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Quizás lo más difícil de encarar esta obra, sea el hecho de escribir sobre mujeres, siendo
mujeres. Desprendida de toda subjetividad y luego de investigar sobre la vida de mujeres,
indias criollas y / o españolas, he querido sintetizar las acciones de algunas de ellas, sus luchas
sus sufrimientos, sus proezas en aras de la patria que las acobijaba, y las acciones realizadas a
favor de un hombre o de varios, de sus hijos o de sus nietos que verían esta América pujante
del siglo XVI. Esta tierra prodiga, que nació bajo el amparo de su raza india, fue tomando un
matiz diferente cuando llegaron los primeros conquistadores. La evangelización tendría mucho
que ver con esta controvertida conquista y con la unión aceptada entre indios y españoles en
forma legal o concubinato abierto.
El virreinato del alto Perú no era ningún ejemplo de equidad, al menos para aquellos
pobladores que sufrieron el enriquecimiento de comerciantes. Las reformas borbónicas
trajeron aparejadas una mayor segmentación social y, sobre todo, una mayor presión sobre las
clases populares. Las nuevas políticas fiscales produjeron grandes levantamientos populares
donde participaron tantos criollos como mestizos e indios. La mayor revolución andina la
provoco José Gabriel Condorcanqui, más conocido por Tupac Amaru II, Curaca de los pueblos
de Surinama, Tugasuca y Pampamarca del Perú, acompañado por su mujer, Micaela Bastidas.
Las mujeres indígenas, criollas o españolas, supieron cada una de ellas porque y para
que llegaron. Estas mujeres- coraje cruzaron océanos, cordilleras a lomo de mula, o kilómetros
realizados a pie o a caballo, por selvas, desiertos, paramos, sufriendo todo tipo de privaciones
a la par del hombre, a veces acompañadas de embarazos o hijos pequeños. Algunos hijos de
estas valerosas mujeres quedaron en el campo de batalla. Fueron muchos los esfuerzos no
reconocidos ni valorados por la historia americana.
María Mexía
Es un infierno la ciudad del barco del Tucumán. Sin temerle al calor, la expedición de
Núñez de Prado funda y desfunda poblaciones. Hay tierras suficientes, verdor, agua y pasto.
Lo intentaron también en los valles calchaquíes sin éxito.
En el año 1552, un joven de apenas veinte años y llamado Hernán Mexía empaliza es
para proteger a las mujeres y sus cosechas. Allí, en una de las aldeas juríes, se produce el
encuentro entre una esbelta India de bellos ojos, vestida con una mantilla de lana de la cintura
para abajo, con Hernán Mexia. Más tarde, esta mujer tomaría el nombre de María Mexia y le
daría cuatro hijos.
Durante los tres primeros años, tuvieron que levantar la aldea siguiendo el plano de las
leyes de India, siempre con el mismo trazado: en el medio la plaza mayor, a su alrededor,
casas, cabildo, iglesia, cárcel, los solares de los más influyentes y las demás casas destinadas a
los conventos de mercedarios, franciscanos, dominicos y jesuitas.
Hernán y María pasaron verdaderas zozobras en sus afanes de expansión, debiendo
luchar denodadamente contra miles de indios lules durante seis años.
María, como esposa y compañera, humilde en su ser de India jurí, colaboradora
constante, acompañó a su marido en la aventura de traer desde Chile las primeras semillas de
trigo, algodón y árboles frutales. Cada vez que Hernán viajaba a Cusco y Charcas por motivos
comerciales, volvía cansado de esos viajes y se refugiaba en los brazos de María. Durante esas
largas ausencias, los mestizo hijos de María iban creciendo y recibían la enseñanza del idioma
español, ya que María sólo hablaba el quechua y el kakan.
María nunca se pudo casar con el padre de sus cuatro hijos. Hernán Mexía contrajo
enlace con una española llegada de Chile y a María la hizo casar con un indio llamado Andrés.
Ya casado con la española Isabel de Salazar, Hernán y de llevarse las mestizas adolescentes
mayores al Perú, para buscarle marido, segundo golpe que sufre María, aunque acepta con
resignación el alejamiento de sus hijas.
Cuando María queda viuda, vive con su hija Leonor Mexía de Tejeda en Talavera Esteco
(Tucumán), rodeada de su yerno y nietos. En el año 1600 se instaló en Córdoba con uno de sus
nietos. Tenía como dote en ese momento treinta ovejas, tres bueyes, una yegua y un potro
que dejó a su nieto Juan. todas sus hijas se casaron con reconocidos y prestigiosos españoles.
Evangelizada por la iglesia católica, quedó sorprendida por las ceremonias religiosas
que realizaban para semana santa. Antes de morir, rodeada por el afecto de todos los suyos,
compro un niño Jesús para la cofradía de los indios.
Entrega
María mece la cuna de su bisnieto y le canta en la lengua kakan: “Huitito que mai
pirincue//chimpá piqué// verde miscué”. María lo acuna mientras repasa la vida, que siendo
India pudo brindar su amor a un español, Hernán Mexía. Sus cuatro hijos fueron un regalo de
la vida. Como olvidar lo vivido, y cuando él ya conoció a Hernán tenía puesta una túnica y
ahora, ya grande, había podido vestirse como una española. Adoraba el vestido de raso azul
con pasamanos de seda y el negro elegante que guardaba en un arcón. No importaba ya que
su Hernán se hubiera casado con una española. Ella, vestida con una pampilla, lo había
conquistado y había disfrutado gran parte de tu vida; ahora se multiplicaba no sólo en hijos,
sino también en nietos y bisnietos. Mira su vejez que se trasluce en sus manos rugosas y
morenas.
María vacuna a su nieto Juan de Tejeda en esta ciudad tan hermosa y amada Córdoba.
Callada, discreta, recuerda sentada a la usanza indígena tu infancia en la aldea jurí, donde los
feroces lules atacaban a cada momento. Y vuelven a su memoria esos españoles barbados
entre los que se encontraba Hernán Mexía. El terror que le provocó escuchar por primera vez
la explosión de la pólvora y la reacción espontánea de Hernán, la vida en común, las luchas,
los. Recuerda, entre el aroma de los jazmines de otoño, los hombres a caballo, armados,
elegantes con las alforjas llenas de objetos maravillosos. También rememora los patrones
religiosos que veneró: Santo Domingo, San Francisco, San Ignacio y el impacto que le
produjeron las maravillosas y extrañas ceremonias litúrgicas.
María espera el final de su tarde, pida con el hábito de San Francisco. Así lo había
decidido ella. Su mirada perfecta recorre su entorno, su cabeza aturdida, un lento escalofrío
sacude su sangre y se dirige segura a recorrer nuevamente el campo fecundo que la vio nacer.
Francisco Argeñarás
se muestra firme en la empresa
viene sediento de gloria
poner semilla nueva.
Luce del rancio abolengo
vascongada sementera,
El Capitán que se lanza
tan joven a la leyenda.
De Bernardina Mirabal
ha obtenido las riquezas,
para surtir una a una
a las diez y ochos carretas.
Fue Ramírez de Velasco
quién le impuso que partiera
al solar de los jujuyes
a dialogar con la gesta.
Asombro de yanaconas,
¡júbilo de soldadesca...!
- ¡Que nadie pretenda sacar
esta picota que queda,
por árbol de la justicia,
en la ciudad que se eleva
bajo el signo del Señor,
iniciando la leyenda…!
Se ha comenzado acabar
los afanes de la siembra.
Apremios por definir
a la imprecisa colmena.
San Salvador de Jujuy,
palpitante en la trinchera,
te estremece y desafía
el salvaje que la acecha.
Marcos Paz
Viltipoco- Poema Épico
Jujuy, enclavado entre los cerros, con un cielo de celeste polleromía, extasiaba a los
españoles recién llegados a estas tierras. A pesar de dos intentos, la bella Jujuy no podía ser
fundada en forma permanente, pese a los esfuerzos de Nieva en 1561 y de Álava en 1575.
Entre las diversas tribus que defendían sus lugares de origen, se encontraban los guerreros
cochinocas, atacamas, omaguacas, tilcaras, purmamarcas, jujuyes, ocloyas, encabezados por el
imbatible cacique Viltipoco.
Hacia 1593, un intrépido español, Don Francisco de Argañarás y Murguía, lograba un 19
de abril fundar a San Salvador de Jujuy en el valle de Velasco. En dicha empresa le cupo un rol
importante a Bernardina Mexía Mirabal, hija del conquistador de Tucumán Hernán Mexía
Mirabal. Posiblemente haya nacido en la ciudad de Sucre (La Plata o Charcas), aunque también
se cree que podría ser originaria de alguna ciudad de Tucumán. fue pionera en fundar y ayudar
al crecimiento de una ciudad, al mismo tiempo que de la familia. Bernardina se casó en
Córdoba con Francisco de Argañarás, donde vivieron varios años, y acompaño a su marido en
marcha desde Salta hasta al sur de la Quebrada de Humahuaca.
Francisco de Argañarás era de ilustre cuna, pero sin un centavo. Después de siete años
de intento, debía cumplir con la palabra empeñada a su suegro Mexía Mirabal, quien antes de
partir a España le había entregado cierta suma de dinero para ser utilizada en la fundación de
la nueva ciudad. Bernardina acababa de tener su primer hijo, al que le seguirían seis más. Esta
Joven veinteañera ayudaría a su marido a encarar tan difícil empresa. Para poder armar la
población se necesitaban armas, caballos, bueyes, carretas, bastimentos y pertrechos de
guerra, herrajes; además, había que recorrer con la comida de los soldados. La dote de
Bernardina se gastó Integra en la compra de todo lo antes citado y se hizo cargo de los
preparativos de la fundación. Realizada la ceremonia entre los dos ríos, venía la parte más
difícil: poblar la ciudad, delinear las chacras, poblar las estancias con gente y ganado, levantar
casas, cercar los solares, edificar las iglesias.
Bernardina participó en los momentos de alegría y de trabajo en la fundación; no sólo
contribuyó con la plata sino también con comida y con regalos que realizaba a los soldados, o
acudía a ellos con remedios cuando estaban enfermos. Era afectuosa y, en aras del progreso
de la nueva población fundada, se desprendió de joyas y preseas. La historia narra que todos
los días Bernardina colocada una mesa larga en su casa donde daba de comer, ayudada por sus
criadas, a todos sus soldados con el esfuerzo de su propio peculio. Esto lo hacía por su esposo
y por el amor al terruño nuevo. Supo ser esposa, compañera y madre ejemplar tanto en los
momentos gratos como en el infortunio.
Cuenta un relato, aún no confirmado definitivamente por estudios históricos, Qué
Bernardina tuvo un papel fundamental en la pacificación del temerario Viltipoco, reducido en
Purmamarca por el osado Francisco de Argañarás. Es factible que haya sido justamente
Bernardina Mexía quién, a través de la catequización, logró ser la intermediaria o interlocutora
entre Viltipoco y Argañarás para poder convivir en paz. Según testimonios de Díaz Herrera:
“Cuando Viltipoco estaba preso, Don Francisco de Argañarás y Doña Bernardina, su mujer, le
regalaban muy cumplidamente regalos, poniendo el de sensibilidad femenina de la esposa del
fundador”
La conquista, con sus aciertos y desaciertos, había logrado que gran parte de los
indígenas abrazaran el catolicismo para dejar de ser guerreros y convertirse en sometidos. Fue,
sin lugar a dudas, de la intervención sagaz de los jesuitas, produciéndose
la transculturización.
Pasó el tiempo y Bernardina, con mucho tacto, fue cambiando las casas de barro por
piedra y madera, mientras por dentro se iban vistiendo con alfombras, tapices, espejos e
imágenes religiosas, arcones, platería traída del Perú y Potosí.
Muerto su esposo, Bernardina, cuando su hijo mayor contrajo enlace, se quedó con seis
hijos a cargo y una huerta, sin que nadie la ayudara a cuidar la misma. Nunca cumplió el
pedido de su esposo moribundo de volver a España. Hacia 1818, Bernardina vivía en compañía
de su madre Isabel de Salazar en la ciudad de Jujuy. Este Jujuy era el solar de su corazón y
sintiéndose criolla se quedó aquí, entre los verdes cerros en marcados por dos ríos. No existen
datos sobre su fallecimiento.
Desafío
Otra vez el tiempo la ha vencido, son muchas tareas para hacer por día. Recién fundada
San Salvador de Jujuy, Bernardina junto a algunas mulatas e indias sumisas, trata de cumplir
con las tareas de la jornada. Incentivada por cerros que circundan la población, un cielo
diáfano bate la luz resbaladiza de la altura que promete un día maravilloso. Esa loca utopía
qué género ella en su esposo, de lograr un poblado pujante, no la deja en paz.
Bernardina ya estaba cansada de traer algunos productos de Salta, pues quería la
elaboración de la comida con productos genuinos del lugar. Sin embargo, era muy pronto para
que las quintas y los sembradíos dieran su fruto. Aún no estaban empadronados los indios y no
contaban con “mita “ni sementera para alimentarse. Muy Temprano Bernardina comenzaba
con el amasijo diario del pan. Luego ayudada por las indias del lugar y esclavas negras traídas
de España, cocinaba y servía la comida a todos los soldados y personas que no contaban con
recursos. Seguidamente, haría un pasaje sobre las ropas de los soldados y sus necesidades (ya
sean de remedios o de vestimenta). Carismática con poder matriarcal, Bernardina bordaba las
horas de un Jujuy que nacía con grande sacrificio. Capaz, emprendedora, criaba sus hijos
sosteniendo la férrea voluntad de su esposo y familia.
Tomado prisionero Viltipoco en Purmamarca, Bernardina tuvo un acercamiento
fraternal con el cacique y ejerció la intercomunicación con el capitán Francisco de Argañarás.
Tal vez ella interpretó el sentir de Viltipoco, el último bastión indígena que resistió más de lo
que pudo para evitar ceder su tierra. Invadida sus costumbres y violada la fe en la Pachamama,
humillados, desesperados, fue ella la que los contuvo de tal forma que llegó a ser madrina de
mucho de los caciques apresados.
Bernardina acababa de terminar otra jornada. sólo le esperaba, ahora, el descanso
protegida por las estrellas brillantes de un Jujuy que nacía a la vida y ella ya era americana, así
lo sentía su corazón.
MICAELA BASTIDAS
(La Zamba)
Esposa del primer caudillo revolucionario de América Latina, Tupac Amaru II
Todo el odio de Micaela Bastidas estaba dirigido hacia los corregidores quiénes, luego de
comprar ese título por un alto precio, debían recuperarlo a través de ventas obligatorias que
realizaban a los Indígenas. Ella Estaba dispuesta a compartir con toda su fuerza e inteligencia la
quijotesca empresa de su marido, destinada a recuperar la dignidad perdida de su pueblo.
Todos los pobres, viejos arruinados por el polvo y por el encierro en las minas, y mujeres
cansadas formaban parte del ejército en contra de las injusticias. Micaela, junto a otras
mujeres representantes de la élite incaica, se dedicarían también a propagar las nuevas ideas
de la rebelión ante el injusto comportamiento de algunos funcionarios de la corona. Mujer
enérgica, con los caracteres de un personaje de valor innegable, junto a su esposo Túpac
Amaru II preparó la insurrección más extraordinaria a favor de los quechuas y aimaras que no
podían levantar cabeza, por ser un pueblo vencido y por la cantidad de impuestos y
gravámenes qué trataban su progreso económico y el de su propia vida.
Cuando Túpac Amaru comenzaba a ajusticiar a los corregidores, ordenó a los demás
caciques recorrer pueblos y ciudades destruyendo todo símbolo de opresión. Al comenzar este
recorrido, Micaela quedó como jefa interina para resolver problemas administrativos,
guerreros y catequizar a los caciques, impulsando propagandas e incrementando la tropa.
impartía órdenes de manera estricta, aunque ejercía el poder con equidad. Era incansable, no
dormía por la cantidad de asuntos que trataba. Fue la compañera, la amiga, la consejera del
cacique al que adoraba y al que advertía constantemente de los peligros que le acechaban.
Túpac Amaru tuvo acceso a los Comentarios Reales del Inca Garcilaso de la Vega, quién
influyó en sus pensamientos libertarios. Los Rebeldes tomaron preso a Antonio de Arriaga,
corregidor de Tinta, odiado por sus abusos y maltrato, quien fue ejecutado el 23 de febrero de
1781.
La rebelión realizada por Micaela y Túpac Amaru repercutió en toda América hispana,
desde el Río de la Plata hasta Colombia, Venezuela, Panamá y México. Para los indios, Túpac
Amaru era su Salvador y el jefe que tendría a su cargo la reivindicación del poderío de los incas.
En proceso de lucha que llevaba Túpac Amaru, Micaela escribía a su marido sobre la urgencia
de aprovechar el momento para marchar hacia la capital del incario. Ella, sensata y realista,
quería marchar hacia el norte y tomar Cuzco antes que los españoles reaccionarán. Las cartas
que llegaban a Micaela de Tupac Amaru le contestaban con mucha cautela entre sus párrafos.
Existían algunas como estas” Sé que estás muy afligida... si está de Dios que muramos, se ha
de cumplir su voluntad y así conformarse con ella” La premonición estaba presente en el gran
cacique. Cuando Túpac Amaru llega a Cuzco era tarde: el visitador Areche llegó con un refuerzo
de más de 15.000 hombres y prometiendo una serie de reivindicaciones que jamás se
cumplieron. Frente a frente ambos ejércitos, se desarrollo una cruel batalla campal, donde las
fuerzas españolas obtuvieron el triunfo. Los rebeldes estuvieron muy cerca de triunfar, pero no
se llegó a eso debido a la cantidad de traidores que desertaron de la causa. En marzo de 1781
se inició la contraofensiva y el 5 y el 6 de abril de ese año se libró la batalla final. Más de mil
indígenas fueron degollados y el resto apresados.
El Final
En 1781 fueron apresados Micaela, su hijo mayor Hipólito y Túpac Amaru, quiénes
fueron torturados hasta morir por haber sido los causantes de la empresa emancipadora que
aprovisionaba a los huestes rebeldes.
El bando retumbaba en los oídos de Micaela, que sería ajusticiada al día siguiente. Tuvo
la oportunidad de estar unos minutos con su esposo antes de ser ejecutado, ambos engrillados
de pies y manos. Túpac Amaru, debido al encierro y a las golpizas, había quedado ciego. El día
de la ejecución llegaron a la plaza de Cuzco, entornados por la milicia, al pie de la horca situada
en medio de la plaza. Micaela sabía que era el final, pero nunca imaginó tanto dolor, tanta
tortura y tanta alevosía. desgarrada de desesperación, tuvo que presenciar la muerte de su
hijo Hipólito, a quién le cortaron la lengua antes de arrojarlo de la escalera de la horca. Luego
siguió Micaela, ante la presencia de su marido. Al final Túpac Amaru II, el gran rebelde, a
quién, primero le cortaron la lengua y después ataron sus brazos y piernas a cuatro caballos
para descuartizarlo. No lográndolo, Areche mandó a cortarle la cabeza.
El firmamento se tiñó de oscuro, corrió un fuerte viento y desató una terrible tormenta.
Parecía que el cielo había sentido la muerte del inca. Micaela Bastidas pasaba hacer para los
americanos héroe y mártir del amor por la libertad. Con esta violencia y hechos aberrantes, el
Virreinato del Perú cerraba un capítulo más de la conquista.
Sueño de liberación
Micaela bastidas, con su belleza opacada por tanto castigo recibido, camina con los pies
y las manos atadas a la cola de un caballo. Va hacia él cadalso, ante las miradas atentas de la
población. Ella todavía cree en la fuerza de su sangre indígena. Antes de ser torturada había
presenciado la terrible ejecución de su hijo mayor, Hipólito; ya no importaba su vida. Cuando
le cortaron la lengua, siente que miles de pájaros rojos estallan en su sien. Está cruzando el
puente del infierno, los golpes que caen en su cuerpo sólo demoran el dolor a la muerte. Como
premio final, cae sobre su delgado cuello la soga exterminadora. El viento gime su dolor.
Queda estampada en los ojos de los presentes el padecimiento de Micaela como una
fotografía irreal que duele el corazón.
El pueblo contempla también absorto el terrible desenlace de Gabriel Condorcanqui.
En medio de los sollozos, un ángel cae y se destroza las alas en la tierra.
Micaela ya liberó su alma, abrió la mente de miles de indígenas sobre la emancipación
de los pueblos y nubló la mirada de miles de españoles que no tendrían perdón de Dios.
El anochecer une los corazones de Hipólito Amaru, Tupac Amaru y Micaela Bastidas y
riega de sangre la tierra americana.
BARTOLINA SISA
“La historia no registra el olor de la sangre, no registra el sabor inútil de las lágrimas, los relatos se descuelgan de los libros
para contar las glorias, no los llantos, ni el dolor de las puñaladas, no sus sollozos, no sus desamparos, en lo que el alma
encierra, un espíritu invisible nos espera en la puerta”
La virreina
Bartolina sisa, incondicional a su amor por Tupac Katari, no tuvo límites en su accionar como esposa e
India, de raza pura y fuerte. La atraparon, acorralaron de la peor manera, después del asesinato de su esposo.
Importaba más que nunca su venganza y su clamor por los más sufridos, sus hermanos. En ese laberinto donde se
conjuga la furia con los alaridos interiores, soporta estoicamente la tremenda tortura a la que la someten. Sus raíces
aborígenes están heridas, pero no muertas. Vela por ella la Pacha, aunque los aguerridos conquistadores con
obstinación la insultan, la castigan. Pero cada latigazo para Bartolina, la Virreina, es una prueba más de su
resistencia. Los fantasmas dialogan con el indio que tiembla bajo la tierra. Los ancestros del altiplano, los valientes
defensores de su tierra, no claudican y cada gota de sangre derramada es una dulce letanía que se esfuma con el
viento norte, que golpea furioso ante tanta injusticia. Nadie puede salvar la del sometimiento que le fue impuesto.
Pero la libertad que clama Bartolina está más allá de los acontecimientos, de las dos culturas enfrentadas, de los
dramas parecidos por los indios en las minas de la actitud hostil de los conquistadores que no cesa. Ahora mira el
universo y el Dios de los conquistadores se une al clamor de su Pachamama que, con dulces ojos, la recoge en su
seno.
A cuatrocientos años, Bartolina Sisa es reconocida por su pueblo como heroína, no en vano los cerros, las
vicuñas, las montañas y la coca mitigaron su existencia. Bartolina Sisa, como Micaela Bastidas recorre el altiplano
con sus cabellos negros, acompañada por una dulce melodía de quena, cielo, lluvia y viento.
Esta mujer Fue compañera de Manuel Belgrano. Nació en el año 1767 y fue una de las
que tiró aceite hirviendo a los ingleses en las invasiones de 1807.Luego, pasado el tiempo, el 6
de julio de 1810, se alisto en el Ejercito del Norte. Siguió al General al Alto Perú, respondiendo
a las órdenes de Ortiz de Ocampo. Acompañó a su marido, a un hijo de sangre y otro adoptivo;
los tres murieron en batalla bajo las balas del enemigo. Se encontró en todas las acciones de
guerra en la que participó el ejército en su avance al Potosí. Asistió al desastre del
Desaguadero el 20 de junio de 1811. María combatió en Huaqui, vivió La retirada del Alto
Perú, replegándose hasta Jujuy a las órdenes del coronel José Bolaños, y luego participó en el
Éxodo Jujeño. Volvió a combatir en las gloriosas batallas de Tucumán y Salta. Pidió al general
Belgrano estar en primera fila en el combate, pedido que le fue negado. Ello no fue obstáculo
para que cumpliera su propósito. Belgrano perdonó su heroica desobediencia y la nombró
Capitana.
Estuvo en la Trágica derrota de Vilcapugio y Ayohúma el 14 de noviembre de 1813,
siempre al lado del General Belgrano. Junto con su madre, tía María y su hermana, todas
negras y esclavas, luchó heroicamente fusil en mano. La historia la recuerda presidiendo a un
grupo de mujeres y niñas que auxiliaron a los soldados en dichas batallas, atendiendo heridos y
moribundos. El general Lamadrid recuerda a esta libertaria porteña de origen africano con el
nombre de “Madre de la Patria”, como él mismo la bautizó. María siempre estuvo al lado de
Belgrano, acompañando con un grito de aliento, curando heridos y sacando fuerzas de donde
ya no había.
María de los Remedios fue tomada prisionera por los realistas Pezuela, Ramírez y
Tocón, y azotada durante 9 días. Cada azote habría una rajadura en su cuerpo hasta el hueso,
por dónde avanzaba un ejército invisible de gérmenes y bacterias, infecciones que al fin
ahorraban municiones a los realistas. Tenía seis heridas de bala en su cuerpo, pero ella se
sentía la esclava más libre por sus ideales. Con la fuerza de una tigresa, pudo fugarse
reintegrándose a las fuerzas patriotas. Estuvo a punto de ser fusilada siete veces,
sobreviviendo al castigo y burló el cerco, para volver a pelear, aun cuando no era tiempo para
que las mujeres se atrevieran a las armas. Mientras fue útil, se la vio enrolada en el ejército
auxiliar del Perú. Luego quedó abandonada y sin subsistencia, sin amparo, volviéndose
mendiga. El gobierno de Buenos Aires jamás reconoció el cargo de Capitana con la que la había
nombrado Belgrano. Fue discriminada por ser pueblo, mujer y negra. Cuando la revolución
triunfó, no se supo más de ella.
De regreso a Buenos Aires, te refugio en un rancho, en las afueras de la ciudad.
Con el correr de los años, hundida en la miseria, mendigaba en la puerta de las iglesias
porteña, tenía 60 años, era una indigente que vendía pastelitos en la Recova, hoy Plaza de
Mayo. Era apenas un mito, un mito andrajoso, encorvado y mendicante, envuelta en un
mantón de payetón pardusco. Cuenta la historia que el General Viamonte un día descubrió
que una mujer harapienta pedía limosna en las calles, hasta que descubrió que era la Capitana,
la “Madre de la Patria” y desde su banca en la Legislatura de Bs. As. intercedió para que se la
reconociera monetariamente su presencia en las filas del ejército patriótico. Explicó
fervientemente: “la he visto entre filas de soldados, curar a los heridos y tomar el fusil Y ser
víctima. Esta mujer Es realmente una benemérita, Es bien digna de ser atendida porque
presenta su cuerpo lleno de heridas de bala, llena de las cicatrices por los azotes recibidos de
los enemigos, y no se debe permitir qué debe mendigar cómo lo hace”. Tomás de Anchorena
también dio su respaldo: “Yo me hallaba de secretario de Manuel Belgrano cuando esta mujer estaba en el
ejército. No había acción en la que ella no pudiera tomar parte que no la tomase”.
El 23 de octubre de 1826, a través del diputado Manuel Rico, se presentó el pedido de
reconocimiento a sus servicios. Finalmente, la sala se expidió en una escueta resolución con
fecha 18 de julio de 1828, acordando a la suplicante el sueldo de Capitán de Infantería, qué se
le abonaría la suma de treinta míseros pesos mensuales. Es decir que esta valerosa mujer
debía afrontar los gastos del día con un peso. Estuvo años sin cobrar hasta que, durante el
gobierno de Rosas, un 16 de abril de 1835, éste le reintegró la pensión y el grado de Sargento
mayor. Como gratitud hacia Rosas, se cambió el apellido: en la lista de militares 1836, figura
por primera vez como Remedios Rosas. El Gobierno de ese tiempo acordó crear una comisión
que redactaste y publicaste una biografía y diseñará un monumento de gratitud a sus servicios.
Nada de eso ocurrió. Murió en una absoluta soledad el 8 de noviembre de 1847.El ejército le
dio la baja como mayor de Caballería. En el año 2010, dos diputadas nacionales, Paula
Merchán y Victoria Donda, presentaron un proyecto para levantarle el adeudado Monumento
a la Parda Morena, conocida como “la Madre de la Patria”.
La Batalla
Vilcapugio y Ayohúma fueron dos batallas duras, imposibles de sostener por las fuerzas
patrióticas. El combate, dirigido por el general Manuel Belgrano el 14 de noviembre de 1813,
sellaba una derrota sin precedentes por parte de las tropas criollas.
El sol pegaba con toda la fuerza en el campo de batalla. Las niñas de Ayohúma, sin
descanso, auxiliaban a los heridos y daban palabras de aliento a los moribundos. Los jarrones
Conagua se derramaban sobre los labios resecos y los rostros heridos de los soldados.
Comandaba tal empresa María de os Remedios del Valle, más conocida como “La Parda
María”, Incansable, guerrera, tenaz, capitaneaba no sólo el auxilio, sino también la batalla. No
obstante, la evidente derrota, María no renunciaba a seguir luchando y, a la del General, daba
gritos de aliento a las tropas patrióticas. Ni quiebros, ni agonías, ni llantos. Había asumido
hasta ese momento todos los roles: madre, enfermera, esposa. Sus manos eran de hierro
contra el enemigo, y de rosas con los patriotas caídos.
La Parda María, con las tropas abatidas, comenzaba nuevamente con su tarea de
sostener los ánimos, no sólo de Belgrano, sino de todos los soldados que habían quedado
totalmente vulnerables ante la batalla perdida. Su voz, sus palabras, fueron un bálsamo para
quienes sentían un gran vacío y una terrible decepción, una herida más entre las tantas que ya
lucían. Así fue la guerra de los criollos, todo corazón y sacrificio. La Parda María había
cumplido nuevamente con tu deber, como la mirada de un felino ante su presa.
JUANA AZURDUY
JUANA AZURDUY
-cuaca norteña-
Juana Azurduy,
flor del Alto Perú,
no hay otro capitán
más valiente que tú.
Oigo tu voz
más allá de Jujuy
y tú galope audaz,
Doña Juana Azurduy.
Juana Azurduy,
flor del Alto Perú,
no hay otro capitán
más valiente que tú.
Truena el cañón,
préstame tu fusil
que la revolución
viene oliendo a jazmín
Juana Azurduy,
flor del Alto Perú,
no hay otro capitán
más valiente que tú.
Juana Azurduy rompió los moldes de su época. Patriota reconocida del Alto Perú, hoy
Bolivia. Nació el 12 de julio de 1780, en un lugar llamado La Plata, hoy Sucre, provincia de
Oropeza, en plena revolución de Tupac Amaru, Micaela Bastidas y Túpac Katari. Su padre,
descendiente de una familia hidalga de Navarro, era propietario de una hacienda cercana a
Chuquisaca. Hija de madre india y padre español, recibió las primeras letras y catecismo en la
parroquia de Santo Domingo. Aprendió desde pequeña a hablar no sólo el castellano sino el
quechua y él aimara. A los siete años perdió a sus padres. Fue internada por su tía en el
convento de Santa Teresa de Chuquisaca. Al no aceptar el reglamento interno, fue expulsada y
volvió a Toroca a hacerse cargo de los bienes que había dejado su padre. En ese lugar, Juana
retoma la huella que su padre había trazado para su hija predilecta. Allí encuentra la acción, la
naturaleza, recorre a caballo largas extensiones y se vincula con los indios quechuas y aimaras.
En Chuquisaca, Manuel Ascencio Padilla conoce a Juana Azurduy, e impactado por el perfil de
la bella niña, de tan sólo diecisiete años, le propone casamiento. Tuvieron cinco hijos.
Juana se une a su esposo en las luchas por la emancipación del Virreinato del Río de la
Plata contra el Reino de España.
Manuel Padilla fue influenciado por grandes pensadores como Moreno, Castelli, y
Bernardo de Monteagudo (éste último impactó con su discurso desprejuiciado y con su
fulgurante carrera política abrió el juego contra las injusticias en Chuquisaca, en 1809).
Ya casados, Manuel y Juana en 1806 fueron padres de su primer hijo Manuel; luego le
siguieron Mariano, Juliana y Mercedes. Juana Azurduy fue madre y esposa ejemplar, aseguró
que sus hijos crecieran sanos y fuertes. Manuel aseguraba la manutención familiar.
Ambos, conscientes de los impuestos que pagaba el pueblo y de la discriminación que se
realizaba a cholos e indios, e incentivados por la Revolución Francesa en 1789, comenzaron a
realizar reuniones con deseos de independizarse del opresor español. Depuesto el virrey de
Chuquisaca, presidente de la Real Audiencia de Charcas he nombrado Álvarez de Arenales, lo
esposos Padilla consideraron que había llegado el momento de unirse a la revuelta de
Chuquisaca. Previo a esto, Juana había entregado las joyas a las damas del lugar para
contribuir con los armamentos y alimentos. En el lugar creó una sala de primeros auxilios, y
con el tiempo al llegaban los heridos de ambos bandos.
El 25 de mayo de 1809, la acción de Juana y Manuel se transformó en una sublevación
sangrienta que las autoridades realistas no olvidarían. Juana había comprendido que su rol no
era solamente dar cama y comida a los soldados patrióticos, sino que ella quería tener una real
participación en la rebelión contra los aborrecidos españoles, máxime tomando como
precedente la lucha de las valientes mujeres cochabambinas contra Goyeneche. Aquel valor
inconmensurable de esas mujeres que murieron en la Colina de San Sebastián el 27 de mayo
de 1812, y pasaron a la historia como “Las heroínas de la Coronilla de San Sebastián”.
Los esposos Padillas, ligados con el Ejército del Norte enviados desde Bs. Aires, al mando
primero de González Balcarce, combatieron a los realistas.
Juana, junto a su esposo, apoyó las revoluciones de Chuquisaca y La Paz y el
movimiento acaudillando indios. Manuel vivió escapando, mientras que Juana tuvo que
encarar a las partidas que venían a capturar a su marido. Después del desastre de Huaqui, el
20 de junio de 1811, el ejército del Rey al mando de José Manuel Goyeneche, recuperará el
control del Alto Perú. La propiedad de los Padilla es confiscada, como así también los granos,
las cosechas. Juana es tomada prisionera. Padilla logra burlar la guardia y rescatar a Doña
Juana y a sus hijos, arriesgando su vida y cobrándose la vida de dos o tres carceleros, y se
refugia en las alturas del Tarabuco.
En 1812, Padilla y Juana Azurduy se pusieron a las órdenes del General Manuel Belgrano,
nuevo jefe del Ejército auxiliar del Norte, llegando a reclutar diez mil milicianos. Producido el
éxodo Jujeño, al pasar por Jujuy, prestaron colaboración con la retaguardia comandada por el
mayor Eustaquio Díaz Vélez.
Tras la derrota de Ayohúma en 1813, 1813 cuando cuándo perdido por los patriotas, los
esposos Padilla se pusieron a disposición del general Belgrano y se generó de inmediato una
fuerte corriente de simpatía entre éste y aquellos. Doña Juana enfervorizada recorre la tierra
de Tarabuco, convoca a voluntarios para unirse a la lucha por la independencia y la libertad. Se
la veía en su potro encabritado apenas domado, haciendo estrechar su sable contra la
montura de plata potosina, enfundada en una chaquetilla militar que lucía con garbo varonil,
cuya vestimenta la embellecía como mujer. Había logrado reunir mil soldados. Organizados
los batallones guerrilleros al mando del general Álvarez de Arenales, llevaron la resistencia al
Alto Perú, defendiendo la franja entre Cochabamba y la zona selvática de Santa Cruz de la
Sierra. Juana, en estos combates, lucía un pantalón blanco de corte mameluco, chaquetilla
roja con franjas doradas y sombrerito con plumas azules y blancas en honor a la bandera de
Belgrano.
Tras la derrota de Vilcapugio, Juana planteó a Belgrano porque no le habían permitido
su participación en la batalla, ya que otro hubiera sido su resultado, pues lo único que
hicieron ellos fue transportar la artillería. Juana, como desafío, creó el batallón que denominó
“Leales”, a los que le inculcó tácticas y estrategias militares. Participo con ellos en la batalla
de Ayohúma, el 9 de noviembre de 1813, nueva derrota que significó el retiro de los ejércitos
patrióticos. Belgrano, admirado por el coraje de los” Leales” que respondían a Juana, le regaló
una espada que él ya luego luciría hasta la última batalla.
Detrás de las persecuciones, los Padillas deciden proteger a sus hijos y dividirse. Ella se
interna en el Valle de Segura y él se dirige hacia los demonios del caudillo Vicente Umaña.
Pierden a su hijo primogénito Manuelito fiebre palúdica y seguidamente sucumbiría de la
misma enfermedad su hermano Mariano. Con profundo dolor, Juana Azurduy entierra ambos
hermanos sin saber dónde se encontraba su esposo. Luego tendría que soportar las
recriminaciones que le realizará su esposo y hasta su muerte la acompaño el sentimiento de
culpa. Más tarde, sufrió el secuestro de sus dos hijas: Mercedes y Juliana, a quienes lograron
rescatar a fuerza de garrote contra los realistas. Las jóvenes, deterioradas físicamente,
terminaron muriendo de paludismo a pesar de los cuidados de su madre.
Escenario de una nueva tragedia en la vida de Juana Azurduy fue el cerro de las Carretas,
donde fueron sorprendidos por el ejército de Pezuela a la orden de Sebastián Benavente en
1814.La lucha fue desigual y Juana se defendía con bravura, arrancaba gritos de su garganta en
cada embestida. Las balas destinadas a Juana fueron a impactar sobre el cuerpo del
lugarteniente más cercano a Los Padilla: Juan Hualparrimachi, un hombre de Potosí, refinado,
inteligente, hijo del Gobernador de Don Francisco de Paulo Sanz. Y allí Juana descubre el amor
oculto que le había generado en silencio este valeroso cholo, corajudo y leal.
En el pueblo de Pintatora, en 1815, embarazada luchaba con el sable en la mano y en
pleno combate nace su quinta hija a la que llamo Luisa. Juana acompañada de sus custodios
por su delicado estado físico, busco refugio en un lugar para preservar su hija recién nacida,
pero lo mismo que la flanqueaban, viendo su débil estado, más algunos objetos que cargaba
en las mulas, quisieron aprovecharse de ella. La futura Teniente Coronel de un sablazo derrotó
a Loaysa y arengando a los otros partió a todo galope. Por el evidente peligro, Los Padillas
decidieron dejar a Luisa en custodia de una india.
Azurduy atacó el cerro Potosí, tomándolo el 8 de marzo de 1816.Debido a su actuación
y al triunfo logrado en el combate del Villar, recibió el rango de Teniente Coronel mediante un
decreto firmado por Juan Martín de Pueyrredón, Director Supremo de las Provincias Unidas
del Río de la Plata, el 13 de agosto de 1816.Tras ello, el general Belgrano le hizo entrega
simbólica de su sable. El nombre de Padilla crecía como símbolo de audacia y temeridad, así
era la guerra de criollos, todo corazón y sacrificio.
Manuel Ascencio Padilla nunca comulgo con él entonces encargado del Alto Perú,
General Rondeau, a tal punto que este último le pidió que abandonar a Chuquisaca. Los
esposos, con mucho tino, buscaron refugio en La Laguna. Numerosas luchas enfrentaron
Padilla junto a Juana Azurduy, como la derrota de Sipe Sipe, consecuencia de la inexperiencia
de Rondeau. Padilla entonces se presentó a ofrecer sus servicios, Los cuáles fueron
totalmente rechazados, aceptándole sólo animales y soldados.
Don Manuel Ascencio Padilla murió cómo había vivido, heroicamente. Miguel Tacón
había partido con dos mil hombres hacia Chuquisaca. La prolongación de una guerra
desfavorable, la deserción en la fila de los Rebeldes y la traición de algunos compañeros A
Padilla, menguó su ejército. Aguilera feroz y aguerrido español sembró pánico y tomó por
asalto la Laguna en dónde se encontraba Padilla y el desorden cundió y en pleno combate bajo
a Manuel Padilla, quién protegía a Juana, lo decapitó y dejó colgado su cabeza en una pica. La
lucha no daba tregua. Juana desesperadamente quería vengarse con sus guerrilleros y
recuperar la cabeza de su esposo. Soportando el terrible dolor de la pérdida de su esposo,
vestida de negro con el rostro endurecido convocó a los caudillos que quedaban.
El cambio de planes militares, que abandonó la ruta alto peruana para combatir a los
realistas afincados en el Perú por vía chilena, disminuye el apoyo logístico a sus fuerzas, por lo
que se vio obligada a replegarse hacia el sur, estratégicamente Juana entonces se acercó al
Caudillo Martín Miguel de Güemes a quien acompañó en varias batallas. El gran caudillo
salteño recibió a la teniente coronel con demostración de afecto y admiración. No se descarta
que hayan sostenido un romance ya que Juana era una bella mujer y el gaucho un varón que
agradaba a las mujeres.
Cuando los godos logran diezmar las fuerzas de Güemes y herirlo mortalmente Juana
emprende nuevamente viaje a Chuquisaca, en me 1825 entró al pueblo junto a su hija de once
años, tenía confiscados sus bienes y tuvo que gestionar que le dieran una parte de su tierra.
Vivió en extrema indígena su muerte. Envejeció solitaria y olvidada. Sólo Tuvo una visita
inolvidable Simón Bolívar acompañado de sucre quienes le brindaron su reconocimiento y le
concedieron una pensión de sesenta pesos, que luego se la llevaron a 100 pesos por mes; dos
años después la perdió. En esa ocasión Simón Bolívar, al ver la condición miserable en que
vivía, le comentó al Mariscal Antonio José de Sucre: “Este país no debería llamarse Bolivia en
mi homenaje, sino Juana Azurduy y Manuel Padilla, porque son ellos la que la hicieron libre”
Por Luchas frecuentes que Juana hubo de afrontar, fue perdiendo todo: su casa, su
tierra, su y cuatro de sus cinco hijos. Tenía coraje, dignidad y la firme voluntad revolucionaria.
Doña Juana que completamente sola de familia cuando su hija Luisa contrajo enlace
con Pedro Poveda Zuleta y se fueron a vivir lejos.
Juana Azurduy pasó varios años en Salta, solicitando la devolución de sus bienes
confiscados y la pensión que se le había quitado en el año 1857. Murió indigente el 25 de mayo
de 1862, cuando estaba por cumplir 82 años. Su resto fueron enterrados en una fosa común.
Cien años de, sus restos fueron exhumados y fueron depositados en un mausoleo que se
construyó en su homenaje en la ciudad de Sucre. Fue la única mujer que alcanzó el grado de
Teniente Coronel en el Ejército Argentino, por el tenaz patriotismo que demostró en la lucha
inimaginablemente cruenta. Bautizada como Juana de América por su símbolo de audacia y
tenacidad entregó todos sus bienes a la causa de nuestra libertad. Juana Azurduy espera aún el
homenaje de la Historia.
El Encuentro
Caía la tarde en Toluca la casa de Eufemia Gallardo de Padilla, recibe a una joven bella,
morena, de facciones interesantes, ojos profundos, contaba con sólo 17 años, admiradora
frecuente de Santos cómo San Luis El cruzado, Juana de Arco o San Ignacio de Loyola. Ella se
había interesado mucho por la situación social y se encontraba impactada por el sufrimiento
de los indios quienes debían soportar hambre, intemperie y la muerte con tan sólo veinte años
y producto de sus trabajos en las minas. Allí, en la casa de Don Padilla, Juana conoce a don
Manuel Ascencio, alto, bien parecido, físicamente fuerte, notablemente musculoso, de
hombros anchos y cintura estrecha de facciones armónicas y varoniles. Ambos coincidieron en
algo, les dolía el infortunio de los más castigados, de los más necesitados. Impactada por el
relato que él realizó sobre la muerte del cacique aimara Dámaso Catari, ella le tomó la mano y
sintió como su sangre se conectaba. Juana quedó prendada de este hombre que en el futuro
sería su esposo y padre de cinco hijos. En ese encuentro vecinal Juana comprendió que
admiraba su estampa viril, su coraje, su audacia y los deseos de libertad. Cinco años de
encanta encantamiento pasaron Juana y Manuel Padilla, and dedica por la Independencia, el
amor era pleno, se buscaban para complacerse, gustaban de las mismas cosas, y soñaban con
los mismos ideales. Ese encuentro sello por siempre el amor de ambos, respetuoso y
encendido, la acompaño en todo momento de lucha porque él ella concibió así el amor a la par
del hombre, su hombre de toda la vida.
La Partida
El cuarto es pequeño un poco oscuro y miserable, tiene una puerta y una ventana, paredes de adobe
blanqueada y el techo trenzado de cañas, algunas vinchucas se muestran pegadas al mismo. En la calle España 218
del barrio de Coripata en Chuquisaca, Juana Azurduy en la más absoluta de la pobreza y soledad esperaba su
muerte, era un 25 de mayo, no podía ser de otra manera. Tenía 82 años y expiraba en un camastro cubierto de
pullus. Acompañaba a Juana, Indalecio un indigente indiecito que contaba con un catre en su misma habitación, el
último testigo de la vida de Juana.
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Juana estira sus brazos al hombre que amó. Manuel Padilla la abraza y la besa con ternura, sus hijos
presencian ese acto de amor ante rubor de ella, Entonces todo se conjuga y se completa porque el gran amigo
Hualparrimachi acaba de escribir su mejor poema. Ya no luchan, ya no corren, ya no se esconden, es primavera y en
el altiplano, las laderas se cubren de flores bellísimas, eternas. No importa ya la fosa común en donde fue sepultada,
ni la ausencia de personas en su triste entierro. Juana Azurduy la teniente coronel, todo corazón y sacrificio, cabalga
risueña, sin tiempo, sin apuros hasta alcanzar esa libertad que tanto buscó.
De sus obras
“En la habitación en que los amigos velaban noche a noche a la enferma, bajo la penumbra
de una lámpara que ardía frente a la imagen de la Virgen de las Mercedes, sólo se oía el lúgubre
rumor del tic tac de un viejo reloj de pesas. La víspera del último día, Guido Spano le dejó, al
despedirse, un ramo de violetas que llevaba en su traje de poeta.
-Estas flores son mis últimas violetas- dijo Juana Manuela. Luego extendió su mano a
Vicente Quesada
-Pobres manos mías tan seca y rugosa- dijo
- Yo las veo tan bellas y tan blancas como el día que la vi por primera vez, cuando me
deslumbraron sus encantos-le contestó su amigo.
-Son sueño que pasaron, su realidad es el recuerdo- repuso ella.
-No es el recuerdo- la interrumpió Quesada-, es el amor.
-Es muy tarde para pronunciar esa palabra- murmuro Juana Manuela-.
_ Mi alma ha abierto ya sus alas a la muerte.
Cerró los ojos y no los abrió más.”
J.M.G
Juana Manuela, plena, hermosa con su juventud acuesta y con sus dos hijas Edelmira y Mercedes, ve pasar
las tardes alborozada de una ciudad cómo Lima que emergía como cabeza de una América naciente. Con sus calles
particulares, casonas con portones de madera, balcones floridos que adornaban las veredas y con la presencia de
tertulias hogareñas que reunía gente culta y reconocida a la que frecuentaba, quién era respetado por su carácter
resuelto e independiente.
El día se quebraba con un sol rumoroso mientras ella escribía, en el cuarto destinado para tal fin, que sólo
contaba con la rubia cabellera de su hija bajo el vidrio de su escritorio y El retrato de otra de sus hijas, allí ella
volcaba sus sueños y realidades. Lima siempre Lima, Juana Manuela volvía allí porque había pasado gran parte de
su vida y desde su juventud empapo de los mejores gustos y sentimientos de la época. Las tardes de Lima serían las
sombras y las luces que dibujar y a su tiempo hecho letras.
Ahora su alma se ha unido a su cuerpo influyen las historias, los relatos, las leyendas, y el porqué de una
lágrima justificar a la ausencia de esposo e hijos que partieron tan temprano. No obstante haberse alejado de Belzú,
Juana Manuela verterá sobre una hoja en blanco la figura de su esposo, una biografía exenta de rencor, que realzan
la figura del soldado y político sin ningún agravio personal.
Juana Manuela Gorriti, bella, rubia, alta delgada, con todos sus atributos de mujer deja un retrato de esta
época estampado en textos profundos que se encienden en torrentes floreados y el río de pasión que llevo dentro
cayó como una manta lluvia en sus escritos. Esas tardes de Lima estremecieron de luces sus pupilas.
JUANITA MORO
La Juana Moro
Juanita Moro fue una dama jujeña de valor incomparable. Actuó durante la guerra de la
Independencia, Nació el 26 de mayo de 1785.Era hija del Escribano Coronel de Los Reales
Ejércitos y funcionario español, Juan Antonio Moro Díaz (hombre de confianza del gobernador
de la intendencia de Salta del Tucumán, Ramón García de León y Pizarro). El padre de Juana
Moro contribuyó a la fundación de San Ramón de la Nueva Orán.
A los quince años él ya se identifica con el movimiento Revolucionario de mayo. Fue una
patriota que lideró en Salta un grupo de mujeres entre las que se encontraba María Loreto
Sánchez Peón de Frías y realizaba una eficaz tarea de espionaje y sabotaje entre las fuerzas
realistas, que ocupaban la ciudad durante la guerra de la Independencia.
Juana se casó en octubre de 1800 con el Coronel Jerónimo López, estableciéndose en la
ciudad de Salta, quien adhirió fervientemente a la causa patriótica. Juana gozaba de Gran
prestigio por su atrayente personalidad, su ardiente Patriotismo y su audacia que se pusieron
de relieve ante y durante la batalla de Salta. Tuvieron tres hijos: Serafina López Moro, Ramón
López Moro y él Dr. Bernabé López.
La casa de Juana Moro era una especie de logia o club, lugar donde se invitaba a los
oficiales del ejército español y eran seducidos por hermosas niñas patrióticas que le hacían
cambiar de causa y así privar al ejército enemigo de su cooperación.
Su misión era llevar información y órdenes oficiales del General Martín Miguel de
Güemes para los coroneles Arias Uriondo y Rojas, que actuaban en la región. En los
prolegómenos de la batalla de Salta, Juana consiguió que Juan José Feliciano Alejo Fernández
Campero, marqués de Yavi, y varios de sus compañeros se comprometieron a abandonar las
filas realistas el día de la batalla y regresar a Perú a trabajar por la causa de la emancipación.
Su casa, ubicada en la actual España 782, cerca de la casa de Martín Miguel de Güemes, debía
ser punto de reunión de los fugados, siendo adecuada por su extensión (una cuadra) y por
contar con dos frentes.
En Salta, cuando el ejército de Pío Tristán esperaba al general Belgrano para librar la
batalla, Juana Moro seduce con sus encantos, sin perder su altiva dignidad, al jefe de la
caballería realista, quién huye al comenzar la batalla arrastrando con él la tropa bajo su mando
por las lomas de Medeiros. Así cuenta la historia que el 20 de febrero de 1813, la casa de
Juanita se convirtió en un asilo de los jefes que al huir los soldados precipitaron La derrota.
Belgrano, siempre tan magnánimo, perdonó a los prisioneros haciéndoles jurar que no iban a
atacar las fuerzas patrióticas.
Tras vencer en Vilcapugio y Ayohúma, el general realista Joaquín de la Pezuela ocupó la
ciudad de Salta. Ante esta realidad, Juana y María Loreto Sánchez de Peón constituyeron una
eficaz red de espionaje a la que contribuyeron mujeres de todos los rangos sociales, entre las
que se encontraban Gertrudis Medeiros, Celedonia Pacheco de Melo, Magdalena Güemes,
Juana Torino, María Petrona Arias, Martina Silva de Gurruchaga y Andrea Zenarruza.
Los españoles no le perdonaron a Juana Moro todas las acciones de espionaje realizada.
Después de la derrota de Vilcapugio y Ayohúma, en 1814, el Virrey de la Pezuela entró a la
ciudad y, sospechada de traición, fue condenada a morir emparedada. La encerraron en su
casa, cuyas puertas y ventanas fueron tapiadas para que muriera de hambre. Allí habría
muerto de inanición si no fuera porque una vecina realista, movida por piedad y compadecida
de ella, horadó la pared de adobe, medianera de su casa, por cuya abertura le hacía pasar agua
y comida. Luego, colocaba nuevamente el adobe.
Cuando el enemigo abandonó el lugar, Juanita Moro fue liberada y retorno así a sus
empeños heroicos. Huyó de Salta a caballo, uniéndose a las tropas criollas, porque a pesar de
las persecuciones Juana no menguó su ímpetu de colaborar con Belgrano y luego con Güemes,
por la sagrada causa por la que se jugaba la vida misma a cada paso.
Luego integró el grupo de damas salteñas, se dirigieron al gobierno de ese momento
lamentando la postergación a la que se relegaba al sexo femenino al no permitírsele jurar la
Constitución Nacional. Falleció a los 89 años de edad, en 1874.
Juanita Moro, sola, vestida de gaucho, cruzaba a caballo la selva del Río Negro, Ledesma, San
Lorenzo para llegar a San Andrés, cerca de Orán. Desafiaba, imperturbable, los peligros de la
indiada, de las fieras y, sobre todo, de los gauchos alzados que, enseñoreando los montes, hasta, de
Gol ya van impunemente a cuánto viajero transitaba por allí. Juanita haciéndole frente a todos los
peligros, espiaba recursos y movimientos del enemigo.
En una oportunidad se disfrazó de coya y marchó por las quebradas en busca del general
Antonio Álvarez de Arenales, para conocer la posición del ejército ante la información
contradictoria que llegaba del frente. Pocos días después, regresaba y se reunía con la esposa del
general patriota Serafina González Hoyos, informa al patrio que Arenales estaría al día siguiente en
Salta, desalojando la guarnición española. En esa oportunidad, la población entusiasta de Salta la
pasé haría por las calles de la ciudad, consagrando la heroína de las causas criollas.
Pasada la guerra, integró el grupo de “Damas salteñas”, quienes se dirigieron al gobierno de
turno “Lamentando la postergación a que se relega al sexo femenino al no permitírsele jurar la
Constitución Nacional.”
La velada
Era de noche, pero parecía que brillaba el sol. Las luces de las velas lucían con diferentes
matices. Los sillones eran cómodos y elegantes. Juanita Moro, exquisitamente vestida, recibía a las
damas invitadas, la más caracterizadas del lugar, y a los oficiales realistas que iban en busca de
aventuras. Canciones, pasiones y mieles entregarían ellos a las damas presente en signo de
aprobación. Ellas devolverían con recato tales muestras. Con sutil encanto, con cabellera sedosa y
sonrisa con suaves mohines, iban dialogando con cada jefe realista. Disimuladamente hacían
requisitorias, preguntas, suaves comentarios sobre la guerra que en el noroeste argentino. Los jefes
militares realistas regalaban a las niñas comentarios y hasta finos detalles de sus tropas. Y así, entre
charlas, brindis y bailes, las niñas criollas que respondían a la amistad y consigna de Juanita Moro,
iban recopilando los datos en su memoria que servirían al jefe del ejército criollo, el General Manuel
Belgrano, para diseñar estrategias contra el enemigo.
Bondadosamente, las damas estaban jugadas de madrugada, acompañadas por un jardín
de estrellas y un pastizal de espuma. Juanita Moro junto a las simpáticas niñas, habían logrado
malograr el avance de los realistas ante la sorpresa de los oficiales qué tardíamente comprendían
que el engaño, cuando ya las tropas de Belgrano avanzaban sobre Salta.
En el altar prometiste
amor a Román Tejada,
y a la vida el compromiso
de deliberar a la patria.
Silenciosa trabajaste
como si fuera un hada,
con las manos generosas
infinitas de tu alma.
Repleto tu corazón
de anhelos y de plegarias,
siempre brindaste Macacha
una mano de confianza.
A la muerte de tu hermano
de luto y acongojada,
las penas te las guardaste
allá en el fondo del alma.
Poeta Salteño
Jaime Davalos
La Protectora
Salta la linda, encumbrada por las montañas, donde los lapachos florecidos y los ceibos color
púrpura entonaban el lugar, dando color a la madrugada Macacha, la “Mamita de los pobres”,
lideraba una red de informantes que actuaba en Salta, Jujuy y Tarija, aportando fundamentales
para controlar al enemigo. Entre los Integrantes de la red se encontraban mujeres de la sociedad y
campesinos qué, mezclándose con partidarios y opositores, recogían datos que ella interpretaba y
trasmitía a su hermano Martín. Macacha lo ayudaba en el área de espionaje, pues era la encargada
de coordinar las acciones de espionaje junto a mujeres como Celedonia Pacheco de Melo, María
Petrona Arias, Andrea Zenarruza de Uriondo, Toribio La Linda y Juana Torino.
No había reunión, ni visita, ya fuera con oficiales del ejército o con los familiares realistas de
su confianza y amistad, en qué Macacha no utilizar a su espíritu animador y atrevido para sacar
información sobre el enemigo.
En pos de robar secretos y dar las alarmas necesarias, algunas mujeres de esta red llegaron,
en casos extremos, a entrar en pendencia de amores, aunque con la discreción necesaria. Si se
trataba de mujeres “de calidad”, reducían a los oficiales para sacarle información, y si eran
campesinas, lograban hacer desatar a los soldados realistas.
Macacha, bella e inteligente dama salteña, amaba el campo, dormía con las pisadas de la
tierra. Compartir sus luchas con los Patriotas era su meta. Estaba cansada de los desleales,
traidores, de los oportunistas que no amaban en solar. Es por ello que se consagró a los humildes
sin tapujos, y con ellos formó parte de los defensores de la lucha de Güemes, que encarnaba el ideal
de la Patria que defendía Belgrano.