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EL SIGNIFICADO DE LA RESURRECCIÓN

JUAN 20:1-29

¡Jesús resucitó! Esa es la gran noticia mis hermanos y amigos. Nos reunimos tan temprano, no
porque haya alguna gracia especial que se nos otorga por venir tan de madrugada. Tampoco porque
creamos que es más espiritual hacerlo a estas horas que a otra en particular. Más bien, es una
rememoración de lo que las mujeres aquél día experimentaron. Ellas, en un acto amoroso de
piedad, fueron a embalsamar al Señor, y preocupadas por quién les movería la piedra, vieron el
sepulcro abierto, y la tumba vacía. Sí, los lienzos estaban puestos donde habían colocado al Señor,
pero su cuerpo no estaba. María la Magadalena fue y dio aviso a los discípulos. Pedro y Juan se
apresuraron a ir al Sepulcro, pero no encontraron nada, solo los lienzos que habían envuelto el
cuerpo del Señor. Ellos se fueron pero María se quedó. Hoy veremos cómo reaccionaron diversos
personajes a la resurrección de Jesús. Y quizá, tú y yo nos encontremos reflejados en algunos de
ellos.

1. ES CONSUELO PARA LOS TRISTES (11-18)

María Magdalena se sentó en al lado del sepulcro, y lloraba, lloraba triste de no saber qué había
sucedido con el cuerpo de su Señor. Y en su llorar, ella volteó a ver al interior del sepulcro, quizá
para cerciorarse, en esos arrebatos de duda, que efectivamente no estaba el Señor ahí. Pero ahora
vio algo. Vio dos ángeles con vestiduras blancas, uno a la cabecera y el otro a los pies de donde el
Señor había sido puesto. Ellos le preguntaron, sorprendidos de su actitud: “Mujer, ¿Por qué
lloras?” Ella sólo dio una repuesta seca, aunque llena de dolor: Porque se han llevado el cuerpo de
mi Señor y no se dónde le han puesto.

La tristeza era tal, que ni siquiera le permitió analizar sus circunstancias. Tenía dos ángeles frente
a ella, y aún así no se impresionó. Ni siquiera prestó atención. Su tristeza había nublado su vista.
La tristeza de haber perdido no sólo a su Señor en la cruz, sino también ahora su cuerpo, no le
permitía a María ver que Jesús había resucitado.

Ahora, otro varón, viene a ella y le pregunta: “Mujer, ¿Por qué lloras? ¿A quién buscas?” Una vez
más, por la tristeza, no se enteró de quién era aquél varón. Pensó que era quien cuidaba la huerta.
Es curioso que la tristeza no le permitió creer la resurrección, pero le permitió seguir su lógica y
deducir que tal hombre, al que no reconocía, era el hortelano.

Él entonces le llama por su nombre: ¡María! Y ella escucha una vez más esa voz, esa voz que hizo
que los mares se calmaran. La misma voz que hizo que Lázaro resucitara. Esa misma voz que
clamó diciendo: ¡Consumado es! Reconoció su autoridad, y le llamó Maestro. Inmediatamente
corrió hacia él y lo abrazó. Pero no solo lo abrazó, sino que lo aprisionó con sus brazos, se aferró
a los pies del Señor y no lo quería dejar ir. Su tristeza, aún ahora que ya lo había visto, no quería
dejarlo ir. No quería volverse a apartar de Él, ni quería dejar que desapareciera su cuerpo una vez
más. Ella lo amaba, al igual que todos su discípulos, y no deseaba volver a perderlo.
Así que Jesús reprende su fervor. Le dice que lo suelte. La RV lo traduce como “No me toques”
pero debe traducirse como “déjame ir”. Jesús tenía todavía que realizar su labor, ir a su Padre para
recibir el Reino, y sentarse así en el Trono. Por más que al Señor le gustaría estar con nosotros
físicamente, Él debía subir al Padre, Él tenía y tiene una tarea que cumplir. Pero María también.
Ella ahora debía decirle a los hermanos del Señor que él había resucitado. Que la tristeza se había
ido. Que el dolor ya no existía mas. Y que la tristeza ya no era un pretexto para no creer: Cristo
resucitó, ya no hay tristeza.

2. ES VALOR PARA LOS QUE TEMEN (19-23)

A la noche de ese mismo día, los discípulos estaban encerrados por temor. Creían que si a Jesús lo
habían matado, a ellos también. Temían que los judíos, los principales sacerdotes, los fariseos y
los maestros de la ley pudieran armar un caso también contra ellos. La muerte estaba en sus
pensamientos. No era para menos, su propio Maestro había sido asesinado por los judíos. Ellos
habían dado una muestra clara de poder, de manipulación, de corrupción y maldad, tanto que al
mismo procurador romano lo habían podido chantajear. Así que 11 discípulos de un carpintero no
serían problema.

Con estos pensamientos en mente, con este miedo, se aparece Jesús en medio de ellos y les dice:
¡Paz a vosotros! Y en seguida les muestra las marcas de los clavos en sus manos, y la del costado.
Dice la Escrtirura que en ese momento se regocijaron viendo al Señor. Un cambio radical. De estar
temerosos, a un regocijo exuberante. No era tristeza como la de María, era temor. Pero la aparición
del Señor, la prueba de su resurrección les armó de valor una vez más.

Y no solo eso, sino que Jesús mismo les equipa con valor, con fuerza, con Poder: “Paz a vosotros.
Como me envió el Padre, así también yo os envío. Y habiendo dicho esto, sopló, y les dijo: Recibid
el Espíritu Santo. A quienes remitiereis los pecados, les son remitidos; y a quienes se los
retuviereis, les son retenidos.”

Mientras que la tristeza puede ser cambiada por la permanencia de la persona amada. El temor
puede ser quita de dos maneras, la primera si aquello que nos amenaza es eliminado. La segunda
es si somos equipados con mayor poder para derrotar aquello que tememos. Eso fue lo que hizo
Cristo. La amenaza continuaría, los judíos perseguirían a los apóstoles, pero ellos estarían
equipados con el Espiritu Santo. La mismísima presencia de Dios en la vida de los discípulos. Dios
mismo morando y habitando en medio de su Pueblo, eso a cualquiera le quita el temor.

No solo esto, sino que Jesús les encomienda la tarea de reconciliar a los hombres y mujeres con
Dios. A través del Perdón que nos es otorgado por la obra redentora de Jesucristo. Es a través de
la proclamación del Evangelio que adquirimos valor, ya que Cristo nos asegura que dicha
predicación tendrá verdadero efecto, perdonará pecados o los retendrá. Cristo lo ha prometido.
Podemos valientemente proclamar la Palabra y anunciarla, porque esa Palabra hará aquello para
lo que fue enviada.
3. ES FE PARA LOS QUE DUDAN (24-29).

Pero Tomás no estaba en la reunión, llegó después que el Señor se había ido. Los discípulos con
gozo le dijeron que habían visto al Señor. Pero Tomás, no creyó. Y dijo, “Si no viere en sus manos
la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado,
no creeré.”

Tomás, se aferraba a la estabilidad que sus sentidos y sus esquemas de verdad podían darle. Se
aferraba a la vista más que a la Palabra. Quizá en su corazón había la pregunta ¿por qué ellos sí lo
vieron y yo no? O quizá había en su corazón el temor de ser decepcionado otra vez. Pero la verdad
es que en su corazón lo único que había era incredulidad. “No creeré”. Tomás no creía, esa era la
verdad.

Pero ocho días después ahí estaba Tomás, con sus compañeros, sus amigos, sus hermanos. Ellos
no tenían temor, creían la resurrección del Señor. Y estando todos juntos, se aparece Cristo en
medio de ellos y una vez más les dice: Paz a vosotros. Y en una reprensión inesperada se dirige a
Tomás diciendo: “Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado;
y no seas incrédulo, sino creyente.”

La incredulidad estaba arraigada en el corazón de Tomás, y Jesús lo sabía, por ello lo confronta
directamente. Uno esperaría que con solo presentarse sería suficiente, pero no. La incredulidad
necesita un remedio mucho más fuerte que solo una presencia amorosa. La incredulidad de los
hijos de Dios debe remediarse sin dejar lugar a dudas. A Tomás le debía quedar claro que Jesús
había resucitado. Y así fue. La respuesta de Tomás lo dejó claro: ¡SEÑOR MÍO Y DIOS MÍO!

No era demasiado tarde. La incredulidad de Tomás fue solucionada por el Señor, una reprensión
dura, pero efectiva, produjo Fe, una fe viva y salvadora. Tomás, no es más el incrédulo, es el
creyente.

CONCLUSIÓN

Hoy Cristo nos dice, desde aquél remoto pasado: ¡BIENAVENTURADOS LOS QUE NO
VIERON Y CREYERON! Porque hoy no hemos tocado al Señor como Tomás. Tampoco hemos
Visto al Señor como los diez. Mucho menos hemos escuchado su voz como María. Pero hemos
creído como cada uno de ellos. Su resurrección quita nuestra tristeza. Su resurrección quita nuestro
temor. Su Resurrección elimina nuestra incredulidad. Y nosotros lo creemos. Descansamos en esta
confianza: Cristo Jesús resucitó. Hoy vive, y nosotros vivimos en Él. Arrepiéntete de tus pecados,
y cree en el Señor Jesucristo que nos da vida y vida en abundancia. Él somos afortunados, tenemos
la buena voluntad de Dios de nuestro, porque creemos sin haberle visto. Amado amigo y hermano,
cree en el Señor Jesucristo y serás salvo tú y tu casa.

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