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La conciencia del yo es una fase del desarrollo humano que implica la separación con el entorno

para adquirir la identidad, la individualidad y la independencia. En tanto en cuanto esta separación


significa un aislamiento y oposición del/al entorno, su visión es parcial y, como tal, es ficticia. El
concepto de campo de self organismo-entorno de la teoría de la terapia gestalt traslada la
naturaleza del “yo” de identidad a función, y se inserta en el paradigma que se expresa a través de
la física cuántica y de las ciencias de la complejidad. Por Sinesio Madrona.

La cuestión es muy simple de decir, aunque no tan sencilla de comprender. El concepto de “yo” pertenece
al paradigma newtoniano; y el del “selforganismo-entorno” [1] (Perls, Hefferline y Goodman, 1951) de la
teoría de la terapia gestalt es un concepto del paradigma de campo, y se une al camino que están abriendo
la física cuántica y las nuevas ciencias de la complejidad.

Por organismo nos referimos a una persona; por entorno a cualquier circunstancia exterior a la misma,
normalmente otra persona. El self es la relación dialógica entre ambas personas, que se constituyen en
los polos del campo que forma esa relación.

Por otra parte, el concepto de yo es una experiencia-conciencia personal (en términos de Wilber, 1980) y
el de selforganismo-entorno otra manera teórica de enfocar la experiencia-conciencia transpersonal, al menos
en las fases iniciales de esa experiencia.

El concepto de campo, en el que está inmerso, sitúa al self en una perspectiva afín a otras ciencias que
poco o nada tienen que ver con la psicología. Este lugar de posicionamiento de la teoría de la terapia
gestalt abre el camino para el diálogo con otros enfoques no psicológicos de la realidad. Por ende, este
enfoque teórico, desde esa misma teoría de campo, hace más accesible la comprensión racional del
concepto de “transpersonal” a las personas ajenas a la psicología del mismo nombre.

La paradoja del yo

Y si me permiten la paradoja, el hecho de que el yo sea una ilusión (Francisco J. Rubia), maya según la
filosofía budista, no significa que no sea ‘real’, que no tenga su efecto en la realidad. La paradoja entre
realidad y ficción o ilusión es también un asunto a resolver. Pues, al fin y al cabo, lo que así llamamos
‘ficción’ es también un componente de la realidad.

“...las nuevas teorías de la información [...], desde la filosofía (Whitehead), la psicología (Keeney) o la
ciencia (Laszlo), basan la descripción de la realidad no en el ‘punto newtoniano’, sino en la malla de
interrelaciones que existe entre todos los ‘puntos’ del universo. Es decir, en estas concepciones no
existen puntos aislados sometidos a una fuerza y velocidad vectoriales, sino un complejo campo de
interrelaciones en las que cada ‘punto’ está conectado por una información que comparte con todos los
otros “puntos”, siendo, al mismo tiempo, cada uno de esos otros ‘puntos’. En realidad, hablar de ‘punto’ en
estas concepciones carece de sentido, pues en ellas no existe lo que en términos newtonianos
entendemos por ‘punto’” [2].

De una manera rápida y sencilla el ‘yo’ es ese ‘punto’ newtoniano; y el self organismo-entorno es esa
“malla de interrelaciones”. Dicho de otra manera, que ampliaremos al final, el yo es el ‘colapso de la
función de onda’ del self organismo-entorno.

Otra cosa que hay que decir también y rápido es que el hecho de que el yo tenga fecha de caducidad no
significa que vaya a desaparecer. Significa que será sustituido por un concepto más amplio, el del self,
que lo abarca, pero no que sea inútil y no tenga su función en la realidad.

El self no es el concepto de una entidad (o ‘instancia’, según el psicoanálisis) individualizada, como el yo


(personal y por lo tanto subjetiva), sino el de una función objetiva de relación recursiva que se da entre el
organismo y el entorno. No ‘pertenece’ ni al organismo ni al entorno, pues el concepto se refiere al hecho
mismo de la información que transcurre entre ambos. Esa información es como las líneas de fuerza,
invisibles, que conectan los polos de un imán. Los polos de este ‘imán’ serían el organismo y el entorno.

Por lo tanto el self no está en el individuo, no podemos decir ‘mi self’. En todo caso podríamos hablar
del self que hay entre ‘...’ (persona, situación, objeto exterior...) y yo mismo.

Esto hace que como función de campo el self sea un fenómeno objetivo. Y, sin embargo, como
función self de una determinada relación organismo-entorno, dada su naturaleza personal, es un
fenómeno subjetivo.

El yo es a la conciencia como los enfoques newtoniano y geocéntrico a la realidad física. Tienen su


función, y aunque las teorías relativista y cuántica y el sistema heliocéntrico los hayan sustituido, no los
han hecho desaparecer. Seguimos utilizándolos con provecho en nuestra actividad cotidiana.
Así, el yo y la experiencia que tenemos de él seguirá siendo útil y cumpliendo la función-ficción que ha
cumplido siempre. Únicamente el concepto deja de ser egocéntrico (geocéntrico en el símil astronómico) y
pasa a ser asimismo ‘exocéntrico’, una función de campo incluida en el self. En el símil astronómico, el
mundo ya no gira en torno a mi yo, es mi yo el que gira alrededor del mundo. Pero en cualquier caso... el
yo sigue ‘girando’...

El yo es una de las funciones del self en la teoría de campo (las otras son el ello y la personalidad) de
Perls, Hefferline y Goodman (1951). Es decir, tampoco el concepto de yo desaparece en la teoría de
campo. El yo conserva la mayoría de los atributos que le adjudican las psicologías newtonianas
(identidad, autorreferencia, toma de decisiones...), pero al verse como una energía de campo deja su
estatuto de entidad para convertirse en una función. Es decir, el propio yo, con sus atributos, pasa
también a ser una función, una función del selforganismo-entorno.

“El concepto de campo en la teoría gestalt aparece como el todo que forma el organismo con el entorno.
No hay un “punto” llamado organismo y otro “punto” llamado entorno, hay una realidad única
indiferenciada” (El self, pág. 2).

“Así pues, para entender el self hay que adoptar una perspectiva no-dual en la que no distinguimos al yo
del otro o del entorno. El self, implica situar el centro de la vida fuera de lo que somos como individuos.
El self es algo que está en constante movimiento en el campo. [...] Eso es el self, el movimiento constante
de las interacciones mutuas.” (El self, pág. 3).

“...el self es una propiedad del campo organismo-entorno.” (El self, pág. 4).

“...todo suceso ocurre en un campo más amplio que nos contiene y en el cual los procesos que tienen
lugar y de los cuales formamos parte son el resultado de esa totalidad que pretendemos abarcar bajo el
concepto de campo.” (El self, pág. 4-5).

“Percibir al self, tal como lo exponen Goodman y Perls, no es fácil desde nuestro antropocentrismo e
individualismo cultural (como no estamos inclinados a “ver” el movimiento de la Tierra alrededor del Sol,
desde nuestro geocentrismo). Hay que hacer un acto consciente (consciousness) de voluntad racional
(modo activo) y estar abiertos (awareness, modo pasivo) a la percepción trans-yoica de la realidad para
llegar a comprender-percibir la realidad unitaria del campo que nos trasciende como individuos aislados.”
(El self, pág. 6).

El meollo de la cuestión

Todo este asunto es una cuestión relacionada con el desarrollo humano. El yo es una ‘ficción’ que nos
contamos a nosotros mismos en un momento de nuestro crecimiento (como individuos y como sociedad)
porque es necesaria para este crecimiento. En este sentido, la ficción no es tal ficción, es una
representación necesaria en un momento del desarrollo humano.

En una obra de teatro o cine sabemos que el actor está representando. Pero eso no nos hace menos
susceptibles a las emociones que la situación puede suscitar en nosotros. ¿Son esas emociones una
ficción? Evidentemente no. El hecho de que el yo sea una representación de un acto de nuestra vida,
¿hace que sus efectos sean una ficción? Evidentemente no.

Así que, tengámoslo claro, y permítanme de nuevo esta paradoja, el hecho de que el yo sea una
‘ficción’, maya, no lo hace menos ‘real’.

La cuestión es que en nuestro desarrollo nos tenemos que dividir para alcanzar la autoidentidad, el yo. En
esa división adoptamos la ficción de que el/lo otro es algo ajeno, no tiene nada que ver con nosotros. Así
lo negamos, lo ignoramos, lo rechazamos, lo despreciamos, lo combatimos, lo perseguimos, queremos
destruirlo, superarlo, hacerlo desaparecer... (Encuentro con la sombra ), C. G. Jung y otros, 1991).

Aunque no seamos conscientes de ello, aunque destruyendo al otro destruyamos también algo en
nosotros mismos, llevamos la necesidad de esa ficción tan lejos como todo eso.

Sólo dividiéndonos adquirimos conciencia, un inicio de la misma, la fase personal, que es, por tanto, una
conciencia parcial. Y si la división nos lleva a una ficción en tanto en cuanto entramos en una visión
parcial de la realidad, la conciencia, al menos en su fase personal (Wilber, 1980), también lo es. De ahí
tanta discusión acerca de lo que es la conciencia (personal). Si estamos discutiendo sobre una ‘ficción’,
es evidente que cada uno ve lo que quiere ver, lo que cree ver.

Sin embargo ese paso por la conciencia ficticia es necesario para adquirir, más tarde, una conciencia más
plena, una gestalt (totalidad) más abarcadora [3] . Si en nuestro desarrollo como especie hemos
empezado algo nuevo: la conciencia, no la vamos a tener toda ella de inmediato.

En la evolución de las especies la vida (otro salto evolutivo) empezó por la ameba (por los seres
unicelulares), no se llegó a los mamíferos sino tras muchos millones de años de evolución. Así no
pretendamos que nuestro desarrollo de la conciencia, recientemente adquirida en términos de evolución,
sea ya todo lo que puede ser.

Es posible que la conciencia esté todavía en la mayoría de nosotros en un estado de ‘ameba’; es decir en
un estado ‘unicelular’. En tanto en cuanto hablamos de una conciencia uni-personal, somos-sentimos-
pensamos como seres ‘unicelulares’ en cuanto a la conciencia se refiere. En ese tipo de conciencia el ‘yo’
es el rey, no hay otra visión de la realidad que no se refiera a ‘mi yo’.

Las teorías de Sheldrake (1985), Peat (1987), Zohar (1990), Laszlo (1993) y otros apuntan en otra dirección:
hay una conciencia que podríamos decir ‘pluricelular’ en la que cada uno de nosotros somos una célula
de un ‘organismo’ mayor.

La podemos llamar conciencia crística, de Buda, cuántica o de campo (teoría gestalt de campo)..., estamos
hablando de lo mismo. Implica una experiencia de red, de “malla de interrelaciones”, en la que estamos
inmersos, y en la que nuestro ser es el ser de todos. Una percepción diferente que forma polaridad con la
percepción individualizada del yo.

Así el concepto de self organismo-entorno de la teoría de la terapia gestalt apunta en esa dirección desde
una perspectiva de campo. La teoría del campo organismo-entorno propia de ciertas ramas de la terapia
Gestalt [4] se apoya o procede del concepto de campo en la física ( Teoría del campo ; Lewin, 1951) y
entiende la realidad relacional del individuo como esa “malla de relaciones” de la cita de arriba. Es lo que,
desde otra perspectiva, Bartra llama la “conciencia alojada fuera del cerebro”.

Acostumbrados como estamos a percibir la realidad desde una postura egocéntrica, exclusivamente
yoica, nos cuesta trabajo entender-percibir-experimentar una realidad en la que somos una parte del todo.
Tenemos que desapegarnos de nuestra identificación con la parte, con el yo, para poder acceder al todo.

Es lo mismo que la visión geocéntrica, sólo saliéndonos de la Tierra podemos realmente ‘ver’ el
movimiento de nuestro planeta. Igualmente ocurre con el yo, sólo si nos salimos de él (desapego budista)
podremos ‘verlo’.

En ambos casos se necesita la distancia al objeto que nos centra para verlo, precisamente, desde un
lugar descentrado (descentramiento afectivo de la psicología evolutiva). En ambos casos podremos ver un
‘movimiento’ que antes no veíamos. En el caso del yo lo que vemos es su ‘órbita’ en torno a una realidad
mayor (el selforganismo-entorno) que lo abarca y alrededor de la cual ‘gira’.

En definitiva el concepto de self en la teoría de campo de la terapia gestalt se refiere a una función, no a
una entidad. Es decir no es un objeto, una corporización, como lo llama Keeney (1983), sino un flujo de
información recursiva que transcurre entre dos o más polos.

Es la información misma, y como tal hecho de la información es independiente (Keeney) de los objetos
entre los que transcurre, sean psicológicos, biológicos, físicos u otros. Es decir, la misma información (el
mismo esquema o estructura) puede existir entre diferentes objetos en distintos planos de la realidad. La
información es la misma, los objetos entre los que transcurre diferentes.

En este sentido la información es ‘independiente’. Como la matemática y la geometría, nos hablan de que
las mismas estructuras pueden darse en la materia y en la vida. Por ejemplo las espirales galácticas y las
de algunos seres vivos. O la geometría molecular que determina muchas de las características de
las moléculas.

El caso es que el hecho mismo de la información en sí es un componente de la realidad, al mismo nivel


ontológico que el de la materia entre la que transcurre y que configura. Como dicen varios artículos
en Tendencias21 (Yaiza Martínez, Javier Monserrat), la información es un constituyente básico de la realidad
[5]. Lo importante pues, en esta perspectiva de campo, no son los ‘puntos’ entre los que transcurre esa
información, sino la información misma.

Así, de esta manera, ambas, materia e información, son componentes de una realidad polar. La una no
puede ser sin la otra; pero existen en el mismo plano, ninguna es ‘antes’ que la otra, como se discutirá
más adelante. Ambas forman una realidad única.

En este sentido el self organismo-entorno es un caso particular de un fenómeno que transcurre a lo largo
y ancho de toda la realidad: física, química, biológica, psicológica, social... Keeney llama pauta (pattern) a
ese fenómeno, y ese fenómeno es la información. Un componente básico de una realidad más global.
Por otra parte y paradójicamente, en el momento en que esa información –objetiva, como hecho en sí– se
corporiza en un objeto (sea un ‘yo’ o una partícula o una molécula o una célula...) se hace ‘subjetiva’ [6]
(ver nota 6). Lo ampliaremos más adelante.

El papel evolutivo del yo

El yo es una ficción en tanto en cuanto se cree único, en tanto en cuanto es parcial, no es la totalidad. El yo
se confunde con la totalidad y en ese sentido es ficción. Toma la parte por el todo.

Así pues, el yo es una ficción, pero una ficción como la que nos contábamos cuando todavía creíamos
que la Tierra era el centro del Universo. Ahora es obvio ya, para muchos: el yo no es el centro de una
realidad absoluta. El yo es el ‘planeta’ en el que vivimos y con el que nos identificamos, pero no es ‘el
centro del Universo’. El yo sigue siendo, no obstante, un ‘planeta’, no es, en sentido estricto, una ilusión.
La ilusión es creernos todo lo que nos cuenta el yo. Un yo, como el propio concepto implica, interesado
sólo en sí mismo.

Podemos utilizar la imagen de la dualidad onda-partícula del artículo sobre el tema en Wikipedia para otro
propósito. Con ella también podemos representar la dualidad yo-entorno. El hecho es que, como se dice
en la imagen del artículo sobre la dualidad onda-corpúsculo, “...un mismo fenómeno puede tener dos
percepciones distintas”. Explicación que se puede aplicar a cualquier otra circunstancia, en particular, en
este caso, a las percepciones del yo. La utilización de esta imagen es asimismo coherente con todo lo
que se dirá después acerca del paralelismo entre la cuántica y la conciencia.

En esta imagen proyectamos una luz sobre un cilindro desde su altura o desde su base y tenemos en la
pared un cuadrado o un círculo. Podemos entender que desde el yo vemos la vida, según la enfoquemos,
como un ‘cuadrado’ o como un ‘círculo’. Entonces desde el relativismo filosófico, todavía dentro del
pensamiento parcial, podemos juzgar que no hay nada absoluto, que nada es real, que toda la realidad la
‘fabricamos’ nosotros. Así el yo, como la realidad, es una ficción.

Pero si vamos un poco más allá de esa postura y nos desapegamos del yo podremos concebir que es
nuestro yo (idiosincrasia, cultura, educación, biología, genética...) el que nos induce a fabricar ‘esa’
realidad (precisamente ‘esa’ y no otra) y a verla ‘cuadrada’ o ‘redonda’. Que somos nosotros los que
‘construimos la realidad’ para nuestro uso cotidiano, que es particular, subjetivo y necesario. Lo que
necesitamos para nuestra supervivencia como cualquier ser vivo.

Sin embargo, desde la distancia (ver gráfico) vemos la proyección redonda y la cuadrada. Vemos la
mirada distinta de los diferentes yoes, las diferentes realidades. Vemos, así pues, una realidad más
abarcadora, más general, que contiene las realidades relativas de distintos yoes.

Desde esta perspectiva global, según nos posicionemos en la realidad, podemos así estar en una u otra o
en ambas a la vez. Podemos, por ello, contemplar la realidad parcial relativa al mismo tiempo que
contemplamos la realidad global que contiene todas las posturas relativas, y todo ello sin conflicto [7].

Es decir, más allá de esta apreciación parcial del yo podemos concebir que la realidad es redonda-y-
cuadrada. Entonces la realidad, tal como la concibe el yo parcial, deja de ser ‘real’ y se convierte en una
función de paso hacia una realidad más abarcadora, hacia una totalidad, hacia una gestalt (totalidad), que
es más real en tanto en cuanto contiene a los opuestos. Así la realidad es al mismo tiempo absoluta-y-
relativa en función del grado de desarrollo de la conciencia en el que situemos nuestra apreciación.

La realidad es relativa si la tomamos como aquella que construye el yo-ficción que toma la parte por el
todo. Más allá de ese relativismo hay una realidad coherente para todos. Sólo tenemos que situarnos en
el lugar en el que podemos ver las diferentes realidades. Un lugar, transracional y transemocional, que es
el mismo para todos (‘un océano con muchas orillas’, le gusta llamarlo a Ferrer, 2002). En ese ‘lugar’ nos
sabemos una parte del todo, pero podemos, al mismo tiempo, contemplar la totalidad. Porque somos a la
vez, como describe la cita del principio, parte y todo.

Así lo describen Perls, Hefferline y Goodman (1951):

«Una consciencia así sólo es posible salvo que abarque a un todo-y-sus-partes, donde cada parte es
inmediatamente experimentada como incluyendo a todas las otras partes y al todo, y el todo sólo está
formado por esas partes.» (pág. 244).

Una especulación cuántica

Otra manera de describirlo provendría de la mecánica cuántica. Si partimos del postulado que habla de la
identidad, correspondencia, paralelismo... mente-materia (Laszlo, 1993; Peat, 1987, Zohar, 1990, Bohm ,
1987), podremos especular acerca de una homología entre la estructura de los conceptos de la física
cuántica y los de la conciencia.

Basándome, así pues, en mi mayor dominio del tema psicológico de la conciencia propongo, partiendo
desde este lado del conocimiento, algunas ideas sobre el posible paralelismo existente entre la física
cuántica y la psicología de la conciencia.

Mi punto de apoyo para hacer este paralelismo procede de la postulada existencia de una simetría
estructural entre las diversas ciencias que estudian la realidad. Así nos lo dice la teoría de
sistemas (Bertalanffy, 1968). Según esta teoría es posible encontrar homologías estructurales básicas entre
diversas disciplinas tan alejadas entre sí aparentemente como puedan ser la física, la geología, la
química, la biología, la psicología y la sociología, por poner unas pocas.

Aplicaremos, pues, este punto de vista a los conceptos de ambos conocimientos. Básicamente la idea de
la que partimos es que el campo formado por el self organismo-entorno, o lo que es lo mismo y más
amplio, la pauta de Keeney (1983), es a la onda lo que el yo es a la partícula.

En ambos casos existe la información (la onda [8], el self, la pauta, el mensaje...), y existen las fuentes
(trasmisor y receptor [9] –recursivos–) que corporizan esa información en la materia (la partícula, la
molécula, la célula, el yo [10]...) En línea con la teoría de sistemas la idea básica de Keeney es que
la pauta es la información recursiva que transcurre entre dos cualesquiera polos de la realidad (física,
química, biológica, psicológica, social...).

Por lo tanto podemos decir que materia e información forman un todo, ambas son manifestaciones
polares de una misma realidad. Constituyen una paradoja que impulsa a un nuevo nivel epistemológico
(Keeney, 1983). Quizá es una idea difícil de aceptar, pero por mucho que lo propongan Vedral y los
creyentes religiosos no hay, según esta postura, una información-dios que cree la materia o exista al
margen de ella, ni, en la dirección opuesta, una materia (o cerebro) que cree la información (o la
conciencia, o el yo, o dios).

Ambos son extremos de una polaridad que ‘se necesitan’ para ‘crear’ la realidad tal como la conocemos. Igual
que ‘se necesitan’ los polos positivo y negativo para ‘crear’ electricidad o el campo magnético. Pensar el
uno sin el otro es absurdo, si partimos un imán, por ejemplo, ambas partes recrean el bipolo. Es normal
aceptar esto también en la estructura de los átomos o en cualquier compuesto químico. Unen, como
sabemos, dos polaridades. Resulta, sin embargo, más difícil de asimilar cuando entramos en un nuevo nivel
abstracto simplemente porque no estamos acostumbrados a verlo igualmente así.

La solución a esta paradoja entre materia e información (materia-conciencia, materia-dios, materia-mente,


materia-espíritu...) establece así un nuevo nivel de comprensión, el que Villalba llama “holístico” y Keeney
(1983) “epistemología de orden superior”. Visto así la libertad que se experimenta en los niveles
superiores de la conciencia parecería coincidir con ésta otra: “...los campos físicos se consideren
informalmente como sistemas con un número infinito de grados de libertad”.

Después de todo lo dicho, mi opinión sobre esto:

“Es admisible algo que Vedral menciona. A saber, que nuestra idea de la naturaleza es sólo el resultado
de nuestro conocimiento. La naturaleza, para nosotros, no otra cosa que el conjunto de nuestro
conocimiento sobre ella. Es verdad, por tanto, que el conocimiento del universo comienza por la
experiencia que el hombre (sujeto) tiene de la naturaleza (objeto) por los sentidos.” (Javier Monserrat).

Partiendo, como he mencionado, del mundo de la conciencia y basándome en la identidad mente-materia


antes postulada, es que esa idea acerca de la naturaleza es una idea del yo y, por lo tanto, una idea
parcial de cómo y qué es nuestro conocimiento. En este sentido la ciencia, y la física cuántica entre ella,
es una proyección del yo basada en la separación del sujeto con el objeto.

Hay otra forma de ver-experimentar-pensar la ciencia y el conocimiento en general. La corriente oficial


estima que para hacer ciencia tiene que darse la separación entre el sujeto y el objeto. Fox Keller (1985)
nos explica abundantemente que hay otra manera de hacer ciencia que parte de la identidad sujeto-objeto
y científicos que la han llevado y la llevan a cabo. Por ejemplo, Mc. Clintok, premio Nobel de Química por
su descubrimiento de la transposición genética debido a su estudio de los cromosomas del maíz [11]. Es
una forma diferente de conocer que quizá podría darnos otras respuestas, probablemente sorprendentes.

Paralelismos cuántica-consciencia

La circunstancia es que hay un paralelismo asombroso entre las propiedades de las partículas
fermiónicas de la física cuántica y el concepto del yo: las partículas fermiónicas “...como electrones,
protones o neutrones, mantenían su individualidad unas frente a otras...” , así como entre las propiedades
de las partículas bosónicas “...como la luz, en que cumplen la propiedades cuánticas...” (Tendencias21) y el
concepto de self organismo-entorno o pauta de Keeney.

Si partimos de la anteriormente expuesta idea sistémica de identidad estructural entre todas las
manifestaciones de la realidad, esta comparación no sólo es posible, sino también recomendable si
queremos tener una idea global de cómo y qué es la realidad, ya sea física, biológica o consciencia. En
este sentido me uno a lo que dice Penrose admitiendo que “Vivimos una única realidad con tres
dimensiones: matemática, física y psíquica,...” (Tendencias21) [12].

Así esta descripción:

“El electrón en su orbital (materia con propiedades cuánticas) está en estado de superposición porque
está en todos los sitios y no está en ninguno, pudiendo colapsarse (colapso de su función de onda)
cuando en un punto se “plega” como partícula que detectamos” (Tendencias21), podría aplicarse al
concepto de self. El self es una forma de manifestación, una malla de relaciones como se dijo arriba, que
está, asimismo, ‘...en todos los sitios y no está en ninguno’.

En este caso también es el yo el que ‘colapsa’ la función (de ‘onda’) del self y la ‘plega’ en una
interpretación concreta y parcial de la realidad. En un ‘yo’. Así podríamos hacer una homología sistémica
entre el yo que define una realidad reductoramente (‘crea’ la realidad según el relativismo filosófico) y
la reducción cuántico-clásica que pretende explicar un fenómeno análogo en la materia-energía.

Habría una situación homóloga estructuralmente (teoría sistémica) entre el colapso que produce el
observador al hacer una medición cuántica y el ‘colapso’ que produce el yo al hacer una interpretación
(‘medición’) de la realidad macroscópica que observa. En ambos casos se materializa una situación que
no es ‘toda’ la realidad.

El caso no sería entonces buscar el porqué: “Ocurre, aunque no sabemos por qué
causas.” (Tendencias21), sino en aceptar el como [13]. Es decir, admitir ese colapso como una función
necesaria de la realidad, como parte de un proceso natural. Función que se da tanto en el nivel cuántico
como en el de la conciencia.

Es, entonces, un proceso necesario para el desarrollo de la materia y necesario para el desarrollo de la
conciencia, no hay que buscar otro porqué. Es algo que se produce de forma natural y obligada en el
desarrollo de la realidad microscópica y que también se produce en del ser humano. Es la misma función
en realidades de diferente nivel evolutivo de la materia-información. Una reiteración evolutiva que trasciende
o traspasa cualquier nivel de la realidad.

Es decir, en el plano humano, el yo crea una realidad parcial con la que el individuo comienza el
desarrollo de su conciencia (personal, yoica, parcial). El hecho de que sea una realidad parcial es lo que
la hace relativa al sujeto, como dice el relativismo filosófico. Asimismo en la que Penrose llama reducción
cuántico-clásica se crea una realidad parcial.

Es una función análoga a la del yo en tanto en cuanto reduce todas las posibilidades de la onda a una
sola posición-partícula de la materia. Es, por lo mismo, una ‘interpretación’ parcial de la realidad onda,
efectuada para crear materia, corpuscular primero, macroscópica después. Podríamos añadir, entonces,
que hablar del mito de la materia, es paralelo a hablar del ‘mito’ del yo. Estamos contemplando la misma
estructura sistémica en dos polaridades: materia y conciencia.

La cuestión no sería, entonces, aunque sea difícil de entender, que la medida que el ser humano hace
precipite la función de onda, sino que esa medida refleja el propio mecanismo de reducción cuántico-
clásica como un espejo. Ambas funciones, yoica y reductora, serían análogas; no podrían, por lo tanto,
conseguir otro resultado que no sea para el que su función las habilita. Y este resultado es natural, como
natural es el desarrollo del yo en el crecimiento humano, una fase del proceso.

El mismo mecanismo estructura la realidad material y la realidad de la conciencia. Este ‘mecanismo’ está
más allá de la materia y de la información (dios, espíritu, mente, conciencia..., distintos modos de llamar a
la no-materia, el polo opuesto de la materia). Significa que hay un proceso de dar forma, de estructurar la
realidad, que trasciende ambas manifestaciones polares de la misma.

La información, como dualidad paradojal con la materia, sería un reflejo, opuesto a ella, pero por ello
mismo simétrico (como el reflejo de una imagen en un espejo: igual, pero diferente). Es decir, la
información produciría, tendría, los mismos mecanismos que la materia-energía, pero en otro plano o polo
opuesto de realidad.

Sería, entonces, el yo humano, por su propia naturaleza homologa en otra estructura sistémica, el que se
refleja en la misma función homóloga de la realidad cuántica. Es decir el yo humano al medir se pone en
coherencia con la propia función cuántica que produce la reducción a su forma clásica. Por el contrario,
el self no ‘mide’ la realidad, no provoca un colapso de la función porque él es la función, simplemente
actúa de relación, de información, de campo, de onda...

Así no hablaríamos de “...una conexión entre la transición cuántico-clásica y el fundamento físico de la


conciencia...” (Tendencias21), sino de una conexión o paralelismo entre la transición cuántico-clásica y la
transición self (onda) -yo (partícula). Desde la psicología, la conciencia (personal) se produce en esa
transición-reducción self-yo y no en una transición basada en la materia, en el cerebro.

Podríamos decir algo más acerca de ese paralelismo y es que es especular. Al igual que la información
cuántica evoluciona hacia un medio cada vez más denso, en el polo opuesto de la realidad el yo
evoluciona de un medio cada vez más denso (identificación con la materia y con el cuerpo), hacia otro cada
vez menos denso, más cuántico (conciencia holística). Es un espejo, el proceso es igual, pero invertido.

El niño nacería en una realidad cuántica ‘inconsciente’ (una “mente cósmica” inconsciente). Lo que Jung
llama protolibido y Wilber estado pleromático. Para adquirir consciencia (personal), primero tiene que
‘plegar’ esa realidad cuántica en un yo parcial y concreto. Posteriormente ese germen de conciencia
personal puede conectar de nuevo con la totalidad y desarrollar, en palabras de Bohm, la “mente cósmica”,
ahora de manera consciente. Lo que Villalba llama nivel holístico.

Un estado que contiene materia y conciencia

Hablar del yo y de la conciencia a partir del cerebro, de la materia, es una postura parcial. Lo contrario
hablar del cerebro a partir de la información sería la opuesta. Todo el enfoque de nuestra ciencia parte de
la materia, pero se están alzando voces que colocan el punto de partida en la información. La psicología
en tanto que voz que habla desde la información tendría muchas cosas que decirnos si la escucháramos
en este debate.

La psicología habla de la conciencia desde la propia conciencia; es decir, desde una perspectiva no-
material, desde la información (profunda, estructural, simbólica). En su estudio no hay interferencias ni de
la física cuántica, ni de la neurología, ni de la religión. Para la psicología todos ellos son lenguajes
simbólicos y se tratan en el mismo plano de igualdad. El suyo es un enfoque totalmente diferente al
habitual en nuestros esquemas de pensamiento y conocimiento.

Es, pues, otro el punto de partida y otras las respuestas que se obtienen al respecto. Eso no significa que
los enfoques materiales de la conciencia no tengan algo que decir por su lado, como parte de una
totalidad mayor. Ni que ambos enfoques material y no-material no estén hablando en definitiva de lo
mismo desde posturas polares que se pueden integrar.

En la categoría de lo no-material también incluyo los campos mórficos de Sheldrake y el campo akásico de
Laszlo. Asimismo todo lo que tiene que ver con la forma ( geometría molecular y otras) y que tan utilizado
está siendo cada vez más en la investigación médica y farmacológica avanzada (medicamentos quirales).

En cualquier caso la respuesta global está en un metasistema que contemple la paradoja de ambas
posturas a distancia suficiente como para integrarlas. No se trata de oponer, en los extremos, ciencia a
religión (información, psique, conciencia, espiritualidad..., no-materia en definitiva), sino de integrarlas en
una misma visión, cosa que es posible si se transcienden los lenguajes de ambas. La materia, así como la
información, serían aspectos parciales de la realidad, sólo si las contemplamos juntas podremos ver la
totalidad como un proceso emergente que las trasciende.

En nuestra percepción directa parece que es la materia, el cerebro, el que produce la conciencia o, si a
eso vamos, los fenómenos espirituales. Si tenemos en cuenta las últimas consecuencias a las que nos
llevarían postulados como los de Vedral sería la conciencia (la información) la que produciría el cerebro.
Siguiendo a Verdal hasta el extremo, el cerebro sería ‘sólo’ información. Se trata de la oposición entre lo
material y lo ‘no-material’ (información, conciencia, dios, espíritu...).

Obviamente esta cuestión es una polaridad y como tal no tiene solución en su mismo plano sino en un
nivel que los integre a ambos. En un nivel en el que las cosas son-y-no-son al mismo tiempo, como el agua
que es-y-no-es hidrógeno y oxigeno, pues es otra cosa: ¡agua!

La percepción de la totalidad (de una gestalt más abarcadora o una epistemología de orden superior)
implica el ser-y-no-ser al mismo tiempo de la cosa percibida como polaridad. La integración incluye a las
partes sin ser otra cosa que éstas, pero produciendo una manifestación diferente. Un resultado o fenómeno
emergente, siempre que veamos en ello que la dinámica dual es la que aporta la energía –creativa– que
permite el fenómeno emergente, y no una alternativa entre posturas racionales opuestas: emergentismo-
dualismo.
Añadamos a esto que desde ambas polaridades podemos explicar a la otra creyendo que es la nuestra la
que genera a la otra. Así para unos es el cerebro y la materia los que generan la conciencia y la
información, mientras que para otros es la información, la conciencia, dios... los que crean la realidad o
generan la materia, el cerebro. El que podamos y queramos explicar desde uno de los lados la generación
del otro sólo nos habla de la relación especular (circular, recursiva) entre ambos, no de la prioridad lineal
de una realidad sobre la otra.

Un universo materia-información

Estamos en un universo en el que a la apreciación inmediata de los sentidos le parece todo que procede
de la materia. Cabría preguntarse, no obstante, si esas teorías sobre el ciclo de los multiversos no son en
realidad una obscura percepción de que la información y la materia, como dualidad, tienen un ciclo en el
que se alternan.

En fin, como resultado final de todo lo dicho, no se trataría, pues de: “El estado consciente es una
consecuencia de este proceder físico de la materia. De algún modo, la mente debe reproducir estos
mecanismos físicos para producir los estados de conciencia” (Tendencias21) ; sino de considerar que una
estructura similar (homología sistémica, metasistema) opera tanto en la materia como en la mente
(tomada ésta como información).

Por la misma regla de tres podríamos decir que: ‘la materia es una consecuencia de este proceder
consciente de la mente (información, espíritu, dios...)’.

La cuestión aquí tampoco es, como he dicho, discutir qué es antes si la materia-energía o la información-
forma (conciencia, mente, dios, espíritu...). Esa discusión es infinita, no tiene fin. Es una discusión entre
polaridades y como tal es un ejercicio de búsqueda, de orden explicado o cartesiano (Bohm), de evolución.
No es una situación definitiva, es un mecanismo, un proceso, no un resultado.

No se trata, pues, como expone Manuel Bejar en un artículo sobre Bohm de: “...que al igual que la materia
genera estados macroscópicos de coherencia cuántica, el cerebro podría aprovecharse de estas
propiedades físicas y cohesionarse formando un todo.” Sino de pensar, según hemos visto ya, en una
totalidad todavía mayor que incluye a la materia y a la información. La cohesión cerebral (materia) sería
un correlato de la cohesión de la conciencia (información). Una cohesión que, como la vida, todavía está
evolucionando hacia una manifestación más plena.

Es decir la coherencia cuántica y la cohesión cerebral responden a la misma, podríamos decir, ‘estructura
de la totalidad’ en un metasistema (lo de ‘estructura’ no es un apelativo adecuado, pero no hay manera de
nombrar a lo innombrable en la medida en que estamos hablando de una percepción transracional) [14].
Dicho de otra manera, en tanto que polaridad, materia y mente (información) se expresan
simultáneamente en el mismo hecho, sin que una sea ‘antes’ que la otra.

Esa ‘estructura de totalidad’ es un metasistema, está más allá de la materia y de la conciencia. O de otra
manera, más allá de la materia y de la información como componentes polares básicos de la realidad.
Materia e información, materia y conciencia, forman una polaridad paradojal que nos lleva más allá del nivel
dual tanto de la conciencia como de la materia.

La respuesta, pues, a esta cuestión polar es transracional (trasciende la racionalidad cartesiana), está en
un nivel de conciencia que integra ambas posturas. En ese nivel integrativo (holístico) la discusión de
prioridades carece de sentido, pues lo que se observa es la recursividad entre ambas para acceder a un
nivel epistemológico superior (Keeney, 1983) que las explica y las contiene.

Así el hecho de que para Penrose sea difícil implementar el caos en una teoría de la conciencia quizá sea
porque el abordaje del caos en la conciencia no debe ser hecho a través de la materia ni de la física
cuántica, sino a través de la propia estructura de la conciencia y del desarrollo humano (procesos de
autoorganización en la conciencia). A través de la propia estructura de la información. Al fin y al cabo la física
cuántica se ocupa de la materia mientras que la psicología se ocupa de la información, aspectos polares
de la realidad como hemos visto.

Conciencia en varios estados a la vez

Sobre esta frase: “Podemos demostrar que, si pudiéramos utilizar la cuántica plenamente, si pudiéramos
hacer que un objeto grande estuviera en varios estados a la vez...” (Tendencias21).

Me puedo preguntar, entonces, hasta qué punto podemos considerar que ‘un objeto grande’, en este caso
la conciencia, puede estar en varios estados a la vez. Así ocurriría cuando la conciencia llega a un
desarrollo en el que es capaz de percibir la realidad que ven diferentes yoes al mismo tiempo
(Villalba, Tendencias21). Esta mirada se realiza tanto desde cada uno de esos yoes y como desde una
perspectiva que los abarca a todos.

Es decir, podemos establecer una probable homología estructural entre ese estado de la conciencia –
holística– y esos estados superpuestos de la materia cuántica. A partir de ahí, de esa propuesta
‘superposición’ en la conciencia, quizá pudiéramos, incluso, indagar algo más sobre esos estados
superpuestos que nos muestra la física cuántica.

En última instancia si las observaciones cuánticas nos han mostrado la influencia del observador en esas
mediciones cabría preguntarse muy legítimamente si la conciencia del observador también influye en los
resultados que obtiene de la materia y, en este caso, si la medición, o más bien la interpretación que de
esa medición se hace, resultaría idéntica en casos de conciencias diferentes acerca del objeto de
estudio.

Aquí nos echa una mano Kuhn (1962) cuando nos habla de las diferentes interpretaciones acerca de una
misma realidad (supuestamente ‘objetiva’ para todos ellos) que han hecho los científicos a lo largo de la
historia (Tendencias21). Y Keller (1985) cuando critica el punto de vista dominante de la separación sujeto-
objeto como única fuente de conocimiento científico.

Así cabría apuntar que si enfocamos el asunto de la superposición cuántica desde la identidad sujeto-
objeto quizá podamos hallar respuestas a esa propuesta incapacidad para conocer el mundo:

“Pero la realidad en sí misma puede estar en estos estados (superpuestos) que nunca llegaremos a
conocer. [...] de tal manera que nuestro mundo de experiencia es sólo nuestro mundo humano, pero no el
mundo en sí mismo.” (Tendencias21).

La cuestión relacionada con este asunto, es que nunca llegaremos a ‘conocer’ esos “estados
superpuestos”, si por conocer entendemos describir linealmente, pues esa descripción es en sí misma, en
tanto que proviene de un yo (separado del objeto e identificado con la racionalidad), parcial y limitada.
Una ficción racionalizada es.wikipedia.org/wiki/Racionalizaci%C3%B3n sobre lo que es la realidad, para
que nos evite la angustia de la separación, de la soledad existencial.

Conocer es algo más que describir mentalmente

‘Conocer’ es algo más que describir mentalmente. En el terreno de la conciencia es una unidad sentir-
pensar y como tal unidad en el momento en el que la describimos (dado que es un acto mental y, por lo
tanto, parcial) la destruimos [15] . Es el tema desarrollado por Jung (1933) de la integración de las
funciones opuestas (pensamiento, sentimiento, intuición, sensación).

En palabras de Bohm, tal como las describe Manuel Bejar: “La conciencia es el modo complementario del
funcionamiento psíquico. [...] En el pensamiento consciente es posible contemplar la realidad
directamente, sin mediaciones, y lograr percibir la realidad en su conjunto tal cual es”. “Es el
denominado insight, percepción directa o contemplación consciente”.

Si por conocer entendemos, pues, sólo el acto mental, estamos abordando el asunto desde una
perspectiva parcial; es decir, yoica. Nunca podremos, por lo tanto, ‘conocer’ la realidad, pues la realidad
está más allá del yo, más allá de una medición racional al estilo cartesiano de la ciencia clásica. Dicho de
otra manera por Bohm : “Se trata de un orden contingente de la realidad que, sometido a las leyes de
causa-efecto, no puede últimamente explicarse a sí mismo”.

Cuando algunos físicos se plantean esta cuestión desde esa perspectiva más amplia trans-yoica surgen
ideas como las de Capra (1975) que encuentra una sorprendente similitud entre las descripciones de los
místicos y los físicos cuánticos. O las de Bohm (1987) que describe una unidad última, ‘implicada’,
(“totalidad primaria, indivisible y atemporal”) de todas las manifestaciones explicadas de la realidad.

Después de todo lo dicho debo añadir que, en mi no experta opinión en el terreno de la física, pienso, no
obstante, que quizá los físicos harían bien en admitir otras perspectivas a su enfoque. Por ejemplo, desde
la perspectiva de la propia psicología, en vez de hablar de la conciencia con los mismos esquemas
mentales con los que se habla de la física y de la materia. No es una crítica sino una invitación a ver y
debatir las cosas desde/con ‘otro yo’.

Confío, por lo tanto, en una investigación-descripción más a fondo de esa propuesta realidad
incognoscible. Una investigación hecha desde la base de la identidad de los opuestos o de las
manifestaciones incoherentes entre sí de la realidad cuántica y la clásica. Quizá así sea posible explicar la
paradoja de lo aparentemente inexplicable. Una investigación en la que la conciencia tenga también su
papel, pues, en mi opinión, la física cuántica ha llegado a un punto tal del que sólo puede salir si se
implementa en ella la conciencia.
Bibliografía

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