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Marvin Antonio Cantor Pon – 2019 42528

Primer Ciclo sección A

El Universo y el hombre
Probablemente en los albores de la prehistoria, el hombre evolucionó desde sus
ancestros heredando su capacidad de darse cuenta de aquello que en su entorno ocurría,
particularmente de aquellos fenómenos que estaban al alcance de sus sentidos y que
afectaban directamente a su vida. Desde aquel entonces el hombre fue adquiriendo
conciencia de si mismo en la medida que fue comprendiéndose como un ser distinto de
su entorno, con característica que lo distinguen de éste y que más tarde le
proporcionaría la certeza de su ser. No obstante, este desarrollo no podría haberse
llevado a cabo sin el surgimiento de la capacidad de simbolización y su producto, el
lenguaje. Es de este modo que el ser humano puede comenzar a ordenar y sistematizar
su conocimiento del mundo y de si mismo. Así las cosas, nuestra capacidad de
comprensión nos permitió descubrir que nuestro mundo era todavía más amplio de lo
que podíamos observar y más complejo de lo que podíamos entender, por lo que
llevamos a desarrollar abstracciones de la realidad que nos permitieran, aunque fuera de
modo incompleto, aprehenderla.

Que difícil resulta intentar reflejar en unas pocas líneas, mi propio pensamiento
acerca del hombre y el universo. Desde la Antigüedad, el hombre se hace sin cesar las
mismas preguntas, ¿qué lugar tiene el ser humano en el universo? ¿ el hombre forma
parte del universo? ¿Tiene un sentido para él?. Ya en los tiempos de Egipto, el hombre
estaba considerado como un ser excepcional por el hecho de ser un ser pensante que
podía representarse a sí mismo, y esta característica le otorgaba un sitio particular en el
universo. “El ser humano no solo puede ver, concebir objetos, animados o no, sino que
puede darles una realidad coherente, independientemente de la realidad misma”
(Esfinge, Fernando Schwarz, 2016). ¿Cómo encontrar el lugar del ser humano en el
universo? Todo depende de la forma con la que representemos el universo. “Si podemos
pensar los objetos, darles una realidad e integrarlos en nosotros, podemos considerar el
universo como una realidad y podremos encontrar un sitio en él. Si el universo no
representa nada para nosotros, nunca encontraremos este sitio” (Schwarz, Mayo 2016).
Durante el Renacimiento, el filósofo Pico de la Mirándola, escribió De la
dignidad humana, inspirándose en Nicolás de Cusa y en Marsilio Ficino. Dios no ha
dado ningún lugar determinado ni prerrogativa particular al hombre, ya que este se
encuentra en medio del universo y puede elegir lo mejor o lo peor para definir las leyes
del mundo y encarnarlas. Pico de la Mirándola escribe: “Si nosotros no te hemos hecho
ni celeste ni terrestre, ni mortal ni inmortal, es para que, dotado por así decirlo de un
poder arbitral y honorífico de modelarte y confeccionarte a ti mismo, puedas darte la
forma que hubieses querido. Podrás degenerar en formas inferiores, que son bestiales,
podrás por decisión de tu mente, generarte en formas superiores, divinas” (Pico de
Mirándola, sf). Durante un tiempo y según la visión de Newton, el pensamiento
occidental científico y filosófico concibió el mundo como una máquina. Si pensamos
que el universo es una máquina, estamos afirmando que somos máquinas también y
actuamos de forma automática, rutinariamente, tranquilamente. Si nos topamos con
algún problema que no responde al principio de mecanicidad, nos desorientamos, sin
saber adaptarnos, y somos incapaces de encontrar soluciones creativas. Abandonamos
fácilmente, y eso genera en nosotros muchas crisis.
El Hombre, como sistema cerrado autorreferente, con la sola certeza de su
propia existencia, aventura la existencia de otros como él e intenta, a partir de esta
premisa intuitiva, encontrarse con ellos por medio de códigos lingüísticos – simbólicos
que le permitan acoplarse a los otros y de esta manera, hacer coincidir las perspectivas
multiversales en una sola, cuando menos para un grupo de ellos para permitir la
construcción social y el desarrollo humano.
Con todo, el título de este ensayo pudiera haber sido el Hombre en su Universo y
con ello intentar abordar enseguida lo qué nos puede aportar la Mas\ a la comprensión
de todo esto. Desde mi punto de vista de más, entraña al menos tres contribuciones a tal
discernimiento. La primera de ellas corresponde a la enseñanza esotérica-simbólica que
podemos resumir en “Así arriba como abajo, así en el cielo, como en la Tierra”, que nos
proporciona con mucha simpleza, pero a la vez con mucha fuerza, una de las ideas
centrales de mi reflexión. Para la Mas\ existe un Universo organizado, con leyes que le
regulan y que está en estrecha complementación con el modo en que el mismo Hombre
está organizado y regulado. No obstante, “ante la pregunta de si la libertad consiste
únicamente en el libre albedrío o libertad de elección, tiendo a pensar que la libertad no
se refiere únicamente a la posibilidad de escoger entre una o más alternativas, puesto
que también implica la voluntad y la posibilidad de desarrollar un pensamiento creativo.
La facultad de crear tiene especial relevancia, por cuanto no sólo se trata de escoger
entre lo ya existente, sino que de construir algo anteriormente inexistente.
Es aquí donde radica el verdadero éxito del desarrollo humano, tanto individual, como
colectivamente, y es aquí, sin duda, en que el mensaje de la Mas\ toma real fuerza como
guía deontológica (deon ontoz), es decir, como una orientación basada en los deberes
ser del Hombre, lo que de alguna manera contribuya a su vez a construir su propia
esencia (ontoz) y su propósito vital (teloz)” [Comentarios sobre la Libertad, Vega,
2004]. En esto consistiría la tercera contribución de la Mas. En este caso diría que
“vislumbro que estamos en medio de una tarea inconclusa y que si bien hasta el
momento el Hombre a desarrollado modelos cada vez más complejos para comprender
al Universo y a sí mismo, aparentemente no se aprecia que se pueda llegar a responder
todas las preguntas, ni a saciar la sed de conocimiento que el ser humano posee.”
[Comentarios sobre el Ciclo de Filosofía, Vega, 2004]. No obstante la Mas\, mediante
su sistema simbólico, revela a sus iniciados un método que permite, por un lado,
desarrollar la autoconciencia y el autoconocimiento necesarios para lograr una mejor
comprensión del Hombre y, por otra, construir en el acuerdo social una apreciación
compartida de su Universo. La historia del universo inicia hace aproximadamente trece
mil ochocientos veinte millones de años, en un fenómeno que hoy conocemos como el
Big Bang. Cuando uno escucha la palabra universo, lo primero que nos viene a la mente
son objetos brillantes que existen fuera de la Tierra y que hemos visto alguna vez en una
imagen o un documental. Pero el universo es mucho más que eso: las luces filtrándose
por la ventana en el último momento de la tarde, el apoyo incondicional de una madre a
sus hijos y todo cuanto se llegue a vivir y soñar en este mundo lo conforma y debe su
existencia a un solo fenómeno que ocurrió hace miles de millones de años. (Saneli
Carbajal, Físico teórico, sf).

Con el transcurso del tiempo, el ser humano se va preocupando por aprender a


vivir con el caos y el orden del universo que se encuentran en la naturaleza que lo rodea.
En este sentido, el contenido del mensaje es uno, pero sus interpretaciones son tantas
como masones hay sobre la faz de la tierra” por lo que debemos ejercitar
permanentemente la comunicación y el acuerdo fraternal, “…teniendo siempre en
cuenta que todo acuerdo si bien debe ser respetado, asimismo es perfectible, por lo que
su constante revisión es un imperativo” [Semántica, Sintáctica y Pragmática, Vega,
2005]. Así también podemos decir que “tanto el conocimiento de sí mismo, como el del
Universo, son una tarea permanente. De especial importancia es el primero, por cuanto
de una u otra manera, el conocer quién es uno realmente, permite saber por qué ve el
Universo de un determinado modo. Asimismo, el conocimiento acerca de los propios
defectos y virtudes, permite guiar de mejor manera el trabajo de auto
perfeccionamiento.

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