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Universidad Adolfo Ibáñez

Instituto Chileno de Psicoanálisis

Celibato religioso; ¿sublimación o represión?


Marcelo Lamas Morales
1. El desafío del celibato

Es indudable, que a partir del escándalo de los abusos sexuales dentro de la Iglesia
católica, uno de los elementos que se ha cuestionado es el sentido del celibato
sacerdotal o religioso1. Los especialistas han expresado que no hay una relación directa
entre abuso sexual y celibato. Sabemos que el abuso sexual puede ser cometido tanto
por personas casadas o solteras y heterosexuales u homosexuales.

Esto no quiere decir que la vivencia del celibato no sea siempre un desafío para el
que lo vive. En primer lugar porque es un estado extraño para el hombre de hoy, donde
la sociedad valora imperiosamente la necesidad de estar en pareja y formar familia. Por
otra parte, en mi experiencia, no siempre se aprecia que sea una opción sentida y
optada en libertad. A veces se vive como una imposición a causa de los grandes ideales
que se quiere abrazar. Por último, porque nuestra condición biológica y psicosexual está
ahí presente con sus tendencias y anhelos profundos.

Con la elección del celibato, el sacerdote no renuncia a su sexualidad, sino a


conformar una familia y al ejercicio en pareja de la pulsión sexual, que no sólo está
profundamente radicado en su naturaleza humana sino que está conectado con el resto
de su personalidad. Ello tiene consecuencias innegables a nivel de la armonía general
de su persona.
El célibe realiza esta renuncia para entregar la vida totalmente al servicio del
anuncio del Reino de Dios, es decir, al proyecto valórico que Jesús inició en su paso por

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Hay que distinguir entre el celibato sacerdotal diocesano y celibato de los hombres y mujeres, consagrados y consagradas a la
vida religiosa. El primero, no es un voto, es una promesa hecha al obispo, de quien dependen jurídicamente. La norma del
celibato se transformó en ley en la Iglesia latina en el primer concilio de Letrán hacia el año 1123. Por lo tanto esta ley podría
cambiar, aunque la Iglesia Católica ha dispuesto su mantención, argumentando que ha favorecido una mayor entrega de los
sacerdotes a su ministerio. En cambio, la vida consagrada o vida religiosa, es una forma de vida que se inicia en el siglo IV, con
el nacimiento de los primeros cenobios y monasterios. El religioso, se consagra al servicio del Reino de Dios, colocando todos sus
bienes en común, viviendo en comunidad con el acompañamiento de un superior y siendo célibe, es decir, no teniendo un amor
exclusivo. No es una ley canónica que podría cambiar, como en el caso de los sacerdotes diocesanos, sino que es algo
constitutivo a esta forma de vida.
este mundo. Un proyecto que tiene su centro en el amor a los marginados, en la vivencia
de la justicia, la solidaridad y en la compasión y misericordia con los demás.
El psicoanálisis freudiano nos puede ayudar a preguntarnos si es posible vivir
sanamente esta forma de expresar la sexualidad y cómo podemos distinguir que la
dinámica intrapsíquica en el sujeto está favoreciendo una expresión positiva de sus
pulsiones a través del fenómeno sublimatorio o por el contrario una agudización de la
angustia y la represión.


2. ¿Qué se entiende por sublimación?

Es un acuerdo en los diversos autores, que Freud se queda sin la posibilidad de


explicar satisfactoriamente el concepto de sublimación. Se preguntó permanentemente
cómo el ser humano puede poner en actos de cultura tanta energía y pasión, que
permita encontrar en ellos satisfacción y gozo.
El concepto de sublimación ha variado poco en toda la obra freudiana y se
sostuvo sobre dos pilares, uno metapsicológico: la sublimación es un destino de la
pulsión; y otro valorativo, pero más problemático: la sublimación trabaja para alcanzar
una meta pulsional apartada de la sexualidad. De este modo la pulsión quedaría
purificada gracias a una supuesta valoración social. (Sales, 2009).
Freud, en La moral sexual “cultural” y la nerviosidad moderna sostiene que
“Nuestra cultura se edifica sobre la sofocación de las pulsiones. Cada individuo ha
cedido un fragmento de su patrimonio, de la plenitud de sus poderes, de las inclinaciones
agresivas y vindicativas de su personalidad; de estos aportes ha nacido el patrimonio
cultural común de bienes materiales e ideales” (Freud, 1908, p. 168).
Siguiendo esta línea, Korman (2001) afirma que se podría indicar que la pulsión
es un “concepto fronterizo”; si la pulsión es un concepto fronterizo entre lo somático y lo
psíquico, la sublimación lo sería nada menos que entre lo psíquico y lo cultural
En el texto Pulsiones y destinos de pulsión (1915), Freud por una parte indica
algunos términos que se conectan con el concepto de pulsión y son: esfuerzo, meta,
objeto y fuente de la pulsión. Además añade en este texto los cuatro destinos de la
pulsión, siendo estos: el trastorno hacia lo contrario, la vuelta hacia la persona propia, la
represión y la sublimación, cuyo abordaje lo deja para más adelante.
En los Tres ensayos de teoría sexual (1905), hablando de las perversiones -
desarrollos de gérmenes contenidos en la disposición sexual indiferenciada del niño-
cuya sublimación o sofocación hacia metas más elevadas, indica que esta última estaría
destinada a facilitar la fuerza motora de un buen número de los logros culturales.
En el mismo texto, Freud sostiene que a través de la sublimación,

“las excitaciones hiperintensas que vienen de las diversas fuentes de la sexualidad se


les procura drenaje y empleo en otros campos, de suerte que el resultado de la
disposición en sí peligrosa" es un incremento no desdeñable de la capacidad de
rendimiento psíquico. Aquí ha de discernirse una de las fuentes de la actividad artística;
y según que esa sublimación haya sido completa o incompleta, el análisis del carácter de
personas altamente dotadas, en particular las de disposición artística, revelará la mezcla
en distintas proporciones de capacidad de rendimiento, perversión y neurosis.” (Freud,
1905, p. 218)

De forma semejante lo expone Freud cuando aborda esta temática en La moral


sexual “cultural” y la nerviosidad moderna, de 1908, donde leemos:

“La pulsión sexual (…) pone a disposición del trabajo cultural unos volúmenes de fuerza
enormemente grandes, y esto sin ninguna duda se debe a la peculiaridad, que ella
presenta con particular relieve, de poder desplazar su meta sin sufrir un menoscabo
esencial en cuanto a intensidad.” (Freud, 1908, p. 168)

Es el artículo Un recuerdo infantil de Leonardo de Vinci, de 1910, donde Freud


analiza perfectamente cómo los seres humanos consiguen guiar hacia su labor
profesional porciones muy considerables de sus fuerzas pulsionales sexuales. La pulsión
sexual estaría dotada para sublimar, es decir, puede permutar su meta inmediata por
otras, que pueden ser más estimadas y no sexuales.
Podemos decir entonces, que la sublimación, expresa la dinámica de un deseo
que se transforma para permitir en nosotros la encarnación de los valores de una cultura,
que insertos en el movimiento pulsional, se alimentan de su fuerza y se despliegan en
una dimensión de finalidad que nunca acaba. Podemos concluir que la sublimación y la
perversión son comprendidas como dos posibilidades en sí mismas, que trabajan como
una alternativa a la represión.
Por lo tanto sería posible considerar que las diversas dimensiones de la vivencia
del celibato religioso pueden ser expresiones sublimatorias que favorezcan el desarrollo
y la satisfacción de aquellos que se entregan a la causa del Evangelio.
3. Celibato y represión

La sublimación como la represión son dos mecanismos psíquicos que, desde los
comienzos del psicoanálisis, fueron contrastados en sus modos de funcionamiento
como, sobre todo, en sus resultados finales. No es fácil distinguir cuando está jugando
uno u otro en la dinámica del sujeto.
Es probable que en el término sublimación se pueda estar ocultando
inconscientemente una huida de la pulsión sexual. Más aún, cuando en el ambiente
religioso, se tiende a hacer uso del mecanismo de la racionalización, donde es bastante
fácil recurrir a hermosas y elevadas razones para ocultar motivaciones menos honrosas
y, a veces, bastante alejadas de los principios que supuestamente las movilizan.
En el texto freudiano “Inhibición, Síntoma y Angustia” de 1926 nos puede ayudar
a no sólo a comprender el fenómeno de la angustia, que puede estar presente en la
vivencia celibataria de varios religiosos, sino que también cómo ella ser se relaciona con
la represión.
Freud inicia su reflexión haciendo la distinción entre inhibición y síntoma. La
inhibición sería una restricción de la función y pasaría a ser síntoma cuando la restricción
funcional fuera grande. En la inhibición habría una desviación de la libido y el objetivo
que se persigue es evitar la angustia, ya que cumplir esta función sería angustioso.
Por otro lado, el síntoma nace del impulso instintivo obstaculizado por la
represión. Cuando debido a la señal de displacer o angustia el yo logra dominar el
impulso, no logramos saber nada de la represión. Sólo cuando ésta fracasa podemos
saber algo de ella.
El problema no se acaba con la formación del síntoma. Surge una lucha con el
síntoma mismo. El yo busca suprimir el síntoma porque es algo extraño a su vida
anímica y además busca integrarlo con ella.
Para Freud, el síntoma sería un sustituto de una satisfacción instintiva no lograda,
es decir, un resultado de la represión. Por la represión, el yo consigue que la
representación sustentadora del superyó rehúse hacerse consciente. Por esta represión,
la liberación del instinto aparece como displacentera en lugar de placentera. El yo saca
la energía de la representación a reprimir y la convierte en displacer.
El afecto reprimido es transformado en angustia, y así el yo resulta ser la sede de
la angustia. No se crea aquí nueva energía: se toma la energía de lo reprimido y se la
convierte en angustia. Por lo tanto, la represión es un mecanismo ejercido por el yo de
modo totalmente inconsciente. La pulsión ha quedado prohibida de antemano.
Puedo preguntarme, hasta qué punto el celibato sería una forma inconsciente de
vivir inhibiendo o reprimiendo la función sexual, por la angustia que supone la relación
con un otro.
Aunque ha habido una renovación de la teología moral dentro de la Iglesia, aún
existe una tendencia a considerar una falta moral en algunos sectores, aun cuando no
esté explicitado ni reconocido, actos que tengan connotaciones sexuales explícita o
implícitamente. Dice Freud, que “el yo no tiene permitido hacer esas cosas porque le
proporcionarían provecho y éxito, que el severo superyó le ha denegado. Entonces el yo
renuncia a esas operaciones a fin de no entrar en conflicto con el superyó”. (86)
Se aprecia en la vivencia celibataria que muchas veces un estímulo latentemente
erótico pierda toda su fuerza para el sujeto y ni siquiera llegue a sentirlo en su conciencia
como “tentación”. No le supone problema. Problema en su vivencia consciente, claro
está. El problema, y serio, se sitúa a otro nivel. Al nivel de inconsciente, donde el deseo
permanece vivo, actuante, sin ceder a su pretensión de emerger a la conciencia y de ser
reconocido como tal. El problema es que lo reprimido no es una realidad muerta o
anulada. Lo pulsional se sitúa a otro nivel y sigue operando activamente
La sublimación, según lo que hemos presentado, transforma la pulsión, no la
aniquila en la conciencia ni la expulsa de sí. Le ofrece una vía, mediante la
transformación de su objeto y de su finalidad. El objeto, en el caso del celibato, será el
Reino. La finalidad: la plenitud y satisfacción consiguiente a ese trabajo emprendido.

4. ¿Es posible sublimar la pulsión sexual a través del celibato?


La pregunta de investigación de nuestro trabajo implica indagar si el celibato


religioso, es siempre o en parte un producto de la represión o puede realmente vivirse de
una forma sublimada que permita relacionarse armoniosamente consigo mismo y con los
demás.
Me pregunto entonces, qué síntomas se denotan en la vida de los religiosos que
pueden ser señal de un vivencia mal sana y represiva del celibato.
Lo que he podido observar en mi práctica como acompañante y facilitador
formativo de jóvenes que se preparan a la vida religiosa, es que hay una señal
fundamental que se da en la tensión entre angustia y satisfacción a riesgo de un
desequilibrio intra-psíquico.
La renuncia al ejercicio del acto sexual, normalmente es una realidad dolorosa.
Muchas veces no consciente en el sujeto. No es solo la renuncia a un instinto sino a un
conjunto de gratificaciones. Junto con ello, sostener cualquier elección supone el
descubrimiento del aspecto positivo de lo que se elige. En este caso, el célibe descubre
en su servicio a la construcción del reino de Dios en este mundo como y en su entrega
incondicional a los demás, el gran tesoro de su vida. (Cencini, 2009).
Esta opción no significa que lo no elegido sea desechable, pero no mantiene la
misma fuerza que para la persona ha significado la elección por la entrega al Reino. Por
lo tanto, cuando más costosa es la renuncia, más motivada debe ser la elección, sobre
todo en términos afectivos. Pero cuando esto no se realiza se crea un desequilibrio intra-
psíquico entre la angustia de lo perdido y la gratificación que implica entregar la vida al
servicio a los demás.
Los síntomas de la tristeza, la frustración, el aislamiento, la agresividad, la rigidez,
la intolerancia, el autocontrol obsesivo, las dificultad para establecer relaciones sanas y
fecundas con los demás, la búsqueda permanente de gratificaciones y compensaciones
con las cosas o con las búsqueda de status y poder, la caída compulsiva en conductas
sexuales, los problemas psicosomáticos, serán señales para que la persona tome
conciencia que hay que realizar nuevamente una opción y analizar cómo está viviendo
realmente su vocación.
Esta sintomatología puede indicar que los deseos pulsionales no han logrado ser
derivados por la vía de la sublimación, sino que han sido rechazados como intolerables,
mediante diversos mecanismos represivos.
Por lo tanto, puedo afirmar que el celibato optado por los valores evangélicos, no
asegura una adecuada sublimación y una vivencia no represiva de la sexualidad. Esta
elección de esta forma de vida puede ser el resultado de conflictos arraigados en su
historia de vida, o por dificultades para asumir la condición sexuada con todos sus
riesgos. Muchas veces estos sujetos encuentran en la institución religiosa,
especialmente en modelos eclesiales rígidos, un lugar de refugio ante los fantasmas de
la vivencia afectiva-sexual.
Esta afirmación no niega la posibilidad que uno pueda vivir su celibato con sentido
y logrando con este estilo de vida una realización personal.
Es necesario entonces preguntarse, qué puede ayudar a que una persona que
siente el llamado a entregar su vida al proyecto valórico de Jesús, pueda vivir con alegría
su existencia.
Descubro que pueden ayudar los siguientes caminos: hacer memoria afectiva de
su historia afectiva sexual, tomando conciencia de sus conflictos y heridas
experimentadas y de los síntomas y tendencias que han marcado este itinerario
biográfico; construir relaciones interpersonales sanas y amistosas, aprendiendo a dar y
recibir afectos adecuadamente; poseer una vida pastoral activa y apasionada, que no se
transforma en compensación, sino que conscientemente se asume como un camino para
encauzar la pulsión sexual; discernir si el proyecto de vida y su concreción en el trabajo
pastoral logra un estado de satisfacción y realización personal; suscitar la autoconciencia
de los límites y fragilidades humanas y de la tensión que implica la condición sexuada
para todo ser humano.

A modo de conclusión

Al finalizar este trabajo puedo considerar que: si no se generan procesos


formativos en donde los aspirantes a la vida religiosa asuman su condición de ser
sexuados, tomen conciencia de lo que implica realmente la renuncia al ejercicio
exclusivo de la sexualidad y aprendan a encauzar este energía en todas las dimensiones
de su vida, lo más probable es que vivan su celibato como una carga pesada que
angustia y que mantiene, inconscientemente, un conflicto no resuelto.
Por otra parte, concluyo, que a través de un buen proceso de acompañamiento
espiritual y terapéutico, es posible que una vida entregada a los demás, sea satisfactoria
y plena. Será necesario que la motivación principal de la vida –desde los límites y
fragilidades propios de lo humano- sea apasionarse por vivir el servicio y la entrega a los
demás, desde la humildad, la compasión y la misericordia.
Bibliografía

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celibato consagrado. Salamanca: Sígueme.
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Sigmund Freud vol. XX. Buenos Aires: Amorrortu, 1992.
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Korman, V. (2001) Jornadas ·Psicoanálisis y literatura”. ETP, Tarragona.
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Recuperado el 10 de Mayo de 2013, de
http://www.gradivabarcelona.org/gi694.pdf

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