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Rolando Astarita Una tara pequeñoburguesa

Una tara pequeñoburguesa


En notas anteriores (​aquí​,​ ​aquí​,​ ​aquí​) me referí a los métodos que utilizan las
direcciones de muchas organizaciones de izquierda para acallar y sofocar el
pensamiento crítico. En una de esas entradas planteé que muchas veces incluso
se busca la destrucción moral, o personal, de los “heterodoxos”. Escribí:

“…una cuestión que está implícita en lo que he explicado [los métodos


burocráticos para ahogar críticas]… adquiere un fuerte peso cuando la pensamos
singularizada en los seres humanos, de carne y hueso, que han padecido estos
métodos. Me refiero a la destrucción moral de los “heterodoxos”, de los que no
se resignan a ser repetidores de fórmulas bajadas por el sabelotodo comité
central, dirigido por el sabelotodo compañero-dirigente-secretario-general.
Afirmo que lo que se busca es quebrar espiritualmente al oponente de manera
que no vuelva a levantar la voz. Por eso, estos métodos, aplicados a través de
los años, terminan dando resultados asombrosos. Hace años un viejo militante
inglés, un intelectual, viendo en retrospectiva lo que había consentido (no
queriendo ver lo que veía, con el argumento siempre a mano de “todo sea por la
clase obrera y el partido”) se preguntaba con amargura cómo había tolerado
extremos como la agresión física a militantes que se oponían a la dirección del
partido al que pertenecía”.

En esta entrada quiero ampliar lo anterior refiriéndome al cargo que se hace, en


muchas organizaciones, a los militantes de organizaciones socialistas, que
provienen de la clase media, o de la burguesía. Quien me llamó la atención
sobre este asunto fue un periodista y trotskista inglés, Peter Fryer (1927- 2006).
En su juventud Peter había adherido al partido Comunista. En 1956 fue enviado
a Hungría para cubrir el levantamiento popular, pero sus informes fueron
censurado y silenciados por la dirección partidaria. Publicó entonces un libro,
Hungarian Tragedy,​ en el que denunciaba la represión stalinista en Hungría, por
lo que fue expulsado del PC. Adhirió luego al trotskismo. Cuando lo conocí, a
comienzos de los 90, publicaba regularmente en ​Workers Press​, periódico del
Workers Revolutionary Party. Por ese entonces era muy crítico de los métodos
burocráticos que imperaban no solo en el PC, sino también en grupos
trotskistas. Tuvimos varias charlas, en un momento en que yo empezaba a

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revisar críticamente los análisis y política trotskista (en particular, el ​Programa


de Transición​, escrito por Trotsky).

Pues bien, Peter decía que una de las formas en que se manejaba a compañeros
críticos, cuando provenían de la pequeña burguesía, era con el cargo de su
procedencia de clase. La idea que se transmitía era que aquellos que no
proveníamos de la clase obrera teníamos una “tara de origen”, un defecto
psicológico, irremediablemente impreso en nuestras mentes por la crianza
pequeñoburguesa que habíamos recibido. Por eso, y como subrayaba Peter, un
militante podía haber hecho los mayores esfuerzos, como entregar al partido la
herencia de sus padres, vivir en un barrio obrero, trabajar en una fábrica, militar
denodadamente, ​pero nunca borraba del todo la culpa-tara originaria.​ Así, el
cargo se mantenía latente, y se “actualizaba” cuando se atrevía a cuestionar más
o menos seriamente a la dirección partidaria.

En este punto quiero precisar que no me estoy refiriendo a caracterizaciones de


clase de un programa, de una teoría, etcétera. Por ejemplo, un programa de
gobierno que defiende la propiedad privada del capital tiene un carácter de clase
definido, y nadie debería molestarse porque alguien realice esa caracterización.
Es una afirmación pasible de análisis y discusión científica objetiva. La “tara de
origen”, en cambio, era una acusación ​ad hominem​, que apuntaba a controlar
mentalmente al militante, y a quebrarlo en caso de necesidad. No sé si se sigue
empleando, pero sé positivamente que se ha empleado en muchas
organizaciones. Lo que decía Peter Fryer no carecía de evidencia empírica.

Agrego que, curiosamente, muchas veces el cargo “usted es un


pequeñoburgués” lo hacía un dirigente que también provenía de la clase media;
que no trabajaba, ni había trabajado en fábrica; y que hasta podía tener una vida
relativamente acomodada. Pero el líder estaba inmune a la tara. Eso era
incuestionable. De la misma manera que habían estado inmunes Marx, Engels
(quien incluso había dirigido una empresa), Lenin, Trotsky, y otros referentes
históricos. El virus pequeñoburgués solo afectaba a los comunes.

Cierro esta breve nota señalando que más importante que cuestionar
procedimientos y métodos burocráticos es romper con toda esa maraña de

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ataduras mentales que se han impuesto sobre buena parte de la militancia. Es


vital para dar alas al pensamiento crítico.

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