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09/05/2014 - 9:07
Clarín.com
Revista Ñ
Escenarios
Rafael Spregelburd
Su trayectoria es extensa –lleva más de una treintena de obras
estrenadas–, y si bien su estilo fue cambiando, la densidad de ese
mundo tan particular sigue intacta. El primer acercamiento de
Rafael Spregelburd al teatro fue a través de la actuación, pero su
habilidad como organizador de escena lo encaminó hacia la
dramaturgia y la dirección. A los 22, ganó un premio Nacional
con Destino de dos cosas o de tres , su primera obra, y lo que
empezó como un hobbie se convirtió en su obsesión. Luego de sus
funciones como parte del Festival Internacional de Teatro de
Buenos Aires (FIBA), acaba de reestrenar Spam, su última obra, y
también lo tienen como actor El crítico, actualmente en cartelera,
y El escarabajo de oro, mejor película argentina del último Bafici,
que se estrenará en septiembre. “Recién ahora puedo decir que
estoy actuando profesionalmente en cine y en mis propias obras.
Durante mucho tiempo me dediqué a escribir y a dirigir pero
sentía que no era el actor que mis obras necesitaban. Ahora sí, y no
lo puedo evitar. Escribo, pienso y actúo como parte de un solo
fenómeno”, explica Spregelburd a Ñ en su casa, mientras ofrece té,
también en modo esposo (de Isol, ilustradora y autora con quien
tiene un hijo).
–En casi todas tus obras hay algún personaje que tiene
un problema con el lenguaje.
–Mis primeras obras ya trabajaban obsesivamente sobre este
problema, pero eran más ingenuas en el sentido de que yo pensaba
que para construir una obra había que inventar un lenguaje. Los
personajes hablan raro, las estructuras de las oraciones no
coinciden, las preposiciones están mal usadas. Yo estaba
preocupado por esa parte de la construcción que era deconstruir el
lenguaje. Un poco herencia de los absurdistas franceses, que era lo
que había leído como primer teatro. Cuando yo era muy chico, en
mi casa había una biblioteca Losada con todos los clásicos,
heredada de un tío abuelo. Empecé a leer teatro con Ionesco,
Cocteau, Adamov, y pensaba que el teatro era así y que la
literatura en prosa, en cambio, era seria, formal y estructurada.
Después llegaron los otros clásicos y me enteré de que había otro
tipo de literatura dramática. Pero a mí siempre me quedó la
sensación de que escribir teatro era más divertido.