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John F. Galindo
LADO A
Canciones tristes para animales muertos
impenetrables
y va taponando de a poco
la inverosímil gramática de la niñez
Hay recuerdos
de ciudades que arden
y es doloroso y cotidiano
recordar
pero todos hablan de lo mismo
que corre
y llora
Abajo
Hace calor
y hasta mi cama vienen
las hormigas que devoran mi carne
poco a poco se han llevado gran parte de mí
me miran con esos rojos de niño lindo
con un sentimiento parecido a la locura
como una enfermedad
como miraría un brazo roto de poder mirar
La tarde no ofrece otros distractores
otras opciones
más que las de echarse y ver pasar las sombras
sobre los techos de zinc
adornados por años de balones
por lluvias convulsas
por tormentitas tristes
confundidas con universales charcos
Repito acalorado
un poema viejo que siempre he sabido
sobre un hijo lento que acariciaba
la libertad como una llave
a veces los poemas hablan de nosotros
sin querer
así son
vecinos indiscretos de la vida
Pienso en la radio y en el cuerpo
que se desgasta a una frecuencia modulada
Las hormigas son ahora
un camino afilado sobre mi piel
un nuevo viejo poema sobre mí
un poema imaginado sobre los restos de la tarde
Y sin embargo,
bien pudiera morirme aquí y ahora
en el diminuto balcón del cuarto de mi hermana
mi enemiga vista desde abajo
la que hasta hace unas horas sólo fue un recuerdo
Dejar entonces que la tarde me sacuda
me deje limpio
me penetre
con ese brazo fuerte que no tengo
Auxilio
Hambre
Derrota
Seres de otra galaxia
Noche
resguardo de todas las guerras perdidas
en la historia de los hombres
somos tú
la música
esa derrota
Por dónde caminas y qué tontas canciones cantas
en qué estante ponerte
qué hacer con el dolor que se convierte en branquias
las pantallas muestran un clavijero con un ojo enorme entre sus cuerdas
un parque en donde novias extraviadas hablan de la pureza del cilantro
de que la clave del éxito es gritar éxito ante el espejo diariamente
hasta el cansancio
y el sábado nuevamente desempolvan sus mejores miedos
y salen a bailar descalzas
y sus pintarrajeados labios de ninfas seductoras
besarán las cenizas de lo que siempre queda
bailarán con los tipos que leen
y fumarán hierbas tendenciosas
hasta el amanecer
cuando regresarán a sus casas cargadas de dolores
Y también canté:
esa vieja balada que suena a veces en la radio
que es un poema apuntillado al suelo raso
un poema patasarriba
malo
perfumado con la humedad de los cuerpos de allá abajo
el pan de cada día
la zozobra
de todo
Ni siquiera la música puede ligar la voluntad de los hombres
que bailan ebrios al borde del acantilado
que bautizan licores eternos con la piel de su saliva
o que escupen al viento uno o cien poemas cada hora
restos de placer para una nueva tormenta
Pero no más
y nadie dice No
porque quien canta sueña
construye un edifico alto
desde donde salta este poema moribundo
Después de todo
quién sino la música para fundar ciudades
para enterrar adioses
para guiar al viento
que nos devuelve- poco a poco- a la tierra
la misma que se enreda entre las uñas del poema viejo
sobre la que nace el cultivo y el gusano
Amanece:
y nuestras vecinas van al mercado
en pijamas de todos los colores
vasos de leche
panes duros
noticieros
Hay una frontera hermosa entre sueño y sueño
una playa sin gaviotas sin arena
una amante vieja de senos dolorosos
que rema ebria a través de la ciudad
Una verdad a medias en las canciones de las olas
y me cura
y me sonríe
Es terrible saltar por primera vez
desde el acantilado inútil de uno mismo
un vacío imaginado
un abismo en la cuenca muerta de los ojos. Yo sé.
Remacharemos la obviedad
en las canciones tristes que hablan de nosotros
el rabo de la muerte comienza a destellar
su punta imperceptible
–ira del viento en la cortina–
También se asoman
los vecinos de la esquina
el pocillo del café
la vieja escoba
Y lo hacen sólo
por vernos saltar
Es así, yo lo sé
En un bar, en pleno centro de Madrid, un inglés me habló
de las lejanas playas de un país impronunciable
me ofreció cerveza a gritos por encima de las voces y las canciones de todos
Playas impronunciables a donde nunca iré
Su español se hizo amigable al pasar la noche
y mi inglés de barrio se hizo digno de la realeza
después vino un abrazo
otra cerveza
algunas lágrimas y la noche se fue
con las manos en los bolsillos para dar una impresión peligrosa
un feedback
contra quien alguna vez fuera ése que ahora soy
esta sonrisita imbécil
una enfermedad que habla
la quijada larga de la baba que corre como río
y llega al vaso que bebo nuevamente
Una pantalla en la que corren los créditos finales
esperar una guerra en la esquina antes de morder el polvo
hacerse viejo entre canales
entre la ropa interior de las primeras damas
imágenes en blanco y negro de las niñas despeinadas
de los sentimientos malvados de quienes hornean el pan
y lo dejan quemar en las puertas del amor
Un hombre viejo fuma y silba una bella canción que no recuerdo
dobla la esquina de mi calle y viene hacia mí
su rostro es un espejo que se guarda debajo de la lengua
y su tono el mismo de la madre que no llega
Ay de mí que me reconozco en todos por las tardes
que de a poco oscurezco y me desvelo
que siento pesar por quienes pesan
que me sangra la nariz cuando me leo
que sufro de calambres en la voz
que rejuvenezco cuando miento y cuando muero
pesadilla-sueño-otro mal día
Me consuelo con el color exacto
con el subtitulo adecuado
con la canción final que tristemente el mar adula
como si mi consuelo fuera un poema que viene de turista
cargado de maletas hacia mí
lo repito -algunas veces-puedo ver el mar
el fondo de ese mar y la luz que se proyecta
disminuida como todas las historias escritas hasta ahora
hasta aquí
y hasta aquí también
Recuerdos de niños que juegan a las escondidas
y que nadie encuentra
nunca
ni tú
ni yo
ni esta última canción que se funde en negro