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José Luis Villacañas
(UCM)
Este fue el movimiento que llevó a la nueva antropología, y era nueva
porque tampoco era la de LevyStrauss ni ya del todo la del estructuralismo.
Este quedaba todavía demasiado preso de su crítica al cartesianismo y deseaba
1
François Dosse, Historia del estructuralismo, T. I. Akal, Madrid, 190.
2
LevyStrauss, L’homme un, 564, citado Dosse, I. 292.
1
mostrar que el cogito, lejos de ser una capacidad autónoma, sustancial,
separada, era naturaleza y por eso los sistemas de clasificación totémica
mostraban la capacidad lógica como orden natural. La ruptura con el escenario
totalitario, sin embargo, exigía también un abandono de este carácter de la
lógica en tanto reflejo total de la naturaleza. El materialismo epistemológico de
LevyStrauss no era suficiente para la necesidad crítica del totalitarismo que
estos jóvenes filósofos franceses pronto percibieron en sintonía con la obra de
Hannah Arendt. La nueva antropología debía ser política, capaz de ofrecer
argumentos directos contra el totalitarismo político. Y debía hacerlo al margen
de esa sublimación de la polis ateniense que regía, sin duda por influencia
heideggeriana, todo el pensamiento de la Arendt. Clastres era el héroe de aquel
movimiento. Y Michel Abensour, que ha estudiado las trasposiciones del héroe
político a los escenarios del amor en Rojo y Negro, no podía dejar de apreciar las
transposiciones de esta arrojada heroicidad intelectual de Clastres que llevaba
la antropología a los escenarios de la política.
Esa heroicidad era filosófica, pero también moral. En la presentación, de
extremada sencillez y profundidad (Michel Breaugh ha llamado a Abensour “ce
philosophe discret mais influent”3), se reconoce “l’approche
phenomenologique”, desde luego4, y se analiza el paralelismo entre el
“eloignement ethnologique” y la epojé husserliana, una por cierto radicalizada,
en la medida en que implicaba la puesta entre paréntesis de todas nuestras
categorías filosóficas, de tal forma que “permet de prendre enfin au sérieux les
sociétés primitives, de ‘laisser apparaître” quelque chose, à regarder là où l’on
pensait, classiquement […] qu’il n’y avait rien à voir, sinon un doublé à peine
ébauché de nousmêmes”. Pero no solo Husserl. Siempre cercano de Levinas,
Abensour sugería que Clastres encaraba esa alergia de la filosofía hacia lo Otro
que permanece otro y sugería que el argumento moral consistía en relacionarse
con él no para apropiárselo o negarlo en su alteridad sino para reconocerlo en la
misma y dejarlo libre en ella. Era el punto y final a la enseñanza de Kojeve sobre
el amo y el esclavo, la matriz que heredó Hyppolite y Foucault. Frente a la
filosofía de la historia, que siempre ofrece al Otro el lugar narrativo en el que
debe alcanzar su sentido, frente a Kojeve e Hyppolite por tanto, para Abensour
era preciso trazar otra odisea del espíritu francés que pasaba por la superación
de la alergia al Otro, a través de la línea Rousseau, Mauss, LevyStrauss, que
ahora se vinculaba a MerleauPonty y Clastres 5.Y citando el trabajo de este
3
M. Breaugh, Autor de Michel Abensour, 109.
4
Presentation, L’Esprit des lois sauvages, 11. Abensour recuerda cómo Husserl, al final de su vida, se
había interesado “aux primitifs”.
5
“Trois textes paraissent definir au mieux ce regard ethnologique, suceptible de conduire à une pensé
nouvelle qui parvienne à surmonter cette insurmontable allergie à l’Autre: ‘Jean Jacques Rousseau,
2
último, Abensour aseguraba que la etnología era el “unique pont jeté entre la
civilisation occidental et les civilisations primitives”. No se trataba de dominar,
ni de ocupar el espacio de la sociedad primitiva, sino de ocupar ese lugar “de
partage et de passage”, que por tanto es de doble dirección y que no se puede
cruzar sólo en la línea de autoafirmar nuestra civilización. También se puede
cruzar en el sentido de “se transformer ellemême en une nouvelle pensée”6. La
etnología portaría así en su interior la promesa de un “ébranlement
philosophique” producido por la irrupción de una singularidad existencial.
3
progresivo hacia el Estado. Hay sociedades de poder disperso, con una política
diseñada para impedir este pasaje. El Estado, como monopolio del poder
coactivo, no es una necesidad antropológica. Es una realidad histórica que debe
explicarse en su genealogía. La epojé, necesaria para la etnología, produce así
una epojé respecto a nuestra institución central. Es posible una “société à
pouvoir non coercitif”. En suma: es posible un escenario antiWeber, en la línea
en la que Arendt se ha movido, con la separación entre povoir y violence. En
suma, una otra forma de política. Esto hace de la obra de Clastres un
“événements après lesquels plus rien n’est comme avant”9.
9
Idem, 16.
10
Clastres a menudo usa de esta forma de expresión: “Ces sociétés ‘sauvages’ refusent par un acte
sociologique et donc inconscient de laissez leur pouvoir devenir coercitif”. Clastres, Chronique des Indiens
Guayaki, Paris, Plon, 1972, 106. El acto sociológico puede presentar choix, intention, decisión, pero todo
ello inconsciente. Ver para ello, Lefort, L’Ouevre de Clastres, en Lois Sauvage, ob. cit. pág. 196.
11
La société contra l’Estat, Minuit, 1974, 40.
4
salvaje. Sólo porque se tiene una a la vista, se comprende la profundidad de la
otra. La frase “sociedad contra el Estado” supone así el diálogo etnológico. En
realidad, quiere decir, si se mira la sociedad salvaje, sociedad política de jefe sin
poder. Los Guayaki no van contra algo que no conocen, el Estado. Pero se
muestran políticamente activos para mantener su sociedad que, curiosamente,
es la de una jefatura sin poder. Sociedad, política, ley, autoridad, son posibles
sin poder, Estado, violencia y coacción, sin diferencia de señores y súbditos, sin
dominación. La estructura antropológica necesaria de lo social implica la
política, pero no el Estado. La cuestión es que el Estado sólo ha podido surgir
por un “effondrement” o por la “ruine des dispositifs antiétatiques”12. Hegel
queda así invertido. Lejos de ser el despliegue natural de la sustancia en sujeto,
el Estado supone la destrucción de una sociedad política constituida para
evitarlo. La servidumbre voluntaria es necesario explicarla en su emergencia.
No brota del despliegue necesario de la autoconciencia. Un suceso, un
“malencontre”, se debe colocar en el inicio del proceso genealógico que
transforma la idea de autoridad política.
5
El problema y la paradoja de este planteamiento han sido localizados por
Abensour de forma clara. Si la guerra es permanente, y si la guerra es definida
como “rencontré provisoire de la chefferie et de l’autorité”, ¿cómo la guerra
permanente no instituye la jefatura permanente y, desde ahí, la dirección
centralizada del Estado? ¿La guerra no será ella tanto la causa de mantener la
sociedad primitiva como la institución que acabe con ella? Aquí hay un punto
central del argumento. En “Malheur du gerrier sauvage”, de 1977, Clastres dirá
que a pesar de lo intuitivo del caso, la guerra permanente no lleva a “une
réunion du chef et de l’autorité”. La guerra no abre un nuevo campo a las
relaciones políticas de los seres humanos. Por si sola, la máquina de guerra
(repárese en el lenguaje de Deleuze) no puede fundar la desigualdad política en
la sociedad primitiva. Esto es así porque el destino del guerrero es la desgracia.
El deseo del prestigio es trágico, y no se convierte en deseo de poder, algo que
sabemos por la historia de Aquiles. Podemos decirlo en términos de Weber: el
carisma de la guerra es el propio del héroe trágico. Sólo se acredita en la
muerte. Por eso no funda poder ni funda Estado. El carisma de la guerra no se
puede transferir a la vida cotidiana de la institución. Es un verdadero estado de
excepción que acaba con la muerte en la guerra y con la guerra y sólo funda la
institución de las exequias. La desigualdad se instituye por la muerte. Pero esta
no es fundadora de poder, sino de memoria.
Clastres no se expresa en términos de carisma. No mira las cosas desde la
irrupción de lo excepcional, sino desde lo que resta cotidiano a la sociedad
primitiva como sociedad de lo múltiple. Tras la muerte del guerrero excelente,
los demás restan en la indivisión. Nicole Loraux, en su excelente trabajo Notes
sur l’Un, le Deux et le multiple, ha dicho que “L’indivision c’est la division
entrevue, mesurée dans toute l’ampleur de sa force destructrice, et refusée
lucidement”15. Una que no se ve amenazada por la guerra, sino que se ve
fortalecida por ella. Y esto porque la guerra como institución no es la guerra
civil. Por eso no conduce a la figura soberana. La guerra de Hobbes, “chacun
contra chacun”, como dice la traducción francesa de Tricaud, no es la guerra
propia de las sociedades primitivas. El texto que Hobbes nos propone en el cap.
XIII, como si los salvajes de América fueran la verificación de su estado de la
guerra natural, está equivocado porque de ese estado excluye “le gouvernement
de petites familles dont le concorde dépend de la concuspiscence naturelle”.
Para Hobbes, este gobierno es semejante a “n’avoir pas de gouvernement du
tout”. En suma, ha ignorado completamente la sociedad primitiva o salvaje 16.
Ha hecho de esa vida pura animalidad. De forma sutil, el argumento de Hobbes
15
Notes sur l’Une, le Deux et le multiple. La lois sauvage; 164.
16
Abensour, “La société primitive n’est pas un néant de société, une condition quasi animal, mais un état
social plein et achevé”. Idem, 127.
6
sugiere que allí donde domina el deseo sexual no surge otra pasión, pero tan
pronto perdemos la centralidad de ese deseo y aparecen “des passions
naturelles”, entonces ya no hay nada capaz de “le lier” a los seres humanos. Y la
guerra civil entonces es el resultado de las pasiones naturales, ajenas al deseo
erótico. Con ello, la sociedad primitiva es degradada a pura animalidad y la
sociedad europea a sociedad natural cuya característica es la guerra de todos
contra todos, guerra que no es en modo alguno natural, por cuanto sabemos
que se trata de la guerra civil por las pasiones religiosas, las menos naturales de
las pasiones.
Este punto es decisivo en el argumento de Abensour y por eso debemos
detenernos un poco en él. Abensour sugiere que la sociedad primitiva no está
amenazada por la guerra civil. Esta es ciertamente la carga de profundidad
contra Hobbes. La guerra civil no es el destino de las pasiones naturales. Es el
destino de una sociedad de cierto tipo. No de la sociedad primitiva. Esta es una
totalidad autónoma “sans liens avec une totalité d’un ordre supérieur”18, una
“unité homogéne en tant que société indivisée”. Tal y como la describe
Abensour, resulta evidente que estamos hablando de una sociedad
perfectamente schmittiana en su homogeneidad, “que ne telère en son sein
l’apparition d’aucune différence susceptible d’engendrer un clivage” 19. Sin
embargo, no es una sociedad atravesada por la compacité20. Es justo su inverso
17
Contra Hobbes. 131.,
18
Contra Hobbes, 131.
19
Conra Hobbes, 131.
20
M. Abensour, De la compacité. Archictures et régimes totalitaires, París, Sens et Tonka, 1997.
7
antropológico21. Al no guardar en su seno potencialidad alguna de guerra civil,
no dispara el dispositivo hobbesiano de un poder soberano de neutralización.
“Souciese de persèvèrer dans son être par le refus de la division social” ella no
cesa de producir una indivisión continuée.22 La indivisión nada tiene que ver con
lo propio de la sociedad totalitaria hobbesiana, la expectativa de “surmonter les
divisions en fabriquant l’illusion d’une totalité unifiée”23. La guerra exterior es
el dispositivo para mantenerse como un “nous” indiviso. Con ello, se separan la
hipótesis hobbesiana y la hipótesis de Sahlins. Ni guerra de todos contra todos,
ni finalidad del intercambio. Diferenciación y dispersión per se para mantener la
autonomía y la identidad de la comunidad hacia fuera; indiferenciación e
intercambio, igualdad e indivisión hacia dentro. La guerra así es una
“conjuration renouvelée de la division”24.
3. Diálogo con Lefort. Tenemos así que la sociedad primitiva obedece a dos
necesidades. Una centrífuga y de autonomía, con la reproducción continua del
enemigo mediante la guerra; otra centrípeta de unidad y de identidad en la
indivisión. Como ha señalado Abensour, el punto clave es “comment penser
ensemble guerre et amitié?”25. Aquí sin embargo, en este asunto concreto, las
posiciones de Clastres y de Abensour deben ser complementadas por las de
Lefort. Y creo que la clave del problema está en una comprensión de la
autonomía de la comunidad, como señaló Abensour, “sans liens avec une
totalité d’un ordre supérieur”. En su contribución al volumen La loi sauvage,
Lefort ha recordado que sí hay un orden superior, y que las sociedades
primitivas son sociedades de equilibrio “entre le monde des hommes et
l’univers des puissances invisibles” 26, pero también sociedad de equilibrio
interno, de grupo, ya sea de poder o de riqueza 27. En suma, creo que es preciso
situar la cuestión de la guerra y del intercambio dentro del sistema cultural, que
21
Lefort (ob, cit. pag. 198) ha explorado el régimen del saber del cuerpo que promueve el rito de iniciación
entre los primitivos. “La loi de la société primitive serait purement sociale”, dice Lefort, mostrando que la
aproximación tiene toda ella una “inspiration durkheimienne”. Ahora bien, esa ley inscrita en el cuerpo,
que produce un recuerdo imborrable, hace a ese iniciado un igual en su individualidad y ya puede
considerarse alguien al margen de la compacidad de la masa. Es un comunidad que produce
individualidad, no una individualidad vacía que produce una comunidad mediante y solo mediante el
representante soberano. La comunidad primitiva sólo existe distribuida en sus miembros, no concentrada
en su representante.
22
Contra Hobbes, 132.
23
Cf. M. Abensour, “Réflexions sur les deux interpretations du totalitarisme chez C. Lefort”, C. Habib et
C. Mouchard, La Democratie à l’oeuvre, París, Esprit, 1993, 79136. Cf. Martin Breuaugh, “Le Lien social
entre utopie et démocratie”, en Auotours Miguel Abensour, Cahiers de l’Unesco, 109134.
24
Contra Hobbes, 133.
25
Contra Hobbes, 139.
26
L’ouevre de Clastres, La loi sauvage, 184.
27
Lefort, ob. cit. pág. 190. Para guardar el equilibrio se instituye la práctica de los rituales, ya sea el de
nacimiento o el de la iniciación, ya sea la investidura del poder del jefe al que se le prohíbe mandar. “Il y a
coercition […] mais elle n’a d’autre fonction que de faire régner l’égalité entre les hommes”. Lefort, 197. El
poder está por tanto sometido a la regla del equilibrio.
8
Lefort reconoce como “question au centre de l’école structuraliste” 28. Desde este
punto de vista, la sociedad primitiva se “constitue en fonction de sa
reproduction”29. Sin duda, todo en ella está destinado estructuralmente a
bloquear “une possible mutation”30. Ello nos conduce al problema de la forma
de habitar el tiempo, de la historicidad específica “d’une société stagnante”.
Como vemos, la aproximación de Lefort impugna la historia en sí y por sí que
sostiene el edificio de Hegel y reclama ver la historia como una aventura
imprevista, imposible de explicar desde el estructuralismo y desde el
evolucionismo. Sin este contexto cultural, en el que “il est imposible de
dissocier le religieux et le politique”, o disociar “l’ordre du monde” de “l’ordre
communautairre”31, el malencontre que no deja de ampliar sus efectos es casi
imposible de explicar.
La conclusión central que extrae Clastres no es así necesaria. Es forzada
desde un abandono del sistema cultural simbólico general. “C’est la guerre
como institution qui détermine l’alliance comme tactique”, concluye. Y repite:
“la guerre y est première par rapport à l’alliance”33. Pero si la alianza fuera solo
táctica, no podría impedir la guerra de todos contra todos en el horizonte. El
dispositivo ritual sin embargo con seguridad la impide. Sólo la seguridad de un
intercambio totémico garantizado, una estrategia estructural al grupo, permite
28
Lefort, ob., cit. 187.
29
Lefort, ob. cit. 188.
30
Lefort, ob. cit. 197.
31
Lefort, ob. cit. 198.
32
Lefort, ob. cit. 200.
33
Clastres, La société contra l’Estat, Minuit, 1974, 197.
9
una alianza que vaya más allá de la táctica, y por tanto, imposibilita la guerra
de todos contra todos. En suma, la táctica no es una noción originaria en una
sociedad ritual. Sólo una sólida base ritual de alianza totémica permite la guerra
permanente contra enemigos permanentes, capaz de mantener la identidad. El
intercambio totémico es parte de la autonomía, que a su vez es parte de la
guerra permanente. Intercambio y guerra deben organizarse de una forma
ritual que parece más compleja que la subordinación del intercambio a la
guerra34. Como si la estrategia fuera solo la guerra y el intercambio la táctica. La
estrategia es la identidad y la autonomía, la conservación y el equilibrio, y eso
requiere guerras e intercambios estratégicos asegurados de forma ritual.
En suma, la sociedad primitiva es orgánica y el intercambio exogámico es
ritual, erótico, económico y político a la vez. La sociedad primitiva no puede
constituir un enemigo primero, sin constituir al mismo tiempo un amigo. Desde
luego, tampoco puede habitar en una amistad generalizada, como deseaba
LevyStrauss con su mala oposición a Hobbes. Pero no se trata de un “echange
subordonné à l’alliance”35, sino de un intercambio que es una alianza. Frente a
Hobbes, no hay concupiscencia natural al margen de alianza política. De no
hacerlo a la vez, una comunidad se somete a un riesgo radical de guerra de
todos contra todos. En suma llegamos a poner en duda la tesis fuerte de
Clastres: “Un cosmos social aunthentique peut s’instituer et se constituir dans et
par la guerre”36. No parece que se pueda hacer al margen de una comprensión de
la guerra como rito junto con otros ritos de iniciación, de igualdad, de poder
impotente y de intercambio exogámico. Esta conclusión no afecta, sin embargo,
al principio de igualdad que la guerra ritual conserva. Pues la clave de que este
dispositivo no produzca la autoridad concentrada del Estado, el poder de Uno,
es que en efecto el guerrero acreditado en su carisma no genera un prestigio con
poder separado. De otra forma la sociedad primitiva no habría impedido la
forma Estado. Es el malheur del guerrero heroico el que permite “respirer l’air
de la liberté”. No tanto la continuidad de la guerra más allá de sus límites
rituales. Es la forma específica de entender el carisma del guerrero como
incompatible con su rutinización.
10
pensamos la guerra separada de todo vínculo ritual y al margen del sistema
simbólico, del orden. La “fragmentation ininterrompue”, la consecuencia de
esta entrega de la guerra a su propio destino, y no a la conservación de la
identidad y de la autonomía, junto con el intercambio ritual, puede ir en contra
de la propia capacidad de conservación y equilibrio, y llevar a la comunidad a
la propia desaparición. Este horizonte sólo es posible por una quiebra del orden
cultural y la autonomización de la guerra al margen del orden ritual. Esto
supone ya irrupción en la sociedad primitiva de un malencontre. Tras él se
explica la multiplicación continua de lo múltiple, el telos estructural del
dispositivo de la guerra institucional ya no primitiva, lo que no excluye la
colisión frontal con la aspiración central de una sociedad de equilibrio, la
“autoconservation de l’humanité primitive”38. En todo caso, la guerra no es un
dispositivo por sí mismo equilibrador. Liberada de su base ritual puede
conducir tanto a la unificación de lo múltiple (la paz del Inca), como a la
dispersión belicosa y continua de lo múltiple (ciudades Mayas), tanto a la
conservación sin libertad como a la libertad sin conservación. Per se, no lleva
desde luego a la totalidad reconciliadora. Pero tampoco lleva a la conservación
de la sociedad. La amistad como forma exclusiva de la construcción de
interioridad de la comunidad, no impide la guerra total de los grupos. Por
tanto, guerra y amistad han de caminar juntas dentro y fuera de la sociedad
primitiva y sólo garantizarán su equilibrio en la medida en que la comunidad
ritual totémica mantenga la igualdad y la libertad interna del grupo a través de
la guerra y la amistad rituales con otros grupos. Mi hipótesis es que sólo la
estabilidad del organismo cultural y ritual de la sociedad totémica permite
comprender este equilibrio de igualdad y libertad de la sociedad primitiva de
Clastres y la función productiva de de la guerra, porque sólo en su seno se
impide una guerra de todos contra todos que amenace la conservación y el
equilibrio. La guerra primitiva no es una maquina deleuziana de producción de
diferencias, sino del mantenimiento de las diferencias propias del equilibrio y
del orden. El malencontre por tanto se debe situar en la ruina de esa sociedad
totémica de equilibrio. Por eso son tan importantes las fuentes mexicas e incas
para comprender ese malencontre. Clastres, que es el último de los cronistas de
Indias, es el único acceso verdadero al valor filosófico fundamental de los
cronistas mestizos, cuya finalidad fundamental era extraer del pasado
prehispánico la promesa de las reglas del buen gobierno. Abensour ha
contraído el mérito de recordárnoslo y en cierto modo de mantener ese gesto.
11
consecuencia de los planteamientos de Clastres me parece importante. Pues la
guerra de la sociedad primitiva desde luego es productora de igualdad y de
libertad en la medida en que no es una guerra civil. Al final de su ensayo Contra
Hobbes de Pierre Clastres, Abensour señala que estas tesis tienen cierto mérito
“por nous qui vivons dans de sociétés pour l’Etat” 39. Ese merito consiste en que
nos permite reconocer los textos de la tradición que se hacen eco de la relación
entre guerra, libertad y amistad. Se trata de la celebración republicana de la
guerra, como medio de mantener a raya el despotismo, un argumento atraviesa
el humanismo de Maquiavelo y que llega hasta Kant. Pero el deslizamiento
consiste en que esta tradición republicana ha celebrado la stasis, la guerra civil
potencial. Ahora bien, esa stasis misma, cuando estalla como guerra civil
absoluta, hace necesaria la potencia neutralizadora del Estado hobbesiana. Así
que parece que Clastres lleva a celebrar justo la premisa de Hobbes. Aquí, el
contra Hobbes parece que se torna aliado de Hobbes. ¿Dónde esta el defecto del
argumento? La guerra de diferenciación que ha descrito Clastres nunca es total,
ni vive en un mundo de valores humanos absolutos, sino en una sociedad que
invoca un orden humano y cósmico. Aspira como he dicho a mantener una
sociedad de equilibrio. Por lo demás, todo su universo tiene como condición de
posibilidad que la stasis no ha irrumpido en su comunidad, pero no porque
idílicamente no exista, sino porque se la ha desactivado de forma institucional
oportuna. Así que el mérito científico de Clastres es que nos obliga a pensar la
emergencia de sociedades con stasis absoluta, lo que tiene que ver con la
destrucción del orden simbólico que hemos identificado como malencontre. La
alabanza republicana de la stasis comparte esta creencia en un orden simbólico
de equilibrio. Hobbes es el testigo de que ese orden simbólico de equilibrio ha
desaparecido y dejado paso a una stasis absoluta, a una guerra de todos contra
todos, que sólo se puede neutralizar por un soberano concentrado. Hobbes es
testigo del malencontre.
Por mucho que nos pueda abrir los ojos contra el valor absoluto de la
paz, Clastres es todavía más útil para pensar las sociedades atravesadas por la
posibilidad de la guerra civil absoluta, la premisa verdadera del Leviatán. La
guerra civil absoluta es una guerra que se ha separado de un orden simbólico, y
que para refundarlo requiere valores absolutos en lucha que aprovecha el
soberano trascendente para proponerse como único absoluto. Sería demasiado
abstracto decir que el “malencontre” está relacionado con la irrupción de los
valores absolutos. Pero desde luego sí es adecuado decir que el malencontre está
relacionado con sociedades con stasis absoluta, y que esta sólo puede pensarse
como la guerra separada del orden simbólico garante del equilibrio. Así que la
39
Contra Hobbes, 141
12
ruptura del orden simbólico y ritual es la premisa necesaria que lleva el
conflicto dentro y fuera del grupo a una dimensión nueva que compromete las
dos finalidades de la sociedad primitiva, la libertad y la conservación. Eso lleva
a la stasis a un conflicto para cuya neutralización no valen los equilibrios
rituales previos, exogámicos y bélicos. Sin duda ya implica la producción de
desigualdad y es posible que implique la concentración del poder de Uno al
margen de la inmanencia de lo social. En realidad, no podemos entender la
stasis al margen de la disputa por el lugar del Uno, algo que la sociedad de
Clastres no permite explicar. Por eso es tan problemático proyectar el conflicto
que Clastres mostró sobre las sociedades en que se ha abierto camino lo Uno. El
tumulto, la insurgencia, la politización, no puede dejar de ser una lucha por ese
Uno, y en este caso no puede sino dejar de conducir a la guerra civil. La
debilidad de Hobbes se muestra aquí a otro nivel, pero es una debilidad
vengativa. Justo por la creación de lo Uno trascendente, y una vez que haya
acontecido, no dejarán de surgir luchas por hacerse con ese lugar. La guerra
civil que conduce al Leviatán no deja de reproducirse por el control del
Leviatán. Así que para que pudiera aplicarse el esquema de Clastres a la
democracia insurgente tendría que producirse un conflicto que fuera a la vez
constitutivo del vínculo social y que no disputara por el Estado, sino contra el
Estado.
5. Insurgencia. Y aquí, de nuevo, surge la cuestión decisiva. Para Lefort, el
conflicto en el seno de la sociedad primitiva cumple sus funciones de equilibrio
bajo el orden simbólico, y eso lleva a la democracia salvaje, una que en último
extremo repara el orden simbólico del derecho. Abensour, siguiendo a Clastres
más a la letra, considera la insurgencia como acción originaria y rechaza
someterla al paraguas del orden simbólico del derecho, en la medida en que
40
Contre Hobbes, 120.
41
M. Abensour, “Democracia insurgente e Institución”, Enrahonar, 48, 2012, 3148, aquí, 32.
13
comprende que el derecho lleva a una reconstrucción permanente del Estado.
Yo no estoy seguro de esa consecuencia y propongo seguir el diálogo con
Lefort. Sin embargo, Abensour me parece que a última hora prefiere el diálogo
con Rancière, como el que preserva la intuición de Marx42. Tipificando la
abstracta comprensión de la política de Rancière, Abensour habla de
insurgencia como dispositivo de reducción, en tanto bloqueo de la objetivación
que resiste a la unificación organizativa, y permite la extensión democrática a
otras esferas, siempre con la aspiración de obstaculizar la arrogancia del Estado
y su simulacro de universalización. Abensour, en un momento clastresiano ha
hablado de “esta guerra”, y como la sociedad primitiva se rige por el “supuesto
fundamental de la igualdad de cualquiera con cualquiera” 43. Compaginando
crítica y emancipación, la insurgencia se sitúa en el entre, en el umbral, en un
lugar que no puede unificarse, que surge de la división pero se instala en la
indivisión, un eco de Clastres. Produce un malencontre para el orden simbólico
heredado pero no traspasa la puerta de la nueva construcción. “La cesura
trabaja para mantener en la apertura hacia la acción o actual del pueblo”44.
Como tal, la insurgencia siempre queda del lado de la sociedad, no del Estado;
fuera de él, contra él, no tiene fin porque no tiene otro fin que sí misma, como la
propia guerra en la sociedad primitiva de Clastres.
Este umbral como utopía, como lugar mosaico perenne, ha sido llamado
por Abensour, como lo hizo Clastres, “una institución de lo social” y como él le
ha atribuido la funcion del “mejor perseverar en su ser” 45. El “desorden
fraternal contra el poder de los jefes” que Abensour reconoce en las rebeliones
populares del año III recuerdan casi literalmente las descripciones de Clastres.
No hay por tanto oposición externa entre insurgencia e institución, puesto que
hay una institución social de la insurgencia, la base misma de la política. Como
“cualquier movimiento político” debe inscribirse en el tiempo, no es “hostil a
toda relación con el pasado”, sino selectiva 46. Usando a Deleuze47, reconoce que
la institución es un modelo positivo de acción, frente a la acción coagulada de la
ley y recordando a SaintJust en sus Institutions Republicaines muestra el exceso
de la institución respecto a toda ley que emana de ella. Aquella, en tanto
sistema de anticipación, puede estabilizar la duración creadora e innovadora.
Esta es el origen de la desaceleración. Busco el momento oportuno de recoger
de nuevo el motivo principal de mi exposición, el diálogo con Lefort, y lo hallo
al final del texto de Abensour y lo dejo al final de mi texto: la reconciliación de
42
Democracia insurgente, 35.
43
Democracia insurgente, 35.
44
Democracia insurgente, 37.
45
Democracia insurgente, 43.
46
Democracia insurgente, 45.
47
G. Deleuze, Instincts et Institutions, París, Hachette, 1953.
14
insurgencia e institución es posible si nos damos cuenta de que “El Estado no es
la principal fuente del derecho”. En efecto, Abensour habla al final del “derecho
social”48. Su última cita es el libro de William Godwin Investigación sobre la
justicia política. En suma, todo el argumento tiende a resituar la relación entre
democracia insurgente y derecho.
La diferencia entre la lectura de Clastres de Abensour y de Lefort reside,
como he intentado mostrar, en que Abensour acepta la tesis de la guerra como
institución originaria, mientras que Lefort sitúa esta guerra dentro de un marco
simbólico. De la misma manera, el primero sitúa la insurgencia como acción
mientras que Lefort sitúa la democracia salvaje como marco simbólico de la
lucha. Creo que lo que ha diferenciado el camino de Lefort respecto del de
Abensour reside en que este ha atribuido a Lefort una noción de derecho como
ley. Si el derecho es solo ley, entonces Abensour tiene razón. Pero creo que al
final Abensour acaba por reconocer que el derecho es algo más que ley, una
institución social cuyo vínculo simbólico es la justicia, uno que por cierto une en
la diferencia y tiende al equilibrio y la igualdad. En mi opinión, lo justo es en
verdad el emblema de las batallas contra el Estado, la bandera de una victoria
simbólica contra un poder que aspira a lo absoluto y desvinculado. En este
sentido, también la lucha por el derecho concreto, el que sentencia en el juicio
singular, no el que legisla, sino el que dice lo justo, es una batalla contra el
Estado y también esa lucha sigue la estructura de la democracia insurgente, de
la reducción, del bloqueo de la objetivación, resiste a la unificación organizativa
y permite la extensión democrática a otras esferas. Es desde luego una
insurrección permanente contra la forma Estado y su falsa universalidad y
Unidad. En suma, un derecho justo como orden simbólico irrenunciable de las
sociedades con o sin Estado, acerca del que quizá Lefort y a Abensour pueden
seguir dialogando.
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Democracia insurgente, 47.
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