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Clase 03 de mayo del 2018

Paulo Ramírez Bustamante.

Psicopatología social: Construcción de la diferencia.

Síntesis: CONSIDERACIONES MÉDICAS DECIMONONICAS EN TORNO A GENERO,


SALUD Y EDUCACION, por Diana Veneros.

El artículo comienza relatando la guerra ideológica que la medicina y la psiquiatría sostenían


“contra el deseo de cambio de la mujer” que sucedía a fines del siglo XIX y principio del XX,
principalmente con las ideas que pudiesen amenazar el “corpus social”, dos aristas
principales: una relacionada al control de natalidad y el aborto, el otro a la educación
femenina, aquello basándose en las teorías Darwinianas.

Principalmente atribuían a que la supuesta inferioridad de la mujer era por la función


reproductiva, al hombre se le atribuía la intelectualidad, mientras que la mujer, lo emocional.
Se agrega que no solo eran de perspectiva biologisista estas teorías, sino también sociales:
cuestiones tales como la moralidad, domesticidad, servicio a la familia, entre otros, eran
esenciales para la supervivencia y mejoramiento de la especie, y estas debían ser sostenidas
por la mujer.

Spencer comenta acerca del desarrollo humano, que este depende de la utilización de cierta
cantidad de energía, y las mujeres al estar sujetas a la función reproductiva sacrificarían gran
parte de esta, impidiéndole desarrollar cualquier otra función. Geddes y Thompson
comentan la diferencia sexual basada en el metabolismo celular: “las células masculinas eran
catabólicas…activas y energéticas. Las células femeninas…eran anabólicas o conservadoras
de energía”. Meiggs propone que la mujer es “gobernada por el útero (matriz)”.

Desde estos conceptos surge el Modelo de Irritación Refleja, el cual explica que cualquier
trastorno al órgano reproductivo puede provocar reacciones patológicas en zonas del cuerpo
que son distantes. En este sentido, las consecuencias negativas que carga la mujer es por su
determinismo biológico, de ahí la cuestión de “sufrirse mujer”.

Otro argumento es el entregado por la Psicología de las mujeres del periodo victoriano
“tanto el cuerpo como la mente eran sexuados”, en relación a esto, la maternidad era el
destino de la mujer, comentando que “las solteras eran más proclives a los trastornos físicos y
emocionales”, por lo que la mujer estaba mentalmente constituida para asumir el cuidado de
los niños, sumado que el hombre carecía de paciencia, devoción y compasión, la mujer era la
compañía y apoyo de este, complementándolo según sus necesidades según lo descrito por
Maudsley, constituyendo la idea de complementariedad. Este también se refería de forma
peyorativa al parto y al amor maternal “¿puede haber algo más ridículo que toda esa
conmoción amorosa acerca de lo que es esencialmente un producto excretorio que llega al
mundo de una manera excretoria?.

Algunas décadas antes de comenzar la gran guerra, se debatía entre psiquiatras y feministas
lo que las mujeres debían ser, la materia más controversial fue la educación, Maudsley
sostenía que el entrenamiento intelectual de la mujer producía un “daño irreversible en sus
sistemas reproductivos y cerebros” llevando a las mujeres asexuarse en tanto su continuidad
de estudios, llevando al suicidio de la especie humana como consecuencia. Clarke desde la
medicina agregaba que la mujer se constituía débil por la menstruación, por lo que enfocar su
energía en asuntos intelectuales producía un “un retardo en el desarrollo del sistema
reproductivo”

Seguían surgiendo discursos en contras de la reivindicación de la mujer tales como el de


Lambroso quien manifestaba que la maternidad y la menstruación son inversas a la
intelectualidad, lo que en consecuencia reafirmaba un sistema binario de representaciones
en el que “las categorías duales de órganos: cerebro-corazón se asociaban a hombres y
mujeres respectivamente”. Esta representación va generando una ambigüedad ideológica,
si bien la mujer era inferiorizada biológica y psicológicamente “se hallaba encarcelada en sus
características más básicas y animales, era más moral que el hombre, pero con menos
control de su propia moralidad”, aun con todos estos juicios, la mujer debía cumplir una
función fundamental en la sociedad.

Contexto chileno:

En la sociedad chilena también se vieron introducidas las teorías occidentales respecto a la


mujer, por lo cual también se genero debate, en particular cuando Teresa Tarrago e Isabel
Le Brun de Pinochet solicitaron autorización para que sus alumnas rindieran exámenes
validos en la universidad de chile para estudiar carreras científico humanista. Sin embargo, la
gran influencia de doctores como Monlau, que afirmaba que las mujeres debían ser
adecuadamente orientadas para cumplir su papel de esposa y madre de familia, fue asignado
roles determinantes para la funcionalidad del constructo social, acentuando la diferencia y la
complementariedad entre hombre y mujer.

Cabe agregar respecto a las distintas afirmaciones de los doctores y psiquiatras, que estas
fueron construyendo concepciones de lo enfermo y lo sano en lo biológico, psicológico y
social, si las mujeres se adecuaban a su rol eran ubicadas del lado virtuoso, contrariamente la
femineidad enferma se representaba “en la mujer intelectualmente ambiciosa, sexualmente
agresiva, y carente de las virtudes de sumisión y desprendimiento”.

Sin poder ser excluida de la educación, distintos discursos se fueron articulando en torno a
cómo debía ser educada la mujer en relación y diferencia del hombre, destaca el expuesto por
Teresa Gatica sobre la cesión regulada de oportunidades educativas la cual coloca
ciertos límites para la mujer, es decir que aquella que quisieran acceder a estudios
superiores estos debían estar encauzados a cuestiones como la maternidad o la dimensión
infantil, cuestiones como esta fueron acentuando la diferencia, haciendo visible que en las
distintas áreas de estudio lo femenino fue ubicado bajo lo masculino. Eloísa Díaz Insunza,
Ernestina Pérez, y Eva Quezada Acharan fueron algunas que pudieron con las reticencias y
obtuvieron estudios superiores.

No fue hasta el siglo XX que el acceso a la educación y sus posibilidades se ampliaron para
las mujeres, situación propicia para comenzar a generar críticas desde dentro del
“establishment” intentando desenmarañar lo discursos que acaecían sobre lo femenino. Aun
así “Negaron la pretendida evidencia de que el desarrollo intelectual y la asertividad femenina
fueran causales de locura y enfermedad para el género -así como la decadencia de la raza”

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