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La Segunda Guerra Mundial: origen y desarrollo

Introducción

La década de 1930 fue un periodo de intranquilidad y zozobra para gran parte del
globo: a la caótica situación económica que se había originado por el crack de
1929, se sumaba la presencia de gobiernos totalitarios, ante los cuales las
democracias europeas, debilitadas en extremo por la crisis económica y la
desesperada búsqueda de paz para evitar otro conflicto como el de 1914-1919, no
pudieron hacer nada sino realizar concesiones. En poco menos de una década, y
luego de un periodo de aparente prosperidad, el mundo estaba en el umbral de un
nuevo enfrentamiento que superaría trágicamente al anterior en cuanto a
capacidad de destrucción.
El potencial de destrucción que exhibió la Segunda Guerra Mundial no está
referido únicamente a las nuevas armas, que las hubo en mayor cantidad y más
destructivas (como ocurrió con la bomba atómica), sino a la eliminación de grupos
humanos específicos, como fue el caso de los judíos. Marginados durante siglos,
la población judía fue condenada al exterminio por las doctrinas racistas de Hitler y
de los nazis que se encargaron de llevar adelante esta macabra tarea.

Las anexiones alemanas

Los nazis creían firmemente en la teoría del “espacio vital” (Lebensraum), creado
por el geógrafo alemán Ratzel, y que consistía en la anexión de territorios con el
propósito de alcanzar el desarrollo de un país así como el retorno de territorios de
habla alemana situados en otros Estados. De modo similar, Mussolini pregonaba
la necesidad de una zona de influencia en el Mediterráneo para así poder recobrar
el prestigio del antiguo Imperio romano. Los japoneses, por otro lado, sostenían
que su “espacio vital” debía comprender las costas asiáticas, por lo que crearon el
estado satélite de Manchukuo en territorio chino.

Esta ideología se sumó al programa económico del Eje (especialmente de


Alemania) para reactivar la industria nacional mediante la fabricación de
armamento a la vez que incrementara la producción de bienes de consumo
mediante una reglamentación de las jornadas laborales y de los salarios.
Contraviniendo abiertamente el Tratado de Versalles de 1919, Hitler ordenó el
rearme y los gastos en material bélico se incrementaron de cuatro a dieciocho mil
millones de marcos entre 1934 y 1938.

Con este soporte militar, Hitler comenzó su carrera expansionista con la Anschluss
(incorporación de Austria) en 1938, donde realizó un plebiscito que legalizó la
anexión. Siguiendo con su plan de conquista del “espacio vital”, demandó los
Sudetes, un espacio checoslovaco habitado por tres millones de alemanes. Una
vez ocupado el país checo, Hitler aumentó sus exigencias al corredor de Danzig,
en territorio polaco. La negativa del gobierno polaco a ceder su soberanía y la
firma del pacto de no agresión entre Rusia y Alemania el 24 de agosto de 1939
sellaron la suerte de Polonia, que sería invadida una semana después.

El “espacio vital” de acuerdo a Hitler

Ninguna nación de la tierra posee un solo metro cuadrado de territorio concedido


por el cielo. Las fronteras se trazan y se modifican solo de acuerdo con la voluntad
humana. El hecho de que una nación consiga adjudicarse un territorio que no le
pertenecía no es ninguna razón para respetarla; prueba, sencillamente, el poder
del vencedor y la debilidad de los perdedores. Este poder es la única cosa que da
derecho a la posesión […].
Hitler, 1927.

La debilidad internacional frente al avance de Hitler

No se puede entender cómo el fascismo se extendió militarmente en menos de


una década sin analizar la actitud de Francia e Inglaterra y de los ministros que
negociaron con los líderes del Eje, Edouard Daladier y Neville Chamberlain,
respectivamente. Pero más allá de las iniciativas personales de estos funcionarios,
se debe indicar que ninguno de estos dos países deseaba la guerra puesto que su
situación política, militar y económica no les permitía enfrentar un conflicto
internacional.

La Sociedad de Naciones, creada en 1919 con el propósito de garantizar la paz


entre los Estados, nada pudo hacer para contener el expansionismo fascista. Es
más, las sanciones que le fueron impuestas a Japón por invadir China (1931) y a
Italia por ocupar Etiopía (1935), lo único que lograron fue que estos países
estrecharan sus vínculos mediante una serie de pactos y alianzas, como el Eje
Roma-Berlín (1936) entre Italia y Alemania, y el Pacto Antikomintern (1936) entre
Japón y Alemania. Hitler seguiría un camino similar retirándose de la Sociedad de
Naciones en 1935 y dando inicio a una carrera armamentista que llevaría a los
eventos de 1939-1945.

El reclamo de los Sudetes, y el pedido de ayuda del gobierno checo a Francia a


Inglaterra, condujeron a celebrar la Conferencia de Múnich (setiembre de 1938)
para decidir no solo la suerte de Checoslovaquia sino de Europa. Reunidos
Chamberlain, Daladier, Mussolini y Hitler, convinieron en aceptar la ocupación
alemana de Checoslovaquia en las zonas de habla germana. Paradójicamente, se
creyó que Hitler cumpliría su compromiso de no invadir otros países, y que la
Conferencia había asegurado la “paz para nuestro siglo”, cuando un año después
se desencadenaría un conflicto de proporciones inimaginables.
La ofensiva del Eje (1939-1941)

El 1 de setiembre de 1939 Alemania invadió Polonia pretextando agresiones hacia


los soldados germanos. La heroica resistencia polaca nada pudo hacer frente a la
Blitzkrieg del Tercer Reich y capituló en tres semanas. Cumpliendo el pacto
firmado semanas atrás, Polonia fue dividida entre Rusia y Alemania. Entre abril y
mayo de 1940 el ejército alemán, la Wehrmacht, ocupó Dinamarca, Noruega,
Bélgica y Holanda, mientras una desorganizada resistencia franco-británica
trataba de escapar
a la derrota total en
las playas de
Dunkerke.

Animado por la
victoria, el Führer
ordenó la invasión
de Francia por el
norte, lo que cogió
desprevenidos a
los estrategas
franceses, que
esperaban un
ataque por el centro. Ante el avance germano, el gobierno francés huyó de París
dejando libre el camino para su ocupación el 14 de junio de 1940. Se procedió a
dividir el territorio en dos gobiernos: el del norte, bajo ocupación alemana, y el del
sur, la Francia de Vichy, a cargo del mariscal Phillipe Pétain, con una relativa
independencia. Poco después, Hitler intentó infructuosamente doblegar a
Inglaterra mediante un intenso bombardeo aéreo.

Asegurado el frente occidental, Hitler decidió la invasión de Rusia mediante la


Operación Barbarroja (junio de 1941) pues requería de recursos soviéticos como
alimentos, minerales y petróleo. Durante los siguientes cinco meses, la
Wehrmacht avanzó hasta Moscú y Leningrado, pero una desesperada
contraofensiva rusa y el crudo invierno paralizaron el avance alemán provocando
una serie de derrotas que marcarían el inicio del fin del Tercer Reich. Por esos
meses, Italia realizaba incursiones militares sin mayor éxito mientras Japón
atacaba la base norteamericana de Pearl Harbour (7 de diciembre de 1941)
provocando la entrada de Estados Unidos en el conflicto.

La contraofensiva aliada (1942-1945)

Tras haber perdido la iniciativa y haberse prolongado inesperadamente la invasión


a Rusia, Stalin recompuso el Ejército Rojo a cargo del general Zhukov. El ataque
ruso se inició en noviembre de 1942 con tal éxito que cercó al ejército alemán
compuesto por 220 mil soldados en Stalingrado. La imposibilidad de entregar
suministros a las tropas alemanas disminuyó la capacidad de combate de éstas,
hasta su rendición en febrero de 1943. Desde ahí, se produjo el repliegue de las
restantes tropas alemanas y el avance ruso hasta Berlín.

La necesidad de abrir un segundo frente, llevó a los aliados (incluyendo a


Norteamericana) a combatir en el norte de África contra el general alemán
Rommel y preparar la invasión de Italia (mediados de 1943). Esta se dio con el
desembarco en Sicilia y la ocupación de la península italiana; ante la noticia del
avance aliado, el Gran Consejo fascista depuso a Mussolini, y se preparó para
negociar la paz.

Un tercer frente se abrió con el desembarco en Normandía o Día D (6 de junio de


1944) bajo el mando del general Dwight Eisenhower. Asediados por ambos
frentes, Alemania contraatacó con las bombas V1 y V2 a Inglaterra, pensando que
esto revertiría el curso de la guerra. Pero con un poderío reducido a su mínima
expresión, Hitler solo esperaba resistir hasta la derrota definitiva. En el Océano
Pacífico, se logró frenar el avance nipón, destruir la flota enemiga y ocupar
Filipinas (octubre de 1944). Pero la resistencia japonesa y el uso intensivo de
pilotos suicidas convencieron a Roosevelt de emplear una nueva arma: la bomba
atómica.

El fin del Eje

La derrota del Eje comenzó en Italia, donde luego de un fugaz retorno al poder por
obra de Hitler (quien estableció la República de Salo al norte de Italia), Mussolini
no pudo hacer frente al avance aliado desde el sur ni evitar la entrada a Roma en
junio de 1944. Casi al finalizar la guerra, Mussolini sería ajusticiado por
combatientes italianos (28 de abril de 1945).

En Alemania la situación no era diferente, puesto que rusos y aliados avanzaban


sobre Berlín desde los frentes oriental y occidental. Aislada en Berlín y en otras
ciudades alemanas, la
Wehrmacht era una sombra
de su antiguo poderío.
Entretanto, Hitler se había
refugiado en su búnker,
donde pasó sus últimos
días junto a su amante Eva
Braun con quien se
desposó y con quien se
suicidaría al ver que todo
estaba perdido (30 de mayo
de 1945), no sin antes dar
la orden de “tierra arrasada”
que implicaba la destrucción de Alemania. Su sucesor, el almirante Doenitz, firmó
la rendición incondicional el 2 de mayo de 1945.

El proyecto de construcción de la bomba atómica estaba entre los planes


norteamericanos desde 1942, y era conocido como “Proyecto Manhattan”, estando
a cargo de los físicos Enrico Fermi y Robert Oppenheimer. En julio de 1945 las
bombas estaban listas para su lanzamiento, el que se produjo poco después en
las ciudades de Hiroshima (6 de agosto) y Nagasaki (9 de agosto). El resultado fue
inmediato y Japón firmó la rendición incondicional el 2 de setiembre de 1945,
poniendo fin a seis años de conflicto.

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