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Sentido literal y sentido espiritual

37. Como se ha afirmado en la Asamblea sinodal, una aportación significativa para la


recuperación de una adecuada hermenéutica de la Escritura proviene también de una
escucha renovada de los Padres de la Iglesia y de su enfoque exegético.[117] En
efecto, los Padres de la Iglesia nos muestran todavía hoy una teología de gran valor,
porque en su centro está el estudio de la Sagrada Escritura en su integridad.
Efectivamente, los Padres son en primer lugar y esencialmente unos «comentadores de
la Sagrada Escritura».[118] Su ejemplo puede «enseñar a los exegetas modernos un
acercamiento verdaderamente religioso a la Sagrada Escritura, así como una
interpretación que se ajusta constantemente al criterio de comunión con la experiencia
de la Iglesia, que camina a través de la historia bajo la guía del Espíritu Santo».[119]

Aunque obviamente no conocían los recursos de carácter filológico e histórico de que


dispone la exegesis moderna, la tradición patrística y medieval sabía reconocer los
diversos sentidos de la Escritura, comenzando por el literal, es decir, «el significado por
la palabras de la Escritura y descubierto por la exegesis que sigue las reglas de la justa
interpretación».[120]Santo Tomás de Aquino, por ejemplo, afirma: «Todos los sentidos
de la sagrada Escritura se basan en el sentido literal».[121] Pero se ha de recordar que
en la época patrística y medieval cualquier forma de exegesis, también la literal, se
hacía basándose en la fe y no había necesariamente distinción entre sentido
literal y sentido espiritual. Se tenga en cuenta a este propósito el dístico clásico que
representa la relación entre los diversos sentidos de la Escritura:

«Littera gesta docet, quid credas allegoria,


Moralis quid agas, quo tendas anagogia.
La letra enseña los hechos, la alegoría lo que se ha de creer, el sentido
moral lo que hay que hacer y la anagogía hacia dónde se tiende».[122]

Aquí observamos la unidad y la articulación entre sentido literal y sentido espiritual, el


cual se subdivide a su vez en tres sentidos, que describen los contenidos de la fe, la
moral y la tensión escatológica.

En definitiva, reconociendo el valor y la necesidad del método histórico-crítico aun con


sus limitaciones, la exegesis patrística nos enseña que «no se es fiel a la intención de
los textos bíblicos, sino cuando se procura encontrar, en el corazón de su formulación,
la realidad de fe que expresan, y se enlaza ésta a la experiencia creyente de nuestro
mundo».[123] Sólo en esta perspectiva se puede reconocer que la Palabra de Dios
está viva y se dirige a cada uno en el momento presente de nuestra vida. En este
sentido, sigue siendo plenamente válido lo que afirma la Pontificia Comisión Bíblica,
cuando define el sentido espiritual según la fe cristiana, como «el sentido expresado
por los textos bíblicos, cuando se los lee bajo la influencia del Espíritu Santo en el
contexto del misterio pascual de Cristo y de la vida nueva que proviene de él. Este
contexto existe efectivamente. El Nuevo Testamento reconoce en él el cumplimiento de
las Escrituras. Es, pues, normal releer las Escrituras a la luz de este nuevo contexto,
que es el de la vida en el Espíritu».[124]

Necesidad de trascender la «letra»

38. Para restablecer la articulación entre los diferentes sentidos escriturísticos es


decisivo comprender el paso de la letra al espíritu. No se trata de un paso automático y
espontáneo; se necesita más bien trascender la letra: «De hecho, la Palabra de Dios
nunca está presente en la simple literalidad del texto. Para alcanzarla hace falta
trascender y un proceso de comprensión que se deja guiar por el movimiento interior
del conjunto y por ello debe convertirse también en un proceso
vital».[125] Descubrimos así la razón por la que un proceso de interpretación auténtico
no es sólo intelectual sino también vital, que reclama una total implicación en la vida
eclesial, en cuanto vida «según el Espíritu» (Ga 5,16). De ese modo resultan más
claros los criterios expuestos en el número 12 de la Constitución dogmática Dei
Verbum: este trascender no puede hacerse en un solo fragmento literario, sino en
relación con la Escritura en su totalidad. En efecto, la Palabra hacia la que estamos
llamados a trascender es única. Ese proceso tiene un aspecto íntimamente dramático,
puesto que en el trascender, el paso que tiene lugar por la fuerza del Espíritu está
inevitablemente relacionado con la libertad de cada uno. San Pablo vivió plenamente
en su propia existencia este paso. Con la frase: «la pura letra mata y, en cambio, el
Espíritu da vida» (2 Co 3,6), ha expresado de modo radical lo que significa trascender
la letra y su comprensión a partir de la totalidad. San Pablo descubre que «el Espíritu
liberador tiene un nombre y que la libertad tiene por tanto una medida interior: “El
Señor es el Espíritu, y donde hay el Espíritu del Señor hay libertad” (2 Co 3,17). El
Espíritu liberador no es simplemente la propia idea, la visión personal de quien
interpreta. El Espíritu es Cristo, y Cristo es el Señor que nos indica el
camino».[126]Sabemos también que este paso fue para san Agustín dramático y al
mismo tiempo liberador; él, gracias a ese trascender propio de la interpretación
tipológica que aprendió de san Ambrosio, según la cual todo el Antiguo Testamento es
un camino hacia Jesucristo, creyó en las Escrituras, que se le presentaban en un
primer momento tan diferentes entre sí y, a veces, llenas de vulgaridades. Para san
Agustín, el trascender la letra le ha hecho creíble la letra misma y le ha permitido
encontrar finalmente la respuesta a las profundas inquietudes de su espíritu, sediento
de verdad.[127]

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