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Feuillet Terzaghi, M. R. y S.

Escudero 2007 Estudio y Potencial de las Prácticas Mortuorias en la


Provincia de Santa Fe. Pacarina Revista de Arqueología y Etnografía Americana I:177-182.
FhyCs, UNJu Publicación Especial Actas del XVI Congreso Nacional de Arqueología
Argentina. San Salvador de Jujuy.

ESTUDIO Y POTENCIAL DE LAS PRÁCTICAS MORTUORIAS EN LA


PROVINCIA DE SANTA FE

Feuillet Terzaghi, Ma. Rosario 1-2-4; Escudero, Sandra 2-3


1
CONICET
2
UNR
3
Escuela Superior de Museología
4
Fundarq

rosariofe@yahoo.com; sandraescudero@gmail.com

Las prácticas mortuorias se encuentran ligadas a diversos aspectos de los


sistemas socioculturales, tales como creencias, estatus social, descendencia, entre
otras.
Los estudios bioarqueológicos en la Provincia de Santa Fe abordaron en
general el registro óseo humano desde perspectivas raciológicas y, más
recientemente, del análisis de estilo de vida, estado de salud y nutrición de las
poblaciones estudiadas e índices de natalidad y morbilidad, entre otros. Estos
trabajos han relegado el estudio de las dimensiones sociales de las prácticas
funerarias relativas a patrones espaciales en la localización de áreas de disposición
de los restos, a áreas formales de enterramiento y a la presencia de enterratorios
secundarios, a todo lo cual se suma la ausencia de una perspectiva regional en el
análisis y de formulación de hipótesis derivadas de contextos etnográficos.
En este trabajo se propone una serie de principios analíticos desde una
perspectiva antropológica para sitios con enterratorios de la provincia de Santa Fe,
tomando en consideración las mencionadas perspectivas de análisis hasta ahora
relegadas en la bioarqueología de la provincia.
El estudio de la muerte no es un tema nuevo. Los primeros intentos de
buscar explicaciones para el tratamiento social de la misma, fueron estudios de
carácter animista del siglo XIX, donde particularmente se tuvieron en cuenta los
sistemas de creencias de las poblaciones desde diversas perspectivas y corrientes
teóricas (Bartel 1982; Armelagos 2003); por otra parte, ya en el siglo XX, los
sociólogos franceses relacionaron las prácticas vinculadas a lo ritual con el
comportamiento social, en el sentido de que las primeras representaban la
cohesión, las ideas de una sociedad determinada, y relacionaron los rituales
asociados a la muerte y las variaciones en los mismos al estatus social del
individuo que fallecía y a la reacción social que esto provocaba (Hertz 1907). Es
decir que la muerte pasaba a ser considerada un hecho social. Asimismo, Kroeber
(1927) consideró que las prácticas mortuorias podían sufrir variaciones de carácter
independiente en relación a otras prácticas sociales.
En relación específicamente al tratamiento de restos esqueletales humanos y
su contexto de depositación, las perspectivas han variado. A nivel mundial los
estudios vinculados a los elementos óseos humanos atravesaron por diversas
etapas, las que influenciaron el tratamiento de este tipo de material a nivel local.
Feuillet Terzaghi, M. R. y S. Escudero 2007 Estudio y Potencial de las Prácticas Mortuorias en la
Provincia de Santa Fe. Pacarina Revista de Arqueología y Etnografía Americana I:177-182.
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Durante el siglo XIX, la descripción de los huesos fue el punto central para
el tratamiento de las colecciones osteológicas, donde el uso de la craneometría era
la herramienta principal que permitía craneotipologías, las que eran utilizadas para
realizar un “ranking” de razas (Armelagos 2003; Riel-Salvatore y Clark 2001). La
tipología racial era el factor que definía los estudios durante el siglo XIX y
principios del XX, poniéndose especial atención en el mejoramiento y rigurosidad
de las técnicas osteométricas.
En la década de 1930, hubo un intento de de acercar la paleoepidemiología a
los estudios osteológicos a través de una metodología de análisis cuantitativos,
observándose las lesiones en huesos y describiendo patologías (Armelagos 2003).
A mediados del siglo XX, más precisamente en la década de 1950, hubo una
tentativa de avance en la disciplina, donde los estudios de carácter clasificatorios
siguieron siendo utilizados pero se pretendió ingresar a un nivel explicativo sobre
los fenómenos biológicos del hombre (Washburn 1951).
En este período se replantearían algunas cuestiones vinculadas a la
metodología utilizada para establecer diferenciaciones raciales, ya que la
osteología de la época presentaba dificultades en varios aspectos tales como las
determinaciones óseas en las poblaciones vivas, y las inconsistencias en la lógica
de las medidas osteométricas entre otras (Armelagos et al. 1982). En este sentido,
la utilización de los estudios en relación a los marcadores sanguíneos abría una
serie de posibilidades para los estudios poblacionales, siendo utilizados como
marcadores raciales.
Si bien en esta década hubieron críticas hacia el interior de la antropología
física, los estudios continuaron teniendo un carácter descriptivo y tipológico, con
cuestionamientos metodológicos pero escasos aportes teóricos. El uso de
nomenclaturas osteológicas para definir determinadas modificaciones óseas, o la
descripción de las posiciones de inhumaciones mencionaban el estado en el que se
encontraban los elementos, pero no explicaban el por qué de ese estado. En este
sentido la disciplina había quedado “atrapada” en los lineamientos teóricos
historicistas de la arqueología “tradicional” (Armelagos 2003).
A principios de la década de1970, desde la arqueología surgieron nuevos
cuerpos teóricos relacionados al tratamiento de la información que pueden brindar
los restos esqueletales humanos. El interés se centró en las prácticas mortuorias y
su valor social, donde se pretendía a nivel general integrar los datos osteológicos
con la información de los contextos funerarios para un discurso antropológico
diferente (Binford 1971; Brown 1971; Saxe 1970).
Para Saxe (1970), la persona social se encuentra determinada por el sistema
social al que pertenece, por lo que las prácticas mortuorias se hallan
interrelacionadas con aspectos heterogéneos del sistema sociocultural.
Binford (1971) por su parte propuso que las variaciones en el contexto
funerario se debían al tratamiento diferencial del cuerpo en relación al sexo, edad,
estatus social, linaje, y lugar de la muerte del individuo. Por otra parte tanto para
este autor como para Saxe (1970) existen relaciones directas entre las cantidades
de tiempo, esfuerzo y bienes invertidos en relación al status social del individuo
fallecido, por lo cual de aumentar la complejidad social, por ende aumentará la
complejidad de la práctica mortuoria.
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Durante los años 70, y como consecuencia de estos postulados, los datos
del contexto funerario y la información osteológica se fueron integrando para
brindar explicaciones diferentes a las de décadas anteriores, puesto por ejemplo
que si las características de la organización social poseen vínculos con el referente
biológico de los sistemas de parentesco, esto es dable de observar a partir de los
datos osteológicos (Lane y Sublett 1972).
Posteriormente los enfoques que iniciaron en la década de 1970 se fueron
consolidando, las determinaciones osteológicas y los estudios acerca de las
prácticas mortuorias se interrelacionaron para brindar explicaciones más
completas, por ejemplo en relación a la demografía, linaje, dieta, estatus de salud,
e interacción de los individuos con el medio entre otros (Braun 1979; Shyrock
1987).
Las metodologías y técnicas osteológicas sufrieron revisiones importantes,
donde la información contenida en los restos humanos a partir de nuevas
tecnologías aplicadas al estudio de la osteología permite recuperar información
complementaria que ayuda a la reconstrucción de los estilos de vida en las
diferentes sociedades del pasado (Armelagos 2003; Krogman e Iscan 1986;
Larsen 2002).
Por otra parte, a partir de la década de los noventa, a los cambios técnicos se
suman nuevos enfoques teóricos, como los propuestos por autores tales como
Buikstra y Cook, 1980 (Bush y Zvelebil 1991). Fundamentalmente, a partir de la
bioantropología se pretende tener acceso a las condiciones biológicas de las
poblaciones y sus consecuencias para la reproducción biológica y cultural de la
sociedad por un lado y por el otro tener en cuenta los efectos selectivos de la
cultura de la población bajo estudio y su supervivencia.
En la provincia de Santa Fe, los estudios bioarqueológicos de alguna manera
han reflejado la evolución de los principales abordajes cuya síntesis se presentó
más arriba.
Desde la segunda mitad del siglo XIX y hasta al menos la década de 1980,
las investigaciones enfatizaron otras bases materiales presentes en el registro
arqueológico (particularmente, la cerámica), más que el estudio de restos
esqueletales. No obstante, cuando éstos se encontraban presentes, las principales
preocupaciones en relación a los materiales esqueletales humanos localizados en
el territorio provincial estuvieron marcadas por una doble preocupación: por un
lado, un constante reclamo en cuanto a la necesidad de determinar el origen
antrópico o natural de las elevaciones en que se localizan los enterratorios, y por
otro lado, específicamente en lo que atañe a los restos, por los estudios
craneológicos que sostienen una perspectiva analítica racial (entre otros, Lafón
1971;Vignati 1923, 1939, Viola sf).
Así por ejemplo, de Aparicio (Frenguelli y de Aparicio 1923:122), en su
presentación de los paraderos del río Malabrigo, adscribió étnicamente los restos
esqueletales presentes en los sitios a los Mbayá-Guaycurú, “antepasados de los
actuales caduveo.”, en tanto Frenguelli (1920) señaló que los restos del Cululú le
recordaban los cráneos pampeanos; por su parte, en su análisis de los restos del
sitio “Barrancas del Paranacito”, la determinación antropométrica y ergológica le
permitió a Lafón (1972:10-11), “(…) intentar la caracterización de quiénes fueron
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racialmente sus portadores y cuál fue su estilo de vida”. En estos trabajos, se


buscó establecer vinculaciones tanto con grupos conocidos etnográficamente,
como con “culturas” arqueológicas predefinidas. Por ejemplo, en su revisión de
los hallazgos de restos arqueológicos a los que se les asignara gran antigüedad a
fines del siglo XIX y primeras décadas del XX, Ceruti (1995:117) conjugó los
datos existentes o extrapolables en cuanto a localización geológica, fauna y
elementos culturales asociados, y en lo que refiere a todos los restos que
provienen de la cuenca del Río Salado, adscribió los mismos a la entidad cultural
“Esperanza”.
Hacia mediados de la década de 1990 comenzó un cambio en el repertorio
metodológico y conceptual de las investigaciones arqueológicas en la provincia de
Santa Fe, (Escudero et al. 2006) que en lo tocante a restos esqueletales humanos
puede apreciarse en la implementación de técnicas analíticas de orden químico y
radiográfico, que se suman a los estudios antropofísicos de los restos esqueletales
(Cornero y Puche 1995, 2000; Cornero 1999; Curetti 2005; Cocco et al. 2004). En
este sentido destaca el empleo de la relación estroncio/calcio como indicador de
elevada ingesta proteica, conjuntamente con datos derivados de los rasgos
esqueléticos, todo ello orientado particularmente a caracterizar estado de salud,
dieta y nutrición de los restos.
No obstante, y pese a la gran cantidad de datos relevados, no hay un análisis
integral de toda la información, y las conclusiones se reducen fundamentalmente a
aspectos de carácter técnico y a correlaciones culturales con entidades pre-
establecidas a partir de los conjuntos ergológicos (Cornero y Puche 2000) o a
afirmaciones en cuanto a sistemas de subsistencia y/o uso del espacio (Cornero
1999). Por otra parte, desde la década de 1980 (por ejemplo, Sillen 1989) se ha
señalado recurrentemente la necesidad de evaluar las alteraciones pre y post-
mortem a que se ven sometidos los restos osteológicos, a fin de poder aplicar
confiablemente las técnicas químicas. En este sentido, aunque hay referencias a
algunos factores de perturbación (Cornero 1999:384), no hay un enfoque
tafonómico explícito, sino más bien inferencias directas a partir del estado de
conservación de algunos restos. Esto puede ser una limitación importante en
cuanto a la confiablidad de las interpretaciones sobre las prácticas alimentarias
humanas basadas en datos químicos.
En cuanto a interpretación de prácticas mortuorias más allá de la
consideración de datos exclusivamente de biología esqueletal, Rodríguez y Ceruti
(1999) y Ceruti (2000), plantean que los miembros de la entidad cultural
‘Esperanza’, en sus desplazamientos periódicos “(...) transportaban los restos de
los familiares muertos y los enterraban en las “terminales” del viaje en paquetes
compactos, que podían incluir restos fragmentados y mezclados de varios
individuos.” (Rodríguez y Ceruti 1999:121). Similares afirmaciones realizan en
cuanto a los paquetes funerarios presentes en los sitios que adscriben a la entidad
cultural Goya-Malabrigo, y agregan un fuerte componente descriptivo de los
enterratorios, y de los elementos asociados (Ceruti 2000:136-137; Rodríguez y
Ceruti 1999:125-126).
Por su parte Ceruti y Cornero (2001) realizaron un relevamiento histórico
acerca de las interpretaciones que diversos investigadores realizaron en el
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“Litoral” acerca del “comportamiento mortuorio”, particularmente entre fines del


siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, con críticas similares a las que se
señalan más arriba. No obstante estos autores proponen “(…) la organización de
los datos tendiente a un análisis de atributos (posición, orientación, ajuar,
tratamiento del cuerpo, etc.) intra e intersitios” como la vía más adecuada para
lograr una aproximación “(…) al conocimiento de la complejidad social y los
sistemas ideacionales de los pueblos del Litoral.” (Ceruti y Cornero 2001:479).
El tratamiento del registro óseo humano en la provincia de Santa Fe ha
seguido hasta la actualidad vías de estudio que enfatizaron las descripciones y las
tipologías propias de los enfoques historicistas. Aún cuando en la última década
se han incorporado estudios técnicos y determinaciones antropofísicas, estas
incorporaciones han carecido de un marco teórico antropológico, lo que ha
llevado a la realización de inferencias acríticas a nivel poblacional, una práctica
fuertemente debatida desde la presentación de las paradójicas limitaciones del
registro bioarqueológico (Wood et al. 1992, Larsen 2002; Wright y Yoder 2003).
Para comenzar a trabajar en nuevas líneas de interpretación es preciso
vincular los datos obtenidos de los elementos esqueletales con los contextos en
que fueron localizados. Los análisis químicos deben también integrarse a bases de
datos que permitan cruzar diversas variables que posibiliten tener un panorama de
la vida de la gente, la población del pasado en el territorio. Los enterratorios
secundarios son un ejemplo especial en este sentido. En tanto en los trabajos sólo
se menciona cuántos individuos hay por paquete, su distribución espacial, sexo,
edad, etc. no hay una vinculación entre el uso de estas prácticas y cuestiones de
organización social, ya que los mismos datos pueden ofrecer información acerca
de diversos aspectos culturales de una sociedad, tales como condiciones de vida,
estructura poblacional, uso del territorio, entre otros. Asimismo, tomar en
consideración los contextos funerarios en el ámbito en que se realizaron, y realizar
cruzamiento de datos etnográficos con información del registro arqueológico es
también una tarea pendiente.
Los cambios teóricos y metodológicos ocurridos a lo largo de los últimos
treinta años sobre el estudio de la muerte han llevado a una gran diversidad de
análisis arqueológicos de las prácticas mortuorias, incluyendo cuestiones relativas
al cuerpo individual, su representación de identidad, diferencias de edad, género,
estatus, salud, etnicidad, linaje, uso del paisaje, territorialidad y reproducción
social, entre otras. El uso de métodos de cuantificación continúa siendo una
herramienta fundamental para acceder a cualquiera estos análisis, pero en el caso
de la provincia de Santa Fe se requiere de una estructuración teórica que permita
la integración adecuada de los datos en un conjunto congruente de información
relativa a las preguntas que guíen las investigaciones.

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