Individualmente, todas las personas empezamos con las sensaciones que recibimos del exterior mediante los sentidos pero que no pasan de su fase subjetiva mientras no las contrastemos con las demás personas. Sentimos que el sol quema y que la nieve nos hiela, pero no sabemos más que eso hasta que no separamos mentalmente el calor del frío y también mentalmente unimos el calor con el sol y el frió con la nieve. Cuando lo hacemos y separamos el sol y el calor del frío y la nieve, desarrollamos las percepciones de los objetos de la realidad exterior a nosotros. Pero las percepciones nos sirven de poco cuando queremos refrescarnos ante el calor y calentarnos ante el frío: para lograrlo necesitamos pasar a las representaciones, es decir, al proceso mental que nos permite, por un lado, separar y aislar las sensaciones y percepciones diferentes y luego unirlas en ideas concretas que sintetizan sus diferencias que les separan del resto y les identifican sólo a ellas. De lo contrario, sin este trabajo intelectual no sería raro que nos pusiéramos espesos abrigos para enfriarnos cuando hace mucho calor y nos quitásemos toda la ropa para calentarnos cuando hace mucho frío. Si conseguimos sobrevivir a este error y acertamos en el siguiente intento, mejoraremos en nuestro conocimiento. Mas en la realidad social, este ejemplo individual no se realiza nunca sino que siempre es colectivo, lo cual exige introducir otro componente esencial a todo conocimiento: el lenguaje que sirve para contrastar y comparar las diversas sensaciones, percepciones y representaciones individuales en todo momento. En la medida en que este proceso se amplía y se extiende a realidades cada vez más complejas en creciente interacción, en esa medida tenemos que ir recurriendo al uso de las categorías y conceptos que son creados por la experiencia práctica humana tanto en su marco social específico, con sus contradicciones internas, como en su marco natural más amplio, es decir, con las relaciones de dependencia y de agresión a la naturaleza. Las categorías y los conceptos de la dialéctica tienen este doble y a la vez único origen. Por otra parte, cuando este proces La dialéctica es un instrumento polivalente imprescindible para la emancipación humana. Gracias al nivel de conocimiento alcanzado hasta la actualidad, podemos, por ahora, discernir cuatro grandes utilidades de la dialéctica: ser arma intelectual revolucionaria por excelencia; ser el método de pensamiento racional más adecuado para conocer y transformar el mundo; ser la concepción atea y materialista más acorde con las inquietudes humanas, y ser el componente insustituible para que la existencia humana sea un arte. La propia dialéctica impide que el orden de exposición aquí utilizado sea siempre obligado y necesario. En estas y otras muchas cuestiones, son las necesidades concretas, el desenvolvimiento de las contradicciones, las que dictan en cada situación particular el orden transitorio de utilización y de priorización de esas aptitudes. Sin embargo, en la práctica social las cuatro actúan a la vez, simultáneamente. Nosotros hemos escogido este orden de enunciación porque, bajo el grado actual de irreconciliabilidad entre el imperialismo y los pueblos del mundo, así como del proceso de liberación de Euskal Herria, es su esencia de arma revolucionaria la que prima en la dialéctica materialista. Siendo cierto que la capacidad de pensamiento “racional” de la especie humana es la forma más elaborada de la evolución ascendente de lo simple a lo complejo inherente a la materia, o sea, que seguimos dentro de la dialéctica de la naturaleza, no es menos cierto que el pensamiento humano es una cualidad nueva inexistente con anterioridad, al menos en la Tierra. Siendo cierto que en la evolución de la vida se aprecia una ascenso progresivo en formas de “pensamiento”, también lo es que el pensamiento específicamente humano es diferente en calidad al de otras especies con las que, sin embargo, nos distancia sólo una diferencia de poco más del 1% del total de genes. Es decir, una tan pequeña parte cuantitativa significa un salto cualitativo tan sorprendente como la capacidad de crear arte y ciencia, pero también muerte generalizada y una nueva extinción masiva, incluida esta vez la de la propia especie humana bien como efecto de una guerra total, atómica, química, bacteriológica, etc., con el uso de todas las fuerzas destructivas creadas por el capitalismo y, después y de forma defensiva, por algunos países. El socialismo marxista del siglo XIX ya avanzó la idea sorprendente e incomprendida en su época que de que podía producirse la “mutua extinción” de los bandos en lucha; luego, Rosa Luxemburgo teorizó muy correctamente el por qué del dilema “socialismo o barbarie” y desde el último tercio del siglo XX, a raíz de los incuestionables datos sobre los efectos destructores del “invierno nuclear” y de otras catástrofes asociadas al irracionalismo capitalista, se avanzó en la teorización del dilema entre “comunismo o caos”. Semejante interacción destructiva del capitalismo sobre la naturaleza confirma la dialéctica de la totalidad en sus expresiones tendenciales más incontrolables. O sea, dentro de la dialéctica de la naturaleza y por su propia dinámica interna ha surgido un componente nuevo inexistente en la anterioridad y que, a su vez, se presenta con dos formas específicas analíticamente diferentes: la historia de la humanidad en sus sucesivos modos de producción y formaciones económico-sociales, y la historia del pensamiento humano en cuanto tal. La primera es la dialéctica de la sociedad, y la segunda es la dialéctica del pensamiento. Podemos, así, afirma la interacción objetiva y subjetiva de las dialécticas de la naturaleza, la sociedad y el pensamiento. La teoría marxista del conocimiento parte de esta verdad que ha sido confirmada por la evolución posterior. La dialéctica entre autocrítica y crítica da aquí un paso adelante implicándose directamente en la acción práctica de masas en su forma de praxis, es decir, cuando la teoría se convierte en violencia material porque ha sido asumida por las masas y ejercitada por éstas porque la han descubierto en su acción diaria radical, en la raíz de su explotación cotidiana en el interior mismo de la sociedad. La radicalidad aparece así tal cual es en todo su potencial emancipador. En otro texto posterior, en las Tesis sobre Feuerbach, Marx sostiene que: “El problema de si al pensamiento humano se le puede atribuir una verdad objetiva, no es un problema teórico, sino un problema práctico. Es en la práctica donde el hombre tiene que demostrar la verdad, es decir, la realidad y el poderío, la terrenalidad de su pensamiento. El litigio sobre la realidad o irrealidad de un pensamiento que se aísle de la práctica, es un problema puramente escolástico. La coincidencia de la modificación de las circunstancias y de la actividad humana sólo puede concebirse como práctica revolucionaria. La vida social es, en esencia, práctica. Todos los misterios que descarrían la teoría hacia el misticismo, encuentran su solución racional en la práctica humana y en la comprensión de esa práctica”. Una lectura superficial de esta cita podría sacar la falsa conclusión de que Marx defiende aquí el practicismo objetivista al ultranza, la acción por la acción orientada siempre hacia el impacto en la realidad existente sin equilibrio alguno tanto con la guía teórica que dirija la práctica como las realidades subjetivas que, quiérase o no, están siempre presente, incrustadas en lo “objetivo”. De hecho, se trata de la misma cuestión en el fondo porque, desde la perspectiva marxista, la teoría siempre tiene un componente “subjetivo” en su sentido más consciente, es decir, en cuanto teoría destinada a mejorar la lucha comunista, lo que exige una praxis diaria con sus sacrificios.