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Las razones del «burn-out»

De lo hasta aquí visto parece deducirse que el síndrome de desgaste profesional existía con
anterioridad a la década de los setenta, pero que entonces experimento un importante
incremento, hasta exigir su análisis pormenorizado. ¿Qué pasó en los años setenta? ¿A qué se
debe que en los últimos treinta o cuarenta años la salud de los profesionales sanitarias haya
disminuido de forma tan preocupante? ¿Por qué los médicos están ahora tan llenos de
angustia, y por qué esto les impide cumplir dignamente con los objetivos de su profesión de
ayudar a los demás en sus enfermedades y padecimientos?
Caben varias respuestas. No deja, en cualquier caso, de resultar significativo que ese fenómeno
coincida en el tiempo con un conjunto de acontecimientos de enorme relevancia histórica. El
primero es, sin duda, la explosión técnica. A partir de los años sesenta nuevas técnicas,
de eficaciacasi milagrosa, invaden la medicina. Piénsese, sólo como ejemplo, en las llamadas
técnicas de soporte vital, que exigieron la apertura de unas unidades nuevas, las llamadas
unidades de cuidados intensivos. Ellas permitieron gobernar de modo nuevo las situaciones
críticas, y con ello manejar con verdadero dominio, por vez primera en la historia de la
humanidad, los límites entre la vida y la muerte. Hasta hace muy poco era la naturaleza la que
ponía fin a la vida de los seres humanos. Se hablaba de «muerte natural». Hoy casi, ninguna
muerte es del todo natural. Toda muerte es más o menos intervenida por la medicina, y en
muchos casos ya no es la naturaleza la que decide cuándo y cómo debe morirse, sino los
profesionales. Ahora bien, esto ya no es sólo un problema técnico sino también un problema
moral. La nueva tecnología ha incrementado los conflictos morales en medicina, tanto en el
final de la vida como en el origen de la vida y en sus etapas intermedias. Y los conflictos
morales, sobre todo si no se sabe resolverlos, generan angustia y disparan los mecanismos de
defensa del yo.
Pero en los años sesenta y setenta pasaron más cosas. Son los años de eclosión de los
movimientos en pro de los derechos civiles. Recuérdese la lucha de Martin Luther King por
conseguir el disfrute de los derechos civiles de las minorías de color. Es también la época del
auge del feminismo y de otros muchos movimientos de minorías, o no tan minorías, que
reivindican ser tratadas en igualdad con los demás ciudadanos. Y es también el tiempo de
aparición de los derechos de los enfermos. Estos reivindican también sus derechos. Poco
después surgirá el movimiento antipsiquiátrico, de reivindicación de los derechos de los
enfermos mentales. Nueva fuente de conflictos. Ahora resulta que los pacientes pueden exigir a
los profesionales que tengan en cuenta sus valores y sus creencias en los procesos de toma de
decisiones. Esto, ciertamente, no entraba en el modelo positivista. Ser testigo de Jehová no era
un signo físico a tener en cuenta a la hora de indicar o no una transfusión sanguínea. ¿Qué
hacer con los valores y las creencias de los pacientes? ¿Cómo manejarlos? Se trataba de
fenómenos subjetivos, no objetivos, y que además debían comunicarse verbalmente, ya que no
habla otro modo de explorarlos. Tenían las dos características que la medicina positivista tanto
había despreciado, el ser subjetivos y el comunicarse a través de la palabra. ¿Qué hacer con
ellos? La ignorancia, el desconocimiento, generan siempre zozobra, insatisfacción y angustia.
De nuevo se planteaban conflictos morales para los que el médico no tenla respuesta. Y como
consecuencia de ello, la angustia y el disparo de los mecanismos de defensa más primitivos, la
negación, la ira, la racionalización, la agresión, etc.

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