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No es el cuerpo ni la biografía de EE los que se exponen en esta novela, ya que EE es a la novela lo que

un fantasma a un creyente. Un narrador actual, que es y no es E, que retrata a los gauchos y a los
personajes de la partida federal exacerbando el modo en el que EE los había retratado en su propia
obra.

Los gauchos son nada más que un espejo en el que se descubre la soberbia del narrador tras el modo
archirónico y despreciativo de su gestualidad verbal. Lo que parodia la novela de Kohan es el lugar desde
el que cuenta el otro E, el del siglo XIX. Lo que parodia es la ‘civilización’, la intelectualidad a la europea
de los que interpusieron una ‘utopía extranjera’ entre ellos y la realidad política y social de la nación.

Un único narrador que subsume a dos Echeverrías. El mundo construido por su palabra ostenta su
condición de construcción verbal y se niega a proponerse como un mundo ficcional. El tono del narrador
no permite que el lector caiga en los brazos de la ilusión de la novela entendida como representación.

Esos no son los que fueron nuestros gauchos, son los gauchos que imagina E; el lugar que construye este
narrador no es el campo argentino de los gauchos, sino el campo de las imágenes que salen de la
cabeza del narrador. Los gauchos de Kohan son imágenes exacerbadas que se desbordaban de la cabeza
de un E y cobran la forma de unos seres que él llama gauchos.

El lector continuamente es posicionado en el lugar de un ilustrado mirando a un bruto.

El narrador habla, además, especialmente en la primera parte de la novela, en primera persona del
plural, con un “nosotros”, evidentemente, identificándose con un grupo y, simultáneamente,
oponiéndose a “ellos”.

El narrador plural, elitista y conflictivo se presenta también como omnisciente: siempre sabe en qué
piensan los protagonistas en sus momentos más íntimos. El problema empieza cuando el narrador le
presenta al lector el punto de vista de las hormigas (83). Precisamente en este momento la
omnisciencia, ya antes un poco sospechosa y hasta cierto punto anacrónica, parece llegar al punto del
absurdo máximo.

El narrador “colectivo” de Los cautivos, que, como hemos señalado, se identifica con un “nosotros”
elitista, se dirige, como Sarmiento, a la élite culta, se distancia concienzudamente de sus protagonistas e
incluso exagera la incompatibilidad entre su mundo y el mundo de ellos; utiliza el lenguaje de tal manera
que parece servirle como una herramienta para no solo subrayar, sino incluso construir la
incompatibilidad y la supuesta falta de entendimiento por parte de los protagonistas.

La actitud taimada del Echeverría-narrador en Los cautivos resalta el tono prejuicioso encubierto bajo el
aparente enunciado “objetivo” o “impersonal” que se atribuye a los textos fundacionales revelando el
axioma político-ideológico que se propaga a través de dichos relatos.

Si Sarmiento exhortó al espíritu de Facundo para luego apoderarse luciferinamente de sus saberes, K
crea un narrador distanciado que opta por “civilizar” a su cautiva llevándola desde el rancho hasta un
prostíbulo de pueblo. Por último, si en El matadero para representar la barbarie de los enemigos, el
narrador imita el lenguaje de las achuradoras rosistas, en Los cautivos la transfocalización narrativa del
hipertexto y los dos narradores indagan en la retórica irracional del discurso letrado sobre la barbarie.

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