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Cualquier ser humano, sea mujer o hombre, pretende simplemente con sus acciones
de vida, trascender en el tiempo y nuestros hijos, son parte de esa trascendencia que
como herencia dejaremos de aporte para la integración de las sociedades futuras.
Ciertamente, como adultos responsables y como padres preocupados por el futuro de
nuestros hijos, nos esforzamos todos los días por darles alimentación, vestido, recreación,
educación, en fin, intentamos criarlos lo mejor que podemos. Pero en esa carrera de
esfuerzo por darles lo mejor, tendemos a “deslastrarnos de cargas”, a “delegar algunas
responsabilidades” en vez de compartirlas; o simplemente, a “centrarnos en las cosas más
importantes” y descuidamos otros aspectos. Nadie dice que “la vida sea fácil”, porque sea
cual sea nuestra condición socio-económica todos tenemos problemas, preocupaciones y
obligaciones que atender, y no vale la pena llegados a este punto caer en odiosas
comparaciones de clases. El asunto es que con nuestros hijos la educación debe ser
integral, permanente y comienza en el seno de la familia misma. Muchas veces pensamos
en darles a nuestros hijos lo que nosotros de niños no tuvimos pero se nos ocurren
mayormente cosas materiales y nadie piensa en el rescate de valores, hábitos o
costumbres de esas épocas; o por el contrario, en corregir o adecuar muchos valiosos
aspectos de esos regímenes educativos familiares del pasado. Y si a ello le sumamos que
la educación formal en las escuelas en la práctica, no se esfuerza lo suficiente para
inculcar o reforzar la formación en valores de esos mismos niños, pues los resultados y
aun más las expectativas, tienden a ser desalentadoras.
De esta manera, nuestro capital más valioso, que no es otro que nuestros propios
hijos, trascenderá en el tiempo formando parte integral y armoniosa dentro del complejo
mundo de las relaciones humanas de las sociedades que están por venir.