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Samuel

Dos libros, una obra compacta que desemboca en 1-2Re; son libros emparentados
con la tradición deuteronomista. Se divide en dos secciones: a. 1Sm 1-15: de los
jueces a la institución de la monarquía; Samuel es juez, sacerdote y profeta. Se
trata de un material antiguo coordinado por un único hilo narrativo; b. 1Sm 16 -
1Re 2 tienen por protagonista a David. Esta historia se articula en dos partes:
primera, subida al trono de David (1Sam 16 – 2Sam 6) y segunda, la“sucesión”
(2Sam 7 -1Re 2). 1-2Sam: tejido literario homogéneo; podemos dividirlo en 7
cuadros. Primero: 1 Sam 1-7, actor dominante, Samuel; segundo: 1 Sam 8-15,
Samuel y Saúl; tercero: 1Sam 16 – 2Sam 1: confrontación entre Saúl y David; lleno
de golpes de escena; culmina con Saúl suicida en Gelboé. Cuarto: cc. 2-6, David,
protagonista del entero 2Sam (+ la sombría presencia de Joab, sobrino
sanguinario). Quinto: cc. 7-12, más denso a nivel teológico: esplendores y miserias
de David. Con el sexto, cc.13-20, el relato se precipita en el drama: fragilidad del
reino, revolución de Absalón. Séptimo: termina 2Sam con cc. heterogéneos para
armonizar la vida de David con la de Salomón: cc. 21-24. Tres grandes actores.
Dentro de este relato muy ágil se suceden en crecendo tres héroes, alrededor de
los cuales se desarrolla la trama. Samuel: prototipo de los profetas, último de los
jueces, padrino poco entusiasta de la monarquía, sacerdote de Silo. Los santuarios
pierden su importancia, el arca es trasladada a Sión. Samuel tiene un “evangelio
de la infancia” propio. Tuvo una función pública de equilibrio en un momento de
confusión. Como sacerdote consagrará al nuevo rey; dentro del espíritu de la
profecía está su crítica del poder, exigiendo coherencia entre culto y vida, entre fe
y justicia (1 Sam 15,22). Su palabra acerca de la monarquía será solo de juicio y se
transformará en silencio. Saúl: descrito con vivos colores y buena dosis de
simpatía, a pesar de la sombría tragedia que lo envuelve. Pero no es el héroe
solitario; su lúcida locura, el contraste con su pariente David, su crepúsculo
desolado, buscando consuelo en la magia, el abrazo suicida con su misma espada,
no son realmente elementos épicos, sino, más bien, teológicos, destinados a
ilustrar la crítica a la monarquía y abrir el horizonte a David. Su figura está
íntimamente ligada al nacimiento de la monarquía. Pero, sabemos que esta nueva
institución es vista de dos maneras totalmente opuestas: a) 1Sam 8,1-22. La
monarquía es vista como una infidelidad a Dios, una falta de confianza en Él. Dios
es el único rey de Israel; su único intermediario es el profeta. Pedir a un rey
significa entregar la justicia a un hombre despótico y prepotente. Los vv. 11-18 son
como la carta de los derechos reales. Todo lo que era de la tribu ahora es “suyo”.
Familia, tierra y productos quedan sometidos a la depredación legal del fisco real;
los derechos del rey legalizan lo que prohibía el noveno y decimo mandamiento.
Israel ha vuelto a ser esclavo. A todo ello se yuxtaponen páginas en que se exalta
el nuevo régimen como una innovación providencial bendecida por Dios: 1Sam 9,1
– 10,16. Orientación que quería reestructurar el poder sacerdotal y religioso y
asegurar, a través de la línea dinástica, una continuidad de poder; la unificación de
las tribus haría más sólido al Estado contra los filisteos; vendría una era de triunfos
militares y de libertad (1Sam 14,47-48). Tercer héroe: David. Su figura aparece
fuertemente reestructurada, con todos sus defectos y grandezas. Se subrayan sus
miserias morales, sus tragedias familiares, el poder paralelo de Joab, dificultades
de sucesión, venganzas sangrientas. Las Crónicas sentirá la necesidad de purificar
su imagen de todas estas miserias. En realidad, David entrará en la teología como
“tipo”, modelo de la esperanza mesiánica; tipo del “Cristo”, el arte cristiano lo
exaltará en todos los momentos de su existencia.

SAUMUEL

En hebreo semu el (=su nombre es Dios"); 1Sm 1,20 da la siguiente


explicación: "se lo he pedido a Yhwh". Tal vez la etimología popular envía al
siguiente término: seme el (= el que es de Dios).

Personaje clave del período de transición entre los jueces y la monarquía.


Último de los jueces, prototipo de los profetas; padrino poco entusiasta de la
monarquía. Hijo de Elcaná y Ana, de la tribu de Efraím, pasó su infancia en el
templo de Siló; tiene su "evangelio de la infancia" Como juez, se traslada a
distintos santuarios: Betel, Guilgal y Mispa dentro del territorio de Benjamín y al
sur de Efraím. Su autoridad se extendió progresivamente a las otras tribus
(¿cómo?). Según 1Sm 12,1, ¡gobierna! Según la costumbre de aquellos tiempos,
desempeña un papel religioso y litúrgico. Como sacerdote-consagrante, ungió a
los dos primeros reyes. Se van dando las condiciones para una autoridad
permanente (1 Sm 8,1-3). Dentro del espíritu de la profecía está su crítica del
poder (1Sm 15,22). Cf. Si 46,13-20.

SAÚL

No podemos afirmar que el reinado de Saúl se haya mostrado fecundo y


creador de literatura como lo será lo de David. Tal vez porque la corte en Guilbea
(1Sm 20,25) era muy modesta. Saúl, en hebreo sa ul = "pedido", hijo de Quis, de
la tribu de Benjamin (1Sm 9,1-2), había sido llamado, hacia el 1030, para ser un
instrumento especial de la voluntad del Señor : "él librará a mi pueblo del poder
de los filisteos pues he visto la aflicción de mi pueblo" (1Sm 9,16). Después del
asedio de Yabés de Galaad, fue proclamado rey en el santuario benjaminita de
Guilgal (1 Sm 11,15) En realidad, nunca llegó a ser un modelo para la posteridad;
nunca se creó una tradición detrás de él.

El material de la tradición sobre Saúl es considerable, pero disminuye mucho


si nos quedamos con el material que nos habla únicamente de él; prácticamente
queda sólo el relato de su coronación (1 Sm 9-11) y los capítulos 13-15; la
narración de su visita a la nigromante ( c. 28) y de su muerte ( c. 31). Las
narraciones de Saúl con David pertenecen al libro de "la ascensión al trono" de
éste último. También Saúl tuvo su momento de gloria ( ), pero la fe vio en él al
Ungido que escapa de la manos del Señor y va saliendo de la escena. Es él quien
ha ido pasando de ilusión en ilusión; él es esencialmente el abandonado por
Dios, el desesperado que precipita inexorablemente en la oscuridad de su
destino. Es la fatalidad que sobreviene a quien Dios abandonó; él debe actuar,
pero es precisamente actuando que lleva a término su destino (1 Sm 14, 29s). La
narración bíblica acompaña a este rey, eclipsado por la figura de David y
perseguido por tanta mala suerte, con mucha simpatía hasta el fin de su camino.
El resultado consiste en una tragedia de evidente grandeza y muy cercana a la
tragedia griega. La narración de su coronación está formada, en realidad, por dos
relatos. En la narración más antigua es Yhwh que toma la iniciativa y ordena a
Samuel que unja a Saúl. Su carisma se despierta en el asedio de Yabés (11,6s) y lo
conduce a la victoria sobre los amonitas (1 Sm 9, 1-10.16; 10,27b -11,15).

En la narración más reciente, la iniciativa parte del Pueblo en medio de las


protestas de Samuel. Saúl es elegido por la suerte en Mizpa (10,17- 21). El Señor
reconoce el pecado de Israel, pero igualmente concede un rey. Samuel renuncia a
ser juez y advierte al pueblo sobre la afrenta cometida hacia Yhwh (1 Sm 8; 10,17
- 27ª; 12). La monarquía es, de naturaleza, familiar y militar (1 Sm 15,47-52); la
realeza se estaba institucionalizando. El texto bíblico recuerda de Saúl sobre todo
las faltas que condujeron a la ruptura con Samuel y provocaron el rechazo divino
(1 Sm 14,7-15; 15,10-23). A Saúl, junto con tres de sus hijos, lo mataron los
filisteos en el monte Gelboé (c.31). No aparece en el Sirácide.

David

Dawid parece derivarse de la raíz ydd y del nombre dod = “amado”, “predilecto”;
nació en Belén capital de Judá. Pronto entró al servicio del rey, hasta llegar a ser
comandante de la tropa; los éxitos le permitieron estrechar relaciones cada vez
más fuertes con la familia de Saúl. Pero, llegó la ruptura: el rey sospechaba que
David pudiera destronarlo o sustituir a Jonatán en la sucesión; entonces… tuvo
que huir. El aventurero: David de rodeó de mercenarios formando un grupo
independiente que luchaba contra los filisteos y los amalecitas. Pero Saúl siguió
buscándolo, entonces David se puso al servicio del filisteo Aquis de Gat, y como
vasallo de los filisteos los defendió de los nómadas del sur. A la muerte de Saúl fue
elegido rey de Judá y de Israel. Personalidad: excepcional, valiente e indómito
guerrero, astuto político, prudente organizador del Estado, sabio administrador de
la justicia. De ánimo generoso, siempre fiel a sus amigos, condescendiente con sus
hijos hasta la debilidad; cruel con sus enemigos. Hombre religioso, de piedad
sincera, que acudía a la oración y a los consejos de los hombres de Dios; tal vez
compuso personalmente algunos salmos, hizo penitencia por sus pecados. Con el
correr de los tiempos, David se convirtió en el rey ideal de Israel, profundamente
humano y totalmente entregado al servicio de Dios. La alianza davídica: 2Sam 7,1-
17. El punto culminante de toda la tradición relativa a David es la promesa divina
que se le hizo a él y a sus descendientes. Texto: el oráculo de Natán fue releído y
profundizado en los siguientes textos: 1Crón 17,1-5; 1 Re 2,12.45-46; 8,22ss; y en
los Salmos 89 y 132. Según muchos, el núcleo esencial de 2Sam 7,1-17 se remonta
a la época de David. El profeta Natán informó al rey que Dios no quería la
construcción de un templo –ya que siempre había habitado bajo tienda -, sin
embargo, como hizo en el pasado, también en el futuro, recompensaría a su siervo
David. Israel gozaría de paz y libertad. A la muerte de David, el trono
permanecería estable y la sucesión continua de la descendencia quedaría
asegurada. El Señor miraría con benevolencia a la casa de David portándose como
un padre: en el caso de portarse mal, castigaría a los descendientes con
moderación. El reinado no pasaría a otra descendencia porque “tu casa y tu reino
subsistirán por siempre ante mí por siempre” (2Sam 7,16). Contesto de alianza:
aunque no aparezca el término alianza pero sí aparecen algunos detalles de un
pacto. Dos veces se le otorga a David el título de “siervo” (2Sam 7,5.8); el rey y la
dinastía son objeto de la benevolencia divina (hesed). Se presenta la promesa
como cláusulas de un tratado de alianza. La promesa hecha a David no abroga la
alianza del Sinaí, sino que la completa “centrándola en la dinastía davídica. Como
vasallo del Señor, el rey asegura al pueblo el derecho y la justicia de Dios, le
procura estabilidad y bienestar. La casa davídica recibe una misión en la que se
realizan los bienes mesiánicos. En este sentido la dinastía se convierte en la
portadora de la esperanza mesiánica. La institución monárquica pasa a ser un
organismo de gracia, un canal de salvación. Por medio de ella Dios lleva a
cumplimiento el feliz destino de Israel”. De ahora en adelante, “la subsistencia del
pueblo está ligada a la permanencia de la monarquía. La idea mesiánica, de este
modo, va asumiendo la forma de un reino establecido por Dios” (cfr. S. Virgulin).
Profundización. El oráculo de Natán fue releído y profundizado en 2Sam 23,5; en
1Re 2,12.45-46; 8,22ss; 9,5; 11,36: fue comentado en los Salmos 89 y 132. Los
salmos reales exaltan la figura del rey davídico, garante de la justicia: 45 y 72; su
filiación divina: 2; 110. La idealización del monarca es recogida y ampliada por los
profetas sucesivos. Su mirada se dirigirá a un descendiente extraordinario, a la de
un rey único y definitivo, que llevará a cumplimiento, de forma eminente, la
función de la dinastía davídica, dentro de un contexto escatológico: Is 9,1-6; Miq
5,1-5; Jer 23,5s; Zac 9,9s. S. Virgulin,

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