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L A R E G E N E R A C I Ó N A N T E EL E S P E J O L I B E R A L

Y S U I M P O R T A N C I A E N E L S I G L O XX

Marco Palacios

Los profesores Rubén Sierra Mejía y Lisímaco Parra, promotores de este


seminario sobre el pensamiento de Miguel Antonio Caro, me pidieron
tratar sobre el contexto, es decir, la Regeneración. Aunque es sabido el
déficit investigativo sobre ese período, creo que puede trazarse un balan-
ce razonable. No sobraría recordar que Rafael Núñez, el protagonista
principal, destruyó muchos documentos de interés público que él creyó
eran de su propiedad exclusiva.
En esta exposición buscaré poner orden a puntos de vista, en diálogo
con una creciente bibliografía, que he vertido en libros y artículos en los
últimos veinte años con el propósito de ofrecer respuestas de tanteo a cues-
tiones que desde hace algún tiempo rondan a algunos intelectuales colom-
bianos, entre los que me cuento. Verbigracia, ¿cómo se contraponen la
Regeneración y el período radical que le precedió? ¿Por qué el sectarismo
de los últimos cuatro decenios del siglo xix resultó tan decisivo para fijar el
cuadro de lealtades políticas por lo menos hasta 1960? ¿Por qué la Regene-
ración, dirigida por hombres radicalmente católico-conservadores como
Caro, fue considerada en el siglo xx como un potente modelo de moder-
nización? Proponer preguntas de esta índole y tratar de dar respuestas
sobrias podría contribuir a una mejor comprensión del pensamiento de
Miguel Antonio Caro. Para comenzar trazaré un esbozo del siglo xix ha-
ciendo resaltar las continuidades del soporte social y cultural de la política.
Contiendas civiles enconadas, inestabilidad y sordidez definen a
cabalidad la política colombiana de 1810 a 1902. Sin relacionar las contien-
das fratricidas de la Independencia, las rebeliones de la Colombia boliva-
riana, ni incontables peloteras locales, podemos contabilizar a lo largo de
ese siglo nueve guerras civiles nacionales: 1831; 1840-42; 1851; 1854; 1859-
62;1876-77;1885; 1895; 1899-1902.

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MARCO PALACIOS

El desorden consistente fue causa y efecto del proceso de construcción


del Estado nacional. Varias veces cambió el nombre oficial del país y, por
lo general, a cada denominación correspondió un flamante documento
constitucional. Para usar un término de moda, digamos que el siglo xix
brinda un soberbio ejemplo de ingobernabilidad. Ninguna ciudad o re-
gión, clase social, grupo político o caudillo consiguió gobernar el país,
mucho menos hacerlo a su imagen y semejanza o a la medida de sus
sueños o intereses. Sin embargo, con muy pocas excepciones, el calenda-
rio electoral se cumplió y casi todos los presidentes y legisladores cumplie-
ron sus funciones con el respaldo de un mandato legal y constitucional.
Llevando a cuestas el fiasco de los experimentos fabriles en la región
bogotana en la década de 1840, las clases altas no tuvieron más remedio
que considerar las exportaciones de productos tropicales como una sali-
da a la postración de la economía postcolonial. Sin embargo, para inte-
grarse a las corrientes del comercio internacional tuvieron que familiari-
zarse primero con diversos modelos estatales, empresariales y culturales
que ofrecían Europa y los Estados Unidos y, lo que fue más complicado,
adaptarlos después a las condiciones de un país azaroso.
Esa lucha por modernizarse, que está en la raíz de la Nación desde el
movimiento ilustrado, se libraba en un entorno desfavorable. La geogra-
fía, la estructura social, las redes políticas y las pautas culturales circunscri-
bían tanto las tramas como los argumentos, estos últimos casi siempre
copiados de "las naciones civilizadas". La acción social pareció orientarse
por la creciente adhesión de las élites socioeconómicas a los principios
de un individualismo capitalista de tipo anglosajón, aunque a este res-
pecto se observa menos consenso en las élites religiosas, culturales y po-
líticas, algunos de cuyos representantes siguieron lo que Frank Safford
ha llamado el camino neoborbón 1 .

1. La tesis de Frank Safford es ampliamente conocida entre los historiadores que tra-
bajan el siglo xix. Fue formulada inicialmente en su tesis doctoral "Commerce and Enter-
prise in Central Colombia, 1821-1870", Columbia University, 1965, capítulo 11. Este trabajo
fundamental de la historiografía colombiana desafortunadamente no ha conocido la im-
prenta. El mismo autor desarrolla su tesis en The Ideal ofthe Practical: Colombias Struggle
to Form a Technical Élite, Austin (Texas), 1976. (Edición colombiana, Bogotá, 1989).

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LA REGENERACIÓN ANTE EL ESPEJO LIBERAL Y SU IMPORTANCIA EN EL SIGLO XX

Ahora bien, si consideramos el atraso tecnológico, el bajo nivel del


producto por habitante y la fuerte concentración de la riqueza, las barre-
ras geográficas resultaron mucho más negativas que positivas. La cares-
tía del transporte afianzó economías locales autosuficientes, desconecta-
das entre sí, y se convirtió en un problema tanto más apremiante cuanto
mayor fue la necesidad de competir en el mercado mundial y de crear un
mercado interno. Por eso el entusiasmo de Bolívar y Santander por la
navegación a vapor en el Magdalena y la pasión ferroviaria cuarenta años
después forman un continuo.
Pues bien, si alguien consigue empalmar las épocas radical y regenera-
dora es Francisco Javier Cisneros, el ingeniero cubano y empresario de
ferrocarriles y vapores respetado en todas partes por los principales po-
líticos de ambos regímenes. Cisneros se convirtió en el abanderado del
amplio frente de "fanáticos del progreso" para quienes todo habría de
supeditarse a carrileras, puentes metálicos y locomotoras. La crónica de
la secularización de los ceremoniales de la vida pública, que movía los
resortes más íntimos del sentimiento provincial y municipal, abunda en
cabalgatas y romerías que acompañaban la puesta de la primera travie-
sa, la inauguración de cada tramo terminado, la apertura de cada esta-
ción.
La historiografía económica y empresarial nos habla, empero, de li-
mitaciones y descalabros. La longitud de las 13 rutas existentes en 1910
apenas sobrepasaba los 900 kilómetros. Esto quiere decir que ni los gobier-
nos radicales ni los de la Regeneración pudieron encarrilar el desarrollo
ferroviario en función de unas prioridades nacionales. Celo particularista
y desorden civil hacen de la historia de casi todas las empresas ferrovia-
rias un rosario de contratos revisados, suspendidos, anulados, rescindi-
dos, incumplidos y, no faltaba más, incoados ante diversos tribunales y
legislaturas. Los ferrocarriles desvelaron más a los abogados y picaplei-
tos que a los ingenieros colombianos.
Las barreras geográficas también ayudaron a solidificar el regionalis-
mo. Una amplia literatura nos permite estudiar la trayectoria de los este-
reotipos culturales. Ha quedado bien establecido en el trabajo de Efraín
Sánchez que el primer mapa moderno del país, síntesis de las expedicio-
nes de la Comisión Corográfica (1850-1859) dirigida por Agustín Codazzi,

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MARCO PALACIOS

fue posible por el esfuerzo gubernamental con apoyo bipartidista, sin el


cual hubiera sido irrealizable el programa científico del geógrafo italia-
no 2 . Después de los trabajos de la Comisión, el conocimiento geográfico
pasó a ser básico en la socialización de los colombianos educados. Ofre-
cía una noción más precisa de los recursos, de la magnitud de su bloqueo
y de la urgencia de crear una infraestructura vial.
No cabe duda de la enorme influencia de la Comisión en las obras de
Felipe Pérez, Manuel Ancízar o Francisco José Vergara y Velasco. Sin em-
bargo, al mencionar el vocablo ciencia geográfica, en este caso deberíamos
estudiar también cómo se fueron formando "los tipos regionales" que ex-
plícita o implícitamente habitan en las obras de aquellos polígrafos colom-
bianos. La influencia que muestran de Charles Darwin (The Descent of
Man, 1871) sobre la diferencia básica de comportamiento y actitudes de los
negros e indios suramericanos, ¿les vino de primera o de segunda mano?
Como se sabe, los estereotipos darvinianos concuerdan con las representa-
ciones españolas de los siglos xvn y x v m que describían negros alegres,
perezosos e insolentes, e indios tristes, sumisos, maliciosos y fatalistas.
¿Cuántos viajes hizo este estereotipo de una a otra orilla del Atlántico?
De todas maneras, en la mentalidad de los dirigentes liberales o con-
servadores permaneció la bifurcación indio-negro que fue coloreándose
conforme se tenía conciencia de las pautas geográficas del mestizaje. A
este respecto, quisiera hacer dos sugerencias.
Primera, que no debiera sorprender que los dos polos de referencia
regional del liberalismo y el conservatismo a fines del siglo xix fuesen las
regiones "blancas" de Santander y Antioquia, en donde tuvo gran peso la
colonización del siglo que se inicia circa 1740. Todavía a comienzos del
siglo xx, los "montañeros" de Antioquia o los labriegos "blancos" de
Santander compartían atributos: "trabajadores infatigables", "indepen-
dientes", "patriarcales" y "aficionados al tabaco, al alcohol, al juego y a las
riñas sangrientas".
Segunda, en la medida en que el conservatismo y la Iglesia estuvie-
ron tan estrechamente asociados por tanto tiempo, podemos trazar una

2. E. Sánchez, Gobierno y geografía. Agustín Codazzi y la Comisión Corográfica de la


Nueva Granada, Bogotá, 1999.

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LA REGENERACIÓN ANTE EL ESPEJO LIBERAL Y SU IMPORTANCIA EN EL SIGLO xx

especie de mapa que muestra los efectos electorales de la dedicación de


la Iglesia a las poblaciones mestizas e indígenas de los altiplanos en desme-
dro de las negras y mulatas del Caribe y las hoyas de los ríos Magdalena
y Cauca. De allí el rezago histórico del conservatismo en el mapa electo-
ral del siglo pasado, pues esas regiones negras y mulatas fueron entre
1920 y 1960 uno de los ejes de la economía colombiana. Allí estaban si-
tuados los campos petroleros, las plantaciones bananeras, la navegación
fluvial y los ferrocarriles que animaban la vida de ciudades y pueblos
ribereños, desde Neiva, Girardot y Honda hasta Magangué y Barranqui-
lla. Como contrapartida, los baluartes conservadores de la región antio-
queña ayudan a explicar por qué de 34 obispos que tenía la Iglesia colom-
biana en 1960, 14 eran oriundos de los departamentos de Antioquia y
Caldas.
En resumen, es posible argumentar que las coordenadas de las re-
giones culturales del país se levantaron sobre principios dasificatorios
étnicos, pese a sus evidentes efectos políticos. En el plano político, la frag-
mentación geográfica fortaleció las redes dientelares de partido. Caciquis-
mo y regionalismo paralizaron los propósitos de fortalecer un Estado
central capaz de tramitar ordenadamente las exigencias de largo plazo
del crecimiento económico y las demandas generadas por la incorpora-
ción colombiana al Atlántico Norte.

Es menester en este punto tratar el asunto de la desigualdad social y su


relación enmarañada con las actitudes y las conductas políticas. Pode-
mos concebir la desigualdad como la forma estadística que asume la distri-
bución de la riqueza y el ingreso en un momento dado, o considerarla
más bien como manifestación del sistema social con su carga histórica
de normas y valores que buscan reproducirlo, explicarlo y aun justificar-
lo. En cualquier caso, la desigualdad reinaba. Pero el mosaico regional y
municipal del país y un conjunto de gradaciones sutiles en la estratifi-
cación, con sus mecanismos corrientes de movilidad, llevan a descartar
la pertinencia de un modelo político de "clientelas adscripticias" que,
como en la mecánica de Newton, gravitarían alrededor del núcleo in-

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MARCO PALACIOS

tegrador llamado modelo hacendarlo propuesto por Fernando Guillen


Martínez 3 .
Me parece que, por el contrario, la investigación histórica permite
concluir que las relaciones de propiedad no determinaron las formas de
acción de las clientelas. Aparte de la influencia de la Iglesia, acentuada
después de 1887, las elecciones y la prensa generaron una dinámica pro-
pia, e inclusive abrieron la posibilidad de que el oficio político fuese un
refugio contra la posibilidad de que la gran propiedad se convirtiera en
soberano unilateral. Así parecieron entenderlo los orejones sabaneros y
sus pares en el resto del país. La competencia incivil por los cargos loca-
les con sus connotaciones de jerarquía, privilegio y pequeña dictadura
(que por lo general no pusieron en cuestión la gran propiedad) se confi-
nó a las clases intermedias e intermediarias sin las cuales resulta imposi-
ble armar el rompecabezas de lealtades binarias a lo largo y ancho del
país. De hecho, esas clases fueron el vivero del gamonal. Acentuaron el
carácter bipartidista de las clientelas y fortalecieron la naturaleza multida-
sista de los dos partidos históricos. En este sentido, el caciquismo enmas-
caró y atenuó los efectos de la desigualdad social.
Aún así, la desigualdad social produjo efectos con relación al tama-
ño y a las condiciones de funcionamiento de los mercados y, sin duda,
retrasó la formación del mercado nacional. Apareció el consabido círcu-
lo vicioso de la pobreza hasta el punto de ser social y políticamente conflic-
tivo, en la medida en que la economía se modernizaba sobre líneas capi-
talistas y, en algunos momentos históricos y algunas regiones, sobre un
modelo de "capitalismo salvaje".
Varios historiadores han señalado que algunos dirigentes de la se-
gunda mitad del siglo xix advirtieron relaciones más o menos sistemáti-
cas entre las coyunturas críticas de las exportaciones, la caída de los in-
gresos fiscales y las guerras civiles. Esto se hizo manifiesto después de la
profunda depresión económica postindependiente (1820-1850). El éxito
parcial de un grupo de negociantes dedicados a exportar en medio de
vicisitudes permitió una modesta reanimación económica acompañada

3. F. Guillen Martínez, El poder político en Colombia, Bogotá, 1979.

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LA REGENERACIÓN ANTE EL ESPEJO LIBERAL Y SU IMPORTANCIA EN EL SIGLO xx

de sacudones de todo orden, originados en la caída de los precios de los


productos de exportación. Las tres guerras civiles de consecuencias bajo
los regímenes radical y regenerador, las de 1876-77,1885 y 1899-1902, se
presentaron en coyunturas de recesión y crisis del sector externo. Por el
contrario, la guerra civil de 1895 fue un mero ensayo; apenas duró tres
meses, quizás porque el país atravesaba una bonanza cafetera.
El historiador Charles Bergquist, entre otros, ha sostenido por cierto
que entre el librecambismo de la era liberal y el supuesto proteccionismo
económico y nacionalismo político-cultural de la época de la Regenera-
ción existen hondas diferencias que trascienden las ideologías y afirma-
rían intereses contrapuestos entre fracciones bien definidas de las clases
dominantes y de sus grupos subalternos. Mientras que el régimen liberal
habría sido expresión de la hegemonía de los grupos agroexportadores,
la Regeneración representaría los intereses de las clases agrarias cerradas
al comercio internacional y de las capas medias de una burocracia estatista
y reaccionaria 4 . Afirmaciones en demérito de los alcances del discurso
internacionalista de Núñez y Caro y de sus postulados sobre la necesidad
de desarrollar una vigorosa economía exportadora. Además no explican
por qué las élites de Medellín, pese a sus divergencias con el régimen, en
particular con el gobierno de Caro, estuvieron del lado conservador.
Liberales del laissez-faire, laissez-passery regeneracionistas respalda-
ron el modelo exportador, con acentos diversos y la misma fe inque-
brantable en el progreso capitalista. Las discordias versaron sobre cómo
definir en el plano político las relaciones con las clases populares. Los
liberales, pensando quizás en sus clientelas de artesanos urbanos, con-
cluyeron que el libre mercado, al estimular la iniciativa individual, pro-
movería la democracia política y la movilidad social. Los conservadores
y regeneracionistas, pensando quizás en sus clientelas de pequeños cam-
pesinos independientes, plantearon que dejadas las fuerzas del mercado
al libre juego debilitarían el principio de autoridad y la tradición cultural
y religiosa sin los cuales era imposible erigir el Estado fuerte que deman-
daba la Nación.

4. C. Bergquist, Coffee and Conflict in Colombia, Durham, 1978 (edición colombia-


na, Medellín, 1981).

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A medida que avanzaba la década de 1890 y daba frutos el modelo


económico basado en las exportaciones de oro y café, parecían más per-
tinentes los argumentos regeneracionistas e instituciones como el Banco
Nacional. Para Caro, la adhesión categórica a la tabla de valores del viejo
orden hispánico, descontando, claro está, la monarquía, debía ser condi-
ción necesaria y suficiente para ordenar el país y procurar el progreso
material. Si pensamos que se trataba de una peculiar visión de moderni-
dad, habremos de añadir que pasó los filtros del catolicismo a lo León
xm. Según la expresión de Caro, se quería una democracia domesticada
o "anturevolucionaria y autoritaria" 5 en la que, conforme a la encíclica
Inmortale Dei, el "pueblo tiene mayor o menor parte en el régimen de la
cosa pública" .
Al mismo tiempo que en el período radical se agudizó el conflicto
ideológico (y el combativo Caro de la década de El Tradicionista es uno
de sus mejores ejemplos), se fortalecieron, según Malcolm Deas, las orga-
nizaciones partidistas conformadas entre 1827 y 18457. De hecho, las re-
des políticas locales permitieron mucha movilidad social y dieron a la
política una autonomía paradójicamente incrementada, en la medida en
que las orientaciones ideológicas correspondieran a ciertos contenidos
sociales.
Trazado este esbozo del lugar de la política en el siglo xix, pasemos al
asunto de cómo se contraponen el liberalismo radical y la Regeneración.

La historia construida desde las élites, en un país con una cultura política
refractaria al cambio como el nuestro, es uno de los medios más eficaces
de ratificar y reforzar la legitimidad del orden existente. Aquí, en esta

5. Discursos, alocuciones, mensajes, cartas y telegramas del señor don Miguel Antonio
Caro, J. M. Franco (ed.), Manizales, 1900, pp. 257-289.
6. Citado por Caro en su artículo "Los partidos políticos", en Miguel Antonio Caro,
Escritos políticos. Cuarta serie, Bogotá, 1993, p. 353.
7. M. Deas, "Algunas notas sobre la historia del caciquismo en Colombia", Revista
de Occidente, vol. XLIII, n° 127, Madrid, 1973, pp. 1.678-1.680.

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LA REGENERACIÓN ANTE EL ESPEJO LIBERAL Y su IMPORTANCIA EN EL SIGLO XX

Colombia que ya ni siquiera es del Sagrado Corazón, es fácil comprobar


el oficialismo de las convenciones historiográficas desde Juan de Caste-
llanos y Pedro Simón hasta José Manuel Restrepo, José Manuel Groot,
Henao y Arrubla y Germán Arciniegas. El oficialismo de la historiografía
postcolonial se reduce a establecer períodos en función de la obra de uno
u otro partido político o, dado el faccionalismo, para mayor gloria de
uno u otro mandatario o héroe banderizo. Al proscribir la continuidad
subyacente en los procesos políticos termina explicando el cambio por el
movimiento de rotación en el poder de los regímenes liberal y conserva-
dor. Aunque este procedimiento para determinar períodos puede ser
justificable en una narrativa interesada en asegurar los símbolos del statu
quo, una historia política moderna a secas tiene la obligación de ofrecer
perspectivas más amplias de periodización.
La Regeneración debe enfocarse como un movimiento complejo que
empobreceríamos al reducirlo a un estereotipo conservador, como qui-
siera la historiografía liberal y conservadora. Designamos como la Rege-
neración el lapso comprendido entre 1878 y 1900. El nombre se origina
en una frase lapidaria de Núñez pronunciada en 1878: los excesos del
régimen radical habían puesto a los colombianos ante la alternativa de
"regeneración administrativa fundamental o catástrofe".
En otras palabras, la Regeneración se monta sobre la crisis del régi-
men radical. Desde un punto de vista cronológico aparece primero una
liga de liberales desafectos del Olimpo radical (1867-1878): mosqueristas
caucanos, independientes santandereanos y nuñistas costeños. Este sin-
gular conjunto de grupos regionales terminaría formando la facción de
los liberales independientes, capitaneada por Núñez. En 1878 llevó a la
presidencia al héroe de la guerra de 1876-1877, el mosquerista caucano
Julián Trujillo. La declinación del Olimpo, agravada por la muerte de
Murillo Toro en 1880, les despejó el camino, de suerte que en aquel mo-
mento la Regeneración se presentaba como un proyecto liberal aunque
paulatinamente fue conservatizándose hasta que debió dar un viraje de
180 grados durante la guerra civil de 1885 desencadenada por el ala radi-
cal contra el gobierno liberal de Núñez.
Es decir, la Regeneración fue primero un proyecto liberal, 1878-1885;
evolucionó hacia una alianza de conservadores y liberales independien-

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tes, 1885-1887, que trató de formar un Partido Nacional y, en la metamor-


fosis final, quedó convertida en un proyecto del ala nacionalista mayorita-
ria en el Partido Conservador, a la que una volátil coalición de liberales y
conservadores disidentes o históricos trató de hacer oposición a partir de
la campaña electoral de 1891. Los nacionalistas se radicalizarían después
de la muerte de Núñez en 1894. El movimiento regenerador terminó con
el golpe de Estado de julio de 1900, en plena Guerra de los Mil Días,
dirigido por los históricos. El golpe no fue conduyente en el sentido de
unificar el Partido Conservador. Por el contrario, hasta 1930 la dinámica
faccional de históricos y nacionalistas dio sentido a la vida en la casa
azul.
El Olimpo radical y la Regeneración pueden verse como en un juego
de espejos contrapuestos: si el proyecto radical suscribió de manera op-
timista la modernidad política sin reparar demasiado en los costos so-
ciales y culturales, el proyecto regenerador infló de manera pesimista los
costos, al punto de esterilizar los atributos políticos de la modernidad.
Pero ambos regímenes se fijaron como meta modernizar la economía
del país sin cuestionar en lo más mínimo el nexo con la economía del
Atlántico Norte. Radicales y regeneradores compartieron los valores cen-
trales de lo que solemos llamar la civilización occidental que en ese mo-
mento irradiaba de la cuenca noratlántica.
Los regeneradores restablecieron el principio bolivariano de la Re-
pública unitaria resucitando principios añejos de identidad. La religión
católica y la lengua de Castilla aparecieron entonces como si fueran in-
trínsecas a la tradición y a la cultura nacionales. Caro, el autor principal
del texto constitucional de 1886, insistió en el enfoque culturalista: en la
religión y la lengua debía reconocerse el principio ontológico de la for-
mación colombiana; de allí sólo había un paso a la Colombia eterna,
católica, hispánica y bolivariana que, en el verbo de un Laureano Gómez,
copiaría las arengas de la España falangista.
Pese a las intenciones razonadas de los constituyentes de 1886, con-
taba más la displicencia que les impidió entender que la unidad nacional
estaba por hacerse, que pertenecía al futuro como al pasado y que resul-
taría de una síntesis de múltiples formaciones culturales, folclores y tra-
diciones populares de base regional y étnica.

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LA REGENERACIÓN ANTE EL ESPEJO LIBERAL Y SU IMPORTANCIA EN EL SIGLO XX

Embelesados como estamos hoy por el artículo de la Constitución


de 1991 del "pluralismo cultural", es demasiado sencillo subrayar esa ob-
sesión regeneradora por imponer patrones uniformes a la cultura y al
sistema educativo. Pero el universalismo de los liberales, compendiado
en el Código Civil, convertido en ley federal en 1873 durante la segunda
administración de Murillo Toro, también mostraba la displicencia radi-
cal por los derechos de los pueblos indígenas. Es una ironía que algunos
de estos derechos hayan sido reconocidos en una ley regeneradora de
1890 encaminada a proteger los resguardos del Cauca.
En el plano de los símbolos, la Regeneración rescató a Bolívar, el
padre de la patria, entendiendo el vocablo patria como el conjunto de
Estado constitucional y Nación. Loado como el inspirador de la Consti-
tución del 86, Bolívar habría descendido al sepulcro dejando como testa-
mento el desencanto con el optimismo liberal. Los pueblos americanos
requerían gobiernos fuertes, élites virtuosas y paternales, al estilo de la
aristocracia de la Roma clásica.
Empero, la fórmula de la República unitaria contrapuesta al localis-
mo de la República federal estuvo lejos de consumarse. No tuvo los re-
cursos fiscales, políticos, militares, burocráticos, para hacer mella a los
centros de poder informal que campeaban en la forma de republicanismo
de campanario. En suma, el centralismo de la Regeneración se quedó en
el papel.
Quizás sea prudente en este punto regresar a las similitudes entre los
antagonistas de nuestra exposición. Creo que los personajes, los soportes
intelectuales y algunos medios sociales de los regímenes radical y regene-
racionista son extraordinariamente similares. El reconocimiento de tal
similitud debe estar en la raíz de cualquier esfuerzo desmitificador de la
historiografía bipartidista.
En la segunda mitad del siglo xix el discurso político colombiano ad-
quiría pleno sentido en un cambiante contexto cultural propio, aunque
también dentro del ámbito de las transformaciones internacionales. Los
incontrolables ciclos de precios del tabaco y las quinas están en el trasfondo
del auge y caída del dogma librecambista y de los radicales, sus defenso-
res a ultranza, del mismo modo que el auge y la crisis del café hubieron
de conducir el régimen regeneracionista del cénit de 1885-1896 al despe-

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ñadero de la Guerra de los Mil Días. Aunque Colombia fuese un país


occidental de las periferias, los avatares del comercio internacional inci-
dían en la marcha de los negocios y podían decretar la suerte de los go-
biernos. Desde esta perspectiva, los dirigentes de la Regeneración, así se
llamasen nacionalistas, eran tan internacionalistas como su contraparte
radical.

Por otra parte, el eclipse liberal fue un fenómeno mundial después de


1880, de suerte que la conservatización colombiana no fue tan estrafala-
ria como algunos suponen. En el último cuarto del siglo xix tanto en
Europa como en los Estados Unidos se hizo manifiesto el declive de los
partidos liberales y la ascensión de los conservadores. Se fortalecieron
los poderes del Ejecutivo, apoyados en burocracias expansivas y moder-
nas. En 1885 los liberales caen en el Reino Unido y empieza una era con-
servadora de 20 años. En Estados Unidos suben los republicanos y en
Francia los republicanos oportunistas dominan entre 1880 y 1898.
El trasfondo era más ominoso: las rivalidades nacionalistas de los
Estados europeos, el "destino manifiesto" de los Estados Unidos y el na-
cionalismo del gran capital acudían a la formación del imperialismo.
El punto de inflexión de estos sucesos, en el que muchos historiado-
res han querido ver el comienzo de la marcha ineluctable hacia la Prime-
ra Guerra Mundial, fue "el reparto de África" en la reunión del Congreso
Internacional de Berlín en 1885. Asia ya había sido repartida. La nueva
concepción de los imperios coloniales se montaba sobre el desvaneci-
miento de la burguesía cosmopolita de la cuenca noratlántica y sobre los
escombros de la Comuna de París aplastada trágicamente en 1871.
El cosmopolitismo burgués de grandes comerciantes instalados en
los puntos nodales del comercio mundial y relacionados por matrimo-
nios había erigido entre 1760 y 1860 un paradigma cultural que después
de 1860 sería impugnado, bien por las nuevas clases trabajadoras de la
llamada Segunda Revolución Industrial, bien por las nuevas burocracias
nacionalistas. Los elementos del paradigma, analizados por historiado-
res como Charles A. Jones, son bien conocidos: individualismo, progreso

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LA REGENERACIÓN ANTE EL ESPEJO LIBERAL Y SU IMPORTANCIA EN EL SIGLO XX

lineal afín a los valores de la revolución tecnológica, libertades civiles,


gobierno limitado y representativo, antimercantilismo .
El funcionamiento de los principios del liberalismo económico al
estilo inglés (el librecambio, el patrón oro y el equilibrio de las cuentas
de la hacienda pública) estimuló la corriente internacionalista mediante
el comercio y las inversiones de capital transnacional. El mundo experi-
mentó un crecimiento económico sin precedentes, acelerado por los enor-
mes avances técnicos. Pero, subraya Gabriel Tortella, simultáneamente
se fortalecieron los Estados nacionales y en el camino aceptaron otros
principios antiliberales, colonialistas y militaristas aunque después de la
Primera Guerra también habrían de ser socialdemócratas 9 .
Estas trasformaciones europeas fueron seguidas con avidez por las
élites colombianas. Por eso resulta difícil explicar la Regeneración y su
legado sin considerar este trasfondo. De allí la complejidad de la fórmula
regeneradora, sorprendente en América Latina, puesto que amarró princi-
pios de liberalismo económico, intervencionismo borbónico, antimoder-
nismo católico y un nacionalismo cultural de corte hispanista.
Pueden darse dos ejemplos del internacionalismo liberal de la Regene-
ración: primero, la apertura a las inversiones inglesas, francesas y nortea-
mericanas en minería, ferrocarriles, vapores fluviales, banano, azúcar y
maderas preciosas. Segundo, el arreglo meticuloso de la deuda externa
mediante el protocolo de 1894 con el Consejo de Tenedores de Bonos en
Londres. El neoborbonismo tuvo sus manifestaciones en el intento de
ampliar la capacidad fiscal extractiva, en la modernización del ejército,
en la creación de un banco oficial que adquirió un propósito sectario:
como dijera Caro en 1898, sin que pudiera anticipar las emisiones hiperin-
flacionarias de la Guerra de los Mil Días, "la revolución (de 1885) hizo
nacer el papel moneda de curso forzoso y el papel moneda mató la revo-
lución" (de 1895). También se manifestó en el proteccionismo clientelista
a los artesanos y en la redistribución de los bienes baldíos para el fomen-
to de la agricultura exportadora y la gran propiedad territorial.

8. C. A. Jones, International Business in the Nineteenth Century: The Rise and Fall of
a Cosmopolitan Bourgeoisie, Nueva York, 1987.
9. G. Tortella, La revolución del siglo xx, Madrid, 2000.

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Los dirigentes radicales y regeneracionistas compartieron un talante


de hombres públicos civiles y civilistas. A este respecto, recordemos que
en un artículo de su madurez Caro no dudó en calificar a Murillo Toro
de "hombre civil y declarado adversario del usurpador Mosquera"10.
En la guerra como en la paz, la palabra fue su arma y la pedagogía su
método. Unos y otros se justipreciaron de publicistas y creyeron que, en la
marcha de la construcción nacional, su deber patriótico radicaba en en-
señar. Manuel Murillo Toro, Santiago Pérez y Aquileo Parra son en todo
equiparables a Rafael Núñez y Miguel A. Caro, salvo quizás en sus oríge-
nes sociales. Mientras que los dos últimos descendían de familias acredi-
tadas en Cartagena y Bogotá, los centros más importantes de la vida po-
lítica virreinal, los jefes radicales procedían de vecindarios subalternos.
Los medios discursivos de radicales y regeneradores también fueron
compartidos. El discurso de unos y otros fluyó por tres vertientes pro-
pias de un patriciado republicano: la legalista, o sea, el imperio de la ley
como ideal legitimador de la polis; la filológica y literaria, es decir, el
dominio de la lengua materna como prueba de civilización y acabada
expresión de la identidad cultural, y los estudios sobre el territorio geo-
gráfico, en una vena utilitaria de reconocimiento de los paisajes apropia-
dos y transformados por el hombre colombiano con su potencial para el
progreso material.
En realidad, las clases dirigentes de uno y otro partido hicieron del
derecho, la gramática y la geografía una trinidad que, cognoscitiva o emo-
cionalmente, podía invocarse para desentrañar el pasado, el presente y el
futuro del país y sus habitantes.
Una trinidad que, pese a los matices constitucionales (de federalismo
de papel versus centralismo de papel), todos ellos quisieron ver entroni-
zada en Bogotá, la capital nacional. Es otra de esas ironías de la historia
que la capital colombiana conociera uno de sus momentos estelares, el
despegue hacia una ciudad moderna, precisamente durante la Regenera-
ción. El régimen de la Constitución de 1886 cosechaba la liberación de la
propiedad raíz de los decretos de desamortización del general Mosquera,

10. Véase su artículo "Las dictaduras", en Miguel Antonio Caro, Escritos políticos,
op. cit., pp. 242-260.

[274]
L A R E G E N E R A C I Ó N A N T E EL E S P E J O L I B E R A L Y S U I M P O R T A N C I A E N EL S I G L O XX

uno de los grandes "usurpadores" de la historia colombiana, según Caro,


la Iglesia y los padres jesuitas. Quisiera sugerir que sin los ritmos de la
actividad comercial bogotana después de 1885 y la modesta infraestruc-
tura bogotana de bibliotecas, librerías, sociedades de artes, música y cien-
cias, de profesionalización de campos como la ingeniería, la medicina y
el periodismo que se aceleró por las mismas fechas, es imposible pensar
en la viabilidad de una nación como proyecto cultural, cualquiera que
fuese su signo ideológico.

La diferencia de radicales y regeneradores quedó establecida en la derro-


ta liberal en la Guerra de los Mil Días, la última contienda civil de nues-
tra historia en que participaron las élites políticas. Al tiempo que en 1902
los jefes políticos rechazaron la guerra como recurso válido de gobierno
u oposición, la vida pública se conservatizó, de suerte que las reformas
liberales de las décadas de 1930 y 1940 ganaron en relieve y dramatismo
más allá de lo que en realidad les correspondía.
¿Por qué la terminación de la Guerra de los Mil Días no marcó la
posibilidad de hacer un corte de cuentas con el pasado y, por el contra-
rio, el Olimpo Radical y la Regeneración se constituyeron en polos de
referencia de la divisoria política del siglo xx? La alianza implícita de
conservadores /míórícos y los antiguos guerreristas liberales recidados en
el quinquenio de Reyes fue demasiado táctica para alcanzar la coheren-
cia del legado regenerador. Mucho menos pudo superar a los regenera-
dores como gestores de una empresa retórica más resistente aún que la
radical, como sostiene convincentemente el historiador francés Frédéric
Martínez11. Y en el principio fue el verbo.
Pasando a los predicados, no es paradójico decir que el éxito del mo-
delo que imperó en los primeros 30 años del siglo xx impidió enterrar el
pasado. El complemento de liberalismo económico y conservadurismo
social, ideológico y político, en el cuadro de la creciente incorporación al

11. F. Martínez, El nacionalismo cosmopolita. La referencia europea en la construc-


ción nacional de Colombia, 1845-1900, Bogotá, 2001.

[2751
M A R C O PALACIOS

mercado mundial con base en el café, creó un entramado de intereses


sociales que, con una urbanización sostenida aunque incipiente, desbor-
daron las pretensiones ideológicas, fuesen ultraindividualistas o ultra-
montanas. Las instituciones regeneradoras, corregidas y mejoradas en
1910, funcionaron para un desarrollo capitalista dentro de un modelo
constitucional liberal.
Dos ingredientes regeneradores tendrían fuerte gravitación hasta la
década de 1960: la posibilidad de conciliar el mundo de fábricas, planta-
ciones, vías, bancos, telégrafos, con un antimodernismo orientado por
las encíclicas papales y un nacionalismo cultural hispanófilo. En ese con-
texto debe entenderse la violencia verbal de activistas incesantes como
los sacerdotes Ezequiel Moreno, Luis Jáuregui (influyente maestro de
Laureano Gómez) o Félix Restrepo, quienes emplearon la elocuencia para
demonizar los valores seculares encarnados en el liberalismo de Miguel
Samper o Uribe Uribe o en la Segunda República Española y lo que se
veía como su proyección siniestra en Colombia a la sombra del régimen
liberal de 1930-1946. En la búsqueda de un hilo conductor es posible
toparse con el Miguel Antonio Caro de la década de 1870, con el polemis-
ta del Partido Católico quien, sin abandonar las coordenadas esenciales,
tuvo que atemperar su pensamiento para ejercer el poder y la influencia
en las décadas siguientes.
En épocas recientes, personajes de la política liberal como Alfonso
López Michelsen o Indalecio Liévano Aguirre defendieron la obra regene-
radora de Núñez colocándola dentro de parámetros como el interven-
cionismo moderno o la modernización política. Personajes que, como
bien se sabe, combatieron algunas instituciones básicas del Frente Nacio-
nal, en particular la alternación. Por el contrario, un sociólogo de la po-
lítica como Fernando Guillen Martínez propuso que la Regeneración
habría sido "el primer frente nacional"12.
Desde la perspectiva de fines del siglo xx, podría decirse que el capi-
talismo colombiano acentuó los moldes individualistas, al estilo de los
liberales radicales del siglo xix. Pero también podría objetarse que du-

12. F. Guillen Martínez, La Regeneración. Primer Frente Nacional, Bogotá, 1986.

[276]
LA REGENERACIÓN ANTE EL ESPEJO LIBERAL Y SU IMPORTANCIA EN EL SIGLO XX

rante un largo trecho del siglo xx los espíritus animales del individualis-
mo capitalista fueron amansados por prácticas católicas, como hubiesen
querido los regeneradores de la década de 1890.
Propongo ver el tinte católico en un conjunto de instituciones pú-
blicas y privadas que están desapareciendo. Aparte del Hospital San Juan
de Dios y, claro, del Partido Conservador, hay que recordar las grandes
fábricas de textiles de Medellín en el período 1904-1970, las redes muni-
cipales de la Federación de Cafeteros después del censo de 1932 hasta la
fecha, la legislación laboral y de seguridad social, en particular desde 1949
hasta 1990. Instituciones que en su momento se legitimaron mediante
discursos éticos de solidaridad social que, en un tono secular, desarrolla-
ron los regímenes liberales entre 1930 y 1945. Habrá que estudiar con más
detenimiento esto que no dudo en llamar capitalismo católico. Ése fue
un legado de la Regeneración y si tiene adeptos en los dos partidos es
porque allí, así no sea explícita, puede radicar una de las razones de la
debilidad histórica de la izquierda colombiana.
El desorden del siglo xix fue el fantasma que acechó la conciencia
política del siglo xx colombiano. También a hombres como Núñez y Caro
en el último trayecto de aquella centuria de pasión política. Las cuidado-
sas compilaciones de los escritos de Caro por Carlos Valderrama Andrade
muestran esa obsesión por restituir la legitimidad perdida a raíz de la
Independencia, un tema subrayado por Eduardo Posada Carbó 13 .
En una entrevista que concedió lord Skiddsky a The Economist (9 de
diciembre de 2000) a raíz de la aparición del tercero y último volumen
de su biografía de John Maynard Keynes, sostuvo que, pese al poderío de

13. La autoridad de Valderrama sobre los escritos de Miguel Antonio Caro se ha


establecido a lo largo de muchos años de paciente y riguroso estudio en una copiosa
producción realizada dentro del Instituto Caro y Cuervo. Baste citar las siguientes edi-
ciones anotadas y comentadas del pensamiento político de M. A. Caro, Miguel Antonio
Caro y la Regeneración. Apuntes y documentos para la comprensión de una época, Bogotá,
1997; Miguel Antonio Caro, Escritos políticos, 4 vols., Bogotá, 1990-1993; Estudios consti-
tucionales y jurídicos, 2 vols., Bogotá, 1986; Discursos y otras intervenciones en el Senado
de la República, 1903-1904, Bogotá, 1979. El comentario de E. Posada Carbó a la publica-
ción de los primeros 3 tomos de los Escritos políticos se encuentra en el Boletín Cultural
y Bibliográfico, vol. xxix, n° 30, Bogotá, 1992.

[277]
MARCO PALACIOS

la prosa y la lógica del gran economista, la pertinencia de su pensamien-


to provino del desorden mundial que reinaba al comenzar la década de
1940. El biógrafo recordó cómo en 1940 Keynes había escrito en tono
pesimista que, por primera vez desde la Ilustración, "Hobbes nos dice
más que Locke". Guardadas todas la distancias y advirtiendo que ningu-
no de estos dos grandes clásicos ingleses del pensamiento político mo-
derno fue realmente conocido por Caro o Núñez, la fascinación que la
Regeneración ejerció sobre muchos espíritus del siglo xx colombiano
pareció estribar, precisamente, en ese mensaje premonitorio: en tiempos
turbulentos un pensamiento como el de Hobbes nos dice más que el de
Locke. Y no creo que las actuales circunstancias colombianas, en que es-
tamos recogiendo las siembras del último medio siglo, estén para la lógica
del sujeto político libre de Locke, que ya da por supuesto el Estado. Pa-
recen inclinarnos más hacia la lógica de Hobbes de armar primero el Esta-
do para que enseguida pueda erguirse y ascender el sujeto político libre.

[278]

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