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INTRODUCCION

La llamada “guerra contra las drogas” desplegada en los últimos 50 años ha


provocado desplazamientos forzados, detenciones masivas, hacinamiento
carcelario, afectación de las garantías judiciales, desapariciones forzadas y
ejecuciones extrajudiciales.
Hoy, un grupo de 17 organizaciones de 11 países de América presenta una
publicación conjunta sobre “El impacto de las políticas de drogas en los derechos
humanos. La experiencia del continente americano”. En ella se analiza cómo la
“guerra contra las drogas” y el sistema internacional de prohibición han sido
implementados de forma tal que se han desbordado los sistemas penales y se han
afectado las poblaciones más vulnerables, sin lograr siquiera disminuir los
problemas de consumo o de tráfico en la región.
En México, la guerra contra el narcotráfico ha generado al menos 70,000 homicidios
relacionados con el tráfico de drogas, así como importantes afectaciones a la
integridad, la libertad y la seguridad de millones de personas. Desde finales de 2006,
se reforzó el empleo de la fuerza letal y se incrementó de manera significativa la
participación de las Fuerzas Armadas en la política de seguridad para el combate
contra las drogas.
El informe conjunto profundiza en la militarización de la seguridad pública, la
criminalización del consumo, el debilitamiento del debido proceso, las detenciones
masivas, las penas desproporcionadas para delitos de drogas y las restricciones en
el acceso a la salud.
También aporta testimonios y remite a casos sobre los abusos a los derechos
humanos originados en las políticas de drogas prohibicionistas que fueron
implementadas en toda la región. Esto incluye historias como la de Miriam, una
mujer mexicana que fue detenida, golpeada y torturada sexualmente hasta que
hiciera una confesión falsa respecto a la posesión de drogas; Paulino Huamán,
quien fue asesinado en su casa cuando las Fuerzas Armadas de Perú
bombardearon su pueblo como parte de la “guerra contra las drogas”; Anny, una
niña brasileña de 5 años cuyos padres se vieron obligados a comprarle un
medicamento en el mercado negro porque contenía un derivado de la marihuana; y
Rocío, una víctima de desplazamiento forzado en Colombia que transportaba
pequeñas cantidades de drogas dentro del país para alimentar a sus tres hijos y
terminó siendo encarcelada muy lejos de ellos, por un aparente error administrativo.
La publicación pone énfasis en el aumento de la cantidad de mujeres encarceladas
por delitos de drogas no violentos y las implicancias que eso tiene para ellas, sus
familias y la sociedad en su conjunto. Aborda el impacto de las campañas de
erradicación forzada de cultivos, que amenazan el sustento y hasta la salud de
algunas comunidades rurales. Y muestra cómo el racismo se manifiesta en los
arrestos relacionados a la marihuana en los Estados Unidos al ser casi 4 veces más
probable que una persona afro descendiente sea detenida por esa razón que una
persona blanca. Además, se resaltan las experiencias alternativas que se están
llevando adelante en Uruguay, Ecuador, Bolivia y algunos estados de los Estados
Unidos.
Las organizaciones que participaron en el informe presentan una serie de
recomendaciones para que los Estados exploren políticas que busquen reducir la
violencia y mejorar las respuestas sanitarias, dado que las medidas prohibicionistas
han fracasado en sus intentos de disminuir la oferta de drogas y han contribuido a
graves violaciones de derechos humanos en el continente americano. Por ejemplo,
se recomienda la descriminalización del consumo y el auto cultivo de drogas, y el
desarrollo de alternativas al encarcelamiento para las personas que cometen delitos
no violentos asociados al tráfico de drogas.
Estas propuestas han empezado a ser exploradas en distintas partes de mundo y
nos muestran que los cambios son posibles. Hay alternativas.
MARCO TEORICO
PLANTEAMIENTO DEL PROBLEMA
En la práctica el Régimen Internacional de Control de Drogas (RICD) se ha traducido
en abusos sistemáticos de los derechos humanos (DDHH) y las libertades
fundamentales. A pesar de las múltiples evidencias sobre las afectaciones
producidas por la aplicación severa de las leyes de drogas, solo recientemente se
ha comenzado a hablar abiertamente de esta problemática. Por décadas, la
aplicación y el monitoreo de las convenciones de control de drogas han pasado por
alto la obligación prevalente que tienen los Estados en derechos humanos. Las
instancias multilaterales encargadas de la vigilancia del RICD han ejercido sus
mandatos, ignorando el elefante blanco en la habitación. Dada esta realidad, cada
vez son más fuertes las voces que reclaman la revisión de la política de drogas
actual, en la antesala a la Sesión Especial de las Naciones Unidas de 2016
(UNGASS 2016 por sus siglas en inglés), convocada para hacer una evaluación de
los avances y retrocesos del régimen actual. Este artículo tiene el propósito de
analizar brevemente la tensión que hay entre la aplicación del RICD y la garantía de
los DDHH, mostrando cómo en el marco de la denominada “guerra contra las
drogas” se ha pasado por alto y en el mejor de los casos se han hecho referencias
marginales a las responsabilidades en materia de derechos humanos.
En una segunda sección, se aportará evidencia sobre cómo en la práctica la
aplicación de las leyes de drogas ha producido múltiples afectaciones y
consecuencias negativas – con especial énfasis en América Latina. Finalmente,
este texto expondrá los desarrollos recientes con miras a UNGASS 2016.

EL DIVORCIO DE LAS POLÍTICAS DE DROGAS Y LOS DDHH:


El Régimen Internacional de Control de Drogas se basa en tres tratados: La
Convención Única de 1961 sobre Estupefacientes, el Convenio de Sustancias
Sicotrópicas de 1971 y la Convención contra el Tráfico de Estupefacientes y
Sustancias Sicotrópicas de 1988. En su conjunto el régimen tiene el propósito de
fiscalizar las drogas para garantizar su disponibilidad con fines médicos y científicos,
además de impedir el desvío para otros usos de un conjunto definido de sustancias.
Desde la lectura de los DDHH, es importante resaltar que las tres convenciones
contienen en su preámbulo referencias a la “salud” y el “bienestar de los seres
humanos” como objetivos “morales” superiores. De otro lado, los derechos humanos
solo aparecen de manera explícita una vez en los tres tratados – artículo 14(2) de
la Convención de 1988. A pesar de las referencias marginales a los DDHH, como
sucede con cualquier otro tratado, el punto de partida es que las convenciones
deben aplicarse e interpretarse conforme a las obligaciones concurrentes a los
derechos humanos. Tal como lo señala Rodrigo Uprimny, el deber de los Estados
de respetar esos derechos es un mandato que tiene su base en la Carta de las
Naciones Unidas, que es un tratado que predomina sobre cualquier otra convención,
por lo que las obligaciones de los Estados frente a las drogas deben ser
interpretadas de una forma que sea compatible con las obligaciones internacionales
de derechos humanos –y no al contrario. Sin embargo, en la práctica ha habido un
divorcio entre el cumplimiento de los compromisos adquiridos bajo el RICD y las
obligaciones en materia de DDHH. ¿Cómo se puede explicar este divorcio? No hay
una única respuesta. Por un lado es posible argumentar que las convenciones
obligan a los países a adoptar sanciones penales para combatir todos los aspectos
relacionados con la producción, posesión y el tráfico de drogas, lo cual ha derivado
en la aplicación de un enfoque represivo. La adopción predominantemente punitiva
de las responsabilidades ha derivado en abusos a los derechos humanos y el
deterioro de las libertades personales. Desde esta posición, el cumplimiento de las
convenciones ha estimulado el incumplimiento de las obligaciones en DDHH.
De otro lado, tal como lo ha argumentado la Oficina de las Naciones Unidas contra
las Drogas y el Delito (ONUDD), si bien los derechos humanos se han vulnerado en
nombre de la lucha contra las drogas, nada en las convenciones justifica acciones
como la tortura, la coacción, la humillación durante el tratamiento o la pena de
muerte. De hecho las convenciones permiten a los países responder de manera
proporcional, ofreciendo alternativas a las condenas para los delitos menores.
Desde esta perspectiva, el problema no está en las convenciones sino en su
interpretación. La realidad obliga a analizar las convenciones no tanto por sus
intenciones sino por sus resultados, los cuales no han estado en sintonía ni han
privilegiado las obligaciones de los Estados en DDHH. Como lo afirma Damon
Barrett, el RICD ha desconocido los riesgos derivados de su aplicación, ha carecido
de lineamientos claros y específicos sobre esta temática y no cuenta con instancias
para regular y monitorear su cumplimiento –como sí ocurre por ejemplo en el caso
de las actividades comerciales o el contraterrorismo. Recién en el año 2008 la
Comisión de Estupefacientes de la ONU (CND) adoptó una resolución en derechos
humanos.5 La aprobación de este documento solo fue posible luego de que se
eliminaran las alusiones a la pena de muerte, la declaración sobre los derechos de
los pueblos indígenas y los mecanismos específicos de los derechos humanos de
la ONU.6 Desde entonces (2008) las salvaguardias de derechos humanos han
aparecido con más frecuencia en resoluciones y declaraciones. En 2009, el Relator
Especial de la ONU sobre la tortura, Manfred Nowak citó la aplicación de las leyes
de drogas como uno de los argumentos usados por los gobiernos para justificar las
violaciones a los DDHH. En 2010 el Relator Especial sobre el Derecho a la Salud
expresó su preocupación por “el hecho de que el enfoque actual de la fiscalización
de drogas cause más daños que los que intenta prevenir”. En 2012, una declaración
conjunta de varios organismos de la ONU hizo un llamado a los Estados para cerrar
los centros de rehabilitación obligatorios y poner en marcha servicios sanitarios
basados en DDHH. En 2010 la ONUDD elaboró un informe para la CND sobre las
políticas de control de drogas y justicia criminal desde una perspectiva de DDHH.
Además, en 2012 la ONUDD publicó una nota orientadora dirigida a su personal.
Adicionalmente, el Informe de la Junta Internacional de Fiscalización de
Estupefacientes (JIFE) de 2015, expresó su preocupación por aquellos Estados en
los cuales se continúa aplicando la pena de muerte por delitos relacionados con
drogas y el Comité de Derechos Humanos de la ONU hizo un llamado a los países
a detener esta práctica. Poco a poco las referencias al “elefante” han comenzado a
aparecer, aunque hay todavía una resistencia importante de algunos Estados que
no ven como necesario que la aplicación de las leyes de drogas cumpla con las
obligaciones de DDHH. Por ejemplo más de doce países incluyen en su legislación
el castigo corporal como una opción de castigo disciplinario para los delitos
relacionados con drogas. Además países como Rusia y China se oponen de manera
abierta a este discusión. Sin embargo, el debate sobre los abusos se ha hecho más
intenso, mientras que las consecuencias negativas persisten. La perspectiva
punitiva sigue siendo la norma, con un uso desmedido del derecho penal para
responder a problemas directamente vinculados con la salud pública y el desarrollo.
“La Guerra contra las drogas”: una historia de abusos a los DDHH La creación y
desarrollo del régimen internacional de fiscalización de drogas ha tenido como
correlato múltiples abusos e impactos negativos. En 2008, en el Informe Mundial de
Drogas de la ONUDD se identificó una serie de “consecuencias negativas no
intencionales” de las acciones para el control de las drogas. Ese mismo año, en una
guía para sus funcionarios la ONUDD admitió que “existe el riesgo, menor pero
presente, de que las actividades de la ONUDD tengan un impacto negativo sobre
los derechos humanos”. En la práctica el RICD se ha traducido en un sistema de
riesgos, en el cual lo “colateral” ha terminado siendo la regla. En el Informe del
Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), publicado
recientemente, se afirma que “en muchos países alrededor del mundo, los esfuerzos
de control de drogas resultan en graves violaciones a los derechos humanos”.
Además el PNUD afirma que “Las comunidades también se enfrentan a grandes
abusos contra los derechos humanos por parte de las organizaciones de tráfico de
drogas”. Bajo el régimen actual los Estados no solo no se han abstenido de interferir
con el disfrute de los derechos humanos (respeto) sino que no han adoptado las
medidas necesarias para garantizarlos y protegerlos contra los derechos humanos
por parte de las organizaciones de tráfico de drogas”. Bajo el régimen actual los
Estados no solo no se han abstenido de interferir con el disfrute de los derechos
humanos (respeto) sino que no han adoptado las medidas necesarias para
garantizarlos y protegerlos.
Un meta-análisis realizado por Werbetal. arrojó como conclusión que la violencia
armada y las altas tasas de homicidio podrían ser una consecuencia de la
prohibición. En México, un estudio reciente elaborado por Valeria Espinosa y Donald
Rubin encontró que las intervenciones realizadas por el Ejército en el marco de la
represión del narcotráfico provocaron un aumento en las tasas de homicidio. En
Colombia algunas estimaciones señalan que las actividades de producción de
drogas cobran la vida de entre 4.000 y 7.000 personas cada año y han generado
entre 180.000 y 277.000 desplazados. La severidad de las leyes de drogas ha
privilegiado el uso del derecho penal como respuesta, con la aplicación de
sanciones desproporcionadas y el aumento progresivo de las penas. En el caso
específico de América Latina tanto los montos mínimos como los de las penas
máximas se han multiplicado hasta por 20 en los últimos 50 años. Una mención
especial requiere la imposición de la pena de muerte en 33 países y territorios por
delitos relacionados con drogas. Cientos de personas han sido ejecutadas en países
como China, Irán, Pakistán, Indonesia y Tailandia. Adicionalmente, medio millón de
personas se encuentran en centros de detención –como medida para su
tratamiento- en países como Camboya, Vietnam y Laos. En algunos países, la
represión del mercado ilegal de las drogas ha justificado la introducción de
diferentes cuerpos legislativos excepcionales, contrarios al debido proceso. Bajo el
argumento de la excepcionalidad del crimen organizado y la complejidad para su
persecución, se han aplicado leyes y figuras como el arraigo, que se han extendido
injustificadamente las facultades del Estado para detener a una persona, atentando
contra el propio sentido de Justicia. Tal como lo señala Alejandro Madrazo, es así
que los costos de la guerra a las drogas también se cuentan en costos
constitucionales, es decir el abandono de ciertos compromisos básicos de las
democracias, que se manifiestan primariamente en la reducción o abandono de
principios de derecho fundamentales o la reestructuración de las responsabilidades
gubernamentales, modificaciones introducidas en los sistemas legales como una
necesidad para combatir la amenaza narco y el tráfico de drogas. El uso excesivo
de las medidas de carácter represivo –la mayoría de veces relacionadas con delitos
menores ha tenido como impacto el crecimiento de la población encarcelada,
agravando el problema de hacinamiento en varios países. Solo en Estados Unidos
el número total de personas en las cárceles creció de 330.000 en 1972 a casi 2,3
millones de personas en 2011. El 50% de los presos que están en las cárceles
federales y el 20% de los que se encuentran en las cárceles estatales fueron
condenados por vender o consumir drogas. En el caso de Brasil, durante la vigencia
de la Ley de Drogas (Ley n° 11.343/06) aumentó el mínimo de la pena de tráfico al
mismo tiempo que se descriminalizó la tenencia para consumo personal. Pero la ley
no establece distinción objetiva entre estas categorías. Como resultado la incidencia
de los delitos en el sistema de justicia se incrementó considerablemente,
aumentando su participación en el total de prisioneros. En 2006, 47.472 personas
fueron detenidas por tráfico de drogas, lo que representó el 14% de los arrestados
por todos los delitos. Para 2013 los datos oficiales muestran que un 30% de la
población penitenciaria cometió delitos de tráfico de drogas. Los presos por delitos
de drogas son un grupo muy significativo en la mayoría de los países
latinoamericanos, 45% en Bolivia, 34% en Ecuador, 24% en Perú. Autores como
Loic Wacquant identifican al encarcelamiento como el mecanismo de control frente
a grupos marginados (en reemplazo incluso de los guetos sociales), con la guerra
contra las drogas como el aparato de sostén y justificación de la persecución
criminal. Un asunto de especial preocupación es el encarcelamiento de las mujeres
por delitos relacionados con drogas. En América Latina la población penitenciaria
femenina prácticamente se duplicó entre 2006 y 2011, pasando de 40 mil a más de
74 mil, la mayoría vinculada a delitos menores relacionados con las drogas, con
impactos devastadores para las detenidas, sus hijos, familias y comunidades. De
otro lado, los programas de erradicación forzosa y la fumigación de cultivos han
tenido impactos negativos para las poblaciones. En algunos casos estas acciones
han conllevado al desplazamiento de personas, el deterioro de su bienestar, la
inseguridad alimentaria y el conflicto social. En el caso específico de Colombia, hay
evidencias de que el uso de glifosato para la aspersión ha tenido efectos negativos
para la salud humana y también para el medio ambiente.
Adicionalmente, la penalización del consumo y los obstáculos para implementar
programas de reducción de daños, han estimulado comportamientos de alto riesgo
–como compartir jeringas y agujas– y la propagación en algunos países del VIH y la
hepatitis C. El tratamiento punitivo de un problema de salud pública –como lo es la
adicción y el uso problemático de drogas– también ha impedido el acceso a
tratamientos de salud de calidad e incrementado la probabilidad de sobredosis de
drogas. En suma, los impactos negativos de la aplicación punitiva del modelo
prohibicionista han sido amplios y severos. En términos de sus propios objetivos, el
RICD ha tenido avances modestos; a pesar de los progresos parciales en algunos
países –como es el caso del descenso en los niveles de consumo de la cocaína en
los Estados Unidos y Europa, acompañado por una baja en la producción – la
magnitud de la demanda de drogas no ha cambiado sustancialmente a nivel
mundial. Pero además de tener bajos niveles de eficiencia, en la práctica el RICD
se ha traducido en algunos países en una verdadera crisis humanitaria que ha
recaído sobre los sectores más vulnerables de la población. Lo anterior, con mayor
énfasis en países que adoptan medidas represivas en contextos de fragilidad
institucional, caracterizados por bajos niveles de transparencia y baja capacidad del
Estado de proveer bienes públicos a sus ciudadanos. Los reiterados abusos a los
derechos humanos y la restricción de libertades constituyen un problema
sistemático difícil de ocultar. A pesar de la evidencia, la resistencia a observar la
aplicación de las políticas de drogas desde la perspectiva de los DDHH continúa
siendo fuerte. El RICD tiende a auto-protegerse y conservar su hermetismo, con el
argumento de que los cambios en las políticas de drogas podrían erosionar el
sistema y poner en juego su legitimidad. Dada esta realidad, la UNGASS 2016 y el
proceso preparatorio –con diferentes espacios de discusión en los ámbitos
multilaterales– constituye una oportunidad para hacer evidente el divorcio entre el
RICD y los derechos humanos y la necesidad de incorporar lineamientos que guíen
la aplicación de las políticas de drogas.
LA CIDH publicó un comunicado de prensa al finalizar el período 150 de sesiones,
en la que destaca la realización de esta audiencia: “Asimismo, un importante
número de organizaciones de la sociedad civil de Argentina, Brasil, Canadá, Chile,
Colombia, Estados Unidos, Guatemala, Honduras, México, Perú y Uruguay
solicitaron una audiencia que plantea un tema emergente y al que la Comisión
Interamericana dará seguimiento, sobre el impacto negativo que tienen las políticas
represivas en materia de drogas sobre la vigencia de los derechos humanos de
grandes sectores de la población, con un impacto desproporcionado en niños, niñas
y adolescentes, mujeres, personas pobres, afrodescendientes y campesinos, entre
otros grupos”
QUE ES EL TNI:
El Transnational Institute (TNI) es un instituto internacional de investigación e
incidencia política que trabaja por un mundo más justo, democrático y sostenible.
Durante más de 40 años, el TNI ha actuado como un punto de interconexión entre
movimientos sociales, académicos y académicas comprometido y responsable de
políticas.
PROYECTOS DEL TNI
El TNI trabaja sobre un amplio abanico de cuestiones interrelacionadas. Gracias a
la constante interacción entre investigadores y proyectos, el TNI cuenta con una
perspectiva única y bien informada, así como con un enfoque transversal sobre
complejos problemas mundiales.
Actualmente, el TNI está trabajando, entre otras cosas, en:
 Desempeñar un papel pionero en materia de políticas de drogas y abogar
por que el control de estupefacientes ilegales se aborde con un enfoque más
pragmático, basado en la reducción de los daños.
 Apoyar una dinámica red internacional que trabaja en la construcción de un
modelo de agua público y participativo como la forma más viable de alcanzar
un suministro universal.
 Hacer frente al dogma de la liberalización comercial que, al igual que la
liberalización financiera, ha desembocado en mayores desigualdades y
participar activamente en la construcción de alternativas, como la Alternativa
Bolivariana para las Américas, basadas en la cooperación y la solidaridad
regionales.
-Como podemos ver es el pionero en materia de políticas de drogas, considera
que los derechos humanos deben ser la base de cualquier debate sobre el
control de drogas.
POR QUÉ EL TNI CONSIDERA QUE LOS DERECHOS HUMANOS DEBEN SER
UNA PIEZA CLAVE DEL CONTROL DE DROGAS:
Desde que se fundó, en la década de 1970, el TNI siempre ha creído en la necesidad
de encontrar respuestas globales a problemas globales, ha sido un fuerte defensor
del multilateralismo y ha abogado por unas Naciones Unidas que funcionen bien y
que sean garante de los derechos humanos universales. En lo que respecta a las
drogas, nuestra postura es muy clara: el control de estupefacientes debe respetar
los derechos humanos. Defendemos el derecho de los agricultores atrapados en la
economía ilícita a llevar una vida digna.
Apoyamos el principio de la proporcionalidad; un principio básico que debería ser
evidente en todo caso, pero que se perdió con el proceso de intensificación de la
guerra contra las drogas: todas las personas implicadas en el mercado ilícito de las
drogas, ya sean campesinos, comerciantes o usuarios están plenamente
amparadas por los derechos humanos.
Toda medida de control de drogas que viole sus derechos humanos básicos es
ilegítima y el TNI siempre estará en contra de cualquier medida que quebrante el
derecho a llevar una vida digna.
Cómo evolucionó el sistema de derechos humanos de la ONU:
Después de la Segunda Guerra Mundial, la comunidad internacional se reunió con
un espíritu de paz y positivismo. Para evitar más guerras en el futuro y “reafirmar la
fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona
humana, en la igualdad de derechos de hombres y mujeres y de las naciones
grandes y pequeñas”, 50 Estados firmaron la Carta de las Naciones Unidas el 26 de
junio de 1945 en San Francisco.
La Carta se fundamenta en tres pilares: los derechos humanos, la paz y la
seguridad, y el desarrollo. Tres años más tarde, en 1948, se adoptó la Declaración
Universal de Derechos Humanos, proclamada “como ideal común por el que todos
los pueblos y naciones deben esforzarse”. En caso de conflicto con las obligaciones
contraídas en virtud de otro convenio internacional, prevalecen las de la
Carta (artículo 103). En los artículos 55 y 56 las Naciones Unidas y sus Estados
miembros se comprometen a promover el desarrollo social y “el respeto universal a
los derechos humanos y a las libertades fundamentales de todos, sin hacer
distinción por motivos de raza, sexo, idioma o religión, y la efectividad de tales
derechos y libertades”. Para que un Estado sea miembro de la ONU, debe ratificar
su Carta.
La adopción en 1948 de la Declaración Universal de Derechos Humanos representa
un hito en el sistema internacional de derechos humanos. Sus términos adquirieron
un carácter vinculante en dos pactos adoptados en 1966: el Pacto Internacional de
Derechos Civiles y Políticos y el Pacto Internacional de Derechos Económicos,
Sociales y Culturales. Los tres documentos son conocidos como la Carta
Internacional de Derechos Humanos.
Actualmente, nueve tratados de derechos humanos constituyen la base de los
instrumentos universales de derechos humanos: los dos pactos mencionados y
otros tratados que abordan temas específicos como la tortura, la discriminación
racial, los derechos del niño, la discriminación contra la mujer, los trabajadores
migratorios, las personas con discapacidad y las desapariciones forzadas. Todos
los Estados miembros de la ONU han ratificado al menos uno de estos tratados,
aunque la mayoría han ratificado más de uno.
Cada tratado de derechos humanos cuenta como un comité independiente —u
‘órgano creado en virtud de un tratado’— encargado de supervisar su aplicación a
través de exámenes periódicos de los avances alcanzados, mecanismos
individuales o colectivos de denuncia y, en algunos casos, procesos de
investigación.
Existen también otros mecanismos de supervisión de los derechos humanos que se
han desarrollado en el marco de la Carta de la ONU. Entre ellos, estaría el proceso
de examen periódico universal en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, por
el que los Estados miembros de la organización revisan los avances recíprocos
alcanzados con respecto a obligaciones compartidas con aportaciones de la
sociedad civil. Los ‘procedimientos especiales’ del Consejo son expertos
independientes de grupos de trabajo sobre temas o países concretos. Por ejemplo,
el Relator Especial de la ONU sobre la tortura, el Relator Especial de la ONU sobre
los derechos de los pueblos indígenas y el Relator Especial de la ONU sobre el
derecho a la salud.
La legislación de los derechos humanos es vinculante en virtud de los tratados
adoptados por cada Estado. Además, algunas normas son vinculantes en el
derecho consuetudinario. Esto significa que el carácter vinculante de ciertos
derechos humanos no depende de la ratificación de un tratado. Entre ellos estarían,
por ejemplo, el derecho a no ser sometido a esclavitud y el derecho a no ser
sometido a torturas. Desde que se adoptó la Carta, los derechos humanos se han
convertido en un marco normativo universal y vinculante para los Estados miembros
de la ONU.
EN QUÉ PRINCIPIOS SE BASA EL ACTUAL RÉGIMEN DE CONTROL DE
DROGAS:
El régimen de control de drogas de la ONU se basa en tres tratados: la la
Convención Única de 1961 sobre Estupefaciente, el Convenio sobre Sustancias
Sicotrópicas de 1971 y la Convención contra el Tráfico Ilícito de Estupefacientes y
Sustancias Sicotrópicas de 1988. Los tres grandes tratados de fiscalización
internacional de drogas se sustentan mutuamente y son complementarios. Uno de
los objetivos importantes de las convenciones de 1961 y 1971 es tipificar las
medidas de control aplicables a escala internacional para garantizar la
disponibilidad de estupefacientes y sustancias sicotrópicas con fines médicos y
científicos.
Al mismo tiempo, persiguen impedir que se desvíen a canales ilícitos e incorporan
disposiciones generales sobre el tráfico y el uso de drogas. La Convención de 1961
se centra específicamente en drogas de origen vegetal, como el opio, la heroína, la
coca, la cocaína y el cannabis, clasificándolas en varias listas basadas en su nivel
de nocividad. Sin embargo, debido a presiones políticas, tanto el cannabis como la
coca se clasificaron de forma equivocada como drogas especialmente peligrosas,
comparables a la heroína.
La Convención de las Naciones Unidas contra el Tráfico Ilícito de Estupefacientes y
Sustancias Sicotrópicas de 1988 reforzó de forma significativa la obligación de los
países de aplicar sanciones penales para combatir todos los aspectos de la
producción, la posesión y el tráfico ilícitos de drogas.
Las tres convenciones comienzan con preámbulos en que se expresa preocupación
por la salud y el bienestar de la humanidad. Sin embargo, los derechos humanos
solo aparecen explícitamente una vez en los tres tratados: en el artículo 14(2) de la
Convención de 1988 (véase más abajo). A pesar de ello, estos tratados deben
leerse e interpretarse conforme a las obligaciones concurrentes en materia de
derechos humanos. Aunque puede considerarse que la protección de la salud y el
bienestar son los principios básicos de las convenciones de drogas, los valores de
juicio sobre las drogas y aquellas personas que las producen, comercian con ellas
y las consumen, acompañadas de respuestas punitivas y de tipo bélico han
desempeñado un papel demasiado importante en su aplicación.
En las práctica, el sistema de control de drogas se ha traducido en abusos de los
derechos humanos en todo el mundo. En las últimas décadas, la principal estrategia
para abordar los problemas relacionados con las drogas se ha basado en la
represión. Tanto en el ámbito nacional como internacional, la mayor parte de los
recursos se han destinado a luchar contra el mercado ilícito. Al igual que sucede
con las respuestas a otras percepciones de ‘amenazas’, como el terrorismo, esto ha
derivado en el deterioro de las libertades civiles y en abusos de los derechos
humanos en todo el mundo. Los Estados han llevado a cabo operaciones militares
contra pequeños productores de cannabis, coca o adormidera, han fumigado con
productos químicos cultivos ilícitos de drogas y han forzado el desplazamiento de
comunidades.
Algunos países imponen incluso la pena de muerte a aquellas personas que
infringen las leyes de drogas. En su informe sobre la situación global de la pena de
muerte en 2017 por delitos de drogas, Reducción de Daños Internacional (HRI)
identifica 33 Estados y territorios que mantienen en su legislación la pena capital
por los delitos de drogas. Aunque varios de estos países no recurren a la pena de
muerte o lo hacen de forma poco habitual, HRI revela que, entre enero de 2015 y
diciembre de 2017, al menos 1320 personas fueron ejecutadas por delitos
relacionados con las drogas en al menos cinco países.
Se calcula que, actualmente, hay más de 10 millones de personas encarceladas en
todo el mundo; una gran parte de ellas han sido condenadas por delitos
relacionados con las drogas. En los Estados Unidos, el país con el mayor índice de
encarcelamientos del mundo, el 25 por ciento de los reos (más de medio millón de
personas) está en la cárcel por delitos de drogas. En los Estados Unidos, la brecha
racial de los ingresos penitenciarios es evidente: en 2003, un hombre
afrodescendiente tenía 11,8 veces más probabilidades de entrar en prisión que un
hombre de raza blanca por delitos de drogas; en el caso de las mujeres, la
probabilidad era 4,8 veces mayor. En Inglaterra y Gales también se han
notificado desigualdades raciales en las actuaciones policiales y los procesos
judiciales por delitos de drogas.
En América Latina, el porcentaje de personas en prisión por delitos de drogas es
aún mayor, según demuestra el informe del TNI y WOLA sobre drogas y cárceles
en este continente. Usuarios y autores de delitos menores se hacinan en las
cárceles superpobladas, con resultados devastadores.
En lo que respecta a Europa y Asia Central, una de cada cuatro mujeres
encarceladas está en prisión por delitos de drogas no violentos.
En el Sudeste Asiático y China, cientos de miles de personas son detenidas durante
meses —y en ocasiones años— en centros de detención obligatoria de usuarios de
drogas para ser ‘tratadas’. Muchos de estos centros carecen de servicios de
atención médica. El ‘tratamiento’ que se ofrece incluye, entre otras cosas, trabajos
forzados y violencia física y sexual. Las personas detenidas no disponen de acceso
a un debido proceso judicial o revisión administrativa.
Otra trágica consecuencia del régimen de fiscalización internacional de drogas
actual es la escasa accesibilidad a medicamentos esenciales, como la morfina y la
metadona, en todo el mundo.
Muchas leyes nacionales siguen imponiendo penas de prisión
desproporcionadamente largas por delitos menores de drogas y 33 países aún
aplican la pena de muerte por los delitos relacionados con drogas. Esto se traduce
en un sistema de justicia penal donde a veces los delitos menores de drogas se
castigan con penas más duras que las violaciones, los secuestros o los asesinatos.
Las largas penas de prisión impuestas a los autores de delitos de drogas generan
hacinamiento en las cárceles de muchos países, incapacita el sistema de justicia
penal y sitúa a los presos en mayor situación de riesgo de contagiarse por el VIH,
la hepatitis C, la tuberculosis y otras enfermedades. Aunque muchas personas
encarceladas por delitos de drogas son consumidoras, los servicios de reducción
de daños (como el intercambio de agujas), la terapia de sustitución de opioides y
otras intervenciones no suelen ofrecerse en entornos penitenciarios.
En el contexto de las leyes y las condenas de drogas, las convenciones de control
de drogas, por lo general, exigen a las Partes que tipifiquen como delitos en su
derecho interno una amplia gama de actividades relacionadas con las drogas. No
obstante, también permiten a las Partes responder de forma proporcional, incluso
mediante alternativas a la condena o el castigo en los casos de delitos de carácter
menor.
Los delitos graves, como el tráfico ilícito de drogas, se deben tratar con mayor
severidad y contundencia que otros delitos como la posesión de drogas para uso
personal. En este sentido, es evidente que el empleo de medidas no privativas de
la libertad y de programas de tratamiento en los casos de delitos que entrañan la
tenencia para el consumo personal de drogas ofrecen una respuesta más
proporcionada y una administración más efectiva de la justicia.
QUÉ SE HACE PARA INTEGRAR LOS DERECHOS HUMANOS EN EL RÉGIMEN
DE CONTROL INTERNACIONAL DE DROGAS:
La prohibición de las drogas sitúa a los mercados de este lucrativo negocio en
manos de organizaciones delictivas y genera enormes fondos ilegales que
alimentan los conflictos armados en todo el mundo. Durante años, el aparato de la
ONU prestó poca atención a la controversia creada por el sistema de fiscalización
internacional de drogas. Aunque el preámbulo de la Convención Única de 1961
dispone que el objetivo principal del régimen de fiscalización consiste en proteger la
salud y el bienestar de la humanidad, las iniciativas internacionales para controlar
el uso y la producción de sustancias suelen dar lugar a consecuencias más
perjudiciales que las propias drogas.
Por lo general, los aspectos sociales y de salud del problema de las drogas han
recibido poca atención. En 1987, la Conferencia Internacional sobre el Uso Indebido
y el Tráfico Ilícito de Drogas instó a que se adoptara un ‘enfoque equilibrado’, y que
se otorgara a la reducción de la demanda de drogas ilícitas la misma importancia
que a la reducción de la oferta y el tráfico. El desequilibrio, sin embargo, no
desapareció.
En la UNGASS sobre drogas de 1998, la comunidad internacional acordó los
principios rectores de la reducción de la demanda de drogas. Y con estos principios,
la atención se desvió ligeramente hacia el tratamiento y la reducción de daños, en
parte debido a la presión de la epidemia del VIH/SIDA entre las personas usuarias
de drogas.
No fue hasta 2008 que la Comisión de Estupefacientes la ONU (CND), creada en
1946, adoptó una resolución sobre derechos humanos. Hasta ese momento, todos
los términos propuestos con respecto a los derechos humanos se habían topado
con resistencias y vetos directos. En la resolución se instaba a que el sistema de
control de drogas de la ONU trabajara más estrechamente con el sistema de
derechos humanos de esta misma organización. La resolución solo se pudo aprobar
después de que se eliminaran del texto todas las alusiones a la pena de muerte, la
declaración sobre los derechos de los pueblos indígenas —que se acababa de
adoptar— y a los mecanismos específicos de derechos humanos de la ONU. Sin
embargo, desde que se adoptó esta resolución, las salvaguardias de derechos
humanos han empezado a aparecer con mayor frecuencia en las resoluciones de la
CND.
Cada año, la Asamblea General de la ONU adopta una resolución sobre la lucha
contra ‘el problema mundial de las drogas’. Durante años, esta ha comenzado con
un párrafo que reafirma la necesidad de emprender esta tarea de plena conformidad
con la Carta de las Naciones Unidas y garantizando el pleno respeto de los derechos
humanos. La Declaración política de 2009 en materia de drogas, acordada en la
CND, refleja también esta obligación. Lamentablemente, el texto principal de la
Declaración no tuvo en cuenta este importante punto de partida.
En marzo de 2015, el Consejo de Derechos Humanos aprobó una resolución en que
solicitaba al Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos
que “prepare un estudio, en consulta con los Estados, los organismos de las
Naciones Unidas y otras partes interesadas, que se presentará al Consejo de
Derechos Humanos en su 30º período de sesiones, sobre las repercusiones del
problema mundial de las drogas en el ejercicio de los derechos humanos, y
recomendaciones sobre el respeto y la protección y promoción de los derechos
humanos en el contexto del problema mundial de las drogas, con especial atención
a las necesidades de las personas afectadas y las personas en situación de
vulnerabilidad”. La Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos invitó
a las organizaciones no gubernamentales a proporcionar información para este
estudio. La aportación del TNI se puede leer aquí.
El estudio final se presentó en la mesa redonda sobre las repercusiones del
problema mundial de las drogas en el ejercicio de los derechos humanos que se
organizó en el 30º período de sesiones del Consejo de Derechos Humanos, en
septiembre de 2015.
El informe señalaba una serie de repercusiones sobre varios derechos humanos,
como el derecho a la salud, derechos relacionados con la justicia penal (incluido el
derecho a la vida), la prohibición de la discriminación, los derechos del niño y los
derechos de los pueblos indígenas (para un resumen del informe, véase el cuadro
del apartado 6).
En marzo de 2018 se solicitó otro estudio, que elaborará el Alto Comisionado de las
Naciones Unidas para los Derechos Humanos, en consulta con los Estados, la
Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC) y otros
organismos de la ONU, la sociedad civil y otras partes interesadas. El informe tratará
sobre la puesta en práctica del documento final de la Sesión Especial de la
Asamblea General de la ONU (UNGASS) sobre las drogas (véase más abajo) con
respecto a los derechos humanos. Este informe se presentará a la Oficina del Alto
Comisionado para los Derechos Humanos (ACNUDH) en septiembre de 2018 y
también pretende actuar como una aportación de la ACNUDH a los preparativos
para el examen de la Declaración Política y el Plan de Acción vigentes de la
Comisión de Estupefacientes, que tendrá lugar en 2019. Por lo tanto, el informe
podría desempeñar un papel destacado en la configuración del régimen de
fiscalización internacional de drogas en los años posteriores a 2019.
Además, una coalición de organismos de la ONU, como el Programa de las
Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), el Centro Internacional de Derechos
Humanos y Políticas de Drogas (HRDP), la UNODC y la ACNUDH, apoyan un
proceso para preparar unas directrices sobre derechos humanos y fiscalización de
estupefacientes. Siguiendo las recomendaciones que formuló en 2012 la Comisión
Mundial sobre el VIH y la Legislación, las directrices persiguen fomentar una reforma
de las leyes y las políticas de drogas centrada en los derechos humanos. Las
directrices, que seguramente se basen en el tipo de orientaciones en materia de
derechos humanos ya desarrolladas con respecto a diversos temas —como el
terrorismo, el VIH/SIDA y las empresas— podrían ayudar a salvar la brecha entre el
discurso y la práctica en lo que atañe a los derechos humanos y el control de drogas.

En junio de 2017, el PNUD y el HRDP convocaron en Bogotá, Colombia, la primera


consulta mundial sobre la elaboración de unas directrices internacionales relativas
a los derechos humanos y el control de drogas. El debate se centró en las
consecuencias para la salud y los derechos humanos de la despenalización y las
alternativas a la erradicación forzada y el encarcelamiento excesivo. Las consultas
se efectuarán durante 2018.

UNGASS de 2016
La Asamblea General de la ONU convocó una Sesión Especial sobre el problema
mundial de las drogas del 19 al 21 de abril de 2016, en la sede de la ONU en Nueva
York, a raíz de una declaración conjunta emitida en 2012 por los Gobiernos de
Colombia, Guatemala y México que instaba a la Organización a “conducir una
profunda reflexión que analice todas las opciones disponibles, incluyendo medidas
regulatorias o de mercado, a fin de establecer un nuevo paradigma que impida el
flujo de recursos hacia las organizaciones del crimen organizado”. La Sesión fue la
tercera en la historia de la Asamblea General centrada de forma específica en el
problema mundial de las drogas; la anterior tuvo lugar en 1998.
En este contexto, muchos participantes esperaban un replanteamiento profundo del
enfoque de ‘guerra contra las drogas’ y de las estrategias dominantes en el ámbito
de la política internacional de drogas hasta la fecha. Aunque los debates abiertos y
sinceros que se mantuvieron durante el encuentro pusieron de manifiesto una
creciente oposición al paradigma preponderante, los resultados (en especial tal
como se reflejan en el documento final de la UNGASS) resultaron ser mucho menos
radicales de lo que se esperaba.
El documento final, que se había negociado previamente y que reafirmaba el
objetivo ingenuo de lograr “una sociedad libre del uso indebido de drogas”, se
adoptó sin someterse a votación al principio del encuentro. El documento no
reconoció los crecientes llamamientos a favor de abolir la pena de muerte en los
casos de delitos relacionados con drogas y no mencionó de manera explícita la
reducción de daños ni la legitimidad de la despenalización en el marco de los
tratados internacionales. No obstante, el documento sí ayudó a sentar las bases
para avanzar en algunas cuestiones clave: adoptó un nuevo enfoque basado en
siete ejes, como una serie de “recomendaciones operacionales sobre cuestiones
intersectoriales: las drogas y los derechos humanos, los jóvenes, los niños, las
mujeres y las comunidades”, acogió con satisfacción los Objetivos de Desarrollo
Sostenible, aludió por primera vez al concepto de la proporcionalidad de las penas,
otorgó una atención notable al problema del acceso a medicamentos fiscalizados,
mencionó algunas intervenciones concretas de reducción de daños y abogó por
“medidas sustitutivas o complementarias en lo que respecta a la condena o la pena”.
El Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos, Zeid Ra’ad Al Hussein,
expresó en su declaración “un entusiasmo contenido” y, sobre todo, una “intensa
frustración” por los resultados de la UNGASS. Uno de los ejemplos que mencionó
fue que la redacción sobre los derechos indígenas en el documento final era
“ambigua” y que “habría sido mejor si se indicara claramente que a los pueblos
indígenas se les debe permitir el uso de drogas en sus prácticas tradicionales o
religiosas cuando existen precedentes históricos de ello”.
La cuestión no se pudo abordar de forma abierta porque la Convención Única obliga
explícitamente a las Partes a abolir esas prácticas, y el acuerdo político exigía que
la UNGASS reafirmara “de manera inequívoca” el apoyo a los tratados. Un mes
antes, el Alto Comisionado se había dirigido al Consejo de Derechos Humanos en
Ginebra comentando que estaba “preocupado por una práctica extendida de lo que
podría denominarse ‘maquillaje de los derechos humanos’”. Aludiendo a “las leyes
y los principios vinculantes de derechos humanos”, subrayó que esas obligaciones
“no deben ser un ejercicio de ‘marcar la casilla’”. El documento final de la UNGASS
es, de hecho, un buen ejemplo de ello, a pesar de que podría afirmarse que incluye
las disposiciones más ambiciosas sobre derechos humanos que jamás se hayan
adoptado en una resolución de la ONU en materia de control de drogas. Aún así,
carecen de recomendaciones específicas para medidas prácticas con respecto a la
despenalización, la abolición de la pena de muerte, la reducción de daños y el
respeto de los derechos indígenas, según lo dispuesto por los órganos pertinentes
de derechos humanos. Después de que se aprobara el documento, durante la
sesión de apertura de la UNGASS, muchos países emitieron declaraciones formales
en las que expresaron su decepción sobre estos temas.
¿Qué está haciendo la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito
para promover los derechos humanos en la esfera del control de drogas?
En 2008, el entonces director ejecutivo de la Oficina de las Naciones Unidas contra
la Drogas y el Delito (UNODC) publicó un informe, titulado “Perfeccionamiento de la
fiscalización de drogas para adecuarla a la finalidad para la que fue creada:
Aprovechando la experiencia de diez años de acción común para contrarrestar el
problema mundial de las drogas” como contribución a los debates en torno a la
declaración, la estrategia y los planes de acción que se iban a aprobar en la sesión
de alto nivel de la CND en 2009. En este documento, el director ejecutivo reconocía
‘las consecuencias no deseadas’ del sistema de fiscalización internacional de
estupefacientes, entre las que estaría el fenómeno conocido como ‘desplazamiento
de las políticas’ (un especial acento en la aplicación de la ley y menos atención a la
salud pública) y la marginación de las personas usuarias de drogas.
El informe recuerda que “la Carta de las Naciones Unidas tiene prioridad sobre todos
los demás instrumentos” y aboga por que en la década siguiente se apueste por un
triple compromiso: “la reafirmación de los principios básicos (el multilateralismo y la
protección de la salud pública); la mejora del funcionamiento del sistema de
fiscalización (logrando los objetivos establecidos en el vigésimo período
extraordinario de sesiones de la Asamblea General y aplicando simultáneamente
medidas para garantizar el cumplimiento de la ley, la prevención, el tratamiento y la
reducción del daño); y la mitigación de las consecuencias no deseadas”.
La resolución de derechos humanos adoptada en 2008 proporcionó a la UNODC un
mandato claro para examinar y evaluar adecuadamente sus responsabilidades en
materia de derechos humanos. En 2010, se elaboró para la CND un informe sobre
la labor de la UNODC y los derechos humanos y, en 2012, la UNODC publicó una
nota de orientación dirigida a su propio personal sobre las implicaciones de su
trabajo con respecto a los derechos humanos. En esta nota, la UNODC admite que
“existe el riesgo, menor pero siempre presente, de que las actividades de la UNODC
tengan un impacto negativo sobre los derechos humanos”, y apunta a estrategias
para hacer frente a ese riesgo.
Hasta la fecha, se han tomado pocas medidas concretas para poner en práctica
esas estrategias. Esto requiere una atención urgente, puesto que se ha
documentado que los programas de la UNODC han ayudado a capturar a
sospechosos de tráfico de drogas que, más tarde, han sido extraditados a Estados
donde sigue vigente la pena de muerte y, en algunos casos, ejecutados. Por esta
razón, Dinamarca y algunos otros Gobiernos han retirado su apoyo como donantes
al componente de control de drogas del programa de la UNODC en Irán.
El Informe Mundial sobre las Drogas 2016, publicado por la UNODC, respondió a la
UNGASS 2016 y puso un especial énfasis en la importancia de situar la política
internacional de drogas en sintonía con los Objetivos de Desarrollo Sostenible
(ODS) y las iniciativas de desarrollo global más generales. El informe destacó la
relación entre el problema mundial de las drogas y los ODS en lo que respecta a la
reducción de las desigualdades, la garantía de la salud, la consecución de la
igualdad de género, el fin de la pobreza, la protección de la naturaleza y la
biodiversidad, el fomento de sociedades pacíficas y justas, y el establecimiento de
alianzas internacionales. El informe subrayó que, para que las políticas de drogas
apoyen el cumplimiento de los ODS, y no lo obstaculicen, deben estar en plena
consonancia con los derechos humanos internacionales, basarse en pruebas
empíricas e incorporar una perspectiva de género, poniendo un especial acento en
el derecho a la salud de las personas presas. Sin embargo, al mismo tiempo, el
informe no dejó de hacer hincapié en el papel de los mecanismos de justicia.
QUÉ DICEN LOS ÓRGANOS DE VIGILANCIA DE LOS DERECHOS HUMANOS
SOBRE LAS VIOLACIONES DE DERECHOS HUMANOS COMETIDAS EN
NOMBRE DEL CONTROL DE DROGAS:
Hablando en un evento paralelo en el Consejo de Derechos Humanos en Ginebra,
el 16 de junio de 2014, la entonces Alta Comisionada de la ONU para los Derechos
Humanos, Navi Pillay, instó a los Estados a que reconsideraran el control de las
drogas desde una perspectiva de derechos humanos. Esta perspectiva ha sido
retomada por varios comentaristas y expertos internacionales en materia de
derechos humanos y control de drogas.
En septiembre de 2015, la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas
para los Derechos Humanos presentó un estudio sobre las repercusiones del
problema mundial de las drogas en el ejercicio de los derechos humanos en una
mesa redonda sobre este tema que tuvo lugar en el 30º período de sesiones del
Consejo de Derechos Humanos. El estudio abordaba las diversas inquietudes en
función de cinco categorías:
 El derecho a la salud;
 Los derechos relacionados con la justicia penal;
 La prohibición de la discriminación;
 Los derechos del niño; y
 Los derechos de los pueblos indígenas.
Los ponentes de la mesa redonda también plantearon otras cuestiones importantes,
como la estigmatización y la exclusión social de los usuarios de drogas, la aplicación
de la pena de muerte por delitos de drogas, las repercusiones negativas de la
penalización del uso de drogas, los derechos de los productores de cultivos ilícitos
(en su mayoría pobres), los obstáculos con que se topan los usuarios de drogas
para acceder a los servicios adecuados de atención y salud, la falta de acceso a
drogas con fines médicos y para el alivio del dolor, y “la necesidad de luchar contra
las drogas mediante un enfoque integral y basado en los derechos humanos que
proteja los derechos de las víctimas y los usuarios de drogas a la salud, la no
discriminación y el acceso a la justicia”.
Al intervenir ante la Sesión Especial de la Asamblea General de las Naciones
Unidas (UNGASS) sobre el problema mundial de las drogas de 2016, el Sr. Zeid
Ra’ad Al Hussein, Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos
Humanos, expresó su preocupación por el hecho de que el documento final de la
Sesión omitiera algunas cuestiones clave, señalando que el documento le producía
“una mezcla entre una intensa frustración y un entusiasmo contenido”. Al Hussein
reconoció la importancia de que el documento introdujera nuevas referencias a los
derechos humanos y proclamara el compromiso con un enfoque basado en los
derechos humanos, así como varias referencias a la atención de la salud y el
tratamiento. Sin embargo, también lamentó que se hubiera perdido la oportunidad
de plasmar en el texto un compromiso con el pleno respeto de los derechos
humanos de las personas que consumen drogas, en especial mediante la
despenalización del uso personal: “Cuando se despenalizan las drogas y se ofrecen
servicios de atención de la salud – entre los cuales la reducción de daños–, como
sucede en varios Estados miembros, las personas dependientes de drogas son
menos propensas a recurrir a una conducta delictiva para conseguir fondos con los
que costear su dependencia. Pueden recibir una terapia de sustitución de opioides,
en la que se aplicarían sustancias fiscalizadas bajo supervisión médica. Por lo tanto,
nos hubiera gustado ver una referencia clara al derecho a la salud, tal como lo
dispone el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales”.
En marzo de 2018, al cierre de su 37º período de sesiones, el Consejo de Derechos
Humanos de la ONU votó a favor de adoptar una resolución en que se reafirma la
necesidad de respetar, proteger y promover los derechos humanos de todas las
personas en el contexto de la elaboración y la implementación de las políticas
relacionadas con las drogas. En la resolución se solicita a la Oficina del Alto
Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos que prepare un
informe sobre la aplicación del documento final de la Sesión Especial de la
Asamblea General de la ONU (UNGASS) con respecto a los derechos humanos, y
que lo presente al Consejo de Derechos Humanos en su 39º período de sesiones,
en septiembre de 2018. El informe también se compartirá con la CND con miras a
la próxima serie de sesiones de alto nivel que tendrá lugar en abril de 2019, en que
se sentarán las bases para los próximos años de la política internacional de drogas.
En lo que respecta al derecho a la salud, el Informe 2016 del Alto Comisionado
considera que la aplicación de un enfoque de reducción de daños es “esencial para
las personas que consumen drogas” y presenta información sobre enfoques como
la terapia de sustitución de opioides, las salas habilitadas para el consumo de
drogas, los programas de distribución de agujas y jeringuillas, y otras
intervenciones, citando estudios que demuestran una relación directa entre la
aplicación sistemática de los enfoques de reducción de daños y unas tasas más
bajas de incidencia del VIH entre las personas que se inyectan drogas.
La penalización de prácticas para la reducción de daños como el intercambio de
información sobre el consumo seguro, y la posesión de agujas, jeringuillas y otros
accesorios para el consumo de drogas, contraviene el derecho a la salud y
las Directrices Internacionales sobre el VIH/SIDA y los Derechos Humanos.
El derecho a la salud en el contexto de las cárceles se señaló como un problema
clave, ya que el acceso a los servicios de prevención, tratamiento y reducción de
los daños en el ámbito de la privación de la libertad se suele ver gravemente
afectado. Se citó al Relator Especial sobre el derecho a la salud por haber señalado
muchas maneras en que la penalización del uso y la posesión de drogas impide que
se alcance el derecho a la salud al disuadir a los usuarios de drogas de solicitar
atención de la salud y promover prácticas de mayor riesgo y por haber instado a
que se despenalice el uso de drogas.
El informe también detectó que la falta de acceso a los medicamentos esenciales
es un problema fundamental relacionado con el derecho a la salud: la falta de
acceso a medicamentos fiscalizados suele ser la causa de reglamentos y prácticas
de control de drogas innecesariamente restrictivas.
También identificó una serie de cuestiones en materia de derechos relacionados
con la justicia penal: las personas que usan drogas están expuestas a la detención
arbitraria y, mientras están detenidas, pueden ver cómo se les niega el acceso a
terapia de sustitución de opioides (una práctica que se considera tortura). Aún hay
33 países que imponen la pena de muerte por delitos relacionados con drogas, a
pesar de que el Consejo de Derechos Humanos haya dictaminado que este tipo de
delitos no reúnen las características de los “más graves delitos”. El informe también
destacó la impunidad de las ejecuciones extrajudiciales como motivo de
preocupación en las operaciones destinadas al comercio de drogas. Por último,
planteó una serie de preocupaciones en torno al derecho a un juicio imparcial y a
diversas violaciones de los derechos humanos relacionadas con los centros de
internamiento obligatorio para personas dependientes de drogas, que han sido
condenados en una declaración conjunta de 12 entidades de las Naciones Unidas.
El informe también repasó algunas inquietudes sobre la prohibición de la
discriminación, ya que, después de una condena relacionada con drogas, las
personas son susceptibles de sufrir discriminación. Las minorías étnicas pueden
verse afectadas de forma desproporcionada por las autoridades encargadas de
aplicar las leyes de drogas, y las mujeres que poseen o usan drogas son
especialmente vulnerables a ciertas formas de discriminación.
Otros de los problemas detectados fueron los relacionados con los derechos del
niño y, en particular, con la detención de niños por delitos de drogas y la falta de
acceso a servicios de reducción de daños. Los derechos de los pueblos indígenas
también se ven afectados por las restricciones impuestas a los cultivos que se
emplean para usos tradicionales y religiosos, como el cannabis, la adormidera, la
coca y el peyote.
En conclusión, el informe exhorta a la plena protección de los derechos humanos
de todas las personas que consumen drogas y alienta a todos los Estados a adoptar
medidas para promoverla.
QUÉ PAPEL DESEMPEÑA LA JUNTA INTERNACIONAL DE FISCALIZACIÓN
DE ESTUPEFACIENTES (JIFE):
La Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes (JIFE) es el órgano cuasi
judicial establecido de conformidad con la Convención Única de Estupefacientes de
1961 para supervisar la aplicación de las convenciones de drogas de la ONU. Se
trata del mismo modelo de comité independiente adoptado para los tratados de
derechos humanos, a pesar de que ciertas funciones varían por la propia naturaleza
de los tratados. La JIFE puede presentar recomendaciones para asegurar la
disponibilidad adecuada de estupefacientes y sustancias sicotrópicas con fines
médicos y científicos, así como solicitar medidas para contener el mercado ilícito.
En el transcurso de los años, la JIFE se ha distinguido por criticar los enfoques
normativos alternativos que persiguen reducir los daños del mercado de las drogas,
sin censurar las medidas que dan lugar a abusos de los derechos humanos. El TNI
y otras ONG han llamado la atención sobre esta situación, y han recomendado que
la JIFE empiece a desempeñar su labor en línea con otros organismos de la ONU,
es decir, con pleno respeto de los derechos humanos.
Cada año, la JIFE publica un informe sobre la aplicación del sistema de control de
drogas de la ONU, basado en los datos recogidos durante las misiones de la JIFE
y en la información proporcionada por los Estados miembros. En 2007, la
Junta señaló que la falta de respeto de los derechos humanos socava la aplicación
de los tratados de drogas. Parecería, por lo tanto, que el enfoque de derechos
humanos representa una necesidad práctica para que la JIFE pueda cumplir con su
mandato. Pero hasta la fecha, el informe anual de la JIFE no ha expresado ninguna
preocupación por los abusos de los derechos humanos derivados del control de
drogas. De hecho, a diferencia de muchas otras agencias de la ONU, la JIFE parece
apoyar los ‘centros de internamiento obligatorio’ como servicios de tratamiento y
está adoptando una postura contraria a la reducción de daños. En una ocasión en
que se le preguntó directamente, el presidente de la JIFE incluso se negó a
condenar la tortura. Los miembros de la Junta y sus informes anuales también han
mantenido una posición ambigua con respecto a la imposición de la pena capital por
delitos de drogas, incluso en momentos en que los Estados miembros han puesto
en tela de juicio la postura de la JIFE en este ámbito. No fue hasta marzo de 2014
cuando la JIFE decidió empezar a animar a sus Estados miembros que se planteen
abolir la pena de muerte por los delitos relacionados con drogas; pero este
llamamiento ni siquiera se integró en el informe anual de 2013. La recomendación
se mencionó por primera vez en el informe anual de 2015.
Por lo demás, en el informe de 2015 se reafirma la idea de que “estos problemas
pueden superarse cumpliendo plenamente los tratados y los principios de las
declaraciones políticas”. Y pese a expresar su interés por que la UNGASS de 2016
brinde la oportunidad de debatir la aplicación de las convenciones existentes,
previene contra la posibilidad de que se replanteen las convenciones en sí. El
capítulo dedicado a la salud y el bienestar de la humanidad solo incluye dos párrafos
que tratan de forma directa cuestiones relacionadas con los derechos humanos.
Aunque este apartado menciona la recomendación que había emitido anteriormente
la JIFE para que los países “consideren la posibilidad de abolir la pena capital para
castigar esa categoría de delitos [los relacionados con drogas], la mayor parte del
apartado se centra en los efectos perjudiciales que tienen el abuso de drogas y la
corrupción sobre los derechos humanos, haciendo hincapié en la importancia de un
control adecuado para la protección de esos derechos. Las 16 recomendaciones
dirigidas a los Gobiernos y a la ONU en el apartado final del informe incluyen
referencias a los programas de medios de subsistencia alternativos para la
reducción de la oferta, los “tratamientos apropiados desde el punto de vista médico
y basados en pruebas” para las personas afectadas por el uso indebido de drogas,
y la necesidad de mejorar el acceso a estupefacientes y sustancias sicotrópicas con
fines médicos. Las recomendaciones relativas a la pena de muerte no se repiten
aquí, y tampoco se menciona de forma explícita la reducción de daños, la terapia
de sustitución de opioides ni el cierre de los centros de tratamiento obligatorio.
El informe anual de 2016 da muestras evidentes de que la JIFE está empezando a
interpretar las convenciones de drogas de la ONU desde una perspectiva basada
en la salud y los derechos humanos. El informe formula varias recomendaciones
claras sobre la proporcionalidad de las penas (entre ellas, la despenalización del
uso de drogas y la posesión para uso personal) y la abolición de la pena de muerte
por delitos relacionados con drogas.
FUMIGACIÓN DE CULTIVOS DE COCA EN COLOMBIA:
La erradicación forzosa y coordinada de cultivos ilícitos se intensificó en todo el
mundo a partir de 1998. En Colombia, la estrategia de reducción de la oferta
consistía en actividades de erradicación manual, fumigación aérea y desarrollo
alternativo. Colombia inició una intensa campaña de fumigaciones aéreas en
diciembre de 2000, en el marco del Plan Colombia, patrocinado por los Estados
Unidos. Según la Dirección de Antinarcóticos de la Policía Nacional de Colombia,
en las últimas dos décadas, se han asperjado con herbicidas más de 2,2 millones
de hectáreas de tierra. La fumigación aérea con herbicidas (con glifosato, en
concreto) de los cultivos de drogas han provocado consecuencias muy perjudiciales
y destructivas. El veneno ha dañado la salud de la población local, ha contaminado
las fuentes de agua potable y, además, no solo ha erradicado los cultivos de coca,
sino también otros cultivos de subsistencia legítimos.
Estas violaciones de derechos humanos socavaron la legitimidad del Estado y
fomentaron el apoyo del campesinado a la guerrilla; en última instancia, la guerra
contra las drogas se acabó entrelazando con los objetivos de contrainsurgencia.
El ciclo de fumigaciones aéreas exacerbó el ya importante fenómeno de
desplazamientos en el país, obligando a grupos indígenas a adentrarse más en la
selva y acelerando el ritmo de deforestación, ya que las parcelas de coca y
adormidera fumigadas se sustituían por otras mediante la práctica de la tala y
quema.
Según un cálculo reciente de la UNODC, la superficie de cultivo del arbusto de coca
en Colombia disminuyó un 62 % entre 2000 y 2010. Esta disminución se atribuye a
las diversas medidas de aplicación de la ley y de desarrollo alternativo. Por otro
lado, en ese mismo período, la producción de coca en Bolivia y Perú aumentó
considerablemente y la oferta mundial de cocaína se mantuvo estable.
En 2001, el TNI publicó un libro sobre las devastadoras consecuencias de la
fumigación aérea: Círculo vicioso, la guerra química y biológica a las drogas.
Finalmente el 10 de mayo de 2015, el presidente Santos de Colombia anunció que
iba a solicitar al Consejo Nacional de Drogas que suspendiera la fumigación de
cultivos ilícitos con glifosato después de que la Agencia Internacional para la
Investigación sobre el Cáncer (la entidad dedicada a la investigación sobre el cáncer
de la Organización Mundial de la Salud) publicara un informe que confirma que el
glifosato es cancerígeno para los seres humanos. En abril de 2016, Colombia se
retractó parcialmente de esta decisión y recuperó el uso del glifosato para las
fumigaciones manual, aunque mantuvo en vigor la prohibición sobre las
fumigaciones aéreas. En junio de 2018, tras varias declaraciones oficiales del
Gobierno estadounidense que aludían a un incremento del uso de cocaína dentro
de su territorio y lo vinculaban con la producción de coca en Colombia, el presidente
Juan Manuel Santos anunció que el país retomaría las fumigaciones aéreas con
glifosato.
Lamentablemente, el rociado con glifosato sigue siendo una práctica habitual en
otras partes del mundo, de la que suelen ser víctima los agricultores de subsistencia.
QUÉ VIOLACIONES DE LOS DERECHOS HUMANOS TIENEN LUGAR EN
NOMBRE DEL CONTROL DE DROGAS:
El derecho a la vida
Artículo 3 de la Declaración Universal de Derechos Humanos y artículo 6 del Pacto
Internacional de Derechos Civiles y Políticos
Las duras acciones represivas contra los usuarios de drogas se traducen a veces
en asesinatos extrajudiciales, como fue el caso en 2003 en Tailandia, cuando se
declaró una guerra contra las drogas en la que murieron más de 2300 personas, y
en Filipinas, país que lanzó una guerra contra las drogas en 2016 que, según
algunos datos, había causado 12 000 víctimas hasta septiembre de 2017.

En la actualidad, las convenciones de la ONU en materia de drogas no incluyen


ninguna disposición explícita que obligue a los Estados a solicitar garantías sobre
el trato dado a un prisionero que se esté trasladando a otro país donde corra el
riesgo de sufrir violaciones de derechos humanos o de ser ejecutado.
La pena capital por delitos relacionados con drogas se sigue imponiendo en 33
Estados miembros y representa más de 1000 muertes anuales (A/HRC/30/65),
aunque este tipo de infracciones no alcanza el umbral de los “más graves delitos”.
EL DERECHO A LA SALUD
Constitución de la Organización Mundial de la Salud, artículo 12 del Pacto
Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, y artículo 24 de la
Convención sobre los Derechos del Niño (y otras fuentes)
Las personas que usan drogas tienen derecho a servicios de salud de calidad y
disponibles, accesibles, aceptables y suficientes.
En varios países —por ejemplo, Tailandia, Turkmenistán, Rusia, Japón y algunos
países de América Latina—, las leyes penales que prohíben la provisión y posesión
de jeringuillas generan un clima de temor entre las personas usuarias de drogas,
alejándolas de los servicios de prevención del VIH que pueden salvarles la vida y
de otros servicios de salud. Esto, a su vez, fomenta conductas de riesgo y, por lo
tanto, facilita el contagio de enfermedades de transmisión sanguínea como el VIH y
la hepatitis C.
El acceso a medicamentos esenciales es uno de los requisitos básicos mínimos
reconocidos en el derecho a la salud. Debido a las restricciones legales y políticas
que pesan sobre algunos medicamentos esenciales como la morfina, decenas de
millones de personas sufren un dolor moderado a severo. El acceso a la metadona
y la buprenorfina como tratamiento de sustitución para los usuarios dependientes
de opiáceos se ve obstaculizado y, en algunos países, es incluso ilegal.
En 2008, el Relator Especial de la ONU sobre el derecho a la salud, Paul
Hunt apuntó que “el derecho al más alto nivel posible de salud exige que todos los
Estados ofrezcan, como carácter prioritario, servicios nacionales integrales de
reducción de daños a las personas que consumen drogas”. Estos servicios no se
encuentran en muchas jurisdicciones.
Según el Relator Especial de la ONU sobre el derecho a la salud, en varias
jurisdicciones se han emprendido procesos judiciales relacionados con el uso de
drogas ilícitas por parte de mujeres embarazadas. Según el Relator, la penalización
de este tipo de conductas durante el embarazo vulnera el derecho a la salud de las
mujeres embarazadas, al impedirles el acceso a la asistencia sanitaria.
Varios países del Sudeste Asiático utilizan ‘centros de detención y rehabilitación
obligatoria para usuarios de drogas’ como una forma de tratamiento de la
dependencia de sustancias. A menudo, estos centros están dirigidos por
En su informe, el anterior Relator Especial de la ONU sobre la tortura y otros tratos
o penas crueles, inhumanos o degradantes, Manfred Nowak, apunta a los desafíos
que plantean a los sistemas de justicia penal las políticas punitivas, tanto en
términos de números absolutos como en lo que respecta a las necesidades
especiales de los usuarios de drogas en prisión. Manfred Nowak y su sucesor en el
cargo, Juan Méndez, han instado a que se incrementen las intervenciones de
reducción de daños en los centros de detención.
Muchos usuarios de drogas en cárceles y centros de tratamiento obligatorio han
denunciado haber sido sometidos a palizas, agresiones sexuales, ayuno forzado y
tratos humillantes.
El síndrome de abstinencia también se ha utilizado para obtener dinero o extraer
información de las personas que usan drogas; las palizas policiales de sospechosos
para sonsacarles información son algo común.
EL DERECHO A NO SER SOMETIDO A TRABAJO FORZOSO
Artículo 8 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos
Los centros de tratamiento obligatorio para usuarios de drogas utilizan a veces el
trabajo forzoso como elemento ‘terapéutico’, coaccionando a los pacientes para que
trabajen sin recibir una remuneración a cambio.
EL DERECHO A NO SER OBJETO DE DISCRIMINACIÓN:
Convención Internacional sobre la Eliminación de todas las Formas de
Discriminación Racial de 1960, Convención sobre la eliminación de todas las formas
de discriminación contra la mujer de 1979 y Pacto Internacional de Derechos Civiles
y Políticos de 1966
Debido al gran estigma social asociado con el consumo de drogas, los usuarios de
drogas son objeto de discriminación en su lugar de trabajo y en sus comunidades.
En algunos países, las leyes de control de drogas se aplican discriminando a grupos
étnicos minoritarios, pueblos indígenas y mujeres. En efecto, las mujeres y las
mujeres embarazadas que usan drogas sufren un estigma especialmente marcado.
El derecho a un nivel de vida adecuado y a la realización progresiva de los derechos
económicos, sociales y culturales
Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de 1966
Las drogas ilícitas suelen ser producidas por agricultores de las comunidades más
pobres y vulnerables del mundo. Las campañas de erradicación de cultivos pueden
tener un efecto devastador sobre los agricultores y sus familias, dejándolos sin
medios de subsistencia alternativos.
Los programas de desarrollo alternativo que no están diseñados y secuenciados de
forma adecuada también pueden resultar devastadores para estas comunidades.
Los derechos económicos, sociales y culturales de los pueblos indígenas
A los pueblos indígenes se les impide producir y consumir sustancias fiscalizadas
que llevan siglos utilizando con fines tradicionales. Este sería el caso, por ejemplo,
de la hoja de coca en América Latina, el kratom en Tailandia y Myanmar, y el opio
en todo el Sudeste Asiático.
QUÉ SE PUEDE HACER PARA TRABAJAR EN PRO DE UN CONTROL DE
DROGAS BASADO EN LOS DERECHOS HUMANOS:
El principal propósito de las convenciones de drogas de la ONU —proteger “la salud
y el bienestar de los seres humanos”— no es en modo alguno contrario a los
derechos humanos, pero al mismo tiempo se cometen muchas violaciones de
derechos humanos en nombre de la lucha contra las drogas. Con los años, las
innovaciones en el ámbito policial han demostrado que un enfoque eficaz y basado
en pruebas empíricas puede contribuir a proteger los derechos humanos y, a la vez,
abordar los daños relacionados con las drogas. Lo que se necesita es un cambio en
los objetivos: no es imperativo perseguir un alto índice de arrestos y confiscaciones;
se sabe que estos no tienen ningún impacto en el mercado de drogas. El mercado
ilegal siempre irá un paso por delante de la aplicación de la ley. En su lugar,
deberíamos tratar de reducir los daños asociados con el uso de drogas, tanto para
el usuario individual como para las comunidades, establecer objetivos para
incrementar la accesibilidad de los servicios, rebajar las tasas de sobredosis y de
contagio de enfermedades de transmisión sanguínea, y reducir la violencia
relacionada con las drogas.
Las convenciones de drogas de la ONU se deben interpretar en sintonía con las
normas internacionales de derechos humanos. De este modo, se limitarán los
excesos justificados en virtud de estos tratados y se aumentará el apoyo jurídico a
los elementos positivos que contienen, como sería el relativo al acceso a
medicamentos esenciales controlados y a la libertad para ampliar la reducción de
daños.
Las convenciones de la ONU no criminalizan el uso de drogas o ni siquiera la
posesión para uso personal y permiten a los Gobiernos nacionales ofrecer
alternativas. La JIFE y la UNODC deberían abogar a favor de estas alternativas. En
efecto, dada la ineficacia de la criminalización sobre los patrones de uso y los daños
relacionados con las drogas, es difícil entender cómo penalizar el uso o la posesión
personales puede considerarse una vulneración proporcionada del derecho a la
intimidad o a la manifestación de religiones o culturas.
Dicho esto, existen ámbitos en las convenciones de drogas que no pueden
conciliarse con la legislación en materia de derechos humanos, en particular la
prohibición de ciertas prácticas tradicionales, culturales e indígenas. Estos conflictos
deben ser abordados por los Estados partes de las convenciones.
Todas las instituciones de la ONU tienen la obligación de promover los derechos
humanos en virtud de su establecimiento en el marco de la Carta de las Naciones
Unidas.
La UNODC está proporcionando ‘asistencia técnica’ en el campo del control de
drogas, como asesoramiento jurídico, misiones sobre el terreno y formación de
magistrados. No fue hasta 2012 que la UNODC publicó una nota de orientación que
esboza cómo prevé promover y proteger los derechos humanos.
En su Informe Mundial sobre las Drogas 2011, la UNODC insta a que se logren
avances en tres áreas clave:
Volver a situar la salud pública en el centro de las iniciativas de control de drogas,
equilibrando la forma en que se usan los fondos para garantizar que se reducen la
demanda y las consecuencias sanitarias y sociales del uso de drogas;
Situar la fiscalización de estupefacientes en el contexto más amplio de la prevención
de la delincuencia; y
Defender los derechos humanos y la dignidad humana.
El Informe Mundial sobre las Drogas 2016 respondió a la UNGASS 2016 y puso un
especial énfasis en la importancia de situar la política internacional de drogas en
sintonía con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y las iniciativas de
desarrollo global más generales. El informe destacó la relación entre el problema
mundial de las drogas y los ODS en lo que respecta a la reducción de las
desigualdades, la garantía de la salud, la consecución de la igualdad de género, el
fin de la pobreza, la protección de la naturaleza y la biodiversidad, el fomento de
sociedades pacíficas y justas, y el establecimiento de alianzas internacionales. El
informe subrayó que, para que las políticas de drogas apoyen el cumplimiento de
los ODS, y no lo obstaculicen, deben estar en plena consonancia con los derechos
humanos internacionales, basarse en pruebas empíricas e incorporar una
perspectiva de género, poniendo un especial acento en el derecho a la salud de las
personas presas.
El Informe anual de la JIFE correspondiente a 2016 se muestra igual de claro sobre
la necesidad de que las actividades de fiscalización de drogas respeten los
derechos humanos. La JIFE llama la atención sobre la proporcionalidad de las
penas y alienta a los Estados miembros que mantienen la pena capital por delitos
relacionados con drogas a abolirla para ese tipo de delitos. En este sentido,
recuerda a los Estados miembros que “no dimana de los tratados ninguna obligación
de encarcelar a los consumidores de drogas que cometan delitos leves”. La Junta
también exhorta a que se ponga fin de inmediato a la persecución extrajudicial de
personas en nombre del control de drogas, y pide que se investigue y se procese
debidamente a toda persona sospechosa de haber cometido tales acciones
extrajudiciales.
Por otro lado, la elaboración de unas directrices relativas a los derechos humanos
y el control de drogas —que ahora mismo está en manos de una coalición formada,
entre otros organismos, por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo
(PNUD), el Centro Internacional de Derechos Humanos y Políticas de Drogas
(HRDP), la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC) y
la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos (ACNUDH)— podría
ayudar a salvar la brecha entre el discurso y la práctica en lo que atañe a estos dos
ámbitos.

¿Qué deberían hacer los países para integrar los derechos humanos en el ámbito
del control de drogas?
En primer lugar, se deben identificar los desafíos en materia de derechos humanos
con respecto a las estrategias nacionales de fiscalización de drogas. A continuación,
la estrategia nacional debe modificarse para garantizar la protección de los
derechos humanos de usuarios, productores y traficantes de drogas, así como de
su entorno (social). Los medios de comunicación tienen un papel importante que
desempeñar a la hora de sensibilizar sobre la situación de los derechos humanos e
influir en la opinión pública.
Un enfoque integrado y equilibrado, basado en el principio de la reducción de daños,
ayudará a incorporar los derechos humanos en las políticas de drogas. En algunas
regiones, se necesitará valentía política para optar por esta vía. También es muy
importante que el sistema judicial y de aplicación de la ley respalde el nuevo
enfoque, con el fin de asegurar que las sanciones sean proporcionadas y los
agentes de policía no obstaculicen los servicios de tratamiento y reducción de
daños.
Los países donantes deben asegurarse de que los fondos que están aportando no
están apoyando el mantenimiento y la capacitación de personal en centros de
detención de drogas donde se somete a las personas violencia física, torturas o
tratamientos sobre los que no existen evidencias científicas. Los Estados donantes
deberían tener siempre la debida diligencia para garantizar que su ayuda no está
dando lugar a violaciones de derechos humanos. La UNODC está desarrollando su
propia herramienta de planificación de derechos humanos para mitigar los riesgos
de que la ayuda contribuya a violaciones de derechos humanos.
QUÉ ESTÁ HACIENDO EL TNI SOBRE LA CUESTIÓN DE LOS DERECHOS
HUMANOS Y EL CONTROL DE DROGAS:
El programa Drogas y Democracia del TNI lleva años investigando el ámbito de las
drogas, el mercado de drogas y el impacto de las políticas de drogas, especialmente
en América Latina y el Sudeste Asiático. Con nuestro trabajo, aspiramos a mejorar
las políticas de control de drogas, tanto a escala nacional como internacional.
Llamamos la atención sobre los abusos de derechos humanos que se cometen en
nombre del control de drogas y ofrecemos recomendaciones para políticas
alternativas. Publicamos una serie de informes sobre políticas de drogas y reformas
legislativas que se pueden leer en este sitio web.
Participamos en discusiones formales (nacionales e internacionales) sobre políticas
de drogas y asistimos a la reunión anual de la Comisión de Estupefacientes en
Viena como organización observadora.
Ayudamos a los Gobiernos en el proceso de redacción de resoluciones que abogan
por la protección y promoción de los derechos humanos.
En América Latina, Europa y el Sudeste Asiático, el TNI facilita diálogos informales
sobre políticas de drogas entre funcionarios gubernamentales y expertos en
políticas de drogas para trabajar en pro de una política de drogas eficaz, basada en
pruebas empíricas y fundamentada en el respeto de los derechos humanos.
El TNI también trabaja para mejorar la representación de los productores de drogas
en los foros internacionales de políticas de drogas y dar mayor visibilidad a sus
derechos humanos. En 2013, el TNI ayudó a organizar el primer foro de productores
de cultivos declarados ilícitos en el Sudeste Asiático y, en 2016, se dieron cita en
los Países Bajos productores de plantas prohibidas de 14 países. Las conclusiones
del encuentro se presentaron ante la UNGASS de 2016.

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