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Por JBS
Fundamentación
Ante los cambios acelerados de conocimiento y la diversidad de paradigmas, se
requiere de profesionales competentes que den respuesta a los problemas de una
realidad compleja y dinámica; que adopten una actitud reflexiva y crítica con
respecto a la realidad educativa y que posean idoneidad técnico-profesional para
investigar científicamente esa realidad y transformarla creativamente.
Se necesita también de profesionales que se asuman como pensadores, es decir
como sostiene Paulo Freire, que "realicen la tarea permanente de estructurar la
realidad, de preguntarle y preguntarse sobre lo cotidiano y evidente, tarea
ineludible para todo trabajador social." (1)
Considero que los especialistas de la educación deben comprometerse como
investigadores de su propia práctica y reflexionar críticamente acerca de la misma
para mejorarla, a través del contraste, el diálogo, el debate, la deliberación y la
experiencia compartida sobre prácticas pedagógicas habituales.
Por otra parte, se hace indispensable para aprender a investigar, tener una
experiencia directa con la problemática a estudiar, cuyas conclusiones superen la
mera recolección de información. Para ello, es fundamental introducir las
herramientas de investigación en el estudio de situaciones cotidianas, para un
posterior análisis teórico-reflexivo y la implementación de estrategias superadoras
de esas prácticas.
Para finalizar, creo que es necesario propiciar, organizar e implementar un espacio
de promoción, investigación y desarrollo, como acciones continuas y sistemáticas
en el marco de la formación de investigadores de la educación.
1.¿Qué es investigar?
Características del conocimiento científico.
Ø El investigador (como en todas las ciencias sociales) forma parte del objeto de
estudio que investiga. Esto produce que no pueda mantenerse neutral y ajeno a la
problemática educativa que investiga, lo cual no implica que deba abandonar la
necesidad de ser lo más objetivo posible.
Conclusión
La Investigación Educativa presenta una serie de características particulares. La
multiplicidad de los objetivos y fines que pretende, la singularidad de los fenómenos
que estudia y la pluralidad de los métodos que emplea son dimensiones que le
otorgan especificidad propia a la vez que hacen más compleja y ardua su
descripción y estudio.
Considero que el método es un modo de abordar los problemas, siendo la
naturaleza del objeto a estudiar, la que hace recomendables posibles métodos y
técnicas específicas. El deseo de utilizar un solo método para el estudio de todos los
fenómenos, tanto naturales como sociales, es sólo eso, un simple deseo.
La realidad educativa es dinámica, interactiva y compleja, está conformada por
aspectos éticos, morales, políticos y sociales que se prestan más a su examen
desde planteos humanístico-interpretativos (sin que ello implique el abandono de
técnicas e instrumentos de carácter cuantitativo).
Por este motivo, aumenta el riesgo de imprecisión y subjetividad en las
investigaciones, sin que por ello debamos renunciar a ellas.
Son notorios los obstáculos metodológicos con que choca la Investigación
Educativa, pero, como afirma Alfredo Errandonea (6), debemos tener en cuenta que
las diferentes técnicas de investigación, tanto cuantitativas, como cualitativas
tienen disímiles capacidades y restricciones y, justamente, ese diferente
equipamiento que poseen debe complementarse para favorecer las necesidades de
la investigación de acuerdo a sus objetivos, al área y al problema a investigar.
La Filosofía de la Educación
como Saber Filosófico
Enrique Martínez
Universidad Virtual Santo Tomás (Barcelona)
1. El saber filosófico
Una vez diferenciadas las ciencias en sus géneros por sus fines, hay que
distinguirlas ahora en sus especies por sus objetos. [10] El objeto del que trata una
ciencia puede considerarse material o formalmente. Los nombres que tienen las
diferentes ciencias suelen designar el objeto material del que tratan; así, por
ejemplo, la Biología se ocupa de los seres vivos, la Geología de la Tierra, mientras
que las costumbres son estudiadas por la Ética. Pero dicho objeto material no
define; por ello, varias ciencias pueden ocuparse desde perspectivas diferentes del
mismo objeto, o una misma ciencia puede abordar asuntos diversos. De este modo,
las costumbres humanas son estudiadas tanto por la Historia, como por la
Sociología, como por la Ética; y no por ello nos encontramos ante la misma ciencia.
La Ética, por su parte, puede hablar de la moralidad tanto de los actos políticos,
como de los médicos, como de los periodísticos, por ejemplo, sin que eso signifique
que haya tantas ciencias éticas específicamente distintas como casos particulares
nos vayamos encontrando.
La abstracción del objeto formal admite diversos grados, según se profundice más o
menos la formalidad concebida. Así, el más penetrante es aquel en el que se
considera la razón formal de la entidad, resultando el concepto de ente en cuanto
ente, que estudia la Metafísica. De menor abstracción es aquel que considera la
razón formal de la cantidad, obteniéndose el concepto de ente quanto; la ciencia
que se ocupa de él es la Matemática. La razón de la mutabilidad es aún menos
abstracta en lo formal; con ella tenemos el concepto de ente móvil, del que se
ocupa la Filosofía de la Naturaleza, y que hay que diferenciar de aquellas disciplinas
que no alcanzan la formalidad de la mutabilidad.
Por su parte, las ciencias prácticas encuentran su objeto formal en la razón por la
que el acto se ordena al fin correspondiente. Los actos humanos constituyen el
objeto material de todas estas ciencias, coincidiendo así con la Psicología racional,
parte de la Filosofía de la Naturaleza. Sin embargo, la Ética estudia estos actos en
su ordenación al fin propio de la naturaleza humana, esto es, bajo la razón
de moralidad; y es que un acto es bueno o malo moralmente en la medida en que
se corresponde con el fin del hombre: "Las acciones humanas, y las otras cosas
cuya bondad depende de otra, tienen razón de bondad que procede del fin del que
dependen". [12] Por otro lado, las diversas artes estudian los actos humanos bajo
la razón formal de su ordenación a la obra que buscan producir; tenemos entonces
tantas formalidades artísticas y artes como obras: la Arquitectura -o arte de
la edificabilidad- para la construcción de viviendas, la Medicina -o arte de
la sanabilidad- para la curación, etc.
2. El saber pedagógico
Por todo lo anterior nos encontramos ya preparados para definir y diferenciar las
ciencias que se ocupan del hecho educativo. Éste, evidentemente, pertenece al
ámbito de lo práctico, de lo agible. La disciplina o disciplinas que se interesen por la
educación en cuanto tal serán, pues, ciencias prácticas y no especulativas; es decir,
no sólo investigarán qué sea la educación sino que pretenderán que la educación se
lleve a efecto.
No hay que confundir, sin embargo, el saber científico acerca de la educación con
un saber particular. Como dijimos al distinguir la Ética de la prudencia, aunque toda
ciencia práctica sea un saber ordenado a la acción, tiene como acto propio un
conocimiento de dicho orden por sus causas; por eso es especulativo-práctico. Por
el contrario, el saber práctico particular está ordenado a una acción concreta a
realizar hic et nunc, aquí y ahora; de ahí que sea práctico-práctico. El teórico de la
educación puede no saber enseñar a un grupo de niños de cinco años, ante el que
se desenvuelve con perfecta soltura un maestro de aquilatada experiencia; de
nuevo hay que recordar que el mejor conocimiento práctico es el más cercano a la
acción, esto es, a lo particular.
Hay que advertir, sin embargo, que virtud se dice en varios sentidos. En efecto, la
virtud propiamente dicha es la moral, siendo la intelectual virtud
relativamente. [15] Y si esto sucede con la virtud, también con la educación, que
existe en función de aquélla; así será más educación ayudar al educando a
formarse moral que intelectualmente. Educación es, por tanto, un concepto análogo
fundamentado en los diferentes sentidos de virtud, siendo el primer analogado el
que significa la formación moral.
Esta diversificación no quita valor a los nombres dados anteriormente para todas
estas ciencias en común, aunque habrá que entenderlos entonces como términos
análogos, igual que los de ciencia o de filosofía. De este modo, el de Filosofía de la
educación convendrá sobre todo a la Pedagogía moral, que se da en el ámbito de la
asimismo llamada Filosofía moral, lo que no impide que también se use para la
Pedagogía especulativa y la técnica. A la hora, entonces, de escoger una expresión
para referirnos habitualmente al saber sobre la educación lo haremos tomando la
más rica y sugerente, pues "la denominación se toma de lo mejor"; [16] y ésta
será la de Filosofía de la educación.
Por todo ello, afirmamos que el saber pedagógico no es una parte subjetiva de la
Ética, pues difieren en el grado de formalidad, pero tampoco una parte potencial, al
convenir proporcionalmente ambas formalidades. [17] Dicho saber no queda de
este modo fuera de la Filosofía moral, sino que es una de sus partes
integrales. Éstas son, según define el Aquinate, "aquellos elementos necesarios
para el acto perfecto de la misma"; [18] y la educación es ciertamente
imprescindible para la vida moral, pues "en las cosas que caen bajo el ámbito de la
prudencia, nadie se basta a sí mismo".[19] Por eso Santo Tomás considera que es
parte integral de la prudencia la virtud educativa del maestro: "La prudencia, que
es preceptiva, parece propia más bien de los maestros, llamados también
preceptores". [20] Y también la docilidad del discípulo: "Se da también, como
hemos probado, en los súbditos a cuya prudencia corresponde la docilidad". [21]
Con todo lo anterior tenemos ya mucho ganado para nuestra reflexión sobre la
relación de la Filosofía de la educación y la Lógica. Cuando el fin de la educación no
es la virtud moral sino la intelectual especulativa, entonces dijimos que el saber
pedagógico pasa a integrarse en la llamada por Santo Tomás Filosofía racional, esto
es, en la Lógica. Ésta ordena los actos cognoscitivos en aras a conocer la verdad;
por ello, aun siendo un arte dado su carácter práctico productivo, es por su
finalidad teorética un arte especulativo o liberal.
La Pedagogía especulativa trata de ordenar los actos del educador para ayudar al
educando, nuevamente, en su indigencia. En la medida en que no sea capaz de
aprender por sí mismo -inventio-, se hace necesario recibir el auxilio -disciplina- del
maestro. [22] Nos volvemos a encontrar con un saber subordinado a otro,
necesario el primero para la perfecta realización del segundo. Y la formalidad bajo
la que ordenan los conocimientos no es exactamente la misma, pues dirigir la razón
hasta el conocimiento de la verdad difiere del prepararla hasta poder buscar por sí
misma aquella verdad. Mas no son tampoco del todo diferentes, y así no se dice
que enseñe quien conduce a otro por el error, del mismo modo que no es virtud
intelectual el conocimiento falso. [23] Se trata, de nuevo, de una parte integral,
no subjetiva ni potencial, del arte especulativo de la Lógica.
Del mismo modo que nos sucedió con anterioridad, nos encontramos ante un saber
que se subordina a otro y que se requiere para la perfecta realización del segundo.
Y tampoco dirigir la razón hasta la producción de una obra es lo mismo que
perfecccionarla hasta la autonomía en la virtud artística; el arte y la Pedagogía
técnica no trabajan bajo la misma formalidad. Ésta, no obstante, no es del todo
diferente; en efecto, no enseña a conducir quien asegura a su alumno que debe
cambiar de marcha sin pisar el embrague, pero sí, volviendo a un ejemplo
anterior, enseña a robar adiestrando en la técnica del hurto -aunque no lo
esté educando-.
8. El arte de educar
Está claro que el saber pedagógico que forma parte de la Lógica o de un arte
productivo puede ser considerado, en ambos casos, como un arte; y ello no por la
consideración de su materialidad, es decir, en tanto que el saber pedagógico busca
ordenar algo exterior al maestro, sino por la consideración del fin, que es servir de
ayuda al arte de la Lógica o a un arte productivo. Por ello, el saber pedagógico
ordenado a la enseñanza de la verdad especulativa es un arte según su
materialidad, mas un arte especulativo y liberal según su formalidad, del mismo
modo que la Lógica.
La Pedagogía especulativa, por otro lado, es un arte en tanto que saber productor
de razonamientos; y de este modo está también claro que la Pedagogía moral no es
arte, pues no pretende tanto llegar a conclusiones verdaderas cuanto lograr la
práctica del bien. Puede ser que, también de modo accidental, se requiera
demostrar al educando alguna verdad para desde ella fundamentar su educación
moral; por ejemplo, razonar la existencia y obligatoriedad de la ley natural.
Tampoco esto convierte a la Pedagogía moral en arte especulativo, sino al revés.
Ahora bien, la Pedagogía moral necesita ordenar la acción que el maestro dirige al
educando, y ello implica la exterioridad propia de los actos ordenados por las artes.
Luego podemos afirmar que en este sentido, y sólo en éste, conviene a la
Pedagogía moral la razón de arte.
Tenemos, pues, que el saber pedagógico que pretende educar en la práctica del
bien es, en cierto modo, un arte; aunque sólo en su consideración material, en la
medida en que requiere una acción del maestro sobre el educando. Dicha acción
debe alcanzar su objeto, que es precisamente el sujeto a educar, mas debe hacerlo
promoviendo en él la virtud. En el primer sentido, que es el material, la acción debe
ser convenientemente ordenada para que llegue de un modo eficaz al educando, y
ello es lo propio del arte de educar; en el segundo sentido, sin embargo, que es el
formal, la acción debe ser convenientemente ordenada para que no promueva otra
cosa que la virtud, y ello es lo propio de la Pedagogía moral.
Tres razones nos mueven a optar por una diferenciación entre ambos saberes. En
primer lugar, que una acción educativa puede ser calificada tanto moral como
técnicamente; así, el que enseña correctamente a robar decimos que no educa,
pero sí que lo hace con destreza. La perfección moral y la perfección técnica del
acto educativo pueden, pues, darse por separado, y eso es propio de actos
distintos. [31] El arte educativo implica ciertamente una moralidad, ya que todo
arte es un acto voluntario y todo acto voluntario es moral; [32] y así sucede al
curar, edificar o conducir. Ahora bien, no lo esper se, dado que las artes no se
ordenan esencialmente a un fin moral: "Esa es la razón de que se alabe más al
artista que realiza mal la obra queriendo que al que le ocurre lo mismo sin
querer". [33] Por eso no podemos confundir la moralidad del arte educativo con la
de la Pedagogía moral la cual, como ya dijimos, sí está per se ordenada a un fin
moral. Y por todo ello ambos saberes los podemos ver perfectamente diferenciados.
En segundo lugar, que la significación del arte educativo sirve, además, para los
otros saberes pedagógicos. Esto es así porque decir que enseñar supone una acción
del maestro sobre el educando implica ponerse en la perspectiva de lo que
materialmente define a la educación. Y es en lo material en lo que coinciden las tres
ciencias educativas. Sucede de modo semejante a la relación entre las Ciencias
naturales y la Filosofía de la Naturaleza, o entre la Lógica material y la formal, en
donde el objeto material es el mismo mas no la formalidad bajo la que era
considerado.
Y en tercer lugar, por encontrar en Santo Tomás una confirmación de que en una
misma acción pueden diferenciarse lo moral y lo artístico. Se trata de la cuestión
que dedica a las partes subjetivas de la prudencia, que es la recta razón de lo
agible; [34] cuando se pregunta si debe incluirse como especie de prudencia la
militar, plantea la objeción de que lo militar es un arte y no pertenece, por tanto, a
la prudencia. A ello responde lo siguiente: “Lo militar puede ser arte en cuanto
tiene ciertas reglas sobre el buen uso de determinados medios externos, por
ejemplo, armas, caballos, etc.; pero corresponde más a la prudencia en cuanto
ordenado al bien común”. [35] Y lo mismo podemos decir del saber educativo,
tanto particular como científico. Hay una virtud artística y una ciencia artística que
se ocupan de la ordenación de los aspectos materiales de la educación -libros,
signos, palabras, etc.-; el fin es que el educador alcance con su acción al educando,
y en esto radica la exterioridad de la acción. Así, enseñar a dirigirse a un grupo de
alumnos, a utilizar medios audiovisuales, a modular la voz, etc., es arte
pedagógico. Pero hay una prudencia y una ciencia moral que se ocupan de la
ordenación de los actos voluntarios del educando; en este caso el acto del
educando, aun su exterioridad, pasa a ser como una prolongación del acto del
educador.
La ya mencionada pérdida del sentido filosófico, sobre todo moral, del saber
educativo puede llevar a no diferenciar entre arte pedagógico y Filosofía de la
educación; el resultado es la reducción de la Pedagogía a una mera técnica, ajena a
cualquier interés moral, al conocimiento de la verdad o incluso a la adquisición de
destrezas. Lo de menos será entonces la virtud a adquirir por el educando,
quedando como único objeto de atención la metodología, a perfeccionar
indefinidamente: se editarán impecables libros de texto, se hará uso de medios
audiovisuales cada vez más sofisticados, se idearán complejos organigramas y
reglamentos para los centros educativos, etc., mas todo ello perdiendo poco a poco
de vista el verdadero fin, que es la virtud del educando.
1. Introducción general o temática
Se llama meta-física, porque va más allá de lo físico o sensible en cuanto tal, hacia el
interior del orden puramente inteligible de la realidad ("meta", significa más allá).
"Ciencia" es conocimiento por causas y, por lo tanto, cierto, universal innecesario.
Es un conocimiento en el cual conocemos el porque, porque hemos conocido la
causa, no una causa accidental o fortuita, sino una causa necesaria.
2. Desarrollo
Metafísica: La Ciencia Del Ente En Cuanto Ente: Si la metafísica es ciencia del ente,
lo que hemos de estudiar en la metafísica, es la causa del ente. Para ser más precisa
la definición de la metafísica, podemos decir que es la ciencia de los principios de la
causa del ente en cuanto ente. Pero, si los principios y la causa del ente en cuanto
ente han de ser, por ello, los más universales, podemos decir que, en metafísica,
estudiamos los más actos, últimos y universales principios o causas de todas las
cosas. Es por esto que la metafísica es llamada "filosofía primera": el conjunto de la
realidad cae bajo su mira. La metafísica estudia tanto la totalidad como la unidad
de todas las cosas. ¿Por qué la totalidad?, porque "el hecho de ser" afecta
absolutamente a todas las cosas. ¿Por qué la única cosa que se encuentra fuera del
ser? "el no-ser!: nada está fuera del alcance de la metafísica. ¿Y por qué la unidad?.
Porque todas las cosas tienen en común, lo que hace de todas ellas una, es el ser.
Las cosas diferentes en muchos aspectos, una cosa son exactamente la misma: en
que son, existen. Puesto que el Ser es lo que todas las cosas son, y la hace a todas
ella una, estudiamos la unidad de todos los seres. Esta es la visión metafísica: por
ello es el más alto saber natural. Esto lo convierte en el más difícil de los
conocimientos naturales, no por ser complicados, sino por ser el más comprensivo y
el más profundo.
3. Objeto De La Metafísica
Conviene hacer aquí una distinción, que nos será de utilidad, entre el objeto formal
y el objeto material de la metafísica. El segundo es un sujeto-materia(todas las
cosas), y el primero es el aspecto de este objeto material, considerado por la
metafísica; a saber, el aspecto del ser; tal es el punto de vista metafísico, como
distinto del de cualquier otra ciencia. La metafísica es la ciencia que estudia la
totalidad de las cosas bajo el aspecto y desde el punto de vista del ser: ¿Qué es
esto?, ¿De qué está hecho?, ¿Para qué es?, ¿Qué es lo que lo ha hecho llegar a
hacer?. Es útil tener presente cuando los niñosalcanzan el uso de razón, siempre
muestran una inclinación metafísica, porque formulan preguntas sobre el Ser de las
cosas: ¿Qué es esto, para qué es?...La primera tendencia del Ser Humano es la de
buscar el Ser de las cosas, porque el objeto natural de la inteligencia es el Ser. Esta
es la razón por la cual la metafísica es la ciencia natural del hombre, la ciencia
humana, la más congénita a la inteligencia. También es ésta la razón por la cual, si
la metafísica es rechazada, olvidada o despreciada, algo necesariamente debe fallar
en alguna parte: en la moral, en las costumbres, en el acercamiento a la vida...El
Catecismo de la doctrina está repleto de metafísica desde el principio hasta el fin.
Nuestra religión cristiana nos da la explicación última de cualquier cosa que
concierna al propósito de la vida humana, a Dios y a la moralidad. Todo ello se halla
exhaustivamente explicado por ella, ya que es eminentemente metafísica. La
simplicidad y profundidad de la fe cristiana (sobrenatural) es acompañada por la
simplicidad y profundidad de la metafísica (natural).
El Ente Es Analógico
El término "ente" es aplicado a todas las realidades, pero en el mismo sentido y en
parte en un sentido diferente. Este niño es un ente, esta mesa es un ente, Dios es un
ente. ¿Quiere esto decir que el niño, la mesa y Dios son exactamente lo mismo?
Evidentemente no: son muy diferentes el uno del otro; pero es cierto que cada uno
de ellos es un ente. Esto es muy revelador. El "ser" conviene a numerosas realidades
parcialmente en un mismo sentido, porque todas ellas son entes y, parcialmente, en
un sentido diferente, porque el ser de la mesa es completamente distinto del ser del
niño, el ser de una buena acción es completamente diferente del ser de una mala
acción. Esta característica del ente es llamada la analogía del ente. Cuando una
palabra es aplicada a muchas cosas siempre con el mismo sentido, se llama unívoca.
Por ejemplo, cuando decimos que Pedro es un hombre y Juan es un hombre,
estamos usando la palabra "hombre" exactamente en el mismo sentido: la
"humanidad" de Pedro es la misma que la "humanidad" de Juan; difieren éstos en
sus características individuales, pero en lo que concierne a su humanidad son
idénticos. Si un término, por otra parte, tiene a veces un significado y otras veces
uno completamente distinto, se denomina equívoco:: así, por ejemplo, "tabla"
puede significar una pieza de madera o la tabla de materias de un libro. Ahora bien,
existen palabras que no son ni unívocas ni equívocas, porque, cuando son aplicadas,
lo son parcialmente en el mismo sentido, y parcialmente, en sentido diferente. No
pueden ser llamadas equívocas, pues su significado es similar. Pero tampoco
pueden llamarse unívocas, ya que su sentido cambia en cierto modo. Por ejemplo, el
término "alegre" puede convenir a una sonrisa, aun pensamiento, a un paisaje, a
un color, pero, en parte, en el mismo sentido y, en parte, en sentidos distintos. Este
tipo de términos es llamado "analógico", a partir del término griego que significa
"proporción": los sujetos a los cuales conviene son iguales entre sí, pero sólo de
forma proporcionada: La "alegría" del paisaje es al paisaje lo que la "alegría"" de la
sonrisa es a la sonrisa; pero no son idénticas. Y el "ente" es el más analógico de
todos los términos. En particular, predicamos el ser de dos tipos de ente, dos tipos
de realidades en los cuales podemos clasificar a los entes ¿Cuáles son, entonces, las
clasificaciones últimas o categorías de los entes? Como ya hemos observado, lo
primero que advertimos cuando contemplamos la realidad es el cambio; y después
que no hay cambio sin algo que cambie. El cambio no puede existir solo y por sí
mismo: es algo que no cambia, inherente y perteneciente a la cosa. Denominamos a
lo que cambia el accidente y a lo que permanece a través del cambio sustancia.
Los accidentes no existen en sí mismos: aquello que soporta los accidentes es la
sustancia. Es ésta, así, la clasificación última del ente: podemos decir que el ente es
o sustancia o accidente. Y cuando predicamos el "ser" de ambos, ¿lo hacemos acaso
en idéntico sentido en los dos casos? No, porque el ser de sustancia es un ser en sí y
por sí, mientras que el ser del accidentes es un ser de la sustancia o en la sustancia.
Es en parte el mismo y en parte distinto, pues la sustancia es "en sí" y el accidente
es "en la sustancia". Ambos existen, pero de modo diferente. Es aquí donde mejor
se percibe la analogía del ente.
4. El Principio De No-Contradicción
El principio supremo de la metafísica es el principio de no-contradicción.
Recordemos: es imposible que algo sea y no sea en el mismo sentido y en el mismo
sujeto. Recordemos también las dos operaciones del intelecto: 1) la operación de
forjar un concepto; 2) la operación de afirmar o negar: juzgar o ajustar la propia
mente a la realidad. En la primera operación, la mente forma la noción del ente, sin
la cual ninguna otra cosa puede ser concebida (todos nuestros conceptos implican
el concepto de ente). Es ésta la primera moción que nos viene a la mente, y, ya que
la metafísica es la ciencia del ente, es, por ello, la tendencia más natural de la
inteligencia. No es que, en realidad, podamos recordar cuándo formamos nuestro
primer concepto. Pero somos capaces de reconstruir este proceso: podemos
descubrir que la primera idea era el "ente" contemplando todos nuestros conceptos,
y reconociendo que todos hemos accedido a ellos después de haber accedido a la
noción de ente; ella es parte de nuestra humanidad. No hay aquí diferencia alguna
de educación, cultura, talento o sexo: un ser humano se dirige natural y
espontáneamente hacia la noción de ente desde el momento mismo en que empieza
a conocer. Es éste, pues, en núcleo más profundo del ser humano: la búsqueda del
sentido de la existencia. Si la primera noción es el "ser", la segunda debe ser el "no-
ser". No es tampoco que podamos recordarla sino, de nuevo, que podamos
reconstruirla: diciendo "ser", nada es excluido, lo cual significa que la segunda idea,
después del ser, debe ser la "nada" o "no ser". Y la tercera idea debe ser la división,
pues confrontando ser y no ser; los dividimos: ser no es no-ser. Nos elevamos aquí a
la segunda operación de la mente juntamente con la noción de división, realizamos
el primer juicio, que es el principio de no contradicción (ser no es no-ser). "Noción"
es "operación primera", y "juicio" es "operación segunda". En este punto, hemos de
hacer la capital observación de que la contradicción es imposible porque la realidad
es así, no porque ésta sea nuestra manera de pensar: la contradicción es imposible,
no por ser impensable, sino porque no puede tener lugar en la realidad (la filosofía
moderna, sin embargo, sitúa a menudo el pensamiento por encima del ser). El
principio de no-contradicción es un juicio evidente, basado en la noción misma de
ser. No es un mero axioma de pensamiento sino arraigado y fundamentado en el
ser. Este principio es auto evidente para todos. Se eleva en la inteligencia de modo
natural como un efecto de la verdad misma, de la verdad de las cosas mismas, a
partir del conocimiento experimental de los términos del juicio. Estos términos son
"ser" y "no-ser", y tenemos un conocimiento experimental o empírico (sensible) de
ellos. Y partiendo de esta experiencia inmediata, vemos la verdad de las cosas, y el
efecto de ello es el principio de no-contradicción. Este principio es auto evidente
para todos, porque estos dos términos (ser y no-ser) son naturalmente conocidos
por todo el mundo. Es el primer de toda demostración o prueba, porque surge de
las primerísimas nociones que llegan a nuestra mente, y, por lo tanto, no puede ser
demostrado por otro principio que sea más evidente. No es nada parecido a
una hipótesis, porque una hipótesis es sólo un tipo de tentativa de principio
necesitada de comprobación; pero este éste principio es la primera certeza natural
de la mente humana. Y como tal es asumido por todas las ciencias. El marxismo,
siguiendo la dialéctica hegeliana , ha negado el principio de no-contradicción, pero
no es la única filosofía que lo ha hecho: Aristóteles, ya en su época, cuatro siglos
antes de Cristo, refutó a aquellos que lo atacaban. ¿Podemos nosotros probar la
verdad de este principio contra esas filosofías?. Acabamos de decir que no puede
ser probado, pues es precisamente el principio de toda prueba, de toda
demostración. Lo que sí se puede hacer es mostrar el absurdo de negarlo,
sencillamente afirmando su opuesto: "una cosa puede ser ella misma y ser otra en el
mismo sentido"; "yo puedo ser yo mismo y otro al mismo tiempo"...El marxismo
dice que no hay ser: sólo hay un proceso de devenir. Esto se debe al ateísmo
intrínseco de esta filosofía que empieza por negar a Dios, porque Dios es "el ser que
no puede cambiar".
5. Importancia de la metafísica para la teología
Como hemos visto, la metafísica es indispensable no sólo para la teología natural,
sino también para la teología sobrenatural, porque sólo una filosofía de la realidad,
del ser, es capaz de admitir científicamente la verdad de la fe tal como es, es decir,
como una realidad sobrenatural. En otras palabras, la fe es una realidad
sobrenatural: por tanto, solamente una filosofía que se ocupa de la realidad puede
aceptar científicamente la fe y hacerse teología. Es en realidad de ser, del acto de
ser, del ser de las cosas, donde, en cierto modo, hallamos un suelo común, un punto
de encuentro en todas las cosas como una participación. Dios es la plenitud de ser;
las cosas toman parte del ser. La filosofía recibe la fe e, iluminada por la fe, se
desarrolla convirtiéndose en teología, la cual es la más profunda comprensión de la
revelación. ¿Qué es la fe? , dos cosas: lo que Dios revela, y nuestro acto de creer en
ello. Y, ¿Qué es la teología?, la mejor comprensión por nuestra parte de lo que Dios
nos ha revelado. ¿Cómo podemos comprender mejor las cosas que Dios nos ha
revelado? Entre otros medios, con la ayuda de la metafísica. ¿Por qué? Porque la
metafísica se dirige de forma ultimísima a lo divino como tal: es la base común de
los hombres con lo divino. Esta es la razón común de los hombres con lo divino.
Esta es la razón común de los hombres con lo divino. Esta es la razón por la cual,
como dijimos, el catecismo de la doctrina cristiana está repleto de metafísica: la
mayor parte de las cuestiones tratadas por éste poseen implicaciones metafísicas. El
proceso de la teología arranca de la fe, pero la filosofía es el instrumento de la
teología, y, muy particularmente lo es la metafísica del ser, que no es una metafísica
del "pensamiento " o de la "idea". La metafísica del ser abastece a la teología de las
nociones básicas necesarias para comprender el contenido de la revelación en la
medida en que esto es posible para la mente humana: nociones como sustancia,
accidente, causalidad, subsistencia, naturaleza, persona, etc.
6. Conclusión
En su obra Metafísica, Aristóteles intentó definir el "ser". Quizá sea ésta su
principal aportación a la historia de la filosofía griega y occidental en general. En
el texto siguiente, Emile Bréhier profundiza en la concepción aristotélica de tal
aspecto, estableciendo su relación con la anterior dialéctica platónica.
Fragmento de Historia de la filosofía.
De Emile Bréhier.
Volumen I: primera parte, capítulo IV, 3.
La metafísica de Aristóteles ocupa el lugar que ha quedado vacío al rechazar la
dialéctica platónica. Es «la ciencia del ser en tanto que es ser, o de los principios y
causas del ser y de sus atributos esenciales». Plantea un problema muy concreto:
¿qué es lo que hace que un ser sea lo que es? ¿qué es lo que hace que un caballo sea
un caballo, que una estatua sea una estatua, que una cama sea una cama? Se trata
de saber el sentido que tiene la palabra ser en la definición que enuncia la esencia
de un ser. Así la Metafísica resulta ser, en gran parte, un tratado de la definición: el
problema de la definición, quePlatón creyó resolver mediante la dialéctica, no está,
en realidad ni al alcance de la dialéctica, que juzga simplemente el valor de las
definiciones formuladas, ni al de la ciencia demostrativa, que las usa como
principios, sino de una ciencia nueva y todavía desconocida, la filosofía primera o
ciencia deseada, que se ocupa del ser en tanto que ser.
Seguramente la palabra ser tiene otros sentidos distintos del que adquiere en la
definición; puede servir para designar el atributo esencial o lo propio (el hombre es
capaz de reír), o incluso el accidente (el hombres es blanco), pudiendo ser tomado
éste, por lo demás, en una de las nueve categorías; pero el ser de lo propio, como el
del accidente, supone el ser de una sustancia; y, si se puede hablar también del ser
de una cualidad y preguntarse qué es, esto sucede porque hay antes una sustancia;
todos esos sentidos del ser son derivados del primero. El objeto primitivo y esencial
de la metafísica consiste, pues, en determinar la naturaleza del ser en su sentido
primitivo; pero se extiende a todos los sentidos derivados, ya que éstos se refieren al
sentido primitivo.
Por eso la metafísica tiene que empezar estableciendo axiomas, ya que sin ellos no
se podría hablar del ser en ningún sentido: no se puede afirmar y negar a la vez; no
se puede decir que una misma cosa es y no es; no se puede decir que un mismo
atributo pertenece y no pertenece a un mismo sujeto al mismo tiempo y bajo el
mismo aspecto. La negación de estos principios es equivalente a la tesis de
Protágoras en el Teeteto, cuando declaraba verdadero todo lo que le parecía tal. El
establecimiento de estos principios indemostrables no podría ser, por lo demás, una
demostración positiva, sino una refutación de los que los niegan: refutación
completamente dialéctica, consistente en hacer ver al adversario que, aunque
parece que los niega, en realidad, los acepta. El hecho de que no haya término
medio entre la negación y la afirmación es una condición del pensamiento; decir lo
contrario es decir que lo que es no es y que lo que no es; es negar que exista lo
verdadero y lo falso. La refutación consiste también en mostrar la insuficiencia de
los ejemplos que ofrece el adversario en apoyo de su tesis; de modo especial, la
variación de las impresiones sensibles, a tenor de las circunstancias, no le aporta
ninguna prueba; porque si el vino, dulce para un hombre sano, le resulta amargo al
enfermo, desde el momento mismo en que le parece amargo, no le parece dulce. La
propia impresión sensible verifica el axioma.
Por lo demás, la tarea de la metafísica es nueva. No se trata ya de llegar por
descomposición a los elementos componentes de los seres, como hacen los físicos,
ni de elevarse mediante una dialéctica regresiva hasta una realidad suprema, objeto
de una intuición intelectual, como en Platón, sino de determinar por generalización
los caracteres comunes de toda realidad. La metafísica no es tampoco la ciencia del
Bien o causa final ni la de la causa motriz, ya que Bien y causa motriz dejan fuera
cosas inmóviles como los seres matemáticos, sino la ciencia mucho más general de
la quididad, la cual no deja nada fuera de ella. La metafísica no estudia una a una ni
colectivamente todas las sustancias, sino lo que hay de común en todas; pero una
vez más; lo que hay de común no son elementos concretos, como el fuego o el agua,
sino que cada una tiene una quididad que permite clasificarla en un género y
determinarla por una diferencia. Desde esta perspectiva, no hay que hacer ninguna
distinción entre las sustancias sensibles y las no sensibles, ni tampoco entre las
corruptibles y las incorruptibles; el terreno de la metafísica no está limitado a la
categoría de cosas no-sensibles e incorruptibles, sino que es mucho más extenso.
Sin embargo, el metafísico, al estudiar el ser en tanto que ser, no debe tener la
ilusión de haber alcanzado el género supremo. Ese es el error de los platónicos y de
los pitagóricos, que al hablar como de un género supremo del ser (o de lo uno, que
viene a ser lo mismo, ya que se puede decir uno de todo aquello de lo que se dice es)
determinan a continuación todas las clases por el método de división, mediante
diferencias del ser: error lógico, ya que es una regla lógica que la diferencia (por
ejemplo, bípedo) no debe contener en su noción el género (animal) del cual es
diferencia, mientras que de cada pretendida diferencia del ser, se puede decir que
es. El ser, atributo universal, no es pues en modo alguno el género cuyas especies
serían los otros seres. Los primeros géneros son las categorías, y el ser, como lo
uno, está por encima de ellas y es común a todas.
Para hacer de lo uno o del ser el género y, por consiguiente, el generador de toda
realidad, la dialéctica platónica tomaba como punto de partida no ya el ser, sino las
parejas de opuestos: ser y no-ser, uno y múltiple, finito e infinito, mediante cuya
mezcla engendraba todas las formas de la realidad. La metafísica cierra también
esta salida a la dialéctica: los opuestos no son principios primitivos, sino maneras
de ser de las sustancias. Una cosa es sustancia antes de ser finita o infinita; ahora
bien, la sustancia, es decir, un hombre o un caballo, «no tiene contrario». Por tanto,
ese primer principio no puede ser el punto de partida de una dialéctica. La ciencia
de los opuestos no es más que una parte subordinada de la metafísica; más adelante
veremos que conserva un inmenso papel como principio de la física.
Si el ser no es género supremo ni término de una pareja de opuestos, resulta que no
es más que un predicado; y las únicas realidades de las que es predicado, cuando se
toma en sentido primitivo, son las realidades individuales; por ejemplo, Sócrates o
este caballo. Tales realidades son las que estudia la metafísica, no como
particulares, sino en cuanto que son algo. Pero ¿no hay en ello una dificultad
grave?; esas cosas sensibles, móviles, perecederas, ¿son realmente algo?; ¿es
posible la ciencia de otra forma que no sea alcanzando su modelo inteligible y fijo?
De aquí el famoso dilema: o un objeto es objeto de ciencia, en cuyo caso es universal
y, por tanto, irreal, o bien es real y, por tanto, sensible sin necesidad de ser
verdadero, o sea, sin sujeción a la ciencia, porque no hay «ciencia más que de lo
universal». Esto fue lo que llevó a Platón a superponer a las realidades del devenir
—objetos de opinión— las realidades estables de las ideas —objetos de ciencia—,
salida que le está vedada a Aristóteles, una de cuyas principales preocupaciones
consiste entonces en mostrar los elementos estables y permanentes implicados en
el seno del devenir mismo.
Opinión Personal
La metafísica ha recibido en el siglo XX severas críticas. Las principales son las que
provienen del positivismo lógico, para quien la metafísica es undiscurso sin
significado porque sus enunciados son afirmaciones acerca de los cuales nunca se
podrá tener una experiencia. No obstante, debemos decir que los temas
concernientes a la metafísica no fueron dejados a un lado en el siglo XX, sino, por el
contrario, las distintas corrientes de pensamiento se ven remitidas a ellos con la
necesidad de formular maneras alternativas en su tratamiento.
Fuente: Bréhier, Emile. Historia de la filosofía (2 vols.). Traducción de Juan
Antonio Pérez Millán y Mª Dolores Morán. Madrid. Editorial Tecnos, 1988.
I. MANERAS DE INVESTIGAR :