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A 100 años del Grito de Córdoba. América Latina sigue rugiendo.

Algunas reflexiones para unir las luchas de ayer y hoy.

“Hombres de una república libre, acabamos de romper la última cadena que en pleno siglo XX
nos ataba a la antigua dominación monárquica y monástica. Hemos resulto llamar a todas las
cosas por el nombre que tienen. Córdoba se redime. Desde hoy contamos para el país una
vergüenza menos y una libertad más. Los dolores que nos quedan son las libertades que nos
faltan. Creemos no equivocarnos, las resonancias del corazón nos lo advierten: estamos
pisando sobre una revolución, estamos viviendo una hora americana”.
Manifiesto Liminar, Junio de 1918.

Hoy 21 de Junio se cumplen exactamente 100 años desde la publicación del “Manifiesto
Liminar”, documento que sintetiza la profunda crítica social que hicieran los estudiantes de la
Universidad Nacional de Cordoba en el marco de una tremenda movilización que daría inicio al
movimiento de “La Reforma Universitaria”.

Hoy, transcurrido un siglo entero desde aquellos acontecimientos, el “Grito de Córdoba” sigue
inspirando la reflexión y el debate de quienes hemos asumido la enorme tarea de cambiar el
mundo, de apostar por la revolución social como única salida viable a las miserias que oprimen
la dignidad de nuestros pueblos.

No obstante, la distancia temporal que nos separa de aquellos/as estudiantes rebeldes de


1918 no es algo que pueda simplemente ser obviado, ni mucho menos podemos pretender
hacer una conexión mecánica entre ese hito y las luchas del presente. Se nos presentan así
algunas preguntas que es bueno explicitar ¿Por qué rescatar el legado del Grito de Córdoba
hoy, en pleno siglo XXI? ¿Cómo es que el rescate de ese legado es útil para el movimiento
estudiantil Chileno y la lucha feminista en curso? En este breve escrito pretendemos abordar
estas cuestiones, entregando la lectura que como ContraCorriente hacemos de estos hechos y
desde ahí propondremos algunas reflexiones que esperamos sean útiles para la lucha de las y
los revolucionarios de hoy.

El Grito de Córdoba, voz de rebeldía frente a un mundo en crisis.

Los albores del siglo XX nos presentan un contexto sumamente efervescente como pocas veces
se ha visto en la historia de la humanidad: elementos como las tensiones de la modernización
capitalista y su presión en el mundo del trabajo, el aumento demográfico de la clase
trabajadora y las clases medias, la migración campo- ciudad, el resquebrajamiento de los
regímenes oligárquicos en toda América Latina, la llamada “cuestión social”, por mencionar
algunos, configuraban una situación altamente volátil hacia el interior. En paralelo, desde la
lejanía llegaban noticias de los horrores de la Gran Guerra, pero también buenas nuevas sobre
los triunfos de la Revolución Mexicana (1910) y la Revolución Rusa (1917) que demostraban
que la subversión del orden establecido era posible. Así es como tanto desde dentro como
desde fuera estaban los ingredientes precisos para un verdadero terremoto político, social y
cultural que no tardaría en marcar la pauta del siglo entero. Los estudiantes, que lentamente
comenzaban a perfilarse como un actor social, generarían remezones importantes.

Para 1918 en la Argentina existían tan solo tres universidades: La Universidad de Buenos Aires,
la Universidad Nacional de la Plata y la Universidad de Córdoba. La UBA había sido fundada en
la post-independencia (1821) y La Plata a comienzos del XX (1905), sin embargo la Universidad
de Córdoba existía desde 1613, erigida por los jesuitas bien adentro en el periodo colonial y
por lo tanto poseía una carga simbólica que la posicionaría desde un conservadurismo clerical.

En cada una de estas instituciones ingresaban cada vez más miembros de la clase trabajadora,
las clases medias y también mujeres que se abrían paso en medio de una sociedad
profundamente patriarcal. Estos grupos prontamente comenzaron a chocar con la estructura
conservadora de las universidades, y para el caso de la de Córdoba, también con la estructura
clerical, haciéndose esas contradicciones aún más evidentes que en las otras casas de estudios.
Por ello no es raro que el 15 de junio de 1918 la movilización haya estallado ahí, en el bastión
del conocimiento escolástico, en medio de una turbia elección de Rectoría, y tampoco es raro
que lo haya hecho de la forma en la que lo hizo: cuestionándolo todo: la autoridad del rector y
los decanos, la legitimidad de los reglamentos, la vigencia de los planes de estudio, la
arbitrariedad de los profesores, entre muchas otras cosas.

El “Grito” fue, ante todo, una crítica al lugar que cumplía la universidad como institución hacia
la sociedad. Una denuncia a su obsolescencia en medio de un país en bullente proceso de
transformación, y que por ende no podía tolerarse que se siguiera rigiendo por los principios
del viejo orden. Frente a ello había que proponer cambios radicales sin titubear.

“Nuestro régimen universitario aún el más reciente es anacrónico. Está fundado sobre una
especie de derecho divino; el derecho divino deI profesorado universitario. Se crea a sí mismo.
En él nace y en él muere. Mantiene un alejamiento olímpico. La Federación Universitaria de
Córdoba se alza para luchar contra éste régimen y entiende que en ello le va Ia vida” sostenía
uno de los párrafos más celebres del Manifiesto que será publicado 6 días después de iniciadas
las movilizaciones.

El programa antiautoritario y la universidad al servicio del Pueblo

La crítica de la Reforma Universitaria era muy profunda. Develaba sin pelos en la lengua las
contradicciones de una universidad y una sociedad anquilosadas en el paradigma conservador.
Sin embargo, será la radicalidad de la salida que propusieron frente a la crisis, la irreverencia
de su programa y propuestas lo que haría de este acontecimiento uno de los hitos más
significativos de nuestraamérica.

Haber puesto sobre la mesa la demanda de democracia, argumentando que la soberanía


política de la universidad residía en los estudiantes era sin lugar a dudas una propuesta
revolucionaria para la época y desconcertó totalmente a los exponentes del conservadurismo
en la academia. Esta sería la primera vez en la historia en la que aparece la demanda por
democracia en la universidad, y junto a ella también se enarbolarían las banderas de la
autonomía universitaria, la libertad de cátedra, la realización de concursos académicos con
participación estudiantil, el desarrollo de líneas de investigación, y también la extensión
universitaria con rol social. Frente al autoritarismo, la única solución viable era responder con
democracia.

Pero la radicalidad de su propuesta no se acaba ahí. El carácter revolucionario de la propuesta


no se agota en la demanda por democracia, sino que al contrario, ésta era entendida como
una condición de posibilidad para un horizonte mayor: el de poner la universidad al servicio del
pueblo. Este era el sentido de las demandas por extensión e investigación universitaria, una
lucha por romper la burbuja elitista y académica que significaba la universidad. El ejercicio
realizado era audaz: de la crítica de su casa de estudios se pasaba a una crítica de la sociedad
entera.

Evocar la Reforma Universitaria Hoy: Sus Límites y Potencialidades.

Al inicio de esta reflexión nos planteábamos algunas preguntas: ¿Por qué rescatar el legado del
Grito de Córdoba hoy, en pleno siglo XXI? ¿Cómo es que el rescate de ese legado es útil para el
movimiento estudiantil Chileno y la lucha feminista en curso?

Ante ello, sostenemos que el valor de rescatar la experiencia histórica del Grito de Córdoba, en
pleno siglo XXI y desde Chile, yace en la enorme vigencia de su programa antiautoritario y
democrático-popular, además del enorme ejemplo de lucha que significó para el conjunto de
América Latina.

Aunque hayan pasado 100 años, muchas universidades siguen siendo refugio del autoritarismo
de ciertas elites, configurando verdaderas burbujas académicas que poco y nada entienden de
los problemas reales del pueblo. Y peor aún, sabemos bien que en Chile las universidades se
han transformado también en nichos de negocios del gran empresariado, generando
endeudamiento y precarización tanto al estudiar como al momento de salir al mundo del
trabajo.

Esto último era una realidad que los estudiantes de 1918 no debieron enfrentar, mucha agua
ha pasado bajo el puente y las universidades de aquel entonces y las de ahora son muy
distintas. Pese a ello, creemos que el ejemplo de lucha y rebeldía que nos entrega la
experiencia de Córdoba sigue siendo una de las armas más potentes que poseemos como
estudiantes para hacerle frente a los autoritarismos de ayer y hoy.

La apuesta de responder ante ese autoritarismo con democracia es sumamente relevante,


pues se la entiende como condición de posibilidad para fines mayores que incluso sobrepasan
los márgenes de la universidad misma. Ligándola con la movilización feminista que se ha
desarrollado durante este otoño en Chile, tenemos precisamente que una de las conclusiones
más relevantes es que la triestamentalidad al interior de las casas de estudio es la condición
básica para poder plantear todos los otros elementos programáticos que han emergido, tales
como la disputa de las mallas curriculares, la elaboración y aplicación de protocolos,
erradicación de los abuso de poder por parte de profesores y directivos, entre otros. De esta
forma, la democracia universitaria no es solo un fin en sí mismo, sino que es el pivote clave
que permitirá disputar el propósito de la universidad en su conjunto. Sin democracia es
imposible disputar, en términos reales, una educación popular y no sexista.

Sin embargo, tampoco podemos hacer vista gorda de las limitaciones que las experiencias del
pasado nos presentan para proyectarlas a nuestros días. Un ejemplo claro basta para ilustrar
esta cuestión: Si nos detenemos en la imagen más famosa de la toma de la universidad de
Córdoba, vemos que las mujeres no existen, están completamente ausentes de aquella postal
de tono revolucionario. En el mismo sentido, si investigamos sobre la Reforma nos topamos
con el hecho de que el relato histórico que se levantaría a posterior glorificaría a las figuras
masculinas de la revuelta como Deodoro Roca o Alejandro Korn, pero poco y nada diría sobre
las mujeres que participaron, como Prosperina Paraván, brillante estudiante de Odontología
que organizó a las mujeres de las carreras de la salud, las únicas que tenían una pequeña
matrícula femenina que se abría paso en un mundo masculinizado.

Claramente la movilización estudiantil de 1918 giraba en torno a dinámicas de liderazgo


profundamente masculinizadas, y el feminismo no estaba en lo absoluto entre sus
preocupaciones. Entonces ¿Por qué rescatar esa experiencia hacia nuestros días? La respuesta
está en que al escarbar en el pasado no buscamos ejemplos perfectos que repetir
acríticamente, pues no los existen, ni tampoco figuras de líderes idealizados ajenos a las
contradicciones de este mundo, que tampoco existen. Lo que buscamos al hacer este ejercicio
es encontrar ejemplos de las luchas del Pueblo cuyos aciertos y desaciertos nos sean útiles
para las luchas que desarrollamos hoy, para nuestra praxis política concreta y para presentar
avances reales a la movilización popular. Puede que el Grito de Córdoba no haya tenido un
horizonte socialista, ni mucho menos feminista, pero aún así su valorización es indispensable.

En definitiva, rescatar esta experiencia nos hace poner nuestras luchas y demandas actuales en
perspectiva histórica. Nos hace comprender desde la humildad que no somos los primeros en
querer transformar el mundo, y que en nuestro caso como estudiantes, somos parte de un
movimiento estudiantil que ha recorrido un largo tranco en el cual el grito de Córdoba es uno
de sus hitos principales, dentro de los cuales para el caso de Chile podemos trazar una línea
que va desde la fundación de la FECH en 1906, la Huelga de la Chaucha (1949) hasta las
experiencias más recientes del 2006 y 2011, sin olvidar la importancia que a nivel internacional
tuvieron las revueltas de 1968, especialmente en México y París.

Consideramos que este ejercicio de conciencia histórica es fundamental. De lo contrario,


corremos el peligro de querer inventar la pólvora dos veces, de redundar en debates que ya
fueron masticados.

Como ContraCorriente queremos aportar a construir esa conciencia, y las propuestas que
planteamos hacia el movimiento estudiantil van en ese sentido: Construcción de Comunidades
Educativas para tener democracia real en las universidades, erradicando de una vez por todas
el autoritarismo de la academia; y Disputa del Conocimiento para erradicar el sexismo de la
formación profesional y erigir una universidad al servicio de las necesidades del Pueblo.

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