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Despedida Espiritual

Lucas 23: 46
Introducción:
A esta palabra se la ha denominado la de la “entrega”. Es una expresión de confianza
y de esperanza espiritual. La encarnación fue una decisión difícil para el Hijo de Dios.
Encerrarse en un cuerpo humano, vaciándose de su gloria (Filipenses 2: 5-7) y
exponerse a limitaciones humanas, demandaba una negación muy grande. Ahora,
treinta y tres años y medio después, al Hijo de Dios le toca tomar otra difícil decisión
dejar su cuerpo para que fuera expuesto a la muerte. Dos cosas aprendemos de esta
séptima palabra: primero, la preparación para la hora de la muerte; segundo, la
confianza a la hora de la muerte.

1. La preparación para la hora de la muerte:


a) En cuántas cosas podía pensar Jesús. Cuántas personas podían
llegar a su mente. Sin embargo, su pensamiento voló hacia el
Padre. A pocos pasos de tener la cita con el enemigo de la raza
humana, tuvo otra cita, y era con su Padre.
b) La realidad de la muerte nos debe llevar a tener una experiencia
muy personal y estrecha con Dios, reconociéndolo como Padre.
Somos sus hijos y Él se preocupa por nosotros. Es un Dios que
como “Padre” es bueno, cariñoso, atento y dispuesto. No es el
Dios distorsionado por una mala e inadecuada exégesis de
predicadores que en el lente de su opinión sólo presentan un
retrato de un Dios de Juicio y de castigo.
c) ¿Cómo nos preparamos para la hora de la muerte?
1. Escuchemos la voz de Dios por medio de la lectura de su
Sagrado Libro.
2. Dejemos que Dios escuche nuestra voz por medio de la
terapia de la oración.
3. Hablemos franca y honestamente de la muerte como
creyentes de fe y esperanza.

2. La confianza a la hora de la muerte:


a) Ante la cercanía de la muerte, el Señor Jesucristo aseguró su alma-
espíritu. Éstas fueron sus palabras: “en tus manos encomiendo mi
espíritu”. Ya antes la había expresado el salmista David: “en tu
mano encomiendo mi espíritu” (Salmo 31: 5)
b) Tanto el que ha de morir como los familiares y amigos creyentes
de éste, deben poner en las manos del Padre sus temores, sus
incertidumbres, sus interrogaciones y sus sentimientos de tristeza.
Deben tener esa confianza de que el Padre cuida personalmente
del alma—espíritu de todos aquellos que son sus hijos por la fe.
c) Cuando la muerte es inevitable, el creyente no se debe acobardar entre
ella; debe presentarse al Padre pidiéndole su ayuda.

Conclusión:
En mis muchos años de ministerio, he sido testigo de muchos siervos de Dios
que, ante la inminencia de su muerte, se han resignado y, con valentía de
espíritu, se han encomendado al Padre celestial.

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