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A esta altura parece bastante claro que el macrismo tiene un problema con la historia.
La vive como una carga, una mochila de la que mejor sería despojarse. En 2013 causó
un revuelo cuando intentó reducir la cantidad de horas de enseñanza de Historia en
las escuelas secundarias porteñas, quitando totalmente la asignatura en los últimos
años. Y entre sus primeras medidas desde la presidencia decidió reemplazar las
imágenes de los próceres en los billetes por las de animales de la fauna local (por un
momento evaluó conceder ese honor a Arturo Frondizi pero la idea fue descartada por
temor a las controversias). El cambio, explicó el Banco Central, se justificaba en la
necesidad de encontrar un “punto de encuentro” para que “todos los argentinos
puedan sentirse representados en la moneda nacional”. En otras palabras, buscar un
tipo de identificación colectiva que prescinda del pasado.
Pero puede que haya también algo más. Si Macri se muestra incómodo respecto de la
historia es también porque lo perturba la propia idea de “patria”. Cabe recordar que en
su asunción alteró sorpresivamente la fórmula protocolar que indica el artículo 93 de la
Constitución. En lugar de jurar desempeñar su cargo “con lealtad y patriotismo”, lo hizo
prometiendo “lealtad y honestidad”. Podría verse en eso y en todo lo demás apenas
una respuesta en espejo al gobierno de Cristina Kirchner: si ella organizó una
megacelebración, nosotros haremos algo austero; si en 2010 hubo narración, ahora no
la habrá; si ella impuso el eslogan “Tenemos patria”, nosotros apelaremos a valores
más temperados y módicamente republicanos.
La ofuscación de Macri con la idea de “patria” y con la historia nacional acaso venga
de una incomodidad más profunda con ese “nosotros” popular concreto que se
expresa –como no podría hacerlo de otro modo– a través de sus memorias múltiples,
tanto las que remiten a las efemérides escolares como las que vienen de las
experiencias de luchas de clase y de represiones. Molesta ese “nosotros” que se
imagina no sólo en los retratos de San Martín, sino también en historias de Patagonias
trágicas y de jóvenes acaudalados haciendo pogroms, de hacheros rebeldes y de
dueños de ingenios azucareros despóticos, de Resistencias peronistas y de jóvenes
que se vuelcan al marxismo en los años setenta, de desaparecidos y de luchas
actuales que se conectan con las de ellos. Molesta la historia porque ese “nosotros”
popular argentino está constituido por ella, atravesado por sus ramificaciones de un
modo tal, que no es sencillo pedirle que se reconozca en algunas de sus memorias
pero no en otras. Sería totalmente injustificado decir que Macri rechaza la idea de
“patria” por no ser genuinamente argentino, que lo es, tanto como cualquiera de
nosotros. Pero en su tensa relación con la historia, incluso en su forma de hablar, se
nota una incomodidad que es también respecto de ese “nosotros”. No se explica de
otro modo que, al menos en dos oportunidades , se haya dirigido en público a
“ustedes, los argentinos” , un colectivo en el que la segunda persona del plural que
decidió usar no lo incluye (y no hace falta ser un lingüista para darse cuenta).