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I.I HISTORIA:
La teoría del apego, propuesta originalmente por John Bowlby, indica que el niño tiene
tendencia a buscar proximidad con una persona y sentirse seguro cuando esa persona
está presente. En comparación, Sigmund Freud propuso que el apego era una
consecuencia de la necesidad de satisfacer varios deseos. En la teoría del apego, el
apego se considera un sistema biológico y los niños están naturalmente unidos a sus
padres porque son seres sociables, no simplemente porque necesitan a otras personas
para satisfacer sus deseos. El apego es parte normal del desarrollo del niño.
La psicóloga del desarrollo Mary Ainsworth ideó un procedimiento, llamado La Situación
Extraña (The Strange Situation), para observar relaciones del apego entre la madre y el
niño humanos. Durante 20 minutos, observó interrupciones generadas en el vínculo
madre/niño, y se fijó en que estos afectaban la exploración y el comportamiento del niño
hacia la madre. Este análisis del apego ha sido cuestionado recientemente, ya que
podría no ser una medida válida para los niños que no experimentan angustia ante el
primer encuentro con un extraño. (ej., Clarke-Stewart, Goossens, y Allhusen, 2001).
Según la Attachment Parenting Internacional (API) hay 8 principios que fomentan el
apego saludable (seguro) entre los padres/tutores y el niño. Aunque ninguno de esos
principios derivan directamente de la investigación original del apego, se presentan
como prácticas para “ser padres” que pueden llevar a un “vínculo firme”, a una
“receptividad coherente y sensible” y a una “disponibilidad física y emocional” que para
la investigación son factores clave en un vínculo seguro.
I.II DEFINICION DEL APEGO:
Para poder conocer el significado del término apego, es interesante descubrir, en primer
lugar, su origen etimológico. En este caso, se puede decir que es una palabra que deriva
del latín y que es fruto de la suma de dos partes diferenciadas:
El apego es el vínculo emocional que desarrolla el niño con sus padres (o cuidadores)
y que le proporciona la seguridad emocional indispensable para un buen desarrollo de
la personalidad. La tesis fundamental de la Teoría del Apego es que el estado de
seguridad, ansiedad o temor de un niño es determinado en gran medida por la
accesibilidad y capacidad de respuesta de su principal figura de afecto (persona con
que se establece el vínculo).
El trabajo de Bowlby estuvo influenciado por Konrad Lorenz (1903-1989) quien en sus
estudios con gansos y patos en los años 50, reveló que las aves podían desarrollar un
fuerte vínculo con la madre (teoría instintiva) sin que el alimento estuviera por medio.
Pero fue Harry Harlow (1905-1981) con sus experimentos con monos (del cual nos habló
recientemente Lola), y su descubrimiento de la necesidad universal de contacto quien
le encaminó de manera decisiva en la construcción de la Teoría del Apego.
El bebé –según está teoría- nace con un repertorio de conductas las cuales tienen como
finalidad producir respuestas en los padres: la succión, las sonrisas reflejas, el
balbuceo, la necesidad de ser acunado y el llanto, no son más que estrategias por
decirlo de alguna manera del bebé para vincularse con sus papás. Con este repertorio
los bebés buscan mantener la proximidad con la figura de apego, resistirse a la
separación, protestar si se lleva a cabo (ansiedad de separación), y utilizar la figura de
apego como base de seguridad desde la que explora el mundo.
Más tarde Mary Ainsworth (1913-1999) en su trabajo con niños en Uganda, encontró
una información muy valiosa para el estudio de las diferencias en la calidad de la
interacción madre-hijo y su influencia sobre la formación del apego. Ainsworth encontró
tres patrones principales de apego: niños de apego seguro que lloraban poco y se
mostraban contentos cuando exploraban en presencia de la madre; niños de apego
inseguro, que lloraban frecuentemente, incluso cuando estaban en brazos de sus
madres; y niños que parecían no mostrar apego ni conductas diferenciales hacia sus
madres. Estos comportamientos dependían de la sensibilidad de la madre a las
peticiones del niño.
La teoría del apego tiene una relevancia universal, la importancia del contacto continuo
con el bebé, sus cuidados y la sensibilidad a sus demandas están presentes en todos
los modelos de crianzas según el medio cultural.
“Un niño que sabe que su figura de apego es accesible y sensible a sus demandas les
da un fuerte y penetrante sentimiento de seguridad, y la alimenta a valorar y continuar
la relación” (John Bowlby).
Los niños con estilos de apego seguro, son capaces de usar a sus cuidadores como
una base de seguridad cuando están angustiados. Ellos tienen cuidadores que son
sensibles a sus necesidades, por eso, tienen confianza que sus figuras de apego
estarán disponibles, que responderán y les ayudarán en la adversidad. En el dominio
interpersonal, las personas con apego seguro tienden a ser más cálidas, estables y
con relaciones íntimas satisfactorias, y en el dominio intrapersonal, tienden a ser
más positivas, integradas y con perspectivas coherentes de sí mismo.
Los niños con estilos de apego evasivo, exhiben un aparente desinterés y
desapego a la presencia de sus cuidadores durante períodos de angustia. Estos
niños tienen poca confianza en que serán ayudados, poseen inseguridad hacia los
demás, miedo a la intimidad y prefieren mantenerse distanciados de los otros.
Los niños con estilos de apego ansioso-ambivalente, responden a la separación
con angustia intensa y mezclan comportamientos de apego con expresiones de
protesta, enojo y resistencia. Debido a la inconsistencia en las habilidades
emocionales de sus cuidadores, estos niños no tienen expectativas de confianza
respecto al acceso y respuesta de sus cuidadores.
I.V. BASES NEUROBIOLOGICAS DEL APEGO
El concepto de apego hunde sus raíces conceptuales en el imprinting; el proceso por el
cual las crías de determinadas especies fijan la imagen de determinada figura adulta
(generalmente su madre, pero no necesariamente) y la toman como objeto referencial
al que siguen a todas partes. Este proceso se da en las especies precociales,
especialmente aves. En estas especies las crías nacen con sus sistemas perceptivos y
motores prontos y, por lo tanto, pueden moverse y seguir a su objeto maternal
rápidamente. De hecho se las llama también “nidífugas” porque a las pocas horas de
nacer salen del nido para seguir a su figura de referencia.
Por el contrario, el ser humano, al igual que el perro o el conejo, se encuentra entre las
especies altriciales. Las crías de estas especies nacen con los mecanismos perceptivos
escasamente desarrollados y con poca movilidad. Para adquirir las características del
adulto deben pasar por un largo proceso de aprendizaje. Dentro de las especies
altriciales, el período de crecimiento del ser humano es especialmente lento y requiere
un largo aprendizaje. Para que el mismo sea posible es necesario que se desarrolle el
proceso de apego, es decir, un tipo determinado de relación maternal que permita que
el hijo sobreviva biológica y psicológicamente.
a) El apego como sistema de Cuidado
Según Paanksepp (1998), el comportamiento maternal tiene un fuerte componente
biológico, especialmente el que ocurre inmediatamente antes y después del parto. Si
bien las interacciones socio-emocionales y cognitivas específicamente humanas
aportan a configurar el comportamiento maternal, sin la alteración de determinados
componentes neuroquímicos, hormonales y de neurotransmisión, dichas experiencias
carecerían de la intensidad emocional que las caracteriza. Esta situación tendría su
lógica desde el punto de vista evolutivo ya que las conductas maternales de sostén,
vitales para la supervivencia, no quedarían libradas al aprendizaje individual sino que
se transmitirían a nivel de la especie por medio de mecanismos biológicos hereditarios.
Los estudios pioneros de Spitz (Spitz, 1945) habían demostrado en los años 40 que el
contacto y cuidado humano era tan necesario para sobrevivir para los bebes como el
alimento o el abrigo. Por otra parte, Harlow con sus experimentos con primates (monos
macacos) demostró que los bebés prefieren un muñeco que simula su madre cuando
está forrado con materiales cálidos (lana, tela, guata) que cuando solamente es una
estructura de alambre. Aún cuando esta preferencia les implique la pérdida de alimento.
Además, cuando estaban en presencia de la madre “cálida” desarrollaban un
comportamiento motor de exploración mucho más intenso (Harlow, 1958).
El desarrollo de esta línea de investigación ha llevado a la búsqueda de los sistemas
que conforman el apego, estudiando los cambios psicobiológicos que componen la
escala dimensional que va desde la atracción y el encuentro hasta la soledad y el
aislamiento. Estos estudios parten de la base de que se trata de un sistema
neurobiológico único que propicia por un lado el acercamiento y el apego y por otro
activa respuestas desagradables que tienden a inhibir la separación. O funcionan como
señales para que el individuo busque a su figura de apego, o para que la misma se dirija
hacia él. Los input activadores del sistema provendrían de distintos sistemas
sensoriales, predominando en el sistema de acercamiento los somatosensoriales,
olfatorios y auditivos y en el sistema de separación los visuales, vestibulares
(posición/equilibrio) y los sensores hipotalámicos de hambre y temperatura. El sistema
de apego habría evolucionado filogenéticamente de procesos más arcaicos como la
fijación al lugar de nacimiento de los reptiles, el mecanismo del dolor y la
termorregulación (Panksepp, 1998).
Para este autor, las sustancias que controlan estos mecanismos son algunos
neuropéptidos como la oxcitocina y la prolactina así como también los opiodes
endógenos tales como las endorfinas. Se ha demostrado, principalmente en la
investigación animal, que tanto los opioides cerebrales como los circuitos sobre los que
actúa la oxitocina son activados por actividades sociales tales como el juego, el
acicalamiento de las crías y la actividad sexual. Por otra parte, su administración en el
sistema nervioso central actúa disminuyendo las respuestas negativas de aislamiento.
De esta forma, se postula que los cambios en la acción de estos neuropéptidos sobre el
cerebro pueden estar relacionados con el sentimiento de base segura del niño así como
con el comportamiento maternal en adultos.
La oxcitocina es una hormona liberada en el sistema nervioso central por la
neurohipófisis. Ha sido tradicionalmente estudiada en relación a su papel promotor de
las contracciones del útero en el parto y con el amamantamiento. Desde esta nueva
perspectiva se la ha estudiado también por su papel iniciador de comportamientos
maternales de cuidado (su mantenimiento en el tiempo obedecería a otros factores) en
numerosas especies. Esta función de la oxcitocina ha sido evaluada recientemente en
parejas humanas. En un estudio longitudinal de seis meses de seguimiento con 160
madres y padres que vivían con sus bebés recién nacidos, Gordon, Zagoory, Leckman
& Feldman (Gordon, Zagoory-Sharon, Leckman, & Feldman, 2010) mostraron que los
niveles de oxcitocina aumentaron durante el período. Además, filmaron y caracterizaron
las conductas de cuidado de los progenitores encontrando una correlación entre el
aumento de oxcitocina y los comportamientos de contacto, vocalizaciones afectuosas,
estimulación táctil y presentación de objetos.
Con la prolactina sucede algo similar. Por otro lado, los opioides internos son
neuropéptidos cuya función originaria es calmar el dolor pero cuya presencia también
provoca sensaciones placenteras. Los opioides exógenos al organismo, como la
heroína, simulan la farmacodinamia de estas sustancias. De hecho, Panksepp (1998)
compara el funcionamiento químico del vínculo social con la adicción a las drogas. En
ambos casos se produce un comportamiento que produce placer. Y en ambos casos
hay síntomas que tienen que ver con la privación de ese comportamiento, en un caso
por la separación de la figura de apego y en otro por la abstinencia en el consumo. Por
supuesto, uno de los comportamientos es un proceso natural y humanizador y el otro es
una adicción incapacitante a un fármaco. Esta función de los opiodes endógenos ha
sido corroborada en monos (Rhesus), los cuales aumentaban el nivel de su interacción
social (aseo por pares) cuando recibían un bloqueador de los mismos (naltrexona)
(Graves, Wallen, & Maestripieri, 2002). Por otra parte, se puede observar que el
desbalance de estos sistemas químicos genera consecuencias psicopatológicas graves.
Por ejemplo, la depresión post-parto y la psicosis puerperal han sido relacionadas con
altos niveles de β- casomorfina, un opioide derivado de la leche (Nyberg, Linstrom y
Terenius, 1988) que funcionaría como bloqueador de la producción de opioides
endógenos.
Los circuitos neurales que funcionan en base a estas sustancias estarían integrados por
estructuras que Paanksepp (1998) denomina Sistema de Cuidado. Entre otras se puede
citar como integrantes del mismo a la corteza cingulada, el área septal, los núcleos
basales de la estría terminal, la amígdala y algunas áreas del hipotálamo. Por otra parte,
existiría un sistema con particularidades neuroquímicas propias destinado a mediar las
respuestas de separación. La respuesta de este tipo que más ha sido estudiada en
diversas especies son las vocalizaciones que realiza la cría cuando es separada de su
madre, o el llanto en el ser humano. Pero también hay otras como la pérdida de apetito,
de sueño, la irritabilidad o la depresión. Este sistema se denomina de Pánico y su
principal neuromodulador sería el glutamato. Más allá de que otros neuromoduladores
como la noradrenalina, la serotonina y el factor de liberación de la corticotropina (CRF)
también regulan el nivel de las vocalizaciones originadas por la separación cuando
aumenta su nivel en el sistema nervioso central ( Panksepp, 2006;Young, Liu, & Wang,
2008).
Estos mismos neuropéptidos estarían influyendo en los circuitos que median el
comportamiento sexual y el reconocimiento social. De manera que existiría un
componente común tanto en el amor maternal, como en el sexual y en el
comportamiento social en general. Se ha demostrado que ratones que habían sido
genéticamente impedidos de producir oxcitocina (knock out) en los bulbos olfatorios, la
amígdala y el septum fallaban al reconocer pares familiares y no-familiares. Por otro
lado, cuando se les administraba oxcitocina previo al primer encuentro mejoraban
significativamente en esta tarea, mostrando una activación importante en la amígdala
media (Ferguson, Aldag, Insel, & Young, 2001; Ferguson, Young, & Insel, 2002). Por
otra parte, Zak, Kurzban y Matzner (Zak, Kurzban, & Matzner, 2005) demostraron en
humanos que el nivel de oxcitocina aumenta cuando una persona cree que otra confía
en ella.
b) El apego como sistema de regulación
Para Hofer y Sullivan (2001), las respuestas de separación no son únicamente la
contracara del funcionamiento psicobiológico en las situaciones de apego. De hecho no
forman tampoco una unidad sino que cada una de ellas tendría un funcionamiento
autónomo. La madre ajustaría el funcionamiento de cada uno de estos aspectos a través
de “reguladores ocultos” (hidden regulators). Son denominados de esa manera porque
no son identificados como tales a través de la simple observación. Por ejemplo, en ratas
se ha estudiado cómo la suspensión experimental del aseo cotidiano de las madres a
sus crías disminuye rápida y considerablemente el nivel de hormona del crecimiento de
las mismas. Sucede que cuando la madre rata lame a su cría además de higienizarla e
inmunizarla, está modulando la sensibilidad de determinados receptores a la serotonina,
cuyo funcionamiento a su vez, regula la liberación de la hormona del crecimiento por la
hipófisis. Otra de estas funciones sería la regulación de la presión sanguínea de la cría
a través del amamantamiento (Shair, Brake, Hofer, & Myers, 1986).
Al parecer, numerosos procesos biológicos del bebé estarían regulados a través de
“reguladores ocultos” que la madre ajustaría a través de la relación de apego (ver
ejemplos en Tabla). Muchos podrían aplicarse en humanos. Además, estudiar el
comportamiento de apego en base a sus aportes a la regulación fisiológica puede
contribuir a explicar la situación paradójica que se da frente a una conducta
maternal/paternal abusiva. Bolwby (Bolwby, 1969) sostuvo que frente a una conducta
abusiva de la figura de cuidado, inicialmente las conductas de apego se incrementan
para luego establecerse en un patrón de alejamiento (que puede derivar en distintos
estilos de apego). La hipótesis de la función reguladora del apego puede explicar esta
respuesta, no solo en función de la ruptura de un vínculo emocional global sino de la
desestabilización de aspectos concretos del organismo por la pérdida masiva de
reguladores (Hofer, 2006).
Siguiendo esta línea, Moriceau y Sullivan (Moriceau & Sullivan, 2005) desarrollaron un
modelo experimental del apego en ratas. Este modelo se basa explícitamente en dos
premisas sobre el apego de Bolwby. La primera, es el desarrollo rápido de la conducta
de apego hacia el cuidador y la segunda es la resistencia a extinguir estas conductas
aún cuando exista un tratamiento abusivo por parte del mismo. Para eso estudiaron la
potenciación del condicionamiento del olor materno por parte de la cría y la resistencia
a asociar este olor con un suceso aversivo.
Al hacerlo señalan que existe una serie de condiciones anatómicas y funcionales en el
sistema nervioso central que sostienen estos procesos y que cambian a partir del
décimo día de vida. Esto permite que se produzcan significativos procesos de
condicionamiento aún cuando las estructuras protagonistas del aprendizaje en adultos
aún no estén totalmente desarrolladas (amígdala, hipocampo y corteza frontal).
De manera que este aprendizaje inicial se realizaría a partir de estructuras
específicamente orientadas al mismo. En concreto, sería posible porque este
aprendizaje produciría una activación del bulbo olfatorio y su consiguiente modificación
estructural. Esto sería posible por el desarrollo postnatal de las proyecciones
noradrenérgicas provenientes del locus coeruleus (McLean & Shipley, 1991). Por otra
parte, el déficit en el condicionamiento aversivo del olor materno puede relacionarse con
la inmadurez de la amígdala así como del limitado funcionamiento del eje hipotálamo-
hipófiso-adrenal (Moriceau, Raineki, J. D. Holman, J. G. Holman, & Sullivan, 2009;
Moriceau, Shionoya, Jakubs, & Sullivan, 2009). Los autores del modelo sostienen que
existe una adecuación del desarrollo del sistema nervioso para adaptarse a los distintos
ambientes en los que se encuentra la cría. En un comienzo cuando se encuentra en el
nido y no tiene capacidad de movimiento autónomo su supervivencia depende de la
proximidad con la madre y esta no puede disolverse aunque la misma desarrolle
conductas agresivas (situaciones como mordidas o que la madre camine encima de las
crías son frecuentes en el nido).
c) Apego y regulación epigenética
Estas afirmaciones adquieren una significación mayor a la luz de los estudios del
impacto de las conductas de apego en la regulación de la expresión genética
(Champagne et al., 2008; Liu et al., 1997). Esta línea de investigación ha demostrado
como el comportamiento maternal de cuidado en ratas modifica la expresión de los
genes encargados de expresar los receptores glucocorticoides en el hipocampo. La
mayor o menor disponibilidad de estos receptores en esta zona y otras corticolímbicas
condiciona el funcionamiento del eje Hipotálamo-HipófisoAdrenal (HHA). Este sistema
es clave en la activación de las respuestas comportamentales, emocionales,
autonómicas y endócrinas a los estresores ambientales (Bale et al., 2002; Bale & Vale,
2004). Frente a un estímulo amenazador o estresor el hipocampo actúa sobre el
hipotálamo generando la descarga del factor de liberación de la corticotropina (CRF)
sobre la hipófisis anterior, que a su vez, sintetiza y libera adrenocorticotropina (ACTH)
sobre la corteza suprarrenal. Esta libera distintos glucocorticoides, como el cortisol, que
cumple una importante función en el mantenimiento de la respuesta al estrés, por
ejemplo, favoreciendo el incremento del nivel de azúcar en la sangre y la metabolización
de grasas, proteínas e hidratos de carbono. El nivel de glucocorticoides en sangre es
captado por receptores en el cerebro, fundamentalmente en el hipocampo y otras zonas
del prosencéfalo. Cuando el nivel de los mismos llega a determinado umbral, el
hipocampo inhibe la liberación de CRF, por lo cual a través de un mecanismo de
retroalimentación negativa disminuye la respuesta al estrés (Weaver, Meaney, & Szyf,
2006). De manera que si existe mayor cantidad de receptores en el hipocampo, la
retroalimentación negativa se verá incrementada.
La interacción madre-cría a través del lamido tiene un efecto regulatorio en la expresión
genética de estos receptores. Sorprendentemente, cuanto más frecuente sea la
conducta maternal de lamido en la primera semana de vida de la cría mayor será la
expresión genética de estos receptores y, por lo tanto, menor la respuesta frente a
eventos estresantes. Esta regulación es epigenética, es decir, se da a través de
modificaciones funcionales del genoma que no involucran cambios en la secuencia de
nucleótidos (Zhang & Meaney, 2010). De acuerdo a los estudios de Meaney y su grupo,
la transcripción del gen que regula la expresión de los receptores glucocorticoides del
hipocampo es alterada por el nivel de serotonina (5-HT).El mismo desencadena la
activación de varias proteínas y factores transcripcionales potenciando la acción del
promotor en la expresión de dicho gen. Un aumento en los niveles de 5-HT en crías de
ratas, producto de un lamido más frecuente en la primera semana de vida, regula en
más la expresión genética de los receptores de glucocorticoides.
McGowan et al (Mcgowan et al., 2009), aplicaron esta hipótesis al estudio de seres
humanos. Examinaron postmortem neuronas del hipocampo de víctimas de suicidio con
historia de maltrato infantil, sin historia de maltrato y controles. Encontraron diferencias
significativas entre los suicidas con historia de maltrato y el resto. Estos tenían menos
niveles de ARN mensajero de los receptores glucocorticoides, así como una metilación
(silenciamiento) mayor del promotor de la expresión de los mismos (NR3C1). Estos
hallazgos relacionan una historia de maltrato en la infancia con una regulación
epigenética de los receptores glucocorticoides que promueve una mayor y más
sostenida respuesta de estrés ante eventos amenazantes.
Este tipo de investigaciones abre un campo nuevo para el estudio de la interacción entre
procesos psicológicos y neurobiología. Ya no se trata solamente de conocer las
modificaciones que determinadas influencias ambientales tienen en los circuitos
neurales y hormonales, sino que se puede avanzar al estudio de la plasticidad del
genoma en si mismo, a través de la regulación epigenética (McGowan et al., 2011). Así
como los estudios sobre la base molecular de la memoria (Milner, Squire, & Eric R
Kandel, 1998) están permitiendo conocer la función de los cambios en la regulación de
la expresión genética en el aprendizaje, los hallazgos sobre la regulación epigenética a
través de los comportamientos de apego pueden abrir la puerta para comenzar a
entender la interacción entre desarrollo, genética y psicopatología (Kendler &
Greenspan, 2006). Por ejemplo, actualmente se sabe que los efectos del cuidado
maternal en ratas también afectan la expresión del gen GAD1, muy importante en la
producción del neurotransmisor GABA y cuyas alteraciones en determinados circuitos
neuronales están asociados a la esquizofrenia (Nakazawa et al., 2011).
2. EVOLUCION DEL APEGO
Bowlby, psicologo británico desarrolló toda la teoría del apego. Este hombre
experimentó una pérdida traumática en su infancia. Este fue criado por su niñera y
cuando esta se fue quedó muy afectado, por lo que de adulto decidió enfocar sus
estudios hacia la formación del vinculo de apego y como nos afecta en la vida adulta
(especialmente adultos que han sufrido la pérdida de sus figuras de apego).
Bowlby decía que existen periodos sensibles preprogramados en los que las personas
tendemos a vincularnos con los adultos, pero esto no significa que si dejamos pasar
estos periodos no podamos vincularnos con ningún adulto.
Este autor estudió como evoluciona la formación del vinculo y sus resultados:
-Fase de preapego va del nacimiento a los 3 meses, los bebés muestran atracción por
los estímulos sociales (la voz de un adulto puede calmar el llanto). En esta fase se
producen las primeras experiencias de sincronía con la madre, pero en este momento
aún no puede hablarse de apego ya que aún no reconocen a las figuras familiares (a
ver, salvo a la madre que le da pecho por que le huele y le cuida de forma habitual).
-Fase de formación del apego (de 3 a 7 meses) momento en el que el desarrollo de sus
capacidades perceptivas le permite reconocer a la figura de apego, de momento no
rechaza a extraños. El bebé manifiesta conducta diferenciadas según la persona con la
que esté. Por ejemplo, sonríen más con la madre , llora cuando sale de su campo visual
y cesa su llanto cuando esta lo coge en brazos. En esta etapa el bebé pasa más tiempo
despierto así que la sincronía va perfeccionándose al pasar más tiempo uno con otro.
A pesar de este comportamiento diferencial no podemos considerar que el vínculo de
apego se haya establecido por que el bebé no siente angustia por la separación (cuando
no está su figura de apego).
Con la Conciliación familiar que tenemos en este nuestro país, la mayoría
de madres que (aún) trabajan tienen que verse obligadas a dejar a sus bebés en la
escuela infantil (salvo si tienen otros medios o personas con quien dejarlos), y siempre
se van con el corazón partido no solo por que dejan a su hijo sino por que estos no
suelen hacer grandes dramas (no así un año después, que ya patalean) y de forma
general pasan bien la jornada escolar.
2. Miedo a los extraños: No es algo que en general manifiesten todos los niños, tampoco
se da en todas la culturas. Consiste en la manifestación de miedo cuando se encuentran
ante personas que no le son familiares.
-Fase de los apegos múltiples (de 12 a 18 meses), aquí los bebés ya poseen un
esquema mental claro sobre su figura de apego. Una vez el vínculo queda formado
aparecen algunos comportamientos nuevos en función de las necesidades del bebé:
1. Deseo de participar en la intimidad de los padres: El niño comprende que la relación
que mantienen sus padres es distinta a la que estos mantienen con él, por lo que siente
interés por participar en ella.
2. Rivalidad y apego hacia hermanos: Conductas ambivalentes hacia los hermanos que
dependerá de como los padres enfoquen la situación. La relación con los hermanos
también se generan vínculos de apego.
3. Reacciones ante las separaciones: Los niños aceptan mejor las separaciones breves
que prolongadas y ante alguna situación amenazante pueden responder con una
conducta de una etapa anterior (por ejemplo perder el control de esfínteres). Durante
esta etapa pase por distintas fases como:
·Fase de protesta: Reclama a su figura de apego y se niega a ser cuidado por otros.
·Fase de ambivalencia: Muestran cierto interés por las personas que les proporcionan
cuidados.
·Fase de adaptación: Desapego en el que parece resignarse y aceptación de las nuevas
personas. Comienza un nuevo proceso de vinculación.
El recién nacido o lactante menor con disfunción en apego, también está muy tenso.
Comprende a su manera, que algo no funciona bien, que no es entendido en sus
demandas y que es, de cierto modo, agredido con la alimentación y demás
procedimientos. Altera su ritmo de sueño y alimentación, padece de aerofagia y cólicos
consecuentes, y desarrolla conductas reactivas a dicha agresión, con rechazo al exceso
de alimentación y llantos excesivos e incontrolables.
Ello, confunde más a su madre y se crea un círculo vicioso en el cual cada uno agrede
y enferma al otro. Una detección precoz de esta disfunción en el apego por un
profesional de la salud con experiencia, puede revertir el problema y reencauzar el
apego hacia una evolución normal.
A veces sólo basta con explicar a los padres la naturaleza del problema y convencer a
la madre de su real competencia en la crianza de su hijo para que el problema se
solucione, y verificar en controles posteriores los resultados de la intervención. Otras
veces, el problema es más complejo y requiere del apoyo del psiquiatra y/o psicóloga.
Aunque el desarrollo de un apego básico en el primer año de vida se efectúa de forma parecida
en la mayoría de culturas, los detalles varían según la personalidad de los padres, los métodos
de crianza y la contribución del niño.
a) Exclusividad:
Los lactantes que tienen relación exclusiva con un cuidador tienden a manifestar de manera
más temprana e intensa una ansiedad ante extraños y ante la separación.
b) Sensibilidad:
Durante esta segunda etapa los bebés van consolidando los vínculos afectivos con la madre,
padre o cuidador y dirigen hacia ellos sus respuestas sociales. Aunque todavía aceptan
extraños, les otorgan menor atención. A lo largo de este período el bebé y su cuidador
desarrollan pautas de interacción que les permiten comunicarse y establecer una relación
especial entre ellos.
El Apego se hace más evidente siendo muy fuerte alrededor de los 2 años. Ahora las conductas
de apego van a configurarse alrededor del desarrollo evolutivo en 2 áreas concretas: la
emocional y la del desarrollo físico. Con el mayor nivel de capacidades cognitivas asumidas en
esta etapa, los bebés empiezan a distinguir lo extraño de lo habitual y ahora suelen reaccionar
negativamente ante situaciones o personas desconocidas.
Apartarse de la figura de apego supone producir protestas por
la separación que implican llantos y la búsqueda de la madre.
Por su parte el desarrollo físico (el niño empieza primero a
gatear para luego pasar a la posición erguida y a dar sus
primeros pasos), supone adquirir un control respecto al lugar
donde se encuentra. Ahora, si desea no separarse de su
madre, podrá dirigirse hacia ella en lugar de reclamar su
presencia mediante el llanto. El niño gana independencia
gracias a sus nuevas capacidades de locomoción, verbales e
intelectuales. Este proceso es siempre conflictivo porque
exige readaptaciones continuas con ganancias y pérdidas de
ciertos privilegios. Por ello suele ir acompañado de deseos ambivalentes de avanzar y
retroceder.
3. EL APEGO EN LA ADOLESCENCIA
Apego en la adolescencia La adolescencia es una etapa de transición de la niñez a la edad
adulta, lo cual conlleva una serie de cambios físicos y psicológicos. Uno de estos cambios es
el pasar de ser un niño necesitado de relaciones de apego para su supervivencia a un adulto
que elige los vínculos afectivos de su vida (Horno, 2014). En consecuencia, las relaciones de
amistad toman más importancia y estabilidad, llegando a ser el grupo de iguales la principal
figura de apego en esta etapa (Sánchez-Queija & Oliva, 2003). Ya Bowlby y Ainsworth
señalaron que los niños que establecieron un apego seguro con sus padres, serán más capaces
de establecer relaciones de intimidad y afecto con los iguales en las etapas posteriores del
desarrollo y conseguir una personalidad más “sana” (Bowlby, 1993; Brando, Valera & Zarate,
2008).
Se manifiesta un deseo de vivir con autonomía la relación de los iguales. Los adolescentes
muestran no necesitar de los padres e incluso desean que se alejen. Pueden confiar
incondicionalmente en los padres y reconocer que su pérdida les sería difícil de superar, pero
a la vez se distan de ellos cada vez más tiempo y en más cosas. En cambio, cuando están
enfermos o en momentos de aflicción, vuelven a necesitar a las figuras de apego como cuando
eran niños. La relación con los padres puede ser en algunos momentos de armonía con
comunicación fluida y en otros momentos de conflicto en que se repliegan y rechazan
totalmente la comunicación con ellos. Por otro lado pueden aparecer sentimientos
contradictorios hacia los padres: aceptación y rechazo, orgullo y vergüenza, amor y odio,
simpatía y antipatía.
3.1 Desarrollo del apego: de los padres a los pares
Bowlby (1993) señala que en esta etapa el vínculo de apego del adolescente con sus padres
empieza a debilitarse, produciéndose crisis frente a las que hasta ahora habían sido las
principales figuras de apego. Esta crisis se debe principalmente a dos factores: la aparición del
pensamiento formal y la búsqueda de autonomía (Montañéz, Bartolomé & Parra, 2008). Estos
elementos conllevan un reajuste en las relaciones parento-filiales y un aumento de la
importancia de las relaciones con los iguales (Oliva, 2011) por lo que el modelo interno de
apego toma en la adolescencia gran relevancia.
3.2 Pensamiento formal
En este período, entre los 15 y los 20 años, comienza el desarrollo del pensamiento formal y el
razonamiento abstracto. Esto permite al adolescente comprender que existen distintas formas
de realidad, generar y deducir hipótesis y representar los objetos de forma proposicional,
provocando que el adolescente pueda pensar en otras experiencias además de la que vive con
sus padres, lo que conduce a una visión más general y realista de las figuras de apego (Allen
& Land, 1999) y a una capacidad para pensar en figuras de apego alternativas o desidealizar a
las suyas (Oliva, 2011).
Se desarrolla una “actitud crítica y más realista hacia sus padres: los padres podrían ser de otra
forma o existen otras posibles relaciones con ellos” (Montañéz et al., 2008, p.392),
precisamente por este nuevo tipo de pensamiento (“mis padres podrían ser de otra manera”),
los modelos internos de apego evolucionan y se desarrollan en esta etapa propiciando un
pensamiento más flexible (Lafuente, 2010). Utilizando un ejemplo de Allen y Land (1999):
Un niño puede representar diversas experiencias de apego sin considerar que están
relacionadas con otras, sosteniendo puntos de vista tales como “mi madre siempre me ayuda
a sentirme mejor” y “mi padre me ignora cuando estoy enfadado”. El adolescente, por el
contrario, puede considerar proposiciones más integradas como “puedo obtener ayuda cuando
la necesite de algunas personas, pero no de todo el mundo, por lo que he de ser cuidadoso en
decidir a qué personas acercarme”. (p.323)
Este pensamiento también provoca una capacidad de pensar sobre nosotros mismos como
personas distintas al resto, aumentado la diferenciación con los cuidadores (Allen & Land, 1999)
y consiguiendo una toma de perspectiva, lo que permite al adolescente a ponerse en el lugar
de otras personas y analizar objetivamente sus relaciones (DuboisComtois, Cyr, Pascuzzo,
Lessard & Poulin, 2013; Fuentes & Melero, 1993).
3.3 Búsqueda de autonomía
Esta es una de las principales tareas de esta etapa: alcanzar un equilibrio entre el apoyo
parental y la exploración de nuevos entornos externos a la familia, lo que podría considerarse
como “la continuación, en un nuevo escenario, de la puga entre los sistemas de apego y
exploración” (Delgado, 2011, p.57). Al igual que en la infancia el niño necesita de la figura de
apego para explorar el entorno, en esa etapa, el adolescente busca la autonomía para
conseguir una independencia y explorar también el entorno, pero esta vez, un entorno lleno de
nuevas relaciones y experiencias (Allen, 1999).
Concordando con los datos de la Situación del Extraño en la infancia, en la adolescencia se ha
encontrado que las familias que mantienen modelos de apego seguro aceptan y promueven la
autonomía del adolescente, mientras que las familias con modelos de apego inseguros debilitan
ésta puesto que la ven como una amenaza, incitando una lucha del adolescente por la
autonomía más negativa y que provoca más discusiones en la familia (Gitter, 1999; Oliva,
2011). Esta dificultad en conseguir la autonomía conlleva un rechazo a los padres o, en la
situación contraria, una excesiva dependencia de ellos (Allen & Land, 1999).
Esta búsqueda de autonomía promueve un distanciamiento de los padres, más dificultad en la
comunicación y menos expresiones de afecto por parte de los adolescentes; sin embargo,
también provoca una mayor vinculación con los iguales, los cuales van a cumplir ahora
funciones que antes cumplía la figura de apego (Allen, 1999; Oliva, 2011):
En un estudio realizado por Zeifman y Hazan (2008) sobre niños y adolescentes, se observó
que de los cuatro componentes del apego (búsqueda de proximidad, apoyo emocional,
ansiedad ante la separación y base segura), durante la adolescencia los iguales iban
asumiendo un papel fundamental en los dos primeros, mientras que padres y madres
continuaban aun siendo figuras importantes en los dos restantes. (Oliva, 2011, p.58)
El conseguir una autonomía va a permitir al adolescente establecer relaciones románticas y de
amistad duraderas (Allen & Land, 1999).
Estos dos factores otorgan al adolescente la capacidad para ver a sus progenitores desde una
situación más realista y también, trabajar de forma meta-cognitiva con sus representaciones
mentales del apego (Lafuente, 2010). Al final de esta etapa, el adolescente, ya adulto, definirá
su identidad, dando una coherencia a su propia vida y con una propósito para ella (Horno,
2014), conseguirá una autonomía de los padres e irá desplazando su base segura hacia su
iguales y hacia sus futuras parejas.
3.4 Efectos del apego seguro en la adolescencia
El desarrollo de un modelo interno seguro en la adolescencia provocará que este consiga una
autonomía cognitiva y emocional pero manteniendo a los padres como su base segura
(González, Ysern, Martorell, Mateu & Barreto, 2001). Esto facilitará la relación con la familia,
con los iguales y la exploración del entorno. Al igual que en la situación extraña, los
adolescentes serán más capaces de explorar el entorno si saben que sus padres actuarán
como base segura en situaciones difíciles (Oliva, 2011).
Además, el desarrollo de un apego seguro con los padres va a ejercer una influencia positiva
en la formación de las futuras relaciones; por el contrario, un apego inseguro aumenta la
vulnerabilidad para el desarrollo de psicopatologías (Bowlby, 1993) y dificulta la relación con
los padres (Cantón & Cortés, 2000).
Como indican Miller y Zimmerman (citados en Gomez-Zapiain, 2005), existe una relación entre
el apego seguro y un bienestar psicológico general, tener relaciones de calidad, la adaptación
y la estabilidad en la adolescencia. Estas investigaciones también apoyan que una organización
insegura del apego se relaciona con consecuencias adversas como depresión, ansiedad, baja
autoestima, consumo de drogas, además de una mayor vulnerabilidad al estrés y mayor
expresión de emociones negativas.
4. EL APEGO ADULTO: ESTILOS DE APEGO
En los primeros estudios sobre el apego, Bowlby (1979) afirmó que el apego “es propio de los
seres humanos desde la cuna hasta la sepultura”, afirmando que el sistema de apego es un
sistema de apego innato y vital para la supervivencia que perdura a lo largo del desarrollo.
Haciendo una traslación de los estilos de apego de los niños a los adultos, Hazan y Shaver
(1987), proponen tres tipos básicos de apego adulto: seguro, ansiosoambivalente y evitativo.
En el ámbito de la investigación, ellos proponen tres ítems que definen cada estilo (Gómez,
2009):
-Seguro: me es relativamente fácil estar unido íntimamente a algunas personas; me encuentro
bien dependiendo de ellas y haciendo que ellas dependan de mi; no suelo estar preocupado
por el miedo a que los demás me abandonen; ni preocupado porque alguien esté demasiado
unido a mí.
-Ansioso-ambivalente: encuentro que los otros son reacios a unirse a mí tanto como yo
quisiera; frecuentemente estoy preocupado porque temo que mi pareja no me ame realmente
o no desee estar conmigo; deseo unirme completamente a otra persona y este deseo parece
ahuyentar a la gente lejos de mí.
-Evitativo: estoy incómodo en las relaciones íntimas con los demás; encuentro que es difícil
permitirme a mí mismo depender emocionalmente de ellos; estoy nervioso cuando alguien trata
de intimar demasiado conmigo; con frecuencia mis parejas desean que yo intime más con ellos
de lo que me resulta cómodo a mí.
Bartholomew (1991, 1997) plantea una interesante versión actualizada de los estilos de apego
en adultos en cuatro categorías. Su planteamiento es el siguiente: Si el modelo interno,
siguiendo a Bowlby, está compuesto por dos variables, el modelo de sí mismo y el modelo de
los demás, y si éstas se relacionan entre sí de modo ortogonal, de esta relación resultan cuatro
categorías y no tres. Tal y como ya hemos indicado, el modelo interno se conforma por la
integración del modelo de sí mismo en términos de autoestima y del modelo de los demás en
términos de confianza hacia los otros. Conviene detenernos en estas dos dimensiones para
comprender mejor la dinámica de las relaciones interpersonales.
El modelo de sí mismo, expresado en términos de autoestima, indica la capacidad del individuo
de regular el grado de dependencia hacia los demás. Una persona segura aceptará el grado
óptimo de dependencia del otro, necesario para satisfacer las necesidades afectivas, y
garantizar su autonomía personal.
El modelo de los de los demás, que se expresa en términos de confianza de tal modo que las
personas podrían mostrarse confiadas o desconfiadas hacia los demás. En las relaciones
interpersonales, la confianza se expresa en términos de evitación. Una persona segura no
tendría motivos para evitar las relaciones de proximidad. El objetivo final consiste en llegar a
ser una persona adulta autónoma y equilibrada (Gómez 2009).
Cada individuo podría situarse en la zona alta o baja de la escala de dependencia y de
la escala de evitación dando lugar a los cuatro estilos o prototipos de apego propuestos
por Bartholomew, los cuales hemos utilizado a la hora de analizar los resultados en
nuestra investigación:
- Seguro: Persona que siente bienestar con la intimidad y la autonomía. Se caracteriza
por un bajo nivel de dependencia, y un bajo nivel de evitación.
- Miedoso: persona que evita la relación porque teme la intimidad. Reconoce que
necesita a los demás, pero le aterra la proximidad. Posee un alto nivel de dependencia
y un alto nivel de evitación.
- Preocupado: persona que tiende a mantener relaciones ansiosas y ambivalentes en
situaciones de proximidad, en general muy dependiente. Se caracteriza por un alto nivel
de dependencia, bajo nivel de evitación.
- Ausente: persona que niega la necesidad de apego, mostrándose muy evitativa.
Muestra una autosuficiencia defensiva, no cree en las necesidades afectivas. Posee un
bajo nivel de dependencia y un alto nivel de evitación.
Estos cuatro estilos de apego adulto propuestos por Bartholomew están estrechamente
relacionados con las cuatro categorías de amor también enunciadas por él, las cuales
hemos utilizado para valorar en nuestra investigación el apego adulto (actual) de la
muestra estudiada.
- Estilo de apego seguro: “Me resulta fácil sentirme emocionalmente cercano a otros.
Me siento cómodo sabiendo que puedo contar con su ayuda y que ellos pueden contar
con la mía. No me preocupa estar sólo o que otras personas no me acepten”.
- Estilo de apego temeroso: “Me siento incómodo intimando con los demás. Quiero tener
relaciones emocionales íntimas, pero encuentro difícil confiar completamente en los
demás y no me siento bien si los necesito. Me preocupa que pueda salir herido si me
permito intimar demasiado con los demás”
- Estilo de apego preocupado: “Quiero estar muy implicado emocionalmente con los
demás pero, a menudo, encuentro que los otros no están dispuestos a estar tan cerca
de mí como me gustaría. Me siento incómodo sin tener relaciones íntimas, pero a veces
me preocupa que los demás no me valoren tanto como yo los valoro”.
- Estilo de apego alejado: “Me siento bien sin relaciones íntimas. Para mí es muy
importante sentirme independiente y autosuficiente, y prefiero no tener que contar con
los demás ni que ellos tengan que contar conmigo”.
Los estudios sobre las relaciones de apego en la edad adulta, indican que la búsqueda
de un vínculo de apego, se mantiene activo a lo largo del desarrollo cumpliendo
funciones similares a las de la infancia. A lo largo de la edad adulta, suele ser la pareja
la que cumple las funciones de figura de apego principal (Bowlby, 1969/1972).