Sie sind auf Seite 1von 1

CASO CLINICO 3

La señorita A es una mujer soltera de 21 años, con preparación técnica pero actualmente
desempleada. Proviene de una familia integrada por varios hermanos varones mayores y una
hermana menor. El único antecedente heredofamiliar de importancia es un familiar directo con
trastorno depresivo mayor. Embarazo planeado y deseado, sin complicaciones prenatales ni
perinatales. Tuvo un desarrollo psicobiológico normal. Su funcionamiento escolar fue bueno,
aunque con grandes dificultades para integrarse en los grupos. Prácticamente no tuvo
amistades, debido a sentimientos de minusvalía y sentimientos de ser rechazada. Trabajó
como promotora, supervisora y como encargada de negocios pequeños. La paciente fue
sumamente responsable tanto en su hogar, como en la escuela y trabajo. Siempre se ha
preocupado y responsabilizado del bienestar de su familia. Actualmente tiene su propio
negocio, que no atiende debido a su padecimiento.
Hace 10 años, cuando la señorita A tenía 17 años, curó a su madre de una mordedura de perro
durante dos meses, haciéndose cargo de ella con gran responsabilidad. Fue en esa época que
al ver a los perros “temía contaminarse con su saliva y contagiarse de rabia”. Se lavaba las
manos repetidamente, incluso con alcohol y cloro. Después de un año, su temor cambió al de
contraer SIDA. Evitaba tratar a personas desconocidas por miedo a esa enfermedad. No se
sentaba en el lugar de otras personas por miedo a contagiarse. Llamaba a TELSIDA solicitando
información, pero se negaba a realizarse la prueba por miedo a que la aguja que utilizaran
estuviera contaminada. A los 19 años estos temores desaparecieron.
Hace un año, contando con 26 años, la señorita A atravesó por situaciones difíciles: tuvo un
accidente en el que se lastimó un tobillo, un familiar fue asaltado, y ocurrió un robo en su
negocio. La señorita A empezó a asociar estos eventos con el uso de la sal, pensaba que: “en
esos días había utilizado el salero y no se había lavado las manos”. Empezó a evitar a las
personas y objetos que ella consideraba habían tocado sal. Cuando se sentía “contaminada” se
lavaba las manos de manera determinada y en ocasiones se bañaba e incluso también lavaba
su ropa. Si tocaba la sal, no solamente podían sucederle desgracias a ella, sino también a su
familia, pues se convertía en portadora de la mala suerte. Desde entonces el miedo hacia la sal
fue aumentado gradualmente: hasta el simple hecho de nombrarla o escribir su nombre, le
generaba miedo y aunque podía ingerir alimentos con sal, evitaba los que la contenían en
exceso y tenía que lavarse manos y dientes para neutralizar el efecto de la mala suerte.
Siempre se lavaba tres veces, pues “el uno y el dos son números de Dios” y no debía
“mancharlos”. También lavaba su oreja cuando utilizaba el teléfono después de que otra
persona lo había usado, pues si no lo hacía sin duda recibiría malas noticias. Dice haber
comprobado el efecto nocivo de la sal, debido a que siempre que la tocaba le sucedían
desgracias “Quería pensar que no pasaba nada, pero me pasó muchas veces”. La paciente fue
perdiendo interés en su trabajo y posteriormente en sus actividades, conciliaba con dificultad el
sueño, disminuyó su apetito, perdió cerca de 10 kilogramos, sintiéndose cansada y
desesperanzada todo el día. Ha llegado a tener ideación suicida, motivo por el que buscó
ayuda especializada.
Se practicaron mapeo cerebral y resonancia magnética de resultado normal.
Recibió tratamiento con fluoxetina 80 mg al día y clonazepam 2.5 mg al día

Das könnte Ihnen auch gefallen