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La tarea que enfrentan los

libertarios
De vez en cuando a lo largo de los últimos treinta años, después hablar o
escribir acerca de alguna nueva restricción a la libertad humana en el campo
económico, algún nuevo ataque sobre la empresa privada, se me ha
preguntado en persona o he recibido una carta preguntándome: “¿Qué puedo
hacer?” para luchar contra tendencia inflacionista o socialista? Otros escritores
o profesores reciben a menudo la misma pregunta, según he descubierto.

La respuesta raramente es sencilla. Pues depende de las circunstancias y las


habilidades del cuestionante, que pude ser un empresario, un ama de casa, un
estudiante, informado o no, inteligente o no, elocuente o no. Y la respuesta
debe variar con estas supuestas circunstancias.

La respuesta general es más fácil que la respuesta particular. Así que aquí
quiero escribir acerca de la tarea que ahora enfrentamos todos los libertarios
considerados colectivamente.

Esta tarea se ha convertido en enorme y parece ser mayor cada día. Unas
pocas naciones que ya se han vuelto completamente comunistas, como la
Rusia soviética y sus satélites. Intentan, como consecuencia de su triste
experiencia, retroceder un poco de su completa descentralización y
experimentan con una o dos técnicas cuasicapitalistas, pero la deriva general
del mundo (en más de 100 naciones y mininaciones de las 107 que son hoy
miembros del Fondo Monetario Internacional) va en dirección de un mayor
socialismo y controles.

La tarea de la diminuta mayoría que está tratando de combatir esta deriva


socialista parece casi desesperada. La guerra debe librarse en mil frentes y los
verdaderos libertarios se ve enormemente superados en prácticamente todos
estos frentes.

En mil campos, los defensores del estado de bienestar, estatistas, socialistas e


intervencionistas promueven diariamente más restricciones a la libertad
individual y los libertarios deben combatirlos. Pero pocos de nosotros tenemos
individualmente el tiempo, la energía y el conocimiento especial para poder
hacer esto en más de un puñado de temas.

Uno de nuestros problemas más graves es que nos encontramos enfrentados a


ejércitos de burócratas que ya nos controlan y con un interés creado en
mantener y expandir los controles a aplicar para los que fueron contratados.

Una burocracia creciente


Dejadme que trate de daros una idea del tamaño y extensión de esta
burocracia en Estados Unidos. La Comisión Hoover descubría en 1954 que el
gobierno federal abarcaba nada menos que 2.133 agencias, oficinas, divisiones
y departamentos en funcionamiento. No conozco cuál sería la cuenta exacta
hoy, pero la conocida multiplicidad de instituciones de la Gran Sociedad
justificaría nuestro redondeo de esa cifra hasta al menos 2.200.

Sí sabemos [en 1968] que los funcionarios permanentes a tiempo completo en


el gobierno federal hoy suman unos 2.615.000.

Y sabemos, por tomar un ejemplo concreto, que de esto burócratas 15.400


administran los programas del Departamento de Vivienda y Desarrollo Urbano,
10.000 los programas (incluyendo la Seguridad Social) del Departamento de
Salud, Educación y Bienestar y 154.000 los programas de la Administración de
Veteranos.

Si queremos mirar a la tasa a la que han estado creciendo partes de esta


burocracia, tomemos el Departamento de Agricultura. En 1929, antes de que el
gobierno de EEUU empezara los controles de cosechas y los apoyos de
precios a gran escala, había 24.000 empleados en ese departamento. Hoy,
contando los trabajadores a tiempo parcial, hay 120.000, cinco veces más,
todos con un interés económico vital (esto es, sus propios empleos) en
demostrar que los controles particulares para los que fueron contratados para
formular y aplicar deberían continuar y expandirse.

¿Qué posibilidad tiene el empresario individual, el profesor desinteresado


ocasional de economía o el comunista o editorialista al realizar una
argumentación contra las políticas y acciones de este ejército de 120.000
hombres, aunque tuviera tiempo de aprender los hechos detallados de un
asunto concreto? Sus críticas son, o bien ignoradas, o bien ahogadas en las
contrarréplicas organizadas.

Es solo un ejemplo de entre muchos. Algunos podemos sospechar que hay


muchos gastos injustificados o estúpidos en el programa de Seguridad Social
de EEUU o que los pasivos no financiado ya asumidos por el programa (una
estimación acreditada de estos excede el billón de dólares) puede resultar
impagable sin una enorme inflación monetaria. Algunos pocos podemos
sospechar que todo el principio de seguro público obligatorio para la vejez y los
supérstites está abierto a discusión. Pero hay caso 100.000 empleados
permanentes a tiempo completo en el Departamento de Salud, Educación y
Bienestar para rechazar todos esos miedos como si fueran una tontería y para
insistir en que aún no estamos cerca de hacer los bastante por nuestros
ciudadanos mayores, nuestros enfermos y nuestras viudas y huérfanos.

Y luego están los millones de quienes ya están en el extremo receptor de estos


pagos, que han llegado a considerarlos como un derecho obtenido, que por
supuesto consideran dichos pagos como inadecuados y que se enfurecen ante
la más mínima sugerencia de un reexamen crítico del asunto. La presión
política por una constante extensión y aumento de estas prestaciones es casi
irresistible.

E incluso si no hubiera ejércitos enteros de economistas, estadísticos y


administradores públicos para responderle, el crítico desinteresado solitario,
que espera que su crítica se oiga y respete por parte de otra gente
desinteresada y reflexiva, se encuentra obligado a mantenerse actualizado ante
montañas de detalles.

Demasiados casos a seguir


Por ejemplo, el Consejo Nacional de Relaciones Laborales genera cientos de
fallos cada año con respecto a prácticas laborales “injustas”. En el año fiscal de
1967 aprobó 803 casos “impugnados por derecho o hechos”. La mayoría de
estos fallos se inclinan fuertemente hacia los sindicatos y muchos de ellos
pervierten la intención de la Ley Taft-Hartley que supuestamente aplican y en
algunos de ellos el consejo se arroga poderes que van mucho más allá de los
concedidos por la ley. Los textos de muchos de estos fallos son muy largos en
sus exposiciones de hechos o supuestos hechos y en las conclusiones del
consejo. ¿Cómo va a poder el economista o editor individual mantenerse al
tanto de los fallos y comentar informada e inteligentemente sobre aquellos que
afectan a un principio importante o al interés público?

O tomemos de nuevo instituciones tan importantes como la Comisión Federal


de Comercio, la Comisión de Valor y Cambio, Hacienda, la Comisión de
Comercio Interestatal, la Administración de Alimentos y Medicinas, la Comisión
Federal de Comunicaciones. Todas estas instituciones tiene funciones
cuasilegislativas, cuasijudiciales y administrativas. Emiten normas y
regulaciones, conceden licencias, emiten órdenes de cese y desistimiento,
reconocen daños y obligan a personas y corporaciones a hacer o dejar de
hacer muchas cosas. A menudo combinan la función de legisladores, fiscales,
jueces, jurados y burócratas. Sus decisiones no siempre se basan solo en la
ley existente e incluso cuando infligen daños a corporaciones o individuos o les
privan de sus libertades constitucionales y sus derechos legales, apelar a los
tribunales es a menudo difícil, caro o imposible.

Repito, ¿cómo puede el economista, estudiante del gobierno, periodista o


cualquier persona individual interesada en defender o conservar la libertad
esperar mantenerse al tanto ante esta catarata de decisiones, regulaciones y
leyes administrativas? Puede a veces considerarse afortunado de poder
dominar en muchos meses los hechos con respecto a incluso una de estas
decisiones.

El profesor Sylvester Petro, de la Universidad de Nueva York, ha escrito un


libro entero sobre la huelga de Kohler y otro sobre la huelga de Kingsport y las
lecciones públicas a aprender de ellas. El profesor Martin Anderson se ha
especializado en los absurdos de los programas de renovación urbana. ¿Pero
cuántos de entre nosotros, los libertarios, hacemos esta investigación
especializada y microscópica, pero indispensable?

En julio de 1967, la Comisión Federal de Comunicaciones emitió un fallo


extremadamente dañino que ordenaba a la American Telephone & Telegraph
Company a rebajar sus tarifas interestatales, que ya eran un 20% inferiores a
las de 1940, aunque el nivel general de precios desde entonces había
aumentado un 163%. Para escribir solo un editorial o artículo sobre esto (y
estar seguro de que entendía bien los hechos), un periodista juicioso tenía que
estudiar, entre otro material, el texto del fallo. Ese fallo consistía en 114
páginas mecanografiadas a espacio sencillo.

… Y planes para reformar


Los libertarios tenemos preparado nuestro trabajo.

Para indicar mejor las dimensiones de este trabajo, el libertario no solo tiene
que responder a la burocracia organizada: son los individuos privados
intransigentes. No pasa un día sin algún encendido reformista o grupo de
reformistas sugiriendo alguna nueva intervención pública, algún nuevo plan
estatista para cubrir alguna supuesta “necesidad” o alivio de algún supuesto
mal. Acompañan su plan citando estadísticas que supuestamente prueban la
necesidad o el mal que quieren que alivien los contribuyentes. Así que resulta
que los supuestos “expertos” en socorro, seguro de desempleo, seguridad
social, atención médica, vivienda subvencionada ayuda exterior y similares son
precisamente la gente que defiende más socorro, seguro de desempleo,
seguridad social, atención médica, vivienda subvencionada ayuda exterior y
todo lo demás.

Pasemos a algunas de las lecciones que debemos recibir de todo esto.

Especialistas en defensa
Los libertarios no podemos contentarnos con repetir simplemente
generalidades piadosas acerca de la libertad, la libre empresa y el gobierno
limitado. Afirmar y repetir estos principios generales es absolutamente
necesario, por supuesto, ya sea como prólogo o como conclusión. Pero si
esperamos ser efectivos individual o colectivamente, debemos dominar
individualmente una gran cantidad de conocimiento detallado y hacernos
especialistas en una o dos líneas, de forma que podamos mostrar cómo se
aplican nuestros principios libertarios en campos concretos y poder así discutir
convincentemente con los defensores de planes estatistas de vivienda pública,
subvenciones agrícolas, mayores ayudas sociales, mayores prestaciones de
seguridad social, mayor Medicare, rentas garantizadas, mayor gasto público,
más impuestos, especialmente más impuestos progresivos, mayores aranceles
o cuotas de importación, restricciones o sanciones sobre inversión extranjera y
viajes al exterior, controles de precios, controles de salarios, controles de
rentas, controles de tipos de interés, más leyes para la llamada “protección del
consumidor” y regulaciones y restricciones aún mayores a los negocios en
todas partes.

Esto significa, entre otras cosas, que los libertarios deben formar y mantener
organizaciones no solo para promover sus principios generales, sino para
promover estos principios en campos especiales.

No tenemos que temer que se formen demasiadas organizaciones


especializadas de este tipo. El peligro real es el contrario. Las organizaciones
libertarias privadas en Estados Unidos probablemente se ven superadas diez a
uno por comunistas, socialistas, estatistas y otras organizaciones de izquierdas
que solo han demostrado ser demasiado eficaces.

Lamento informar de que casi ninguna de las asociaciones empresariales de la


vieja escuela que conozco es tan eficaz como podría ser. No es solo que hayan
sido timoratas o silentes cuando deberían haber hablado o incluso que se
hayan comprometido insensatamente. Recientemente, por miedo a ser
llamadas ultraconservadoras o reaccionarias, han estado apoyando mensajes
dañinos para los mismos intereses a proteger para los que se formaron. Por
ejemplo, varias de ellas se han posicionado a favor del propuesto aumento de
impuestos a las empresas propuesto por la administración, porque temen decir
que esta tendría que recortar su pródigo gasto social.

Lo triste es que hoy la mayoría de los jefes de grandes empresas en Estados


Unidos están tan confundidos o intimidados que, lejos de llevar la discusión al
enemigo, no se defienden adecuadamente cuando se les ataca. La industria
farmacéutica, sometida desde 1962 a una ley discriminatoria que aplica
principios legales cuestionables y peligrosos que el gobierno todavía no se ha
atrevido a aplicar en otros campos, ha sido demasiado tímida a la hora de
exponer eficazmente su propio caso. Y los fabricantes de automóviles,
atacados por un solo intransigente por convertir a los coches en “inseguros a
cualquier velocidad”, gestionaron el asunto con una increíble combinación de
negligencia e ineptitud que produjo legislación dañina no solo para el sector,
sino para todos los conductores.

La timidez del empresario


Es imposible saber hoy dónde va a atacar a continuación el creciente
sentimiento antiempresarial en Washington más el ansia de más control
público. Solo en los últimos meses, el Congreso, con poco debate, se permitió
salir de estampida con una dudosa extensión del poder federal sobre las ventas
interestatales de carne. Cuando aparezca este artículo, o poco después, el
Congreso puede haber aprobado una ley de “verdad en el préstamo”, que
obliga a los prestamistas a calcular y declarar los tipos de interés en la manera
en que quieran que se calcule y declare los burócratas federales. También hay
pendiente una propuesta de la administración por la que los burócratas
públicos prescribirían “estándares” diciéndonos cómo hay que fabricar
dispositivos quirúrgicos, como tornillos óseos y catéteres e incluso ojos
artificiales.

Y hace unas pocas semanas, el residente anunció súbitamente que iba a


prohibir que las empresas estadounidenses realizaran más inversiones directas
en Europa, que iba a restringirlas en todos los demás lugares y que pediría al
Congreso aprobar alguna ley que restringiera a los estadounidenses viajar a
Europa. En lugar de generar una tormenta de protestas contra estas invasiones
sin precedentes de nuestras libertades, la mayoría de los periódicos y
empresarios deploraron su “necesidad” y esperaban que solo fueran
“temporales”.
La misma existencia de la timidez empresarial que permite que ocurran estas
cosas es una evidencia de que los controles y el poder del gobierno ya son
excesivos.

¿Por qué son tan tímidos los jefes de las grandes empresas en Estados
Unidos? Es una larga historia, pero sugeriré unas pocas razones: (1) Pueden
depender completamente o en buena parte de contratos militares públicos. (2)
Nunca saben bajo qué motivos serían considerados culpables de violar las
leyes antitrust. (3) Nunca saben cuándo o bajo que supuestos el Consejo
Nacional de Relaciones laborales les considerarán culpables de prácticas
laborales injustas. (4) Nunca saben cuándo serán examinadas hostilmente sus
declaraciones del impuesto personal de la renta e indudablemente no confían
en que dicho examen y sus conclusiones sean completamente independientes
de si han sido personalmente amigables u hostiles a la administración en el
poder.

Advertiremos que las acciones públicas o leyes a las que temen los
empresarios son acciones o leyes que dejan una gran cantidad de discreción
administrativa. La ley administrativa discrecional debería reducirse al mínimo:
alimenta el soborno y la corrupción y siempre es una ley potencialmente de
chantaje o coacción.

Una confusión de intereses


Los libertarios están aprendiendo para su desgracia que no puede contarse
necesariamente con que el gran empresario sería un aliado contra la extensión
de las intrusiones públicas. Las razones son muchas. Algunos empresarios
defenderían aranceles, cuota de importación, subvenciones y restricciones a la
competencia, porque piensan, correcta o incorrectamente, que estas
intervenciones públicas les interesarían a ellos personalmente o a sus
empresas y no les preocupa si puede ser o no costa del público en general.
Más a menudo, creo, los empresarios defenderían estas intervenciones porque
están sinceramente confundidos, porque no se dan cuenta de cuáles serían las
consecuencias reales de las medidas concretas que proponen ni perciben los
efectos debilitadores acumulados de las crecientes restricciones a la libertad
humana.

Sin embargo, tal vez lo más frecuente sea que hoy los empresarios aceptan los
nuevos controles gubernamentales debido a simple timidez.

Hace una generación, en su libro pesimista, Capitalismo, socialismo y


democracia (1942), el último Joseph A. Schumpeter mantenía la tesis de que
“en el sistema capitalista hay un atendencia hacia la autodestrucción”. Como
evidencia de esto citaba la “cobardía” de los grandes empresarios cuando
enfrentaban un ataque directo:

Hablan y suplican o contratan a gente para hacerlo por ellos, e agarran a cualquier
posibilidad de compromiso, siempre están dispuestos a rendirse, nunca entran en liza
bajo la bandera de sus propios ideales e intereses: en este país no hubo ninguna
resistencia real en ningún lugar contra la imposición de aplastantes cargas financieras
durante la última década o contra la legislación laboral incompatible con la gestión
eficaz del sector.

Hasta aquí los problemas formidables que enfrentan los libertarios dedicados.
Encuentran extremadamente difícil defender a empresas y sectores
particulares del acoso o la persecución cuando esos sectores no se defienden
a sí mismos adecuada o competentemente. Pero la división del trabajo es al
tiempo posible y deseable en la defensa de la libertad como en otros campos.
Y muchos de nosotros, que no tenemos ni el tiempo ni el conocimiento
especializado para analizar sectores concretos o problemas complejos
especiales, podemos sin embargo ser eficaces en la causa libertaria insistiendo
incesantemente sobre algún principio o punto concreto hasta que ganemos.

Principios básicos en los que pueden basarse los


libertarios
¿Hay algún principio o punto concreto en el que puedan concentrarse más
eficazmente los libertarios? Veamos y puede que acabemos encontrando
varios.

Una verdad sencilla que podría reiterarse continuamente y aplicarse


eficazmente a nueve de cada diez propuestas estatistas presentadas o
aprobadas ahora con tanta profusión, es que el gobierno no tiene nada que dar
a nadie si no lo toma primero de algún otro. En otras palabras, todos sus
planes de auxilio y subvención son solamente forma de robar a Pedro para
apoyar a Pablo.

Así que puede señalarse que el estado social moderno es simplemente una
disposición compleja por la cual nadie paga la educación e sus propios hijos,
pero todos pagan la educación de los hijos de todos los demás; por la cual
nadie paga sus propias facturas médicas, pero todos pagan las facturas
médicas de todos los demás; por el que nadie se organiza su seguridad para la
vejes, pero todos pagan por la seguridad para la vejes de los demás y así
sucesivamente. Bastiat, con una clarividencia sorprendente, exponía el carácter
ilusorio de todos estos planes sociales hace más de un siglo con este aforismo:
“El estado es la gran ficción por la que todos tratan de vivir a costa los demás”.

Otra forma de mostrar lo que está mal en todos los planes de desembolso
estatal es seguir señalando que no se puede conseguir un cuarto de una jarra
de una pinta. O, como los programas de desembolso estatal deben pagarse
todos a partir de impuestos, con cada nuevo plan propuesto, el libertario puede
preguntar: “¿En lugar de qué?” Así, si se propone gastar otros mil millones de
dólares en llevar un hombre a la luna o desarrollar un avión comercial
supersónico, podría señalarse que estos mil millones, obtenidos mediante
impuestos, no podrán atender un millones de necesidades o deseos personales
de los millones de contribuyentes de quienes se toman.

Por supuesto, algunos defensores de un poder y gastos gubernamentales


siempre mayores saben muy bien esto y como el profesor J. K. Galbraith, por
ejemplo, inventan la teoría de que los contribuyentes, si se les deja hacer lo
quieren, gastan el dinero que han ganado de una manera muy estúpida, en
todo tipo de trivialidades y tonterías y que solo los burócratas, tomándolo
previamente de ellos, saben cómo gastarlo sabiamente.

Conocer las consecuencias


Otro principio muy importante al que puede apelar constantemente el libertario
es pedir a los estatistas que consideren las consecuencias secundarias y a
largo plazo de sus propuestas en lugar de simplemente sus consecuencias
directas e inmediatas pretendidas. El estatista a veces admitirán bastante
libremente, por ejemplo, que no tienen nada para dar a nadie que no deban
tomar antes de otro. Admitirán que deben robar a Pedro para pagar a Pablo.
Pero su argumento es que solo están apropiándose de lo del rico Pedro para
sustentar al pobre Pablo. Como dijo una vez el presidente Johnson muy
francamente en un discurso del 15 de junio de 1964: “Vamos a tratar de tomar
todo el dinero que creemos que se gasta innecesariamente y tomarlo de ‘los
que tienen’ y dárselo a ‘los que no tienen’ y lo necesitan tanto”.

Quienes tengan la costumbre de considerar las consecuencias a largo plazo se


darán cuenta de que todos estos programas de compartir riqueza y garantizar
rentas deben reducir los incentivos en ambos extremos de la escala
económica. Deben reducir los incentivos tanto para los que ganan una renta
alta, pero descubren que se la quitan y los que son capaces de ganar al menos
una renta moderada, pero encuentran resueltas las necesidades de la vida sin
trabajar.

Esta consideración vital de los incentivos es casi sistemática ignorada en las


propuestas de agitadores a favor de para más y mayores planes sociales
públicos. Deberíamos estar todos correctamente preocupados por las penas de
los pobres y desafortunados. Pero la difícil pregunta en dos partes que debe
responder cualquier plan para aliviar la pobreza es: ¿Cómo podemos mitigar
los castigos del fracaso y la mala suerte sin socavar los incentivos para el
esfuerzo y el éxito? La mayoría de nuestros pretendidos reformistas y
humanitarios simplemente ignoran la segunda mitad de este problema. Y
cuando los que defendemos la libertad de empresa nos vemos obligados a
rechazar uno de estos engañosos planes “antipobreza” después de otro sobre
la base de que socavarían estos incentivos y a largo plazo producirían más mal
que bien, se nos acusa por los demagogos y los irreflexivos de ser
obstruccionistas “negativos” y despiadados. Pero el libertario debe tener la
fortaleza de no sentirse intimidado por esto.

Finalmente, el libertario que quiera darle duro a unos pocos principios


generales puede apelar repetidamente a las enormes ventajas de la libertad
comparadas con la coacción. Pero también tendrá influencia y realizará
apropiadamente su tarea solo si ha llegado a sus principios mediante un
estudio y pensamiento cuidadosos. “la gente común de Inglaterra”, escribió una
vez Adam Smith, “es muy celosa de sus libertad, pero como la gente común de
la mayoría de los demás países nunca ha entendido correctamente en qué
consiste”. Llegar al concepto y definición apropiados de la libertad es difícil, no
sencillo. Pero es un tema demasiado largo como para desarrollarlo más aquí.
Aspectos legales y políticos
Hasta hora, he hablado como si el estudio, pensamiento y argumentación
libertarios tuvieran que confinarse únicamente al campo de la economía. Pero,
por supuesto, la libertad no puede agrandarse o conservarse si no se entiende
su necesidad en muchos otros campos y más notablemente en el derecho y la
política.

Tenemos que preguntar, por ejemplo, si libertad, progreso económico y


estabilidad política pueden preservarse si continuamos permitir a la gente
auxiliada (la gente que está principal o solamente soportada por el gobierno y
vive a costa de los contribuyentes) ejercite la prestación. Los grandes liberales
del siglo XIX y principios del XX expresaban sus recelos más graves sobre este
punto. John Stuart Mill, escribiendo en su Gobierno representativo en 1861, no
se equivocaba: “Considero como requerido por los primeros principios que la
receta del socorro parroquial debería ser una descalificación perentoria de la
prestación. Quien no pueda conseguir con su trabajo para su propio sustento
no tiene derecho al privilegio de auxiliarse con el dinero de otros”. Y A. V.
Dicey, el eminente jurista británico, escribiendo en 1914, también planteaba la
pregunta de si era sensato permitir a los receptores de ayuda para los pobres
mantener el derecho a unirse a la elección de un miembro del Parlamento.

Una moneda decente y un fin de la inflación


Eso me lleva, finalmente, a un asunto más sobre el que todos los libertarios a
los que falta el tiempo o la base para un estudio especializado pueden
concentrarse eficazmente. Es en reclamar que el gobierno proporcione una
moneda decente y que deje de inflarla. El tema tiene la ventaja propia de que
puede hacer de forma clara y sencilla porque esencialmente es claro y sencillo.
Toda inflación es creación del gobierno. Toda inflación es el resultado de
aumentar la cantidad de dinero y crédito y el remedio es sencillamente detener
el aumento.

Si los libertarios pierden en el asunto de la inflación, se ven amenazados con


perder en todos los demás asuntos. Si los libertarios pudieran ganar el asunto
de la inflación, podrían acercarse a ganar en todo lo demás. Si pudieran tener
éxito en detener el aumento en la cantidad de dinero, sería porque podrían
detener los déficits crónicos que fuerzan este aumento. Si pudieran detener
estos déficits crónicos, sería porque habrían detenido en rápido incremento en
el gasto social y todos los planes socialistas que dependen del gasto social. Si
pudieran detener en aumento constante del gasto, podrían detener el aumento
constante del poder público.

La devaluación de la libra británica hace unos pocos meses, aunque pueda


sacudir todo el sistema mundial e divisas hasta sus cimientos, puede
indirectamente tener el efecto más largo de ayudar a la causa libertaria.
Expone como nunca antes la quiebra del estado del bienestar. Expone la
fragilidad y completa falta de fiabilidad de sistema monetario internacional el
papel-oro bajo el que ha estado funcionando el mundo durante los últimos
veinte años. Hay apenas una de entre el centenar o más de divisas en el Fondo
Monetario Internacional que no haya sido devaluada al menos una vez desde
que el FMI abrió sus puertas a los negocios. No hay una sola unidad monetaria
que no compre menos hoy que cuando empezó el fondo.

El dólar al que están ligadas prácticamente todas las demás divisas en el


sistema actual, tiene ahora el máximo peligro. Si se quiere conservar la
libertad, el mundo debe acabar volviendo a un sistema de patrón oro completo
en el que la unidad monetaria de todos los grandes países debe ser convertible
en oro a la vista, por cualquiera que la tenga, sin discriminación. Soy
consciente de que pueden señalarse algunos defectos técnicos en el patrón
oro, pero tiene una virtud que compensa con creces todos ellos. No está, como
el papel moneda, sometido a los caprichos cotidianos de los políticos, no puede
imprimirse ni manipularse de otra manera por los políticos, libera al tenedor
individual de esa forma de estafa o expropiación por los políticos, es una
salvaguarda esencial para la conservación, no solo del valor de la unidad
monetaria misma, sino de la libertad humana. Todo libertario debería apoyarlo.

Tengo unas últimas palabras. En cualquier campo en que se especialice o en


cualquier principio o tema que elija tomar partido, el libertario debe tomar
partido. No puede permitirse no hacer ni decir nada. Solo tengo que recordaros
la elocuente llamada a la batalla en la página final del gran libro de Ludwig von
Mises sobre Socialismo:

Todos llevamos una parte de la sociedad sobre nuestros hombros, nadie está dispensado
de sus parte de responsabilidad por otros. Y nadie puede encontrar una vía segura fuera
de sí mismo si la sociedad se encamina hacia la destrucción. Por tanto, todos, por su
propio interés, deben empeñarse con vigor en el debate intelectual. Nadie puede
quedarse a un lado con despreocupación: los intereses de todos dependen del resultado.
Lo elija o no, todo hombre está afectado por la lucha histórica real, la batalla decisiva en
la que nuestra época nos ha colocado.

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