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Comunión comprometida
Nicolás L. Serrano
los santos y sois de la familia de Dios”. ¿Saben qué significa esto? ¡Que cuando
volviste a Dios tu Padre, por medio de Cristo, llegaste a casa! Cuando Cristo te
encontró, encontraste tu familia, tu casa, tu gente, tu pueblo y tu identidad;
cuando Cristo te encontró se acabó la búsqueda de amor, de paz, de identidad,
de propósito, de felicidad y, también, de una familia.
¡Demos gracias al Señor por nuestra familia en Cristo! De entre todos los
hombres que están sobre esta tierra, solo los que aman a Cristo son nuestra
familia eterna.
El evangelio crea esta familia. Cristo compró esta familia con su sangre en la
cruz del Calvario, por lo que formamos parte de ella por pura gracia. ¡Ninguno
de nosotros, sin importar quién sea, tiene derecho a formar parte de la familia
de Dios!
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¿No es esto lo que refleja la celebración de la Cena del Señor? Cuando nos
reunimos para celebrar el perdón de nuestros pecados, ¿acaso hay alguno que
se atreva a pensar que merece ser parte de la mesa del Señor? No importa
quién seas afuera, cuando cruzás la puerta de Jerusalén, solo sos un
“hermano”, uno entre muchos que han sido redimidos, y por la sola gracia de
Dios te sentás al lado de Jesucristo. No hay ninguno entre nosotros que sea tan
solo un poco digno de ser un hijo de Dios; todo se lo debemos a la gracia de
Cristo.
¿Se dan cuenta de cuán privilegiados son de tener parte en la iglesia? Si tan
solo pudieras ver a un solo escogido de Dios en toda su vida, si tan solo por
una única vez pudieras sentarse en la mesa de la Cena del Señor, si tan solo
una vez pudieras adorar junto a los santos y escuchar a uno de tus hermanos
predicarte, sería gracia sobre gracia, y deberías estar muy agradecido y feliz
por eso. Sin embargo, Dios te ha regalado a vos, miembro de Familia de la
Gracia, una comunidad con la que podés caminar todos los días.
3- Necesitamos la comunión
escogidos de Dios son salvados por la predicación de los hijos de Dios, y los
hijos de Dios son preservados por la predicación de los hijos de Dios. En
Romanos 10:17 Pablo dice que “la fe viene del oír, y el oír, por la palabra de
Cristo”. Una persona se salva por medio de la fe, pero para tener fe necesita oír
la palabra de Cristo; y quienes predican la palabra de Cristo son los hijos de
Dios. Pero aquellos que ya han creído necesitan seguir oyendo la misma
palabra para seguir creyendo. Recuerden lo que aprendimos la semana
pasada. La batalla de la fe no terminó cuando creímos por primera vez, más
bien el día que creímos por primera vez la batalla comenzó: “Tened cuidado,
hermanos”, se nos dice, “no sea que en alguno de vosotros haya un corazón
malo de incredulidad, para apartarse del Dios vivo”; y ante semejante peligro
de ser vencidos por la incredulidad, se nos receta: “Antes exhortaos los unos a
los otros cada día, mientras todavía se dice: Hoy; no sea que alguno de
vosotros sea endurecido por el engaño del pecado” (hebreos 3:12-13). En este
texto el medio por el cual nosotros somos librados de la incredulidad
endurecedora que nos aparta de Dios es la exhortación regular (“cada día”) de
los hermanos en la fe; y exhortarnos no es otra cosa que predicarnos y
aplicarnos la palabra de Cristo unos a otros a fin de seguir creyendo. Nos
necesitamos unos a otros a fin de poder perseverar hasta el final. Hemos de
decirnos, por tanto, unos a otros, “¡dame al Cristo que mora en vos!”
Una vez más, D. Bonhoeffer nos dice: “(el cristiano) En sí mismo no encuentra
sino pobreza y muerte, y si hay socorro para él, sólo podrá venirle de fuera.
Pues bien, esta es la buena noticia: el socorro ha venido y se nos ofrece cada
día en la palabra de Dios que, en Jesucristo, nos trae liberación, justicia,
inocencia y felicidad. [...] (pero) Dios ha querido que busquemos y hallemos su
palabra en el testimonio del hermano, en la palabra humana. El cristiano, por
tanto, tiene absoluta necesidad de otros cristianos; (ellos) son quienes
verdaderamente pueden quitarle siempre sus incertidumbres y desesperanzas.
Queriendo arreglárselas por sí mismo, (el cristiano individual) no hace sino
extraviarse todavía más. Necesita del hermano como portador y anunciador de
la palabra divina de salvación.”
nosotros. No hay nada más egoísta que no darnos la Palabra de Dios y, por
otro lado, nada puede ser más importante y amoroso que reprendernos unos a
otros en Nombre de Dios en nuestra necesidad.
4- Entreguémonos a la comunión
nosotros debe entregarse sin reservas, sin condiciones y sin límites, tanto al
Señor como a su iglesia. En 2Corintios 8:5 Pablo dice de un grupo de iglesias
locales en Macedonia: “primeramente se dieron a sí mismos al Señor, y luego a
nosotros por la voluntad de Dios”. Ahí lo tenemos: debemos entregarnos al
Señor por entero (“se dieron a sí mismos al Señor”) y trambién a sus hijos,
porque tal es la voluntad de Dios (“luego a nosotros por la voluntad de Dios”).
Estas reuniones están pensadas para que sean, en medio de las dificultades de
la semana, en palabras de M. Lutero, “el momento de descanso entre los lirios
y las rosas”. Nuestra reunión dominical es importantísima, pero la enseñanza
de Hebreos 10:24-25 es que no es suficiente. Necesitamos, además de
reunirnos con todos los santos a alabar al Señor y escuchar su Palabra por
medio de los maestros de la iglesia, reunirnos en pequeños grupos en donde
podamos interactuar a un nivel interpersonal mucho más profundo.
2- No faltar
Las Escrituras nos dicen claramente que los tiempos cercanos a la segunda
venida se caracterizarán por el caos y la maldad extrema. Jesús dijo de los
últimos tiempos: “debido al aumento de la iniquidad, el amor de muchos se
enfriará. Pero el que persevere hasta el fin, ése será salvo” (Mateo 24:12-13).
Por eso, mientras más cerca estemos del fin y la maldad más se multiplique,
más debemos reunirnos para fortalecer nuestro amor, para que la maldad no
nos enfríe nuestro amor como hielo al fuego. Siempre fue cierto el viejo dicho
que dice “¡ay del que cae cuando no hay otro que lo levante!” (Ecl. 4:10), y esta
solemne verdad se vuelve mucho más solemne mientras avanzan el tiempo y la
maldad.
El vers. 23 nos dice cuál es el propósito máximo por el que nos reunimos:
“Mantengamos firme la profesión de nuestra esperanza sin vacilar, porque fiel
es el que prometió”. Así que debemos reunirnos, según el vers. 24, para
fortalecer nuestro amor y seguir adelante haciendo buenas obras; pero, según
el vers. 23, debemos reunirnos para seguir mantenido fuertes las convicciones
de la solidez de nuestra esperanza, esperanza que hemos llegado a tener a
causa de las promesas que Dios nos ha hecho en el evangelio. Acá
encontramos una relación muy importante entre los vers. 23 y 24: nuestro
amor y nuestras fuerzas para hacer el bien a otros provienen de nuestra
esperanza fundamentada en las promesas del evangelio. Así que, la enseñanza
de este texto, es que en la medida en que alguien crea en las promesas del
evangelio, más fuerte serán su amor y su capacidad para hacer el bien a otros.
seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes al encuentro del Señor
en el aire, y así estaremos con el Señor siempre. Por tanto, confortaos unos a
otros con estas palabras” (1Tes. 4:16-18).