al oficio.

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