Sie sind auf Seite 1von 78

••

••
Carmen Delia Bencomo

33
Minicuentos
para dormir ratones

República Bolivariana de Venezuela


Noviembre 2016

••
33 Minicuentos para dormir ratones
© Carmen Delia Bencomo
© FUNDECEM

Gobierno Socialista de Mérida


Gobernador Alexis Ramírez

Fundación para el Desarrollo Cultural del Estado Mérida FUNDECEM


Presidente Pausides Reyes

Unidad de Literatura y Diseño de FUNDECEM

Ilustraciones: Leroy Rojas y Juan Jorge Inglessis

Diseño de Portada: Leroy Rojas

Esta edición fue coordinada, revisada y corregida por Néstor Abad Sánchez .

HECHO EL DEPÓSITO DE LEY


Depósito legal: ME2017000013
ISBN: 978-980-7614-52-8

República Bolivariana de Venezuela


Noviembre - 2016

••
La razón de estos cuentos

Son muchas las razones que me animaron a escri-


bir estos minicuentos. La primera, tal vez viene de la in-
fancia de donde proceden las cosas buenas que tenemos
dentro.
Acostumbraba llegar a nuestra casa un viejo amigo
de mis padres y nos contaba cuentos cortos, hermosos,
sencillos, poéticos que muchas veces he llegado a pen-
sar que eran inventados por él, pues nunca los he visto
en ningún texto. Tal vez por eso nos gustaban mucho y
sea una de las razones para repetir la hazaña y, según
las palabras de Gregory Zambrano al comentar el libro
de la escritora Violeta Rojo, florido y colorido nombre,
propio de poeta, Breve manual para reconocer minicuentos:
“Cuántas veces se escucha en las calles conversaciones
dirigidas a otros en los cuales reconocemos un orden de
invención, de reelaboración discursiva más allá de lo co-
tidiano y nos decimos; ¡Qué cuento!”
Me llamaron mucho la atención sus comentarios y
el nombre de “minicuentos”, que sin conocer los de la
escritora he coincidido en llamar los míos así, y así los
dejo porque los de ratones deben ser breves, como los
del libro Escritura de pájaros que un viejo amigo me co-
mentó, sabio por viejo y por poeta, Luis Beltrán Prieto
Figueroa.
Son minicuentos porque a los niños no les gusta los
cuentos largos, y por esa rival fuerte llamada televisión
que no llena espacios con cuentos al estilo de ayer y en
su lugar ofrecen programas traídos de otros lugares con
elementos que no les permiten soñar, y cito de nuevo a

••
Gregory, poeta de Mérida: “...Por ello esos minicuentos,
como prefiere llamarlos Violeta Rojo, andan por el mun-
do de las letras... tan viejos y tan nuevos y no es sólo que
ganan por puntos... sino que su duración es luminosa co-
mo el relámpago. Espacio y tiempo reducidos a una sola
palabra: goce...”
Desearía que los míos fueran como estos y tengo fe
en ello, pues antes de publicarlos quienes los han conoci-
do, tanto niños como adultos, igualmente han disfrutado
y espero que los abuelos tengan un cuento cada día de
vacaciones y a los nietos los hagan soñar y desear más.

••
Minicuento del ratón Rosario

Este era un ratón llamado Rosario. Tenía un collar


y una cruz de cenizas. Se llamaba Rosario porque a veces
era rosa fugitiva por el día o río errante por las noches.
A Rosario le gustaba dormir con cuentos donde los
ratones eran gigantes y el gato un enano. Crecían sus
fuerzas en la cueva y temblaban de espanto al paso del
felino.
Y una noche... se disfrazó de luna para engañar al
gato que le hacía la ronda. Y otra noche se fue a la bi-
blioteca donde el gato dormía en los cojines, para releer
el cuento de La Ratoncita presumida, de Aquiles Nazoa,
poeta amigo de los niños, así co-
mo el cuento del ratoncito
que vio en su cuarto un
murciélago y a la maña-
na siguiente, le dijo a su
mamá:
—Mamá, anoche
vi un “angelito negro”,
y buscando y buscan-
do más libros se
encontró con uno
llamado El gato
con botas, mas
los ruidos que hacía
el ratoncito desperta-
ron al gato. Rosario con
miedo se le acercó y
para que no le hiciera
ningún daño se lo leyó
y, a través de ese her-

••
moso cuento, nació entre ellos una gran amistad, pura
como el aire del jardín, y el gato le contó lo que soñaba
cuando él lo despertó.
Rosario refirió a su mamá y hermanos que se había
hecho amigo del gato y que éste le contó el sueño que
había tenido.
—¿Y qué soñaba el gato? Preguntó la mamá.
—Soñaba, le dijo Rosario, que él era una rosa que
se bañaba en el río y era “tan bueno”, como dijo el poeta
Alarico del gato que se paseaba por la casa, “tan bueno
que de ratones no es su festín”.
Mamá ratona preguntó si les había gustado el cuen-
to y todos muy alegres, dijeron:
—¡Sí, sí, sí!
—Bueno, ¡a dormir!, que mañana les contaré otro.

••
Penélope, la arañita tejedora

Penélope fue el nombre que le dieron a la arañita


que, como la mujer de Ulises cuando éste se fue de viaje,
mientras regresaba, tejía y destejía. Y Penélope, la arañita
de este cuento sólo tejía y tejía.
—¿Y qué estará tejiendo la arañita Penélope?, se
preguntaban.
—¿Será una larga bufanda para el cuello de la
jirafa?
—¿O serán las medias de “Pippa Medias largas”, de
Astrid, la escritora sueca de sus hermosos cuentos? ¿O
tal vez los cien botines rojos para el ciempiés de Carmen-
delia, la niña que nació en la montaña andina?
No, Penélope, la arañita, tejía otra cosa...
La rana de un pozo vecino se le acercó un día y le
preguntó:
—Amiga, Penélope
¿Qué tanto tejes de no-
che y de día?
Y ella, le respondió:
—Tejo los vestidos
que estrena la luna cada
siete días para lucirle
al sol y para ser her-
mosa, porque des-
de la tierra la miran
poetas y músicos
que le hacen poemas
y canciones y también
los niños que antes de

••
dormir caminan con ella por los jardines del sueño.
La rana muy emocionada le dijo:
—Croac, croac, ¿Me quieres hacer un vestido como
los de la luna? ¡Deseo parecer la reina de las aguas!
A Penélope, la arañita tejedora, no le gustó aquella
vanidad de la rana y le dijo:
—No. Yo no tejo vestidos a quien no sabe cantar,
soñar, contar cuentos o no tiene luces para alumbrar.
La ranita nada dijo y cuando llegó al pozo, escribió
estas canciones:
La vecina rana
le pide a la araña
un traje de nubes
y un mantón de luz.
La vecina rana
quiere ser reina
de la fuente clara
para poder alumbrar.

Y como la arañita era buena vecina con otra canción


le respondió:
Para la vecina alegrar
la arañita Penélope
le hará a la rana
un traje y un delantal.

Mientras ese día llega, vamos a dormir que mañana


les contaré otro.

• 10 •
La tierra graciosa

Muy contentos estaban


Colón y sus compañeros,
dice mamá ratona, cuando
llegaron a nuestra tierra,
después de un largo via-
je por mares desconocidos.
Habían salido de España. Se
vistieron con sus mejores galas
y el ratoncito que venía escondi-
do en la Santa María, uno de los
barcos, tomó su espada y su capa,
pensando que en aquel lugar hallaría
un amigo.
Esto lo contaba el abuelo de las taparitas.
Encontraron unos seres, casi desnudos, que los reci-
bieron con extrañeza, pero con simpatía. Y viendo Colón
tantas bellezas y un clima delicioso, mirando agradecido
al cielo, dijo:
—¡Hemos llegado a una tierra de gracia!
El ratoncito pronto se hizo amigo de los ratones del
lugar que le dijeron: “Aquí vivimos felices porque somos
libres”, y viendo que todos se reían, dijo:
—¡Esta es una tierra graciosa! ¿No tienen rey? -pre-
guntó.
—No. Tenemos jefes que se llaman caciques.
—¿Y cómo se llama este lugar, este país? -volvió a
preguntar.
—No. Aquí no tienen nombres. Cada grupo se lla-
ma tribu pero un piache dijo que de otro lugar llegarían

• 11 •
personas que se harían dueños de nuestras tierras, y
habitantes, y les pondrían nombres a las tribus y ríos y
hasta un Dios, cambiaría nuestros ídolos. ¡Creo que han
llegado ya! -dijo el ratón más viejo y al ver la espada del
ratoncito viajero, le preguntó.
—¿Qué es eso y para qué sirve?
—Es la espada que lleva todo caballero para defen-
derse. ¿Y ustedes qué usan?
—Como no tenemos enemigos usamos arcos y fle-
chas para cazar animales que nos sirven de alimento.
Entonces el ratoncito se quitó la capa y lanzó la es-
pada al mar en señal de amistad.
—¿Hace mucho de eso? -preguntaron los niños.
—Sí. Hace quinientos años, y el abuelo de las tapa-
ritas se puso su sombrero y se disponía a salir, cuando lo
interrogaron de nuevo.
—¿Y el ratoncito?
—Se quedó con sus amigos y formó una familia, y
mamá ratona lo cuenta a sus hijos y éstos a los suyos y
les dicen, como yo:
—Bueno. Esta historia se acabó. Ha quedado en esta
taparita y mañana les traerá otra.

• 12 •
El ratoncito polizón

Temístocles del Rincón es el ratoncito que nació lejos


de aquí, en una isla griega, a orillas del mar Egeo. Temís-
tocles era un héroe y la madre quiso honrar su memoria
bautizándolo así, y del Rincón le venía porque desde ni-
ño era soñador y siempre estaba en los rincones soñando
con mares desconocidos, islas hermosas y otros paisajes.
Hacía preguntas extrañas cuando con las orejitas
paradas escuchaba a los mayores hablar de otros sitios
y pensaba:
—Cuando sea grande seré marinero, músico, poeta
y recorreré otros mundos.
Una tarde divisó a la orilla del mar un barco raro,
casi negro, con una bandera de colores brillantes: amari-
llo, azul y rojo y, como no conocía el barco ni la bandera,
lo imaginó lleno de sorpresas y pensando que tal vez no
lo volvería a ver, con mucho cuidado se acercó y sin ser
visto se metió en él. Corrió por to-
das partes y llegó al mejor sitio:
la bodega y como te-
nía hambre comió
queso, nueces,
galletas y bebió
el sabroso vino del
capitán.
Comió y comió. Be-
bió y bebió. Se sentía sa-
tisfecho y, como se que-
dó dormido, no supo
cuando el barco zarpó

• 13 •
y al despertarse su única tristeza era no haber podido
despedirse de su novia Diana, a quien amaba y con quien
soñaba casarse.
Pasaron unos días. Sólo mar y cielo. Cielo y mar
veían sus pequeños ojos, mientras pensaba: la llamaré o
le escribiré y como ella también me ama comprenderá y
me esperará, Al fin, un día alguien gritó:
—¡Puerto a la vista!
A Temístocles el corazón le saltó de alegría y sus es-
peranzas crecieron al anclar el barco. Cuando salió em-
pezó a correr. Afortunadamente un ratoncito del lugar le
preguntó:
—Mira, primito ¿quién sois? ¿Cómo te llamáis?
—Me llamo Temístocles del Rincón y vengo del mar
Egeo.
—Temístocles Rincón se llama mi padre. No somos
hermanos y vienes del mar feo. Nuestro mar es bonito y
se llama Caribe. Este lugar es Maracaibo y la bandera es
de Venezuela, nuestro país.
Entonces el ratoncito le contó su historia y como
buen zuliano le ofreció su amistad y hospitalidad y le
dijo:
—No te preocupéis. Ese barco es petrolero y lleva
petróleo a tu tierra. Pronto volverá a salir.
El ratoncito agradeció tanta amabilidad y por el día
recorría la ciudad y por las noches regresaba al barco y
en la bodega se escondía. No quería correr el riesgo de
quedarse si el barco salía de nuevo.
A su regreso volvió a ver a Diana y en pocos días se
casaron y tuvieron hijos que por las noches sus padres le
cuentan este cuento y otros más. Se duermen felices co-
mo los ratoncitos de mamá ratona que mientras cierran
sus ojitos, se despide con estas palabras:
—Que sueñen con los angelitos del cielo y del mar y
mañana les contaré otro.

• 14 •
Los cuentos de Marcelino

“Es tanto el silencio que lo toco”. Marcelino repetía


los versos de su primo Pedro Luis Hernández, cuando
alcanzó la cima más alta y fría de la montaña andina. Mi-
ró a todos lados. Estaba bien abrigado con su ruana de
lana virgen. El viento silbaba. Un pájaro distante cantaba
triste y el frailejón mecía su aterciopelada flor amarilla
con el aire fresco cruzándose en el elevado desierto con
su bosque coloradito y los quitasoles del escultor.
“...Sobre el páramo adverso el
frailejón levanta sus puñales contra
el frío y alcanza la victoria de su flor...”

Así cantó el poeta contemplador del ávila, cuando


estuvo frente a estas hermosas plantas que cubren las la-
deras. Marcelino se sentía pequeño ante tanta grandeza.
Extendía sus miradas hasta la inmensidad del espacio
donde el silencio es tan grande que se puede escuchar.
Por esto gritaba su nombre:
—¡Marcelino...! Mar ce li no -y volvía el silencio co-
mo una gran campana transparente y seguía gritando su
nombre entre bocanadas de humo.
—¡Oh, que paraíso tan extraño!, pensaba el campesi-
no. Miraba hacia abajo, a la orilla del camino, otros cam-
pesinos y corderos blancos moviéndose entre las siem-
bras de trigo, pan del día y la esperanza.
Atraído por la música y gritos del cantor, mensajero
del surco y la semilla, el pájaro oscuro de los páramos se
fue acercando hasta donde el campesino pudiera escu-
char su menuda voz:
¡Pastor de luceros, alegras este lugar!

• 15 •
Marcelino asombrado, le preguntó:
—¿Quién eres tú, pequeño amigo que desafías el
viento y el frío?
—Soy el chivito de los andes, el único ser que puede
vivir en estas cumbres. Recojo el grito de Caribay, entre
las águilas de nieve. Soy un “colibrí aristocrático” como
me dice el bautista que me cuida, estudia y protege.
-Qué alegría me da encontrar un amigo y para co-
rresponder tu saludo, también diré una canción:
Chivito alado
barbudo señor.
Vives muy alto
cerquita de Dios.

—Gracias pastor, le dijo el chivito. Le enseñaré ese


canto a mis hijos.
—Y yo a los míos, pensó mamá ratona cuando escu-
chó el relato de Marcelino y esa noche se lo contó a sus
hijitos y se despidió con unas buenas noches y la prome-
sa de contarles, mañana, otro.

• 16 •
La musaraña y los frailes dorados

Volvió a reinar el silencio. Al otro día Marcelino si-


guió con sus cuentos, recogidos en la contemplación de
la alta montaña. El viento seguía silbando. El pájaro os-
curo se fue a sus dominios y los campesinos, en sus casas
de gruesas paredes, contaban sus historias, entre esas la
historia del cazador que perdió su escopeta y no volvió
jamás.
—Ayer les hablé del páramo, del chivito. Hoy lo ha-
ré sobre la musaraña y los frailes dorados. La musaraña
es un animalito parecido a un ratón que también vive en
esas cumbres frías y solitarias.
Al escuchar mamá ratona que se parecía a los rato-
nes, puso más atención y se acercó a Marcelino para oír
lo que la voz menuda decía:
—Soy la musaraña que habita en este lugar sin más
compañía que el viento, el chivito y el frailejón. Soy el
animal emblemático del pueblo y a la sombra del yagru-
mo, “canas de la montaña” como dijo un poeta, me sien-
to a descansar.
Marcelino la miró a sus pies como un ratón de tupi-
do y fino pelo. Asombrado, le ofreció su amistad, con un
juego de palabras
Musa araña
araña musa
musaraña es.
La musa araña
a la araña musa
al derecho y al revés.

• 17 •
Este animalito se pasea entre los dorados frailejones,
las hermosas plantas que crecen junto al viento y el frío.
Parecen niños dormidos en las laderas, a orilla del camino
y admirando tanta belleza, les dije:
-¡Oh! Pequeños frailes del camino. Tengo para uste-
des toda mi admiración y la expresaré en este poema:
Frailejón dorado
fraile de algodón.
Canoso ermitaño
te llamó Don Tulio
frailejón te llama
toda la nación.

• 18 •
Las ruanas comunicadoras

—Todos los campesinos, continuó Marcelino, reco-


rren los caminos para ir a sus trabajos, a sus ritos y re-
uniones con unos abrigos que les cubre gran parte del
cuerpo. Una especie de capas de dos colores: por un lado
rojo y por el otro azul. Parecen amapolas o cayenas que
caminan en silencio entre los frailejones y cerca de las
piedras. Un campesino que se dio cuenta que no soy del
lugar, acercándose con mucha reverencia, me saludó:
—¡Buenos días, amigo!
—¡Buenos días! -le respondí y le pregunté- ¿Cómo
se llaman sus abrigos?
—Se llaman ruanas y están hechas con lana virgen
de nuestras ovejas. Además de gran abrigo nos sirve pa-

• 19 •
ra comunicarnos porque son grandes las distancias y no
tenemos otros medios.
—¿Y cómo se comunican? -pregunté de nuevo.
—Bueno, cuando la usamos por el lado rojo es ale-
gría, trabajo, amor. Por el lado azul oscuro es tristeza por
algún enfermo o dolor por alguien que se nos ha ido.
—¡Quisiera tener una! -dijo Marcelino y el campesi-
no le prometió conseguirle una y le deseó que siempre la
usara por el lado rojo.
—¡Gracias, amigo pastor! Que tus deseos sean una
bendición y te voy a decir un poema que leí, de un poeta
de aquí:
Ruanas de rojo y azul
por el viento y el sol
los caminos llenan de luz
la montaña, la lluvia y la flor.
Esa noche mamá ratona más emocionada contó el
último cuento de Marcelino y le pidió a sus hijitos hi-
cieran un cuento, un poema o un dibujo que mañana les
contaré otro, dijo, y se fueron a dormir.

• 20 •
Mi bulto huele a caramelo
A Antonio Luis Cárdenas

—Mi bulto huele a ca-


ramelo, le dice el ratón rabo
amarillo a Rosario, en el an-
dén, mientras esperan el tren
que los conducirá a su escue-
la. ¿Y el tuyo a qué huele?
—El mío a queso porque mi ma-
má me prepara una arepa con un peda-
cito rallado.
La vecina observa este diálogo ratonil y el cuerpeci-
to un poco encorvado del ratón, con aquel peso sobre su
espalda que lo hace parecer una tortuga. Sólo se le ve la
cabeza que sale del bulto y al tratar de ayudarlo nota que
es muy pesado y le dice:
—No deberías llevar tanto peso porque puede per-
judicarle a tus tiernos huesos y deformarlos.
Y mirando el ratoncito rabo amarillo a Rosario, que
apenas lleva una liviana bolsa en su mano, le pregunta:
—¿Por qué tú no tienes bulto?
—Porque mamá no quiere.
Llevo los útiles y merienda en esta
bolsa que ella me hizo.
Cuando Rosario con-
tó esto a mamá ratona y sus
hermanos, antes de dor-
mir, un ratoncito, dijo:
—Mamá, ¿por qué
Rosario no tiene bulto?
¿Nosotros tampoco tendremos?

• 21 •
—Precisamente porque no quiero tener hijitos jo-
robados sino caballeros de espaldas anchas y esbeltas
figuras.
—Mamá ¿y cuando tú estabas pequeña no tenías
bulto? -preguntó otro.
—No, en ese tiempo no existían. Las madres nos
hacían bolsos de dril o cualquier otra tela gruesa y ahí
llevábamos el libro, cuadernos, lápices, merienda porque
íbamos dos veces a la escuela: en la mañana después del
desayuno tres horas y dos luego del almuerzo. Así po-
díamos descansar, dormir siesta y hasta jugar. Nuestra
madre, la abuela de ustedes, gustaba jugar con las pa-
labras y a veces las convertía en poesía. Una vez ante el
olor tierno de nuestra bolsa, escribió este poema:
Mi bolsa escolar
huele a letra nueva
a cuentos de hadas,
a mar, montaña, ríos.
Ella sabe guardar
olores de peces, pájaros,
y aromas de flores
en los libros míos.

—Todos están muy contentos, dijo mamá ratona,


porque es bueno conversar de nuestra infancia con los
hijos y a veces parecen cuentos. Ahora, vamos a dormir
que mañana, les contaré otro.

• 22 •
El ratoncito que vio el mundo al revés

Un día dijo el ratoncito a su mamá mientras ésta


guardaba los alimentos en la despensa para que no los
comieran las hormigas y las cucarachas:
—¡Mamá, anoche soñé con el mundo al revés!
—¿Cómo es eso, con el mundo al revés?
—Sí, mamá soñé que las piedras volaban y las flo-
res corrían por todo el jardín. Que el cielo encerró los lu-
ceros en los cuartos menguante y creciente y el mundo
se puso oscuro; que el gallo tenía cuatro patas; el perro
sólo dos; la garza seis y una sola la gata. Que nosotros
perseguíamos a los gatos y ellos se escondían en nues-
tra cueva. Cuando salió el sol volví a mirar el mundo
como es. Muy emocionado busqué papel y lápiz, para
escribir un poema con ese sueño para no poderlo olvi-
dar. Te lo voy a leer:

• 23 •
Soñé que en el cielo
nadaban los peces,
en el mar y en el río
vivían los luceros.
Que el gallo tenía
cuatro patas,
la garza seis,
el perro dos
y una la gata.
Alas las tortugas
un solo pie el ciempiés
y cuando salió el sol
vi el mundo como es.

—¡Oh! qué sueño tan extraño, dijo la mamá. Estu-


dia mucho, come queso y bebe leche para que no veas
el mundo al revés, sino en sueños y cuando despiertes
los conviertas en poesía y leerlos todas las noches para
soñar y todos los días para vivir y siempre nos haga
pensar. Ojalá, mañana tengas otros hermosos sueños y
poemas para contar.

• 24 •
Los ratoncitos perdidos
Dedicado a las madres en su día.

La mamá ratona se fue


de paseo a Maracaibo con
sus tres hijitos y mientras
veía y compraba cosas en
el mercado de las guajiras, sus
hijos se fueron a dar unas vueltas
y no supieron regresar. Se sentían
perdidos, y asustados se acercaron a un niño a quien le
preguntaron:
—Mire, amiguito, ¿usted no ha visto a nuestra
mamá?
—No. ¿Cómo es la mamá de ustedes?, -les preguntó
—¡Es la madre más linda del mundo!, -le respondie-
ron.
—No la he visto, además la mamá más linda del
mundo es la mía.
Los ratoncitos siguieron caminando y mientras más
calles recorrían más se perdían.
En una esquina encontraron una niña que los miró
con tristeza al saber que estaban perdidos, entonces ellos
le preguntaron:
—Niña, ¿usted no ha visto a nuestra madre?
—¿Y cómo es la madre de ustedes? -Les preguntó.
—Es la madre más dulce del mundo, -le respon-
dieron.
—No, no la he visto, y la madre más dulce es la mía.
Ella hace los dulces de hicacos y calabazates más sabro-
sos de Maracaibo.

• 25 •
Siguieron los ratoncitos buscando por todas partes
hasta que llegaron al mercado de las guajiras, de donde
habían salido y le preguntaron a una de ellas:
—Señora, ¿usted no sabe dónde está mi mamá?
—¿Cómo voy a saberlo? Las mamás no dejan solos a
sus hijos por lugares que no conocen.
Disgustados y tristes se quedaron en ese sitio y
pronto vieron llegar a su mamá que muy nerviosa los
buscaba. Los abrazó, besó y los regañó por haberse ido
de su lado.
La guajira también lloró de emoción y le dijo a la
ratoncita.
-Señora, tiene que
castigar a sus hijos
p orque son muy
bellacos.
Cuando re-
gresaban, uno
de los ratoncitos
preguntó:
—Mamá,
¿qué es bellacos?
—Bellacos son lo
que nosotros decimos
tremendos y desobe-
dientes.
Esa noche, en
castigo, se fueron a su
cuarto sin cuentos pero la buena madre les dijo:
—Mañana les contaré otro.
Los ratoncitos pidieron perdón y dijeron:
—Mañana será una noche feliz porque tendremos
un cuento para soñar y dormir.

• 26 •
Los ratoncitos enamorados

Hace algún tiempo llegó a la cueva de


los ratones un zalamero ratón, de poblados bigotes,
sonrisas, canciones y muy ufano, decía a la ratoncita:
—Soy una rosa que nació a la orilla del río.
Y otro día le entregó una glosa basada en un her-
moso poema del fino poeta andino: Manuel Felipe Ru-
geles, que dice:
“Ha nacido
la luz del clavel.
Ya se viste de rojo el vergel,
Hay olor de canela y de miel.
La flor para ella
el sí para él.”

Y el ratón enamorado, lo glosó, así:


Salió la luna
sueños a encender
y ratones juegan a
“la luz del clavel”.
Se llena de estrellas
una y otra vez.
El cielo que viste
“de rojo el vergel”.
Se cubre de olores
la cueva, el jardín
y los ratoncitos
“de canela y miel”
dicen con mucho placer
“la flor para ella”
“el sí para él”

• 27 •
Emocionada, la ratoncita le preguntó:
—¿Cómo te llamas?
Y él le respondió:
—Me llamo Ado, ¿y tú?
—Ena Mora ¿no tienes novia?
—No. Tenía una pero me dijo “miado” y no me
gustó.
Ena Mora dio su afecto al ratón y creyó ser corres-
pondida, mas no fue así. Después de pasar bellos mo-
mentos y cenar a la luz de la luna, se alejó sin un adiós
ni hasta luego.
La ratoncita muy preocupada consultó al viejo
ratón, que le aconsejó:
—No ames más de lo que debes ni malgastes el
agua de tu fuente en el río que corre, pues no se dará
cuenta. Tampoco derrames pétalos de flores para per-
fumar tu cueva, porque alguien interesado los comerá y
entonces ¿con qué te perfumarás?
Las hermanas ratoncitas le repiten las palabras del
sabio ratón y le agregan:
—Ena Mora da tu amor a quien lo merezca.
Otro día regresó el ratón y Ena que había seguido
los consejos, muy secamente, le dijo:
—Mi Ado, ¿A qué has venido? Tú eres una rosa
que se ahogó en el río de mis afectos.
Los ratoncitos escuchan con risas este minicuento y
quieren escuchar más, pero mamá ratona, les dice:
—¡Ah! ¿les gustó?, pues ahora a dormir que maña-
na les contaré otro.

• 28 •
El botín del ciempiés

El ciempiés, trencito menudo de la hierba, cruza


noche y día por un ferrocarril hecho de aromas que
hay en el jardín.
Una noche oscura cuando iba a la fiesta, de una
ciempiecita que cumplía años, tropezó en una piedra,
se golpeó un pie y perdió un botín. Afortunadamente
conservó el ramo de flores silvestres que le llevaba.
Muy adolorido y sin un botín llegó a la fiesta cojeando
y como es un gran bailarín todos lo aplaudieron y
la ciempecita cumpleañera agradeció sus flores y lo
invitó a bailar, pero el ciempiés muy triste, le dijo:
—Lo siento mucho princesita pero no puedo -y
le contó el accidente que había tenido y aunque no le
dolía tanto el pie con las cataplasmas que le puso el
especialista que allí estaba, no podía bailar sin el botín
como antes lo hacía.
Estaban todos presentes cuando el ciempiés decía
triste lo que le había ocu-
rrido y una hormiguita,
que se había colado
en aquella reunión,
se fue en silencio en
busca del botín que
a lo mejor estaba
enredado en al-
guna rama
de uno de

• 29 •
los árboles del camino o se lo llevó un pájaro para hacer-
le nido a sus hijitos.
La generosa hormiguita miraba y miraba a cada
lado con temor a las sombras que podrían ocultar algún
peligro. Iba sola y de pronto se cruzaba con otras hormi-
guitas que extrañadas le preguntaban:
—¿A dónde vas compañera con tanta prisa? ¿No te-
mes a la oscura noche? -y ella les contaba la razón de su
angustia y se iban agregando para ayudarla y acompa-
ñarla y de pronto en un claro de luna divisaron algo rojo
como una cayena o clavel rojo y poco a poco se fueron
acercando hasta descubrir que se trataba del botín del
ciempiés y entre todas cargaron con él y cuando llegaron
a la fiesta hubo aplausos y palabras de agradecimiento,
sobre todo, del ciempiés, el gran bailarín, que pudo za-
patear los joropos sin pisar a las hormiguitas que comían
sorbeticos de jazmín en cálices de rosas.
Bailaron toda la noche hasta quedarse dormidos.
También los niños y ratoncitos con el final de este
minicuento muy contentos empezaron a soñar con otro
cuento que escucharán mañana.

• 30 •
Las cinco gaticas de colores

Mamá gata, llamada Gataluz,


tuvo cinco gaticas.
Todas muy lindas y de distintos
colores:
Gataluna, amarilla como la luna
y en su cola tiene una estrella de luz.
Gatanube, azul como un pedazo
de cielo y también con un lazo que le
hizo una sirena del mar.
Gatasol, como un rayo escapa-
do del astro rey, con un collar de luceros desde su cola.
Gatairis, con todos los colores del cielo y el agua
como una bandera de luces se extiende en el espacio
cuando una lluvia menuda baña al sol.
Gataflor, una amapola que se confunde con las flo-
res del jardín, unas veces color fuego y otras color de
crepúsculos o papagayo multicolor.
—Miau, miau, miau, -dicen todas y la gata cariñosa
les da comida, juega con ellas y les cuenta cuentos de
ratones y gatos que se hicieron amigos desde el otro día
que el abuelo ratón le leyó el cuento del gato con botas
mientras dormía en la biblioteca en un blando cojín y
desde ese momento no enseña a sus hijos a cazar ra-
tones y les cuenta historias de buenos amigos cuando
comparten una misma casa.
Las cinco gaticas de colores viven tranquilas y feli-
ces y cuando están juntas con su mamá parecen un ramo
de flores bañado de luz y miran cruzar, como relámpa-
gos los ratones y no los persiguen porque aprendieron

• 31 •
a vivir en amistad y como mañana es un día especial
les contaré sobre los siete ratoncitos que viven en
un pentagrama de cristal lleno de música y entonces
les enseñaré una canción donde están estas notas: do re
mi fa sol la si y todos viven cantando las hermosas
canciones que les enseñó su mamá.

• 32 •
Pentagrama de luz y color
Musicalmente digo lo que deseo decir.
El gran músico del sueño.

Pentagrama es la ciudad formada por cinco calles


donde transitan siete hermanos que se unen armoniosa-
mente para que los músicos nos regalen hermosas sinfo-
nías, canciones y conciertos para hacernos felices e impor-
tantes a los compositores de la región que extienden su
música por el mundo. Estos siete hermanos se llaman:
Do, Re, Mi, Fa, Si, La, Sol.

Cuyo nombre del astro rey es la plaza donde se le-


vanta su figura y se reúnen todos en su clave para llenar
de gratos sonidos a toda la población musical.
—Ya tengo nombre para mis siete hijos, dijo mamá
ratona y los bautizó: Do, Re, Mi, Fa, Si, La y Sol.
—Yo nací en Pintagrama, dice el más pequeño que
no pronuncia muy bien y lo asocia con la grama del
jardín.

• 33 •
—Pentagrama -le corrige papá ratón. Penta quiere
decir cinco, y grama línea. Por eso se llama así a las cinco
calles o cuerdas negras por donde caminan los herma-
nos musicales.
En aquella ciudad de voces musicales se escuchan
cantar al Ratón Redó y la ratoncita Solfa y él le dice:
—Dame el sí y nos casaremos para vivir en una cla-
ve de sol, en la calle principal de Pentagrama, y los otros
ratoncitos repiten una y otra vez:
Do, re, mi, fa, si, la, sol
Sol, re, si, fa, mi, re, do.
Y en la escuela “Sonatina” se escucha a la profesora
de música que dice a sus alumnos:
—Con esta canción termina la lección. Mañana
aprenderemos otra.

• 34 •
La rosa de Martí
Dedicado a la memoria de mi hermana,
y al recuerdo del amigo poeta
que un día me regaló una rosa blanca.

Las rosas como los


poetas nacen en todas par-
tes del mundo. No impor-
ta clima, idioma, color o
jardín y hay hermosos poe-
mas o cuentos recordados en
todas partes. Entre esos El Rui-
señor y la rosa del escritor inglés
Oscar Wilde, quien hizo suyo
el dolor del estudiante pobre
que para complacer a la mujer
que amaba, le pidió una rosa ro-
ja, cuando sólo habían blancas,
para acompañarle al baile, y el pa-
jarito petirrojo, conmovido, pegó su
corazón a la espina de la mata de rosas
blancas y dejó que su sangre tiñera de
rojo aquella hermosa rosa de nieve,
pero de nada valió el sacrificio pues la
mujer no fue con él al baile.
En nuestra América y en su lengua española hay
muchos poemas a las rosas. Como ellas llenan de alegría
los corazones y de aromas al paisaje. El más recordado es
el poema del cubano José Martí, autor de la Rosa blanca
que sirve para amar y perdonar y quien también escribió
Los zapaticos de rosa.
Y en el cuarto de los ratoncitos mamá ratona, con su
voz menuda, repite el poema que ha escuchado tantas
veces y que sus hijitos han aprendido y recitan:

• 35 •
“Cultivo una rosa blanca
en junio como en enero
para el amigo sincero
que me da su mano franca
y para el cruel que me arranca
el corazón con que vivo
cardo ni ortigas cultivo,
cultivo una rosa blanca.”
Tanto arriba, en el cuarto infantil, como abajo en el
cuarto ratonil, casi a una sola voz, se escucha:
“Cultivo una rosa blanca...” y se van apagando las
voces y luces.
¡Hasta mañana, hijitos!
¡Que sueñen con los ange-
litos y una rosa blanca y
dando a cada uno mu-
chos besitos, los arro-
pa con su bendición!
—Ris, ris, ris, -con
su voz menuda, dice
mamá ratona. Ya mis
niños se durmieron.

• 36 •
Aventuras por caminos de trigo y nieve

Un día Rosario fue al mercado para buscar algo de


comer y llevar a su casa, pero como había mucha gen-
te tuvo miedo de ser perseguido por un gato. Corrió a
esconderse en un camión donde había queso, trigo y
las olorosas frutas en las que destacaban rosadas po-
marrosas.
Escondido en tan aromático lugar pudo dar algu-
nos mordiscos a los deliciosos quesos y lleno de gusto
durmió en su fresco colchón de trigo sin probar las ex-
trañas frutas. Tan dormido estaba que no se dio cuenta
cuando el camión salió de regreso a su pueblo.
De pronto el camión se detuvo frente a una casa
de donde salieron a recibir al conductor que se colo-
có sobre sus hombros la calurosa ruana para abrigarse
del frío y los vientos. Y mientras hablaban y tomaban el
oloroso café, un ratoncito de la casa divisó a Rosario en
un rincón y después de saludarlo y compartir unos pe-
dazos de queso lo invitó a bajar para
que conociera con él los trigales
y la nieve.
Muy cortés lo in-
vitó a su cueva y le pre-
guntó su nombre:
-Me llamo Ro-
sario y vengo de
donde las rosas jue-
gan con el agua del
río que baña los cami-
nos. ¿Y tú cómo te llamas?

• 37 •
-Mi nombre es Candelario pero me dicen Candil
porque alumbro los oscuros caminos de los forasteros.
Rosario extrañaba su cueva y los suyos y un día
volvió a subir al camión y regresó. Muy emocionados
todos escuchaban las aventuras de Rosario y esa noche
comieron del queso y el pan traídos de sus viajes y se
durmieron muy contentos con la promesa de mamá ra-
tona de contarles otro cuento.

• 38 •
La piñata ratonil

En la casa de los niños, cercana


a la cueva de los ratones, había gran
movimiento porque el niño más peque-
ño cumplía años y escogieron la figura de un
ratón para la piñata y adorno de la torta.
El ratón Rosario se escondió detrás de la puerta del
jardín observando sin comprender por qué colgaban de
una viga un ratón de vivos colores que el viento mecía
de un lado a otro. Preocupado esperó y esperó hasta que
en la tarde vio que un niño daba golpes con un palo al
tranquilo ratón, mientras los otros decían:
-¡Dale, dale, dale...!
Después venía otro y seguían golpeándolo, repitien-
do: ¡dale, dale, dale...! hasta que de tantos golpes el ratón
de colores reventó y de su cuerpo salieron caramelos, pa-
pelillos, juguetes...
Rosario con mucho dolor se fue a su casa y contó:
-Mamá, no sé por qué tenía que ser un ratón para
tan cruel diversión.
-No te preocupes, hijo mío, le dijo mamá ratona. Es
la costumbre hacer un personaje de algún cuento, una
flor o un muñeco sin vida que hacen felices a los niños
en sus fiestas de cumpleaños. Para que olvides esa im-
presión, te cantaré una canción que aprendí cuando niña
y también, como tú, me asombré cuando rompían una
figura llena de sorpresas:
Piñata de colores
rica en dulces sabores,
Hada, pájaro o flor
que alegras una fiesta.
Y con este cuento vamos todos a reír.

• 39 •
El ratoncito poeta

El ratón de este minicuento regresó un día a su casa


y le dijo, a su mamá ratona:
—Mamá, el vecino de nuestra cueva dice que soy
poeta y le pregunté por qué me lo dice si no he escri-
to ningún poema,
—No es necesario, —me dijo— basta con admirar,
como tú la naturaleza y leer las cosas hermosas que di-
cen los poetas. Te escuché lo que leías en voz alta a tus
amiguitos del parque.
—¿Y qué leías? —preguntó mamá ratona.
—Bueno, primero miré al cielo y les dije que pare-
cía un abanico de nubes y luz para refrescar y alumbrar
la tierra, cuando calienta el sol.
Uno de los niños, dijo que la tierra es un cielo con
árboles y seres y cada quien construye su cielo y lo llena
de estrellas.
—Y nosotros, —completó el ratón de bigotes
colorados— vivimos dentro de la tierra con nuestro
cielo que nos hace felices.

• 40 •
Después les leí en el diario del
domingo lo que dice la poeta Eli-
zabeth Schon que ha sabido crear
su cielo para vivir en él y ¡qué
lindo debe ser su cielo detenido
en el universo de las hormigas
y sigue abierta a todos los mun-
dos, pues “las hormigas tienen
su lenguaje como el viento, el agua,
la noche...” y creo que ella también
escuchó alguna vez, en su bibliote-
ca a los ratones repitiendo
los minicuentos que
nos dices para dormir.
Estoy seguro de eso por-
que un día fui a su casa, entre árboles y
pájaros. Me escondí detrás de una mata de rosa que le
coqueteaba a un clavel y la descubrí frente a ellos, con
una sonrisa de hada, como si también entendiera el len-
guaje de las flores y le vi su mirada azul de agua y sus
manos acariciándolas y un suave perfume se extendió
en todo el jardín.
Más tarde escribía un libro con las mágicas pala-
bras del aroma y el color y de su profundo río nacían
mariposas, colibríes, barcos de sueños, ángeles y luce-
ros que alumbran el pensamiento.
—Tiene razón el vecino, dijo mamá ratona, pues
eres poeta. Elizabeth, dice: “Yo creo que el poeta debe
estar abierto a todos los mundos...”
Entre árboles y sombras se escucha este minicuento
y los hijos emocionados la miran con deseos de escu-
char más pero ella, les dice:
— Bueno por hoy. La vida nos dará nuevos cuentos
y mañana les contaré otro.

• 41 •
El angelito de Mocotíes
A Luis Ángel con amor

Después de una larga ausencia, mamá ratona


regresó a su pueblo, allá en la montaña del cóndor que
juega con las “águilas blancas” de Don Tulio y se queda-
ron convertidas en estatuas de nieve cuando Tibisay, la
hija del cacique, las perseguía para arrancarles algunas
plumas. Están allí coronando las altas cumbres andinas
donde el viento se pasea entre yagrumos, frailejones y
lagunas con anteojos que miran al cielo.
Cerca de estas montañas de historias y leyendas se
ve el pueblo, a orillas del Mocotíes, de donde vino mamá
ratona en el viejo baúl de la abuela que tantas cosas guar-
da: postales, la andaluza del matrimonio, el abanico que
le trajo el abuelo de un viaje por la “madre patria”, como
dice él, recordando con orgullo su origen; las amarillas
fotografías de hijos y nietos. ¡Ah! También estaban
las alas de ángel que una vez vistió para una fiesta
patronal.
Nadie se dio cuenta cuando mamá ratona se metió
en aquel perfumado escondite y cerraron con llave, pero
afortunadamente un amigo ratón había abierto un hueco
que le servía para respirar sin poder salir hasta que un
día sintió que lo elevaban por los aires y lo colocaban en
un carro para llevarlo adonde fue a vivir la abuela, y allí
pasó unos cuantos meses y se alimentaba con residuos
de galletas, bombones y de los ricos quesos de Flandes,
que comía la abuela. Estuvo entre aquellas reliquias del
pasado que cada vez que ella lo abría lloraba o reía; mi-
raba y miraba con tristeza o con alegría, al recordar algún
momento feliz o triste de su vida.

• 42 •
Allí se quedó mamá ratona poco tiempo hasta el día
que murió la abuela y vino la nieta a recoger sus últimas
palabras y las cosas que dejó, entre esas el baúl que llevó
a su casa del pueblo, no sólo como recuerdo sino como
valiosa antigüedad y cuando lo abrió dio un grito al des-
cubrir a mamá ratona que salió corriendo hasta la plaza
y allí encontró el angelito que esperaba el regreso de los
que se habían ido y el río corría, bañando de esperanza y
encantos las horas.
-Yo no sabía qué hacer, sigue diciendo la ratoncita,
con alegría, hasta que le pregunté:
-¿Cómo te llamas?
-Ángel, le respondió, y estoy esperando a una escri-
tora que escribe cuentos y poemas infantiles y nació aquí.
Yo la acompañaré hasta donde la esperan los niños.
-Bueno, iremos tres, le dijo mamá ratona.
Otro día regresó a su casa y lloró al despedirse del
angelito, pero los ratoncitos la recibieron muy contentos
y esa noche les contó este cuento y les prometió para
mañana, otro.

• 43 •
El tren de El Encanto

—Hoy les contaré un cuento sobre ruedas, dijo ma-


má ratona a sus hijitos una noche que los recuerdos vi-
nieron a visitarla.
—¿Un cuento sobre ruedas? -preguntó el más pe-
queño.
—Sí, un cuento muy hermoso de un tren que iba
por un ferrocarril de sueños hasta El Encanto. Salía, de
un lugar llamado Caño Amarillo. Era como el pájaro de
los siete colores porque estaba pintado así, para que los
niños se sintieran más felices. Yo me metía en la esta-
ción sin ser vista debajo de un asiento, sin hacer ruido.
De pronto caía... un maní, un pedacito de pan o queso
y esperaba cualquier descuido para comer y con risas
y canciones me dormía hasta que el tren llegaba, con
su campana sonora al bosque donde viven altos árboles
con sus sombras a la orilla de un claro río donde juegan
los niños en el agua y lavan sus manos antes y después
de comer. Con singular disimulo
también yo bebía y me aseaba el
hociquito y bigotes.
—¿Es un cuento de
mentiras o de verdad? -
volvía a preguntar
el ratón.
—T o d o s l o s
c u e n t o s p u e den
ser mentiras o ver-
dades, respondía la
mamá, pero éste es

• 44 •
un relato de algo que vivimos y hoy me llena de encan-
tadores recuerdos.
—¡Es triste que desaparezcan las cosas que nos ha-
cen soñar! -dijo el ratoncito soñador.
—Es triste, pero yo les enseñaré a construir un tren
con una locomotora echando humo; una campana y
unas ruedas de cartón. Sobre ellas unos vagones de co-
lores y en letras grandes un letrero que diga: ¡Buen viaje
tren del Encanto! ¡Muy buen viaje mi trencito de colores
y cartón! Una lora sobre la locomotora que repita el
trabalenguas que escribió el abuelo poeta:
Loco, loco, locomotora,
tienes loco el motor
Loca, loca, grita la lora
sobre la locomotora.
Se va el tren del Encanto
sobre el ferrocarril...
cruza bosques y ríos
con una canción feliz.
Y otro día volverá
mi tren del Encanto
entre alegrías y risas
cuentos nuevos nos traerá.

Bueno, ahora hagan pi pi, como el tren, para dor-


mir con este cuento sobre ruedas y los haga soñar con
el tren que regresará, con su campana sonora; su hu-
mo llegando al cielo repartiendo alegrías y su loca lora
sobre la locomotora, gritando alegre que ya el tren no
tiene loco el motor y corre por el ferrocarril que el cielo
viste de añil.
—Pi, pi, pi, ¡Se va el tren y mañana nos traerá otro
cuento feliz!

• 45 •
El regreso del ratoncito

El ratón de este cuento se fue un día en busca de


un lugar y una ratoncita para formar su familia y hacer
su cueva. Atravesó mares lejanos. Recorrió caminos ex-
traños. Visitó pueblos y ciudades. Conoció otros seres y
ratones con distintos lenguajes. Otro día regresó a su ca-
sa. Ahí lo esperaban sus padres, hermanos y Ritín, la hija
del ratón amigo; la de las canciones dulces; un libro de
colores, pájaros y espigas. Se sentó a la orilla del camino
de su pueblo y desde allí miró todo más hermoso y su
patria más bonita.
Llenos de felicidad lo recibieron, especialmente Ri-
tín que supo esperarlo. Se reunieron ratones vecinos y
familiares y en su casa no cabía un ratón más. Las noches
siguientes mamá ratona le cedía la palabra a su hijo para
que contara las aventuras del viaje y de vez en cuando,
en sus silencios y pausas, ella aprovechaba para decirle
de lo ocurrido durante su ausencia:
—Hijo, ¿recuerdas a la ciempecita que cumplió años
y fuimos a su fiesta? Pues se casó con el ciempiés que ha-
bía perdido un botín rojo que las hormigas buscaron y se
lo llevaron para que pudiera bailar. Después hicieron un
curso para tratar los pies y son los mejores especialistas
de la región. Pues no falta algún ciempiés con callos, uñas
encarnadas y otras cosas más que ellos saben arreglar...
Y el hijo seguía contando algo de sus viajes por tie-
rras lejanas... y nuevamente mamá ratona volvía a pre-
guntar:
—¿Recuerdas a Ratón Pérez el que se cayó en la olla
y se ahogó en la sopa? Toda la familia ratonil lo siente
y lo llora. En su honor harán un parque con su nombre

• 46 •
para que todos lo recuerden y sigan sus buenos consejos.
El hijo de Ratón Pérez dice que cuando sea grande va a
poner una fábrica de quesos y pastas para que no tomen
sopa y otros ratones se puedan ahogar.
Tanto el hijo, como sus hermanos, estaban contentos
con este cuento pero mamá ratona, les dijo:
—Está bueno por hoy. Ahora a dormir que mañana
contaremos otro.

• 47 •
El payaso que perdió su risa
En una gota de agua
buscaba su voz el niño.
Federico García Lorca

El payaso del circo perdió su risa y está triste porque


a los niños no hace reír.
—¿Se quedaría su risa en la espina de una rosa de
un solitario jardín? -dice alguien.
—¿O tal vez en el llanto de un
niño que perdió su papagayo de
colores? -dice otro.
—Quizás la estará
buscando en la risa
que se robó el gato de
Alicia en el País de las
maravillas -dice la niña
que leyó este cuento.
La buscaron por todas
partes hasta en la casa del
viejecito de las taparitas. En
la jaula de los pájaros y otros
animales, pero ellos también
estaban tristes porque habían
perdido su libertad.
Cuando el ratoncito poeta llegó al circo y se encontró
que todos estaban afligidos porque el payaso había
perdido su risa se puso a recitar un poema que hizo en
esa ocasión:
Payasito del circo
no quieres reír
se llevó tu risa
una rosa del jardín.
De pronto la encontró cuando fue a guardar su traje,

• 48 •
en la voz del niño que no quería reír y éste con su voz
menuda, le dijo:
—¡Te quiero mucho, payasito!
—¡Qué alegría! ¡qué alegría! -gritan los niños del
circo.
—¡Qué alegría!-gritan también los caballos, perros,
osos, elefantes y los equilibristas que no querían ver
triste al payaso y el circo se puso de fiesta con las risas
del payaso que encontró su risa en un niño que le dijo:
“Te quiero mucho”.
Mamá ratona contó este hermoso cuento a sus hijitos
y el ratoncito poeta, dijo:
El circo está de fiesta,
porque el payaso llorón
halló su risa perdida
en esta linda canción.

Y yo les digo a ustedes hijitos:


-Buenas noches, mi bendición. Y mañana les contaré
otro.

• 49 •
Mágicos zapatazos
a Pedro León Zapata

Hoy les contaré algo que me llamó la atención, como


siempre, de los “zapatazos” que, con simples trazos y po-
cas palabras, hace y dice un genio caricaturista de nom-
bre Pedro León Zapata. Mas no es el genio de los cuentos
infantiles, ni el de la lámpara de Aladino, sino uno de
verdad, nacido en un pueblo de la montaña quien, sin
gritos ni ofensas, tiene la facultad de interpretar impor-
tantes acontecimientos de la vida y de la Historia, y se
vuelve poeta, historiador, adivino y hasta astrólogo para
remontar el cielo y hurgar los astros.
—Mamá, ¿qué son zapatazos? -pregunta el ratonci-
to más pequeño.
—Zapatazos, dice el diccionario -“son golpes dados
con el zapato”. Pero los zapatazos de que les hablo son
golpes del día, recuerdos, hechos reales del mundo y al-
gunos hasta poéticos.
—¿Y de los ratones también?
-volvió a preguntar el ratoncito-.
—Sí. También de los ratones.
Precisamente les mostraré los za-
patazos de hoy. En es-
te dibujo vemos un
simpático ratoncito
sobre un pedazo de
provocativo queso
de grandes ojos y

• 50 •
hasta de presentidos olores y sabores; un ratoncito como
ustedes, su papá y yo, que mira a todos lados de tan sa-
broso manjar y al referirse a la ratificación hecha en sus
cargos de algunos funcionarios públicos, antes de meter-
le el diente, dice: “Yo no necesito que me ratifiquen” y
pese a que no entiendo mucho, pienso en la comparación
que hace con nosotros de aquellos que roban dinero aje-
no, y aunque no nos agrade, tal vez sea la más acertada,
y la palabra “ratificar”, que no tiene nada que ver con
los ratones, significa confirmación o aprobación de una
cosa.
—Este hermoso dibujo, continuó mamá ratona, pa-
reciera el retrato de alguno de nosotros y como me siento
orgullosa porque su realizador es un gran artista nacio-
nal, lo colocaré en sitio destacado para que todos nues-
tros amigos lo vean y se sientan igualmente orgullosos
por haberles despertado interés y mención y se haya
ocupado de nosotros los ratones un genio como él, quien
toma en cuenta hechos grandes, cosas de la vida diaria.
—Bueno, mis hijitos, que sueñen con este dibujo,
el genio que lo hizo y este cuento. Mañana les contaré
otro.

• 51 •
Las estrellas que se convirtieron en mariposas

Constanza Liz,
la nieta que siem-
pre acompaña a
la abuela
cuando
hace hermosos
paisajes de
retazos de te-
la sobrantes
de sus costuras,
se queda con-
templando uno con más
emoción y mira cómo aparecen
figuras de diferentes formas
y colores que conforman una obra
de arte y la nieta le dice:
—¡Abuelita, yo quiero hacer también un tapiz!
Y la abuela interrumpiendo por breves instantes su
labor, le dice, con alegría:
—¡Qué bueno! Harás tapices muy bellos. Sólo tienes
que poner una tela más fuerte y grande de base y sobre
ella vas pegando o cosiendo lo que te dicten tus hermo-
sos sueños y tendrás un lindo tapiz que será envidia de
todos.
Muy feliz y segura la niña escucha muy dentro de
ella la voz de su ángel que le dice:
—Constanza, mira el cielo, la montaña, los pájaros,
las mariposas, estrellas, casas, ríos y personas. Recorta
esas figuras y pégalas en la tela que parece decirte:

• 52 •
—¡Lléname de colores y formas que puedan servir
para un hermoso cuadro que adornará tu cuarto para re-
gocijo tuyo y de los que lo vean.
Así fue y Constanza toma de la cesta de labores pe-
dazos de tela que escoge y con la ayuda de las tijeras apa-
recen las figuras como le indicó la abuela. Lo primero fue
un cielo grande y azul donde nacen los astros. Después
un jardín con una casita, cerca de unas flores, una mari-
posa confundida con el aroma y un picaflor.
Arriba un sol amarillo ilumina el paisaje salido de
las pequeñas manos y ocultando las estrellas que envi-
diaban aquellas mariposas que podían darse el gusto de
estar cerca del jardín y dijeron:
—¡Ah! si nosotras pudiéramos ser como ellas que
se mueven entre las flores y embellecen más el jardín y
el ángel de la niña, que siempre ilumina pensamientos,
dijo:
—¡Sí podrán serlo, basta que poco a poco bajen y
ronden por el aire...
Y bajaron de las manos de Constanza Liz y llenaron
el espacio con sus vuelos.
—¡Mira, abuelita! el tapiz que hice, dice la nieta, y la
abuela volviendo a interrumpir su labor, se queda mara-
villada y abrazándola con emoción, le dice:
—¡Qué lindo! Todos los van a contemplar y desear
ese tapiz. Sólo falta gente y la firma para saber quién es
su autora.
—¡Abuelita, no hay gente porque todos están dur-
miendo.
Toma el lápiz y en una esquina coloca su nombre
que las estrellas convertidas en mariposas llenan de luces
las letras y Constanza Liz y la abuela se bañan de felici-
dad y dicen:
—¡Ese fue un día que las estrellas se convirtieron en
mariposas!

• 53 •
Los príncipes emplumados

El aventurero ratoncito de hoy, que mamá ratona


cuenta a sus hijos para dormir, quiso un día conocer el
pueblo cercano y una mañana se fue atravesando mon-
tes y valles, caminos y ríos, cuidándose de los peligros y
llegó a un lugar hermoso y agradable.
Mirando aquí y allá divisó una casita sola, de ven-
tanas con rejas antiguas donde se quedaron algunos re-
cuerdos. Allá se metió el ratoncito y como estaba cansa-
do y se hacía de noche, después de comer algo, se quedó
dormido. En la madrugada lo despertaron los cantos de
unos gallos blancos, de grandes crestas rojas.
Somos los gallos encantados
Ki ki ri ki ki ki ri kí.
Guaicaipuro nació y murió aquí
defendiendo su tribu
Ki ki ri ki ki ki ri ki.

El ratoncito asustado y admirado no se movía si-


quiera pero, al salir el sol, los gallos desaparecieron en
las nubes.

• 54 •
—¡Qué bello y extraño es todo esto! -se dijo el raton-
cito y salió a recorrer aquel pueblo de encantamientos.
—¿Quién sería Guaicaipuro? -se preguntaba mien-
tras caminaba y al rato llegó a una plaza donde se alzaba
la regia figura de un indio y su nombre Guaicaipuro que
le trajo el recuerdo de los gallos de la madrugada.
De pronto divisó al pie de la estatua una ratoncita
que lo miraba con simpatía y él se acercó hasta ella y con
mucha cortesía la saludó tendiéndole su peluda mano:
—¡Buenos días amiga!
—¡Buenos días! -le respondió ella y acercándose más
el ratoncito le dijo:
—Me llamo Rosario. Soy de la familia ratonil y he
venido a conocer este pueblo y tú puedes decirme algo
sobre él.
—Sí. Con mucho gusto. Me llamo Caciquita y des-
ciendo del gran cacique Guaicaipuro, jefe de la tribu Los
Teques y en su honor el pueblo se llama así.
Como el ratoncito le contó lo de los gallos encanta-
dos, ella le dijo:
—Esos son espíritus que velan por esta región y ve-
nían de un lugar llamado El Encanto en un tren que tenía
antes y hacía la delicia de los niños. Ahora vienen en las
sombras de la noche.
La conversación de Caciquita, su dulce voz y ama-
bilidad le llenaron de emoción y le ganó el cariño del vi-
sitante que le dijo:
—Caciquita, casi te pido seas mi esposa y te llevaré
hasta donde vivo, Caracas, nombre también de una an-
tigua tribu. Nos unen nuestras raíces y juntos viviremos
felices. Pronto volveré a buscarte...
Con un triste y esperanzado adiós se despidieron y
él volvió a la casita abandonada para escuchar de nuevo
el canto:

• 55 •
Somos los gallos encantados
ki ki ri ki ki ki ri ki.
Guaicaipuro nació y murió aquí
defendiendo su tribu
Ki ki ri ki ki ki ri kí.

Y repitiendo todos la canción de los gallos encanta-


dos, mamá ratona les dice:
—Bueno, ahora a soñar con esta historia y como la
abuela promete otros minicuentos para el año que viene,
con muchos abrazos y besos se despide de sus ratonci-
tos.

• 56 •
Cuentos del aguamanil

Después de la cena y de lavarse


las manos en el aguamanil, contaba
mamá ratona, los niños de la casa se
disponían a dormir mientras su ma-
dre cantaba hermosas canciones del
agua que ellos repetían:
Agua bendita
venida del cielo
bajas en las nubes
y baña la tierra.
Agua del aguamanil
nos limpia las manos
para hacernos sentir
que somos hermanos.

Y emocionados los niños iban diciendo:


—Seré agricultor, decía uno, y en nuestra tierra sem-
braré los frutos para comer.
—¿Y yo qué seré? Seré marinero para todos los ma-
res recorrer.
—Seré músico, -decía otro- para todos alegrar.
—¿Y yo qué seré? Seré científico para descubrir el
más allá.
—¿Y yo qué seré? Seré lo que la vida y la escuela me
van a enseñar para ser hombre de bien.
—Y yo seré astronauta para ir a la luna y sus miste-
rios descubrir.
—Yo seré poeta para en versos cantar o jardinero
para las flores cuidar.

• 57 •
—Yo seré zapatero especial para hacer los botines
que el ciempiés va a calzar.
—¡Y yo seré un buen padre! -decía el ratoncito, que
con minicuentos de ratones aprendió a soñar.
—Muy bien, dijo la mamá, y todos soñarán con án-
geles azules y mañana les contaré otro para que duerman
felices.

• 58 •
Los grandes maestros animales
Al recuerdo de Arístides Bastidas
y su Ciencia Amena.

—¿Nosotros pertenece-
mos al reino animal? -pre-
guntó el ratoncito a su
mamá ratona, la noche
que se disponía a contarles
un cuento sobre los grandes
maestros animales.
—¿Maestros animales?
-volvió a preguntar el ra-
toncito.
—Sí. En el reino animal hay grandes
maestros que con su ejemplo y su forma
de vida nos enseñan y debemos imitar:
las iguanas, por ejemplo, con sus pre-
sencias de dragones verdes o pequeños
dinosaurios son buenas colaboradoras de
los agricultores pues sirven para impedir
frondosidades de los árboles ya que tienen la
función de podar las plantas comiéndose los
retoños. Son apacibles e inofensivas y desde un árbol
en flor un pajarito les canta esta canción:
Iguanita de verde color
dinosaurio en miniatura
te disfrazas de dragón
y asustas con tu figura
a un enemigo burlón.

—Y en el jardín las libélulas, caballitos del aire, ron-


dan y rondan las flores en busca de los mosquitos y zan-

• 59 •
cudos que les sirven para saciar su gran apetito y algunas
mueren asfixiadas por la cantidad que se amontonan en
sus pequeñas gargantas.
—Y cuando llega la noche, desde una torre oscura,
la lechuza o búhos, importantes en los cuentos de los ni-
ños como aliados de brujas, son animales inofensivos que
por tener tan desarrollado el sentido del oído, pues pue-
den identificar sonidos de larga distancia, están siendo
estudiados por científicos con el fin de conseguir ayudas
en los humanos con deficiencias auditivas.
—Las lechuzas, símbolos de ciencia y sabiduría se
comen a los demás, pero nadie se las comen a ellas. No
sabemos si por feas al gusto o por miedo, pero como no
hay enemigo pequeño, temen a los azulejos, esos paja-
ritos que parecen pedacitos de nubes emplumadas que
como están acostumbrados a defenderse, cuando una
lechuza se acerca a un nido la atacan a golpes de pico y
alas, mientras otro cuida a sus hijos.
—Las abejas, símbolos de trabajo y generosidad fa-
brican miel en cantidades mayores a las que necesitan
con el fin de servir a los demás.
—¡Qué lecciones recibimos de las abejas!
—¿Y cómo sería la humanidad que imitara a las pe-
queñas hormigas que trabajan
colectivamente? “Sería aque-
lla, dice Materlink, gran
estudioso de ellas, en la
que no existiera otra
preocupación, otro
ideal, otra razón de
vivir que procurar la fe-
licidad de los demás...”
—Las tortugas con sus
feas figuras de piedras, en su
caparazón encierran un co-

• 60 •
razón y costumbres que los machos pueden ser ejemplo
para los galanes humanos, pues siguen a las damas de
sus sueños por largas distancias y finos galanteos hasta
conseguir ser aceptados y formar su familia. Y son tan
fieles a los sitios de su nacimiento que guardan en su me-
moria, a través de sus ojos, la playa, el sol, la luna, las
estrellas y al abandonar sus cunas conservan olores típi-
cos de su tierra y regresan a ella. En esto aventajan a los
humanos que muchos, al alejarse de su patria, se olvidan
de ella.
—Y otros maestros para los hombres son los cisnes,
esos bellos ejemplares de singular distinción que se pa-
sean por lagos y lagunas. Son mansos, valientes y her-
mosos que se enamoran una sola vez en la vida y forman
parejas siempre unidas y si alguno queda viudo no se
vuelve a enamorar.
—Y en la oscuridad de las noches, en los campos
y montes, los cocuyos o luciérnagas, como pequeños lu-
ceros desprendidos del cielo, ponen un puntico de luz,
aquí y allá y en los jardines alumbran a la hierba. En to-
dos los tiempos los poetas se han detenido para cantarlos
en sus versos. Francisco Lazo Martí, poeta del llano los
vio como:
“Alada flor de broche diamantino
errante flor de fúlgida hermosura
flor de luz, el cocuyo peregrino
irradia su amor en la espesura.”

—Andrés Eloy Blanco, el poeta de los angelitos


negros, bajando su mirada del amplio cielo, se detuvo
tras el monte para extasiarse en la minúscula luz de un
cocuyo:
Cocuyo farolero
Ya tu noche está muy cerca
ya el cocuyo está allá arriba
encendiendo las estrellas.

• 61 •
Y desde tierras lejanas un cocuyo charro enciende
al poeta-cantor y su música con la titilante luz de los co-
cuyos:
“Noche tibia y callada de Veracruz
Canto de pescadores que arrulla el mar;
Vibración de cocuyos que con su luz
Bordan de lentejuelas la oscuridad…”

Grandes maestros animales de plumas, cantos, luces


y amores, nuestro agradecimiento a la niña Isabel Cris-
tina que nos envió un cuento del pueblo que vivió feliz
hasta el día que huyeron los animales “cuidadores de
sueños” y el pomarroso florido escondió su perfume y
un hombre del pueblo soñó que un “surrucuco”, el búho
de su región, le dijo que a los sueños hermosos los cuidan
los buenos animales que cuando les hacen daño los ale-
jan, no hay sueño, y entonces los soñadores, dicen:
“Se me fue el sueño”
“No tenemos sueños”
“Perdí mi sueño”

—Cuando volvieron, de nuevo, los cuidadores de


sueños, también regresó el aroma, las canciones, alas
y plumas y como mis hijitos han conocido los grandes
maestros animales, a través de este cuento, los dejo para
que “los cuidadores de sueños” lleguen a sus ojos para
hacerlos dormir y mañana les contaré otro.

• 62 •
El testamento del rey león

—El rey León estaba viejo y


cansado y reclinado en
su cojín de hierbas, acari-
ciándose su melena, pen-
saba con satisfacción en las
cosas buenas que había he-
cho y con tristeza por las
que no había podido hacer
y mirando a su compañera Lea
le pidió llamara a su secretario, el
Mono Capuchino, y cuando lo tuvo
en su presencia le pidió convocara a todos los animales
a una gran reunión para dar relación de sus actos y ¡Ah!
También quiero que conozcan mi testamento.
El secretario se fue a cumplir las órdenes y envió
mensajeros del aire, tierra y agua, de los deseos del rey,
y de árbol en árbol preparaba alojamientos a sus amigos
de la tierra. Limpiaba lagunas, ríos y pozos para los visi-
tantes del agua, y cabañas, chozas y refugios a los amigos
del aire. Y llegó el día de la gran reunión y cada una de
las representaciones hablaba de sus altas y delicadas mi-
siones en la naturaleza. El rey en el silencio silencioso de
sus pensamientos escuchaba atento aquellas palabras de
tanta verdad verdadera y se dijo:
—¡Animales del agua, tierra y aire, qué buenos son!
Cuando ya estaban todos reunidos, el secretario
Mono Capuchino, con voz clara y ademanes propios
de secretario, leyó lo que había escrito, dictado por su
rey:

• 63 •
A
d

El Rey León
deja sus bienes
en esta ocasión.
A las hormigas
azúcar y migas.
Zanahorias dejo
al señor conejo.
Finas mallas
a la amiga araña.
A los pajaritos
nidos para sus hijos.
Muchas flores
a las buenas abejas.
Al señor Gallo
un papagayo.
A los colibríes
clavel y alelí.

• 64 •
A las mariposas
aromas y rosas.
A todos los animales
del aire, tierra y agua
remedios para sus males.

Desde un lugar sombrío un ratoncito alzó su voz


menuda para reclamar en nombre de los suyos:
—Y a nosotros, que vivimos bajo tierra, ¿no nos deja
nada?
El rey como buen jefe tomó en cuenta sus reclamos
y le dijo:
A mis amigos ratones
el corazón de la tierra
para sus habitaciones.

Con estas últimas palabras dio por terminado su


testamento en versos leoninos y entre los comentarios y
aplausos el Rey León volvió a reclinar su melenuda ca-
beza en el cojín de hierbas mientras su mujer Lea y sus
hijos Leonardo y Leónidas lo miraban con admiración y
cariño y su asistente Leoncio le cuidaba con respeto sus
movimientos.
—¡Qué grande es el rey León que no olvidó a sus pe-
queños amigos! y la mamá ratona, feliz porque su cuento
gustó mucho, prometió contarles otro mañana.

• 65 •
El pueblo que se llevó el río

—Las Quince Letras, cuéntenlas y verán, formaban


el nombre del pueblo, a orillas del mar, que un día se
llevó el río cuando las lluvias lo hicieron crecer y desbor-
darse arrasando todo lo que encontró a su paso, casas,
escuela, parque, museo, Castillete y hasta las quince le-
tras de su nombre.
—Sólo se salvaron de ese desastre la luz del pintor y
dos pajaritos que habían hecho su nido en la copa de un
alto árbol distante y fue tanta la impresión que sintieron
que no volvieron a cantar. Tanto que si alguien pregun-
taba:
—¿Qué pasó? ¿Qué sucedió?
Ellos movían la cabeza queriendo decir:
“no sé”.
—También se salvó el ra-
toncito Rosario que había ido a
despedir al aeropuerto a su
amigo Rato Largo, embaja-
dor de Ratolandia, el país
vecino y ha podido contar
lo que vieron sus asom-
brados ojos y saltando de
piedra en piedra pudo
llegar a su cueva.
Todo se lo llevó el
río hacia el mar y sólo si-
lencio, desolación y ruinas
se extienden en sus espa-
cios donde reina la tris-

• 66 •
teza y cuando el ratoncito poeta escuchó lo que contaba
su hermano, con dolor, escribió un poema que su madre
leyó en la noche donde cada verso empezaba con las le-
tras del nombre del pueblo desaparecido en las aguas del
río en forma de acróstico, tal vez:
Luz que ilumina
agua del cielo
silencio en el mar.
Quiero tener la paz y
una luz en mis ojos.
inteligencia y consuelo
no gritos, ni dolor
con alegrías y fe
en el porvenir.
Letras hechas con luceros
en mi corazón y
toda la luz del sol
repartiendo esperanzas
al nuevo pueblo feliz
sobre el brillo de los sueños.

—Y allá en el árbol que se salvó del desastre los pa-


jaritos siguen mudos y sólo responden con la cabeza; “yo
no sé... yo no sé”.
Y mamá ratona viendo los ojos tristes de sus hijitos,
les dijo:
—Vamos a hacer un cartel grande, que colocaremos
en alguna parte del camino, con las quince letras en vivos
colores que diga:
¡EL PUEBLO VOLVERÁ!

• 67 •
La ovejita perdida

—Como es Navidad les contaré este cuento, dijo


mamá ratona.
—A la ovejita que nació con otros hermanos, allá en
las altas cumbres del pueblo, le dieron por nombre Co-
po de Nieve, por su color todo blanco y su tamaño más
pequeño. Era como un pedazo de
nieve desprendido de la mon-
taña y era distinta a las demás
porque tenía una especie de
media luna en la frente.
—Una noche de Navi-
dad, ¡Nochebuena! había
nacido el Niño Jesús del
pesebre entre flores de
albricias y ovejas de ani-
me. Era media noche y los ruidos
de cohetes, aguinalderos, parran-
deros, gaiteros, subían y bajaban
por los caminos del pueblo
que se llenaba de luces y los
ricos olores de las típicas
comidas.
Los niños y los
ratones desperta-
ron. Los gallos se
pusieron a cantar
y de puerta en puer-
ta se escuchaban las voces
de las personas.

• 68 •
—¡Feliz Navidad! ¡Feliz Navidad!
Entre tantos ruidos y alegría nadie reparó que en la
casa vecina, donde había nacido Copo de Nieve, la triste-
za nublaba los corazones por la desaparición de la ovejita
que había salido de la casa, en medio de la noche, y tam-
poco escucharon los lamentos de su madre, mientras la
ovejita se perdía en el camino entre las siembras del cam-
po. Copo de Nieve caminó, caminó mucho y cada vez
se alejaba más y sin poder regresar lloraba y lloraba. De
pronto... divisó a lo lejos unas luces que se encendían y se
apagaban dejando al descubierto un pueblo en miniatura
lleno de estrellas. Se limpió los ojos. Secó sus lágrimas
y se fue hasta el hermoso sitio que veía. Grande fue su
sorpresa al ver, entre pastores y ovejas la Sagrada Fami-
lia con un hermoso niño sonriendo sin saber que aquel
pequeño mundo era copia del universo donde reinaría.
—¡Ah! Si pudiera acercarme hasta él, pensaba Copo
de Nieve, pero no, tal vez derribaría ese pueblo.
En ese instante, entre resplandores, el Niño le hacía
señas pero la ovejita no se atrevía a ir, entonces el se-
ñor de la casa, no pudiendo resistir más, volteó la ruana
por el lado azul y salió mirando y aguzando el oído para
poder ver o escuchar a Copo de Nieve. Los campesinos
que regresaban a sus casas, al verlo con la ruana azul, le
preguntaban:
—Amigo ¿alguna novedad?. Y él casi sin hablar, les
decía:
—¡Se me ha perdido Copo de Nieve!
No la encontramos por ningún lado.
Los amigos se le unían para seguir
en su búsqueda, pues todos la co-
nocían y le tenían cariño. Seguían
cuesta arriba y cuesta abajo hasta
que de pronto... el niño de la casa
que los acompañaba, se acercó al pe-

• 69 •
sebre y allí echada y temblando de frío descubrió a Copo
de Nieve con una florecita que pensaba llevarle al Niño.
No alcanzaban los brazos y las palabras para expresar
la alegría de encontrar la ovejita que lamía las manos y
emocionada, decía:
—Él los trajo y con ustedes volveré al corral y pediré
perdón a mi madre por escaparme sin permiso.
—¡Ha nacido Dios! El rey de la paz, el amor y la
unión.
Todos cantaron villancicos y arrodillados, voltearon
sus ruanas por el lado rojo y exclamaron:
¡Gloria a Dios en la alturas y en la tierra paz
a los hombres de buena voluntad!
—¡Era Navidad! ¡Nochebuena y había nacido el Ni-
ño Dios!

• 70 •
El reino de miel

En aquel hermoso reino de cera y miel habitan


unos seres cuyo dulce trabajo consiste en buscar, de
jardín en jardín, de flor en flor, el néctar que en sus
cálices perfumados guardan, les decía mamá ratona a
sus hijitos.
—En aquel reino hay una reina, seguía diciendo,
a quien sirven sus fieles obreras, llamadas abejas. Ellas
han construido en su palacio celdas o celdillas. Allí vi-
ven, fabrican y almacenan tan rico producto y listo para
el consumo, los apicultores envasan la miel y preparan
la cera para ser distribuidos en el mercado, pues la miel
constituye un sabroso alimento, beneficioso a la salud,
útil en la medicina y otros usos, y la cera tiene otras apli-
caciones con la cual fabrican velas
para alumbrar lugares oscuros,
adornar mesas y su luz se al-
za en los altares por Navidad.
Junto a sus luces se escuchan
mensajes de amor, alegría y
paz.
—Cuando los niños se
acuestan a dormir soñando con
los regalos que recibirán, los
ratoncitos salen a comer las sa-
brosas migas de galletas y dul-
ces, y el árbol de Navidad y el
nacimiento con sus hermosas
luces de colores, nos recuerda
que ya nació el Niño Jesús.

• 71 •
—Al día siguiente las casas se llenan con la alga-
rabía de los niños que estrenan sus juguetes deseados
y suenan las campanas de algún trencito, patinetas, las
hermosas muñecas que lucen sus bellos trajes en las
manos de las niñas, libros de cuentos con sus brillantes
ilustraciones y el sin fin de diversiones que dan alegría
y hacen soñar.
Este minicuento lo repiten los niños de la casa y los
ratones en su cueva por la Navidad alumbrada con ve-
las de ceras multicolores y se escuchan los villancicos:
“Cantemos, cantemos
Gloria al Salvador
Feliz Nochebuena,
nos da el niño Dios... ”

Y con este cuento dormirán felices y soñando con


la próxima Navidad, les dijo mamá ratona, y mañana
les contaré otro.

• 72 •
índice
págs.
La razón de estos cuentos 5
Minicuento del ratón Rosario 7
Penelope, la arañita tejedora 9
La tierra graciosa 11
El ratoncito polizón 13
Los cuentos de Marcelino 15
La musaraña y los frailes dorados 17
Las ruanas comunicadoras 19
Mi bulto huele a caramelo 21
El ratoncito que vio el mundo al revés 23
Los ratoncitos perdidos 25
Los ratoncitos enamorados 27
El botín del ciempiés 29
Las cinco gaticas de colores 31
Pentagrama de luz y color 33
La rosa de Martí 35
Aventuras por caminos de trigo y nieve 37
La piñata ratonil 39
El ratoncito poeta 40
El angelito de Mocotíes 42
El tren del encanto 44
El regreso del ratoncito 46
El payaso que perdió su risa 48
Mágicos zapatazos 50
Las estrellas que se convirtieron en mariposas 52
Los príncipes emplumados 54
Cuentos del aguamanil 57
Los grandes maestros animales 59
El testamento del rey león 63
El pueblo que se llevó el río 66
La ovejita perdida 68
El reino de miel 71
Este libro
33 minicuentos para dormir ratones
se imprimió en la Unidad de Literatura y Diseño
de FUNDECEM en noviembre de 2016.
En su elaboración se utilizó papel bond, gramaje 20,
y la fuente Book Antigua en 11 y 14 puntos.

Das könnte Ihnen auch gefallen