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ÉTICA Y RESPONSABILIDAD SOCIAL

SEMANA 1
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN: LIBERTAD, RESPONSABILIDAD E HISTORIA .............................................................. 3
APRENDIZAJES ESPERADOS ................................................................................................................. 3
1. ÉTICA, LIBERTAD Y RESPONSABILIDAD ........................................................................................ 3
2. ÉTICA, MORAL Y SOCIEDAD ......................................................................................................... 6
3. HISTORIA, ÉTICA Y MODERNIDAD ............................................................................................... 8
REFERENCIAS ..................................................................................................................................... 12

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INTRODUCCIÓN: LIBERTAD, RESPONSABILIDAD E HISTORIA

APRENDIZAJES ESPERADOS
 Reconocer la importancia de la idea de libertad para la ética.

 Reconocer la importancia de las normas morales para la sociedad y su relación con la


dimensión personal.

 Relacionar las condiciones históricas de una época y la función que cumple en ella la
libertad.

1. ÉTICA, LIBERTAD Y RESPONSABILIDAD


Aparentemente, uno de los aspectos básicos del ser humano es su libertad y ella es la base de la
ética y de la responsabilidad. Para la mayor parte de los seres humanos, la libertad representa una
característica esencial del hombre. Se dice “para la mayor parte”, ya que es posible encontrar, en
el presente, posiciones tanto de las ciencias sociales, las ciencias naturales y también desde la
filosofía que niegan la libertad en el ser humano.

Estas posturas consideran que existen factores que determinan la acción humana de tal forma
que la persona o no tiene voluntad o la posee en forma muy disminuida. También es posible
encontrar en la historia ejemplos que indican, aunque sea paradójico, que el hombre no siempre
fue libre.

En la Antigüedad, la esclavitud era considerada como algo natural. En la Edad Media la voluntad
estaba sometida absolutamente a los designios de Dios o de las instituciones que lo
representaban, de tal forma que el destino estaba en manos de un agente externo que
determinaba las acciones. La voluntad individual era insuficiente para explicar y fundamentar la
acción humana. Autores como Karl Marx y Friedrich Engels (1845) plantearon que las acciones de
los individuos son un mero reflejo de las relaciones materiales económicas y así lo indica en La
ideología alemana:

La moral, la religión, la metafísica y cualquier otra forma de ideología y las formas de

conciencia que a ellas corresponden pierden, así, la apariencia de su propia sustantividad.

No tienen propia historia ni su propio desarrollo, sino que los hombres que desarrollan su

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producción material y su intercambio material cambian también, al cambiar esta realidad,

su pensamiento y los productos de su pensamiento. No es la conciencia la que determina la

vida, sino la vida la que determina la conciencia (Marx y Engels, 1994, p. 40).

Desde la sociología, de acuerdo a la perspectiva de Émile Durkheim (1893), los factores que
determinan la acción humana provienen de la sociedad y no del individuo. No obstante esta
posición, se tiene que aceptar como hecho histórico que en la modernidad se asume la libertad
como factor explicativo y fundante de la actividad de los seres humanos. Es posible decir,
entonces, que “la libertad tiene historia”.

Que un concepto tenga y se reconozca con un origen en la historia es un hecho relevante. Michel
Foucault (1970) señala que la verdad tiene historia y la importancia está en insertar el concepto de
“verdad” en procesos culturales, políticos y sociales, es decir, en el devenir histórico que hace
variar la valoración y el significado de la “verdad”, por lo tanto, se debería asumir que no existe “la
verdad” sino que existen “verdades”, las que no son eternas e inmutables, sino que tienen un
origen en un tiempo histórico determinado y también su lugar y tiempo de desaparición.

Lo mismo sucede con el concepto de “libertad”, que adquiere la importancia que hoy se le da solo
en una época histórica: la modernidad.

La importancia que tiene el concepto de “libertad” para la ética es fundamental. Los animales son
seres que están determinados por sus instintos, de tal forma que no pueden hacer otra cosa que la
que hacen. Pareciera que estuviesen programados por su construcción evolutiva y su constitución
biológica y genética. Sus instintos son los que determinan su acción, aquí la voluntad no existe.

Tal como planteó Friedrich Nietzsche, en La genealogía de la moral: un escrito polémico, para un
ave rapaz lo que determina su valoración de las cosas es su propia naturaleza, de tal forma que
considerará que los corderitos son “buenos”, porque son “deliciosos”, pero no habrá nada de
reprochable en la acción de arrebatar un cordero joven a una madre, ya que está en la naturaleza
del ave de rapiña el hacer eso: “Nosotras (las aves de rapiña) no estamos enfadadas en absoluto
con esos buenos corderos, incluso los amamos: no hay nada más sabroso que un tierno cordero”
(Nietzsche, 1985, p. 67). Por otra parte, está en la naturaleza de los corderos aceptar su condición
en la escala de depredación.

La evolución premia, en la naturaleza, al más fuerte y el filósofo alemán lleva esta ley y la aplica al
análisis de la conducta de los hombres. Esto es debatible desde una perspectiva filosófica, pero
inaceptable desde la ética fundada por el Occidente moderno.

El Occidente moderno se funda en el hecho de reconocer como esencial al hombre su libertad y


una libertad que define al ser humano como tal, un ser humano que no goza de libertad es un ser
humano con limitaciones y, por lo tanto, un ser humano incompleto. La libertad también hace

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iguales a los hombres, ya que es de la esencia del “ser humano” el tener libertad y, por ende, un
ser que no es libre no es ser humano. Esta idea, la de un ser humano libre, es la que ilumina todo
el proceso de modernización, que se entiende como una liberación, un despojarse de las amarras
mentales, servirse de la razón sin depender de otros. Este es el ideal de la Ilustración1:

La ilustración es la liberación del ser humano de su culpable incapacidad de servirse de su

inteligencia sin la guía de otro. Esta incapacidad es culpable porque su causa no reside en la

falta de inteligencia sino de decisión y valor para servirse por sí mismo de ella sin la tutela

de otro. ¡Sapere Aude! ¡Ten valor de servirte de tu propia razón! (Kant, 1985, p. 25).

La autonomía se trasforma en la meta política de las sociedades modernas, es decir, dar a los
individuos la mayor libertad posible y, por lo tanto, la mayor capacidad posible de
autodeterminarse como individuo. Estos ideales, que en un comienzo fueron una abstracción
filosófica, un ideal político, se vieron plasmados a nivel jurídico por medio de distintas
revoluciones, como la francesa, la inglesa y la norteamericana, que actualizaron estos ideales y los
convirtieron en las constituciones de sus Estados. Reemplazaron el sistema feudal y las
monarquías por el Estado moderno y las democracias, donde la piedra angular es el
reconocimiento de la libertad y la igualdad de los seres humanos.

Aun cuando se pueda discutir acerca de la libertad, si existe o no, si es real, no se puede negar
que, por lo menos, y eso no es poco a nivel jurídico, es la base filosófica y legal de la inmensa
mayoría de las constituciones del mundo. Desde esta perspectiva, la libertad es un valor universal.

Por ahora, desde una óptica simple y de sentido común, se hablará de la libertad como la
capacidad que tiene el ser humano de optar. En esta capacidad o condición radica toda la base de
la moral. El ser humano es capaz de elegir dentro de un conjunto de posibilidades y “debe”
determinar entre esas posibilidades cuál es la “mejor”.

Se tienen entonces los componentes básicos de la acción moral: libertad, elección, deber y bien.
En esta conjunción de elementos aparece la responsabilidad como efecto de esta condición de la
acción humana. El ser humano como ser libre es el único responsable de sus elecciones. Por
mucho que existan condiciones que determinen el accionar del ser humano, este, debido a su
libertad, siempre tiene la posibilidad de optar por sí mismo. Por ejemplo, un individuo puede estar
sometido a condiciones de pobreza apremiantes, pero no por eso está obligado a robar, siempre

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Movimiento cultural europeo que se desarrolló desde principios del siglo XVIII, especialmente en Francia e
Inglaterra. “La ilustración es un movimiento que pretende la difusión de la cultura y los conocimientos,
culturizar a todas las personas, poner las artes, las ciencias y las letras al alcance de todos los seres
humanos, terminar con el carácter elitista de dichas manifestaciones y hacerlas llegar al pueblo.” (Abad,
1998, p. 250). La razón humana, según los ilustrados, podía combatir la ignorancia y el dogmatismo y
permitir el desarrollo y progreso de la humanidad toda.

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tiene en su ámbito de elecciones el no hacerlo y si decide hacerlo es de su absoluta y entera
responsabilidad, él tomó la decisión y él es la causa de esa decisión. De esta forma, se puede
asumir que para que una persona sea responsable de sus actos, este acto tiene que contar con la
condición de la libertad para que esta persona se pueda hacer responsable de sus decisiones.

2. ÉTICA, MORAL Y SOCIEDAD


Como indica César Tejedor en su libro Introducción a la filosofía (1999): “La moral es un hecho
social”. Es decir, un hecho que se da en la interacción entre individuos en una comunidad
determinada. Los seres humanos a través del tiempo han ido realizando elecciones respecto de los
conjuntos de posibilidades que su época histórica les ha ofrecido. Como se mencionó
anteriormente, el ser humano tiene la capacidad de elegir, pero a la vez tiene que elegir bien. Las
sociedades van acumulando las “buenas elecciones”, las que se transmiten a las nuevas
generaciones, pero que también se difunden en el seno mismo de la sociedad.

Si cada individuo tuviese que estar eligiendo siempre, el mundo se le aparecería cada mañana
como un extraño, como un espacio hostil que debería nuevamente domar por medio de su acción
y por medio de sus elecciones. Tampoco sería un mundo tranquilo el que permitiera que cada
individuo eligiera constantemente como quisiera sin importar las elecciones de los demás. Por
esto, las sociedades se forman a partir de un cierto consenso respecto de lo que son las “buenas
elecciones”, de lo que sería “bueno” para la subsistencia de los individuos que viven en sociedad.

Las sociedades poseen “normas de conducta”, se rige por medio de un conjunto de principios de
acción y reglas que son consideradas por el colectivo como mejores que otras. Esto permite la
convivencia entre los individuos y, por lo tanto, la subsistencia del medio social. El ser humano,
junto con ser individuo, es un miembro de un grupo social, como dice Aristóteles (1951) es “un
animal político”, que se completa y se realiza solo en convivencia con otros seres humanos y
organizándose socialmente, si no sería un dios o una bestia, pero no un ser humano.

Lo dicho anteriormente se puede demostrar, empíricamente, por el hecho de que no existen


sociedades que no tengan normas de conducta o reglas de acción. Todas las sociedades, hasta las
más primitivas, presentan reglas que dirigen la acción de los individuos que pertenecen a la
sociedad en particular; reglas que son consideradas como necesarias para mantener la
convivencia y que permitan la sobrevivencia de la comunidad y, por ende, del individuo. Como
indica Tejedor (1999): “Toda sociedad cuenta con un código de normas morales”, normas sobre lo
que se debe hacer y lo que se considera como bueno, a esto se le puede denominar moral.

La moral tiene un lenguaje específico que la diferencia de otras reglas de acción. Por ejemplo, la
ciencia puede determinar una acción porque lo que ella prescribe es “verdadero”, la ley puede
indicar qué se debe o no se debe hacer y el acto sería “legal” o “ilegal”, según se ajuste o no a la
norma jurídica. En cambio, el lenguaje moral hace referencia a “lo bueno” o lo que se “debe

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hacer”, pero con esto no se indica mucho de la especificidad del lenguaje moral. Por ejemplo, se
podría decir: “deben subirse los impuestos” o “es bueno que se cobren más impuestos a las
mineras”, pero estas expresiones no son necesariamente morales, podrían ser parte de un
discurso económico o de un discurso legal.

El lenguaje moral no es más que una subclase del lenguaje que usamos para guiar nuestra

conducta propia, así como ajena; esto hay que entenderlo, en un sentido amplio, como el

conjunto de expresiones que usamos ordinariamente para expresar las normas y principios

de comportamiento: para juzgar, criticar o elogiar la conducta desde diversos puntos de

vista; para aconsejar, recomendar u ordenar una acción, etc. A este género podemos

llamarlo lenguaje prescriptivo (Hierro, 1970, p. 47).

Las normas morales no tendrían ningún valor si las personas en forma individual no se lo
otorgaran. Esta es una dimensión personal de la moral. Si bien la moral tiene una fuerte
dependencia de la sociedad (ya que esta define, en el sentido de individuos organizados
colectivamente, qué es lo que se debe aceptar como moral vigente y qué es lo que se trasmite a
las nuevas generaciones), esta no alcanza la posibilidad que un individuo siempre tenga en su
poder el aceptar o no aceptar una norma. Las normas morales no son leyes de la naturaleza, no
determinan en forma absoluta el accionar de los individuos, siempre está en sus manos la
posibilidad de decidir en contrario a lo que se les quiere imponer en contra de su libre elección.

Las normas morales, generalmente, van acompañadas de una justificación. Cuando un individuo
elige una cosa por sobre otra, un camino en la vida, una decisión política, no basta con la pura
decisión o acción, sino que esta requiere ser justificada. Uno se dice a sí mismo por qué debe
realizar esta acción y no otra o por qué esta elección es la mejor. Esta justificación siempre puede
ser analizada racionalmente y ver si la justificación amerita que el acto se realice.

El hecho de justificar un acto, decir por qué se debe realizar de esta forma y no de otra, apunta a
un hecho crucial para la moral y la ética. Cuando un individuo necesita justificar sus actos recurre a
la razón para ello y en una sociedad democrática, como la mayor parte de las sociedades
contemporáneas, esto permite reconocer a los otros como individuos válidos moral y éticamente,
que pueden escuchar la justificación y dar sus razones respecto de esta justificación, dar cuenta de
las razones en pos de dar su aquiescencia o rechazo. Un individuo que no necesita justificar sus
actos incurre en arbitrariedad y sobre todo si quiere imponer a otros estos actos en contra de su
voluntad.

El lazo social que une a los individuos en nuestras sociedades es el de aceptar a otros como
iguales, libres y racionales, por lo que ningún acto puede legítimamente imponerse si no existe

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una justificación racional que lo avale. Piénsese en casos de nuestra experiencia nacional, como la
aceptación de la llamada “pastilla del día después”2. Un acto arbitrario de la autoridad o de la
misma justicia podría imponer una acción determinada para su uso, pero si los ciudadanos no son
convencidos racionalmente por las justificaciones que se dan, pueden inevitablemente rechazar la
decisión, por muy obligatoria que esta parezca. Es por esto que las sociedades contemporáneas se
trasforman en verdaderas comunidades de discusión y justificación de normas, ya que la pura
fuerza no justifica ni legitima la validez de una norma.

La ética, a diferencia de la moral, hace referencia al análisis racional de los principios que subyacen
en las justificaciones que se dan para los hechos denominados morales. La ética es una reflexión
crítica acerca de la moral. Tiende a establecer principios de carácter general que permitan una
fundamentación racional de las normas morales. La ética permite establecer principios
recomendables que analicen la virtud de las normas morales concretas. José Luis López-Aranguren
(1996) llama a la moral “moral vivida” y a la ética “moral pensada”.

Esta concepción de ética, que se manejará en este curso, tiene un principio histórico, no ha sido
siempre lo mismo y su origen está en el nacimiento de las sociedades modernas, es por ello que se
hace necesaria una pequeña revisión histórica que permita ver la posición que ocupa la ética en
las sociedades.

3. HISTORIA, ÉTICA Y MODERNIDAD


La ética, en forma generalizada, se entiende como una tensión entre lo que “es” y lo que “debe
ser”. Los seres humanos, caracterizados por su capacidad de percibirse a sí mismos y lo que les
rodea comprenden que deben ordenar sus conductas para lograr objetivos. Esta es una
racionalidad que se trasforma en racionalidad ética cuando las razones que conducen de lo que se
es a lo que se quiere ser están determinadas por principios que se consideran hacen mejores a las
personas en su actuar.

Entre el “ser” y el “deber ser” hay un espacio vacío que se llena con la acción humana dirigida
racionalmente. Esta dualidad entre lo que se es y lo que se debe ser no se ha entendido de la
misma forma a través del desarrollo histórico de la humanidad.

En la Grecia clásica predominaron dos paradigmas de la acción humana. Por un lado, Platón
postulaba que existían dos mundos: uno material e imperfecto que era nuestro mundo sensible y
otro perfecto e inmaterial, el mundo inteligible o de las ideas. El ser humano como habitante de

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En Chile, durante el año 2006, se produjo una dura polémica entre el gobierno de Michelle Bachelet y
sectores conservadores del país debido a que el Ministerio de Salud quiso entregar una pastilla
anticonceptiva en forma gratuita en los consultorios médicos de atención primaria a las personas que la
solicitaran. Sectores conservadores de la sociedad chilena junto con la Iglesia Católica se opusieron a esta
acción gubernamental por considerar que la pastilla era abortiva.

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dos mundos debía rechazar lo corpóreo para alcanzar la perfección después de la muerte del
cuerpo material. El alma liberada de las ataduras mortales podía entonces observar el mundo de
las ideas. Pero este viaje no era un perfeccionamiento, sino que una vuelta al origen. El alma
racional que habitaba en el cuerpo humano había caído en este desde el mundo de las ideas,
mundo eterno al que tenía que volver. Por otro lado, Aristóteles diferenciaba la potencia del acto.
El acto pertenecía al ser, a lo que era y la potencia era lo que podía llegar a ser, lo que todavía no
era. Por ejemplo, en la semilla ya estaba en potencia el nogal, por lo que el desarrollo natural de lo
que ya existía en la semilla iba a permitir que esta llegara a ser lo que podía ser por naturaleza, un
nogal. La acción humana debía estar limitada por la naturaleza de las cosas, de esta forma una
acción ética pertenece a la naturaleza humana.

La Edad Media presenta una mezcla de estos dos autores y algunas diferencias.

El mundo medieval no es sólo un mundo profundamente jerarquizado, es un mundo que se

define a partir de una profunda escisión. El mundo terrenal, humano, concreto, adquiere su

real significación fuera de sí, en el plano trascendental constituido por la fe. De esta misma

manera, la capacidad de hacer inteligible este mundo concreto descansa en la afirmación de

la fe. Sin aceptar desde el inicio la existencia de Dios, no sólo se considera que no es posible

afirmar la existencia de ninguna otra entidad, sino que nada tiene sentido y, por

consiguiente, todo intento de conocimiento es vano (Echeverría, 1997, p. 31).

Tanto la Antigüedad como la Edad Media se definen por la búsqueda de la estabilidad. No existe el
cambio, como trasformación en lo diferente, sino que el tiempo se repite y las cosas siempre
vuelven a su lugar natural. Para estas dos épocas, el conocimiento y la virtud o el bien estaban en
el mismo camino, conociendo la verdad, conozco el bien. Los griegos volvían a la naturaleza y los
medievales a Dios, pero ambos volvían al origen, a la esencia, a lograr encontrar lo que estaba
oculto, pero que ya estaba.

Esta definición del conocimiento y de la acción humana define una relación puramente
contemplativa con la naturaleza. El ser humano solo intenta conocer la naturaleza para encontrar
lo verdadero, a Dios, pero no con un fin distinto que no sea el reconocer las cosas tal cual son y,
por lo tanto, el desarrollo histórico es mínimo. Así lo plantea Rafael Echeverría en relación al
mundo medieval:

El universo medieval es un universo de absolutos, constituido por un eje fundamental entre

Dios, el Creador, y el hombre, su principal creatura. De allí que se en una imagen cerrada del

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universo físico que, dado el lugar privilegiado que se le asigna al hombre, define la Tierra

como su centro. La sociedad medieval es esencialmente estamentaria, de muy escasa

movilidad social. Los lugares que los hombres ocupan en la estructura están definidos desde

antes de su nacimiento y en concordancia con el orden natural de las cosas. De allí que se

trate de una sociedad marcadamente estática, recelosa del cambio y en la que,

nuevamente, los intentos de subvertir el orden establecido conllevan una poderosa

condena ética. El principal sentido de esta vida, se halla fuera de ella, en un más allá en

procurar la salvación en la otra vida, luego de la muerte” (Echeverría, 1997, p. 35).

La modernidad presenta un quiebre feroz con el paradigma medieval. Por un lado, hace del
cambio y del futuro el lugar de la acción humana, el desarrollo de las ciencias y especialmente de
la tecnología le otorgan al hombre la confianza en la trasformación. Puede tomar la naturaleza y
utilizarla en su beneficio y para ello requiere conocer. Ahora no se conoce por la verdad o por
fundamentar a Dios, sino que el objetivo fundamental es el progreso del bienestar humano.

En estas sociedades es claro que se requiere otro tipo de principios que permitan dar cuenta de
esta nueva relación del hombre con su entorno, este nuevo principio es la libertad. Los hombres
ya no pueden seguir atados a dioses o verdades a medias, que retardan el paso a la felicidad en la
tierra, deben destruir ese mundo y lo hacen destruyendo sus principios. El hombre ya no es hijo de
Dios, sino que es hijo de sí mismo; la felicidad no está en el cielo, sino que en la tierra, pero en el
futuro y sabiendo utilizar el conocimiento como herramienta para el logro de los objetivos.

El tiempo ya no es circular, sino que es una línea lanzada al futuro. El deber ser no vuelve a lo
mismo, sino que se vuelca a lo desconocido. El progreso del hombre no es volver a un estado de
naturaleza olvidado en el pasado, sino que construir un mundo distinto y siempre en constante
cambio.

La ética moderna se identifica con este futuro que todavía no es. A diferencia de las éticas de los
antiguos, esta ética tiene que constituir principios que puedan regir la acción de los hombres para
lograr un futuro mejor que el presente, que no haga al hombre identificarse con lo que es, sino
con lo que debe ser.

La modernidad significó la irrupción de un conjunto de ideales y capacidades humanas que


esperanzaron a la humanidad toda con un mundo mejor. Los resultados aparentes de este
proyecto parecen indicar un fracaso. El desarrollo productivo de las sociedades modernas dejó
atrás lentamente los ideales éticos que existían en el origen de la modernidad. El resultado es hoy

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en día una sociedad en que la acción de los individuos está monopolizada por la producción y la
economía.

El mundo se mueve por un lado en el que la ética parece ser un obstáculo, pero los resultados que
hoy día se ven a nivel mundial indican que no todo está dicho y que la economía y la producción
científicamente dirigida no son suficientes para asegurar un bienestar real a todos los seres
humanos. Este espacio entre lo prometido por la modernidad y lo que se ha alcanzado es el
espacio que valida la reflexión ética en la actualidad.

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REFERENCIAS
Abad, J. (1998). Historia de la Filosofía. Madrid, España: McGraw-Hill.

Aristóteles (2000). La metafísica. Madrid, España: Gredos.

Durkheim, E. (1893). La división del trabajo social. Buenos Aires, Argentina: Planeta.

Echeverría, R. (1997). El búho de Minerva. 3ª edición. Santiago, Chile: Dolmen.

Foucault, M. (1970). El orden del discurso. Buenos Aires, Argentina: Tusquets editores.

Hierro, J. S. (1970). Problemas de análisis del lenguaje moral. Madrid, España: Tecnos.

Kant, E. (1985). Filosofía de la historia. México: FCE.

López-Aranguren, J. L. (1996). Ética y Política. España: Editorial Biblioteca Nueva S. L.

Marx, K. y Engels, F. (1994). La ideología alemana. España: Universidad de Valencia.

Nietzsche, F. (1985). La genealogía de la moral. Madrid, España: Busma.

Platón (2006). La República. 5ª edición. Madrid. Centro de Estudios Políticos.

Tejedor, C. (1999). Introducción a la Filosofía. Madrid, España: Ediciones SM.

PARA REFERENCIAR ESTE DOCUMENTO, CONSIDERE:

IACC (2013). Introducción: libertad, responsabilidad e historia. Ética y Responsabilidad Social.

Semana 1.

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