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UNGASS de 2016
La Asamblea General de la ONU convocó una Sesión Especial sobre el problema
mundial de las drogas del 19 al 21 de abril de 2016, en la sede de la ONU en Nueva
York, a raíz de una declaración conjunta emitida en 2012 por los Gobiernos de
Colombia, Guatemala y México que instaba a la Organización a “conducir una
profunda reflexión que analice todas las opciones disponibles, incluyendo medidas
regulatorias o de mercado, a fin de establecer un nuevo paradigma que impida el
flujo de recursos hacia las organizaciones del crimen organizado”. La Sesión fue la
tercera en la historia de la Asamblea General centrada de forma específica en el
problema mundial de las drogas; la anterior tuvo lugar en 1998.
En este contexto, muchos participantes esperaban un replanteamiento profundo del
enfoque de ‘guerra contra las drogas’ y de las estrategias dominantes en el ámbito
de la política internacional de drogas hasta la fecha. Aunque los debates abiertos y
sinceros que se mantuvieron durante el encuentro pusieron de manifiesto una
creciente oposición al paradigma preponderante, los resultados (en especial tal
como se reflejan en el documento final de la UNGASS) resultaron ser mucho menos
radicales de lo que se esperaba.
El documento final, que se había negociado previamente y que reafirmaba el
objetivo ingenuo de lograr “una sociedad libre del uso indebido de drogas”, se
adoptó sin someterse a votación al principio del encuentro. El documento no
reconoció los crecientes llamamientos a favor de abolir la pena de muerte en los
casos de delitos relacionados con drogas y no mencionó de manera explícita la
reducción de daños ni la legitimidad de la despenalización en el marco de los
tratados internacionales. No obstante, el documento sí ayudó a sentar las bases
para avanzar en algunas cuestiones clave: adoptó un nuevo enfoque basado en
siete ejes, como una serie de “recomendaciones operacionales sobre cuestiones
intersectoriales: las drogas y los derechos humanos, los jóvenes, los niños, las
mujeres y las comunidades”, acogió con satisfacción los Objetivos de Desarrollo
Sostenible, aludió por primera vez al concepto de la proporcionalidad de las penas,
otorgó una atención notable al problema del acceso a medicamentos fiscalizados,
mencionó algunas intervenciones concretas de reducción de daños y abogó por
“medidas sustitutivas o complementarias en lo que respecta a la condena o la pena”.
El Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos, Zeid Ra’ad Al Hussein,
expresó en su declaración “un entusiasmo contenido” y, sobre todo, una “intensa
frustración” por los resultados de la UNGASS. Uno de los ejemplos que mencionó
fue que la redacción sobre los derechos indígenas en el documento final era
“ambigua” y que “habría sido mejor si se indicara claramente que a los pueblos
indígenas se les debe permitir el uso de drogas en sus prácticas tradicionales o
religiosas cuando existen precedentes históricos de ello”.
La cuestión no se pudo abordar de forma abierta porque la Convención Única obliga
explícitamente a las Partes a abolir esas prácticas, y el acuerdo político exigía que
la UNGASS reafirmara “de manera inequívoca” el apoyo a los tratados. Un mes
antes, el Alto Comisionado se había dirigido al Consejo de Derechos Humanos en
Ginebra comentando que estaba “preocupado por una práctica extendida de lo que
podría denominarse ‘maquillaje de los derechos humanos’”. Aludiendo a “las leyes
y los principios vinculantes de derechos humanos”, subrayó que esas obligaciones
“no deben ser un ejercicio de ‘marcar la casilla’”. El documento final de la UNGASS
es, de hecho, un buen ejemplo de ello, a pesar de que podría afirmarse que incluye
las disposiciones más ambiciosas sobre derechos humanos que jamás se hayan
adoptado en una resolución de la ONU en materia de control de drogas. Aún así,
carecen de recomendaciones específicas para medidas prácticas con respecto a la
despenalización, la abolición de la pena de muerte, la reducción de daños y el
respeto de los derechos indígenas, según lo dispuesto por los órganos pertinentes
de derechos humanos. Después de que se aprobara el documento, durante la
sesión de apertura de la UNGASS, muchos países emitieron declaraciones formales
en las que expresaron su decepción sobre estos temas.
¿Qué está haciendo la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito
para promover los derechos humanos en la esfera del control de drogas?
En 2008, el entonces director ejecutivo de la Oficina de las Naciones Unidas contra
la Drogas y el Delito (UNODC) publicó un informe, titulado “Perfeccionamiento de la
fiscalización de drogas para adecuarla a la finalidad para la que fue creada:
Aprovechando la experiencia de diez años de acción común para contrarrestar el
problema mundial de las drogas” como contribución a los debates en torno a la
declaración, la estrategia y los planes de acción que se iban a aprobar en la sesión
de alto nivel de la CND en 2009. En este documento, el director ejecutivo reconocía
‘las consecuencias no deseadas’ del sistema de fiscalización internacional de
estupefacientes, entre las que estaría el fenómeno conocido como ‘desplazamiento
de las políticas’ (un especial acento en la aplicación de la ley y menos atención a la
salud pública) y la marginación de las personas usuarias de drogas.
El informe recuerda que “la Carta de las Naciones Unidas tiene prioridad sobre todos
los demás instrumentos” y aboga por que en la década siguiente se apueste por un
triple compromiso: “la reafirmación de los principios básicos (el multilateralismo y la
protección de la salud pública); la mejora del funcionamiento del sistema de
fiscalización (logrando los objetivos establecidos en el vigésimo período
extraordinario de sesiones de la Asamblea General y aplicando simultáneamente
medidas para garantizar el cumplimiento de la ley, la prevención, el tratamiento y la
reducción del daño); y la mitigación de las consecuencias no deseadas”.
La resolución de derechos humanos adoptada en 2008 proporcionó a la UNODC un
mandato claro para examinar y evaluar adecuadamente sus responsabilidades en
materia de derechos humanos. En 2010, se elaboró para la CND un informe sobre
la labor de la UNODC y los derechos humanos y, en 2012, la UNODC publicó una
nota de orientación dirigida a su propio personal sobre las implicaciones de su
trabajo con respecto a los derechos humanos. En esta nota, la UNODC admite que
“existe el riesgo, menor pero siempre presente, de que las actividades de la UNODC
tengan un impacto negativo sobre los derechos humanos”, y apunta a estrategias
para hacer frente a ese riesgo.
Hasta la fecha, se han tomado pocas medidas concretas para poner en práctica
esas estrategias. Esto requiere una atención urgente, puesto que se ha
documentado que los programas de la UNODC han ayudado a capturar a
sospechosos de tráfico de drogas que, más tarde, han sido extraditados a Estados
donde sigue vigente la pena de muerte y, en algunos casos, ejecutados. Por esta
razón, Dinamarca y algunos otros Gobiernos han retirado su apoyo como donantes
al componente de control de drogas del programa de la UNODC en Irán.
El Informe Mundial sobre las Drogas 2016, publicado por la UNODC, respondió a la
UNGASS 2016 y puso un especial énfasis en la importancia de situar la política
internacional de drogas en sintonía con los Objetivos de Desarrollo Sostenible
(ODS) y las iniciativas de desarrollo global más generales. El informe destacó la
relación entre el problema mundial de las drogas y los ODS en lo que respecta a la
reducción de las desigualdades, la garantía de la salud, la consecución de la
igualdad de género, el fin de la pobreza, la protección de la naturaleza y la
biodiversidad, el fomento de sociedades pacíficas y justas, y el establecimiento de
alianzas internacionales. El informe subrayó que, para que las políticas de drogas
apoyen el cumplimiento de los ODS, y no lo obstaculicen, deben estar en plena
consonancia con los derechos humanos internacionales, basarse en pruebas
empíricas e incorporar una perspectiva de género, poniendo un especial acento en
el derecho a la salud de las personas presas. Sin embargo, al mismo tiempo, el
informe no dejó de hacer hincapié en el papel de los mecanismos de justicia.
QUÉ DICEN LOS ÓRGANOS DE VIGILANCIA DE LOS DERECHOS HUMANOS
SOBRE LAS VIOLACIONES DE DERECHOS HUMANOS COMETIDAS EN
NOMBRE DEL CONTROL DE DROGAS:
Hablando en un evento paralelo en el Consejo de Derechos Humanos en Ginebra,
el 16 de junio de 2014, la entonces Alta Comisionada de la ONU para los Derechos
Humanos, Navi Pillay, instó a los Estados a que reconsideraran el control de las
drogas desde una perspectiva de derechos humanos. Esta perspectiva ha sido
retomada por varios comentaristas y expertos internacionales en materia de
derechos humanos y control de drogas.
En septiembre de 2015, la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas
para los Derechos Humanos presentó un estudio sobre las repercusiones del
problema mundial de las drogas en el ejercicio de los derechos humanos en una
mesa redonda sobre este tema que tuvo lugar en el 30º período de sesiones del
Consejo de Derechos Humanos. El estudio abordaba las diversas inquietudes en
función de cinco categorías:
El derecho a la salud;
Los derechos relacionados con la justicia penal;
La prohibición de la discriminación;
Los derechos del niño; y
Los derechos de los pueblos indígenas.
Los ponentes de la mesa redonda también plantearon otras cuestiones importantes,
como la estigmatización y la exclusión social de los usuarios de drogas, la aplicación
de la pena de muerte por delitos de drogas, las repercusiones negativas de la
penalización del uso de drogas, los derechos de los productores de cultivos ilícitos
(en su mayoría pobres), los obstáculos con que se topan los usuarios de drogas
para acceder a los servicios adecuados de atención y salud, la falta de acceso a
drogas con fines médicos y para el alivio del dolor, y “la necesidad de luchar contra
las drogas mediante un enfoque integral y basado en los derechos humanos que
proteja los derechos de las víctimas y los usuarios de drogas a la salud, la no
discriminación y el acceso a la justicia”.
Al intervenir ante la Sesión Especial de la Asamblea General de las Naciones
Unidas (UNGASS) sobre el problema mundial de las drogas de 2016, el Sr. Zeid
Ra’ad Al Hussein, Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos
Humanos, expresó su preocupación por el hecho de que el documento final de la
Sesión omitiera algunas cuestiones clave, señalando que el documento le producía
“una mezcla entre una intensa frustración y un entusiasmo contenido”. Al Hussein
reconoció la importancia de que el documento introdujera nuevas referencias a los
derechos humanos y proclamara el compromiso con un enfoque basado en los
derechos humanos, así como varias referencias a la atención de la salud y el
tratamiento. Sin embargo, también lamentó que se hubiera perdido la oportunidad
de plasmar en el texto un compromiso con el pleno respeto de los derechos
humanos de las personas que consumen drogas, en especial mediante la
despenalización del uso personal: “Cuando se despenalizan las drogas y se ofrecen
servicios de atención de la salud – entre los cuales la reducción de daños–, como
sucede en varios Estados miembros, las personas dependientes de drogas son
menos propensas a recurrir a una conducta delictiva para conseguir fondos con los
que costear su dependencia. Pueden recibir una terapia de sustitución de opioides,
en la que se aplicarían sustancias fiscalizadas bajo supervisión médica. Por lo tanto,
nos hubiera gustado ver una referencia clara al derecho a la salud, tal como lo
dispone el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales”.
En marzo de 2018, al cierre de su 37º período de sesiones, el Consejo de Derechos
Humanos de la ONU votó a favor de adoptar una resolución en que se reafirma la
necesidad de respetar, proteger y promover los derechos humanos de todas las
personas en el contexto de la elaboración y la implementación de las políticas
relacionadas con las drogas. En la resolución se solicita a la Oficina del Alto
Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos que prepare un
informe sobre la aplicación del documento final de la Sesión Especial de la
Asamblea General de la ONU (UNGASS) con respecto a los derechos humanos, y
que lo presente al Consejo de Derechos Humanos en su 39º período de sesiones,
en septiembre de 2018. El informe también se compartirá con la CND con miras a
la próxima serie de sesiones de alto nivel que tendrá lugar en abril de 2019, en que
se sentarán las bases para los próximos años de la política internacional de drogas.
En lo que respecta al derecho a la salud, el Informe 2016 del Alto Comisionado
considera que la aplicación de un enfoque de reducción de daños es “esencial para
las personas que consumen drogas” y presenta información sobre enfoques como
la terapia de sustitución de opioides, las salas habilitadas para el consumo de
drogas, los programas de distribución de agujas y jeringuillas, y otras
intervenciones, citando estudios que demuestran una relación directa entre la
aplicación sistemática de los enfoques de reducción de daños y unas tasas más
bajas de incidencia del VIH entre las personas que se inyectan drogas.
La penalización de prácticas para la reducción de daños como el intercambio de
información sobre el consumo seguro, y la posesión de agujas, jeringuillas y otros
accesorios para el consumo de drogas, contraviene el derecho a la salud y
las Directrices Internacionales sobre el VIH/SIDA y los Derechos Humanos.
El derecho a la salud en el contexto de las cárceles se señaló como un problema
clave, ya que el acceso a los servicios de prevención, tratamiento y reducción de
los daños en el ámbito de la privación de la libertad se suele ver gravemente
afectado. Se citó al Relator Especial sobre el derecho a la salud por haber señalado
muchas maneras en que la penalización del uso y la posesión de drogas impide que
se alcance el derecho a la salud al disuadir a los usuarios de drogas de solicitar
atención de la salud y promover prácticas de mayor riesgo y por haber instado a
que se despenalice el uso de drogas.
El informe también detectó que la falta de acceso a los medicamentos esenciales
es un problema fundamental relacionado con el derecho a la salud: la falta de
acceso a medicamentos fiscalizados suele ser la causa de reglamentos y prácticas
de control de drogas innecesariamente restrictivas.
También identificó una serie de cuestiones en materia de derechos relacionados
con la justicia penal: las personas que usan drogas están expuestas a la detención
arbitraria y, mientras están detenidas, pueden ver cómo se les niega el acceso a
terapia de sustitución de opioides (una práctica que se considera tortura). Aún hay
33 países que imponen la pena de muerte por delitos relacionados con drogas, a
pesar de que el Consejo de Derechos Humanos haya dictaminado que este tipo de
delitos no reúnen las características de los “más graves delitos”. El informe también
destacó la impunidad de las ejecuciones extrajudiciales como motivo de
preocupación en las operaciones destinadas al comercio de drogas. Por último,
planteó una serie de preocupaciones en torno al derecho a un juicio imparcial y a
diversas violaciones de los derechos humanos relacionadas con los centros de
internamiento obligatorio para personas dependientes de drogas, que han sido
condenados en una declaración conjunta de 12 entidades de las Naciones Unidas.
El informe también repasó algunas inquietudes sobre la prohibición de la
discriminación, ya que, después de una condena relacionada con drogas, las
personas son susceptibles de sufrir discriminación. Las minorías étnicas pueden
verse afectadas de forma desproporcionada por las autoridades encargadas de
aplicar las leyes de drogas, y las mujeres que poseen o usan drogas son
especialmente vulnerables a ciertas formas de discriminación.
Otros de los problemas detectados fueron los relacionados con los derechos del
niño y, en particular, con la detención de niños por delitos de drogas y la falta de
acceso a servicios de reducción de daños. Los derechos de los pueblos indígenas
también se ven afectados por las restricciones impuestas a los cultivos que se
emplean para usos tradicionales y religiosos, como el cannabis, la adormidera, la
coca y el peyote.
En conclusión, el informe exhorta a la plena protección de los derechos humanos
de todas las personas que consumen drogas y alienta a todos los Estados a adoptar
medidas para promoverla.
QUÉ PAPEL DESEMPEÑA LA JUNTA INTERNACIONAL DE FISCALIZACIÓN
DE ESTUPEFACIENTES (JIFE):
La Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes (JIFE) es el órgano cuasi
judicial establecido de conformidad con la Convención Única de Estupefacientes de
1961 para supervisar la aplicación de las convenciones de drogas de la ONU. Se
trata del mismo modelo de comité independiente adoptado para los tratados de
derechos humanos, a pesar de que ciertas funciones varían por la propia naturaleza
de los tratados. La JIFE puede presentar recomendaciones para asegurar la
disponibilidad adecuada de estupefacientes y sustancias sicotrópicas con fines
médicos y científicos, así como solicitar medidas para contener el mercado ilícito.
En el transcurso de los años, la JIFE se ha distinguido por criticar los enfoques
normativos alternativos que persiguen reducir los daños del mercado de las drogas,
sin censurar las medidas que dan lugar a abusos de los derechos humanos. El TNI
y otras ONG han llamado la atención sobre esta situación, y han recomendado que
la JIFE empiece a desempeñar su labor en línea con otros organismos de la ONU,
es decir, con pleno respeto de los derechos humanos.
Cada año, la JIFE publica un informe sobre la aplicación del sistema de control de
drogas de la ONU, basado en los datos recogidos durante las misiones de la JIFE
y en la información proporcionada por los Estados miembros. En 2007, la
Junta señaló que la falta de respeto de los derechos humanos socava la aplicación
de los tratados de drogas. Parecería, por lo tanto, que el enfoque de derechos
humanos representa una necesidad práctica para que la JIFE pueda cumplir con su
mandato. Pero hasta la fecha, el informe anual de la JIFE no ha expresado ninguna
preocupación por los abusos de los derechos humanos derivados del control de
drogas. De hecho, a diferencia de muchas otras agencias de la ONU, la JIFE parece
apoyar los ‘centros de internamiento obligatorio’ como servicios de tratamiento y
está adoptando una postura contraria a la reducción de daños. En una ocasión en
que se le preguntó directamente, el presidente de la JIFE incluso se negó a
condenar la tortura. Los miembros de la Junta y sus informes anuales también han
mantenido una posición ambigua con respecto a la imposición de la pena capital por
delitos de drogas, incluso en momentos en que los Estados miembros han puesto
en tela de juicio la postura de la JIFE en este ámbito. No fue hasta marzo de 2014
cuando la JIFE decidió empezar a animar a sus Estados miembros que se planteen
abolir la pena de muerte por los delitos relacionados con drogas; pero este
llamamiento ni siquiera se integró en el informe anual de 2013. La recomendación
se mencionó por primera vez en el informe anual de 2015.
Por lo demás, en el informe de 2015 se reafirma la idea de que “estos problemas
pueden superarse cumpliendo plenamente los tratados y los principios de las
declaraciones políticas”. Y pese a expresar su interés por que la UNGASS de 2016
brinde la oportunidad de debatir la aplicación de las convenciones existentes,
previene contra la posibilidad de que se replanteen las convenciones en sí. El
capítulo dedicado a la salud y el bienestar de la humanidad solo incluye dos párrafos
que tratan de forma directa cuestiones relacionadas con los derechos humanos.
Aunque este apartado menciona la recomendación que había emitido anteriormente
la JIFE para que los países “consideren la posibilidad de abolir la pena capital para
castigar esa categoría de delitos [los relacionados con drogas], la mayor parte del
apartado se centra en los efectos perjudiciales que tienen el abuso de drogas y la
corrupción sobre los derechos humanos, haciendo hincapié en la importancia de un
control adecuado para la protección de esos derechos. Las 16 recomendaciones
dirigidas a los Gobiernos y a la ONU en el apartado final del informe incluyen
referencias a los programas de medios de subsistencia alternativos para la
reducción de la oferta, los “tratamientos apropiados desde el punto de vista médico
y basados en pruebas” para las personas afectadas por el uso indebido de drogas,
y la necesidad de mejorar el acceso a estupefacientes y sustancias sicotrópicas con
fines médicos. Las recomendaciones relativas a la pena de muerte no se repiten
aquí, y tampoco se menciona de forma explícita la reducción de daños, la terapia
de sustitución de opioides ni el cierre de los centros de tratamiento obligatorio.
El informe anual de 2016 da muestras evidentes de que la JIFE está empezando a
interpretar las convenciones de drogas de la ONU desde una perspectiva basada
en la salud y los derechos humanos. El informe formula varias recomendaciones
claras sobre la proporcionalidad de las penas (entre ellas, la despenalización del
uso de drogas y la posesión para uso personal) y la abolición de la pena de muerte
por delitos relacionados con drogas.
FUMIGACIÓN DE CULTIVOS DE COCA EN COLOMBIA:
La erradicación forzosa y coordinada de cultivos ilícitos se intensificó en todo el
mundo a partir de 1998. En Colombia, la estrategia de reducción de la oferta
consistía en actividades de erradicación manual, fumigación aérea y desarrollo
alternativo. Colombia inició una intensa campaña de fumigaciones aéreas en
diciembre de 2000, en el marco del Plan Colombia, patrocinado por los Estados
Unidos. Según la Dirección de Antinarcóticos de la Policía Nacional de Colombia,
en las últimas dos décadas, se han asperjado con herbicidas más de 2,2 millones
de hectáreas de tierra. La fumigación aérea con herbicidas (con glifosato, en
concreto) de los cultivos de drogas han provocado consecuencias muy perjudiciales
y destructivas. El veneno ha dañado la salud de la población local, ha contaminado
las fuentes de agua potable y, además, no solo ha erradicado los cultivos de coca,
sino también otros cultivos de subsistencia legítimos.
Estas violaciones de derechos humanos socavaron la legitimidad del Estado y
fomentaron el apoyo del campesinado a la guerrilla; en última instancia, la guerra
contra las drogas se acabó entrelazando con los objetivos de contrainsurgencia.
El ciclo de fumigaciones aéreas exacerbó el ya importante fenómeno de
desplazamientos en el país, obligando a grupos indígenas a adentrarse más en la
selva y acelerando el ritmo de deforestación, ya que las parcelas de coca y
adormidera fumigadas se sustituían por otras mediante la práctica de la tala y
quema.
Según un cálculo reciente de la UNODC, la superficie de cultivo del arbusto de coca
en Colombia disminuyó un 62 % entre 2000 y 2010. Esta disminución se atribuye a
las diversas medidas de aplicación de la ley y de desarrollo alternativo. Por otro
lado, en ese mismo período, la producción de coca en Bolivia y Perú aumentó
considerablemente y la oferta mundial de cocaína se mantuvo estable.
En 2001, el TNI publicó un libro sobre las devastadoras consecuencias de la
fumigación aérea: Círculo vicioso, la guerra química y biológica a las drogas.
Finalmente el 10 de mayo de 2015, el presidente Santos de Colombia anunció que
iba a solicitar al Consejo Nacional de Drogas que suspendiera la fumigación de
cultivos ilícitos con glifosato después de que la Agencia Internacional para la
Investigación sobre el Cáncer (la entidad dedicada a la investigación sobre el cáncer
de la Organización Mundial de la Salud) publicara un informe que confirma que el
glifosato es cancerígeno para los seres humanos. En abril de 2016, Colombia se
retractó parcialmente de esta decisión y recuperó el uso del glifosato para las
fumigaciones manual, aunque mantuvo en vigor la prohibición sobre las
fumigaciones aéreas. En junio de 2018, tras varias declaraciones oficiales del
Gobierno estadounidense que aludían a un incremento del uso de cocaína dentro
de su territorio y lo vinculaban con la producción de coca en Colombia, el presidente
Juan Manuel Santos anunció que el país retomaría las fumigaciones aéreas con
glifosato.
Lamentablemente, el rociado con glifosato sigue siendo una práctica habitual en
otras partes del mundo, de la que suelen ser víctima los agricultores de subsistencia.
QUÉ VIOLACIONES DE LOS DERECHOS HUMANOS TIENEN LUGAR EN
NOMBRE DEL CONTROL DE DROGAS:
El derecho a la vida
Artículo 3 de la Declaración Universal de Derechos Humanos y artículo 6 del Pacto
Internacional de Derechos Civiles y Políticos
Las duras acciones represivas contra los usuarios de drogas se traducen a veces
en asesinatos extrajudiciales, como fue el caso en 2003 en Tailandia, cuando se
declaró una guerra contra las drogas en la que murieron más de 2300 personas, y
en Filipinas, país que lanzó una guerra contra las drogas en 2016 que, según
algunos datos, había causado 12 000 víctimas hasta septiembre de 2017.
¿Qué deberían hacer los países para integrar los derechos humanos en el ámbito
del control de drogas?
En primer lugar, se deben identificar los desafíos en materia de derechos humanos
con respecto a las estrategias nacionales de fiscalización de drogas. A continuación,
la estrategia nacional debe modificarse para garantizar la protección de los
derechos humanos de usuarios, productores y traficantes de drogas, así como de
su entorno (social). Los medios de comunicación tienen un papel importante que
desempeñar a la hora de sensibilizar sobre la situación de los derechos humanos e
influir en la opinión pública.
Un enfoque integrado y equilibrado, basado en el principio de la reducción de daños,
ayudará a incorporar los derechos humanos en las políticas de drogas. En algunas
regiones, se necesitará valentía política para optar por esta vía. También es muy
importante que el sistema judicial y de aplicación de la ley respalde el nuevo
enfoque, con el fin de asegurar que las sanciones sean proporcionadas y los
agentes de policía no obstaculicen los servicios de tratamiento y reducción de
daños.
Los países donantes deben asegurarse de que los fondos que están aportando no
están apoyando el mantenimiento y la capacitación de personal en centros de
detención de drogas donde se somete a las personas violencia física, torturas o
tratamientos sobre los que no existen evidencias científicas. Los Estados donantes
deberían tener siempre la debida diligencia para garantizar que su ayuda no está
dando lugar a violaciones de derechos humanos. La UNODC está desarrollando su
propia herramienta de planificación de derechos humanos para mitigar los riesgos
de que la ayuda contribuya a violaciones de derechos humanos.
QUÉ ESTÁ HACIENDO EL TNI SOBRE LA CUESTIÓN DE LOS DERECHOS
HUMANOS Y EL CONTROL DE DROGAS:
El programa Drogas y Democracia del TNI lleva años investigando el ámbito de las
drogas, el mercado de drogas y el impacto de las políticas de drogas, especialmente
en América Latina y el Sudeste Asiático. Con nuestro trabajo, aspiramos a mejorar
las políticas de control de drogas, tanto a escala nacional como internacional.
Llamamos la atención sobre los abusos de derechos humanos que se cometen en
nombre del control de drogas y ofrecemos recomendaciones para políticas
alternativas. Publicamos una serie de informes sobre políticas de drogas y reformas
legislativas que se pueden leer en este sitio web.
Participamos en discusiones formales (nacionales e internacionales) sobre políticas
de drogas y asistimos a la reunión anual de la Comisión de Estupefacientes en
Viena como organización observadora.
Ayudamos a los Gobiernos en el proceso de redacción de resoluciones que abogan
por la protección y promoción de los derechos humanos.
En América Latina, Europa y el Sudeste Asiático, el TNI facilita diálogos informales
sobre políticas de drogas entre funcionarios gubernamentales y expertos en
políticas de drogas para trabajar en pro de una política de drogas eficaz, basada en
pruebas empíricas y fundamentada en el respeto de los derechos humanos.
El TNI también trabaja para mejorar la representación de los productores de drogas
en los foros internacionales de políticas de drogas y dar mayor visibilidad a sus
derechos humanos. En 2013, el TNI ayudó a organizar el primer foro de productores
de cultivos declarados ilícitos en el Sudeste Asiático y, en 2016, se dieron cita en
los Países Bajos productores de plantas prohibidas de 14 países. Las conclusiones
del encuentro se presentaron ante la UNGASS de 2016.