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“I can't judge any of you. I have no malice against you and no ribbons for you. But I think
that it is high time that you all start looking at yourselves, and judging the lie that you live
in.”
Charles Manson
Los caminos estaban entorpecidos por las obras que había en esa parte de la
ciudad, una vía rápida de cuota, seguramente. Se veía una inmensa fila de
automóviles por delante y los automovilistas que estaban en las peores posiciones
se comenzaban a desesperar. Jaime decidió bajarse antes de su parada y caminar
por donde estaba el río, quizás ahorraría tiempo. Entre tierra, piedras y tropezones
avanzó con la compañía del viento de las nubladas nueve de la mañana. Tenía
años sin pasar por allí, pero aún no olvidaba la humedad que le invadía las piernas
cuando de niño correteaba por la orilla. Tenía todo el rostro dormido y el resto del
cuerpo sumergido en una queja constante. Andaban sus pies uno tras otro, se
limpiaba la cara cada que podía y el borracho trastabilleo se iba juntando con el
cansancio a cada metro recorrido. Después de unos cinco minutos de caminar se
sentó en un tronco muerto y seco. Procuro respirar lentamente, mas no lo logró;
inhalaba y exhalaba a ritmo desenfrenado, nauseabundo; escupió saliva ácida.
Tras un largo rato se pudo concentrar lo suficiente como para darse cuenta
de que lo que provocaba su malestar era un olor fétido que reinaba por el lugar.
Afinó primero el olfato y luego levantó la vista. Había pequeños montones de
excremento por todos lados. A lo lejos podía ver una vaca y algunas ovejas, todas
alimentándose en un pequeño pastizal. Evocó las pocas veces en que llegó a tener
curiosidad por la vida misma y se sintió como un niño, invadido por un deseo
irresistible de explorar todo lo que había a su alrededor. Se levantó con ganas de
hacer lo que nunca se atrevía a hacer. Comenzó con andar alegre, pero de súbito se
detuvo, pues algo había llamado ya su atención. En un rincón, debajo de una
lámina que estaba sostenida por dos largos palos de madera podrida, yacía
extendido en la tierra un bulto brillante y con algunos pelos blancos que respiraba
ruidosamente. Se acercó con los ojos desorbitados, titubeó y dio un pequeño salto
hacia atrás como si se defendiera de una amenaza invisible. Recapacitó y la
curiosidad salió por sus labios:
—¡Hey, cerdo! —musitó Jaime con el rostro del que no se cree lo que está
haciendo.
Tras un par de largas fumadas, el cerdo acercó su rostro al del joven, echó el
humo hacia un lado y con algo parecido a la solemnidad dijo:
—Deduzco dos cosas de lo que me acaba usted de decir. Mire: al decir "yo
vivo a un par de colonias de aquí", me está dando a entender que usted no está
vivo si no es en su hogar, lo que me hace preguntarme por qué, entonces, llega
hasta estas horas. Por su facha, y lo digo sin afán de ofender, pareciera que se fue
de juerga. La otra cosa es que tiene usted ganas de hacer algo distinto porque viene
borracho y comienza a diferenciar entre lo que quiere y lo que le avergüenza. ¿Se
da cuenta de que quizás ambas cosas guardan relación entre sí?
—Prefiero no pensar en eso, ¿sabe usted? Últimamente me ha dado por
dejar de cuestionarme lo que hago. Prefiero dejarme ser. Aunque acepto que para
dejar de pensar necesito beber.
—Cuénteme, por favor ¿qué es lo que le ha pasado para haberlo hecho tan
defensivo? Se lo pido de todo corazón. Se imaginará usted que no siempre tengo la
oportunidad de fumar un cigarro y ponerme a conversar, pues tengo que pasarme
la mayor parte del tiempo siendo un cerdo.
—Claro que lo hace, caballero. Sólo que yo creo que uno no nace con las
expectativas, por el contrario, no son expectativas propias, en lo absoluto. Por
ejemplo, un cerdo nace siendo cerdo, no espera nada de la vida más que ser un
cerdo, prolongar la vida y traer nuevos cerdos al mundo. Cuando uno es cerdo no
lo es para alimentar a los humanos, ni para entretener a los niños que visitan el
chiquero; uno es cerdo y ya. La vida de un ser humano, como usted, es mucho más
complicada que la de un cerdo, como yo. Uno nace siendo cerdo y de eso se ocupa
hasta el día de su muerte, a menos que se le antoje a uno humanizarse un rato,
pero, como ya sabrá usted bien, eso es demasiado complicado y no a todos nos
gusta. El ser humano, en cambio, no sólo se ocupa de ser un humano, sino que se
ocupa de ser lo que los demás humanos esperan que sea. A esto se le juntan
numerosas prótesis que usted mismo se ha creado para justificar su propia
existencia. Lo puedo ver en su rostro pálido y desdibujado. La desesperanza le da
sentido a sus días.
—Y usted está siendo demasiado racional como para estar hablando con un
cerdo, lo cual agradezco bastante. De lo que estoy seguro es que más tarde no se lo
perdonará a sí mismo. Me doy a entender: el ser humano siempre se apega
demasiado a su lado racional, pero todo lo irracional se queda por ahí embarrado y
cuando se junta lo suficiente, toda esa masa se muere por salir. No es tan difícil, lo
que pasa es que, entre los complicados humanos, usted se complica más. Pero no
se preocupe, es cuestión de que adquiera nuevas experiencias y las sepa integrar a
su forma de ser de la mejor manera. Debo aceptar, de cualquier modo, que usted
ha dado un paso hacia su lado irracional, pero debe tener mucho cuidado, puede
terminar loco, o, peor aún, puede terminar rogando por volver a empezar, por
regresar al confort de la razón.
—Lo comprendo a la perfección, porque una vez más tiene razón, señor
cerdo. Mi lado irracional ya ha sido aceptado por mí. Tengo plena conciencia de
todo lo que puedo hacer, y tener conciencia de ello no significa necesariamente
razonarlo. ¿Por qué no seguir de vez en cuando los impulsos? Y la pregunta se
quedaría al aire, porque responderla le daría la razón a alguien/
—Lo que acaba de decir me resulta curioso, pues ya van dos veces en esta
conversación que me da usted la razón a mí... Los seres humanos se complican
demasiado, pero a esa conclusión ya habíamos llegado. Lo que le quiero decir es
que cuando tratan de ser, simplemente ser, toman el camino equivocado, se
complican aún más y se alejan cada vez más de sí mismos. Esto tiene un lado
bueno, sin embargo, pues llega un punto en que el nudo se tensa tanto que termina
por romperse y pasa lo que suelen ustedes decir: “se queman las naves”. Es
imposible regresar a la prótesis de humanidad, pues ser, simplemente ser, como
humano, tiene consecuencias casi catastróficas. Simplemente mírese y eso que, le
recuerdo, sólo ha dado un paso, lo que dista mucho de la aceptación. Es posible
que se vuelva loco antes de aceptar lo que verdaderamente es usted. Ser
plenamente es terriblemente castigado por ustedes, desde fuera y desde adentro: lo
castigan y usted se castiga. No dudo que usted alguna vez haya penalizado
injustamente a algún otro por el simple hecho de ser, simplemente ser. Ni hablar
sobre lo que se hace a sí mismo.
—Creo que no ha comprendido del todo, caballero, pero le aseguro que esta
conversación le servirá en algún futuro —atajó apresurado el cerdo—... y esta vez
sí me despido de usted, pues humanizarse es algo demasiado desgastante para mí.
De corazón, corazón de cerdo, le deseo un pronto progreso en su manera de ser,
más que en su manera de pensar.
—Claro, con mi egoísmo he olvidado que usted también tiene que ser —y
después de un silencio—... Muchísimas gracias. Me ha dado mucho gusto
conversar con usted y espero que pase una excelente vida de cerdo —dijo Jaime
antes de hacer una ridícula reverencia, pues no tenía idea de cómo darle la mano a
un cerdo.