En su vertiente naturalista, Rousseau descubrió en sus últimos años de vida su
gusto por la botánica, escribiendo algunas obras sobre esta temática. Como profundo observador del hombre y su entorno, dejó para el recuerdo esta cita célebre: “Hay un libro abierto siempre para todos los ojos: la naturaleza”. Juan Jacobo Rousseau tenía la Naturaleza a flor de labio. Que sepamos, ningún escritor la ha citado tantas veces, como si en ella se encontrase la clave de todas las cosas. Así, pues, el recuerdo de su personalidad y su obra, que se mantienen aún presentes a pesar del tiempo transcurrido desde entonces, es ineludible. Todo el mundo ha oído hablar de Rousseau, pero son muchos los que ignoran las particularidades y vicisitudes de este hombre apasionado, complejo y contradictorio, que se entregó a la misión para la cual había nacido, a pesar de la pobreza, la soledad y los peligros que lo acompañaron siempre. La revelación de la Naturaleza es para Rousseau un motivo de exaltación y una fuente de felicidad. Le obsesionaba el tema de la naturaleza en el hombre, cuyas leyes superan sin medida a las otras, propias de las convenciones sociales. Para él, la naturaleza humana y la civilización se oponen entre sí, por lo cual, concluye, hay que volver al hombre de la Naturaleza. El aserto se presta a confusión y las interpretaciones son diversas. El hombre que encuentra en la Naturaleza la clave de la felicidad humana, se despoja de sus preocupaciones y siente un goce profundo cuando va por caminos solitarios bordeados de flores, allí donde todo está lejos de la civilización. «He amado siempre, apasionadamente, el agua, y su vista me lanza a un sueño delicioso. Al levantarme, cuando hacía buen tiempo, no dejaba nunca de correr sobre la terraza para aspirar el aire salobre y fresco de la mañana y contemplar aquel hermoso lago, cuya ribera y las montañas que le rodean encantaban mi vida. No encuentro un homenaje más digno a la divinidad de esa admiración muda que excita la contemplación de sus obras y que no se expresa de una manera material». «Oh, Naturaleza, oh madre mía», hubo de clamar más de una vez con entrega total y unción religiosa. Así, pues, Rousseau se convierte en naturalista.