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La corónica: A Journal of Medieval Hispanic Languages, Literatures,


and Cultures, Volume 40, Issue 1, Fall 2011, pp. 183-225 (Article)

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DOI: 10.1353/cor.2011.0028

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http://muse.jhu.edu/journals/cor/summary/v040/40.1.perea-rodriguez.html

Access provided by Consejo Superior Investigaciones Cientificas CSIC23 Nov 2015 12:01 GMT
“Q u e b r a n ta r l a j u r a d e
m i s a b u e l o s ”:

LOS CONVERSOS EN LOS CANCIONEROS


C A S T E L L A N O S D E L TA R D Í O M E D I E VO
(1454-1504)

Óscar Perea Rodríguez


U niversit y o f C A L I F O R N IA , r I V E R SI D E

La consideración de la poesía de cancionero castellana de la Baja Edad


Media como una “lírica de los Trastámara” se debe, en principio, a la cuasi
exacta coincidencia cronológica entre el esplendor de esta moda lírica y
el casi siglo y medio en que los miembros de esta dinastía ciñeron las
coronas de Castilla y de Aragón (Perea Rodríguez, La época del Cancionero
de Baena, 255-65). Pero también participa de esta consideración otro
aspecto crucial, como fue que todos los miembros del linaje Trastámara
que ocuparon los tronos hispánicos tuvieron un estigma fundamental al
que atender: el ilegítimo origen de su acceso al trono. Por ello, cada uno
de los monarcas de esta casa gastó gran parte de sus esfuerzos paralelos
al gobierno de sus reinos en edulcorar este pecado original. Así, la poesía
cancioneril fue estimulada conscientemente por los Trastámara, pues en
ella encontraron un fantástico canal para la divulgación de propaganda

LA CORÓNICA 40.1 FALL 2011 183-225


P e r e a R o d r í g u e z LA C OR Ó NI C A 4 0 . 1 , 2 0 1 1

política favorable a sus intereses familiares. 1


En un conflicto tan profundamente ideologizado como la lucha entre Pedro
I y su hermano, Conde de Trastámara y futuro Enrique II, no podemos pasar
por alto que el más universal de los poetas hebreos hispánicos, Sem Tob de
Carrión, dedicase al monarca a la postre perdedor sus Proverbios morales,
buscando la protección que la monarquía siempre prestó a la minoría hebrea.2
En el lado contrario, el victorioso Enrique II había empezado muy pronto
a integrar el antisemitismo en su discurso político, tal como ejemplifica la
famosa difamación que pretendía hacer a Pedro I hijo de un judío llamado
Pero Gil, razón por la cual sus partidarios recibieron el despectivo apodo
de emperogilados.3 Con tales antecedentes, no puede extrañar la explosión
violenta del pogromo de 1391 (Wolff 7-8), momento en el que el problema
converso saltó a la palestra como ingrediente esencial de la historia de
España, a pesar de que frecuentemente tienda a ser desvanecido, a veces
sin querer, otras veces en forma de compacto velo creado a propósito
para difuminar lo que, parafraseando a Eloy Benito Ruano, es uno de los
episodios más incómodos al tratar el pasado histórico, literario y cultural
español (Los orígenes del problema converso 199-200).
En tanto los cancioneros son un óptimo terreno para el análisis de los
fenómenos culturales de la Baja Edad Media hispánica, la presencia en
ellos del espectro social de lo converso es fácilmente detectable.4 En
un trabajo anterior espigué algunos datos de esta representación en los
primeros cancioneros castellanos medievales, sobre todo en algunos
poemas relacionados con la caracterización de los cristianos nuevos,
además de analizar a ciertos poetas pertenecientes a este heterogéneo grupo

1  Un planteamiento general de la cuestión puede hallarse en Nieto Soria, “Apología y


propaganda de la realeza en los cancioneros castellanos del siglo XV”, y en Perea Rodríguez,
“Propaganda ideológica pro-Trastámara en el Cancionero de Baena”.
2  Según los argumentos de Valdeón Baruque (El chivo expiatorio 27-33) y Alcalá (58-59).
3  La integración del antisemitismo en el discurso de Enrique II se trata en Valderón
Baruque (Los Trastámara 81-83). Sobre los emperegilados, véanse Wolff 7-12; Rodríguez
Puértolas, “La poesía de la Baja Edad Media” 88; y Perea Rodríguez, La época del
Cancionero de Baena 110-12.
4  Véanse los trabajos de Cristina Arbós Ayuso y de Yirmiyahu Yovel, “Converso Dualities in
the First Generation”.

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social (“Quebrantar la jura de mis abuelos: Los conversos en los primeros


cancioneros castellanos medievales [1369-1454]”). Es turno ahora de indagar
los cambios ocurridos en la segunda mitad del siglo XV, caracterizados
sobre todo por dos elementos principales. El primero, una ausencia: el
gusto por los intercambios poéticos, característico del Cancionero de Baena
y que tuvo su apogeo en la corte de Juan II (Chas Aguión, “Concordancias y
discordancias” 154), no parece haber tenido el mismo éxito en los reinados
posteriores, pues apenas hemos conservado unas pocas excepciones. El
segundo, una cierta continuidad: durante la época que se va a analizar, los
conversos heredaron la misma posición de “cameral servitude” (Abulafia
714), una servidumbre áulica a favor de la monarquía, que había sido
disfrutada por algunos influyentes judíos años atrás (Gutwirth, “Jews and
Courts” 6-15). Así, sobre todo tras los sucesos toledanos de 1449, reciente
y profusamente expuestos por Rica Amrán (Judíos y conversos en el reino de
Castilla 65-71), personajes tan notables como Alonso de Cartagena, Fernán
Díaz de Toledo y Juan de Torquemada pusieron sus brillantes plumas y
su exquisita prosa al servicio de un doble ideal: defender a los conversos
y cimentar de forma sólida el autoritarismo del poder regio.5 Calibrar la
interacción de estas dos variables en la poesía de cancionero castellana de
entre los años 1454 y 1504 será el objeto principal de este trabajo.

Construcción y destrucción de la poética conversa en


la monarquía de Enrique IV
Los años finales del reinado de Juan II y los iniciales del de su hijo, en lo
que a cancioneros se refiere, están representados por un curioso poemario
colectivo que no ha recibido demasiada atención de la crítica: el Cancionero
de San Román (MH1). Su corpus central, al margen de algunas adiciones
muy posteriores, puede considerarse completado hacia 1454 (Dutton 1:
430), por lo que representa a la perfección ese momento de cambio en la
situación de los conversos ocurrida después de los sucesos de 1449.6

5  En la línea de los análisis de Alisa Meyuhas Ginio, “La opción desaprovechada”, y de Bruce
Rosenstock.
6  “From 1400 to 1449 there is little evidence of serious popular agitation” (Mackay 58).
Obviamente, las cosas cambiaron a partir de ese citado año.

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Valga como testigo Juan de Dueñas, un autor de la misma generación que


el Marqués de Santillana y de accidentada biografía, pues entre prisiones en
Génova y exilios en Nápoles no regresó a Castilla hasta 1439 (Marino, “Un
exilio político en el siglo XV” 150). Su perfil biográfico de hombre de mundo
hace no solo que sus poemas se hallen en casi todos los cancioneros que se
dejan datar hacia los años centrales del Cuatrocientos, sino que se puedan
percibir a través de ellos todos los cambios culturales ya mencionados. Así,
el joven Dueñas que en el Cancionero de Palacio (SA7) aparece puliendo
unas herramientas líricas con las que, algo más tarde, luciría su ingenio en
la brillante corte napolitana de Alfonso el Magnánimo,7 no parece el mismo
autor de los poemas recogidos en el Cancionero de San Román, compuestos
con posterioridad a 1439 y antes de 1454, dato mucho más importante si se
tiene en cuenta que la mayoría de su producción poética se encuentra en
este cancionero (Tato García, “Las rúbricas de la poesía cancioneril” 46), lo
que tal vez indicaría la posibilidad de que hubiera existido un cancionero
individual del propio Dueñas entre los materiales agavillados en MH1 (Tato
García, “Un acercamiento al problema de las atribuciones” 224). Si bien
en MH1 se puede seguir atisbando al lozano poeta amoroso a quien no
repugnaba la convivencia de diferentes credos en la corte, como en el poema
dedicado a una “Fermosa gentil judía”, en el que no duda en reconocer que
“sino tornarme judío / pues no me devo tornar, / por vos servir y loar / todas
penas desafío” (ID 0476, MH1-211, fol. 352v), Dueñas descargó toda su
furia en otro poema de claro contenido político y reivindicativo destinado
a Juan de II de Castilla, ante quien el poeta realizaba una curiosa queja y su
correspondiente petición: 8
[VII]
Esto digo porque veo
muchos viles prosperar
y otros que, sin errar,
biven siempre con deseo:
quando los tales prosperan, 5
los buenos se desesperan
y aun a Dios pareçe feo.

7  Para su integración en tierras italianas, consúltese el trabajo de Giovanni Caravaggi.


8  Análisis más completos de este poema en Francisca Vendrell y en Américo Castro (126).

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[VIII]
Y por esto, señor fuerte,
no devrías consentir
a los tales reçebir 10
merçed ni bienes en suerte,
¡quánto más a los conversos,
de los buenos más adversos
que la vida de la muerte!
[IX]
Antes, señor, devés dar 15
muy grand parte de tus algos
a muchos pobres fidalgos
que en tu reino veo andar;
que, señor, devés creer
que, al tiempo del menester, 20
estos te án de aprovechar.9
(ID 0457, MH1-191, fols. 346r-346v)

Dando por descontado que “los buenos” son, obviamente, los cristianos viejos
(Alcalá 272), la rencorosa mención a los conversos de Juan de Dueñas es una
de las primeras documentaciones del uso de esta palabra para la designación
del grupo social de los cristianos nuevos, al mismo tiempo que indica con
claridad que todo el entramado de integración social acontecido entre 1391
y 1449 (MacKay 46) y de conversiones más o menos voluntarias y pacíficas
(Gutwirth, “Conversions to Christianity” 102-03) que se podía percibir o
atisbar en recopilaciones de las primeras décadas del siglo XV, como las de
Baena o Palacio, parecía haber entrado en crisis. El asunto es mucho más
interesante si se tiene en cuenta que en el mismo cancionero hay otros dos
poemas de Juan de Dueñas, “Si fortuna no distando” (ID 0358, MH1-98, fol.
292r) y “Uno de los desechados” (ID 0359, MH1-99, fol. 292r), cuyas rúbricas
los sitúan en el momento “antes que el infante entrase en Toledo”, es decir,
a la entrada triunfal del entonces príncipe de Asturias y futuro Enrique IV
con ocasión de los sucesos de 1449 (Tato García, “Las rúbricas de la poesía

9  Aunque el v. 5 en el manuscrito comienza “y que”, se omite la conjunción copulativa para


solventar así la anomalía hipermétrica. Lo contrario sucede en el v. 11, que es hipométrico.
Al ser poema único y carecer de más testimonios, se reconstruye ‘muy’ por ser la opción
que mejor se acomoda para restaurar la isometría del verso.

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cancioneril” 47), a la que muy pronto habrá ocasión de referirse.


Hay un segundo ejemplo en MH1 de esta crisis del modelo de integración
social de los conversos en la corte que se podía vislumbrar en cancioneros
anteriores: un poema de Suero de Ribera, otro de los autores con un pasado
amplio en la corte napolitana, y autor de las conocidísimas Coplas sobre la
gala –es decir, sobre la vida del galán cortesano– reproducidas en bastantes
cancioneros, impresos y manuscritos, incluido el de San Román (ID 0141,
MH1-254, fols. 372v-373r).10 En MH1, este famoso poema cuenta con unas
nuevas reglas de galantería añadidas –cuya atribución a Suero de Ribera
es bastante discutible– que no esconden una gran animadversión hacia
los conversos. Se pueden localizar en ellas acusaciones típicas contra los
cristianos nuevos tales como la dedicación de los miembros de este grupo
social a actividades mercantiles y crediticias –el renuevo del verso 11–, el
hecho de haber sido circuncidados ritualmente en el pasado, seguir dietas
específicas según su anterior credo, sus supuestas particularidades físicas
y, a modo de guinda del pastel, una maliciosa alusión al conocido linaje de
los descendientes del gran converso del siglo XV, el obispo Pablo de Santa
María, el antiguo rabí de Burgos de nombre hebreo Salomón Ha-Leví:11
[I]
Contra la regla galana
que fize por dar dotrina,
qualquier persona malina
–que de contiendas ha gana–
replicó por arte vana, 5
pensando que me olvidé
otro estilo que yo sé
de gente bien cortesana.
[II]
El galán crespo e travado
ha de ser, segunt apruevo, 10

10  Las andanzas de Ribera ya fueron convenientemente desgranadas por Salvador Miguel,
La poesía cancioneril 185-88. Sobre las características de la composición de Suero de Ribera,
véase Chas Aguión, “De ceremoniales, galanteo y técnica poética” 143-44.
11  Véase el trabajo de Girón Negrón presente en este mismo volumen para conocer más
sobre estos tópicos en los cancioneros y su posterior evolución en otros géneros literarios
del siglo XVI.

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grant sabidor de renuevo,


mançebo çircunçidado
e con maliçias osado;
presumir que nunca peca,
con azeite –e non manteca– 15
sienpre comer adobado.
[III]
El galán convién que tenga
la nariz luenga e bermeja,
la pluma tras el oreja,
arte de que se mantenga;
non curar de grant arenga 20
por fazer de su provecho,
al través e al derecho,
de qualquier parte que venga.
[IV]
Sepan por qualquier vía
el galán, día e noche; 25
diestro, sin ningunt reproche,
en todas mercadorías;
e, con grant sabidoría,
non dar nada sin misterio,
e ser, con grant vitoperio, 30
debdo de Santa María.12
(ID 0517, MH1-255, fols. 373r-373v)

Estos poemas, si bien muestran la existencia de poetas conversos dedicados


a integrarse como galanes cortesanos en las cortes literarias, traspasando
en ocasiones el concepto de contigüidad social enunciado con acierto por
Ana María Gómez Bravo (157), enseñan asimismo el factor negativo que
habría de recaer en el grupo social converso en toda su amplitud, por haber
sido algunos de ellos encumbrados en la corte regia, social y políticamente,
durante la privanza del Condestable Luna. Tal negatividad, como es lógico
pensar, fue mucho mayor tras la caída en desgracia y muerte de aquél en 1453,
momento en el que, pese a la política proteccionista de Enrique IV (MacKay

12  En el manuscrito, el v. 26 se lee ‘repoche’, por lo que parece adecuado restaurar la forma
más común.

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41), muchas de las ideas antisemitas derivadas de los sucesos de 1449 ya se


habían extendido entre el común del reino para, entre otros efectos, alejar
a los conversos galantes y cortesanos de la posibilidad de ser asimilados, en
mayor o menor medida, por la vía poética, tal como hemos visto que podía
suceder antes (Nirenberg 423). Todos los años de enfrentamiento oculto y
de desconfianza general iban a lastrar el reinado de Enrique IV, si bien, al
contrario de lo que se ha venido transmitiendo, la agitación social contra los
conversos a partir de 1454 no hizo su aparición de forma inmediata y por sí
misma, sino que llegó algo más tarde y, además, tuvo que coincidir con otras
contrariedades políticas, sociales y económicas para acabar de estallar con
virulencia.13
Se trata el anterior de un detalle importante, puesto que las dos décadas de
gobierno del más denostado monarca de la dinastía Trastámara suponen
un grave escollo al que todavía hoy se enfrenta la historiografía medieval
española. La comunidad académica acepta hogaño una versión de los
hechos mediatizada por la propaganda política de antaño, diseñada para
borrar no solo cualquier atisbo de bondad en la personalidad de Enrique
IV, sino también todo indicador de estabilidad y de buen gobierno anterior
a la llegada de los Reyes Católicos al trono.14 Estas claras manipulaciones
quisieron justificar las, por el contrario, silenciadas ilegalidades que poco
más adelante iban a permitir a Isabel ser nombrada heredera de la corona.15
Además, el peor de los clichés historiográficos con respecto a Enrique IV
afecta al tema que aquí se analiza: su relación con los conversos, que cuenta
con hitos que tendrían una importancia decisiva de cara al futuro. En primer
lugar, conviene recordar que su sagaz mediación política permitió solucionar
la espinosa rebelión toledana de 1449, después de que los rebeldes aceptasen
entregarle Toledo tras haberse negado a hacerlo en repetidas ocasiones a su
13  Wolff ya consideró como clave para el estallido de esta violencia de aparente raíz
anticonversa en el ejemplo por él estudiado, las revueltas de Barcelona y de Valencia a fines
del siglo XIV, el hecho de que “underlying social problems quickly came to the surface and
predominated” (16).
14  En palabras de Keith Whinnom, “los cronistas isabelinos nos han hecho aceptar una
historia deformada del reinado de Enrique IV” (22).
15  Mayores y enjundiosos análisis de estos sucesos en Luis Suárez Fernández, Enrique IV de
Castilla, y José Luis Martín Rodríguez.

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padre, Juan II (Benito Ruano, Los orígenes del problema converso 42-43). El
éxito de la estrategia urdida por el entonces Príncipe de Asturias ha sido con
mucha frecuencia solapado por la historiografía, bien interpretado como
traición filio-paterna (Benito Ruano, Toledo en el siglo XV 13-31), bien
presentado bajo la despectiva etiqueta de mera ambición personal del futuro
monarca (Pastore 40). En realidad, en la ocasión subyace una impecable
y astuta maniobra social y política, puesto que Enrique, al tiempo que se
presentaba como adalid de los cristianos viejos, mantenía una estrecha
relación con colaboradores conversos, como su mismo preceptor, Alonso
de Cartagena, a quien dio rienda suelta para proceder a la defensa jurídica y
letrada de los cristianos nuevos (Amrán, De judíos a judeoconversos 58-75).
Se traba esto de algo natural para un príncipe que, en su propio entorno de
confianza, contaba con diversos agentes judíos, tales como Yosef ben Semtob,
su médico privado y contador, que también ejerció como embajador suyo en
la negociación de la boda con la princesa Juana de Portugal (Baer, Historia
de los judíos en la España cristiana 2: 508).
Fuese por alimentar su ambición personal, fuese por comenzar a experimentar
sus habilidades políticas, el caso es que su calculadísima ambivalencia
durante los acontecimientos de 1449 le ofreció un saldo tan positivo que,
en los años previos a su coronación, la popularidad de Enrique IV era
estratosférica. Para calibrar la estima con la que contaba, baste mencionar
que no solo todos los testimonios cronísticos, partidarios o detractores,
están de acuerdo en reconocer sin ambages su valía como rey, sino que su
relación con sus súbditos era de tanta devoción que sería Enrique el único
monarca de la dinastía Trastámara en resucitar una de las marcas del viejo
anhelo imperial procedente de la época de Alfonso VII: la del emperador
de las tres religiones (Perea Rodríguez, “Enrique IV de Castilla en la poesía
de cancionero” 40-41). Y es que, como recogen algunos testimonios de
la coronación enriqueña, el día de su llegada al trono el nuevo monarca
castellano fue aclamado a la vez por cristianos, judíos y musulmanes en
un acto sin parangón en todo el Cuatrocientos hispánico, mostrándole los
súbditos de los tres credos una obediencia reverencial.16

16  Sobre estos testimonios, véase Perea Rodríguez, “Enrique IV de Castilla y los conversos”
144-46.

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La falta de documentación sin manipular sobre Enrique IV se ve paliada


precisamente por los cancioneros de su época, que presentan una imagen
suya bastante distinta a la que ha llegado a ser habitual en él, si bien
debemos solventar un nuevo inconveniente relacionado con el problema
historiográfico ya mencionado, porque, en lo que respecta a la historia
cultural del período 1454-1474, hay un verdadero agujero negro. Por
mencionar solo la poesía, baste decir que hasta el año 2002 no ha existido
manual de literatura medieval española, o estudio monográfico alguno, que
considerase la poesía del reinado de Enrique IV en su conjunto, haciendo de
estos años nada más que un tumultuoso e incómodo escalón separador de la
lírica emanada de las dos cortes culturales por antonomasia de la Baja Edad
Media castellana, las de Juan II y los Reyes Católicos.17
A pesar de su frecuente omisión, la corte enriqueña existió sin duda, y a
su olvido también han contribuido dos factores. El primero, que su propio
hermano, el infante Alfonso el Inocente, mantuvo una corte literaria de
cierta importancia, lo que ha hecho que la de Enrique IV se solapase con
esta.18 El segundo, que mientras hay al menos un cancionero señero de cada
uno de los reinados del siglo XV, los cancioneros del período enriqueño,
completos o fragmentarios, no han merecido la atención de la crítica, por
lo que casi todos ellos son poco conocidos, cuando no aún inéditos. En
algunas ocasiones, el motivo de este desconocimiento es una transmisión
testimonial mediante fuentes parciales y tardías: es lo que sucede con el
Cancionero de Martínez de Burgos (MN33), datado hacia 1464 pero que ha
llegado a nosotros en una copia del siglo XVIII hecha para el erudito Rafael
de Floranes.19 Este cancionero fue recopilado por Juan Martínez de Burgos,
escribano del concejo burgalés, para su hijo Fernán, que disfrutaba de
idéntico oficio en la misma villa. Ambos son sospechosos de ser conversos,

17  Sí incorpora un apartado dedicado a Enrique IV la obra de Beltrán, Poesía española 2


513-612.
18  Véase Perea Rodríguez, “La corte literaria de Alfonso el Inocente” 33-57. Para la corte de
Enrique IV y la formación allí adquirida por la futura Isabel I, véase Salvador Miguel, Isabel
la Católica 151-84.
19  Una transcripción paleográfica se puede consultar en Dutton 2: 243. Existe edición
moderna, a cargo de Dorothy S. Severin.

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sobre todo Juan, quien, en su larga introducción en prosa al cancionero,


aconseja a su hijo que se aleje del pecado escogiendo ejemplos “de la Vieja
Ley” como “el Psalmista David” (MN33, fol. 66v), además de prevenirlo
contra “aquellos necios ereges que, creyendo al diablo, dicen e creen non
aver otra vida salvo ésta” (MN33, fol. 67r), para que Fernán no siguiera la
espiritualidad de influjo averroísta típica de los conversos de esta época.20
Además, el cancionero cuenta también con una composición titulada
Proverbios en rimo del sabio Salamón, Rey de Israel (ID 3663, MN33-12, fols.
92r-93v), buena prueba del ambiente cultural y espiritual, todavía de cierta
tolerancia, en el que se recopiló.
Al margen de MN33, sólo en tiempos recientes ha renacido un interés por
el estudio de obras poéticas de la época enriqueña. Es el caso del llamado
Cancionero de Otte Brahe, que perteneció a este erudito danés, padre del
famoso astrónomo renacentista Tycho Brahe, y que está emparentado con
otros dos recopilados en similar lapso cronológico: el Cancionero de Híjar
(MN6) y el Cancionero del Conde de Haro (GB1).21 Se trata de recopilaciones
poéticas que no deparan ninguna sorpresa en cuanto a la evolución de la
lírica medieval en castellano: la continuidad de la poesía producida en el
reinado de Enrique IV con la del reinado anterior es el elemento crítico más
apreciable en los cancioneros mencionados. Pero precisamente por esto es
vital darlos a conocer: para demostrar que la lírica castellana prosiguió una
evolución continua, sin que, tal como todavía hoy se mantiene, la ‘caótica’
época enriqueña supusiera un frenazo cultural a la presunta época dorada
anterior, la de Juan II, antes de la culminación absoluta de la posterior, la de

20  La influencia del averroísmo la explican ampliamente Márquez Villanueva, “«Nasçer


e morir como bestias» (Criptojudaísmo y averroísmo)” 273-93; y MacKay 45-46. Sobre
las implicaciones teológico-filosóficas de este pensamiento trata largamente Gutwirth,
“Conversions to Christianity” 100-08. Sin embargo, Alcalá se muestra contrario al uso del
término ‘averroísta’ para explicar la espiritualidad de los conversos, sobre todo de los de
baja extracción social (136-37).
21  El manuscrito del Cancionero de Otte Brahe, conservado en la Biblioteca Real de
Copenhague, ha sido objeto reciente de una tesis doctoral por parte de Pablo Ortiz
Hernández. Sobre las relaciones textuales de estos tres cancioneros ha trabajado María
Jesús Díez Garretas. El Cancionero de Híjar fue editado por Azáceta y de la edición del
Cancionero del Conde de Haro me ocupo actualmente, esperando poder publicarlo en un
futuro próximo.

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los Reyes Católicos. Se trata, otra vez, de un falso estereotipo.


Un segundo punto de importancia en el estudio de los cancioneros
enriqueños incide, como ya se mencionó, en la relación del rey con los
conversos. Al contrario de lo que pregona un cliché historiográfico tan
esclerotizado como poco fiable, que hace de las dos décadas de gobierno de
Enrique IV el paroxismo del caos y de la anarquía, durante los primeros diez
años sus reinos conocieron una época de bonanza sin posible comparación
en la época Trastámara anterior. En palabras de Hernando del Pulgar, en
esta etapa el monarca “fue muy próspero e llegó a grand poder de gentes
e de tesoros, e los grandes e caballeros de sus reinos con grand obediencia
cumplían sus mandamientos” (Claros varones de Castilla 12). Y fue durante
aquellos años cuando los conversos, siempre tenaces en la construcción de
una monarquía sólida, no dejaron de encomiar poéticamente al rey que, al
menos en apariencia, había conseguido la anhelada estabilidad política y
social (Perea Rodríguez, “Enrique IV de Castilla en la poesía de cancionero”
41-50). Por ello, si Angus MacKay señaló que el período entre 1400 y 1445
se caracterizó por el “partial re-establishment of the position of the Jews and
conversos in government and society which had been severely shaken by the
pogrom of 1391” (60), y Ángel Alcalá define a la primera mitad del siglo XV
como “el apogeo del marranismo” (82), a la vista de los datos comentados –y
de los que se verán a continuación– habría que extender estos períodos de
bonanza como mínimo unos diez o doce años más: los de la primera década
enriqueña.
En esta primera parte del reinado se escribieron gran cantidad de alabanzas
líricas a Enrique IV que suelen pasar desapercibidas incluso para los expertos
en poesía del período. Casi todas ellas tienen como punto en común el
emanar de la pluma de poetas de origen converso: Pero Guillén de Segovia, el
conocido trovador toledano; Pablo de Santa María, que insertó una alabanza
similar en sus Siete edades del mundo; el todavía desconocido Fernando
Felipe de Escobar, en el Cancionero del Conde de Haro; y, sobre todas ellas, la
del bachiller Pedro de León, poco conocida por figurar en una de las partes,
recuperadas de forma compleja, que formaban el perdido Cancionero de

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Barrantes (ZZ3).22 Fue precisamente este bachiller León, antepasado de Fray


Luis, quien se encargó de hacer el más efervescente elogio de Enrique IV
comparándolo nada menos que con el mismo Jesucristo:23
[III]
El glorïoso Mexías,
requiriendo su registo
con todas sus gerarchías,
ordenó que, en nuestros días,
un traslado fuese visto 5
elegido para Cristo,
ungido por ser propheta
para caballero e Rey,
augmentador de la ley,
paçifficante su grey, 10
perseguidor de la secta
del malvado Machometa . . .
[XXI]
Manda Dios que profetize
lo que me tien’ revelado:
esle poder otorgado 15
sobre todo lo poblado;
suelva e anathematize;
e con virtut monarchize.
(ID 4378, ZZ3-44, fol. 2v)24

El mesianismo, tan querido por los conversos, toma aquí la forma de profecía
lírica, según la cual Enrique IV será el monarca elegido para extender la paz
y acabar con la secular empresa de la reconquista.25 Así, la fortaleza de la

22  Para una panorámica general de estos autores, véase Perea Rodríguez, “Enrique IV de
Castilla y los conversos” 146-58.
23  Se trata de una evidente muestra de la hipérbole sagrada, característica de la lírica del siglo
XV, tal como indicó Lida de Malkiel (291-309), aunque en los últimos tiempos la crítica, a
veces con pocos argumentos, tiende a minimizar el componente converso de este elemento
retórico.
24  El poema completo puede leerse en Perea Rodríguez, “Enrique IV de Castilla” 59-71.
25  El mesianismo ha sido estudiado en profundidad por Carlos Carrete Parrondo.

195
P e r e a R o d r í g u e z LA C OR Ó NI C A 4 0 . 1 , 2 0 1 1

monarquía durante los diez primeros años de este reinado quedaba cincelada,
en su vertiente propagandista, por el apoyo mostrado al rey de parte de un
estamento social converso que, vencidas las dificultades iniciales, parecía
hallarse totalmente integrado en la sociedad (MacKay 52). Tampoco parece
ofrecer duda alguna el hecho de que estos conversos asimilados socialmente
habían contribuido, con su clarividencia y sabiduría letrada, a la extensión
teórica del autoritarismo monárquico en la política castellano-leonesa,
siguiendo el camino trazado, en cuanto a lírica se refiere, por Juan de Mena y
sus Trescientas.26 Ahora bien, el estar rodeado de esta intelligentsia conversa
y el haber correspondido con cargos y prebendas a la ayuda, física y teórica,
de los conversos para contrarrestar el enorme peso político de la nobleza
del reino, fueron también los principales motivos de la caída del monarca.
La razón fue sencilla: la aristocracia tuvo muchas facilidades para construir
un estereotipo antienriqueño basado en el apoyo del rey a los conversos,
que fue rápidamente usado en beneficio de las ambiciones nobiliarias. Por
ello, aceptar hoy en estudios historiográficos o culturales tal estereotipo es
sonrojante, puesto que la manipulación era ya tan evidente en la época que
el propio cronista Hernando del Pulgar lo denunciaba de forma directa ante
los cristianos viejos:
No podéis buenamente sofrir que algunos que juzgáis no ser de linaje tengan
honras y oficios de gobernación. . . . Asimismo, vos pesa ver riquezas en
homes que, según vuestro pensamiento, no las merecen, en especial aquellos
que nuevamente las ganaron. (Crónica de los Reyes Católicos 1: 347)

Aparece así, con claridad meridiana, cómo la típica y tópica acusación a


Enrique IV, la de que había encumbrado hacia la nobleza a personas de
baja ralea, no es más que un eufemismo: el verdadero problema fue que
el otrora adalid de los cristianos viejos había beneficiado a los cristianos
nuevos, estigma con el que los propagandistas contrarios al rey comenzarían
a incendiar de inmediato la escena política.27 Si bien el reino había sufrido
26  Sobre estos aspectos siguen siendo válidas las conclusiones de Nieto Soria, “Las
concepciones monárquicas de los intelectuales conversos en la Castilla del siglo XV”.
27  Valga como prueba el memorial de la nobleza entregado al rey en septiembre de 1464
durante las vistas de Cigales, documento parcialmente recogido por Scholberg: “Es muy
notorio en vuestra corte aver personas, en vuestro palacio e cerca de vuestra persona,
infieles enemigos de nuestra santa fe católica; e otras, aunque cristianos por nombre, muy

196
“Q u e b r a n ta r l a j u r a d e m i s a b u e l o s ”

algunos problemas menores en el año 1462, incluido un pogromo antisemita


en la localidad sevillana de Carmona que más tarde sería esgrimido por
Alonso de Espina para reclamar la necesidad de la Inquisición (Netanyahu
741-42), la situación de 1464 era muchísimo más grave, en tanto que la
denuncia poética que Juan de Dueñas efectuase diez años antes saltaba ahora
de los cancioneros manuscritos a la real y cotidiana pelea política.28
El punto de inflexión, al margen del deterioro de las condiciones
económicas, fiscales y mercantiles en general de esta década (MacKay
53-58), se sitúa en el momento en que comenzó a circular el libelo de la
impotencia del rey, fabricado por la propaganda nobiliaria pero que más
tarde Isabel la Católica aprovecharía en su propio beneficio (Weissberger
71-73). Entonces, un asustado Enrique IV cometió el peor error político
posible: decidió sacrificar a los conversos, que tanto lo habían apoyado,
en busca de una popularidad que le devolviera el prestigio perdido y
el control del reino. Su intento fue vano porque sus enemigos, mucho
mejor organizados, habían hecho saltar la estabilidad por los aires, como
prueban varias revueltas urbanas, con o sin componente antisemita, que
culminarían en 1465 con el conocido episodio de la farsa de Ávila y la
posterior guerra civil encubierta entre Enrique IV y los belicosos nobles
castellanos que manejaron a su antojo primero a su hermano, el infante
Alfonso el Inocente, y más tarde a su hermana, la futura Isabel I.29 Todos
estos sucesos son bien conocidos y no precisan de ulterior glosa, salvo
destacar, una vez más, todo lo mucho que la propaganda política favorable
a la Reina Católica debe a estos enfrentamientos.30

sospechosos en la fe, en especial que creen e dicen e afirman que otro mundo non aya,
sinon nascer e morir como bestias, que es una heregía ésta que destruye la fe cristiana.
E ende están continuos blasfemos, renegadores de Nuestro Señor y de Nuestra Señora, la
Virgen María, e de los santos; a los quales Vuestra Señoría ha sublimado en altos honores e
estados e dignidades de vuestros regnos” (243).
28  Las circunstancias de aquellos meses han sido estudiadas por Ladero Quesada, “1462: Un
año en la vida de Enrique IV, rey de Castilla”.
29  Las revueltas populares fueron estudiadas por McKay, mientras que todo lo relacionado
con el príncipe Alfonso se amplía en el estudio de Dolores Carmen Morales Muñiz. Para la
farsa de Ávila, véase el reciente trabajo de Isabel del Val Valdivieso.
30  Sobre la legitimación de Isabel I, véase Ana Isabel Carrasco Manchado. Para la

197
P e r e a R o d r í g u e z LA C OR Ó NI C A 4 0 . 1 , 2 0 1 1

Lo que más interesa ahora es subrayar cómo el mutuo abandono entre


Enrique IV y el grupo de conversos que lo había apoyado –y por extensión
a todos los integrantes de esta minoría– tuvo un reflejo inmediato en la
literatura de aquellos años, y además en todo tipo de géneros y lenguas. En
la hebrea, el asunto coincide con el famoso Comentario al Libro de Ezequiel
efectuado por Isaac Abravanel, que alertó sobre la conjunción de planetas,
Júpiter y Saturno, dando con ello el comienzo de una emigración de tintes
mesiánicos por parte de conversos españoles hacia territorios levantinos.31
Por lo que respecta a la literatura en latín, durante estos años se popularizó
el temible Fortalitium Fidei del franciscano Alonso de Espina, un verdadero
azote de judíos y conversos, si bien la crítica está últimamente dividida en
cuanto al verdadero significado de esta obra.32 En la literatura en castellano,
al margen de las críticas vertidas hacia el rey por Diego de Valera en sus
Epístolas, es también la época de redacción del Libro del Alborayque, obra
importantísima que lleva hasta las últimas consecuencias la acusación de
hibridismo hecha a los conversos, pese a que muchos de ellos gozasen de
una condición social intermedia entre los dos grupos sociales, según lo
indicado por Gómez Bravo (158). 33
Por si este bagaje fuera escaso, hay un suceso que describe de forma
impecable la ruptura de relaciones entre Enrique IV y los conversos, y que
además es el origen de un extraordinario poema cancioneril: la captura
en 1466, en el mismísimo Palacio Real de El Pardo, donde el rey tuvo su
más que probable entorno cortesano, de Pedrarias Dávila, miembro de la
conocida familia conversa segoviana, que falleció a los pocos días por culpa

importancia de los acontecimientos en la literatura de la época, Salvador Miguel, Isabel la


Católica 123-50.
31  Los pormenores de este asunto se pueden leer en Nadia Zeldes 256-57.
32  Las implicaciones de esta obra en la decisión de Enrique IV se tratan en Perea Rodríguez,
“Enrique IV de Castilla y los conversos” 158-63. Además de la edición parcial de Meyuhas
Ginio (De bello iudaeroum), ahora por fin disponemos de una edición completa y traducción
al castellano del Fortalitium Fidei en la tesis doctoral de Juan Caro García, cuyas atrevidas
conclusiones difieren bastante de los tópicos con que se suele analizar la obra de Espina.
33  Al margen del análisis de Rodríguez Puértolas, “La poesía de la Baja Edad Media” 100-101,
el Alborayque ha sido editado por Carpenter.

198
“Q u e b r a n ta r l a j u r a d e m i s a b u e l o s ”

de una infección en una herida de lanza que le hicieron sus captores. 34


Por encima de que cronistas como Galíndez de Carvajal se hicieran eco
de este suceso y de cómo afectó mucho a los partidarios de Enrique IV,
“visto que el rey dava lugar a tan gran falsedad que él, que avía de ser
defendedor de sus leales, se hazía perseguidor d’ellos” (Torres Fontes 285),
es el poeta converso de más talento de la época, el madrileño Juan Álvarez
Gato, quien, en su cancionero particular (MH2), certifica de forma lírica el
final de la alianza política entre los conversos y el monarca:
Al tienpo que fue herido Pedrarias por mandado del rey don Enrique, pareçió
muy mal, porque era muy notorio que le fue gran servidor; y por esta causa hizo
[i.e., Álvarez Gato] las coplas siguientes, en nombre d’un moço que se despide
de su amo. Y algunos cavalleros, por esta razón, se despidieron del Rey:
[I]
No me culpes en que parto
de tu parte,
que tu obra me desparte
si m’aparto;
que a los que me dieren culpa 5
en que partí,
yo daré, en razón de mí,
que tu culpa me desculpa:
[II]
que cosa pareçe fuerte
de seguir 10
quien remunera servir
dando muerte.
¡Írset’an todos los buenos
a lo suyo,
qu’eres bravo con el tuyo 15
y manso con los ajenos!
(ID 3114, MH2-48, fol. 40r)

La evolución posterior de la lírica cancioneril es bien conocida, al estar


caracterizada por los constantes ataques al monarca por parte de poetas

34  Para esta presencia del poeta madrileño en la corte de Enrique IV, véase Perea Rodríguez,
“Juan Álvarez Gato en la villa y corte literaria del Madrid tardomedieval”.

199
P e r e a R o d r í g u e z LA C OR Ó NI C A 4 0 . 1 , 2 0 1 1

afines al bando nobiliario contrario a los intereses de una monarquía


autoritaria y estable, en tanto que ello implicase una alianza entre el rey
y los conversos que alterase el equilibrio monarquía-nobleza característico
de la época Trastámara.35 Al inicio de este combate político y literario
figuraron composiciones camufladas por un supuesto sesgo reflexivo, como
la famosa Querella de la Governaçión (ID 0096, SA10a-9: “Quando Roma
conquistava”), obra de uno de los principales agitadores en verso de la
política nobiliaria contraria a Enrique IV, el corregidor Gómez Manrique
(Beltrán, Poesía cortesana 7-14). Algo más filosóficos y sesudos, aunque con
similar marchamo de propaganda política antienriqueña, son los debates
en verso que compartieron el giennense Ferrán Mexía y el madrileño Juan
Álvarez Gato.36 Pero poco después, correspondiéndose a sucesos como los
pogromos en diferentes ciudades de Andalucía, a bulos como el del martirio
del Santo Niño de La Guardia, y a otras espurias acusaciones de crímenes
rituales cometidas por conversos judaizantes, los reinos de Castilla y León
se inflamaron con la chispa de una lírica propagandística que culpabilizó de
todos los males del reino tanto a Enrique IV como, en especial, a la excesiva
protección que el rey había prestado a los conversos.37
La culminación de esta poesía crítica llegó de dos maneras. Primero, envuelta
en alegorías pastoriles y/o filosóficas, con los ejemplos bien conocidos de
las Coplas de Mingo Revulgo (ID 2024, MP2-196) y de las Coplas de Vita
Christi, de fray Íñigo de Mendoza (ID 0269, HH1-57).38 Más tarde, la poesía
cancioneril se llenó de procacidad, mas no exenta de calidad literaria –mal
que les pese a los pasados constructores del canon poético hispánico–, con
el ejemplo absoluto de las anónimas Coplas del Provincial (ID 4119), que

35  Las veteranas tesis sobre la supuesta ‘revolución’ Trastámara han sido matizadas por el
propio Luis Suárez Fernández en Nobleza y monarquía, su más reciente monografía sobre el
tema.
36  Véanse las consideraciones de Marino, “La relación entre historia y poesía”. No es casual que
estos tres poetas mencionados pasaran más tarde a englobarse en el llamado círculo poético
del Arzobispo Alonso Carrillo, entorno lírico estudiado por Carlos Moreno Hernández 95-
100.
37  Sobre las acusaciones de crimen ritual, véase el trabajo de María Antonia Antoranz
Onrubia.
38  Más información en Rodríguez Puértolas, Poesía crítica y satírica del siglo XV 221-32.

200
“Q u e b r a n ta r l a j u r a d e m i s a b u e l o s ”

presentan una crítica extraordinaria a Enrique IV y a todos los miembros de


su entorno cortesano, fueran nobles o de cualquier otra condición social.39
Las acusaciones de ser de origen hebreo y de judaizar son frecuentísimas en
las del Provincial, que representan en clave poética el mismo punto álgido
del enfrentamiento entre cristianos nuevos y cristianos viejos que pudo
observarse en el nuevo levantamiento anticonverso acaecido en Toledo
durante 1467.40 Sin embargo, con independencia de la veracidad o falsedad
de las acusaciones líricas, la crítica ha señalado como más probable autor de
estos maledicentes versos a Juan Hurtado de Mendoza (Torrecilla del Olmo
y López Álvarez 83-86), quien tal vez sólo trató de favorecer los intereses de
su linaje, uno de los más damnificados por la nueva política de contrapesos
nobiliarios iniciada por Enrique IV. De nuevo, como desde su misma
aparición en el conflicto fratricida entre Pedro I y Enrique II, la crítica a
los conversos no sólo aparece mezclada con elementos de revuelta popular
y urbana (MacKay 33-35), sino que está teñida de un clarísimo contenido
político, sin el cual no podría entenderse bien su evolución.

Los Reyes Católicos y la mordaza de la lírica cancioneril


Las lamentables consecuencias de la revuelta anticonversa de Carmona en
1462 (Roth 344), muy parecidas a las del famoso pogromo de 1391 pese a
su relativamente escasa popularidad (MacKay 59), provocaron que Antón
de Montoro abandonase su habitual ironía para hacer a Enrique IV una
petición más circunspecta:
[III]
Por más prolixa razón
non facer, y efecto olvida
y venir en conclusión:
dígolo por la pasión
d’esta gente convertida, 5
que sobre las ascuas anda

39  Para las circunstancias históricas de su composición, consúltese la introducción de Dámaso


Chicharro Chamorro. La esencia de los ataques a conversos ha sido explicada por Rodríguez
Puértolas, “La poesía de la Baja Edad Media” 97-99.
40  Estudiado en profundidad por Benito Ruano, Los orígenes del problema converso 141-58;
y por MacKay 51-52.

201
P e r e a R o d r í g u e z LA C OR Ó NI C A 4 0 . 1 , 2 0 1 1

con menos culpa que susto,


que los que muy menos mandan
cien mil veces les demandan
aquella muerte del Justo . . . 10
[VI]
Rey, muy más varón que ufano,
que ante que·l yerren perdona,
luz de nuestro geno humano:
si viérades sacomano
de la villa de Carmona, 15
y no, señor, una vara
que dijese «¡Sosegad!»
Si Vuestra Alteza mirara,
el corazón vos manara
gotas de gran pïedad. 41 20
(ID 1924, MN19-114, fols. 601v-602v)

Algo más de una década más tarde, sus palabras cambiarían de interlocutor
para dirigirse a la sucesora de Enrique IV, Isabel I, destinataria de una
composición que causó las iras de, al menos que sepamos, otros dos poetas:
el portugués Álvaro de Brito (Sousa 183-84) y el todavía desconocido, tal
vez de origen aragonés, Francisco Vaca. Este último, “contradiciendo una
canción que hizo Antón de Montoro en loor de la Reina Doña Isabel”, se
mostró enfurecido por la comparación sacrílega entre aquélla y la Virgen
María con la que Montoro alababa la perfección cuasi divina de la Reina
Católica:
[I]
Alta Reina soberana:
si fuérades antes vos
que la hija de Sant’Ana,
de vos el Hijo de Dios
recibiera carne humana. 5

41  En esta copla figuran, en cursiva, algunas enmiendas que tomo del otro testimonio
de esta obra, el tardío Cancionero de poesías varias de Palacio (MP2). En el deturpado
y errático texto de MN19 figuran erratas como ‘valle’ por ‘villa’ en el v. 15; el v. 16 es
hipométrico por la ausencia de la nota tironiana; y ‘sosegar’ por ‘sosegad’ en el v. 17.

202
“Q u e b r a n ta r l a j u r a d e m i s a b u e l o s ”

[II]
Que bella, santa, discreta,
por espiriencia se prueve:
a aquella Virgen perfeta
–la Divinidad ecepta–
esso le devéis que os deve. 10
[III]
Y, pues que por vos se gana
la vida y gloria de nos,
si no pariera Sant’Ana
hasta ser nascida vos,
de vos el Hijo de Dios 15
rescibiera carne humana.
(ID 6105, 11CG-127, fol. 75v)

Estos dos testimonios autorizados del gran poeta cordobés muestran cómo
los cristianos nuevos, tras finiquitar su apoyo a Enrique IV –según el ya
visto epitafio lírico de Álvarez Gato– dirigieron sus miradas a la que parecía
ser candidata de más confianza para que se cumpliera el ideal converso de
una monarquía estable, fuerte y autoritaria, que protegiese a las minorías de
las arbitrariedades nobiliarias y populares. A través de Montoro y de otros
poetas pertenecientes a este grupo social –Álvarez Gato, Pedro de Cartagena,
Pero Guillén de Segovia o fray Íñigo de Mendoza, entre otros– irrumpió en la
lírica cancioneril una eléctrica corriente literaria barnizada por la estentórea
deificación mesiánica de la figura de Isabel I, aceptada de muy buen grado
por la reina pensando sin duda en los beneficios propagandísticos de aquellos
versos, fortalecedores del autoritarismo monárquico de su gobierno (Nieto
Soria, “Apología y propaganda de la realeza” 187-88). 42
Sin embargo, al contrario de lo que ha venido manteniendo el cliché
historiográfico contrario a Enrique IV, tal corriente apologista favorable a
Isabel la Católica no supone de ningún modo un cambio en la actitud que
los conversos, sobre todo los de mayor escalafón social, habían mantenido
durante el reinado anterior, sino que es a todas luces una continuación. En

42  La deificación de Isabel I ha sido estudiada por Gregory B. Kaplan.

203
P e r e a R o d r í g u e z LA C OR Ó NI C A 4 0 . 1 , 2 0 1 1

los primeros momentos del reinado conjunto de Isabel y Fernando, cuando


todavía existían dudas acerca de su proyecto político, el estamento converso
–sobre todo la capa más alta, la que contaba todavía con influencias políticas
en las cortes de ambos reinos– apoyó sin reservas a los que parecían ser
quienes lograrían la anhelada monarquía vigorosa y autoritaria. La misma
razón que, en su día, sirvió para favorecer la política de Enrique IV se utilizó
más tarde para apuntalar los titubeantes inicios de los Reyes Católicos.43
Sin embargo, resulta difícil de entender cómo judíos y conversos, en especial
tras las Cortes de Toledo de 1480 y los plenos poderes inquisitoriales dados
a Torquemada en 1484, no fueron percatándose de que tal vez habían
cometido un error de cálculo apoyando las concepciones autoritarias de
Isabel y Fernando. Al igual que le pasara al Condestable Luna en 1453, y
dejando al margen a los judíos expulsados en 1492, volvió a darse la curiosa
circunstancia de que los conversos, los que más habían trabajado por cimentar
el edificio de la monarquía Trastámara, física, mental e intelectualmente,
fueron conducidos por la Corona a la oscuridad de la inquina inquisitorial.
Es muy difícil no ver a Álvaro de Luna en el cadalso vallisoletano como
un trágico antecedente de los miles de cristianos nuevos entregados a la
Inquisición. Pero es éste un asunto demasiado complejo como para ahondar
en él en estas páginas, que se centrarán ahora en comprobar si esta situación
socio-política de los conversos se refleja en la poesía del último cuarto del
siglo XV, justo antes de la explosión de los grandes cancioneros impresos.
Mucho antes de que la Pragmática Sanción de 1502 entregase a la monarquía
el control sobre lo que publicaba la industria librera, tal vez desde las primeras
normas a este respecto emitidas en 1480 (Moll 51-52), los Reyes Católicos
siempre anduvieron obsesionados por fiscalizar con especial ahínco la
producción poética que se escribía en sus reinos.44 Así, si cierto es que su
reinado vivió una extraordinaria profusión de literatura, poesía incluida,
de contenido político (Ladero Quesada, La España de los Reyes Católicos

43  Prueba de esta continuidad es que, tal como sucediera en el reinado anterior, Isabel
y Fernando se rodearon de una pléyade de colaboradores conversos en los puestos de
responsabilidad de la gobernación de Castilla y de Aragón, cuya importancia ha analizado
María Pilar Rábade Obradó.
44  Véanse las consideraciones sobre esta censura en el trabajo de Sandra García Pérez.

204
“Q u e b r a n ta r l a j u r a d e m i s a b u e l o s ”

189-90), no es menos cierto que la inmensa mayoría de esa literatura es tan


favorable a los monarcas que roza los límites del pueril y gratuito panegírico
(Salvador Miguel, Isabel la Católica 199), lo que, sin menoscabo de su calidad
literaria, sí merma, en cambio, el hipotético valor de esas obras como prueba
de la realidad social en que fueron compuestas.
El límite de tolerancia de los monarcas hacia la crítica, en las obras en prosa,
podría situarse en el Repertorio de los príncipes de Pedro de Escavias, pues
por mucho que recoja serias advertencias contra los que cometen abuso de
autoridad, al estar redactado hacia 1475 fácilmente se deja agavillar entre
las obras contra Enrique IV.45 Incluso el conscientemente anónimo autor de
una pequeña obrilla de curiosa mezcla de verso y prosa, conocida de forma
común con el título de Libro de los pensamientos variables (MN59), tuvo que
camuflar su oprobio a los gobernantes que se dejan mediatizar por los malos
consejeros a través de un desmesurado elogio poético a la destinataria de
su librito, Isabel I. Con todo, este tratado es muy interesante para intentar
conocer los límites de la autocensura que los literatos de la época isabelina se
imponían a sí mismos, pensando que sus palabras, cuando estaban cargadas
con cierta crítica, encontraran el camino para ser escuchadas o leídas, y no
ser despachadas sin más al limbo o a la censura.46
Por lo que respecta a la poesía, la política de los Reyes Católicos fue
extraordinariamente represora y contraria a que la lírica cancioneril pudiera
convertirse en vehículo de tránsito para burlas y maledicencias. Ambos
monarcas tuvieron siempre plena consciencia de que la defenestración
política de Enrique IV se había logrado en gran medida por la prodigalidad,
oral y escrita, de coplas y coplillas, de libelos y mentiras rimadas sobre la
figura del rey, en una maniobra de la cual ellos mismos habían sido los
máximos beneficiarios en términos de rédito político.47 Así pues, resulta

45  Los pormenores políticos de esta obra fueron tratados por Deyermond, “La ideología del
Estado moderno en la literatura española del siglo XV”.
46  Más información sobre el contenido político de esta obra en Perea Rodríguez, “La utopía
política en la literatura castellana del siglo XV”, y en Pérez Romero, The Subversive Tradition
24-27.
47  Según Wolff, “It seems to have been the spreading of news which disseminated the
contagion” al respecto de los pogromos de 1391 (17), por lo que controlar la expansión

205
P e r e a R o d r í g u e z LA C OR Ó NI C A 4 0 . 1 , 2 0 1 1

lógico pensar que fueran también los primeros interesados en poner freno a
cualquier actividad lírica que tuviera resonancias contrarias a su programa
de gobierno (Ladero Quesada, “Las coplas de Hernando de Vera” 370).
El único texto poético claramente crítico contra Isabel y Fernando que ha
llegado a nuestros días son las denominadas Coplas del tabefe, compuestas
hacia 1489, y en su mayor parte, por el regidor Hernando de Vera, aunque los
nombres de varios miembros de la oligarquía urbana de Jerez de la Frontera,
como un bachiller apellidado Trujillo y el escribano público Bartolomé de
Ayala, también salieron a relucir como autores parciales del poema. Todos
ellos fueron acusados de traición a la Corona y crímenes de lesa majestad
por haber compuesto y recitado unas coplas en las quisieron ser portavoces
poéticos de las quejas de los cabildos andaluces, estragados por las severas
obligaciones económicas y materiales impuestas por la monarquía para
el mantenimiento de las tropas que peleaban contra los musulmanes de
Granada.48
El poema, que transita similar senda bucólica a la de las ya citadas Coplas
de Mingo Revulgo, está presente en diversos cancioneros manuscritos de los
siglos XV y XVI –buena prueba de su popularidad– aunque en algunos de
ellos los copistas quisieron enmarcarlo en el reinado de Enrique IV, en la
línea ya vista de convertir a este monarca y a su gobierno en el metafórico
desagüe de todos los males del Cuatrocientos castellano.49 La profusión
de estas coplillas era todo un peligro, ya que contenían una crítica que
muy probablemente fuese compartida por muchos pecheros de Jerez de la
Frontera y de otros concejos andaluces, y que, además, castigaba con dureza
el coste económico y fiscal con que el pueblo tenía que soportar la conquista
de Granada, carta ganadora a la cual los Reyes Católicos habían apostado
gran parte del porvenir de su proyecto regio:

de noticias supuestamente desfavorables se convirtió en vital para los intereses de la


monarquía.
48  Sigo los trabajos de Miguel Ángel Ladero Quesada, “Las coplas de Hernando de Vera”, y
de Manuel Ferrer-Chivite.
49  Las Coplas del tabefe han sido analizadas en profundidad por Paola Elia y por Ferrer-
Chivite. Para los componentes bucólicos de ambas obras, véase Devid Paolini.

206
“Q u e b r a n ta r l a j u r a d e m i s a b u e l o s ”

[I]
¡Abre, abre las orejas!
¡Escucha, escucha, pastor!
¿No oyes el clamor
que te hacen tus ovejas?
Sus bozes suben al çielo 5
quexando su desconsuelo:
que las tresquilas a engaño,
tantas bezes en el año
que nunca las cubre pelo.
[II]
Tienen tres trasquiladores, 10
cada qual con su tixera,
y dexan tales los cueros
qu’el ganado desespera.
Y después que ás trasquilado,
alquilas todo el ganado 15
–y peladores que ban–
y, si les ladra algún can,
arrójales tu cayado . . .
[IV]
Has sacado lana tanta
que, si te dieras la maña, 20
ubieras hecho una manta
que cubriera toda España;
mas, como las ás repelado,
el viento te la ha llevado,
que no era tu intençión 25
dirigida a salvación
ni al provecho del ganado . . .
[XIV]
Si dizes que fue tu empresa
por serviçio de tu ley,
e por augmentar tu grey 30
y acreçentar tu deesa;
y que lo que has tresquilado
ha sido bien enpleado,

207
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¿por qué allanaste las sierras?


¿Para qué quieres las tierras, 35
pues destruyes el ganado?
(ID 0206, MN17-20, fols. 35r y 36r)

La resolución legal de esta acusación, por muy ajustada a derecho que fuese,
representa tal vez una de las más desafortunadas, y sobre todo exageradas
(Ferrer-Chivite 162), decisiones de los Reyes Católicos en todo su reinado:
acogiéndose a las leyes en vigor, las Siete Partidas –Partida VII, título II,
leyes I y II– y el Ordenamiento de Alcalá de 1348, se condenó a Hernando
de Vera como culpable de traición por lesa majestad, mientras que se
ejecutó sin miramientos al bachiller Trujillo por desacato a la Corona. El
primero huyó de Castilla para escapar de una muerte segura, pese a que
Isabel I, sin duda furiosa, “deseaba fuese preso Hernando de Vera, para
castigar el delicto y atrevimiento que había tenido. Mandó pregonar que,
a cualquiera que le diese preso, le perdonarían todo delicto y le harían
mercedes” (Ferrer-Chivite 157). A su regreso a Castilla en 1497, sólo el
gran ascendente de su padre, Pedro de Vera, uno de los participantes en
la conquista de las Islas Canarias y que guardaba por ello cierto prestigio
ante los monarcas, pudo trocar la fatal condena por un año de servicio en
la marina bélica de la costa del Estrecho.50
Lo exagerado de esta condena se aprecia mejor al no contener las Coplas del
tabefe críticas ni tan feroces ni tan obscenas como las dedicadas a Enrique
IV, lo que demuestra la intolerancia absoluta a la poesía crítica por parte
de los Reyes Católicos, quienes fueron intransigentes en grado sumo ante
la más leve contestación literaria que pudiese atentar contra su proyecto de
gobierno, o que mermara siquiera un ápice su premeditadamente buscada
imagen de supremos restauradores de la justicia (Suárez Fernández, Claves
históricas en el reinado de Fernando e Isabel 60-61).
50  Y aun así, ocho años más tarde del suceso, la carta de perdón todavía denota bastante
inquina contra el autor: “Por quanto por razón que vos, Hernando de Vera, vecino de
la çibdad de Xerez de la Frontera, hizistes e dibulgastes çiertas coplas y por ellas fuistes
condenado a pena de muerte …y por esta razón, vos os absentastes d’estos nuestros reinos
. . . es nuestra merçed e voluntad de vos remitir e perdonar el dicho exçeso e delito, con
tanto que, en pena de lo susodicho, demás del destierro que avéis tenido, nos vais a servir e
sirvades en la nuestra armada por término de un año”. El documento se puede leer completo
en Ladero Quesada, “Las coplas de Hernando de Vera” 379-81.

208
“Q u e b r a n ta r l a j u r a d e m i s a b u e l o s ”

Otro ejemplo igual de esclarecedor atañe de forma directa a nuestro objetivo


de evaluar el ingrediente converso de esta poesía crítica. Es una carta
enviada por Isabel y Fernando en febrero de 1492 al corregidor de Burgos,
conservada en el Archivo Municipal de esta ciudad, en la cual leemos una
sorprendente orden:
Sepades que a Nós es fecha relaçión que, después que en esa dicha çibdad
entró la Santa Inquisiçión, algunas personas, así de la dicha çibdat como de
fuera d’ella, con dañado ánimo e intençión, fazen coplas e disen cantares e
otras palabras desonestas públicamente . . . , por la qual vos mandamos que
non consintades ni dedes lugar a que . . . fagan las dichas coplas, ni digan
los tales cantares e palabras deshonestas. E si alguno o algunos las fiziere
o dixere, los fagades punir e castigar, segund deváis de derecho. (Asenjo
González 474-75)

Resulta fácil imaginar cuán tenso estaría el ambiente de Burgos, ciudad


comercial y mercantil que, por este motivo, era habitada por un gran
número de conversos.51 Así, parece lógico pensar que la orden de los Reyes
Católicos estuviera destinada a apaciguar los ánimos de los cristianos viejos
burgaleses, quienes debían de haber comenzado, mediante las citadas coplas
e ironías, a caldear los ánimos de los cristianos nuevos como previo paso a
los procesos inquisitoriales.52 Pero no deja de ser sintomático que, como en
el caso de Hernando de Vera, el margen dejado por los Reyes Católicos para
la crítica poética, siquiera oral, brillase por su ausencia.
Hay algún acontecimiento de aquellos años que refleja también lo precaria
que era la libertad de los creadores de lírica para llevar a cabo su tarea sin
injerencias del poder. Tuvo que ser muy comentado en su tiempo el famoso
caso de la censura por las bravas que realizó Enrique Enríquez, mayordomo
real y tío carnal del rey Fernando II de Aragón, al memorial en verso
–lamentablemente, hoy perdido– sobre la guerra de Granada que estaba
escribiendo un cronista lírico llamado Hernando de Ribera, de quien poco

51  Al margen de recordar lo ya dicho anteriormente sobre Juan y Fernán Martínez de Burgos,
escribanos de probable origen converso y protagonistas de MN33, véase el trabajo de Ricardo
Muñoz Solla para conocer mejor la realidad social de los conversos de Burgos en esta época.
52  Curiosamente, hay un lejano antecedente ocurrido en un intento de asalto a la sinagoga de
Huesca en 1279, en el que “the Jews were insulted with derisive songs” (Roth 15-16).

209
P e r e a R o d r í g u e z LA C OR Ó NI C A 4 0 . 1 , 2 0 1 1

más sabemos.53 La supuesta razón de esta censura fue que Ribera no había
publicitado lo suficiente una heroica acción –según la opinión del propio
interesado– en la toma de Tájara, en la que el tío del rey fue herido en el pie
por un disparo de la artillería de defensa musulmana.54 Hernando de Ribera
arguyó que una leve contusión, por mucho que fuese a costa de un tiro de
espingarda –rebotado previamente en una piedra incluso–, distaba bastante
de ser una acción heroica, irrefutable argumento para que el suceso no
ocupase lugar alguno en sus estrofas. Pero la opinión adversa del cronista no
arredró al furioso mayordomo ni tampoco su regio sobrino, el cual, que se
sepa, no hizo nada ni por evitar tan vituperable acción ni por castigarla una
vez cometida, puesto que Enrique Enríquez, escandalizado por el desacato
de Ribera, “imbió por la corónica, que estaba en un monasterio, y casi por la
fuerza la sacó y quitó lo que quiso” (Galíndez de Carvajal 537).
A estas evidencias de la extrema obsesión de los Reyes Católicos, o de su
entorno ideológico cercano, por amordazar cualquier intento de literatura
crítica durante su reinado, habría que sumar también algunos indicios
que llevan a la conclusión de que no todo fueron días de vino y rosas en el
devenir político de Isabel y Fernando. Estos detalles son la más que probable
existencia de una historiografía favorable a Pedro I, de la que sólo han
llegado algunas pequeñas muestras estudiadas por Juan Carlos Conde López,
además de las menciones negativas a la Reina Católica, toda una “maestra
de engaños” según la pluma del cronista Alonso de Palencia.55 Sobre todas
ellas, tal vez la más interesante sea la queja del cronista Hernando del Pulgar
acerca del trato dispensado por la Inquisición a los conversos.56 Por otro
lado, el mismo celo por la censura de composiciones en verso incluso afectó a
algunos chistes de tema anticonverso y burlas sobre judaizantes que, aunque
53  El suceso no sólo lo recogen crónicas contemporáneas y obras historiográficas del Siglo de
Oro, sino que aún Nicolás Antonio (2: 328) lo incluía como referencia capital de la biografía
de este desconocido Hernando de Ribera.
54  Más datos sobre el suceso en Perea Rodríguez, Estudio biográfico de los poetas del
Cancionero general 176-78.
55  Según el ya clásico análisis de Robert Brian Tate. Algunas pruebas de crítica, más tardías
pero igualmente válidas, en el estudio de Alfredo Alvar Ezquerra.
56  En la línea de lo apuntado por E. Michael Gerli, “Social Crisis and Conversion: Apostasy
and Inquisition in the Chronicles of Fernando del Pulgar and Andrés Bernáldez” 156-65.

210
“Q u e b r a n ta r l a j u r a d e m i s a b u e l o s ”

se sabe que circulaban en época de los Reyes Católicos y hacen mención a


sucesos de aquellos tiempos, han llegado a nuestro conocimiento mediante
fuentes muy tardías, como el Libro de chistes de Luis de Pinedo o la Floresta
española de apotegmas de Melchor de Santa Cruz, impresas en los siglos XVI
y XVII, debido a que la línea ideológica de protección a Isabel y a Fernando
ya no tenía razón de ser en los siglos posteriores, cuya censura se movía en
otros parámetros.57
Los Reyes Católicos, en definitiva, no debieron de tener tan despejado de
dificultades su devenir político, como tampoco sus medidas gozaron ni del
aplauso entusiasta ni unánime que sus panegiristas posteriores, incluidos
los historiográficos, han querido transmitir. Al contrario, da la impresión
de que sus líneas maestras de gobierno fueron duramente criticadas incluso
por alguno de sus colaboradores o personajes cercanos al consejo.58 Por
estos motivos, los monarcas se vieron obligados a utilizar toda la maquinaria
del poder político para que sus órdenes fueran acatadas con la obediencia
debida, así como a usar su control censor para que no hubiera rastro alguno,
y mucho menos rastro escrito, de estas posiciones contrarias. Esto explica,
entre otros casos de literatura crítica contra los Reyes Católicos hoy perdida,
que no se haya conservado la intensa correspondencia que el Cardenal
Mendoza, durante sus últimos días de vida, mantuvo con la Reina Isabel,
en la que se tiene entendido que el prelado reprendía con vehemencia el
establecimiento de la Inquisición. Asimismo, tampoco hoy día se conserva
copia alguna, de las muchas con que fue distribuida en su tiempo, de la
larga y crítica epístola contra Torquemada y la Inquisición escrita por el
brillante humanista de origen converso Juan de Lucena, cuyo contenido
sólo conocemos parcialmente gracias a la refutación que de ella realizara
el canónigo toledano Alfonso Ortiz, impresa en 1493 dentro de la edición

57  Diversos ejemplos de burlas relacionadas con judaizantes ha sido estudiados por Gutwirth,
“From Jewish to Converso Humour in Fifteenth-century Spain”. Para las consideraciones
ideológicas del Libro de chistes y de la Floresta española de apotegmas, véase el veterano
pero aún valioso estudio de Glaser 47-61. Algunas de estas burlas a conversos judaizantes
de la obra de Pinedo pueden leerse en la antología de Jesús Maire Bobes 121-26.
58  Son indudables las quejas presentadas a Fernando el Católico por el establecimiento de la
Inquisición en Aragón, estudiadas por Alcalá 195-201.

211
P e r e a R o d r í g u e z LA C OR Ó NI C A 4 0 . 1 , 2 0 1 1

hispalense de sus tratados.59


Teniendo en cuenta lo expuesto hasta aquí, en especial las referencias
a la poesía de cancionero y al entramado converso, habría que poner en
cuarentena afirmaciones tan rotundas y tajantes como la de que no existió
una literatura de oposición a la monarquía en el Cuatrocientos hispánico.60
Es necesario desterrar cualquier planteamiento basado en el fácil ventajismo
de juzgar al pasado por lo transmitido sobre él a posteriori, lo que, en el
caso que nos ocupa, podría resumirse en la conocida sentencia positivista
según la cual todos y cada uno de los poetas de la corte isabelina pusieron
“su musa al servicio de la causa de la justicia y del orden social contra el
anárquico desconcierto anterior” (Menéndez Pelayo 3: 53).61 En opinión
radicalmente opuesta, estoy mucho más de acuerdo con la idea de María
Eugenia Díaz Tena, acerca de que “un pueblo crítico por antonomasia y que
ha reflejado esa vertiente invectiva en su literatura a lo largo de los siglos no
puede dejar de serlo –o al menos, dejar de serlo de una forma radical– en un
determinado período de su historia” (22), sobre todo si se advierte que ese
pueblo poseyó durante el mismo período una línea crítica y humorística, a
mitad de camino entre lo palaciego y lo popular, de parodia de elementos
sagrados y religiosos, con una amplia visibilidad en la literatura bajomedieval
castellana.62
En resumen, antes de negar la literatura crítica contra los Reyes Católicos
durante su reinado por falta de evidencias, los escasos indicios invitan
a pensar que sí existió, aunque no hayan sobrevivido muchas pruebas

59  Más información sobre esta supuesta oposición del Cardenal Mendoza en el estudio de
Francisco Javier Villalba Ruiz de Toledo 200-10. Alcalá señala la sospecha de un perdido
catecismo para conversos escrito por Mendoza en su época de arzobispo hispalense (140).
Para la controversia entre Juan de Lucena y Alfonso Ortiz, véase Alcalá 132-35 y 226-45.
60  Postura mantenida por Ottavio Di Camillo y Rodríguez Puértolas, Poesía crítica y satírica
del siglo XV 27-28.
61  También Ticknor encontraba que la historia de la literatura española medieval tenía, entre
otras características esenciales, ser “loyal to its leaders” (Marino, “Reading Jorge Manrique’s
Coplas in the Nineteenth Century” 212).
62  Sigo aquí los postulados teóricos sobre estas literaturas enunciados por Ryan D. Giles. En
el ámbito particular de la poesía de cancionero, además de los clásicos trabajos de Kenneth
Scholberg y Julio Rodríguez-Puértolas, véase Enrique Martínez Bogo.

212
“Q u e b r a n ta r l a j u r a d e m i s a b u e l o s ”

materiales. Entre inquisiciones y censuras, entre violentas y desmesuradas


condenas a todo aquel que osara escribir, o siquiera recitar, unos versos
criticando a la monarquía, los autores de esta literatura se guardarían muy
mucho de publicitarla, si bien tal vez pudo circular en secreto, con una
tremenda cautela, tanto que, como resulta lógico imaginar, la confiscación,
quema o destrucción de literatura crítica fue lo que ocurrió con casi toda
ella y es lo que, en última instancia, explica la ausencia de testimonios. Pero
la carencia de pruebas materiales no debería fundamentar su inexistencia,
sino que, por el contrario, cualquier razonamiento lógico apunta a que
sí existió, y además tuvo en los conversos, autores y temas, un elemento
muy importante, como se deduce de los hallazgos señalados por, entre
otros, Deyermond (“Evidence for Lost Literature by Jews and Conversos in
Medieval Castile and Aragon”) y Gutwirth (“Archival Poetics”). También
es significativo considerar que algunos descubrimientos casuales revelan
la persecución que sufrieron desde el siglo XV obras de este tipo, como
indica el ejemplar impreso del Alborayque que forma parte de la llamada
‘biblioteca de Barcarrota’, por haberse encontrado conscientemente oculto
en esta villa extremeña, junto a otros “volúmenes de quiromancia, picaresca
y pornografía compuestos en diversos idiomas” (Carpenter 57), entre ellos
el famoso ejemplar del Lazarillo de Tormes impreso en 1554, hasta entonces
desconocido.63
Lo más importante de estos afortunados hallazgos es que, en general, nos
permiten disponer de extraordinarios elementos de juicio para reflexionar
sobre el que tal vez sea el más grande enigma de aquellos tiempos: la existencia
o no de conversos judaizantes.64 Parece necesario refutar una idea manejada
con frecuencia por la comunidad académica: la que hace del criptojudaísmo
nada más que una especie de montaje conspiratorio efectuado por los Reyes
Católicos para solventar el obstáculo opositor de los conversos, y que les
permitió además hacerse con el control económico de los suculentos bienes

63  Los contenidos de este hallazgo han sido digitalizados y puestos de libre acceso en Internet
en la página web de la Biblioteca de Extremadura.
64  Con todas las precauciones para el uso de este concepto indicadas por Márquez Villanueva,
De la España judeoconversa 95-114.

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muebles e inmuebles de quienes fueron acusados de judaizar.65 Sin entrar a


valorar cuáles fueron las verdaderas intenciones de los monarcas, algo que
resulta complejo de saber, lo cierto es que el judaizante, o mejor dicho, los
judaizantes, sin duda alguna existieron.66 Es evidente que sus vivencias no
fueron homogéneas, sino presididas por la heterogeneidad social que han
descrito las últimas tendencias historiográficas sobre conversos, y que, en
todo caso, jamás transitaron por esa senda hiriente, agresiva e inicua con
la que las describen las fuentes inquisitoriales.67 Aunque parezca pueril
recordarlo, es obvio que los conversos judaizantes no rezumaban la maldad
y la inquina con que los cristianos viejos los prejuzgaron y por las que la
infame Inquisición los castigó, lo que hace harto complicado, como escribe
Ángel Alcalá, “determinar cuán judíos eran los marranos de entre finales
del siglo XIV y bien entrado el siglo XVI” (147). Pero, al mismo tiempo,
tampoco puede negarse que, dentro de la alteridad de los conversos definida
por Eloy Benito Ruano (De la alteridad en la historia 81-94), o la identidad
escindida, como más recientemente la han denominado Yirmiyahu Yovel
(The Other Within) y Ángel Alcalá (15), la añoranza de la ley mosaica debió
de ser una de las características espirituales, consciente o inconscientemente,
más acusadas de los cristianos nuevos, tal como la literatura refleja en tan
precisas como preciosas ocasiones.68
Esto puede observarse en uno de esos textos que han permanecido ocultos
hasta que un rastreo archivístico, actividad reclamada por Eleazar Gutwirth
(“Archival Poetics”) como punta de lanza para la reconstrucción de la cultura
judeoespañola, ha sacado a la luz. Se trata de unas coplas cancioneriles de arte
menor compuestas por Diego de Segura, transmitidas a través del proceso
inquisitorial de su hermano, el mercader valenciano Pedro de Segura, que

65  Información más detallada de estos planteamientos en Benzion Netanyahu y en Herman


P. Salomon. La opinión contraria la sintetiza Ángel Alcalá 154-61.
66  Un ejemplo paradigmático sería el de la comunidad de Molina de Aragón durante los años
finales del siglo XV, analizada por Leonor Zozaya Montes 162-67.
67  Manejo las categorías de estos conceptos expresadas, además de por Márquez Villanueva,
por José Faur y por Paul Julian Smith, Representing the Other 27-58.
68  Para un resumen de las últimas tendencias historiográficas sobre lo converso, véase Gerli,
“The Converso Condition” 4-5. Algunos reflejos literarios son descritos por Rosenstock 10-11.

214
“Q u e b r a n ta r l a j u r a d e m i s a b u e l o s ”

fue juzgado y condenado por la Inquisición en los años iniciales del siglo
XVI.69 El reo se inculpa con varias de las tópicas y resabiadas acusaciones a
los judaizantes, como por ejemplo seguir la kashrut, la norma dietética judía:
“En casa de su padre nunca vio comer tocino ni nunca vio comer conejo
ni carne que no fuese degollada, ni anguillas”. Después, declara que “un
hermano suyo, llamado Diego de Segura, que podría aver XV o XVI años,
que él escrivió un ABC por coplas para el confesante, el qual es del tenor
siguiente, el qual es por coplas”. Tan insólita confesión fue acompañada de
un eficaz notario inquisitorial, que no solo anotó que el acusado recitaba
canciones judaizantes, tal como otros documentos similares recogen
(Gutwirth “Archival Poetics” 645-49), sino que copió rigurosamente en el
proceso los versos que Diego de Segura había transmitido a su hermano
de forma oral. Éste, gracias al recurso mnemotécnico del abecedario –cada
copla comienza con una palabra siguiendo el orden alfabético–, los volvió a
recitar en su confesión, si bien en algunas ocasiones el notario registra cómo
el acusado no se acuerda de los correspondientes a algunas letras:
[I]
Adonay es el tu nombre,
segunt nos fue declarado,
en quien deve todo hombre
adorar muy inclinado;
y, por más purificado, 5
en su nombre loaré,
y en Ti sólo adoraré,
y librarme ás de peccado.

[II]
Bendito es aquel varón
qu’en Ti tiene su sperança, 10
que feziste al Rey Faraón
padecer tal tribulança;
y de baxo de su lança

69  Aunque fueron dadas a conocer y parcialmente publicadas por García Cárcel (196-97),
han pasado desapercibidas para los principales estudios de la literatura del período.

215
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sacaste los dotze tribus,


libres y sanos y bivos, 15
y mostrásteles vengança.
[III]
Cerca de la mar llegaron
de Faraón muy aflegidos,
y a Muisén se reclamaron
dando bozes y gemidos, 20
que se veían perdidos,
y Muisén los respondió:
“¡Esperat en vuestro Dio
y seredes acorridos!”
[IV]
Del cielo fue decendido 25
una voz así disiente:
“Muisén, con tu vara erguida
por la mar fendiendo,
y lüego s’irá abriendo
por dó pasen tus parientes, 30
y venírseles ha a mientes
de cómo Yo los deffiendo”.70
(Archivo Histórico Nacional, Inquisición, legajo 800/2, exp. 4)

No obstante, poemas como este no son más que excepciones en el panorama


de la poesía castellana impresa de la época: ni crítica contra el gobierno
ni la meditada añoranza de la Tora, ni nada que se le parezca de lejos, se
puede leer en el Cancionero general, recopilado por el erudito Hernando del
Castillo e impreso por primera vez en 1511, al cual la crítica señala como
la antología más representativa de lo que fue la lírica cancioneril durante
el reinado de los Reyes Católicos. Pero la presencia tanto de temas como
de poetas conversos en esta recopilación responde a unos patrones muy
determinados y complejos de explicar de forma breve. Así pues, como
conclusión provisional de este trabajo, me gustaría haber hecho entender

70  Al estar registrado de forma oral, el poema presenta varias lagunas de difícil solución,
sobre todo versos hipométricos como el v. 28. Trataré estos problemas a fondo en la futura
edición del poema completo.

216
“Q u e b r a n ta r l a j u r a d e m i s a b u e l o s ”

que parece poco probable que la menor presencia del entramado converso
en la lírica cancioneril compuesta en época de los Reyes Católicos, en
comparación con lo muy visible que había sido en el reinado anterior, el de
Enrique IV, deba asociarse a las supuestas bondades de unos gobernantes en
detrimento de la pretendida maldad del otro. Aun difíciles de detectar, de
conectar y de seguir, las escasas evidencias en la poesía de la época apuntan
precisamente a todo lo contrario: a que fueron la censura y el control
del poder sobre una parte de la literatura lo que propició el éxito de otro
estereotipo lírico, perpetuado como cliché por haber dotado de objetividad
a documentos, crónicas, e incluso a fuentes líricas, mucho más empapados
de propaganda ideológica de lo que se ha valorado hasta ahora.

Este trabajo forma parte del proyecto de investigación FFI2010-17427, “El Cancionero
de Palacio (SA7): hechos y problemas (II)”, financiado por el Ministerio de Educación
y Ciencia (Dirección General de Investigación) y dirigido por la Dra. Cleofé Tato, de
la Universidad de La Coruña. Como es preceptivo, para la localización de fuentes y de
poemas se ha utilizado el sistema de ID diseñado por Brian Dutton. Salvo que se indique lo
contrario, uso mi propia transcripción y edición de los textos seleccionados.

217
P e r e a R o d r í g u e z LA C OR Ó NI C A 4 0 . 1 , 2 0 1 1

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