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La ciudad de la felicidad

“Se habla de una ciudad llamada Omelas, donde imperan la felicidad y las
celebraciones públicas, un lugar sin reyes ni esclavos, sin publicidad ni Bolsa
de Valores, sin bombas atómicas. Por si este lugar nos parece demasiado irreal
para que si quiera podamos imaginarlo, hay algo más: “En un sótano de alguno
de los bellos edificios públicos de Omelas, o quizá en los bajos de una de sus
espaciosas viviendas, hay una habitación. La puerta esta cerrada a cal y canto.
No tiene ventanas”. Y en esa habitación hay un niño que padece una
deficiencia mental, que está desnutrido, abandonado. Vive sus días en la
miseria más penosa.

Todos saben que existe, todos en Omelas lo saben.


Todos saben que tiene que existir. Todos saben que su felicidad, la belleza de
su ciudad, la ternura de sus amistades, la salud de sus hijos, hasta la
abundancia de sus cosechas y el amable clima de sus cielos, dependen por
completo de la abominable miseria del niño. Que bueno seria, realmente, que
se sacase al niño del despreciable lugar donde vive y se le lleve a la luz del día
y se le lave y alimente y confortase; pero si se hiciera, toda la prosperidad y
belleza de Omelas se deterioraría y destruiría. La condición es esa.”
Es un día cualquiera con la misma armonía de Omelas. De pronto se escuchan
unos gritos apresurados, todos saben que se trata del niño: «Seré bueno —
dice—. Por favor, déjenme salir. ¡Seré bueno!».
Una bomba va a estallar a cierta hora. Usted es el jefe de la rama local de la
CIA. Captura a un presunto terrorista; usted cree que tiene información acerca
de un dispositivo nuclear que estallará en Manhattan ese mismo día. Usted
sospecha incluso que es él quien ha puesto la bomba. El reloj corre, y se niega
a admitir que es un terrorista o a decir dónde está la bomba. ¿Estaría bien
torturarlo hasta que diga dónde está la bomba y cómo se la desactiva?
El tiempo de acaba, la única forma de hacer hablar al terrorista es torturando a
su hija de siete años, quien no conoce las funestas actividades de su padre.
Un tranvía desbocado y sin frenos se dirige hacia cinco trabajadores que están
en la vía. No puedes avisarles y tampoco puedes parar el tren, pero sí puedes
accionar una palanca que lo desviará hacia otra vía. Allí hay otro trabajador,
pero está solo. ¿Debes apretar la palanca?
Esta vez usted es un espectador. Observa como el tranvía se dirige por la
misma vía donde están cinco trabajadores. Tampoco ahora funcionan los
frenos. Usted se siente incapaz de impedir el accidente, hasta que ve a su
costado a un hombre de masa voluminosa. Usted podría empujarlo para que,
una vez abajo, intercepte al tren y lo detuviese. Este hombre moriría, pero los
cinco trabajadores se salvarían. (Se le ha pasado por la cabeza lanzarse usted
mismo, pero es muy delgado para detener el tranvía.)

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