Beruflich Dokumente
Kultur Dokumente
••
Carmen Delia Bencomo
33
Minicuentos
para dormir ratones
••
33 Minicuentos para dormir ratones
© Carmen Delia Bencomo
© FUNDECEM
Esta edición fue coordinada, revisada y corregida por Néstor Abad Sánchez .
••
La razón de estos cuentos
••
Gregory, poeta de Mérida: “...Por ello esos minicuentos,
como prefiere llamarlos Violeta Rojo, andan por el mun-
do de las letras... tan viejos y tan nuevos y no es sólo que
ganan por puntos... sino que su duración es luminosa co-
mo el relámpago. Espacio y tiempo reducidos a una sola
palabra: goce...”
Desearía que los míos fueran como estos y tengo fe
en ello, pues antes de publicarlos quienes los han conoci-
do, tanto niños como adultos, igualmente han disfrutado
y espero que los abuelos tengan un cuento cada día de
vacaciones y a los nietos los hagan soñar y desear más.
••
Minicuento del ratón Rosario
••
moso cuento, nació entre ellos una gran amistad, pura
como el aire del jardín, y el gato le contó lo que soñaba
cuando él lo despertó.
Rosario refirió a su mamá y hermanos que se había
hecho amigo del gato y que éste le contó el sueño que
había tenido.
—¿Y qué soñaba el gato? Preguntó la mamá.
—Soñaba, le dijo Rosario, que él era una rosa que
se bañaba en el río y era “tan bueno”, como dijo el poeta
Alarico del gato que se paseaba por la casa, “tan bueno
que de ratones no es su festín”.
Mamá ratona preguntó si les había gustado el cuen-
to y todos muy alegres, dijeron:
—¡Sí, sí, sí!
—Bueno, ¡a dormir!, que mañana les contaré otro.
••
Penélope, la arañita tejedora
••
dormir caminan con ella por los jardines del sueño.
La rana muy emocionada le dijo:
—Croac, croac, ¿Me quieres hacer un vestido como
los de la luna? ¡Deseo parecer la reina de las aguas!
A Penélope, la arañita tejedora, no le gustó aquella
vanidad de la rana y le dijo:
—No. Yo no tejo vestidos a quien no sabe cantar,
soñar, contar cuentos o no tiene luces para alumbrar.
La ranita nada dijo y cuando llegó al pozo, escribió
estas canciones:
La vecina rana
le pide a la araña
un traje de nubes
y un mantón de luz.
La vecina rana
quiere ser reina
de la fuente clara
para poder alumbrar.
• 10 •
La tierra graciosa
• 11 •
personas que se harían dueños de nuestras tierras, y
habitantes, y les pondrían nombres a las tribus y ríos y
hasta un Dios, cambiaría nuestros ídolos. ¡Creo que han
llegado ya! -dijo el ratón más viejo y al ver la espada del
ratoncito viajero, le preguntó.
—¿Qué es eso y para qué sirve?
—Es la espada que lleva todo caballero para defen-
derse. ¿Y ustedes qué usan?
—Como no tenemos enemigos usamos arcos y fle-
chas para cazar animales que nos sirven de alimento.
Entonces el ratoncito se quitó la capa y lanzó la es-
pada al mar en señal de amistad.
—¿Hace mucho de eso? -preguntaron los niños.
—Sí. Hace quinientos años, y el abuelo de las tapa-
ritas se puso su sombrero y se disponía a salir, cuando lo
interrogaron de nuevo.
—¿Y el ratoncito?
—Se quedó con sus amigos y formó una familia, y
mamá ratona lo cuenta a sus hijos y éstos a los suyos y
les dicen, como yo:
—Bueno. Esta historia se acabó. Ha quedado en esta
taparita y mañana les traerá otra.
• 12 •
El ratoncito polizón
• 13 •
y al despertarse su única tristeza era no haber podido
despedirse de su novia Diana, a quien amaba y con quien
soñaba casarse.
Pasaron unos días. Sólo mar y cielo. Cielo y mar
veían sus pequeños ojos, mientras pensaba: la llamaré o
le escribiré y como ella también me ama comprenderá y
me esperará, Al fin, un día alguien gritó:
—¡Puerto a la vista!
A Temístocles el corazón le saltó de alegría y sus es-
peranzas crecieron al anclar el barco. Cuando salió em-
pezó a correr. Afortunadamente un ratoncito del lugar le
preguntó:
—Mira, primito ¿quién sois? ¿Cómo te llamáis?
—Me llamo Temístocles del Rincón y vengo del mar
Egeo.
—Temístocles Rincón se llama mi padre. No somos
hermanos y vienes del mar feo. Nuestro mar es bonito y
se llama Caribe. Este lugar es Maracaibo y la bandera es
de Venezuela, nuestro país.
Entonces el ratoncito le contó su historia y como
buen zuliano le ofreció su amistad y hospitalidad y le
dijo:
—No te preocupéis. Ese barco es petrolero y lleva
petróleo a tu tierra. Pronto volverá a salir.
El ratoncito agradeció tanta amabilidad y por el día
recorría la ciudad y por las noches regresaba al barco y
en la bodega se escondía. No quería correr el riesgo de
quedarse si el barco salía de nuevo.
A su regreso volvió a ver a Diana y en pocos días se
casaron y tuvieron hijos que por las noches sus padres le
cuentan este cuento y otros más. Se duermen felices co-
mo los ratoncitos de mamá ratona que mientras cierran
sus ojitos, se despide con estas palabras:
—Que sueñen con los angelitos del cielo y del mar y
mañana les contaré otro.
• 14 •
Los cuentos de Marcelino
• 15 •
Marcelino asombrado, le preguntó:
—¿Quién eres tú, pequeño amigo que desafías el
viento y el frío?
—Soy el chivito de los andes, el único ser que puede
vivir en estas cumbres. Recojo el grito de Caribay, entre
las águilas de nieve. Soy un “colibrí aristocrático” como
me dice el bautista que me cuida, estudia y protege.
-Qué alegría me da encontrar un amigo y para co-
rresponder tu saludo, también diré una canción:
Chivito alado
barbudo señor.
Vives muy alto
cerquita de Dios.
• 16 •
La musaraña y los frailes dorados
• 17 •
Este animalito se pasea entre los dorados frailejones,
las hermosas plantas que crecen junto al viento y el frío.
Parecen niños dormidos en las laderas, a orilla del camino
y admirando tanta belleza, les dije:
-¡Oh! Pequeños frailes del camino. Tengo para uste-
des toda mi admiración y la expresaré en este poema:
Frailejón dorado
fraile de algodón.
Canoso ermitaño
te llamó Don Tulio
frailejón te llama
toda la nación.
• 18 •
Las ruanas comunicadoras
• 19 •
ra comunicarnos porque son grandes las distancias y no
tenemos otros medios.
—¿Y cómo se comunican? -pregunté de nuevo.
—Bueno, cuando la usamos por el lado rojo es ale-
gría, trabajo, amor. Por el lado azul oscuro es tristeza por
algún enfermo o dolor por alguien que se nos ha ido.
—¡Quisiera tener una! -dijo Marcelino y el campesi-
no le prometió conseguirle una y le deseó que siempre la
usara por el lado rojo.
—¡Gracias, amigo pastor! Que tus deseos sean una
bendición y te voy a decir un poema que leí, de un poeta
de aquí:
Ruanas de rojo y azul
por el viento y el sol
los caminos llenan de luz
la montaña, la lluvia y la flor.
Esa noche mamá ratona más emocionada contó el
último cuento de Marcelino y le pidió a sus hijitos hi-
cieran un cuento, un poema o un dibujo que mañana les
contaré otro, dijo, y se fueron a dormir.
• 20 •
Mi bulto huele a caramelo
A Antonio Luis Cárdenas
• 21 •
—Precisamente porque no quiero tener hijitos jo-
robados sino caballeros de espaldas anchas y esbeltas
figuras.
—Mamá ¿y cuando tú estabas pequeña no tenías
bulto? -preguntó otro.
—No, en ese tiempo no existían. Las madres nos
hacían bolsos de dril o cualquier otra tela gruesa y ahí
llevábamos el libro, cuadernos, lápices, merienda porque
íbamos dos veces a la escuela: en la mañana después del
desayuno tres horas y dos luego del almuerzo. Así po-
díamos descansar, dormir siesta y hasta jugar. Nuestra
madre, la abuela de ustedes, gustaba jugar con las pa-
labras y a veces las convertía en poesía. Una vez ante el
olor tierno de nuestra bolsa, escribió este poema:
Mi bolsa escolar
huele a letra nueva
a cuentos de hadas,
a mar, montaña, ríos.
Ella sabe guardar
olores de peces, pájaros,
y aromas de flores
en los libros míos.
• 22 •
El ratoncito que vio el mundo al revés
• 23 •
Soñé que en el cielo
nadaban los peces,
en el mar y en el río
vivían los luceros.
Que el gallo tenía
cuatro patas,
la garza seis,
el perro dos
y una la gata.
Alas las tortugas
un solo pie el ciempiés
y cuando salió el sol
vi el mundo como es.
• 24 •
Los ratoncitos perdidos
Dedicado a las madres en su día.
• 25 •
Siguieron los ratoncitos buscando por todas partes
hasta que llegaron al mercado de las guajiras, de donde
habían salido y le preguntaron a una de ellas:
—Señora, ¿usted no sabe dónde está mi mamá?
—¿Cómo voy a saberlo? Las mamás no dejan solos a
sus hijos por lugares que no conocen.
Disgustados y tristes se quedaron en ese sitio y
pronto vieron llegar a su mamá que muy nerviosa los
buscaba. Los abrazó, besó y los regañó por haberse ido
de su lado.
La guajira también lloró de emoción y le dijo a la
ratoncita.
-Señora, tiene que
castigar a sus hijos
p orque son muy
bellacos.
Cuando re-
gresaban, uno
de los ratoncitos
preguntó:
—Mamá,
¿qué es bellacos?
—Bellacos son lo
que nosotros decimos
tremendos y desobe-
dientes.
Esa noche, en
castigo, se fueron a su
cuarto sin cuentos pero la buena madre les dijo:
—Mañana les contaré otro.
Los ratoncitos pidieron perdón y dijeron:
—Mañana será una noche feliz porque tendremos
un cuento para soñar y dormir.
• 26 •
Los ratoncitos enamorados
• 27 •
Emocionada, la ratoncita le preguntó:
—¿Cómo te llamas?
Y él le respondió:
—Me llamo Ado, ¿y tú?
—Ena Mora ¿no tienes novia?
—No. Tenía una pero me dijo “miado” y no me
gustó.
Ena Mora dio su afecto al ratón y creyó ser corres-
pondida, mas no fue así. Después de pasar bellos mo-
mentos y cenar a la luz de la luna, se alejó sin un adiós
ni hasta luego.
La ratoncita muy preocupada consultó al viejo
ratón, que le aconsejó:
—No ames más de lo que debes ni malgastes el
agua de tu fuente en el río que corre, pues no se dará
cuenta. Tampoco derrames pétalos de flores para per-
fumar tu cueva, porque alguien interesado los comerá y
entonces ¿con qué te perfumarás?
Las hermanas ratoncitas le repiten las palabras del
sabio ratón y le agregan:
—Ena Mora da tu amor a quien lo merezca.
Otro día regresó el ratón y Ena que había seguido
los consejos, muy secamente, le dijo:
—Mi Ado, ¿A qué has venido? Tú eres una rosa
que se ahogó en el río de mis afectos.
Los ratoncitos escuchan con risas este minicuento y
quieren escuchar más, pero mamá ratona, les dice:
—¡Ah! ¿les gustó?, pues ahora a dormir que maña-
na les contaré otro.
• 28 •
El botín del ciempiés
• 29 •
los árboles del camino o se lo llevó un pájaro para hacer-
le nido a sus hijitos.
La generosa hormiguita miraba y miraba a cada
lado con temor a las sombras que podrían ocultar algún
peligro. Iba sola y de pronto se cruzaba con otras hormi-
guitas que extrañadas le preguntaban:
—¿A dónde vas compañera con tanta prisa? ¿No te-
mes a la oscura noche? -y ella les contaba la razón de su
angustia y se iban agregando para ayudarla y acompa-
ñarla y de pronto en un claro de luna divisaron algo rojo
como una cayena o clavel rojo y poco a poco se fueron
acercando hasta descubrir que se trataba del botín del
ciempiés y entre todas cargaron con él y cuando llegaron
a la fiesta hubo aplausos y palabras de agradecimiento,
sobre todo, del ciempiés, el gran bailarín, que pudo za-
patear los joropos sin pisar a las hormiguitas que comían
sorbeticos de jazmín en cálices de rosas.
Bailaron toda la noche hasta quedarse dormidos.
También los niños y ratoncitos con el final de este
minicuento muy contentos empezaron a soñar con otro
cuento que escucharán mañana.
• 30 •
Las cinco gaticas de colores
• 31 •
a vivir en amistad y como mañana es un día especial
les contaré sobre los siete ratoncitos que viven en
un pentagrama de cristal lleno de música y entonces
les enseñaré una canción donde están estas notas: do re
mi fa sol la si y todos viven cantando las hermosas
canciones que les enseñó su mamá.
• 32 •
Pentagrama de luz y color
Musicalmente digo lo que deseo decir.
El gran músico del sueño.
• 33 •
—Pentagrama -le corrige papá ratón. Penta quiere
decir cinco, y grama línea. Por eso se llama así a las cinco
calles o cuerdas negras por donde caminan los herma-
nos musicales.
En aquella ciudad de voces musicales se escuchan
cantar al Ratón Redó y la ratoncita Solfa y él le dice:
—Dame el sí y nos casaremos para vivir en una cla-
ve de sol, en la calle principal de Pentagrama, y los otros
ratoncitos repiten una y otra vez:
Do, re, mi, fa, si, la, sol
Sol, re, si, fa, mi, re, do.
Y en la escuela “Sonatina” se escucha a la profesora
de música que dice a sus alumnos:
—Con esta canción termina la lección. Mañana
aprenderemos otra.
• 34 •
La rosa de Martí
Dedicado a la memoria de mi hermana,
y al recuerdo del amigo poeta
que un día me regaló una rosa blanca.
• 35 •
“Cultivo una rosa blanca
en junio como en enero
para el amigo sincero
que me da su mano franca
y para el cruel que me arranca
el corazón con que vivo
cardo ni ortigas cultivo,
cultivo una rosa blanca.”
Tanto arriba, en el cuarto infantil, como abajo en el
cuarto ratonil, casi a una sola voz, se escucha:
“Cultivo una rosa blanca...” y se van apagando las
voces y luces.
¡Hasta mañana, hijitos!
¡Que sueñen con los ange-
litos y una rosa blanca y
dando a cada uno mu-
chos besitos, los arro-
pa con su bendición!
—Ris, ris, ris, -con
su voz menuda, dice
mamá ratona. Ya mis
niños se durmieron.
• 36 •
Aventuras por caminos de trigo y nieve
• 37 •
-Mi nombre es Candelario pero me dicen Candil
porque alumbro los oscuros caminos de los forasteros.
Rosario extrañaba su cueva y los suyos y un día
volvió a subir al camión y regresó. Muy emocionados
todos escuchaban las aventuras de Rosario y esa noche
comieron del queso y el pan traídos de sus viajes y se
durmieron muy contentos con la promesa de mamá ra-
tona de contarles otro cuento.
• 38 •
La piñata ratonil
• 39 •
El ratoncito poeta
• 40 •
Después les leí en el diario del
domingo lo que dice la poeta Eli-
zabeth Schon que ha sabido crear
su cielo para vivir en él y ¡qué
lindo debe ser su cielo detenido
en el universo de las hormigas
y sigue abierta a todos los mun-
dos, pues “las hormigas tienen
su lenguaje como el viento, el agua,
la noche...” y creo que ella también
escuchó alguna vez, en su bibliote-
ca a los ratones repitiendo
los minicuentos que
nos dices para dormir.
Estoy seguro de eso por-
que un día fui a su casa, entre árboles y
pájaros. Me escondí detrás de una mata de rosa que le
coqueteaba a un clavel y la descubrí frente a ellos, con
una sonrisa de hada, como si también entendiera el len-
guaje de las flores y le vi su mirada azul de agua y sus
manos acariciándolas y un suave perfume se extendió
en todo el jardín.
Más tarde escribía un libro con las mágicas pala-
bras del aroma y el color y de su profundo río nacían
mariposas, colibríes, barcos de sueños, ángeles y luce-
ros que alumbran el pensamiento.
—Tiene razón el vecino, dijo mamá ratona, pues
eres poeta. Elizabeth, dice: “Yo creo que el poeta debe
estar abierto a todos los mundos...”
Entre árboles y sombras se escucha este minicuento
y los hijos emocionados la miran con deseos de escu-
char más pero ella, les dice:
— Bueno por hoy. La vida nos dará nuevos cuentos
y mañana les contaré otro.
• 41 •
El angelito de Mocotíes
A Luis Ángel con amor
• 42 •
Allí se quedó mamá ratona poco tiempo hasta el día
que murió la abuela y vino la nieta a recoger sus últimas
palabras y las cosas que dejó, entre esas el baúl que llevó
a su casa del pueblo, no sólo como recuerdo sino como
valiosa antigüedad y cuando lo abrió dio un grito al des-
cubrir a mamá ratona que salió corriendo hasta la plaza
y allí encontró el angelito que esperaba el regreso de los
que se habían ido y el río corría, bañando de esperanza y
encantos las horas.
-Yo no sabía qué hacer, sigue diciendo la ratoncita,
con alegría, hasta que le pregunté:
-¿Cómo te llamas?
-Ángel, le respondió, y estoy esperando a una escri-
tora que escribe cuentos y poemas infantiles y nació aquí.
Yo la acompañaré hasta donde la esperan los niños.
-Bueno, iremos tres, le dijo mamá ratona.
Otro día regresó a su casa y lloró al despedirse del
angelito, pero los ratoncitos la recibieron muy contentos
y esa noche les contó este cuento y les prometió para
mañana, otro.
• 43 •
El tren de El Encanto
• 44 •
un relato de algo que vivimos y hoy me llena de encan-
tadores recuerdos.
—¡Es triste que desaparezcan las cosas que nos ha-
cen soñar! -dijo el ratoncito soñador.
—Es triste, pero yo les enseñaré a construir un tren
con una locomotora echando humo; una campana y
unas ruedas de cartón. Sobre ellas unos vagones de co-
lores y en letras grandes un letrero que diga: ¡Buen viaje
tren del Encanto! ¡Muy buen viaje mi trencito de colores
y cartón! Una lora sobre la locomotora que repita el
trabalenguas que escribió el abuelo poeta:
Loco, loco, locomotora,
tienes loco el motor
Loca, loca, grita la lora
sobre la locomotora.
Se va el tren del Encanto
sobre el ferrocarril...
cruza bosques y ríos
con una canción feliz.
Y otro día volverá
mi tren del Encanto
entre alegrías y risas
cuentos nuevos nos traerá.
• 45 •
El regreso del ratoncito
• 46 •
para que todos lo recuerden y sigan sus buenos consejos.
El hijo de Ratón Pérez dice que cuando sea grande va a
poner una fábrica de quesos y pastas para que no tomen
sopa y otros ratones se puedan ahogar.
Tanto el hijo, como sus hermanos, estaban contentos
con este cuento pero mamá ratona, les dijo:
—Está bueno por hoy. Ahora a dormir que mañana
contaremos otro.
• 47 •
El payaso que perdió su risa
En una gota de agua
buscaba su voz el niño.
Federico García Lorca
• 48 •
en la voz del niño que no quería reír y éste con su voz
menuda, le dijo:
—¡Te quiero mucho, payasito!
—¡Qué alegría! ¡qué alegría! -gritan los niños del
circo.
—¡Qué alegría!-gritan también los caballos, perros,
osos, elefantes y los equilibristas que no querían ver
triste al payaso y el circo se puso de fiesta con las risas
del payaso que encontró su risa en un niño que le dijo:
“Te quiero mucho”.
Mamá ratona contó este hermoso cuento a sus hijitos
y el ratoncito poeta, dijo:
El circo está de fiesta,
porque el payaso llorón
halló su risa perdida
en esta linda canción.
• 49 •
Mágicos zapatazos
a Pedro León Zapata
• 50 •
hasta de presentidos olores y sabores; un ratoncito como
ustedes, su papá y yo, que mira a todos lados de tan sa-
broso manjar y al referirse a la ratificación hecha en sus
cargos de algunos funcionarios públicos, antes de meter-
le el diente, dice: “Yo no necesito que me ratifiquen” y
pese a que no entiendo mucho, pienso en la comparación
que hace con nosotros de aquellos que roban dinero aje-
no, y aunque no nos agrade, tal vez sea la más acertada,
y la palabra “ratificar”, que no tiene nada que ver con
los ratones, significa confirmación o aprobación de una
cosa.
—Este hermoso dibujo, continuó mamá ratona, pa-
reciera el retrato de alguno de nosotros y como me siento
orgullosa porque su realizador es un gran artista nacio-
nal, lo colocaré en sitio destacado para que todos nues-
tros amigos lo vean y se sientan igualmente orgullosos
por haberles despertado interés y mención y se haya
ocupado de nosotros los ratones un genio como él, quien
toma en cuenta hechos grandes, cosas de la vida diaria.
—Bueno, mis hijitos, que sueñen con este dibujo,
el genio que lo hizo y este cuento. Mañana les contaré
otro.
• 51 •
Las estrellas que se convirtieron en mariposas
Constanza Liz,
la nieta que siem-
pre acompaña a
la abuela
cuando
hace hermosos
paisajes de
retazos de te-
la sobrantes
de sus costuras,
se queda con-
templando uno con más
emoción y mira cómo aparecen
figuras de diferentes formas
y colores que conforman una obra
de arte y la nieta le dice:
—¡Abuelita, yo quiero hacer también un tapiz!
Y la abuela interrumpiendo por breves instantes su
labor, le dice, con alegría:
—¡Qué bueno! Harás tapices muy bellos. Sólo tienes
que poner una tela más fuerte y grande de base y sobre
ella vas pegando o cosiendo lo que te dicten tus hermo-
sos sueños y tendrás un lindo tapiz que será envidia de
todos.
Muy feliz y segura la niña escucha muy dentro de
ella la voz de su ángel que le dice:
—Constanza, mira el cielo, la montaña, los pájaros,
las mariposas, estrellas, casas, ríos y personas. Recorta
esas figuras y pégalas en la tela que parece decirte:
• 52 •
—¡Lléname de colores y formas que puedan servir
para un hermoso cuadro que adornará tu cuarto para re-
gocijo tuyo y de los que lo vean.
Así fue y Constanza toma de la cesta de labores pe-
dazos de tela que escoge y con la ayuda de las tijeras apa-
recen las figuras como le indicó la abuela. Lo primero fue
un cielo grande y azul donde nacen los astros. Después
un jardín con una casita, cerca de unas flores, una mari-
posa confundida con el aroma y un picaflor.
Arriba un sol amarillo ilumina el paisaje salido de
las pequeñas manos y ocultando las estrellas que envi-
diaban aquellas mariposas que podían darse el gusto de
estar cerca del jardín y dijeron:
—¡Ah! si nosotras pudiéramos ser como ellas que
se mueven entre las flores y embellecen más el jardín y
el ángel de la niña, que siempre ilumina pensamientos,
dijo:
—¡Sí podrán serlo, basta que poco a poco bajen y
ronden por el aire...
Y bajaron de las manos de Constanza Liz y llenaron
el espacio con sus vuelos.
—¡Mira, abuelita! el tapiz que hice, dice la nieta, y la
abuela volviendo a interrumpir su labor, se queda mara-
villada y abrazándola con emoción, le dice:
—¡Qué lindo! Todos los van a contemplar y desear
ese tapiz. Sólo falta gente y la firma para saber quién es
su autora.
—¡Abuelita, no hay gente porque todos están dur-
miendo.
Toma el lápiz y en una esquina coloca su nombre
que las estrellas convertidas en mariposas llenan de luces
las letras y Constanza Liz y la abuela se bañan de felici-
dad y dicen:
—¡Ese fue un día que las estrellas se convirtieron en
mariposas!
• 53 •
Los príncipes emplumados
• 54 •
—¡Qué bello y extraño es todo esto! -se dijo el raton-
cito y salió a recorrer aquel pueblo de encantamientos.
—¿Quién sería Guaicaipuro? -se preguntaba mien-
tras caminaba y al rato llegó a una plaza donde se alzaba
la regia figura de un indio y su nombre Guaicaipuro que
le trajo el recuerdo de los gallos de la madrugada.
De pronto divisó al pie de la estatua una ratoncita
que lo miraba con simpatía y él se acercó hasta ella y con
mucha cortesía la saludó tendiéndole su peluda mano:
—¡Buenos días amiga!
—¡Buenos días! -le respondió ella y acercándose más
el ratoncito le dijo:
—Me llamo Rosario. Soy de la familia ratonil y he
venido a conocer este pueblo y tú puedes decirme algo
sobre él.
—Sí. Con mucho gusto. Me llamo Caciquita y des-
ciendo del gran cacique Guaicaipuro, jefe de la tribu Los
Teques y en su honor el pueblo se llama así.
Como el ratoncito le contó lo de los gallos encanta-
dos, ella le dijo:
—Esos son espíritus que velan por esta región y ve-
nían de un lugar llamado El Encanto en un tren que tenía
antes y hacía la delicia de los niños. Ahora vienen en las
sombras de la noche.
La conversación de Caciquita, su dulce voz y ama-
bilidad le llenaron de emoción y le ganó el cariño del vi-
sitante que le dijo:
—Caciquita, casi te pido seas mi esposa y te llevaré
hasta donde vivo, Caracas, nombre también de una an-
tigua tribu. Nos unen nuestras raíces y juntos viviremos
felices. Pronto volveré a buscarte...
Con un triste y esperanzado adiós se despidieron y
él volvió a la casita abandonada para escuchar de nuevo
el canto:
• 55 •
Somos los gallos encantados
ki ki ri ki ki ki ri ki.
Guaicaipuro nació y murió aquí
defendiendo su tribu
Ki ki ri ki ki ki ri kí.
• 56 •
Cuentos del aguamanil
• 57 •
—Yo seré zapatero especial para hacer los botines
que el ciempiés va a calzar.
—¡Y yo seré un buen padre! -decía el ratoncito, que
con minicuentos de ratones aprendió a soñar.
—Muy bien, dijo la mamá, y todos soñarán con án-
geles azules y mañana les contaré otro para que duerman
felices.
• 58 •
Los grandes maestros animales
Al recuerdo de Arístides Bastidas
y su Ciencia Amena.
—¿Nosotros pertenece-
mos al reino animal? -pre-
guntó el ratoncito a su
mamá ratona, la noche
que se disponía a contarles
un cuento sobre los grandes
maestros animales.
—¿Maestros animales?
-volvió a preguntar el ra-
toncito.
—Sí. En el reino animal hay grandes
maestros que con su ejemplo y su forma
de vida nos enseñan y debemos imitar:
las iguanas, por ejemplo, con sus pre-
sencias de dragones verdes o pequeños
dinosaurios son buenas colaboradoras de
los agricultores pues sirven para impedir
frondosidades de los árboles ya que tienen la
función de podar las plantas comiéndose los
retoños. Son apacibles e inofensivas y desde un árbol
en flor un pajarito les canta esta canción:
Iguanita de verde color
dinosaurio en miniatura
te disfrazas de dragón
y asustas con tu figura
a un enemigo burlón.
• 59 •
cudos que les sirven para saciar su gran apetito y algunas
mueren asfixiadas por la cantidad que se amontonan en
sus pequeñas gargantas.
—Y cuando llega la noche, desde una torre oscura,
la lechuza o búhos, importantes en los cuentos de los ni-
ños como aliados de brujas, son animales inofensivos que
por tener tan desarrollado el sentido del oído, pues pue-
den identificar sonidos de larga distancia, están siendo
estudiados por científicos con el fin de conseguir ayudas
en los humanos con deficiencias auditivas.
—Las lechuzas, símbolos de ciencia y sabiduría se
comen a los demás, pero nadie se las comen a ellas. No
sabemos si por feas al gusto o por miedo, pero como no
hay enemigo pequeño, temen a los azulejos, esos paja-
ritos que parecen pedacitos de nubes emplumadas que
como están acostumbrados a defenderse, cuando una
lechuza se acerca a un nido la atacan a golpes de pico y
alas, mientras otro cuida a sus hijos.
—Las abejas, símbolos de trabajo y generosidad fa-
brican miel en cantidades mayores a las que necesitan
con el fin de servir a los demás.
—¡Qué lecciones recibimos de las abejas!
—¿Y cómo sería la humanidad que imitara a las pe-
queñas hormigas que trabajan
colectivamente? “Sería aque-
lla, dice Materlink, gran
estudioso de ellas, en la
que no existiera otra
preocupación, otro
ideal, otra razón de
vivir que procurar la fe-
licidad de los demás...”
—Las tortugas con sus
feas figuras de piedras, en su
caparazón encierran un co-
• 60 •
razón y costumbres que los machos pueden ser ejemplo
para los galanes humanos, pues siguen a las damas de
sus sueños por largas distancias y finos galanteos hasta
conseguir ser aceptados y formar su familia. Y son tan
fieles a los sitios de su nacimiento que guardan en su me-
moria, a través de sus ojos, la playa, el sol, la luna, las
estrellas y al abandonar sus cunas conservan olores típi-
cos de su tierra y regresan a ella. En esto aventajan a los
humanos que muchos, al alejarse de su patria, se olvidan
de ella.
—Y otros maestros para los hombres son los cisnes,
esos bellos ejemplares de singular distinción que se pa-
sean por lagos y lagunas. Son mansos, valientes y her-
mosos que se enamoran una sola vez en la vida y forman
parejas siempre unidas y si alguno queda viudo no se
vuelve a enamorar.
—Y en la oscuridad de las noches, en los campos
y montes, los cocuyos o luciérnagas, como pequeños lu-
ceros desprendidos del cielo, ponen un puntico de luz,
aquí y allá y en los jardines alumbran a la hierba. En to-
dos los tiempos los poetas se han detenido para cantarlos
en sus versos. Francisco Lazo Martí, poeta del llano los
vio como:
“Alada flor de broche diamantino
errante flor de fúlgida hermosura
flor de luz, el cocuyo peregrino
irradia su amor en la espesura.”
• 61 •
Y desde tierras lejanas un cocuyo charro enciende
al poeta-cantor y su música con la titilante luz de los co-
cuyos:
“Noche tibia y callada de Veracruz
Canto de pescadores que arrulla el mar;
Vibración de cocuyos que con su luz
Bordan de lentejuelas la oscuridad…”
• 62 •
El testamento del rey león
• 63 •
A
d
El Rey León
deja sus bienes
en esta ocasión.
A las hormigas
azúcar y migas.
Zanahorias dejo
al señor conejo.
Finas mallas
a la amiga araña.
A los pajaritos
nidos para sus hijos.
Muchas flores
a las buenas abejas.
Al señor Gallo
un papagayo.
A los colibríes
clavel y alelí.
• 64 •
A las mariposas
aromas y rosas.
A todos los animales
del aire, tierra y agua
remedios para sus males.
• 65 •
El pueblo que se llevó el río
• 66 •
teza y cuando el ratoncito poeta escuchó lo que contaba
su hermano, con dolor, escribió un poema que su madre
leyó en la noche donde cada verso empezaba con las le-
tras del nombre del pueblo desaparecido en las aguas del
río en forma de acróstico, tal vez:
Luz que ilumina
agua del cielo
silencio en el mar.
Quiero tener la paz y
una luz en mis ojos.
inteligencia y consuelo
no gritos, ni dolor
con alegrías y fe
en el porvenir.
Letras hechas con luceros
en mi corazón y
toda la luz del sol
repartiendo esperanzas
al nuevo pueblo feliz
sobre el brillo de los sueños.
• 67 •
La ovejita perdida
• 68 •
—¡Feliz Navidad! ¡Feliz Navidad!
Entre tantos ruidos y alegría nadie reparó que en la
casa vecina, donde había nacido Copo de Nieve, la triste-
za nublaba los corazones por la desaparición de la ovejita
que había salido de la casa, en medio de la noche, y tam-
poco escucharon los lamentos de su madre, mientras la
ovejita se perdía en el camino entre las siembras del cam-
po. Copo de Nieve caminó, caminó mucho y cada vez
se alejaba más y sin poder regresar lloraba y lloraba. De
pronto... divisó a lo lejos unas luces que se encendían y se
apagaban dejando al descubierto un pueblo en miniatura
lleno de estrellas. Se limpió los ojos. Secó sus lágrimas
y se fue hasta el hermoso sitio que veía. Grande fue su
sorpresa al ver, entre pastores y ovejas la Sagrada Fami-
lia con un hermoso niño sonriendo sin saber que aquel
pequeño mundo era copia del universo donde reinaría.
—¡Ah! Si pudiera acercarme hasta él, pensaba Copo
de Nieve, pero no, tal vez derribaría ese pueblo.
En ese instante, entre resplandores, el Niño le hacía
señas pero la ovejita no se atrevía a ir, entonces el se-
ñor de la casa, no pudiendo resistir más, volteó la ruana
por el lado azul y salió mirando y aguzando el oído para
poder ver o escuchar a Copo de Nieve. Los campesinos
que regresaban a sus casas, al verlo con la ruana azul, le
preguntaban:
—Amigo ¿alguna novedad?. Y él casi sin hablar, les
decía:
—¡Se me ha perdido Copo de Nieve!
No la encontramos por ningún lado.
Los amigos se le unían para seguir
en su búsqueda, pues todos la co-
nocían y le tenían cariño. Seguían
cuesta arriba y cuesta abajo hasta
que de pronto... el niño de la casa
que los acompañaba, se acercó al pe-
• 69 •
sebre y allí echada y temblando de frío descubrió a Copo
de Nieve con una florecita que pensaba llevarle al Niño.
No alcanzaban los brazos y las palabras para expresar
la alegría de encontrar la ovejita que lamía las manos y
emocionada, decía:
—Él los trajo y con ustedes volveré al corral y pediré
perdón a mi madre por escaparme sin permiso.
—¡Ha nacido Dios! El rey de la paz, el amor y la
unión.
Todos cantaron villancicos y arrodillados, voltearon
sus ruanas por el lado rojo y exclamaron:
¡Gloria a Dios en la alturas y en la tierra paz
a los hombres de buena voluntad!
—¡Era Navidad! ¡Nochebuena y había nacido el Ni-
ño Dios!
• 70 •
El reino de miel
• 71 •
—Al día siguiente las casas se llenan con la alga-
rabía de los niños que estrenan sus juguetes deseados
y suenan las campanas de algún trencito, patinetas, las
hermosas muñecas que lucen sus bellos trajes en las
manos de las niñas, libros de cuentos con sus brillantes
ilustraciones y el sin fin de diversiones que dan alegría
y hacen soñar.
Este minicuento lo repiten los niños de la casa y los
ratones en su cueva por la Navidad alumbrada con ve-
las de ceras multicolores y se escuchan los villancicos:
“Cantemos, cantemos
Gloria al Salvador
Feliz Nochebuena,
nos da el niño Dios... ”
• 72 •
índice
págs.
La razón de estos cuentos 5
Minicuento del ratón Rosario 7
Penelope, la arañita tejedora 9
La tierra graciosa 11
El ratoncito polizón 13
Los cuentos de Marcelino 15
La musaraña y los frailes dorados 17
Las ruanas comunicadoras 19
Mi bulto huele a caramelo 21
El ratoncito que vio el mundo al revés 23
Los ratoncitos perdidos 25
Los ratoncitos enamorados 27
El botín del ciempiés 29
Las cinco gaticas de colores 31
Pentagrama de luz y color 33
La rosa de Martí 35
Aventuras por caminos de trigo y nieve 37
La piñata ratonil 39
El ratoncito poeta 40
El angelito de Mocotíes 42
El tren del encanto 44
El regreso del ratoncito 46
El payaso que perdió su risa 48
Mágicos zapatazos 50
Las estrellas que se convirtieron en mariposas 52
Los príncipes emplumados 54
Cuentos del aguamanil 57
Los grandes maestros animales 59
El testamento del rey león 63
El pueblo que se llevó el río 66
La ovejita perdida 68
El reino de miel 71
Este libro
33 minicuentos para dormir ratones
se imprimió en la Unidad de Literatura y Diseño
de FUNDECEM en noviembre de 2016.
En su elaboración se utilizó papel bond, gramaje 20,
y la fuente Book Antigua en 11 y 14 puntos.